La Editorial LAROUSSE publica este portentoso ensayo, firmado por los investigadores Alberto de Frutos y Eladio Romero García, sobre la contienda que enfrentó a los españoles hace más de 80 años y que arroja luz sobre los espacios que aún quedan de aquel tiempo de sangre y fuego, historiográficamente no tan lejano.
Óscar Herradón ©
Conocí al escritor y periodista Alberto de Frutos en 2007. Llegó, junto a otros compañeros, entre ellos Javier Martín García, a la editorial América Ibérica procedente de uno de esos grupos que ya empezaban a acusar la llamada «crisis del papel» que tiempo después nos azotaría también a nosotros. La crisis de 2008, apenas unos meses más tarde, terminaría de hundir a la prensa escrita, ni qué decir tiene la actual. El tiro de gracia a las rotativas. Ambos, Alberto y Javier, Javier y Alberto –Tanto monta, monta tanto– llegaron como redactor jefe y redactor, respectivamente, de una revista entonces de bastante impacto en las publicaciones históricas españolas, Historia de Iberia Vieja, que con el tiempo terminaría por llamarse Historia de España y el Mundo y que hoy, por desgracia, ha desaparecido.
Formaron equipo, cambiando notablemente su línea editorial, con el periodista Bruno Cardeñosa, su director desde entonces hasta el cierre, y el diseñador gráfico Eugenio Sánchez Silvela. Hasta que llegó el ignominioso 2020, año en que por las veleidades del destino tanto Alberto como un servidor –también Javier meses antes–, entre otros compañeros, nos vimos fuera de una redacción que había sido no nuestra segunda casa, sino muchas veces la primera; quién sabe si a causa de esa dichosa crisis del papel agudizada por lo digital y la falta de kioscos, o vaya usted a saber por qué realmente.

Contradicciones del mercado aparte, lo cierto es que forjé una gran amistad con Alberto de Frutos y Javier Martín, amistad que puedo decir orgulloso que continúa viva aunque ya no compartamos cada día «pupitre» –léase mesa de redacción–, café de máquina y olor a tortilla de patata del bar de la esquina impregnado en nuestras ropas de adolescentes eternos. Pues bien, don Alberto, que tiene un currículum para echarse a temblar y ha ganado más de 100 premios literarios –ahora está centrado en los ensayos, pero sin duda es más un escritor de ficciones y un poeta–, es de esas personas que le sorprenden a uno cada día, por su entusiasmo y buen hacer, por su fidelidad, y sobre todo por su conocimiento, no enciclopédico, que se queda corto, sino «computacional». Como Sheldon Cooper, pero menos friki y real, en este caso en el campo de las humanidades, y no en el de la física.
No soy historiador, aunque son unos cuantos los años dedicados a la divulgación, al periodismo y a la investigación histórica. Se puede decir que sin ser un experto no soy lego en la materia, pero nadie con nombre y apellidos –al menos que conozca– llega a los niveles de condensación de la información –sumados a una elocuencia de infarto– de este pequeño gran hombre, al menos en el campo historiográfico, claro. Supongo –lo sé– que de muchas cosas Alberto no tiene ni idea, como cualquiera que no posea el don de la omnisciencia divina. Como todo hijo de vecino, vamos. Pero de esto sí, de esto sí sabe, y mucho. Por eso, cuando me llegó la noticia (me lo dijo tiempo antes, he de reconocerlo) de que LAROUSSE publicaba un nuevo ensayo firmado por él –a cuatro manos con el doctor en Historia Eladio Romero García– no podía sino esperar un trabajo encomiable. Impresión que se tornó certeza cuando recibí el voluminoso libro, profusamente ilustrado a todo color, y entre sus líneas de no tan lejanas batallas y sí viejos rencores se adivinaba la pluma siempre afilada y sabia de mi buen amigo.
Por supuesto, quienes lean esto dirán que no soy objetivo. No lo soy, claro, ninguno lo es, pero tampoco es necesario, el buen hacer sabe apreciarlo cualquiera sin que le digan ni mu. No hacen falta ornamentos. Ni para lo contrario tampoco. Sé de buena tinta que los autores se han recorrido una gran parte de nuestra piel de toro para escarbar entre los pequeños guijarros de memoria que a otros, a pesar de la ingente cantidad de bibliografía de aquella época, para echarse a temblar, se les han escapado. Y el resultado de ese trabajo de investigación y dedicación, de entusiasmo por nuestro pasado/presente y de buen hacer, es este 30 paisajes de la Guerra Civil que hace poco que ha visto la luz en las librerías, esas que siguen temblando ante la incertidumbre pero que se mantienen a flote gracias al tesón y el amor a la cultura, que somos todos –o al menos deberíamos serlo–.
De las grandes batallas a los episodios silenciados
Una obra de impecable factura en una edición fabulosa que ilustra, y qué bien lo hace, nada menos que, como reza su título, 30 escenarios donde se dirimió el futuro de la contienda y con él el destino de los españoles, de los mal llamados «ganadores» y «perdedores», porque aunque unos lo tuvieron más fácil que otros y desde luego en aquella guerra fratricida hubo unos más culpables que otros, y más malvados, todos perdieron, todos los españoles. Muchos también de los que hoy se están yendo sin despedirse azotados por otra guerra silenciosa pero implacable. Como siempre se pierde cuando hay muertos y se tiran bombas, o cuando hay pandemias.

Más que de un paisaje –o de 30–, podríamos hablar, como bien dice Frutos, de una «huella moral», casi un símbolo de permanencia que nos transmite cada imagen, acompañada de numerosos datos y mapas actuales (una rica cartografía elaborada ex profeso para este libro). Un recorrido gráfico por la Guerra Civil, por lo que queda de aquel enfrentamiento que supuso el prolegómeno de la Segunda Guerra Mundial y que hoy sigue influyendo, nos guste o no, en nuestras vidas y en el discurso político. Si no que se lo digan a los señores que se sientan en el Congreso.
En sus monumentales páginas –el «tocho» pesa alrededor de 2 kilos– podemos ver qué ha quedado de batallas como Jarama, Brunete, Belchite… pero también se abordan episodios mucho menos conocidos y no por ello poco relevantes, como el asedio de Huesca, la batalla de Lopera o de Cabo Machichaco, la fuga del penal de San Cristóbal y un largo etcétera. Evidentemente, como afirman los autores, hubo que hacer una difícil selección previa o el libro estaría formado por varios volúmenes de gran tamaño.
En definitiva, un LIBRO de LIBROS que el amante de la Historia de España, las dos con mayúscula, incluso de la que fue triste, debe tener en su biblioteca, sin duda en lugar destacado. No se arrepentirá. He aquí la forma de adquirirlo:
LA OTRA CARA DE LA GUERRA (SÍLEX EDICIONES)
Toda guerra es trágica, y nuestra guerra fratricida no lo fue menos, de hecho, al constituirse en el campo de pruebas de la inminente Segunda Guerra Mundial, se erigió en una contienda moderna, con una armamento atroz por su capacidad de devastación y donde la política se había convertido en un arma tanto o más peligrosa que la pólvora. Baste echar un vistazo a la gran polarización que en España continúa generando aquella contienda que sucedió hace 80 años pero cuyas heridas no han cicatrizado.
La guerra es sinónimo de muerte, de crueldad, de crímenes… pero en no pocas ocasiones en medio del horror surge la esperanza, y entre lo más oscuro del ser humano se atisba la luz de aquellos que no pretenden herir al enemigo (o a quien sea) sino proteger y cuidar, dotando de humanidad a la deshumanización bélica. Fue el caso de las personas que se preocuparon por el bienestar de las gentes en la contienda, que también existieron, y cuyos recuerdos (largamente olvidados) se encarga de rescatar un magnífico ensayo publicado por Sílex Ediciones: La Otra Cara de la Guerra. Solidaridad y humanitarismo en la España Republicana durante la Guerra Civil, de Francisco Alía Miranda, que tiene en su haber otros exitosos títulos de la época como Julio 1936 (Crítica, 2011) o La agonía de la República (Crítica, 2015).
Como bien cuenta el autor, el dramatismo que se vivió de un rincón a otro de la Península Ibérica eclipsó la inmensa labor humanitaria que se vivió tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. En parte estuvo protagonizada por las organizaciones humanitarias, unas ya existentes y otras formadas ex profeso durante la guerra. Pero también fue muy importante la solidaridad desplegada por gran parte del pueblo español (frente al sadismo y violencia de otra gran parte), y de otros países que no miraron para otro lado ante la tragedia, una tragedia que fue largamente reflejada en los periódicos por el gran números de reporteros, fotógrafos y escritores que cubrieron la información en el frente y en la retaguardia (Ernest Hemingway, John Dos Passos, George Orwell, Robert Capa, Gerda Taro, Jay Allen…).
Pero además de la solidaridad como manifestación colectiva y organizada, existió una solidaridad individual, espontánea, como catarsis del odio y la muerte, que se improvisó sobre la marcha tanto en muchos hogares como entre numerosas personas para paliar la tan marcada tragedia del pueblo, del vecino, del hermano.
EL OGRO PATRIÓTICO (EDICIONES PASADO Y PRESENTE)
Y si lo que queremos es comprender los orígenes de esa guerra fratricida, que no son pocos ni precisamente sencillos, nada mejor que sumergirnos en las páginas de El Ogro Patriótico: Los militares contra el pueblo en la España del siglo XX, de Juan Carlos Losada, una exhaustiva y reveladora investigación publicada por Ediciones Pasado & Presente, que sabe bien lo que significa mimar la historiografía.
Para describirlo, nada mejor que las palabras de uno de los grandes expertos españoles sobre la Guerra Civil, el historiador Ángel Viñas: «No cabe escribir sobre la historia de España sin asaltar, de una manera u otra, los bastiones del poder militar. (…) Mezclando el relato histórico con la reflexión política, cultural, administrativa e institucional sobre un tema que el autor ha venido trabajando desde hace más de veinte años no es exagerado afirmar que este libro pone ante los ojos del lector una veta fundamental en la evolución a lo largo de más de un siglo que ha conducido hasta el presente de la sociedad española: la constante intervencionista del ejército que condujo a un choque con el mundo civil y, por consiguiente, a querer sabotear, si no hundir, la democracia. Lo hicieron una vez. Lo hubieran podido hacer otra. Ganas no faltaron».
Un recorrido indispensable, pues, para entender las tensiones políticas que se vivieron en nuestro país el siglo pasado, evidenciando el papel intervencionista del ejército en el devenir político de España (no solo en la Guerra Civil, sino en otras insurrecciones), pero donde también se reivindica el papel heroico de algunos miembros del ejército que lucharon contra sus superiores para defender la libertad y la renovación de unos ideales caducos, reaccionarios e intransigentes.
He aquí la forma de adquirir este portentoso ensayo:
http://pasadopresente.com/component/booklibraries/bookdetails/2020-03-10-09-29-28