Black Squaw: en pos del sueño americano

Los creadores de la cautivadora serie de novelas gráficas Diente de Oso, Yann y Henriet, de la que nos hicimos eco ampliamente en su momento el Pandemónium, regresan con Black Squaw, que publica en castellano, en formato integral de lujo, Norma Editorial.

Por Óscar Herradón

Y al igual que en Diente de Oso, que Norma Editorial publicó también en formato integral de lujo, en esta nueva serie la pasión por la aviación continúa siendo crucial en la trama. En este caso, los autores francobelgas se centran en la biografía de la aviadora afroamericana (de padre indio) Bessie Coleman, aderezada, eso sí, de grandes dosis de ficción que contribuyen, como merece un cómic, a engrandecer una historia redonda y repleta de adrenalina sobre una mujer pionera y desafiante que no se rindió ante las convenciones sociales y los prejuicios.

En esta portentosa novela gráfica, ambientada en el primer cuarto del siglo pasado, se dan la mano varios asuntos que planean en torno a la conciencia social y a la injusticia: Coleman se ha pasado la vida entre mundos opuestos: el de los blancos –amos de todo– y el de los negros, en tiempos de una feroz segregación racial; el de los hombres y el de las mujeres –reducidas a un papel secundario en una sociedad profundamente patriarcal en la que incluso pilotar un avión se considera «cosa de hombres»–.

Como ya hicieran con maestría en su anterior serie, Yan y Henriet aprovechan los hechos históricos para tratar problemas que todavía hoy resuenan en los oídos de todos nosotros: si en Diente de Oso fueron el nazismo y la guerra, ) en este son la discriminación, la delincuencia, la mafia (en plena Ley Seca, que erigió en magnates a oscuros personajes como Al Capone) y otra guerra (en este caso la primera, donde lucharon los hermanos de nuestra protagonista) los que cobran protagonismo.

La única pasión de Bessie Coleman es volar, pilotar, y si para ello ha de trabajar para el mismísimo Al Capone y su impulsivo hermano Ralph Capone, no dudará en hacerlo. En su camino se encontrará con la guardia costera, los agentes de hacienda que persiguen la malversación y tendrán un papel capital en la caída de «Caracortada», los Hillbillies, habitantes de las zonas rurales montañosas de los Estados Unidos  –denominados peyorativamente «White trash», basura blanca–, es decir, la América profunda, y el impacto del Ku Klux Klan, cuyos tentáculos son tan extensos y poderosos en los años 20 que en las filas de los «Caballeros Blancos» de la organización criminal racista hay jueces, policías… e incluso en la Casa Blanca afirman que se simpatizaba con ellos. De hecho, haciendo alarde nuevamente de su profunda labor documental previa a la creación de la novela gráfica, los autores se hacen eco de la polémica que tuvo lugar en 1915 con el estreno de la película de David W. Griffith El Nacimiento de una Nación, que ensalza al KKK, y las supuestas palabras del presidente Woodrow Wilson alabando a sus miembros como «protectores del Sur».

Más allá de la ficción           

Nacida en Atlanta, Texas, en 1892, era la décima de los trece hijos de los granjeros George Coleman (de ascendencia cheroqui) y Susan (afroamericana). En 1901, George abandonó a su familia harto de las barreras raciales de Texas, que eran aún más fuertes con los indios que con los negros, y se marchó a Oklahoma a una reserva, donde se pondría al servicio de la llamada «Lighthorse», la policía tribal en los territorios indios autónomos de Okahoma, creada oficialmente en 1844.

A los 12 años Bessie fue aceptada en la Iglesia Baptista Misionera y en los 18, reuniendo sus ahorros tras un duro trabajo, se inscribió en la Universidad Colored Agricultural and Normal (hoy Universidad Langston), sita en esta localidad de Oklahoma, aunque solo completó un curso. Regresó a su hogar por necesidad y se mudó con dos de sus hermanos a Chicago, lo que fue una revelación para la joven, que conoció un mundo completamente nuevo donde se daban la mano el jazz, los excesos y también las oportunidades (pues Chicago era el lugar donde vivieron los primeros millonarios afroamericanos, algo impensable unas décadas atrás). Allí, Bessie, por su condición humilde, trabajaría como manicurista.

Algunas noches, sus hermanos, Walter y John, que combatieron en las trincheras francesas en 1917 y fueron condecorados por ello (episodio que se rememora en las páginas de la novela gráfica), le cuentan a Bessie las virtudes de «el país de la libertad», donde un hombre negro es tratado como un igual, así como las hazañas del as del aire Eugene Bullard, un piloto de la Fuerza Aérea Francesa durante la Gran Guerra de origen afroamericano, quien combatía llevando a su mascota, el pequeño macaco Jimmy, a bordo de su caza monoplaza, modelo Spad, decorado con la frase: «Toda la sangre que fluye es roja».

A Bessie le apasionaba aquel mundo, pero las escuelas norteamericanas de vuelo no admitían ni a mujeres ni a negros en sus filas. Así, Coleman tomó clases de francés en la escuela Berlitz de Chicago y el 20 de noviembre de 1920 partió rumbo a París, donde aprendió a volar en un biplano Nieuport Tipo 82. El 15 de junio de 1921, Bessie se convirtió en la primera mujer afroamericana en obtener una licencia de aviación internacional por parte de la Fédération Aéronautique Internationale y en la primera afroamericana del mundo en obtener una licencia de piloto de aviación.

Decidida a mejorar sus habilidades, Bessie pasó los dos meses siguientes tomando clases de un piloto francés cerca de la ciudad de la luz y en septiembre de 1921 partió hacia Nueva York, donde tendría que dedicarse a las exhibiciones aéreas para el entretenimiento y actuar para el público para cumplir su sueño de poder pilotar (los vuelos comerciales no se implantarían hasta diez años después). En febrero de 1922 partió de nuevo hacia Europa para perfeccionar su formación (algo imposible en los EEUU) y tras su regreso a su país de origen se convertiría, gracias a sus impresionantes exhibiciones, en la «Reina Bess» (Queen Bess), invitada a importantes eventos y entrevistada a menudo por los periódicos, siendo admirada tanto por los afroamericanos como por los blancos.

Ya convertida en toda una leyenda estadounidense, el 30 de abril de 1926 le llegaba repentinamente la muerte a los 34 años. Aquel día se encontraba en Jacksonville, Florida, para preparar una exhibición aérea: hacía poco se había comprado un Curtis JN-4, al que bautizó como Jenny, en Dallas, Texas, que no parecía muy seguro. Su mecánico y agente publicitario, William Willis, viajaba como copiloto de Bessie. Coleman no se puso el cinturón de seguridad porque planeaba lanzarse al día siguiente en paracaídas y quería evaluar bien el terreno y la cabina. Unos diez minutos después del despegue, el avión no respondió bien y realizó una barrena, que provocó que nuestra protagonista fuese disparada de la aeronave a 150 metros de altitud: el impacto contra la tierra fue brutal y murió al instante (tampoco Willis consiguió controlar la nave y se estrelló). Aunque el avión explotó, entre sus restos calcinados se descubrió que una llave que se usaba para reparar el motor se había deslizado dentro de la caja reductora, atascándola. ¿Un sabotaje? No parece que esa fuera la verdadera razón del accidente, pero sirve a Yann y Henriet para urdir una trama de espionaje en la que Bessie finge su muerte para huir del acecho del KKK y de los hombres de Capone y, bajo el amparo de una sociedad secreta conocida como «Six Pax», convertirse en agente secreta de hacienda en una historia que no da un momento de tregua al lector.

Homenajes post-mortem

Por supuesto, no pilotó para la mafia ni se enfrentó pistola en mano a asesinos del Ku Klux Klan, pero fue una mujer de bandera, adelantada a su tiempo, una pionera, de la que tenemos mucho que aprender. A pesar de sus orígenes en un país fuertemente polarizado (y que hoy lo está más que nunca) Bessie Coleman acabaría por convertirse en leyenda: en 1927 se inauguraron numerosos aeroclubes con su nombre por todo el país de las barras y estrellas y su nombre también comenzó a aparecer en los edificios de Harlem, todo un símbolo de emancipación y empoderamiento.

En 1989, la Sociedad First Flight la incluyó en su altar que homenajea a personas y grupos pioneros en algún campo del desarrollo de la aviación y una sala de conferencias de la Administración Federal de Aviación, con sede en Washington DC., lleva su nombre. En 1992 se proclamó el 2 de mayo como el «Día de Bessie Coleman en Chicago». El mejor recuerdo a su memoria lo recogió la médica y antigua astronauta de la NASA Mae  Jemison (también de origen afroamericano) en su libro Queen Bess: Daredevil Aviator, publicado en 1993: «Señalo a Bessie Coleman y digo sin dudar que fue una mujer, un ser, que ejemplifica y sirve como modelo para toda la humanidad: fue la definición exacta de la fortaleza, la dignidad, el coraje, la integridad y la belleza. Parece un buen día para volar».

He aquí el link para adquirir esta cautivadora novela gráfica en la web de la editorial:

https://www.normaeditorial.com/ficha/comic-europeo/black-squaw

El Gran Reemplazo: la última falacia cibernética (II)

Vivimos tiempos de crisis económicas endémicas, globalización e incertidumbre social que ha aumentado con la pandemia, generando una polarización de la sociedad que también vemos en España. Con la migración masiva en el punto de mira y un éxodo de migrantes que ha aumentado exponencialmente tras la invasión rusa de Ucrania, algunos grupos vinculados a la extrema derecha extienden en RRSS la teoría conspirativa de «El Gran Reemplazo»: los occidentales blancos estarían siendo sustituidos por la multiculturalidad en un genocidio largamente encubierto. Una postura que han defendido algunos de los seguidores más radicales de Donald Trump, pero que encuentra eco también en Europa, donde precisamente nació. Tras los últimos tiroteos masivos en EEUU, esta conspiranoia vuelve a estar en primera línea de actualidad.

Por Óscar Herradón ©

En dos días se han perpetrado nuevos tiroteos masivos en EEUU y sus responsables parecen pertenecer a esta ola de seguidores de la llamada teoría conspirativa de «El Gran Reemplazo», sin duda muy peligrosa y una suerte de adaptación moderna de viejas conspiranoias como la mantenida en Los Protocolos de los Sabios de Sión, según la cual los judíos fueron los responsables del colapso del cristianismo occidental y que sería libro de cabecera de los nazis, que ahora también recuperan los seguidores de QAnon y otros extremistas.

Tan solo unas horas después del tiroteo en Búfalo, en el supermercado Tops, que dejó 10 muertos, en el salón de eventos de la iglesia presbiteriana de Laguna Woods, a 80 kilómetros al sureste de Los Ángeles, un grupo de fieles taiwaneses celebraba el regreso de un pastor muy querido cuando irrumpió en el lugar David Chou, un individuo de origen asiático y 68 años de edad que, tras confundirse con los feligreses, sacó dos armas de nueve milímetros y comenzó a disparar. Impidió una masacre el médico de familia y vecino de Laguna Woods, John Cheng, de 52 años, que sin pensárselo dos veces se abalanzó sobre el tirador tras haber realizado el primer disparo. En ese momento, el médico recibió un primer impacto de bala y la pistola del lobo solitario se atascó cuando éste intentaba rematarlo. El doctor perdía la vida poco después.

John Cheng evitó una masacre

El valiente acto de aquel ciudadano que había acompañado a su anciana madre al evento, sirvió para que el resto de la congregación pudiera reducir al agresor: el pastor le golpeó en la cabeza con una silla y otros feligreses lo ataron de las extremidades con un cable, hasta que llegó la policía poco después. La idea, frustrada, era cometer una matanza, la enésima en territorio estadounidense en los últimos años y la segunda en apenas dos días: Chon había cerrado por dentro las puertas de la iglesia con cadenas y puso pegamento en las cerraduras para evitar que alguien saliera.

Al parecer, según declaró el sheriff del condado de Orange, Don Barnes, «el sospechoso estaba molesto por las tensiones entre China y Taiwán». Guardia de seguridad que radicaba en Las Vegas, el pasado sábado Chon condujo cuatro horas y media desde Nevada hasta la pequeña comunidad para causar el mayor daño posible, en un viaje premeditado por varios estados en lo que ya parece un lugar común de estos personajes frustrados.

Taiwán

En las evidencias halladas en su teléfono móvil (que aún sigue analizando el FBI), y en notas en su vehículo, se desprende que el atacante, que nació en China, emigró «hace varios años a Estados Unidos», donde obtuvo la ciudadanía. Al parecer, Chon, que vivió en Taiwán, no fue «bien recibido» allí y ello despertó su odio hacia la comunidad. La policía recuperó del templo dos bolsas: una cargada de municiones para sus dos pistolas (compradas legalmente en 2015 y 2017 respectivamente, uno de los grandes problemas de la nación, la venta de armas) y otra con cuatro bombas tipo molotov. Según el sheriff citado: «Este fue un incidente aislado donde el sujeto actuó solo, pero es un acto de odio contra la comunidad taiwanesa».

En este caso el tirador era también de origen asiático, pero desde el inicio de la pandemia los delitos de odio contra la comunidad asiática en EEUU han aumentado considerablemente. No han ayudado a calmar las aguas, sin duda, declaraciones como las de Donald Trump tildando el Covid de «virus chino», una calificación que tuvo réplica en nuestro país por parte de algún partido político. Un informe publicado a principios de 2022 y elaborado por la Universidad del Estado de California en San Bernardino, indica que estos ataques crecieron entre 2020 y 2021 un 339%, siendo los asiáticos los segundos más afectados detrás de los afroamericanos en medio de un contexto en el que, según señala el diario El País, los incidentes racistas han crecido a nivel nacional un 11%.

El Gran Reemplazo, detonante de la masacre de Búfalo

La masacre del día anterior se saldó con un número mucho más trágico de víctimas: al menos diez personas muertas y otras tres heridas, en su mayoría negros, durante un tiroteo perpetrado por un joven blanco en un supermercado de la localidad estadounidense de Buffalo (Nueva York). El atacante viajó varias horas hasta llegar al supermercado «Tops», hacia las 14.30 hora local. Según declaró el comisionado de policía del condado, Joseph Gramaglia, cuando salió del vehículo «estaba fuertemente armado con equipo táctico. Llevaba puesto un casco militar y una cámara que estaba trasmitiendo en directo lo que estaba haciendo».

El tirador, que tras apuntarse al cuello con su arma al verse rodeado, terminó por rendirse ante la policía, era el joven supremacista blanco de 18 años Payton S. Gendron, creyente en la teoría conspirativa de el gran reemplazo. Provisto de un rifle de asalto y dos armas y equipamiento militar, entró decidido al establecimiento. La plataforma de vídeo Twitch, perteneciente a Amazon, cortó la retransmisión en directo del tiroteo a los dos minutos de iniciarse. Cuatro de los muertos cayeron en el parking, el resto dentro del supermercado, donde quedó una escena dantesca con cuerpos por todos los pasillos.

Logo de 4Chan

En mayo de 2020, Gendron, cansado de los confinamientos por la pandemia, empezó a frecuentar foros como 4Chan (clave en la difusión de los primeros mensajes del enigmático «ciudadano Q», como cuento en La Gran Conspiración de QAnon), donde tuvo conocimiento de la teoría conspirativa del genocidio blanco. Según relató en un manifiesto de 180 páginas que colgó en Internet, un procedimiento ya habitual de estos «lobos solitarios» racistas y profundamente frustrados, y cuyos detalles divulgó el rotativo The New York Times, Gendron se preparó para el ataque durante años, comprando municiones y equipamiento y practicando tiro con frecuencia.

El escrito es un detallado plan para matar al mayor número posible de negros en la ciudad con más población afroamericana de su Estado, un relato pormenorizado sobre dónde aparcar, dónde comer antes de perpetrar la masacre, cómo recorrer con eficacia y la mayor rapidez posible todos los pasillos del supermercado y rematar, si podía, «a cada negro con un tiro en el pecho». Todo muy similar a masacres anteriores como las que tuvieron lugar en 2019 en El Paso y en Nueva Zelanda, o en Las Vegas en 2017. De hecho, en su declaración de intenciones subida a la red de redes, Gendron señaló una especial conexión con el supremacista australiano Brenton Tarrant: «El que más me radicalizó».

El gran reemplazo es una teoría que lleva años asentada entre los grupos de ultraderecha pero que se ha hecho popular al otro lado del charco gracias a «telepredicadores» como el populista Tucker Carlson, comentarista de Fox News, y algunos políticos republicanos, así como por conspiracionistas como Alex Jones, que comandaba InfoWars. Gendron ya había dado un aviso de su comportamiento perturbado: en 2021 fue detenido por la policía tras proferir «amenazas generalizadas» contra su instituto. Por ello, y siendo menor, fue derivado a un hospital donde se le sometió a una evaluación psiquiátrica, se ve que sin mucho acierto pues día y medio después fue dado de alta y la policía dejó de seguirle la pista. Un error fatal en un país en el que en 2022 se ha vivido una auténtica epidemia de tiroteos masivos: hasta 107 en abril, antes de los últimos atentados.

El precedente de Christchurch (Nueva Zelanda)

El mediodía del 15 de marzo de 2019 se produjo un tiroteo masivo en la mezquita Al Noor y el Centro Islámico Lindwood en la localidad neozelandesa de Christchurch. Tras los ataques fue detenido el australiano Brenton Tarrant, vinculado a la extrema derecha. 51 muertos tras el asalto a dos mezquitas de la zona que el tirador difundió en directo a través de Facebook Live. Ataviado con ropa negra de asalto y fusiles automáticos, disparó contra todo lo que se movía un viernes, el día del rezo entre los musulmanes. El atacante llevaba escritos en las armas numerosos nombres que hacían referencia a la lucha histórica contra los musulmanes, entre ellos el de nuestro patrio Don Pelayo, paladín de la Reconquista. Lo emuló el pasado sábado 14 de mayo Payton S. Gendron en el tiroteo de Búfalo: en su rifle se podía leer, en letras blancas, palabras como «nigger» («negrata»), y nombres de sus «héroes» supremacistas como John Earnest (que realizó un tiroteo en una sinagoga en 2019), con un tachón y una corrección, y el neonazi noruego Anders Breivik.

Antes, Tarrant difundió un manifiesto en RRSS de 74 páginas titulado «El Gran Intercambio» (El Gran Reemplazo – Hacia una nueva sociedad), donde se refería a los preocupantes problemas ambientales y al cambio climático. Se definía así: «Soy un eco-fascista etnonacionalista», un confuso conglomerado de teorías raciales y ambientales donde afirmaba (aunque decía no pertenecer a ninguna organización en particular) que quería despertar el miedo entre los musulmanes radicales e hizo alusión al llamado Plan Kalergi, antecesor de la teoría conspirativa del genocidio blanco según el cual se está trabajando en un «gran intercambio» de la población blanca en Europa hacia una «población musulmana», vertiendo en RRSS y plataformas como Reddit o 8Chan (canales de comunicación favoritos de los seguidores de QAnon), comentarios despectivos contra la religión islámica y los inmigrantes musulmanes que llegan al país; además, definía a la entonces canciller alemana, Angela Merkel, como la madre de todos los acontecimientos «anti-blancos y anti-germánicos».

Describió además a los musulmanes radicales como un peligro que debía ser eliminado y como «los mayores enemigos de los valores occidentales». También señalaba que obtuvo una gran inspiración (uno inspira a uno, el uno al otro…) de Anders Breivik, que asesinó a 77 personas en una isla noruega en 2011, y que, al igual que Tarrant, citó la «defensa contra los intrusos» como el motivo central de su acción asesina.