El significado oculto de la decapitación ritual (II)

Desde la más remota antigüedad, el hombre ha decapitado a sus congéneres por diversas razones –enfrentamientos bélicos, venganzas, humillación…–, pero muchas se debían a un significado oculto y místico que los antropólogos han tardado siglos en descifrar. De la prehistoria a los celtas, de los vikingos a los romanos, pasando por la Revolución Francesa o los jíbaros de la Amazonía, la decapitación ritual ha estado presente en la historio de la humanidad. Ahora que la editorial Hermenaute publica un documentado ensayo sobre este punto, recordamos a los «cortadores de cabezas» que han dado los siglos en «Dentro del Pandemónium».

Por Óscar Herradón ©

Diodoro de Sicilia

Los celtas serán los más vinculados, en los trabajos académicos de mediados del siglo XIX, con el ritual de amputar cabezas, basándose en textos clásicos que han corroborado diversas excavaciones arqueológicas, una práctica que diversos autores atribuyen a la influencia de las tribus celtas de la Europa oriental, que habrían tomado de los escitas. Diodoro de Sicilia cuenta que cuando sus enemigos eran vencidos les cortaban la cabeza y las colgaban de los cuellos de sus caballos: «Luego, las clavan en sus casas y embalsaman con aceite de cedro las cabezas de los enemigos más ilustres y las guardan cuidadosamente en cajas», que después «muestran a los extranjeros vanagloriándose de no haber aceptado un peso en oro equivalente al de la testa a cambio de ésta, constituyendo el no vender la prueba del propio valor una muestra de nobleza».

Una muestra de esta práctica se encuentra en la acrópolis gala de Roquepertuse, antiguo centro religioso de este pueblo. Localizada cerca de Velaux, al norte de Marsella, fue destruido por las legiones romanas en el año 124 a.C. y descubierto por casualidad en 1860. Los investigadores han determinado que era un santuario utilizado exclusivamente por los sacerdotes (druidas) y sus familias. El sitio es célebre precisamente porque es una evidencia del culto celta a las «cosechas de cabezas» descrito en los citados relatos griegos y romanos. Impresiona, por ejemplo, el llamado «Pórtico de las Calaveras», con huecos en los que se incrustaban las testas de los enemigos.

El impresionante pórtico con los huecos para introducir las cabezas cercenadas

De acuerdo a las creencias celtas, guardar la cabeza del enemigo vencido implicaba poseer su espíritu. Así, no solo se impedía al alma proseguir su camino al más allá, sino que se obligaba a ésta a proteger a su nuevo portador, en una suerte de magia por contacto en la que se pasaba a éste el coraje y el valor del soldado caído. No obstante, aunque las cabezas que lucían en las casas, recintos sagrados y otras zonas de los poblados solían ser de sus adversarios, en ocasiones pertenecían a los antepasados de la aldea. Así, los vivos velaban el alma de los familiares muertos.

Dacios

Las decapitaciones y su culto constituían un elemento fundamental en la formación del espíritu céltico. De hecho, en algunos lugares se ha constatado que los jóvenes debían realizar, como prueba iniciática final de su paso a la madurez, salir de «cosecha», regresando con la consiguiente testa que les permitiera ingresar como miembros de pleno derecho en el estrato social de la casta guerrera dominante.

La arqueóloga galesa Anne Ross, experta en mitología celta, afirmaba que el culto a la cabeza humana constituía un tema recurrente en todos los aspectos de la vida espiritual y diaria de los celtas en las Islas Británicas, dado su convencimiento de que la cabeza era la sede del alma. De hecho, numerosos relatos de la cosmovisión céltica incluyen ejemplos de cabezas que hablan e incluso cantan, y también de algunas testas capaces de realizar profecías. 

También los druidas utilizaban cabezas para sus propios fines mágicos, extrayendo de ellas –creían– el medio para incrementar su poder. De hecho, el carácter espiritual de las cabezas cercenadas no pasó desapercibido a los monjes cristianos encargados de acabar con el paganismo en amplios territorios europeos, y no dudaron en incluirlas en la decoración de los nuevos templos para facilitar así la conversión a la nueva fe.

En relación con los celtas de las Islas Británicas, se han hallado evidencias de que las «cosechas» de cabezas estaban relacionadas con ritos de iniciación, prácticas que se remontan mucho más atrás. Excavaciones en distintos dólmenes irlandés erigidos hace entre 3.000 y 4.000 años sacaron a la luz restos humanos dispuestos junto a varios ofrendas votivas, todo ello en el marco de un enterramiento de corte intencionadamente mágico.

Veni, vidi, vici

Aunque los historiadores romanos se cebaron con aquellos pueblos que llamaban «bárbaros» y sus salvajes costumbres, lo cierto es que en las últimas décadas la historiografía ha destapado que también los padres de la civilización europea realizaron prácticas del estilo. Algo que defendía hace pocos años la doctora Alison Taylor, miembro del Institute of Field Archaeologists en la Escuela Británica de Roma: que los civilizados romanos decapitaban a sus prisioneros y ofrecían las testas a sus dioses cada vez que se hallaban ante algún peligro, en la creencia de que tales sacrificios humanos y ceremonial posterior ponían a la divinidad de su parte, algo que recuerda –y mucho– a las prácticas que siglos después llevarían a cabo aztecas y mayas, y cuyo uso se puede rastrear en distintos lugares del planeta hasta el mismo Neolítico.

Tal aseveración partía del hallazgo, en diferentes yacimientos británicos, de cuerpos salvajemente torturados, desmembrados y decapitados. Es el caso de un yacimiento en Walbrook, un arroyo cercano al Támesis, donde se halló un enterramiento en el que al menos seis personas fueron decapitadas y sus cabezas presentadas como ofrendas a la divinidad, o la aparición de huesos humanos en zanjas próximas a templos y en pozos rituales. Hasta ahora se atribuían a prácticas ceremoniales de los druidas celtas, pero los últimos restos han sido fechados en el siglo II de nuestra era, lo que parece indicar que los autores de tales hechos de marcado carácter religioso fueron legionarios romanos. Ahora se está tratando de discernir si era una práctica habitual –que cayó en el olvido por el paso de los siglos– o por el contrario episodios esporádicos de decapitación ritual.

Aunque los romanos llevaron a cabo acciones brutales contra sus enemigos, no menos sanguinarias que la de aquellos a los que llamaban bárbaros y pretendían subyugar, no era habitual entre ellos el sacrificio humano, que supuestamente detestaban. Sin embargo, además de decapitaciones rituales, se han encontrado vestigios también de este tipo de prácticas para agradar a las divinidades del panteón pagano. Además, utilizaban la decapitación como sistema punitivo «compasivo», reservado a los ciudadanos romanos de primera clase y a los soldados, cuya veneración les llevaba, incluso, a momificarlas para adorarlas.

Distinto fue el caso de la antigua Grecia, de la que bebieron casi todo los romanos. La obsesión de los griegos por la integridad física humana les hizo considerar la decapitación cual acto infame y abominable, como demuestra el mito griego de la Medusa, que ni siquiera decapitada dejaba de ser poderosa y aterradora. No obstante, al igual que en Roma, era el castigo reservado para los nobles, como más tarde sucedería en las monarquías europeas. 

También los íberos…

Francisco Gracia Alonso realiza un minucioso y documentadísimo recorrido por la práctica de la decapitación ritual en su libro Cabezas Cortadas, editado por Desperta Ferro. En el capítulo dedicado a los íberos rescata las palabras de Diodoro de Sicilia, quien relata cómo los mercenarios íberos al servicio de los cartagineses, tras la batalla, se empleaban a fondo en seccionar las cabezas y las manos de sus enemigos caídos en combate. Estos trofeos los colgaron del extremo de sus jabalinas y estacas y también se los ataron alrededor de la cintura para proceder a la orgía de sangre que siguió a la caída de la urbe.

Afirma el citado autor que «en todo el territorio de la cultura ibérica existía una unidad de ritual respecto a la muerte, centrada en la diferenciación social, basada en el tipo de estructura funeraria en la que serían dispuestos los restos del difunto tras su conclusión…».

Precisamente, este tipo singular de culto entre los íberos protagonizó una exposición en 2019 del Museo Arqueológico Nacional, Cabezas cortadas. Símbolos de poder, que se centraba en los descubrimientos realizados en el poblado íbero de Ullastret (Girona) en el año 2012. Según Carmen Rovira, del Museo de Arqueología de Cataluña, los humanos de la Edad de Hierro (etapa que comenzó en el primer milenio antes de nuestra era), guardaban las cabezas cortadas de sus coetáneos por dos razones: bien para mantener próxima «la esencia de la persona» fallecida junto a ellos, o bien para «mostrar su poder» frente a los enemigos derrotados.

Ullastret

Una de las piezas más espectaculares del museo es el cráneo de un joven íbero de entre 16 y 18 años atravesado por un clavo de 23 cm de arriba abajo, y que nunca había entrado en batalla, pues su calavera carecía de heridas o muescas, lo que evidencia un carácter ritual en el tratamiento (precisamente, la imagen elegida para la portada de la reedición del ensayo de Desperta Ferro). Tras decapitarlo, su cabeza fue metida en una bolsa, atada al caballo de su vencedor y transportada hasta la citada Ullastret, la ciudad íbera más grande que se conoce, capital de los indigetes.

La cabeza fue insertada en la fachada de la vivienda de un noble, junto con su espada de hierro –conocida como falcata– para que el dueño mostrase su poder ante el resto de vecinos. El proceso denota una terrible crueldad: según avanzó Jusèp M. Boya i Busquet, director del MAC, al diario El País: «antes de colgar el cráneo, los íberos extraían las vísceras al decapitado mediante incisiones con cuchillos en las partes frontal y lateral, siempre que el cráneo estuviese ‘fresco’, pues pasados muchos días desde el fallecimiento se podían fracturar los huesos al introducirle el clavo para colgarlo en la pared».

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

Además del citado trabajo de Francisco Gracia Alonso para Desperta Ferro, Cabezas cortadas y cadáveres ultrajados, que ya cuenta con varias reediciones, recomendamos el libro Decapitación. Iconos y leyendas, que ha editado recientemente (y con mimo) Hermenaute.

Este sugerente ensayo aborda cómo se ha tratado la iconografía de la decapitación en el arte, los mitos y las costumbres de distintas civilizaciones, centrándose principalmente en Occidente y el Nuevo Mundo. Un libro que busca (y lo consigue con creces) una aproximación al impacto de la cabeza trofeo en su sentido más antropológico, extenso y, desde luego, legendario, en la línea de lo que tratamos en este post.

Una crónica historiográfica y geográfica apasionante que analiza el acto del descabezamiento como una poderosa materia de ficción en la cultura popular, pues está presente en las vidas de santos y mártires, en las cacerías salvajes, en la mitología celta y romana, entre los blemios o blemitas (un antiguo pueblo que habitó la región de la Baja Nubia y que adquirirían una importante presencia en distintos mitos medievales) o, en el plano literario, el mito del dullahan irlandés que daría origen al famoso «jinete sin cabeza» de Sleepy Hollow que inmortalizó Washington Irving y llevó a la gran pantalla el visionario Tim Burton.

Su autor es el escritor, guionista y analista cinematográfico Lluís Rueda, precisamente director de esta pequeña gran editorial que es Hermenaute y que cualquier apasionado de los mitos, el cine o el terror –como lo es un servidor– no puede dejar de seguir. Un hermoso volumen (no por pequeño poco exhaustivo), ilustrado por Miki Edge, quien tras 10 años en el mundo de la publicidad y la tecnología cibernética decidió dedicarse casi en exclusiva a su gran pasión: el diseño de cartelería de cine, un pequeño –y a su vez valiente y arriesgado– tributo a los que crecimos haciendo cola entre carteles y fotocromos y éramos carne de videoclub.

Los visigodos (Almuzara)

La decapitación también tenía un fuerte componente simbólico en el marco de la política. Desde época visigoda, los rebeldes y traidores al rey eran candidatos a ser decapitados. Por ejemplo, el rey visigodo Leovigildo mandó decapitar a su vástago Hermenegildo por desobediencia en el año 585. También, el usurpador hispanorromano Pedro (Petrus), que vivió a comienzos del siglo V y es mencionado en dos fuente menores, la Consularia Caesaraugustana y el Victoris Tunnunnensis Chronicon, fue arrestado y decapitado en el año 506 tras rebelarse contra los gobiernos visigodos de Hispania. Su cabeza, a modo de trofeo, fue enviada a Caesaraugusta (nombre romano de Zaragoza).

Para una visión global del reino visigodo en la Península Ibérica, nada mejor que acercarnos a las páginas de Los Visigodos. Historia y arqueología de la Hispania visigoda, editado con mimo por Almuzara, obra del incansable viajero Luis del Rey Schnitzler , autor de éxitos como su Guía Arqueológica de la Península Ibérica y Rutas históricas de la Península Ibérica. El pueblo nómada que protagoniza el ensayo, curtido no solo en batallas sino en las vicisitudes de la vida, escribieron gran parte de nuestra historia, estando presentes en estas tierras durante un periodo que abarca casi tres siglos.

Las crónicas nos hablan de sus elites gobernantes como hombres audaces, pero también citan sus rudas costumbres, su codicia, su ambición y diversas traiciones que conducirían finalmente al ocaso de su otrora esplendoroso reino. De Alarico I, fundador de la dinastía visigótica a don Rodrigo, el último de sus monarcas, muerto en 711 en lo que es todavía un misterio histórico, pasando por las gestas de Leovigildo, Recaredo, Recesvinto o Witiza.

Historia, arqueología e introspección se combinan en este documentado y ameno trabajo que profundiza en los mensajes que nos transmiten los variados objetos que nos legó este fascinante pueblo y los relatos de cuantos vivieron, interpretaron y sintieron de cerca los acontecimientos.

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El Gran Reemplazo: la última falacia cibernética (II)

Vivimos tiempos de crisis económicas endémicas, globalización e incertidumbre social que ha aumentado con la pandemia, generando una polarización de la sociedad que también vemos en España. Con la migración masiva en el punto de mira y un éxodo de migrantes que ha aumentado exponencialmente tras la invasión rusa de Ucrania, algunos grupos vinculados a la extrema derecha extienden en RRSS la teoría conspirativa de «El Gran Reemplazo»: los occidentales blancos estarían siendo sustituidos por la multiculturalidad en un genocidio largamente encubierto. Una postura que han defendido algunos de los seguidores más radicales de Donald Trump, pero que encuentra eco también en Europa, donde precisamente nació. Tras los últimos tiroteos masivos en EEUU, esta conspiranoia vuelve a estar en primera línea de actualidad.

Por Óscar Herradón ©

En dos días se han perpetrado nuevos tiroteos masivos en EEUU y sus responsables parecen pertenecer a esta ola de seguidores de la llamada teoría conspirativa de «El Gran Reemplazo», sin duda muy peligrosa y una suerte de adaptación moderna de viejas conspiranoias como la mantenida en Los Protocolos de los Sabios de Sión, según la cual los judíos fueron los responsables del colapso del cristianismo occidental y que sería libro de cabecera de los nazis, que ahora también recuperan los seguidores de QAnon y otros extremistas.

Tan solo unas horas después del tiroteo en Búfalo, en el supermercado Tops, que dejó 10 muertos, en el salón de eventos de la iglesia presbiteriana de Laguna Woods, a 80 kilómetros al sureste de Los Ángeles, un grupo de fieles taiwaneses celebraba el regreso de un pastor muy querido cuando irrumpió en el lugar David Chou, un individuo de origen asiático y 68 años de edad que, tras confundirse con los feligreses, sacó dos armas de nueve milímetros y comenzó a disparar. Impidió una masacre el médico de familia y vecino de Laguna Woods, John Cheng, de 52 años, que sin pensárselo dos veces se abalanzó sobre el tirador tras haber realizado el primer disparo. En ese momento, el médico recibió un primer impacto de bala y la pistola del lobo solitario se atascó cuando éste intentaba rematarlo. El doctor perdía la vida poco después.

John Cheng evitó una masacre

El valiente acto de aquel ciudadano que había acompañado a su anciana madre al evento, sirvió para que el resto de la congregación pudiera reducir al agresor: el pastor le golpeó en la cabeza con una silla y otros feligreses lo ataron de las extremidades con un cable, hasta que llegó la policía poco después. La idea, frustrada, era cometer una matanza, la enésima en territorio estadounidense en los últimos años y la segunda en apenas dos días: Chon había cerrado por dentro las puertas de la iglesia con cadenas y puso pegamento en las cerraduras para evitar que alguien saliera.

Al parecer, según declaró el sheriff del condado de Orange, Don Barnes, «el sospechoso estaba molesto por las tensiones entre China y Taiwán». Guardia de seguridad que radicaba en Las Vegas, el pasado sábado Chon condujo cuatro horas y media desde Nevada hasta la pequeña comunidad para causar el mayor daño posible, en un viaje premeditado por varios estados en lo que ya parece un lugar común de estos personajes frustrados.

Taiwán

En las evidencias halladas en su teléfono móvil (que aún sigue analizando el FBI), y en notas en su vehículo, se desprende que el atacante, que nació en China, emigró «hace varios años a Estados Unidos», donde obtuvo la ciudadanía. Al parecer, Chon, que vivió en Taiwán, no fue «bien recibido» allí y ello despertó su odio hacia la comunidad. La policía recuperó del templo dos bolsas: una cargada de municiones para sus dos pistolas (compradas legalmente en 2015 y 2017 respectivamente, uno de los grandes problemas de la nación, la venta de armas) y otra con cuatro bombas tipo molotov. Según el sheriff citado: «Este fue un incidente aislado donde el sujeto actuó solo, pero es un acto de odio contra la comunidad taiwanesa».

En este caso el tirador era también de origen asiático, pero desde el inicio de la pandemia los delitos de odio contra la comunidad asiática en EEUU han aumentado considerablemente. No han ayudado a calmar las aguas, sin duda, declaraciones como las de Donald Trump tildando el Covid de «virus chino», una calificación que tuvo réplica en nuestro país por parte de algún partido político. Un informe publicado a principios de 2022 y elaborado por la Universidad del Estado de California en San Bernardino, indica que estos ataques crecieron entre 2020 y 2021 un 339%, siendo los asiáticos los segundos más afectados detrás de los afroamericanos en medio de un contexto en el que, según señala el diario El País, los incidentes racistas han crecido a nivel nacional un 11%.

El Gran Reemplazo, detonante de la masacre de Búfalo

La masacre del día anterior se saldó con un número mucho más trágico de víctimas: al menos diez personas muertas y otras tres heridas, en su mayoría negros, durante un tiroteo perpetrado por un joven blanco en un supermercado de la localidad estadounidense de Buffalo (Nueva York). El atacante viajó varias horas hasta llegar al supermercado «Tops», hacia las 14.30 hora local. Según declaró el comisionado de policía del condado, Joseph Gramaglia, cuando salió del vehículo «estaba fuertemente armado con equipo táctico. Llevaba puesto un casco militar y una cámara que estaba trasmitiendo en directo lo que estaba haciendo».

El tirador, que tras apuntarse al cuello con su arma al verse rodeado, terminó por rendirse ante la policía, era el joven supremacista blanco de 18 años Payton S. Gendron, creyente en la teoría conspirativa de el gran reemplazo. Provisto de un rifle de asalto y dos armas y equipamiento militar, entró decidido al establecimiento. La plataforma de vídeo Twitch, perteneciente a Amazon, cortó la retransmisión en directo del tiroteo a los dos minutos de iniciarse. Cuatro de los muertos cayeron en el parking, el resto dentro del supermercado, donde quedó una escena dantesca con cuerpos por todos los pasillos.

Logo de 4Chan

En mayo de 2020, Gendron, cansado de los confinamientos por la pandemia, empezó a frecuentar foros como 4Chan (clave en la difusión de los primeros mensajes del enigmático «ciudadano Q», como cuento en La Gran Conspiración de QAnon), donde tuvo conocimiento de la teoría conspirativa del genocidio blanco. Según relató en un manifiesto de 180 páginas que colgó en Internet, un procedimiento ya habitual de estos «lobos solitarios» racistas y profundamente frustrados, y cuyos detalles divulgó el rotativo The New York Times, Gendron se preparó para el ataque durante años, comprando municiones y equipamiento y practicando tiro con frecuencia.

El escrito es un detallado plan para matar al mayor número posible de negros en la ciudad con más población afroamericana de su Estado, un relato pormenorizado sobre dónde aparcar, dónde comer antes de perpetrar la masacre, cómo recorrer con eficacia y la mayor rapidez posible todos los pasillos del supermercado y rematar, si podía, «a cada negro con un tiro en el pecho». Todo muy similar a masacres anteriores como las que tuvieron lugar en 2019 en El Paso y en Nueva Zelanda, o en Las Vegas en 2017. De hecho, en su declaración de intenciones subida a la red de redes, Gendron señaló una especial conexión con el supremacista australiano Brenton Tarrant: «El que más me radicalizó».

El gran reemplazo es una teoría que lleva años asentada entre los grupos de ultraderecha pero que se ha hecho popular al otro lado del charco gracias a «telepredicadores» como el populista Tucker Carlson, comentarista de Fox News, y algunos políticos republicanos, así como por conspiracionistas como Alex Jones, que comandaba InfoWars. Gendron ya había dado un aviso de su comportamiento perturbado: en 2021 fue detenido por la policía tras proferir «amenazas generalizadas» contra su instituto. Por ello, y siendo menor, fue derivado a un hospital donde se le sometió a una evaluación psiquiátrica, se ve que sin mucho acierto pues día y medio después fue dado de alta y la policía dejó de seguirle la pista. Un error fatal en un país en el que en 2022 se ha vivido una auténtica epidemia de tiroteos masivos: hasta 107 en abril, antes de los últimos atentados.

El precedente de Christchurch (Nueva Zelanda)

El mediodía del 15 de marzo de 2019 se produjo un tiroteo masivo en la mezquita Al Noor y el Centro Islámico Lindwood en la localidad neozelandesa de Christchurch. Tras los ataques fue detenido el australiano Brenton Tarrant, vinculado a la extrema derecha. 51 muertos tras el asalto a dos mezquitas de la zona que el tirador difundió en directo a través de Facebook Live. Ataviado con ropa negra de asalto y fusiles automáticos, disparó contra todo lo que se movía un viernes, el día del rezo entre los musulmanes. El atacante llevaba escritos en las armas numerosos nombres que hacían referencia a la lucha histórica contra los musulmanes, entre ellos el de nuestro patrio Don Pelayo, paladín de la Reconquista. Lo emuló el pasado sábado 14 de mayo Payton S. Gendron en el tiroteo de Búfalo: en su rifle se podía leer, en letras blancas, palabras como «nigger» («negrata»), y nombres de sus «héroes» supremacistas como John Earnest (que realizó un tiroteo en una sinagoga en 2019), con un tachón y una corrección, y el neonazi noruego Anders Breivik.

Antes, Tarrant difundió un manifiesto en RRSS de 74 páginas titulado «El Gran Intercambio» (El Gran Reemplazo – Hacia una nueva sociedad), donde se refería a los preocupantes problemas ambientales y al cambio climático. Se definía así: «Soy un eco-fascista etnonacionalista», un confuso conglomerado de teorías raciales y ambientales donde afirmaba (aunque decía no pertenecer a ninguna organización en particular) que quería despertar el miedo entre los musulmanes radicales e hizo alusión al llamado Plan Kalergi, antecesor de la teoría conspirativa del genocidio blanco según el cual se está trabajando en un «gran intercambio» de la población blanca en Europa hacia una «población musulmana», vertiendo en RRSS y plataformas como Reddit o 8Chan (canales de comunicación favoritos de los seguidores de QAnon), comentarios despectivos contra la religión islámica y los inmigrantes musulmanes que llegan al país; además, definía a la entonces canciller alemana, Angela Merkel, como la madre de todos los acontecimientos «anti-blancos y anti-germánicos».

Describió además a los musulmanes radicales como un peligro que debía ser eliminado y como «los mayores enemigos de los valores occidentales». También señalaba que obtuvo una gran inspiración (uno inspira a uno, el uno al otro…) de Anders Breivik, que asesinó a 77 personas en una isla noruega en 2011, y que, al igual que Tarrant, citó la «defensa contra los intrusos» como el motivo central de su acción asesina.

La noche de Halloween… cuatro décadas de sobresaltos

Fue la cinta que catapultó al éxito a su director, John Carpenter, y prácticamente creó e impulsó el slasher, un género que arrasó en los ochenta y que continúa a día de hoy en lo más alto del ranking de la serie B (e incluso de ciertas producciones multimillonarias). En plena resaca de la noche de Halloween, algunos con el maquillaje a medio quitar tras un festejo que se hizo esperar tras el obligado parón de la pandemia, un libro publicado por Applehead Team rememora y homenajea tan emblemático título (y sus múltiples secuelas).

Con el estreno de Halloween Kills, protagonizado nuevamente por Jamie Lee Curtis en el papel de Laurie Strode, la saga cumple más de cuatro décadas paralizando al espectador en la butaca. O al menos intentándolo, pues unas entregas fueron brillantes, sobre todo la primera y en menor medida su secuela, y otras para olvidar o directamente borrar de la retina.

A remolque de La noche de Halloween surgirían otras sagas inmortales como Viernes 13 (1980) o Pesadilla en Elm Street (1984), aunque bien es cierto que las fundacionales –en esa nueva forma de abordar el género, se entiende– fueron La matanza de Texas (1974) o Las colinas tienen ojos (también del visionario Wes Craven, un año antes del estreno de Halloween, en 1977), momentos estelares del grito en la gran pantalla que convirtieron el arma blanca y la herramienta de trabajo (un cuchillo, un machete, unas cuchillas insertas en un guante a modo de garras o una motosierra) en algo mucho más temible (y brutal, por la cercanía entre víctima y victimario) que cualquier arma de fuego, por mucho retroceso que tuviese.

Las colinas tienen ojos, del señor Craven. Algo más que inquietante.

Nada mejor que la resaca del 1 de noviembre para revisitar la cinta de John Carpenter protagonizada por el veterano Donald Pleasance (como el doctor Loomis) y una jovencísima Jamie Lee Curtis como la canguro Laurie Strode, rol que ha continuado interpretando (con alguna excepción) durante más de cuarenta años hasta el día de hoy, cuando recupera al personaje, algo más canosa, claro, pero igual de vitaminada –y atormentada por la larga sombra de Myers–.

En relación con la máscara del serial-killer, su origen es cuanto menos extraño, o rarito más bien. Cuando el equipo de Carpenter estaba dando forma a la película, encontraron en una tienda una máscara del rostro del capitán Kirk de la serie televisiva Star Trek (interpretado por William Shatner), que se había sacado del molde del actor para el rodaje de la cinta The Devil’s Rain, realizada por Don Post Studios y que más tarde se comercializaría. Tommy Lee Wallace (que dirigiría la tercera entrega y que en la cinta original se encargaría del montaje con la asistencia del técnico Charles Bornstein y del propio Carpenter) modificó la máscara, agrandando el hueco de los ojos y pintándola totalmente de blanco.

Kelly

Descartaron así la máscara inspirada en el artista de circo Emmett Kelly, que fue su primera opción y que habría convertido a Myers en algo muy diferente, quizá en un rotundo fracaso de taquilla. Lo cuenta el propio Lee Wallace en el documental del año 2000 Halloween Unmasked; afirma que probaron ambas opciones con Nick Castle, el actor que contrataron para dar vida a Michael Myers: «Primero probamos la de Emmett Kelly. [Castle] salió del camerino y estuvimos de acuerdo en que era inquietante, extraño, raro, te hacía sentir incómodo. Entonces volvió al camerino y salió de nuevo con la otra máscara y un escalofrío nos recorrió el cuerpo a todos. Era aterrador, demente, enfermizo. Ahí supimos que la teníamos».

Debra Hill

Otro acierto fue el fichaje de Jamie Lee Curtis, cuando la primera opción de Carpenter era la actriz Anne Lockhart, hija de la protagonista de Lassie y que entonces estaba embarcada en la serie Galáctica. En la decisión de elegir a Jamie fue fundamental la opinión de la otra mitad del propio ser de John: su compañera sentimental y piedra angular de su carrera cinematográfica, Debra Hill, quien nos dejaba tempranamente, en 2005, a los 54 años, víctima de esa terrible e implacable enfermedad que es el cáncer. 

Hija de la estrella Tony Curtis, pesó más el hecho de que la madre de Jamie era la también actriz Janet Leigh y había sido precisamente la protagonista de una de las escenas más inquietantes –y claramente fundacionales– del séptimo arte: la de la ducha en Psicosis, del maestro indiscutible Alfred Hitchcock, cinta en la que nos detendremos en breve en «Dentro del Pandemónium» a raíz de la publicación de un fantástico libro publicado recientemente por Cult Books. Era un buen reclamo para atraer al público a las salas… Y acertaron de pleno. Gracias, claro, al buen hacer de Jamie Lee, que aunque se había dejado ver en varias series televisivas, se estrenaba con Halloween en la pantalla grande. Todo ello, y mucho más, unido a una banda sonora algo más que inquietante compuesta por el propio Carpenter (que no en vano ha sido definido como «el hombre orquesta», por las múltiples facetas desempeñadas en aquel rodaje), dieron en el clavo.

Respuesta unánime de crítica y público

A la repercusión de la película ayudó también el pase en la decimocuarta edición del Festival de Cine de Chicago, en noviembre de 1978, y la crítica positiva de Roger Ebert, quien solía repudiar las películas de terror sangrientas (y que por el contrario echaría pestes de su secuela, a la que tildó de puro splatter –«cine gore»–). Publicó su opinión en la edición del Chicago Sun Times en la significativa fecha del 31 de octubre de 1979: «La noche de Halloween es una experiencia visceral. No estamos viendo la película, nos está ocurriendo. Es escalofriante. Quizás no te gusten las películas que dan miedo de verdad. Entonces no veas esta. Viéndola, me recordó a la reseña favorable que le di hace años a La última casa a la izquierda, otro thriller realmente escalofriante». Considerando además al film de Carpenter como uno de los 10 mejores de 1978. Casi nada.

La última casa a la izquierda (1972), otro logro del señor Craven

Con un presupuesto inicial de 300.000 dólares, recaudó 70 millones en taquilla, lo que la convirtió en la película independiente más rentable hasta ese momento, lo que permitiría a Carpenter plasmar algunos de sus sueños en la gran pantalla y convertirse en uno de los grandes realizadores del género (y otros afines, como el sci-fi o el fantástico) durante décadas.

Todas estas curiosidades y muchísimas más (tantas que conforman un volumen de seiscientas páginas) podéis encontrarlas en un libro sensacional: Noches de Halloween. La saga de Michael Myers, publicado recientemente por Applehead Team en la colección que homenajea el legendario espacio televisivo «Noche de Lobos». Una obra monumental –y profusamente ilustrada– de mano del experto Octavio López Anjuán y prologado por PJ Soles (la actriz que interpreta el papel de Lynda van der Klok, con múltiples entrevistas a personas implicadas en las diferentes entregas, entre ellas el propio Carpenter, Nick Castle o Tommy Lee Wallace. He aquí el enlace para adquirir esta terrorífica guía de las noches de Halloween:

https://appleheadteam.com/producto/noches-de-halloween-la-saga-de-michael-myers/