Bowie: el prohombre de las estrellas

David Bowie moría el 10 de enero de 2016 en Nueva York, hace ahora siete años, muy lejos de su Brixton natal, apenas unos días después de lanzar al mercado su último disco de estudio, Blackstar, cuyo segundo single, «Lazarus», era presentado al mundo en un videoclip premonitorio con versos de aparente despedida: «mira aquí arriba, estoy en el cielo»; «no tengo nada más que perder» o «seré libre». Trabajando e innovando hasta el último aliento, dejó conmocionados a millones de fans, y al mundo de la Cultura con mayúscula (no solo musical). Ahora, numerosos libros en castellano recuerdan su inconmensurable legado.

Por Óscar Herradón ©

Pocos personajes de la segunda parte del siglo XX tuvieron su innata capacidad de innovación y reinvención. Icono de la moda, andrógino, provocador nato y músico genial e inclasificable, fue pionero (y podríamos decir que creador) de no pocos géneros, como el glam-rock, y a lo largo de sus casi 50 años de carrera –que se dice pronto– se metamorfoseó convirtiéndose en leyenda del pop y del rock a través de sus alter ego Ziggy Stardust, Aladdin Zane, Major Tom, Halloween Jack o el Delgado Duque Blanco; o simplemente siendo él mismo (o todos ellos juntos) como Bowie, David Bowie.

El comienzo nunca es sencillo

Llegar hasta allí no le fue ni mucho menos fácil. El talento es fundamental, pero también rodearse de los mejores (en producción, marketing –del que él mismo sería un genio durante décadas–, músicos de sesión, discográficas…) y una pizca de buena suerte. Cargado de inquietud creativa, David (Robert) Jones, que era su verdadero nombre, pasó por multitud de grupos en los años 60: The Konrads, The King Bees, The Manish Boys, The Lower Third o The Bluze, fue aprendiz de mimo con Lindsay Kemp y realizó incursiones en el teatro de vanguardia y en la Commedia dell Arte… Lo hizo en una década de grandes bandas tanto en Reino Unido como en Estados Unidos que Bowie escuchaba sin cesar, la misma década en la que sacaría su primer álbum ¡el mismo año que se lanzaba nada menos que el Sgt. Peppers and the Lonely Hearts Club Band de los Beatles!: 1967.

Tuvo un problema con su nombre artístico. Y es que cuando comenzó su andadura musical, aparecieron en la escena The Monkees, cuyo cantante se llamaba precisamente Davy Jones, y estaban gozando de notable éxito. Para no confundirlos, nuestro protagonista cambió su nombre a Tom Jones, que mantuvo durante un par de semanas hasta que el Tom Jones que todos conocemos publicó «It’s not unusual» alcanzando gran fama en Gran Bretaña y nuestro protagonista hubo de cambiarlo de nuevo. ¡menos mal! Pasó por David Cassidy (que coincidía con un actor de Hollywood, ídolo juvenil en los 70 muerto en 2017, apenas un año después que Bowie) y otro más hasta que dio con su verdadero nombre y así se lo comunicó a su entonces manager, Leslie Conn (al parecer, adoptó el mismo en honor a Jim Bowie, creador del cuchillo homónimo y héroe de El Álamo). ¿Os imagináis que Rolling Stone anuncia: «Acaba de lanzarse al mercado el álbum The rise and fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, de Tom Jones»… Uff!

Del escenario a la gran pantalla

Una de sus apoteosis musicales (pues tuvo varias en su dilatada carrera) fue como su álter ego Ziggy Stardust en el cierre de gira del concierto del Hammersmith Odeon londinense el 3 de julio de 1973. Era el día en que el camaleón musical ponía fin bruscamente –y sin previo aviso, como gustaba– a su guitarrista venido del espacio. Bowie nunca tuvo miedo al cambio, a la transformación, a la pura metamorfosis; fue un multifacético artista que hizo de mimo, fue cantante, compositor, instrumentista, pintor, escultor y actor con notables apariciones en la gran pantalla: de El hombre que cayó a la Tierra a Dentro del Laberinto, pasando por El Ansia, Feliz Navidad Mr. Lawrence, La última tentación de Cristo o Twin Peaks: Fuego camina conmigo. Un visionario que «predijo» hasta su propia muerte y de ello hizo una suerte de fatal performance en su último videoclip, como señalé al comienzo del post.

Realizó colaboraciones antológicas: escribió Fame junto a su admirado John Lennon, su primer número 1 en Estados Unidos; el guitarrista de The Who, Pete Towshend, tocó en varios temas de Bowie; con Queen el británico compuso Under Pressure; hace casi 40 años grabó con Mick Jagger una versión de Dancing in the Street ¡y bailaron juntos en la calle con fines benéficos!; Produjo el disco Transformer, de su gran amigo Lou Reed; participó en los álbumes The Idiot y Lust for Life de su otro colega Iggy Pop, otrora líder de The Stooges… y mucho más.

Amistades… y enemistades

Sabía que era un genio, y tenía su ego, marcado en ocasiones y no exento de polémica, pero supo ayudar a otros músicos en su camino al estrellato. Sobre otros, en cambio, no ocultó su desafecto o directamente su animadversión: criticó a Elton John, al que llegó a llamar en un entrevista concedida a la revista Rolling Stone a mediados de 1976 «la reina simbólica del rock», y a Paul McCartney (¿quizá por su amistad con Lennon?) al que tildó de buena persona pero puntualizando que no le gustaba lo que hacía en solitario; con mi idolatrado Axl Rose, sex symbol incontestable del rock venido a menos (cosas de la edad y los excesos) casi llega a las manos, al parecer porque el frontman de los Guns pensaba que Bowie (toda una leyenda en lo que se refiere al cortejo) estaba «tonteando» con su entonces novia, Erin Everly, mientras rodaban el videoclip de Sweet Child O’Mine.

Según revela el legendario guitarrista de la banda, Slash, en su autobiografía, tiempo después, mientras los Guns estaban preparándose para telonear a los Rolling Stones en California, Bowie asistió al show junto a su madre y cuando Axl se dio cuenta de su presencia, comenzó a insultarlo por el micrófono y llegó a acercarse a él para golpearlo, teniendo que intervenir trabajadores del show. Tras el concierto, el incidente fue tan sonado que acudieron nada menos que Mick Jagger y Eric Clapton a hablar con Axl.

Un año después, en una entrevista concedida a la revista Kerrang!, el frontman pelirrojo contó que le hablaron de Bowie y le dijeron que cuando este se emborrachaba «se convertía en el demonio de Browley». Axl no es que fuera precisamente una perita en dulce en ese sentido, y sus encuentros con las autoridades en los 80 y 90 fueron más que sonados, llegando a ser detenido. Después, él y Bowie hablaron y se reconciliaron, hecho que atestiguan unas fotografías de ambos tomadas en 1989 donde hacen alarde de una gran complicidad. Cosas de las rock-stars.

Sex, drugs and rock and roll

Con Lou o Iggy, Bowie compartió el gusto por la vida al límite, y experimentó de forma permanente hasta que alcanzó el éxito masivo en la década de los ochenta, la misma en la que interpretó al inolvidable personaje de Jareth, el rey de los duendes, en la citada película Dentro del Laberinto (Labyrinth) de Jim Henson, curiosamente una cinta que no tuvo el éxito esperado y hoy reconvertida en película de culto e icono pop que cuenta con millones de fans en todo el mundo y es carne de inagotable merchandising (he de reconocer que yo cuento con bastante, desde figuras de NECA a pequeñas esculturas Mini Epics de Weta Collectibles).

Y sus excesos, claro, con el sexo y las drogas. Cuentan que «se volvió loco por las drogas» y que sus falsos amigos «se aprovecharon de su dinero». Lo dijo el que fuera uno de sus guitarristas legendarios en los 70, Earl Slick, quien señaló que Bowie le recordaba a Elvis cuando estaba bajo el efecto de los estupefacientes. En relación al proceso de grabación del disco Station to Station, confesó al diario The Guardian que «David había llegado a acercarse a la locura». 

El artista, que ya había adoptado su alter ego más cruel y misterioso, el Delgado Duque Blanco, sumergido en las drogas y que al parecer coqueteaba con el ocultismo e incluso parecía fascinado con la cultura nazi (sin duda para provocar, pues su abierta bisexualidad y modo de vida no parecían muy acordes con el ideario del fascismo o el nacionalsocialismo), a finales de 1976 se trasladó a Berlín, todavía dividido por la Guerra Fría, supuestamente para tratarse de su adicción al polvo blanco y trabajar en su carrera musical de la mano de su gran amigo y compañero de piso, Iggy Pop, otro genial artista que llevó hasta el límite los excesos. Años después, el propio Bowie se refería al año en el que vivió como un falso duque ario y aristocrático, casi sin empatía, de esta forma: «En esa época estaba desquiciado, totalmente enloquecido. Funcionaba solo a base de mitología». Tras ello llegaría la maravillosa «trilogía de Berlín» y el otrora Davey  se convertía en un mito.

Y aunque el tema en cuestión está bastante trillado ya, acabo el post con una aclaración sobre la longeva leyenda acerca de sus ojos de distinto color: ¡no! Son del mismo. Lo que pasa es que uno de ellos tiene la pupila dilatada; así, según incidiera en él la luz podía dar la sensación de que era de diferente color al otro. ¿La razón? Bowie sufría de anisocoria, una asimetría en las pupilas fruto de un golpe que recibió en su adolescencia y que le propinó su colega Georges Underwood, con quien tocaba en la banda George and the Dragons. El grupo se rompió tras una efímera existencia, pero volverían a colaborar juntos en The King Bees, antes de que Underwood decidiera convertirse en un diseñador (muy exitoso) de portadas de discos. Ya se sabe, entre amigos todo se perdona.

Y ahora os dejo con los libros que os enseñarán de verdad quién fue este escurridizo tipo (o al menos os acercarán más a él que mis humildes trazos ortográficos):

PARA SABER (MUCHÍSIMO) MÁS:

Starman. Los años de David Bowie como Ziggy Stardust (ECC Cómics)

En abril del recién despedido 2022 la editorial ECC (que publica en España las licencias de DC y una amplia variedad de potentes títulos del mundo del cómic) lanzaba la novela gráfica Starman. Los años de David Bowie como Ziggy Stardust, un recorrido por aquel alter ego, una suerte de mesías del RnR que jugueteaba de forma provocativa con la identidad sexual y los roles de género. Corría el año 1972 y lo que hoy es algo de lo más común era un auténtico desafío a la «moralidad» británica.

El autor, el alemán Reinhard Kleist, entreteje de manera fascinante a través de potentes viñetas bañadas de psicodelia y delirios pop, el auge y declive de este extravagante personaje artístico que, como contamos en el post, Bowie borró de un plumazo algo más de un año después, en el concierto de cierre de la gira, con la intención, una vez más (lo haría innumerables veces) de no encorsetarse y reinventarse. A pesar de las quejas de los millones de fans, volvería a conseguirlo, alcanzando en la década siguiente el éxito global, incluido EEUU.

El colorista Thomas Gilke ofrece con su arte un complemento perfecto al guión y dibujo de Kleist, completando a la perfección las certeras y elegantes ilustraciones del segundo. He aquí el enlace para adquirir esta joya bibliófila:

https://www.ecccomics.com/comic/starman-los-anos-de-david-bowie-como-ziggy-12972.aspx

Bowie: amando al extraterrestre (Cult Books)

La editorial Cult Books reeditó hace escasos meses una completa y concisa biografía sobre el Delgado Duque Blanco que hará las delicias de los fans (y servirá de excelente introducción a neófitos): Bowie: amando al extraterrestre, del también legendario y controvertido periodista y biógrafo inglés Christopher Stanford, que ha firmado el retrato de Kurt Cobain, los Rolling Stones, la controvertida relación entre el mago Harry Houdini y el escritor y apasionado espiritista Arthur Conan Doyle o Polanski (obra publicada por T&B Editores en 2009).

A diferencia de otras biografías al uso, Sandford muestra una evidente admiración hacia el músico británico, pero no oculta también cierta animadversión –y podría decirse que en algunos pasajes, hasta repugnancia– sobre el multifacético artista, algo así como una carta de amor y odio que deleita al lector con una prosa incisiva e irónica, digna de un profesional del cuarto poder, y mil y una anécdotas sobre el hombre que ideó (corrijo, más bien se transformó) a Ziggy Stardust o Aladdin Sane, entre muchos otros iconos pop. Una narración detallada y sentida desde los orígenes de aquel extraño y solitario niño-adolescente llamado David Jones a la reconversión en David Bowie, el artista inclasificable siempre a la vanguardia. Un ser esquivo al que incluso sus personas más cercanas definen como distante y hermético (no todos, por ejemplo, su fotógrafo oficial en tres giras oficiales entre 1983 y 1990 y amigo Denis O’Regan, señaló que fuera del escenario Bowie era un tipo muy normal, con ganas de ser uno más de los que lo acompañaban en las interminables giras. ¿Quién miente?).

El libro muestra su personalidad controvertida y cambiante: desde sus coqueteos con el nazismo a su vuelco para con las causas benéficas; a veces errática y otras genial, su multifacética carrera de la que la música es solo una de sus facetas (sin duda la más importante, al menos a nivel global, aunque para él era la pintura su verdadera pasión, nunca reconocida), y sus excesos, claro, que no fueron pocos. Sandford muestra a un artista incapaz de sentir empatía por nada ni por nadie, vacío de contenido moral (en esto no coincide con otros biógrafos) que, sin embargo, fue manejado –dice– a su antojo por compañías de management. En definitiva, un hombre que se confundía con sus personajes y que dejó una huella imborrable en la cultura popular de los últimos 50 años.

El club de lectura de David Bowie (Blackie Books)

Una de las editoriales más atrevidas y entregadas del panorama nacional, Blackie Books, publicaba a finales de 2019 un libro tan extraño como cautivador y de obligada lectura –y posesión– para fans: El club de lectura de David Bowie, del escritor estadounidense John O’Connell, «una invitación a la lectura a través de los 100 libros que cambiaron la vida del mito», ilustrado por Luis Paadín. Bowie desveló tres años antes de su muerte la centena de libros que habían forjado su carrera y cambiado su forma de ver el mundo; este libro es, por lo tanto, una inmersión en su legado y una invitación irresistible a sumergirte de verdad en esos objetos de papel y en su poder para transformarnos. Muchos libros de los 60, algunos de la generación beat (por ejemplo, su manifiesto, En el Camino, de Jack Kerouac), distopías como 1984 de George Orwell o La Naranja Mecánica, de Anthony Burgess, numerosas obras de cultura oriental, sobre Alemania y algunos cómics, que le encantaban, de los superhéroes a El Víbora.

Una obra que la autora y periodista británica Caitlin Moran ha definido como «Un libro absolutamente brillante». No es para menos.

He aquí la web de la editorial para adquirirlo forma de adquirirlo:

Bowie de la A a la Z (Redbook Ediciones)

Otra editorial habitual en el Pandemónium, Redbook Ediciones, a través de su sello Ma Non Troppo, lanzaba a finales de 2021 una preciosa edición a todo color que hará las delicias de sus seguidores: Bowie de la A a la Z. La vida de un icono de Aladdin Sane a Ziggy Stardust, un espléndido (a pesar de su pequeño tamaño) tomo ilustrado que como su título indica recorre de forma concisa la trayectoria y los hechos más destacables de su carrera a modo de ingenioso diccionario. Es obra del escritor y DJ Steve Wide, durante muchos años al frente de un célebre programa musical en la radio británica, autor también del libro The Beatles de la A a la Z igualmente publicado en castellano por Redbook Ediciones. Firma las ilustraciones la artista Libby Vanderploeg, autora de un gran número de proyectos de animación, diseño e ilustración.

Enlace:

Bowie por Bowie (Libros Cúpula)

En 2020, Libros Cúpula (sello del Grupo Planeta con un fabuloso catálogo musical y con el que tuve el placer de publicar un ya lejano 2014 Los Magos de la Guerra. Ocultismo y espionaje en el Tercer Reich), lanzó en castellano el libro Bowie por Bowie. Entrevistas y encuentros con David Bowie, editado por el periodista Sean Egan. Responsable de trabajos de contenido y estructura similar, sobre Keith Richards o Fleetwood Mac, entre otros, y autor de exitosas biografías como Jimi Hendrix and the Making of Are You Experienced o David Bowie: Ever Changing Hero, cuenta en estas más de 500 páginas que recogen 32 entrevistas y encuentros con el músico centenares de anécdotas sobre el camaleón del rock. Más de una treintena de reportajes en los que Bowie se explaya en profundidad, lo más cercano a una autobiografía relatada en tiempo real de una leyenda de la música.

Años antes, en 2013, Libros Cúpula lanzaba al mercado una joya para fans titulada Los tesoros de David Bowie –una vez más su historia, pero narrada a través de espectaculares fotografías, facsímiles únicos y textos reveladores y que no es precisamente fácil de encontrar–. He aquí el enlace para conseguir el de 2020:

https://www.planetadelibros.com/libro-los-tesoros-de-david-bowie/93414

Bowie. Una biografía (Lumen)

Y otro sello habitual en el blog, Lumen (Gráfica), de Penguin Books, editaba también otra joyita para bowiemaníacos: Bowie. Una biografía. Homenajeando aquello que dijo su biógrafo David Buckley de que «cambió más vidas que ninguna otra figura pública», el profesor Fran Ruiz (a cargo de los textos) y la ilustradora y autora española María Hesse (autora del fenómeno Frida Kahlo: Una Biografía, publicado también por Lumen), acometen el desafío de adentrarse en los múltiples aspectos de la vida de Bowie, en sus enigmas y anécdotas a través de un libro ilustrado que la revista Esquire considera una de las 35 mejores novelas gráficas; ahí es nada. He aquí el enlace para adquirirlo:

https://www.penguinlibros.com/es/tematicas/30588-libro-bowie-una-biografia-9788426404657#

El nacimiento del ruido

Si lo que queremos es rockear (entre libros), nada mejor que acercarnos a las vibrantes páginas de El nacimiento del ruido, que editó hace unos meses Neo-Sounds, nada menos que el origen de la rivalidad que daría forma a nuestro amado rock and roll: el largo pulso entre Leo Fender y Les Paul, que crearon las legendarias guitarras eléctricas que llevan sus nombres. Obra del escritor y editor neoyorquino Ian S. Port, el libro no solo cuenta la historia de estos portentosos hombres del siglo pasado, que cambiaron, a golpe de riff, el curso de la historia contemporánea, sino también los entresijos de la escena musical de los 70 a la actualidad, el origen (y aceptación) del sonido eléctrico que acabaría siendo un reclamo de eventos multitudinarios o la eterna competición on stage de los grupos o artistas que se decantaron por una u otra marca. Let’s there be rock.

Óscar Herradón ©

Nadie podría imaginar el rock and roll, y sus múltiples derivados (y, si me apuran, la cultura popular del siglo XX) sin la guitarra eléctrica. Y, sin embargo, los dos grandes artífices de este instrumento no tenían en principio esa intención. Y es que, a pesar de que aquellas cajas estridentes serían el icono de ese nuevo movimiento musical en los años 50 derivado del blues, aquello –lo de las electric guitars– pasó casi de casualidad.

Por supuesto, sus creadores jamás pudieron haber imaginado la revolución que supondría su invento. Fender diseñó esta guitarra para los músicos de country, mientras que Les Paul, aunque tocó country en su juventud, era un fanático del jazz. Así que, lejos de pensar que aquel impacto en la sociedad de masas que les llenaría los bolsillos les provocaría también una sensación de inmensa gratificación, todo lo contario. Según Ian S. Port: «Ese no era el sonido que querían; estaban alienados y conmocionados. Fue impactante para mí ver cómo los innovadores a veces no pueden comprender qué efectos están lanzando al mundo».

Hace 107 años que nació Les Paul, quien con sus técnicas de grabación de varias capas fue pionero en los micrófonos «cercanos» y también en las grabaciones con el llamado delay de eco y la grabación multipista. Muerto en 2009 a los 94 años en el hospital neoyorquino White Plains,  a causa de una neumonía severa, había sido un visionario (que además vivió prácticamente el siglo entero, el más revolucionario en cuanto a música y tecnología hasta ese momento se refiere); también un músico (y creador) pionero y vanguardista que al romperse el brazo derecho en un accidente de tráfico, lo colocó en ángulo hasta su recuperación para poder tocar la guitarra.

Por otro lado, a Les Paul se le atribuye el desarrollo de una de las primeras guitarras eléctricas de cuerpo sólido que salió a la venta en 1952 y contribuyó como pocas al nacimiento del rock and roll (aunque el camino hasta ahí, y el que vendría después, no serían ni muchos menos sencillos). Aunque también destaca por ser precursor de varias técnicas de grabación que hoy día son imprescindibles y cotidianas, como la grabación multipista citada o el desarrollo de efectos de Phaser y Delay.

Érase una vez un muchacho en Wisconsin

Nacido en Waukesha (Wisconsin, EEUU) el 9 de junio de 1915, Les Paul –de verdadero nombre Lester William Polsfuss– fue un estadounidense de ascendencia alemana, uno de esos tipos especiales que no vienen al mundo todos los días. Con 8 años empezó su afición por la música tocando la armónica y un año después sintió curiosidad por la electrónica (una rama de la física casi en pañales) y fabricó su primer receptor de radio. Lo que se dice un niño prodigio. Cuenta la historia (quién sabe si apócrifa) que lo primero que escuchó el inquieto muchacho en el éter fue, precisamente, el sonido de una guitarra, que le cautivó.

Lo que a él le apasionaba era el country, el jazz y el blues; corría finales de los años 20 y el joven era un músico en ciernes en Wisconsin (después pasaría largos periodos en Misuri y en Illinois, Chicago); a los 13 años tocaba en carnavales y espacios abiertos pero el mayor problema es que para que le escuchasen entre la multitud, debía hacer un enorme esfuerzo. Al parecer, durante una actuación en un puesto de barbacoa local, recibió una nota de un espectador que decía: «Tu voz y tu armónica, y las bromas, están bien, pero tu guitarra no es lo suficientemente fuerte». Con dicha idea barruntándole en la cabeza se marchó a casa, y se puso a experimentar: instaló una aguja de un gramófono en el puente de su guitarra y con un cable envió la señal al altavoz de su radio que hacía la función de amplificar de sonido. Y Voilà. Lo demás es historia.

A partir de ahí Les Paul comenzó a «cacharrear» e ir mejorando su invento. No voy a contar ahora todos y cada uno de sus pasos, están a golpe de click en el Big Data y se cuentan con pelos, señalas y detalles que a veces parecen experimentados en carne propia por el autor en el libro citado que nos regala Neo-Sounds. Tan solo incidir en que acabó consiguiendo todo un prodigio. Tras diversos avatares, muchas pruebas, bandas musicales con las que tocó y experimentó (porque no lo olvidemos, Les Paul era primero músico y luego inventor, todo un virtuoso de las seis cuerdas), e incluso algunos accidentes como una descarga eléctrica que casi lo deja frito, acabó presentando una patente a la misma marca Gibson en 1946. Pero no hubo suerte, entonces no.

Guitarra eléctrica de cuerpo sólido… ¡una aberración!

Al dirigente de la marca aquella «guitarra de cuerpo sólido» le parecía una aberración que no cautivaría al público, así que Les Paul creó en 1948 su propio estudio de grabación donde tocaba todas las partes de la guitarra en algunos de sus temas, desarrollando, por ejemplo, la grabación multipista, algo que posteriormente sería tan común como un refresco para los que se dedican a la música pero entonces era completamente inédito. A comienzos de ese mismo año Les Paul tuvo un grave accidente de tráfico en el que salió disparado 50 metros y en el que se lesionó el brazo y el codo derechos. Los médicos le dijeron que no habría manera de que recuperase el movimiento de su codo y que su brazo permanecería siempre en la posición en que se lo escayolaran. Les Paul pidió a los cirujanos que ubicaran su brazo con un ángulo que le permitiese sostener y tocar las guitarra. La pasión de su vida.

Casi nos deja sin un genio y sin uno de los más importantes artefactos de la cultura popular del siglo XX (y de lo que llevamos del XXI) pero parecía un gato con siete vida. Sobrevivió, hecho polvo, con dolores también en espalda, costillas y cuello, y tardó un año y medio en recuperarse. Por aquel entonces, otro visionario con su primer nombre de pila bastante similar, Leo Fender, tras ver el potencial melódico de una guitarra eléctrica de cuerpo sólido, presentó su modelo fabricado en serie, el Fender Telecaster (más tarde crearía la legendaria Fender Stratocaster). A diferencia de Paul, Leo no era músico, parece que no tocaba instrumento alguno –aunque, dependiendo de la fuente, algunos le sitúan tocando el saxofón–, ni siquiera la guitarra (lo cual resulta curioso): era un tipo apasionado de la electrónica con una gran habilidad técnica que había ido perfeccionando al arreglar radios y amplificadores en la tienda que tenía en California, concretamente en Fullerton, el taller de reparación de aparatos de sonido «Fender Radio Service». Entonces empezó a fantasear con la idea de hacer una guitarra maciza, sin caja de resonancia, cosa que en los años 50 del siglo pasado sonaba a chiste. Pero al final quien se rió de los escépticos fue él.

A Les Paul le pasó algo parecido: fue el hazmerreír de la industria cuando apareció con el cuerpo de una guitarra dividido en dos partes e incrustado en un bloque central de madera maciza: pero aquella guitarra acabaría siendo utilizada por maestros de las seis cuerdas como B.B. King o Chuck Berry. En paralelo, el afán del estadounidense con ascendencia alemana por grabar su propia música le llevó a crear el primer «Garage Band» años antes de que se crearan los primeros ordenadores; de ahí saldrían algunas de sus ideas más brillantes, como saldrían años después de los garajes de tipos como Steve Jobs, Bill Gates o Paul Allen y Larry Page, incluso Jeff Bezos.

Y como a comienzos de la década de los 50 Leo Fender vendió sus guitarras como churros, Gibson se replanteó su negativa anterior y telefoneó a Les Paul para que desarrollara su propia guitarra de cuerpo sólido, pero siendo fiel a la tradición de la marca de alta gama, el diseñador jefe, Ted McCarthy, tendría que dar el visto bueno al producto final. Les Paul firmó un contracto con la marca según el cual no podía tocar ningún instrumento en público que no fuese un productor fabricado por Gibson y finalmente de dicho acuerdo nacería el primer modelo de Gibson Les Paul, que se comercializó en 1952 con pastillas p90 diseñadas por Gibson en 1946, el mismo en que Paul les presentó su patente (rechazada).

Les Paul, no muy satisfecho con el modelo, consiguió que la marca aceptase algunas mejoras y en 1958 salió al mercado la Les Paul standard montada con sus novedosas pastillas de doble bobina, siendo uno de los mejores modelos de guitarra eléctrica de cuerpo sólido jamás fabricados. Sin embargo, en 1960 la Les Paul Standard dejó de fabricarse neutralizada por los éxitos de venta de la Fender Stratocaster, una guitarra más barata y más ligera (y con palanca de vibrato). Después Gibson, por su propia cuenta y riesgo, modificó el modelo Les Paul en 1961, añadiéndole un sistema de vibrato montado sobre un cuerpo más estrecho, aligerando el peso del instrumento y facilitando su acople al mástil, y nació la Gibson Les Paul SG.

SG Model

Parece que a Les Paul nadie le comunicó aquello, así que obligó a Gibson a quitar su nombre del modelo. La guitarra se quedaría simplemente con el nombre de SG, siendo uno de los mayores éxitos de venta de la compañía. Y contra todo pronóstico, la Les Paul original volvería de nuevo al catálogo de Gibson debido a la alta demanda del uso generalizado de este por artistas de primera línea, acabando por ser todo un icono, esencial en el desarrollo de nuevos géneros musicales como el Hard Rock o el Heavy Metal (¡Amén!) pero usada también como parte fundamental de su sonido por muchos artistas de blues y jazz.

El futuro también suena… estridente

A su vez, Les Paul disfrutó de una brillante carrera como músico y guitarrista virtuoso, obteniendo varios números uno en el billboard con la colaboración de su esposa May Castle. Aunque Fender no era músico, sí amaba «fabricar» música, así que jamás dejó de innovar. En 1979, tras una carrera repleta de éxitos comerciales (que en este caso iban de la mano de la calidad) creó en compañía de sus colegas George Fullerton y Dale Hyatt la empresa G&L (siglas de George y Leo) y continuó con la producción de guitarras y bajos eléctricos, mejorando sus diseños de décadas anteriores y registrando nuevas patentes de revolucionarios diseños de pastillas magnéticas, sistemas de vibrato y construcción de mástiles, entre un largo etcétera de actividades. Murió en 1991 por complicaciones por la enfermedad de Parkinson, casi 20 años antes que su eterno competidor Les Paul, aunque ambos recorrieron prácticamente todo el siglo XX, el mismo que hicieron suyo a ritmo de Wah-Wah. God Save the Kings.

Ian S. Port

Por las páginas de esta (doble) biografía, ni mucho menos al uso, pululan personajes irremediablemente ligados al desarrollo de estas guitarras al margen de sus creadores y comercializadores, aquellos grupos o intérpretes que se elevaron a la categoría de dioses haciendo maravillas con sus seis cuerdas. Port apunta que el gran éxito de la guitarra eléctrica descansa en que «dio poder a los músicos de forma individual como nunca antes lo había hecho un instrumento». Y aunque de primeras no todo el público aceptó aquella corriente sonora «ronca y explosiva», cada vez las guitarras eléctricas atraían a más gente a los shows, que se tornarían multitudinarios.

Jimmy Page

Algunos artistas que usaron la Gibson Les Paul fueron Jimmy Page, guitarrista de Led Zeppelin, los Beatles George Harrison, John Lennon y Paul McCartney, Slash, guitarrista de Guns N’ Roses o Carlos Santana, entre muchos otros. La Stratocaster: Jimi Hendrix, que alcanzó un nivel de virtuosismo nunca igualado, Eric Clapton (que usó ambas marcas), Ritchie Blackmore de Deep Purple (la perfección hecha sonido) o la célebre Fender Stratocaster «Vandalism» del inolvidable frontman de Nirvana, Kurt Cobain.

Reproduzco la sinopsis que aparece en la cuarta cubierta del libro porque es un buen botón de lo que encontraremos en sus páginas, con un pulso narrativo que es pura literatura (a pesar de ser un ensayo –en parte novelado, eso sí– que respeta con maestría la pulcra traducción de Neo-Sounds:

«Un grupo de jóvenes con camisas de rayas a juego, aire indeciso y sonrisa infantil, The Beach Boys, suben al escenario. Un golpe de caja marca el inicio de la canción y el pulso de la batería enmarca las cinco voces, pero otro sonido va ganando protagonismo: una corriente sonora ronca y explosiva que proviene de unos instrumentos pintados de blanco, de cuerpo fino y sinuoso, que cuelgan de sus hombros. Parecen amebas o incluso torsos humanos… pero son guitarras de la Fender Electric Instrument Company. Minutos después, los arrogantes británicos The Rolling Stones aparecen en ese mismo concierto esgrimiendo un arma también novedosa, pero de sonido completamente diferente: una guitarra descubierta en una tienda de segunda mano de la marca Gibson, que lleva el nombre Les Paul.

El nacimiento del ruido cuenta la apasionante historia de la guitarra eléctrica, que llegó a convertirse en la herramienta musical más importante del siglo XX. A partir de la rivalidad entre Leo Fender y Les Paul, y de los audaces duelos artísticos entre los músicos que adoptaron sus instrumentos, Ian S. Port crea un testimonio único sobre la revolución que estos hombres –tan distintos entre sí– causaron en la música y en la cultura popular».

Tres décadas del Black Album (Part ONE)

Me he retrasado un poco, lo reconozco, pero es que no es fácil rememorar tres décadas de rock and roll (o thrash metal, según se mire) en un post. Pero un post sobre Metallica en «Dentro del Pandemónium» era una cuenta pendiente obligada. Tres décadas (y bastantes meses) del Álbum Negro, porque si nos referimos a su carrera completa, ya hace tiempo que se cumplieron 40 años de su primer concierto. Todo un fracaso que no era sino el comienzo de algo muy, muy grande. Ya no demoramos más. Wherever I May Roam…

Óscar Herradón ©

Estaba obsesionado con los Use your Illusion de Guns N’Roses, cuyas cassettes ponía una y otra vez (principalmente los hits, de Don’t Cry a Civil War, de You Could Be Mine a November Rain), cuando vi en los primeros ejemplares de la Heavy/Rock que compraba en aquellos maravillosos kioscos multicolor hoy casi inexistentes por culpa de Internet, las potentes imágenes del cantante de Metallica en plena acción. Entonces la prensa musical los confrontaba continuamente a los rockeros de Los Ángeles y, cosas de la inocencia de la edad, pensaba que aquellos músicos de semblante serio que comandaba James Hetfield eran una suerte de villanos que estaban ahí solo y exclusivamente para dificultar el éxito del que para entonces –y muchos años después– era el grupo que ponía banda sonora a mi vida.

Y una de esas tardes en las que alternaba leer alguna cosa del colegio –todavía iba al colegio, a 8º de EGB–, escuchar a los Guns y jugar a los tazos de Bola de Dragón o a los cromos de la Liga (sí, solo tenía 12 primaveras), pusieron en la radio –es posible que en una emisora tan poco rockera como Los 40 Principales– un tema de esos «hombres de negro» de melenas abundantes y pose defensiva. Unos acordes de aire oriental me dejaron pendiente, en el más absoluto de los silencios, de aquella canción que salía de un radiocassette del Pleistoceno. A aquellas extrañas e hipnóticas «cuerdas» siguió una potencia que me cautivó y una voz que me enganchó para siempre; aquel tema no tenía nada que envidiar a los de mis ídolos Axl y compañía.

Se trataba –lo supe después– de Wherever I May Roam, ese himno inspirado en los músicos nómadas que hacen de la carretera (la misma que le robaría la vida al primer bajista del cuarteto, Cliff Burton, que cuando yo los descubrí ya llevaba muerto unos seis años) su segunda casa –y muchas veces la primera–. Formaba parte de un disco que no tardé en comprar (en cassette, claro), que no era otro que el Black Album, del que se cumplieron 30 años hace bastantes meses y que, junto a los Illusion, elevó 1991 a fecha dorada del rock and roll, el mismo año que veían la luz el Nevermind de Nirvana, el Blood, Sugar, Sex, Magik de los Red Hot Chili Peppers, el Arise de los brasileños Sepultura, el Gish de Smashing Pumpkins o, en géneros algo distintos pero no por ello menos cautivadores, el Dangerous de Michael Jackson o el Out of Time de REM.

Fue el 12 de agosto de 2021 –hace casi un año, sí que me he retrasado, sí– cuando se cumplían tres largas, convulsas y magnéticas décadas desde la publicación de aquel álbum de cover negra, negra como la vestimenta de los cuatro jinetes del apocalipsis que lo compusieron. Tengo 42 años, así que… 30 años que suponen prácticamente toda mi P… vida. No dejé de escucharlo desde entonces: una y otra vez, una y otra vez; podría tararear cada estribillo incluso en ese estado semiinconsciente que se produce entre la vigilia y el sueño y en el que, dicen, daba forma a sus monstruos antediluvianos H. P. Lovecraft en la remota Providence, también en USA.

Poco tiempo después de que mi colega de colegio Paul Semper me descubriera a los Guns y a los Red Hot –él nunca sintió demasiada devoción por Metallica, y mucho menos por sus aficiones cinegéticas– recalé en el instituto (sí, primero de BUP entonces), y conocí al que sería poco después, y hasta el día de hoy, mi mejor amigo, Luis Zamarra. Con él, entre muchas vivencias que no vienen a cuento, no pocas discusiones, algunas tan acaloradas que alguien podría haber puesto en duda nuestra sólida amistad (cosas, ya de mayores, de la divergencia política) y un amor por la música tan sincero como nuestras almas aún incorruptas, desgrané cada tema, cada sílaba, cada letra, cada palabra del álbum negro. Él tocaba sus melodías a la guitarra, y yo intentaba –en vano, nunca fue lo mío– darle la réplica con mi voz.

The Metallica Blacklist

Los Maiden

Algo mágico tenía aquel disco, más allá de la fuerza, la perfección compositiva o la frescura (que hoy mantiene intacta). Sí, mucho más, a la vista están los homenajes de millones de fans, críticos musicales y artistas que ya tenían barba cuando los Metallica no habían nacido, a tres décadas de su lanzamiento. De Bruce Dickinson a Paul Stanley, líder de Kiss, son centenares los músicos que lo han elogiado y definido como algo sin igual. En una charla el pasado año con motivo del 30 aniversario, el frontman de una de las grandes bandas de heavy metal de la historia, Iron Maiden, afirmaba a Classic Rock: «Nosotros, Judas Priest y Pantera, alcanzamos una encrucijada en la que tuvimos la oportunidad para dar realmente un paso adelante al siguiente nivel. Pero ninguno de nosotros tuvo agallas. Metallica sí».

Incluso Juanes se ha marcado una sui géneris versión de Enter Sandman, con videoclip incluido. Sorprendente. Es normal que sea el decimoquinto álbum más vendido de la historia de EEUU. Debería ser uno de los cinco primeros (pero en ese top 5 están Michael Jackson, Pink Floyd, Whitney Houston, AC/DC y Meat Loaf. Mucha tela). Fruto de esa admiración por los metálicos estadounidenses, hace unos meses se lanzó el disco tributo The Metallica Blacklist, en el que versionan sus temas 53 grupos y artistas tan divergentes como el citado Juanes, Elton John, Miley Cirus, J. Balvin, Ha*Ash o el dueto mexicano Rodrigo y Gabriela, por citar solo a aquellos que más le han chirriado a los fans sempiternos de la banda.

Metallica, que aunque nunca dejó de estar en primera línea, se ha convertido en un auténtico fenómeno mediático mundial gracias a la cuarta temporada (y no última) de Stranger Things y los acordes del Master of Puppets, que los ha visibilizado ante millones de muchachos que ni siquiera sabían que aquellos hombres de negro, hoy de gris cano, existían. Nunca es tarde si la dicha es buena, dice el refrán.

Condena de los thrashers, aceptación por el mainstream

Y eso que el disco –el negro, no el Master of Puppets– sería muy criticado por los fans antes, durante y después del lanzamiento. Recuerdo, en la ya mentada Heavy/Rock, la «heavy», una tira cómica de un lector en la que ahorcaban a un chaval, y cuando otro preguntaba a un colega por qué lo habían hecho, éste respondía: «Dice que le gusta lo último de Metallica». Hoy la censura habría hecho mella en aquella ingeniosa tira «cómica», pero es una buena muestra de la controversia que rodeó al «negro». No tenía mucho que ver con los discos que habían hecho de Metallica los abanderados del thrash metal (Ride The Lightning, Master of Puppets…), ni siquiera con aquel disco algo forzado (aunque me encanta) en el que no se escuchaba –deliberadamente– el bajo de Jason Newsted y al que el resto del grupo no haría justicia hasta años después: …and Justice for All.

Hetfield en pleno éxtasis (of God) en Londres, en 2017.

Y sin embargo, el álbum negro generó tal expectación que hubo largas colas en las tiendas de discos (hoy, con Amazon y el streaming, algo impensable), abrió hueco a Metallica en las grandes emisoras de todo el planeta y los encumbró a lo más alto de la escena musical en un tiempo en el que los Guns realizaban la extenuante y colosal gira de los Use Your Illusion y desde Seattle los príncipes del grunge comenzaban a copar los titulares de la prensa musical, avisando a los chicos de pelo cardado y agudos que no se relajaran, que el mundo del rock estaba cambiando y había que abrirle nuevos horizontes. Un olor como a espíritu adolescente (el de tantos de nosotros) que se ha ido perdiendo con los años. Ley de vida.

Este post metálico rebosante de melancolía tendrá una inminente continuación en «Dentro del Pandemónium». Mientras tanto, os dejo unas cuantas recomendaciones literarias para seguir sacando jugo a los cuatro jinetes del (Meta)pocalipsis.

PARA SABER (MUUUUUCHO) MÁS:

Metallica. Back to the Front (Norma Editorial)

Y ahora que Stranger Things ha catapultado aún más un disco que cualquier amante de la guitarra eléctrica conocía de arriba abajo, el Master of Puppets, recordamos el impresionante volumen que en 2017 lanzó Norma Editorial, una auténtica joya para fans de los angelinos: Metallica. Back to the Front. La historia visual autorizada del álbum y la gira Master of Puppets, rubricada por Matt Taylor, un volumen que corta el aliento en una detallada historia repleta de fotografías y documentos inéditos de la colección de la banda y de fans sobre el lanzamiento y la gira posterior de un disco electrizante.

Master of Puppets se lanzó el 3 de marzo de 1986 y consagró a la banda como abanderados del thrash metal junto a Anthrax y Slayer. Con entrevistas nuevas exclusivas, el libro recorre esos meses de infarto en los que Metallica teloneó a Ozzy Osbourne, algo nada baladí, y cuya euforia se truncó el 27 de septiembre, con el trágico accidente de autocar en el que perdió la vida el virtuoso bajista Cliff Burton y sacudió los cimientos de la banda. Tenía tan solo 24 años.

Tras un concierto en Estocolmo, los miembros de la banda tomaron un autocar para trasladarlos a Copenhague: alrededor de las 6.15 de la mañana el vehículo derrapó, dio varias vueltas de campana y Burton –que curiosamente se había rifado dormir en la cama que le correspondía a Kirk Hammett, caprichos del destino– salió despedido. El autocar después lo aplastó. El doctor Anders Ottoson certificó la muerte a causa de «una comprensión torácica con una contusión pulmonar». A pesar de permanecer tan solo tres años y medio en Metallica, Burton hizo historia, y formó parte del álbum debut, Kill Em’ All, Ride The Lightning y el mentado Master of Puppets. Le sucedió Jason Newsted a las cuatro cuerdas, quien permanecería en la banda 15 largos años, hasta abandonarla y ser sustituido por el actual bajista, Robert Trujillo.

Metallica. El origen del Thrash Metal (Libros Cúpula)

Libros Cúpula, un sello del Grupo Planeta muy presente en «Dentro del Pandemónium», lanzó en 2014 el libro Metallica. El origen del Thrash Metal, de Jerry Ewing, un tributo a la banda más influyente del metal con imágenes exclusivas y documentos extraíbles inéditos. Una edición de megalujazo que ningún fan de Metallica puede perderse (un servidor lo tiene en sitio preferente de su biblioteca). Un compendio de coleccionista en el que se juntan facsímiles de flyers, entradas, pases de prensa, pósteres… organizado y narrado por el periodista musical especializado en rock nacido eb Australia –y quien se trasladó al Reino Unido justo cuando comenzaba la New Wave of British Heavy Metal– Jerry Ewing, colaborador de numerosos medios musicales como Classic Rock, Metal Hammer, Maxim, Stuff o Bizarre.

Metallica. Toda la historia (Blume)

Blume, una editorial que también adoramos en «Dentro del Pandemónium» y de la que en breve hablaremos en un post a razón del reciente lanzamiento de dos volúmenes, Arte Transgresor y Cine Transgresor, lanzó en 2017 la primera historia completa ilustrada de Metallica a cargo del prestigioso crítico musical canadiense Michael Popoff, que, como es de rigor, se encuentra en la biblioteca herradoniana al lado del cofre de Libros Cúpula, en lugar de honor. En Metallica. Toda la historia, el autor, que ha sido definido como «el periodista de heavy metal más famoso del mundo» –con 40 libros a sus espaldas– presenta la trayectoria completa de la banda –hasta el año de publicación, se entiende– proporcionando un completo repaso por su selecta discografía: cada álbum es diseccionado por prestigiosos periodistas musicales como Richard Bienstock, Daniel Bukszpan, Neil Daniels, Andrew Earles o Mick Wall, entre otros.

Un poco de todo: las historias tras la formación del grupo, la salida de Dave Mustaine a causa de sus adicciones (traumática para el guitarrista que acabaría fundando otro grupo mítico del trash, Megadeth, al frente del que continúa todavía hoy), la muerte de Cliff Burton en Escandinavia, la llegada de Jason Newsted (y el lamentable comportamiento de sus compañeros con él durante la grabación de …And Justice For All!), la salida de éste quince años después y la llegada de Navarro, la adicción al alcohol de James Hetfield, triunfos, tragedias, giras… un volumen acompañado de más de 200 imágenes, no solo en conciertos en directo (que hay muchas) sino también de momentos íntimos, auténticas joyas de coleccionistas como un servidor.

Metallica. Nothing Else Matters (Ma Non Troppo)

Y cómo no, Redbook Ediciones también tiene un título dedicado a Metallica en su colección «La novela gráfica del Rock», vieja conocida del Pandemónium, Metallica. Nothing Else Matters (Nada Más Importa). La vida de la banda angelina contada a través de la viñeta con una potencia digna del solo de bajo de For Whom The Bell Tolls y con un dibujo hiperrealista que te hace sentirte directamente en el seno de la banda como uno más desde sus comienzos hasta hoy. Y lo hace la mano de los expertos en novela gráfica Brian Williamson (dibujo) y Jim McCarthy (guion) que capturan con maestría la esencia y los sinsabores (muchos, pues la fama y el dinero no dan la felicidad, que se lo digan a Hetfield, aunque ayuda) de la más grande banda de thrash, de puro rock, de la historia. Un emocionante viaje en forma de montaña rusa que abarca dos décadas de altibajos tanto en la carretera como en el estudio.

En su selecto catálogo que hace las delicias de los amantes del rock, Redbook (a través de su emblemático sello Ma Non Troppo) también tiene el libro Metallica. Furia, sonido y velocidad, una obra definitiva sobre la historia de la banda estadounidense escrita a cuatro manos por Matías Recis y Daniel Gaguine. Un recorrido cronológico, otro más (pero igual de vibrante como las cuerdas de Hetfield y Hammett) por su trayectoria de vida, sus discos, videoclips, anécdotas y curiosidades. Además, sus letras, pura poesía y podríamos decir que filosofía viva, son analizadas por los dos especialistas musicales citados que además completan el libro con un singular apéndice de los instrumentos, efectos y amplificadores que los miembros de la banda han utilizado en cada periodo. Más de 100 millones de discos vendidos no merecen menos.

Nacer. Crecer. Metallica. Morir, Parte 1 (Malpaso y Cía)

La Editorial Malpaso y CIA lanzaba en 2018 el primer volumen (edición que parece un traslado al papel del álbum negro, maravillosa) de la biografía Nacer. Crecer. Metallica. Morir, la que precisamente va desde los comienzos de la banda a la aparición del Black Album. Compuesta a cuatro manos por Paul Brannigan e Ian Winwood, ha tenido un notable éxito en lengua inglesa y disecciona al grupo sin obviar en ese largo camino hacia el éxito multitudinario los momentos de dolor y drama. Un relato exhaustivo construido a partir de minuciosas conversaciones con los protagonistas de la leyenda y con todos los individuos que jugaron papeles significativos a su alrededor. Estamos ansiosos por tener el segundo en castellano (en inglés sí se puede conseguir). ¡Venga compañeros!

Y para los más pequeños, Reservoir Books (Kids) publicó Metallica en su colección Band Record la electrizante aventura de Metallica, con letras de Soledad Romero Mariño y dibujos de David Navas. Y es que, ¿quién ha dicho que sus riffs no son para los niños? Ojalá alguien me hubiese descubierto a la banda cuando tenía seis, siete u ocho años (habría sido testigo del lanzamiento de Master of Puppetts o del And Justice…).