Un año de la guerra de Ucrania: la reconfiguración del orden mundial

Se cumple un año desde que todos nos quedamos paralizados ante las imágenes de los telediarios, con las sirenas de la plaza de Kiev atronando porque se acercaban los primeros bombardeos rusos. El mundo temblaba como no lo hacía desde los años más duros de la Guerra Fría, quizá, desde tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Temíamos que aquella amenaza reconvertida en violencia extendiera sus tentáculos a un conflicto mundial…

Óscar Herradón ©

…finalmente, y a pesar de la ayuda militar a Ucrania, las amenazas nucleares del Kremlin, las duras sanciones, la lucha energética o incluso las matanzas indiscriminadas contra población civil que no se veían por estas latitudes desde el execrable genocidio de los Balcanes (cuando sí que dejamos abandonados a su suerte a esos otros cuasi europeos), la GUERRA, esa palabra tan terrible, se ha circunscrito por ahora a las fronteras de ese país que, en plena Europa (aunque no forme aún parte oficial de la UE), la mayoría conocíamos solo por mundiales de fútbol o escapadas turísticas casi exóticas al Este del viejo continente. Que la guerra se circunscriba a sus fronteras no quiere decir que no hayan cambiado los equilibrios geopolíticos, que ese «Occidente en paz» no esté pendiendo de un hilo o, incluso, quién sabe, como aseguran algunos analistas políticos y militares, estemos ya de lleno sumidos en la Tercera Guerra Mundial, una guerra muy distinta de la vivida hace 80 años.

Hoy sabemos situar a Ucrania en el mapa, aquí y en la Cochinchina, pero la tragedia que viven sus gentes continúa, ahora más como una reverberación que como un temor en el corazón del resto del mundo. Un escenario bélico terrible que todos sentíamos más nuestro porque estaba más cerca de nuestras fronteras, como sentimos más cerca la amenaza del Ébola cuando cruzó el Mediterráneo en septiembre de 2014 y ya no era cosa solo del continente negro, olvidado y olvidable.

Se ha hablado tanto de la guerra de Ucrania que no tiene mucho sentido arrojar más exceso informativo en un día tan señalado. Así que me limito a recuperar el post que el Pandemónium publicó a los 100 días del inicio de la invasión rusa y a recomendar varias novedades editoriales que nos recuerdan que en los conflictos internacionales, la geopolítica y la misma humanidad, no todo es blanco ni negro, sino gris oscuro (o claro, según se tercie), y que si bien Putin es un tirano imperialista que se pasa los derechos humanos y los tratados internacionales por sus partes pudendas, lo cierto es que ni los países que conforman la alianza occidental son unos «santitos», ni todo lo que nos cuentan desde la oficialidad es siempre tal cual; y por supuesto, el envío de armamento y la coraza frente a ese invasor que ya puso en jaque al mundo en varias ocasiones (principalmente bajo la batuta de Stalin, el «hombre de hierro» de la URSS que ahora homenajean en la Nueva Rusia obviando sus muchos crímenes) no es ni filantrópica ni gratuita.

Que se lo digan a la industria armamentística que, según revelaba la prensa el pasado 26 de enero de 2023, solo en Estados Unidos obtendrá 400.000 millones de dólares. No olvidemos que Ucrania centra la atención (todas esas personas que miran el móvil en los andenes del metro, que van a la última moda huyendo por una pasarela humanitaria, que lloran ante las cámaras porque su casa con todas las comodidades acaba de ser barrida por un misil o un dron de origen ¿iraní?… todas son tan parecidas a nosotros y a nuestra vida), pero que la guerra continúa en Siria, donde lleva la friolera de 12 largos y sangrientos años –y donde acaban de sufrir, junto con Turquía, una de las mayores tragedias naturales de las últimas décadas–, en Yemen … Puta guerra, y cuán poco hacemos por que termine…

Libros recomendados

Así, en fecha tan señalada, con tantas preguntas en el aire, en medio de tanto dolor, no está de más recomendar las obras del historiador británico Mark Galleotti, profesor universitario especializado en crimen organizado transnacional y en asuntos de seguridad y política rusos. Hace unos meses, Capitán Swing, ya iniciada la invasión ucraniana, publicaba dos de sus obras más emblemáticas (de las que un humilde servidor se hizo eco en su momento en las páginas de la revista Año/Cero-Enigmas).

En Una breve historia de Rusia, Galeotti utiliza el fascinante desarrollo de dicha nación para iluminar su futuro. El autor trasciende los mitos para llegar hasta el mismo corazón de la historia rusa, atravesando sus etapas fundamentales hasta la llegada de ese frío político (hoy reconvertido por la prensa internacional en el nuevo Hitler) que ahora preside el país, Vladímir Putin, y que lleva gobernándolo la friolera de casi 23 años, desde que se convirtió en presidente interino de la Federación Rusa tras la renuncia de Yeltsin y luego ganó las elecciones presidenciales el 7 de mayo de 2000, iniciando el nuevo siglo con un talante mucho más discreto, moderado y al menos en apariencia casi internacionalista –sin duda, una careta–.

Y precisamente en el volumen Tenemos que hablar de Putin –con el no poco controvertido subtítulo de Por qué Occidente se equivoca con el presidente ruso– Galeotti, una de las personas que más saben de la Rusia actual y del personaje en cuestión, analiza si es verdad todo lo que cuenta Occidente sobre el líder del Kremlin: revela al hombre detrás del mito y aborda las principales percepciones erróneas sobre Putin, que no son pocas en tiempos de infoxicación, fake news (muchas de ellas gestadas desde las mismas altas esferas moscovitas), múltiples actores en el pantanoso terreno de la geopolítica (algunos que décadas antes ni siquiera podían soñar con su posición actual) e intereses creados por opacos grupos que operan bajo diversos think tank…

A partir de ello, el historiador británico explica cómo podemos descifrar las motivaciones de Putin y sus próximos movimientos. Desde sus inicios en el KGB (en un lejano 1985 fue asignado como agente de enlace de nivel medio con la agencia de inteligencia de Alemania Oriental, trabajando de incógnito bajo el paraguas de traductor en Dresde) y su verdadera relación con Estados Unidos hasta su visión del futuro de Rusia –y del resto del planeta–, Galeotti se basa en nuevas fuentes rusas y en explosivos relatos inéditos para ofrecernos una visión sin precedentes del hombre que está en el centro de la política mundial y que desde hace ahora un año se ha convertido en el enemigo público número 1 de las «democracias».

Ya lo dijo el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, ahora planteando si da luz verde (previa autorización de la OTAN) al envío de cazas –algo que molesta especialmente a los «morados» del gobierno de coalición en la enésima controversia de la legislatura– a su homónimo ucraniano Volodimir Zelenski (ayer mismo estaba en Ucrania con él en otra de esas visitas sorpresa, más por seguridad que por protocolo, a las que tanto se están aficionando los mandatarios occidentales como forma de apoyo –¿o propaganda?– al país de la bandera azul y amarilla): no estamos inmersos en la guerra de Ucrania, sino en «la guerra de Putin».

Las Guerras de Putin (Desperta Ferro)

Y en vísperas de la conmemoración de ese fatídico «año» (365 días de trincheras, retiradas, avances, comparecencias, sanciones, llanto, dolor y muerte, mucha muerte), una editorial también muy querida del Pandemónium y que cuida con mimo la divulgación histórica, Desperta Ferro Ediciones, publicaba Las Guerras de Putin. De Chechenia a Ucrania, del mismo autor, Mark Galeotti. Una visión general de los conflictos en los que esa nueva Jezabel del Este que es Rusia se ha visto envuelta desde que aquel hermético hijo de Leningrado que llegó a decir que el colapso de la URSS fue «la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX», se convirtiese en primer ministro y más tarde en presidente. Desde las dos guerras de Chechenia (estaban muy lejos y no nos asustamos tanto) hasta la incursión militar en Georgia, su polémica intervención en la Guerra Civil siria, la anexión de Crimea (¿no habría que haberle parado ahí los pies, como a Hitler en Checoslovaquia? Quizá nos hubiésemos ahorrado sangre y lágrimas…) y la en un principio eventual (y ya larga y devastadora) invasión de la propia Ucrania.

Galeotti analiza cómo el señor Putin ha remodelado su país mediante dicha serie de intervenciones militares, examinando de forma más amplia –y realmente elocuente– la renovación del poder militar ruso y su evolución para incluir nuevas capacidades que van desde el empleo de mercenarios hasta su implacable guerra de información contra Occidente.

La aguda visión estratégica de Galeotti revela las fortalezas y debilidades de unas fuerzas armadas rusas rejuvenecidas por sus éxitos y fracasos en el campo de batlla, y los salpica de anécdotas, instantáneas personales de los conflictos y una extraordinaria colección de testimonios de primera mano de oficiales rusos, tanto en activo como retirados. No había un momento mejor para entender cómo y por qué Putin ha hecho todo esto ni un autor más adecuado que este para desmitificar las capacidades militares rusas y tratar de entrever qué nos puede deparar el futuro, un futuro incierto sin duda (no lo olvidemos, el futuro no existe, y cualquier conjetura sobre el mismo no deja de ser un ejercicio profético, por lo tanto, no científico), y realmente inquietante.

He aquí el enlace para adquirir este libro tan recomendable a un año de que sonaran las primeras sirenas, y el mundo (in)civilizado se paralizara de punta a punta:

Los Hombres de Putin (Península)

Y para entender el pasado como espía de Putin y cómo los servicios secretos de la antigua URSS influyeron en la configuración de la actual Federación Rusa, lo mejor es sumergirnos en las absorbentes páginas de Los Hombres de Putin. Cómo el KGB se apoderó de Rusia y se enfrentó a Occidente, que Península publicó hace apenas unos meses. Es obra de la periodista (y corresponsal de investigación para Reuters en Moscú) Catherine Bolton, quien también fuera corresponsal en la capital rusa para el Financial Times de 2007 a 2013.

Tras este monumental ensayo de casi 1.000 páginas (que se leen como se devoran las de una buena y fluida novela) existe una loable labor de investigación a través de entrevistas exclusivas con personas implicadas en los hechos que revelan la historia inédita de cómo Vladímir Putin y su círculo más estrecho, formado en su mayor parte por miembros del KGB, como reza el subtítulo, se aprovecharon de Rusia e instauraron una nueva liga de oligarcas cuya influencia se extendió por Occidente y que han sido los principales objetivos de las sanciones impuestas por la Unión Europea y la OTAN tras la cruenta invasión y posterior guerra de Ucrania.

Con la maestría de una periodista curtida en los escenarios de los hechos durante décadas, Belton da cuenta al lector de cómo Putin llevó a cabo su implacable conquista de las empresas privadas para posteriormente repartirlas entre sus aliados, quienes poco a poco fueron extendiendo sus posesiones por Europa y EE.UU.

Un portentoso ejemplo de periodismo de investigación sobre cómo el temido KGB aprovechó el caos originado tras la caída de la Unión Soviética para hacerse con el control del gigantesco país, borrando los límites entre el crimen organizado y el poder político y silenciando a la oposición, de Anna Politkóvskaya, asesinada a sangre fría en su domicilio en 2006, a Alekséi Navalny, en prisión en Rusia y cuya historia de resiliencia y tesón ha merecido el Oscar al Mejor Documental hace unos días. 

* Todas las imágenes de este post, salvo las portadas de los libros reseñados, son de Wikimedia Commons (Free License)

Tecumseh, el líder nativo que combatió a Estados Unidos (II)

Llegó a ser definido como «el indio más grande que jamás haya existido», y no es una expresión gratuita. Tecumseh, líder de la tribu Shawnee a caballo entre los siglos XVIII y XIX, puso en jaque a los colonos estadounidenses en tierras de Virginia y Ohio tras la Revolución Americana. Su gesta, muy conocida al otro lado del Atlántico y apenas mencionada por estas latitudes, podemos conocerla a fondo gracias al ensayo Tecumseh y el Profeta, publicado por Desperta Ferro.

Por Óscar Herradón ©

La visión de Lalawethika/Tenskwatawa también incluía otras «restricciones» de la vida disoluta, como la abolición de la brujería, la poligamia o la tortura, y, además, debían matar a todos los perros. Cuentan las crónicas que el joven profeta llegó a vaticinar un eclipse de sol en 1806, lo que le granjeó aún más fama y veneración. ¿Fue cierto? Cualquiera sabe, teniendo en cuenta la fina línea que separa la fe de la superstición y la leyenda de la razón. Mientras, la fama de su hermano Tecumseh se extendía por un territorio cada vez más extenso de aquel Nuevo Mundo descubierto por los españoles.

William Henry Harrison

Por aquel entonces, William Henry Harrison, quien acabaría siendo el 9º presidente de los Estados Unidos, gobernador del recién creado Territorio de Indiana, veía cada vez con mayor preocupación la influencia de Tecumseh. Aprovechando los viajes que este comenzó a hacer por amplios territorios del Norte y del Sur para cosechar alianzas (llegando a amenazar de muerte a cualquier jefe indígena que se alineara con los estadounidenses), en septiembre de 1809, Harrison negoció el Tratado de Fort Wayne, en el que los indígenas cedieron 3 millones de acres (12.000 kilómetros cuadrados) de territorio de los Pueblos Nativos Americanos al gobierno estadounidense, a cambio de 7.000 dólares y una pequeña anualidad, acuerdos que para la mayoría de historiadores se trataron más bien de un soborno, pues se firmaron después de que los jefes mayores indígenas en Fort Wayne hubiesen ingerido grandes cantidades de licor por cortesía de Harrison.

Siguiendo al Gran Espíritu

«Blue Jacket»

Tecumseh se opuso al tratado, alarmándose por la venta masiva de tierras. Para más inri, muchos de los seguidores que lo acompañaban en su capital Prophetstown pertenecían a las tribus Piankeshaw, Kikapú y Wea, moradores tradicionales de aquellos terrenos vendidos de forma rastrera. Entonces, el caudillo indio recuperó una idea expuesta años atrás por el líder Shawnee Blue Jacket (o Weyapiersenwah) y por el líder Mohawk Joseph Brandt (o Thayendanegea): una de sus máximas era que ningún hombre blanco podía poseer la tierra, el mar o el aire, pues el Gran Espíritu se los había entregado libremente a todos ellos y ellos debían, por tanto, compartirlos también libremente, algo que no casaba con el ansia expansionista y la defensa de la propiedad privada de los estadounidenses blancos de origen europeo.

Profundamente contrariado, el caudillo nativo emplazó a Harrison (que veía en los movimientos del nativo la mayor amenaza para la seguridad de sus electores en Indiana) a un encuentro cara a cara. Con gran cautela, el estadounidense recibió a Tecumseh en su cuartel general en Vicennes en agosto de 1810. Durante tres días, el caudillo indio expuso a través de un intérprete expuso sus quejas a Harrison y su consejo. En aquella reunión discutieron acaloradamente, pero no se llegó a ningún acuerdo. Si es cierto lo que cuentan las crónicas, tras decirle al intérprete que Harrison era un mentiroso, Tecumseh blandió su tomahawk y el oficial yankee desenvainó su sable, aunque la sangre no llegó al río. Por el momento. Tecumseh advirtió a Harrison de que a menos que el tratado fuese revocado, se alinearía con los británicos.

Volverían a reunirse de nuevo unos meses después, en la mansión de Grouseland en Vicennes, donde parece que lo que el líder nativo buscaba era ganar tiempo, mientras que Harrison acabó de convencerse de que no le quedaría más remedio que luchar contra él y sus pieles rojas. No llegaron a ningún acuerdo. Pocos meses después, en marzo de 1811, cuentan las crónicas que un gran cometa surcó los cielos y su aparición fue aprovechada por Tecumseh (no olvidemos, «Estrella Fugaz») para anunciar en clave profética (hay que tener en cuenta la fuerza de la superstición y el animismo en aquellos tiempos, principalmente entre los nativos) que había llegado el momento de luchar. No obstante, el caudillo indio causó una gran impresión en el político blanco, que señaló que este tenía aptitudes para ser emperador.

La ofensiva del coronel Harrison

Llegó el momento de reclutar más hombres y Tecumseh marchó hacia los extensos territorios del sur dominados por los creeks y los cheerokee; aquella ausencia fue aprovechada por el coronel Harrison para remontar el río Wabash con una fuerza de 1.000 hombres y arribaron a las puertas de Prophetstown a comienzos del mes de noviembre de 1811. Mientras esperaban para negociar in extremis la rendición de los nativos, los estadounidenses acamparon en las afueran del poblado y la madrugada del jueves 7 de noviembre fueron atacados por guerreros de la Confederación India. Sin embargo, los hombres de Harrison mantuvieron las posiciones en la que sería conocida como batalla de Tippecanoe y obligaron a los indios a retirarse, entrando posteriormente en Prophetstown.

Tenskwatawa

Como acostumbraban a hacer los colonos –enfurecidos además por el ataque furtivo–, destruyeron los cultivos de los alrededores e incendiaron el poblado. Aprovechando la ausencia del líder, dispersaron a los seguidores de Tecumseh en frenando el impulso de la Confederación Nativa al neutralizar su centro neurálgico y su capital «mágica».

Casacas Rojas

Brock

Cuando estalló la guerra de 1812, finalmente Tecumseh se alió con los casacas rojas para detener la expansión estadounidense, realizando junto al mayor general Isaac Brock, que comandaba las fuerzas coloniales británicas, una gran ofensiva contra los estadounidenses, donde hicieron uso también de técnicas de guerra psicológica para reforzar el efecto de sus tropas, menores en número.

Aunque lograron ciertos éxitos (Tecumseh dirigió un exitoso asedio contra Fort Detroit, la actual Michigan), Bock fue derribado por una bala en la batalla de Queenston Heights y el oficial que lo reemplazó, el general Proctor, no respetaba a Tecumseh y sus hombres, tildándolos de salvajes e indisciplinados. Una historia (no sabemos si apócrifa, pero casa con el carácter justo de nuestro protagonista) cuenta que durante un traslado, varios prisioneros estadounidenses, que estaban bajo la protección de Proctor, fueron torturados y asesinados. Tecumseh, profundamente contrariado, afirmó que el oficial británico no era apto para el mando. Y finalmente sería la cobardía de Proctor lo que conduciría al líder nativo a un trágico final.

En 1813 una serie de derrotas, debidas en parte a la ineptitud del oficial, provocaron que Proctor se retirase a territorio canadiense, pensando que los hombres de Harrison no realizarían una ofensiva invernal. Se equivocó de pleno, y los estadounidenses presionaron en la retaguardia de las tropas inglesas en retirada. A finales de ese año, finalmente, el 5 de octubre de 1813, los británicos abandonaron a Tecumseh en medio de la batalla del Támesis. En la escaramuza que siguió a la huida de los casacas rojas, el líder nativo fue finalmente abatido.

Se atribuyó su muerte al coronel Richard M. Johnson que acabaría siendo nada menos que vicepresidente de los Estados Unidos (el presidente sería Harrison) en parte gracia a la fama cosechada con la eliminación de «Estrella Fugaz». Al difundirse la noticia de la muerte de Tecumseh, de su gran líder, las fuerzas nativas, diseminadas, acabaron por rendirse, poniendo fin al sueño de un movimiento panindio frente a los colonos. El nombre de Tecumseh se convirtió en leyenda, protagonizando poemas y canciones, pero en apenas unas décadas los indígenas que vivían al este del Misisipi fueron expulsados de sus tierras por distintos tratados siguiendo el Sendero de las Lágrimas (Trail of Tears). Los restos de Tecumseh fueron arrojado a una fosa común, final indigno para cualquier ser humano, más para un hombre de su entidad. Aquello alimentó toda suerte de leyendas, entre otras, que realmente no había fallecido. El mito del hombre redivivo aplicado a los grandes líderes históricos.

PARA SABER MÁS:

El citado ensayo que ha publicado en castellano, en una fabulosa edición, Desperta Ferro: Tecumseh y el Profeta. Los hermanos shawnees que desariaron a Estados Unidos, del historiador estadounidense y funcionario retirado del Servicio Exterior de Estados Unidos Peter Cozzens, del que la misma editorial ya publicó con enorme éxito su trabajo La Tierra Llora, la amarga historia de las guerras indias por la conquista del Oeste, que ya va por su sexta edición.

El libro de Tecumseh, ganador en 2021 del premio Spur de la Western Writers of America a la mejor biografía, aúna la profunda investigación de la sociedad y costumbres indígenas del autor con una prosa subyugante, para abrir una ventana a un mundo borrado de los libros de historia, pero que vuelve a vibrar en estas páginas. Una obra equilibrada y objetiva, que no idealiza al «buen salvaje» pero que empatiza con la resistencia de unas gentes cuyo universo desaparecía a pasos agigantados, decididos a mantener su independencia y su forma de vida ante el arrollador empuje de una joven nación, los Estados Unidos, que echaba los dientes de la modernidad. Un turbulento mundo de frontera, de tramperos y emboscadas en la espesura, de mosquetes, tomahawks y captura de cabelleras, al que Cozzens nos traslada en una narración con aliento de novela de aventuras, demostrando, otra vez, que escribir historia no está reñido con escribir bien y con gancho.

Orígenes, esplendor y declive del Imperio británico

En un relato fluido y ameno, a pesar de la ingente cantidad de fuentes e información manejadas, uno de los más brillantes historiadores británicos de nuestro tiempo, Niall Ferguson, narra la historia de cómo se creó el imperio más grande de todos los tiempos en El Imperio Británico. Cómo Gran Bretaña forjó el orden mundial, que ha publicado recientemente la Editorial Debate. Tomando como referencia el post sobre la Compañía de las Indias Orientales que publicamos hace un tiempo, recomendamos este prolijo ensayo.

Por Óscar Herradón ©

La muerte de Isabel II y los fastuosos funerales que la siguieron, así como el nombramiento de su primogénito como nuevo rey bajo el nombre de Carlos III de Inglaterra, ha evidenciado el enorme poder que todavía tienen la corona británica y la Commonwealth, a pesar de que ya no es aquel gigante (con pies de barro) de siglos pretéritos. No obstante, ostenta una influencia mundial incontestable que ha hecho que el mundo entero estuviese pendiente de Londres, su Parlamento, Windsor o Westminster, auténticos centros de la actualidad informativa durante semanas.

Los comienzos de ese gran imperio fueron difíciles y modestos, puesto que una vez que los Reinos católicos de la Península Ibérica cruzaron por primera vez el Atlántico y entraron en el Índico, la economía mundial rompió todos los moldes y el imperio hispánico era imparable. Las nuevas técnicas de extracción que los españoles aplicaron a las minas del Nuevo Mundo hicieron que Europa recibiese anualmente, entre 1540 y 1700, unas 50.000 toneladas de plata americana.

John Cabot

A Inglaterra, desde la época del fundador de la dinastía Tudor, Enrique VII, solo le quedaba para hacerse grande a nivel internacional la vía de la expoliación mediante la piratería que saqueaba los barcos y plazas españolas. De hecho, el monarca inglés llegó a conceder cartas de patente de navegación al marino veneciano Juan Caboto (John Cabot), en 1496, para que imitase la epopeya de Cristóbal Colón, aunque con poco éxito.

Piratas y corsarios que cambiaron la Historia

La envidia británica por los imperios ibéricos sería la llama que produciría su expansión, pues tras la Reforma dicho sentimiento aumentó y el reino comenzó a pensar que tenía el deber religioso de crear un Imperio protestante para anteponerlo al de las católicas España y Portugal; así, el imperio británico se creó como una reacción nacional contra el poder imperial español, católico y regido por una monarquía absoluta –frente a la monarquía parlamentaria inglesa que en tiempos de la Revolución acabaría por decapitar al mismo rey, Carlos I–.

Morgan

En palabras de Ferguson, lo que hizo grande a Reino Unido fue que piratas como Henry Morgan (que contaba con patente de corso otorgada por la Reina Virgen, Isabel I, lo que brindaba carácter oficial al expolio) invirtieron el oro y la plata saqueados a España en propiedades para el cultivo de azúcar en Jamaica, lo que haría despegar dicho imperio. Así, Reino Unido desarrolló una nueva economía triangular: los productos manufacturados eran llevados a África por esclavos y se intercambiaban por el azúcar del Caribe que luego vendían en Europa. La todopoderosa Compañía de las Indias Orientales crearía sus propios ejércitos con tropas nativas y oficiales británicos, y poco a poco convirtió sus asentamientos comerciales en pequeños reinos.

Inmigraciones masivas, comercio y unidad parlamentaria

El libro narra cómo Gran Bretaña se hizo con el dominio mundial porque desde comienzos del siglo XVII hasta la década de 1950, de las islas emigraron más de 20 millones de personas de las que muy pocas regresaron y eso que los lugares en los que recalaron fueron en muchos casos inhóspitos, marginales y plagados de enfermedades. Se trató de la inmigración más masiva de la historia y llenó de blancos anglosajones rincones enormes del planeta (e incluso continentes enteros).

1740 fue el año en que se cantó por primera vez el Rule, Britannia!, «los británicos nunca, nunca serán esclavos»; sin embargo, los colonos ingleses en el Nuevo Mundo se enriquecerían precisamente por el comercio de esclavos y, paradójicamente, serían los impulsores de la Revolución americana contra el Imperio, principio de un cambio de paradigma en relación con las colonias. Por otro lado, el florecimiento de la sociedad comercial en el siglo XVII trajo consigo una prosperidad nunca antes vista, y aunque los británicos fueran vistos (y responsables) de un despiadado colonialismo y expolio de países como la India (la Joya del Imperio) y muchos otros territorios, de su Parlamento emanarían también algunos de los derechos que contribuirían a la modernización de la civilización sin el recurso a la violencia extrema de la Revolución Francesa.

Un complejo puzle cuyas piezas une Ferguson para brindarnos un relato vibrante que nos acerca una realidad apenas impensable: cómo una pequeña y lluviosa isla del norte del Atlántico pudo construir el imperio más grande de la historia. El imperio británico logró, desde las primeras rutas marítimas y comerciales del siglo XVIII hasta la Segunda Guerra Mundial y la independencia de la India, uno de los dominios más impresionantes que ha conocido la historia de la humanidad; gracias a una magnífica flota mercantil y militar y a una innegable voluntad política, lo que llevó a los británicos a extender su poder desde sus escarpadas costas (que no pudieron conquistar los españoles a bordo de la Grande y Felicísima Armada enviada por Felipe II en el siglo XVI, lo que habría cambiado sustancialmente las cosas) hasta los remotos confines de Asia, África y la India, logrando una unidad geopolítica y administrativa pocas veces vista.

Un trabajo polémico y apasionado de síntesis histórica que aborda el auge del consumismo provocado por la demanda de café, te, tabaco y azúcar, la citada mayor inmigración en masa de la historia, el impacto de los misioneros, el triunfo del capitalismo o la extensión de la lengua inglesa, la que hace que se entiendan prácticamente todos los ciudadanos a nivel mundial, mal que le pese al español (uno de los más extendidos, cierto) y al esperanto.

He aquí el enlace para adquirir el libro:

https://www.penguinlibros.com/es/historia/295383-libro-el-imperio-britanico-9788418967344#