Fernando VII. Un rey felón, caprichoso y adicto al sexo

El que subió al trono como «El Deseado», aclamado por un pueblo que gritaba «¡Vivan las Caenas!», acabó sus días pasando a la crónica española como «El Rey Felón», el personaje más vilipendiado y odiado de la historia de los últimos siglos hispánicos, por encima, incluso, de generalísimos de panteón. Sí, habéis leído bien.

Pero lo cierto es que el séptimo de los Fernandos, a pesar de una política nefasta en muchos sentidos y un carácter de esos de «echarle a comer aparte», también tuvo muchos enemigos políticos, vivió en una época compleja previa a las guerras carlistas –las primeras «guerras civiles españolas» como tal, que causaron sus propias decisiones in extremis– y por supuesto en gran parte fue víctima de esa «leyenda negra» que tanto afea los reinados precedentes y a los personajes de mayor calado historiográfico.

Fernando VII (Wikimedia Commons)

Hablar de Fernando VII, de sus sinsabores, éxitos –que también los tuvo– y contradicciones, daría para tres tomos tamaño «El Libro Gordo de Petete», si no más, así que lo que haré en las próximas líneas es recomendar varios trabajos centrados en el personaje, de bastante calidad –unos más densos que otros, alguno meramente divulgativo–, para centrarme después en un aspecto puramente morboso, y también salpicado de ese oscurantismo legendaria de las crónicas de partidarios de un bando político o de otro; que al final, como seguimos escuchando a diario en RRSS, en los medios o entre nuestros conciudadanos, «todo es política»… «y dinero» añadiría –o la falta de él–.

Y ese aspecto puramente morboso no es otro que el del sexo y la alcoba, para amenizar un rato el exaltado panorama político actual que bien podría ser el de las intestinas luchas por el poder de los tiempos de Godoy, Carlos IV o el mismo Fernando VII, también con personajes egregios con escándalos en paraísos fiscales, amantes y contradicciones patrias.

Bueno, dejo de irme por las ramas, algo a lo que acostumbro, y a continuación marco varios de esos trabajos que me han parecido bastante interesantes sobre el personaje, su marco histórico y la impronta que dejó su legado monárquico:

–Hace ya bastantes años, en 2006, Fernando González Duro publicaba en Oberón Fernando VII. El Rey Felón, una biografía con gancho narrativo y facilidad lectora incluso siendo bastante rigurosa en cuanto a datos historiográficos. Casi un libro académico pero apto para todos los públicos y gustos que clarifica un personaje con más sombras que luces, pero de relevancia capital en el desarrollo historiográfico de la nación española. Todavía es posible adquirirlo en distintas webs.

–Recientemente, la editorial Almuzara, a la que dedicaré en breve una amplia entrada centrada en su apasionante colección sobre la Guerra Civil Española –de todos los colores e inclinaciones, auténticas rarezas bibliográficas–, publicaba un libro no centrado exclusivamente en Fernando VII, sino en la política en general, pero en él puede leerse un pasaje tan curioso como desconocido sobre su reinado: el llamado «escándalo de los navíos», el chasco que se llevó don Fernando cuando compró cinco bajeles al imperio ruso que al llegar a puerto español hacían aguas por todos lados –y que el mandatario y sus ministros ocultaron a la opinión pública, como es bien acostumbrado entre políticos tanto en tiempos pasados con en la más candente actualidad–; una estafa rusa en toda regla al gran imperio español que había luchado contra las tropas napoleónicas. El ensayo es obra del célebre divulgador histórico Alfred López (responsable del blog «Ya está el listo que todo lo sabe»), aquí tenéis el link para adquirirlo: http://almuzaralibros.com/fichalibro.php?libro=4443

–Y en 2018, Tusquets Editores, del Grupo Planeta, publicaba una monumental monografía del monarca absolutista: Fernando VII. Un rey deseado y detestado, del historiador Emilio La Parra, que mereció el XXX Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias. Más densa y voluminosa que la de González Duro, no obstante es una biografía minuciosamente contrastada y documentada, plagada de fuentes, citas y documentos en muchos casos consultados por vez primera por el autor tras permanecer en el olvido durante siglos en archivos y bibliotecas varias, privándonos a los curiosos y a los historiadores de datos de no poca relevancia para entender el contexto de su época y de la propia figura borbónica.

Y ya vamos a la entrada en sí, que mira que me gusta enredar, como los viejos cortesanos: los escarceos amorosos del Rey Felón y sus escandalosos asuntos de alcoba. Por cierto, en relación a este punto y con un toque sensacionalista que hoy podríamos tildar de «retro» (por antiguo) o de «pionero», según se mire, por la fecha, es una de las joyas de mi biblioteca regia, el libro Las mujeres de Fernando VII, del Marqués de Villa-Urrutia, una joya publicada en Madrid en 1925 –dejo foto–. Si aún sois capaces de adquirirlo, y a un precio razonable, no me lo pensaría. Es un incunable.

Un rey Felón, y «Biendotado»

Ya he comentado que no vamos a entrar aquí en lo que hizo mal este Borbón, que fue mucho –y ahora que la dinastía en nuestro país no pasa precisamente por su mejor momento– pero sí en que demostró una gran virilidad para con el  sexo opuesto, al menos cuando aprendió a relacionarse con las mujeres, que no fue pronto ni de forma espontánea.

Fernando fue casado en primeras nupcias, a riesgo de malformaciones endogámicas tan propias de los soberanos, con su primera hermana María Antonia de Borbón Dos Sicilias, y cuentan que en su noche de bodas, cuando ambos contrayentes contaban casi 18 primaveras y estaban en el punto álgido de su juventud, el hijo de Carlos IV era un auténtico lego en técnicas amatorias; tanto, que no sabía qué hacer en el lecho, aparte de observar anonadado el cuerpo desnudo de su joven esposa y de manosearle reiteradamente, como dijo algún que otro cronista malicioso, «los turgentes pechos», que al parecer lamió con entusiasmo antes de sentarse y ponerse «a bordar zapatillas» que parece que era su hobby favorito (aunque este punto apesta a apócrifo).

Fernando VII (Wikimedia Commons)

En las noches siguientes, Fernando, estupefacto y con un ardor cada vez más incontrolable, seguía sin saber qué hacer y así estuvo al parecer varios meses hasta el punto de que su suegra, María Carolina de Austria –nada menos que hermana de la malograda María Antonieta– escribía en una carta a su embajador en Madrid, Santo Teodoro, sin escatimar en improperios, que: «Mi hija es completamente desgraciada. Un marido tonto, ocioso, mentiroso, envilecido, solapado y ni siquiera hombre físicamente (…)».

Más claro, agua. El tema llegó a tal punto que el confesor del príncipe de Asturias tomó cartas en el asunto y Fernando y el asunto de su alcoba eran el hazmerreír de las cortes europeas. Por fin, más o menos un año después del casamiento concertado, el joven e inepto soberano supo cuál era su cometido y dónde se encontraba la meta. Pero a pesar de conocer ya las mieles del amor conyugal, la vida de María Antonia de Borbón no era ni mucho menos fácil, pues la envidia de su suegra, María Luisa de Parma, amiga de Goya, de Godoy y de otros tantos cortesanos, hizo que la italiana permaneciera en un estado de semiencierro.

María Antonia de Borbón

Así, la desdichada llegó a escribir en una misiva que aún se conserva, para alegría de los divulgadores de la anécdota histórica, lo siguiente: «Aquí para todo hay que pedir permiso, para salir, para comer, para tener un maestro… creo que hasta para ponerme una lavativa tengo que pedir permiso». El odio era mutuo, pero no obstante la de Parma no tuvo que lidiar mucho tiempo con su nuera, pues en 1806 la princesa de Asturias fallecía a causa de la tisis, con tan solo 21 años.

Entretanto, el no muy compungido marido, Fernando, le había cogido gusto a eso del sexo y a su regreso a Madrid tras su exilio francés mantuvo relaciones con varias mujeres; parece ser que le encantaban las de «mala vida», como gustaban en llamar a las prostitutas en aquel tiempo, a las que perseguía acompañado de sus amigos de juventud oculto tras una capa cuando salía por las noches de palacio, recordando los devaneos de Felipe IV en el Madrid del Siglo de Oro, también embozado.

Entre bebidas espirituosas y cánticos tabernarios el grupo solía acabar en una mancebía una noche sí y otra también –que Tyrion Lannister ha tenido buenos maestros en la realidad histórica–, por lo general en la llamada casa de Pepa la Malagueña. Entonces, como si de adolescentes se tratara, parece que gustaban de enseñarse el miembro viril para ver quién lo tenía de mayor tamaño. Y es que parece que el mal llamado «el Deseado», bien podría haber sido tildado, al menos en lo que al tema se refiere, como «el Biendotado», pues la naturaleza regaló al monarca de la España revolucionaria un miembro de importantes dimensiones. Por eso no le importaba jugar a mostrarlo en público. Con los años, según las crónicas y avisos de la época, Fernando se hizo fabricar una almohadilla especial con un agujero en el centro para poder penetrar a María Cristina, su cuarta y última esposa, sin provocarle desgarros.

Mérimée

Y es que el escritor galo Prosper Mérimée, que viajaba con asiduidad a España por aquel entonces –y eso que las relaciones entre ambos países no eran lo que se dice muy amistosas–, contaba que el pene del monarca era «fino como una barra de lacre en su base y tan gordo como el puño en su extremidad»; casi una aberración, vamos, aunque grande.

Jactancioso y promiscuo

Aunque ya sabemos que Fernando tardó en ser un «semental», y además algo torpe, mantuvo numerosas aventuras con meretrices y todo tipo de amantes, entre ellas sonadas visitas a una viuda en Aranjuez y a los brazos de una moza en Sacedón. Algún que otro cronista pone en su boca estas palabras, dirigidas a alguno de sus amigotes nobles, bastante repelentes de ser ciertas, cosa que nunca sabremos: «Salen de mi alcoba seguras de que ningún hombre podrá darles el goce que han tenido conmigo. ¿Y sabes que es lo que más me gusta después del placer de poseerlas?, pues coleccionar los trapos en los que han dejado la prueba de su doncellez. Quizá este pasaje inspiró al genial Berlanga su personaje del Marqués de Leguineche (interpretado por Luis Escobar Kirkpatrick), devoto coleccionista de bello púbico, una pasión fetichista –y asquerosa– que parece encandiló también a Lord Byron.

Pero no me desviaré –una vez más– del tema principal. Como los asuntos de Estado tienen su peso, al no tener heredero, en 1816 Fernando se casó con la portuguesa Isabel de Braganza, de 19 años, poco agraciada físicamente «y que ni siquiera aportó dote». La pobre no pudo competir con las manolas y meretrices de taberna y murió apenas dos años después a causa de una malograda cesárea.

Isabel de Braganza (Wikimedia Commons)

Que venga la cigüeña

Fernando tenía ya 35 años, muy maltrechos por sus excesos nocturnos en época de precariedad sanitaria, y seguía sin heredero para la Corona. Así, decidió –o decidieron los suyos, más bien– pedir la mano de María Josefa de Sajonia, de tan solo 16. Hoy, por supuesto, habría sido tachado de depravado y pederasta, pero eran otros tiempos. En la noche de bodas, nuevamente, tuvo lugar una curiosa escena digna de la mejor obra satírica, o del peor de los cuentos de terror posmoderno: la joven esposa se negaba a entregarse carnalmente a su marido, que ya peinaba canas y sabía qué había que hacer debajo de las sábanas, quedándose con un buen calentón.

Ante la insistencia de éste de la necesidad de realizar el acto sexual para concebir un heredero, la inocente María Josefa le espetó que estaba indignada ante tamaño engaño, pues todo el mundo sabe «que a los niños los trae la cigüeña». Fernando hizo oídos sordos, siguió a lo suyo como buen zoquete y la pobre adolescente se meo encima, empapando al soberano, que salió de la alcoba gritando improperios por todo palacio por aquella improvisada y húmeda performance.

La situación continuó hasta que la joven María Josefa recibió una misiva del mismísimo Papa de Roma en la que éste le recordaba sus deberes conyugales y la necesidad de consumar el matrimonio. Ella, tan devota como frígida, se entregó desde entonces a los brazos de Fernando. Eso sí, no sin antes haber rezado religiosamente el rosario. Murió diez años después, sin darle al rey, una vez más, el ansiado heredero.

Cuarto y último asalto

Por ello, Fernando VII volvió a casarte ¡por cuarta vez!, ahora sí, con María Cristina de Borbón Dos Sicilias, la misma para la que preparó su singular almohadilla, que contaba 23 primaveras frente a las 45 decadentes de él. Entre problemas políticos cada vez más acuciantes para la nación, llegó el ansiado heredero: una niña, Isabel, por la que Fernando derogaría la llamada Ley Sálica y daría inicio, con el consiguiente enfado de su hermano y legítimo ascendiente al trono –según la legislación anterior, por lo que no era tan legítimo– Carlos María Isidro, a las guerras carlistas, una verdadera sangría premonitoria de lo que vendría en la Guerra Civil Española.

María Cristina

El personaje de María Cristina es poliédrico y muy interesante, a pesar de haber sido medido también por la injusta vara del chismorreo y el rumor malintencionado, tan querido de la villa y corte, por lo que lo más conocido de su persona fue el hecho de casarse tras la muerte de Fernando con un guardia de corps de nombre Fernando Muñoz tras haber asumido la regencia durante la minoría de edad de la Niña Bonita. Pero María Cristina mostró muchas más facetas y tenía una personalidad bastante más compleja. Para una visión más global y detallada de lo que realmente hizo, lejos de la anécdota histórica de este pasaje, el de una mujer que gobernó «contraviniendo la imagen de una reina piadosa, honrada y sumisa», recomiendo el libro que ha editado recientemente Ariel, María Cristina, Reina Gobernadora, de la autora Paula Cifuentes, que ya deleitó a los amantes de los enredos palaciegos con trabajos anteriores como Tiempo de Bastardos, una novela sobre Beatriz de Portugal que fue finalista del Premio de Novela Histórica 2007.

Para los que queráis ahondar en la pasión sexual desenfrenada de los Borbones y otros entretenimientos regios, con más pretensión de disfrutar que de acumular conocimientos académicos, podéis acercaros al nuevo y desternillante libro del periodista cultural del diario ABC César Cervera: Los Borbones y sus locuras, que acaba de publicar una de mis editoriales favoritas, La Esfera de los Libros.

Corto y cierro.

Óscar Herradón ©