Payasos asesinos: algo más que una moda pasajera (I)

Este año no han causado los mismos estragos, quizá porque ya se ha encargado el Covid de desconcertarnos en un grado mucho mayor, y por desgracia más mortífero. No obstante, ante el debate en redes sobre si realmente se está trabajando en el proyecto de It capítulo 3, con regreso delirante del Pennywise de Stephen King, y con la resaca de un Halloween con mascarillas sanitarias en detrimento de terroríficas máscaras de látex o maquillajes imposibles, más por obligación que por placer, el fenómeno de los «payasos asesinos» vuelve a estar de actualidad. Recordamos sus excesos…

Óscar Herradón ©

Lo más remarcable de las últimas semanas en relación a «payasos» conflictivos, incluido este último Halloween, al menos en España, ha sido el juicio a cuatro descerebrados de entre 16 y 23 años que se hacían llamar «los Payasos Justicieros» y que se enfrentan a penas de entre 39 y 75 años de prisión por quemar, robar y dañar varios vehículos en La Rioja y después colgar sus «hazañas» delictivas en sus perfiles sociales entre carcajadas. Al parecer, tomaron prestado el nombre de un grupo ficticio aparecido en la catódica La que se avecina (Mediaset), en más de una ocasión, un buen termómetro de las tendencias y la actualidad patria: en varios capítulos aparecen unos personajes con este nombre que se autoproclaman luchadores contra la injusticia, pero que poco tienen que ver con las acciones delictivas en tres garajes comunitarios de Logroño y en las instalaciones de Bodegas Marqués de Murrieta.

Pexels (Cottonbro. Free License)

Al margen de estos sucesos, no obstante, los «clowns» llevan unos cuantos años de actualidad por el temor que despiertan en RRSS, llegando, incluso, a ser causantes de suicidios e incluso crímenes. En realidad no es un fenómeno nuevo, pues Stephen King escribió It en 1986 y la primera adaptación cinematográfica se estrenó en 1990. Pero ya a rebufo del éxito del best seller del rey del terror, el 27 de mayo de 1988 se estrenó una cinta de serie Z que pasó casi al instante al videoclub: Los payasos asesinos del espacio exterior (Killer Klowns from outer space), Stephen Chiodo, que gozó de cierta repercusión, hoy reivindicada como emblemática por los cinéfagos de material de bajo coste –me confieso, he de reconocerlo, algo devoto también de este tipo de cine–. Tan de moda está el tema tras el reboot de It que, en el momento de realizar este post, se ha anunciado el posible rodaje de una secuela; según diversos medios, Chiodo estaría en conversaciones  con Netflix para ello. Veremos en qué queda el asunto.

En 2016 los «payasos terroríficos» se convirtieron en fenómeno viral, y aunque la cosa parece que no pasó a mayores, todavía, cada Halloween, resuenan los estragos causados por estos seres maquillados y estrambóticos. ¿Qué se esconde tras dicha histeria colectiva? ¿Son realmente una amenaza para nuestra seguridad? ¿A qué se debe el miedo a los payasos…? Nos ponemos una careta grotesca de maquillaje blanco mal esparcido y en las próximas líneas analizamos el fenómeno.

Metiéndose en el papel

Un traje acolchado y hortera a más no poder, con remiendos y cuadros de colores desentonados. Una peluca excesiva de pelo rizado y naranja chillón. Una capa de maquillaje mal esparcida se extiende por su rostro, de enormes pestañas postizas y, como punto de fuga facial, un apéndice rojo y redondo, enorme, por nariz. Unos zapatones varias tallas más grandes que el sujeto, con punta redondeada y algún que otro agujero, otorgan al personaje una apariencia entre lastimosa y risueña, a veces provocadora, a lo que se añade su saber hacer para las muecas imposibles.

Pexels (Nathan J. Hilton. Free License)

Hablo del payaso, claro, ese hombre «triste» que, como en la cinta Zampo y yo, tenía el oficio de hacer reír mientras por dentro lloraba y que tantas carcajadas ha arrancado a niños y mayores de mil y una generación. «¿Cómo están ustedes?», exhortaban a su público los Payasos de la Tele cuando la «caja tonta» tenía un solo canal en una España en blanco y negro, de tricornios y censores grises. Y a pesar de la nostalgia que transmitían, de la sonrisa que tornaba en carcajada bajo la holgada carpa de un circo multicolor –cuando uno los veía in situ, claro, no a través del televisor–, había algo de siniestro en aquellos seres, algo de inquietante y perturbador.

Si a esas figuras que se caían continuamente, gesticulaban y abofeteaban unos a otros en una suerte de género antecesor del slapstick, siempre inocentes a pesar del ladrillazo en la cabeza, les añadimos un hacha o una motosierra, mientras su sonrisa de carmín se emborrona y la oscuridad acecha, la cosa se torna muy diferente. El payaso, como el arácnido Pennywise de la citada It, se convierte en un personaje que inspira miedo, siguiendo la estela de los muñecos de ventriloquía de principios del siglo XX y sucesivos que a pesar de ser creados para entretener, cual autómatas que parecen dotados de alma se tornan inquietantes y casi aterradores per se.

Y este cóctel ya de por sí explosivo, llevado a su máximo exponente, es lo que sucedió precisamente aquellos meses ya lejanos de 2016 que han tenido varias réplicas menores en los últimos tiempos, cuando la fiebre de lo que se dio en llamar creepy clowns –payasos terroríficos–, sembró el caos en numerosos rincones de Estados Unidos, fenómenos con un supuesto origen en Youtube –contagiado más tarde a otras redes sociales como Twitter y principalmente Instagram, donde colgaban sus fechorías precisamente los «Payasos Justicieros» patrios ahora juzgados–, que no tardó en cruzar el charco y llegar a Europa e incluso a nuestro país.

Lo del payaso como personaje grotesco que en lugar de hacer reír causa temor viene de antiguo, y ahí tenemos en los cómics de DC desde los años 50 al antagonista por antonomasia de Batman, Joker, y pasado el tiempo al citado de King o, incluso, en el universo del cartoon, el retorcido Krusty de los Simpson. La lista es extensa, sobre todo en la gran pantalla… los crueles payasos bomberos de la lacrimosa Dumbo ¡de 1941! hasta los más cercanos de Balada Triste de Trompeta, la barroca y excesiva aunque redonda cinta de Álex de la Iglesia y Horny, «el payaso caliente», que en la muy modesta ­–por no decir mediocre– película Fast Food Killer (2007) convertía a un payaso de restauración, alter ego del dulce Ronald McDonald, en una suerte de asesino en serie. Era muy tentador, a pesar del resultado final. Lo peor de todo es que ha habido casos reales. Pero vamos por partes.

Y, curiosamente, en medio de aquella fiebre de «payasos asesinos» que estaba en auge hace un par de años, incluso la cadena norteamericana de comida rápida McDonald’s tuvo que limitar las apariciones públicas de su icónico payaso –sustitúyase por un tipo disfrazado del mismo–, a causa de los llantos desconsolados de los más pequeños ante su bufonesca y amarilla presencia.

De la carpa a la pequeña pantalla

Desde aquel clown de It creado en 1986 por el maestro del horror moderno, y el logrado largometraje para televisión homónimo estrenado en 1990, cuya imaginería ha permanecido en la retina de todos nosotros, a los payasos desgarrados y vengativos del cine actual, han pasado tres generaciones al menos, pero el PAYASO ideado para inspirar miedo sigue siendo un clásico y ha dado mil y un títulos, la mayoría de serie B, cuando no Z, al séptimo arte o a la pequeña pantalla.

Curiosamente, el escritor se inspiró en la primera histeria de payasos que tuvo lugar en 1981 y que se conoció como «The Phantom Clown Scare», cuando se informó de varios incidentes en los que personas disfrazadas de payasos tenebrosos perseguían a niños con la intención de hacerles daño,

En enero de 2018 el multifacético y algo estrafalario director y músico Rob Zombie presentaba su nuevo filme, tras renovar el género de terror con cintas como La casa de los mil cadáveres, Los renegados del diablo o The Lords of Salem. Su último trabajo llevana por título 31 y precisamente estaba centrado en la figura del payaso criminal, de hecho, se acusó al propio realizador y a sus productores de haber generado aquella suerte de psicosis social como forma de promocionar la cinta, una moda, la de generar miedo real para acabar promocionando una película, que ya impulsaron años atrás los creadores del remake de Carrie o de la saga Paranormal Activity.

En septiembre de aquel año llegaba a las salas lo nuevo de Zombie y aquello coincidió con altercados en Greensville, una localidad al suroeste de Carolina del Sur (EEUU), donde hasta en ocho ocasiones fueron avistados grupos de personas ataviados como payasos –a cuál más siniestro– que asustaban a los transeúntes y que, incluso, llegaron a ofrecer caramelos y chucherías a niños de corta edad en las cercanías de un bosque de la ciudad, lo que hizo saltar todas las alarmas –y con razón– entre los padres y las autoridades. ¿Simple broma, amenaza real, campaña de marketing…?

Esta última hipótesis es la que más fuerza cobró, ya que precisamente en un teatro de Greenville se pasó un avance de la terrorífica cinta. De hecho, las leyes de Carolina del Sur prohíben a cualquier mayor de 18 años vestir en público con antifaz o máscara –incluida, por descartado, la de payaso–, una norma previsora para evitar que aquellos que oculten el rostro puedan cometer algún tipo de delito en un país donde los robos a bancos, establecimientos y gasolineras con caretas de presidentes son ya todo un icono. Al menos del cine. Y al que ahora se suman los tumultos del Black Lives Matter, las protestas por los confinamientos causados por el Covid o la pérdida de las elecciones del señor Trump –robo según él y sus fervorosos acólitos–.

Sea como fuere, Ken Miller, jefe de la policía de esta localidad de 61.000 habitantes, declaró entonces que sus agentes desconocían si existía relación alguna entre aquellas siniestras apariciones y el citado filme, según informaba Reuters el 4 de septiembre de aquel año, lo que incrementó el desconcierto, cuando instó a los padres a estar alerta ante posibles amenazas a la seguridad. Varias madres se mostraban aterradas, como Jessie Owen, de 29 años, que declaraba a los reporteros su impotencia con estas palabras: «Es una cuestión de un segundo, solo una promesa de un caramelo y (mi hijo) desaparecerá».

Por otro lado, Zombie y su productora no tardaron en hacer público un comunicado en el que afirmaban no tener relación alguna con los incidentes, mientras que el propio Stephen King, sabedor de su influencia en la coulrofobia actual –sí, así se llama oficialmente el miedo irracional a estos seres–, colgó en Twitter una defensa de la profesión de payaso en USA: «Hey, es el momento de enfriar la histeria de los payasos: la mayoría son buenos, alegran a los niños y hacen reír a las personas». En España también diversos colectivos de clowns, que hacen una importante labor social, elevaron sus quejas por esta visión distorsionada y retorcida de unos personajes creados para despertar la ternura y la risa.

El actor Sid Heig, muerto en 2019, que interpretaba al icónico Capitán Spaulding

La histeria colectiva puede que no estuviese justificada –todo apuntaba a ello, y así quedó evidenciado poco después–, pero se extendió como la pólvora por todo territorio estadounidense, potenciada por la proximidad de las fiestas de Halloween, donde a más de un energúmeno suele írsele la emoción de las manos y donde el disfraz favorito aquel 2018 no podía ser otro que, adivínenlo… el de «payaso terrorífico». A tal punto llegó la situación, que la empresa Target, todo un referente en el mundo del disfraz, anunció públicamente que retiraba sus grotescas y variadas máscaras de clowns de la venta de cara al 31 de octubre. Probablemente este tipo de decisiones contribuyeran a provocar el efecto contrario: que «todo Cristo» quisiera ir ataviado de Pennywise y sus hermanos de farándula. Y así fue también en España, una celebración muy alejada de la de 2020, en la que apenas se han podido juntar las personas y los pocos que se lanzaron a disfrazarse acompañaron su atuendo con la sempiterna mascarilla higiénica. Un año terrorífico de verdad, mucho más que estos pintarrajeados seres.

Jonathan Martin tras ser detenido

Otros aseguran que el fenómeno está relacionado con una campaña de marketing en vistas al estreno entonces del esperado remake de It. Aún así, también su productora desmintió relación alguna con la ola de pánico. Entre los detenidos se encuentraba el joven Jonathan Martin, que aparecía en las fotos policiales de Kentucky posando con un traje de payaso tras ser detenido por los incidentes que tuvieron lugar en la ciudad de Middlesboro. Visto así, aquel joven rubio de entonces apenas 20 años, infundía poco miedo –a pesar de su mirada desafiante al fotógrafo de la comisaría–, pero si uno observa las fotos de su disfraz mientras «bromeaba» con los transeúntes, no es de extrañar que más de uno saliera corriendo: la terrorífica muesca de su payaso alopécico y grotesco lo dice todo.

Aquel año, Carolina del Norte fue el epicentro, pero lo cierto es que la plaga de los creepy clowns se extendió como la pólvora a otras regiones del territorio USA como su vecina Carolina del Sur, Alabama, Georgia o Kentucky, sembrando la alarma entre los más pequeños, que tardarán en volver a pedir a sus padres que un payaso amenice sus fiestas de cumpleaños. De hecho, el nivel de pánico ha aumentado tanto entre los más jóvenes que una niña de 11 años llegó a llevar un cuchillo a su escuela sita en Athens, Georgia. Lo que le faltaba a las escuelas yankees, tristemente acostumbradas al estrago causado por las armas.

Y claro, en un país con una población tan ingente y variada, acostumbrada a los escándalos y a la inestabilidad emocional de gran parte de la población, junto a los informes sobre avistamientos de clowns e incidentes provocados por éstos y su deambular nocturno, también han aparecido falsos testigos que afirmaban haber sido víctimas de la «moda coulrofóbica». Según informaba entonces la BBC, poco después de tener lugar en Waco y Middlesboro los incidentes, en Bardstown (Kentucky), a principios de octubre de 2018, un hombre disparó al aire su rifle AR-15 después de que su esposa le comunicara la presencia de uno de los «payasos horrorosos» cerca de su domicilio. En realidad, se trataba de una mujer que había sacado a pasear a su perro alrededor de la medianoche, según informaba el portavoz del Departamento de Policía de Bardstown, Reece Riley. No sabemos cómo iba ataviada dicha señora para causar tal alarma…

Una alarma que no pararía de crecer los días y meses subsiguientes: algunos portales de noticias, basados en informaciones locales recopiladas de un rincón a otro de los EEUU, afirmaban que se habían producido avistamientos –bautizados como clown sightings– en 40 de los 50 estados del país de las barras y estrellas, llegando los periodistas a preguntar por dicha situación al portavoz de la Casa Blanca, Josh Earnest, quien sin detenerse demasiado en el asunto sentenció: «No sé si el presidente ha sido informado sobre esta situación en particular». En plena campaña para elegir a un sustituto de Obama, no parece que los creepy clowns fuesen algo que quitara el sueño en Washington. Fue la elección de Trump y los cuatro años siguientes los que no dejarían pegar ojo a muchos norteamericanos, y los que no lo eran. A ver qué sucede cuando sea Joe Biden quien finalmente tome posesión del ala oeste de la Casa Blanca. Para muchos, en las altas instancias de la capital se habrán librado del mayor de todos los «clowns».

Este post continuará… Si no nos lo impiden los «payasos asesinos del espacio exterior».

Supertecnología nazi en la Segunda Guerra Mundial

Aviones a reacción, un cañón sónico y otro solar, prototipos «OVNI», una supuesta bomba atómica e incluso un arma eléctrica basada en el Martillo de Thor. Los ingenieros y científicos nazis desarrollaron un arsenal bélico que parecía cosa del futuro, varias décadas adelantado a su tiempo. Un increíble repertorio de «Armas Milagrosas» que pudo haber cambiado el curso de la guerra, y de la historia.

Óscar Herradón ©

Siguiendo la estela dejada en los anteriores post sobre los increíbles artilugios tecnológicos desarrollados por el Tercer Reich durante la contienda, algunas de las «Armas Milagrosas» más sorprendentes fueron las llamadas «armas limpias», que utilizaban en parte la energía medioambiental para funcionar.

El llamado «Cañón Sónico», diseñado por el doctor Richard Wallauschek, estaba formado por dos reflectores parabólicos conectados por varios tubos que formaban una cámara de disparo, donde una mezcla de oxígeno y metano, detonada de forma cíclica, producía unas ondas sónicas muy potentes, de gran amplitud. A unos 50 m y con un solo minuto de exposición, se calcula que habría matado a cualquiera que se hallara cerca y a unos 250 m produciría un dolor auditivo insoportable para el ser humano, aunque nunca fue usado sobre el terreno.

Wallauschek

En el Instituto Experimental de Lofer, en el Tirol austríaco, el Dr. Zippermeyer diseñó el llamado «Cañón de Vórtice» o «Rayo Torbellino», un mortero de gran calibre que disparaba proyectiles rellenos de carbón pulverizado y un explosivo de acción lenta que, combinados, al explotar creaban una suerte de tifón artificial que, debidamente orientado, podría derribar aviones enemigos que se encontraran cerca. También era sorprendente el «Cañón de Viento», aunque tampoco se utilizó jamás en combate.

El «Cañón de Vórtice» del Dr. Zippermeyer

Submarinos eléctricos, espoletas de infrarrojos para explosivos, bombas teledirigidas, tanques súper-pesados que no tenían rival, helicópteros experimentales, incluso un cañón curvo que se instalaba en los fusiles de asalto y podía disparar desde las esquinas…

Quizá la más sorprendente y peregrina de todas estas «Armas Milagrosas» (Wunderwaffen) fuera –si es que existió más allá de los cenáculos conspiracionistas–, la llamada «bomba endotérmica», que consistía en una serie de explosiones especiales que, al ser lanzadas desde aviones, tras detonar, generaría una zona de intenso frío, de un radio de acción de al menos un kilómetro, que congelaría cualquier forma de vida, aunque no dañaría las estructuras, ya que no generaba radiación. Un artefacto que finalmente nunca entró en acción, aunque los teóricos de la conspiración afirman que los americanos se hicieron con ella y eso explicaría algunos de los prototipos actuales de «armas meteorológicas». De momento, solo especulaciones, aunque fascinantes.

Curiosamente, la última unidad alemana, formada por once militares, que se rindió a los aliados, lo hizo varios meses después del suicidio de Hitler, en septiembre de 1945, en la estación de investigación meteorológica en la isla noruega ártica Spitzbergen. Los experimentos que allí se realizaron continúan siendo uno de los mayores misterios sin resolver de la Segunda Guerra Mundial.

PARA SABER UN POCO/MUCHO MÁS:

HERRADÓN AMEAL, Óscar: Expedientes Secretos de la Segunda Guerra Mundial. Ediciones Luciérnaga, 2018.

Espías de Hitler. Las operaciones secretas más importantes y controvertidas de la Segunda Guerra Mundial. Ediciones Luciérnaga 2016.

La Orden Negra. El Ejército pagano del Tercer Reich. Edaf 2011.

PRINGLE, Heather: El Plan Maestro. Arqueología fantástica al servicio del régimen nazi. Debate, 2007.

ROMAÑA, José Miguel: Armas Secretas de Hitler. Nowtilus, 2011.

WITKOVSKI, Igor: The truth about the Wunderwaffe. RVP Press 2013.

VVAA: Armas Secretas de Hitler. Proyectos y prototipos de la Alemania nazi. Tikal, 2018.

VV.AA.: Hitler. Máquina de guerra. Ágata Editorial 1997.

Armas «Milagrosas» del Tercer Reich (III)

Aviones a reacción, un cañón sónico y otro solar, prototipos “OVNI”, una supuesta bomba atómica e incluso un arma eléctrica basada en el Martillo de Thor. Los ingenieros y científicos nazis desarrollaron un arsenal bélico que parecía cosa del futuro, varias décadas adelantado a su tiempo. Un increíble repertorio de «Armas Milagrosas» que pudo haber cambiado el curso de la guerra, y de la historia.

Óscar Herradón ©

¿Qué sucedió cuando los bombarderos aliados de la RAF destruyeron las instalaciones de Peenemünde? Los proyectos de «Armas Milagrosas» no se detuvieron, ni mucho menos, y los nazis continuaron innovando en este campo, esta vez en laboratorios construidos en búnkeres bajo tierra que no podían localizar los rastreadores enemigos.

Aunque no todas las instalaciones fueron destruidas –el llamado «túnel del viento», la planta de medición y los terrenos de prueba, quedaron intactos–, la Operación Hidra retrasó notablemente el proyecto y obligó a trasladar las investigaciones y a algunos de sus más brillantes científicos a otro lugar secreto para continuar la lucha a la desesperada.

Laboratorios bajo tierra

Los bombardeos aliados contra Hamburgo, o las fábricas de cojinetes de Schweinfurt y las de Peenemünde citadas, obligaron a trasladar los equipos de investigación hasta Nordhausen, en Turingia, en el interior de las montañas Hartz, donde la empresas Mittelwerk GmbH se dedicaría a fabricar y montar las bombas voladoras V-1 y los cohetes V-2, así como motores de propulsión para los aviones Messerschmitt 262 –el primer avión de combate a reacción del mundo en estar en servicio– y otros modelos vanguardistas.

Me-262 (USAF, Wikipedia)

Las nuevas instalaciones fueron situadas una caverna de 23 metros de altitud, construida ex profeso para aquella tarea. Los presos del campo de concentración cercano de Mittelbau-Dora, que hoy permanece en pie como museo del horror, fueron trasladados hasta su interior y utilizados como mano de obra esclava. Llegaron a trabajar allí hasta 20.000 hombres en régimen de esclavitud. En la impresionante instalación secreta de Nordhausen se fabricaron más de 30.000 proyectiles V-1, de los cuales al menos una quinta parte cayó sobre Londres.

Hasta finales del verano de 1944, la fábrica consiguió permanecer oculta a los aliados gracias a que todas las entradas y conductos de ventilación estaban eficazmente camuflados y los misiles, una vez fabricados, eran cargados en grandes camiones o en vagones de tren dentro de los mismos túneles, de donde partían las vías hacia la red ferroviaria alemana hasta llegar a las bases de lanzamiento, situadas cerca del Canal de la Mancha. En diciembre de 1944, la fábrica subterránea había producido un total de 1.500 V-1 y 850 V-2, por lo que comenzaron a ampliar su superficie excavando nuevos túneles, uno de ellos destinado a una fábrica de oxígeno –necesario porque era uno de los combustibles empleados por los V-2–, una nueva fábrica de motores de avión y una refinería para producir petróleo sintético.

Cuando la derrota era inevitable, se habían lanzado sobre Londres unos 1.403 misiles que acabaron con la vida de 2.754 personas y causaron 6.532 heridos y también sobre otros objetivos, como Amberes, donde cayeron 1.214 misiles. De haber contado con más tiempo, el V-2, unido a otros diseños y armas «milagrosas» nazis, habrían sin duda influido de forma decisiva en el desenlace de la guerra. El 11 de abril de 1945, las tropas norteamericanas llegaron a los túneles, liberaron a los prisioneros –que habrían muerto si se hubiera dado vía libre al plan de bombardear las cuevas con napalm, que se barajó– e inspeccionaron minuciosamente el lugar antes de dejarlo en manos de los soviéticos, haciéndose, casi con seguridad, con importantes y secretos diseños de última generación.

Campo de concentración de Mittelbau-Dora

Nordhausen no sería el único refugio subterráneo donde los nazis llevarían adelante sus proyectos técnicos y sus «armas milagrosas». En diciembre de 2014 saltaba a los medios una sorprendente noticia: «Desentierran el laboratorio nuclear de Hitler», titulaba el rotativo español El Mundo, que se hacía eco de las investigaciones del historiador alemán Reiner Karlsh, quien decía probar la existencia de varios lugares de ensayos y laboratorios nucleares, pruebas que se habrían realizado el 3 de marzo de 1945 a las 21.20 horas y en octubre de 1944. La CIA parece que también poseía información de un espía que señaló que existían varios campos de tiro e identificó la entrada a una compleja red de túneles.

Túneles que cuya existencia fue corroborada por excavaciones en una zona bastante inaccesible de la población de St. Georgen an der Gusen, que formaba parte de Alemania durante el Tercer Reich y hoy es territorio austriaco, según hacía público en el semanario Der Standard el periodista Markus Rohrhofer. Una zona que despertó la curiosidad al detectarse niveles de radiactividad excesiva y aparentemente inexplicable.

Entonces, el documentalista Andreas Sulzer, al frente de la investigación, señalaba que en base a exploraciones geoeléctricas parece que las instalaciones fueron edificadas aprovechando una cavidad de la montaña rocosa: una extensión total de más de 75 hectáreas cuyos accesos estaban sellados y rodeados de muros de granito de gran espesor; las investigaciones sobre el terreno han dividido a los expertos: algunos creen que allí ser realizaron pruebas nucleares, laboratorios que estaban conectados con el campo de concentración de Mauthausen-Gusen y la fábrica subterránea B8 Bergkristall –donde se fabricaba el Messerschmitt Me 262, mientras que otras corriente mantiene que los nazis nunca llegaron a ser capaces de construir un reactor nuclear, ni tampoco sabían cómo calcular la masa crítica de una bomba, según se determinó en las denominadas «conversaciones de Farm Hall» en 1945 tras los interrogatorios a varios científicos atómicos alemanes.

B8 Bergkristall

Y poco antes de dar forma a este reportaje, se hacía pública en Alemania la investigación del historiador Rainer Karlsch sobre unas galerías inexploradas de un búnker en Brandemburgo que pudo haber sido utilizado con fines bélicos. Aunque el polémico estudioso ya había «patinado» al sostener que los físicos nucleares habían logrado construir tres bombas nucleares, lo cierto es que las mediciones geomagnéticas parecen ahora darle la razón.

La historia cuenta que en el pequeño pueblo de Genshagen, junto a Ludwigsfelde, existían unas instalaciones de Daimler-Benz, concretamente una planta de fabricación de motores de avión. A comienzos de los años 40, en medio de la contienda, cuadrillas de trabajadores construyeron cerca de allí un complejo subterráneo que serviría de refugio antiaéreo durante los bombardeos. Pero parece que había algo más… En abril, con el avance del Ejército Rojo, un comando de las SS decidió volar los cinco accesos al búnker, «un despliegue excesivo» en palabras de Karlsch, que baraja que allí se ocultaran documentos secretos y también que al mismo fueron trasladados los materiales y proyectos que hasta entonces habían estado escondido en el espectacular castillo de Hakeburg, a unos 15 kilómetros de distancia.

El propietario de aquella antigua mansión señorial era Wilhelm Ohnesorge, ministro de Correos del Reich desde 1937 y que convirtió en su residencia después de que Hitler, en 1938, le otorgara 250.000 marcos como regalo de bodas. Ohnesorge, uno de los más entusiastas defensores de la producción de una bomba atómica, hizo construir en la finca de Hakeburg unas instalaciones de investigación y un centro de pruebas, donde un número indeterminado de científicos parece que trabajó en la construcción de material militar, precisamente en el momento de mayor auge de las denominadas «Armas Milagrosas», en los últimos meses de la guerra.

Frank Thadeusz, siguiendo la tesis de Rainer Karlsch, apunta que en dichas instalaciones se llegaron a producir verdaderos ingenios: desde aparatos de infrarrojos para visión nocturna hasta cohetes teledirigidos. A pesar de que el ministro enseñaba personalmente al Führer los maravillosos diseños que salían de sus laboratorios secretos, a éste parece que no le entusiasmaban demasiado, llegando a comentar en su círculo íntimo: «Hasta ahí íbamos a llegar, que ahora la guerra me la tenga que ganar el ministro de Correos…».

Wilhelm Ohnesorge

Sin embargo, los aliados serían poco después testigos de los avances que se habían llevado a cabo en los laboratorios armamentísticos tutelados por Ohnesorge: llegaron a fabricarse misiles antiaéreos guiados a distancia a través de monitores de televisión, algo increíble en su tiempo. Además, sus científicos desarrollaron diminutas cámaras que podían instalarse en los cohetes y convertirlos así en bombas dotadas de visión.

En las entrañas de la tierra los nazis cobijarían sus arsenales secretos que tantas décadas después del final de la guerra aún salen, de vez en cuando, a la luz, gracias al tesón de investigadores que a día de hoy continúan desempolvando los expedientes secretos del Tercer Reich, trazando un puzle cada vez más completo de aquel tiempo de verdugos y héroes, científicos y esclavos, cuya última línea aún está por escribir.  

PARA SABER UN POCO/MUCHO MÁS:

HERRADÓN AMEAL, Óscar: Expedientes Secretos de la Segunda Guerra Mundial. Ediciones Luciérnaga, 2018.

Espías de Hitler. Las operaciones secretas más importantes y controvertidas de la Segunda Guerra Mundial. Ediciones Luciérnaga 2016.

La Orden Negra. El Ejército pagano del Tercer Reich. Edaf 2011.

PRINGLE, Heather: El Plan Maestro. Arqueología fantástica al servicio del régimen nazi. Debate, 2007.

ROMAÑA, José Miguel: Armas Secretas de Hitler. Nowtilus, 2011.

WITKOVSKI, Igor: The truth about the Wunderwaffe. RVP Press 2013.

VVAA: Armas Secretas de Hitler. Proyectos y prototipos de la Alemania nazi. Tikal, 2018.

VV.AA.: Hitler. Máquina de guerra. Ágata Editorial 1997.