El «soldado de Dios» que fundó la Compañía de Jesús

El pasado año 2021 la Compañía de Jesús conmemoraba el Quinto Centenario de la conversión de Ignacio de Loyola, su fundador, un personaje histórico fascinante cuya labor evangelizadora marcaría un antes y un después no solo en la trayectoria del catolicismo sino en la configuración del mundo contemporáneo occidental. Extendida por todo el orbe, la Compañía se convertiría en la milicia de la Iglesia católica en tiempos de la Contrarreforma (muchos de sus miembros serían espías en cortes protestantes), pero también tendría abiertas disputas –y algo más– con la Santa Sede. Esta es la historia de un hombre reconvertido en militante de la fe, un «soldado de Dios» con sus luces y sus sombras.

Por Óscar Herradón ©

El 13 de marzo de 2013, hace ya casi una década, el cardenal argentino Jorge Maria Bergoglio se convertía en el último pontífice de la Santa Sede con el nombre de Francisco I y, por primera vez en la historia del papado, el Vicario de Cristo pertenecía a la Orden de los jesuitas. El vendaval no dejó entonces de azotar al Vaticano. A los escándalos de Vatileaks, la pederastia, la corrupción y la influencia de la masonería durante el mandato de Benedicto XVI, todos ellos vendavales de tiempos recientes, venían a sumarse las polémicas relacionadas con una Orden cuyo líder es conocido como «el Papa Negro», organización que en más de una ocasión mantuvo una guerra abierta con el mismo Vaticano.

Pasaron apenas unas horas del nombramiento y de su anuncio público con la ansiada fumata blanca y no tardaron en surgir en la prensa internacional rumores que vinculaban al nuevo Papa con el colaboracionismo en la dictadura argentina, algo que no tardó en ser desmentido por el jesuita Franz Jalics, secuestrado en 1976 por la cúpula militar y residente en Baviera desde 1978, quien afirmó presto que Francisco, que era entonces Provincial de la Orden jesuita en Buenos Aires, no le entregó a la Junta. El escándalo se servía desde varios frentes, azuzado en parte por un sector tradicional de la Iglesia que no miraba al jesuitismo precisamente con buenos ojos, una enemistad que se remonta siglos atrás. Y el hecho de que el pontífice hiciese declaraciones como la que sigue no hizo sino echar más leña al fuego: «¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!», recordaba a las palabras de Juan Pablo I y a muchos les venía a la mente su trágico final…

Origen, historia y leyenda de la Compañía

La historia del fundador de la Compañía, el vasco Ignacio de Loyola, apellido que tomó de la aldea donde nació, es tan extraña como apasionante. Primero soldado –luchó en la defensa de Pamplona contra los franceses, donde fue herido en una pierna–, pronto sintió la llamada de la fe. Durante su convalecencia leyó varios libros religiosos que le llevaron a replantearse toda su vida. Tras experimentar una supuesta visión de la Virgen con el niño Jesús, se produciría su definitiva reconversión de hombre de armas en soldado de Dios.

Cual caballero andante veló armas ante el altar de Nuestra Señora de Montserrat, singular enclave místico que se cuenta como uno de los refugios del Santo Grial al que acudiría el mismísimo Heinrich Himmler durante una visita a España en plena Segunda Guerra Mundial. Al terminar sus oraciones, Loyola dejó la espada y la daga y se vistió con ropas pobres, sandalias y un bastón, para dedicar su vida al Todopoderoso y a la predicación. Fue a partir de ese momento –dijo– cuando sufrió diversas visiones de tipo aparentemente celestial. Con dicho hábito llegó a Manresa, donde vivió en una cueva en medio de una constante meditación y un estricto ayuno. Tras dicha experiencia eremítica (común a otros hombres de su siglo como Benito Arias Montano, místico y bibliotecario de Felipe II en el monasterio de El Escorial), nacerían sus Ejercicios Espirituales, que se publicaron años más tarde, en 1548, y que serían la base de la filosofía jesuítica.

Loyola durante su convalecencia
Iglesia de Jesús (Roma)

Viajó a Roma y el 4 de septiembre de 1523 a Jerusalén, para regresar después a Barcelona. Más tarde aprendería latín y se inscribió en la Universidad de Alcalá de Henares, cuna de ilustres del Siglo de Oro como Cervantes. Posteriormente se trasladó a Salamanca, donde comienza a predicar acerca de sus Ejercicios, algo que le granjeará problemas con las autoridades, llegando a ser encarcelado por un periodo de varios días. Una vez libre, viajaría a París, en cuya universidad estudiará siete años, y donde se rodeó de seis seguidores. Entonces ya tenía claro cuál era su proyecto vital y se mudó a Flandes y más tarde a Inglaterra, la «Pérfida Albión», para recabar fondos para su no poca ambiciosa Obra.

El juramento de los soldados de Dios

El día 15 de agosto de 1534, en medio de un ambiente ceremonioso y recogido, Loyola y sus seis acólitos juraron en Montmartre «Servir a nuestro señor, dejando todas las cosas del mundo»; fundaban así la Sociedad de Jesús, y decidían ponerse a las órdenes del Papa cual «soldados de Dios». El pontífice Paulo III dio su aprobación a sus pretensiones y les permitió ordenarse sacerdotes en Venecia. En su viaje a Roma, para servir al sucesor de san Pedro en el trono pontificio, en la localidad de La Storta, Ignacio de Loyola vivió otra experiencia mística: una visión al parecer trinitaria en la que «el Padre, dirigiéndose al Hijo, le decía: ‘Yo quiero que tomes a éste como servidor tuyo’ y Jesús, a su vez, volviéndose hacia Ignacio, le dijo: ‘Yo quiero que tú nos sirvas’».

Paulo III

En 1538, Loyola, acompañado de dos de sus hombres, regresó a Roma para la aprobación de la constitución de la nueva Orden, refrendada por Paulo III mediante la bula Regimini militantis Ecclesiae, que limitaba el número de miembros a sesenta, limitación que sería revocada tres años después mediante la bula Injunctum nobis, que permitía que la Societas Iesu no tuviera límites hasta alcanzar unas dimensiones impresionantes. Entonces, Loyola fue elegido Superior General de la Compañía, tras lo cual envió a sus seguidores como misioneros por Europa, con la intención de que creasen escuelas y seminarios. En 1548 por fin se imprimieron sus Ejercicios Espirituales, lo que le valió al antiguo soldado ser llevado ante la Inquisición, aunque fue rápidamente liberado.

Altar con los restos de Loyola (Roma)

En 1554 se adoptaron las denominadas Constituciones jesuitas, elaboradas por el mismo Loyola, base de una organización monacal a cuyos miembros se exigía absoluta abnegación y obediencia al Papa. A partir de entonces, la Compañía se extendería por todo el orbe, estando obligada a responde de sus actos únicamente ante el pontífice y el superior de la Orden, hoy conocido como el «Papa Negro». Nacía así una de las órdenes religiosas más poderosas y controvertidas de la historia. Ignacio de Loyola, el visionario, moría el 31 de julio de 1556, en su celda de la sede jesuítica en Roma, para ser canonizado en 1622 por el Papa Gregorio XV.

PARA SABER UN POCO (MUCHO) MÁS:

GARCÍA HERNÁN, Enrique: Ignacio de Loyola (Colección Españoles Eminentes). Taurus 2013.

J. LOZANO NAVARRO, Julián: La Compañía de Jesús y el poder en la España de los Austrias. Cátedra 2005.

LARA MARTÍNEZ, María y Laura: Ignacio y la Compañía. Del castillo a la misión. Edaf (XIII Premio Algaba), 2015.

MARTIN, Malachi: La Compañía de Jesús y la traición a la Iglesia Católica. Plaza & Janés, 1988.

P. LUIS GONÇALVES DA CÁMARA: San Ignacio de Loyola. Biografía. Editorial Verbum 2020.

BREAKING NEWS!

Los jesuitas. Una historia de los «soldados de Dios» (Debate)

En este ensayo que ha visto recientemente la luz de la mano de la Editorial Debate, el inglés Jonathan Wright, doctor en Historia por la Universidad de Oxford y especialista en historia de los movimientos religiosos, aborda el importante y controvertido papel de la Orden ignaciana en el mundo moderno y contemporáneo, desde su fundación por Ignacio de Loyola (fue reconocida como Orden en 1540 y desde entonces no paró de crecer), su tradición erudita –muchos de sus hombres fueron preceptores de reyes y príncipes– y su labor combativa: de la conquista y evangelización del Nuevo Mundo a la Teología de la Liberación que fue investigada por el papa Juan Pablo II. También se adentra en su infatigable determinación a la hora de abordar misiones en territorios poco conocidos, como su epopeya en Japón (donde serían torturados y ejecutados varios jesuitas) y otros países del continente asiático, a las peligrosas travesías por el Mississippi o el Amazonas que convirtió a los «soldados de Dios» en temerarios aventureros con el crucifijo en ristre.

Los miembros de la Compañía eran hombres de vasto saber, pedagogos y científicos (físicos, químicos y matemáticos), y contaron entre sus filas con eruditos de la talla de Athanasius Kircher. Estaban presentes en las universidades de todo el mundo, muchas de ellas edificadas gracias a su intermediación, y fueron escribanos en las lejanas cortes, incluso, de los emperadores chinos. Llegaron al siglo XXI como un referente universal gracias a su fortaleza ideológica, a su presencia en terribles conflictos y al conocimiento profundo de las interioridades del Vaticano, y eso que estuvieron a punto de desaparecer en el siglo XVIII precisamente por causa del propio vicario de Cristo.

Hoy, en el trono de San Pedro se sienta un jesuita. Un vibrante ensayo, de profusa documentación y hábil y fluida prosa que conduce al lector por la leyenda y la realidad, las tramas secretas (desde los espías enviados por el Vaticano a la Inglaterra de Isabel I para defender la causa de María Estuardo hasta las acusaciones que se vertieron contra ellos acusados de querer derrocar gobiernos como lo serían también los masones) y las gestas de estos «intrépidos aventureros de la historia cultural, política y espiritual del mundo moderno» en palabras del propio Wright.

Tempestad en el tiempo de las luces (Cátedra)

Y si en este post hablábamos del fundador de la Compañía y de cómo la misma alcanzó una expansión y un poder sin precedentes, a través de un completo ensayo de reciente aparición conoceremos el momento en el que la organización estuvo a punto de desaparecer y fue prohibida (y sus miembros perseguidos) en varios países, entre ellos España. Se trata de Tempestad en el tiempo de las Luces. La extinción de la Compañía de Jesús, publicado por Cátedra, del doctor en Historia por la Universidad Autónoma de Madrid Enrique Giménez López, desde 1988 Catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Alicante.

El libro, a través de numerosas fuentes, algunas inéditas hasta hoy, analiza el proceso que condujo a que el papa Clemente XIV se plegase a publicar el Breve Dominus ac Redemptor el 21 de julio de 1773, que extinguió canónicamente a la Compañía, y sus consecuencias posteriores, donde se vieron implicados los monarcas de España, Francia, Portugal, Nápoles y Prusia, y las emperatrices de Austria y Rusia. Un complejo escenario internacional en cuyo trasfondo se dirimían las relaciones entre la Iglesia de Roma y los Estados Europeos. Y es que ningún otro acontecimiento del siglo XVIII, salvo la Revolución Francesa –decisiva para el fin del Antiguo Régimen–, conmovió tanto a europeos y americanos como el fin de la Compañía fundada en el siglo XVI por Ignacio de Loyola.

Acabar con el jesuitismo, y no solo con los jesuitas, fue una labor a la que se entregaron con ahínco no solo las potencias católicas, sino obispos y muchas órdenes religiosas (que sentían envidia de la influencia ejercida por la Compañía en la vida política, en la cultura, en la educación de las élites y en las misiones del Nuevo Mundo y Asia, y pretendían «sacar tajada» del nuevo escenario). Sin embargo, la organización fue capaz de mantenerse viva en Prusia y Rusia, cuyos monarcas, al no ser católicos, no aceptaron el Breve papal de extinción.

Pío VII

Esta supervivencia se haría más patente con el estallido de la Revolución Francesa que acabó dando verosimilitud a las hasta entonces teorías conspirativas que asociaban la desaparición de la Orden jesuítica con la crisis del Antiguo Régimen. Tras la derrota de Napoleón, la Compañía fue restaurada por Pío VII en 1814 como arma ideológica a disposición del trono y el altar, y su influencia sigue siendo en la actualidad tan grande que el mismo pontífice romano, el papa Francisco, pertenecía a la misma antes de ser elegido por el «Espíritu Santo» para comandar la Santa Sede.

Los evangelios olvidados. El rostro desconocido de Jesús

Prácticamente desde su misma aparición, el cristianismo, al igual que la mayoría de las grandes religiones, se dedicó a purgar aquellos escritos que no convenían a quienes manejaban los hilos del poder para transmitir la «verdadera enseñanza». Así, en el Concilio de Nicea (325) se decidió qué textos eran los que contaban el verdadero origen de Jesús y habían sido revelados y señalados –como a partir de entonces los pontífices– por el Espíritu Santo. Los que se condenaron tomaron el nombre de apócrifos y, junto a los gnósticos, dormirían el sueño del olvido durante siglos.

Por Óscar Herradón ©

Concilio de Nicea

Cuando la religión católica fue adoptada como el culto oficial del Imperio Romano, en tiempos del emperador Constantino, todos aquellos manuscritos que no parecían, a los ojos de los ya por entonces magnates del espíritu, dignos de tan excelsa creencia, fueron destruidos y, por suerte, en algunos casos únicamente olvidados y recuperados para la memoria del hombre siglos más tarde. Me refiero a los conocidos como Evangelios Apócrifos y Gnósticos, textos que ofrecían versiones diferentes y polémicas de las Sagradas Escrituras y de la vida de Jesús, y que fueron catalogados por los que heredaron el trono de Pedro y sus vasallos como auténticos «libros malditos».

Los obispos y cardenales no se enfrentaban entonces con religiones opuestas, o «herejías» bien diferenciadas de su enseñanza; se trataba de crear una serie de mitos que fortalecieran la imagen de la Iglesia en toda su esfera de influencia, cada vez más grande, sin lugar a discrepancias o cuestionamientos, y muchos manuscritos pertenecientes en un principio a su dogma ponían en peligro dicha estrategia política, muy alejada, es cierto, de la espiritual que verdaderamente deberían haber seguido. Muchos textos atribuidos a seguidores de Jesús, algunos incluso coetáneos al Mesías, fueron condenados en beneficio de los únicos cuatro Evangelios que la Iglesia admite como verdaderos: los Canónicos –compuestos por los cuatro evangelistas, Mateo, Marcos, Lucas y Juan–, que en no pocas ocasiones llegan a contradecirse entre sí, pero que son el corpus oficial del cristianismo.

La palabra de Dios era seleccionada por la mano del hombre para ajustarse a sus intereses. No es de extrañar, sigue sucediendo en pleno siglo XXI.

Los Evangeliso «Malditos»

Pío IX

Han corrido ríos de tinta en torno a la autenticidad y falsedad de los textos sagrados. La Iglesia católica no acepta ningún tipo de fisura en torno a los Evangelios Canónicos mientras no duda en tachar de falsos y malditos aquellos escritos que aportan datos sutilmente diferentes o alternativos de las enseñanzas de Jesús. El Papa Inocencio I, sobre los Apócrifos, afirmó lo siguiente: «Respecto a los otros (evangelios) que llevan los nombres de Matías, Santiago el Menor, o de Pedro y de Juan, y también el que lleva el nombre de Tomás, ¡no solamente hay que abandonarlos, sino incluso condenarlos!». Esta forma de proceder de los católicos ortodoxos sería una constante, mantenida también en nuestros días; en su Encíclica Noscitis et Nobiscum del año 1849, el papa Pío IX se refería a los Evangelios Apócrifos como «lecturas emponzoñadas», y añadió que los libros –fuesen religiosos o no– deben ser escritos por «hombres de sana y reconocida doctrina».

Para reforzar su autenticidad, la Santa Sede afirma que los Canónicos fueron escritos por discípulos de Jesucristo, que el Nuevo Testamento es el libro mejor documentado de la Antigüedad –por los abundantes datos de diferente naturaleza que aporta sobre la época de Jesús– y que su historicidad está fuera de toda duda, pero esto ha sido puesto en tela de juicio por los mejores expertos en numerosas ocasiones (y con pruebas). Desde la aparición del cristianismo se hicieron numerosas copias en diferentes lenguas –latín y griego fundamentalmente– de dichos textos y los más destacados escritores del mundo antiguo los citaron en sus obras. Pero, aunque estas características son la principal defensa del Vaticano para verificar su autenticidad, lo cierto es que los Evangelios Canónicos fueron escritos bastantes años después de que Jesús de Nazaret predicase en las tierras del actual Oriente Próximo.

El primero de todos ellos es el Evangelio de Marcos, que se escribió nada menos que en el año 70 después de Cristo, unos 40 años después de la muerte del nazareno. Dicho texto es una versión extendida del Urmarcus o Marcos Primitivo, una especie de borrador que Marcos escribió años antes según las enseñanzas que Pedro recogió del Mesías. Marcos es considerado por la Iglesia el más fiel de todos los testigos «contemporáneos» de las enseñanzas de Cristo, sin embargo, nunca escuchó ni siguió a Jesús como discípulo. Todo lo que dejó escrito se fundamenta en el relato oral de lo acaecido, relato que pudo ser alterado a lo largo de décadas, por personas diferentes, un tema, no obstante, que no es discutible para el Vaticano.

Benedicto XV

Un hombre, con buenas intenciones –eso nadie lo pone en duda– recogió el legado de un profeta que murió cuando él apenas era un niño o ni siquiera había nacido y, sin embargo, todo lo que dejó impreso tiene, por fuerza, que ser verdad. Su autenticidad no puede cuestionarse, algo nada extraño si nos atenemos a lo que algunos pontífices han afirmado con contundencia, que dichos textos fueron inspirados por el Espíritu Santo a los evangelistas. ¿Cómo podían entonces faltar a la verdad? En la Encíclica Spiritus Paraclitus, el papa Benedicto XV dejó escrito que «Los Libros de la Sagrada Escritura fueron compuestos bajo la inspiración, o la sugestión, o la insinuación, y aún el dictado del Espíritu Santo; más todavía, el mismo Espíritu Santo fue quien los redactó y publicó». Pocos se atrevieron después, en el seno de la Iglesia y fuera de ella, a contradecir la férrea sentencia del Sumo Pontífice.

Controversias y contradicciones

Si el Evangelio de Marcos fue escrito cuarenta años después de la crucifixión de Jesús, y su autor no tuvo contacto directo con el más venerado profeta, junto a Mahoma, de la historia de la humanidad, el caso de los otros tres textos Canónicos es todavía más controvertido. Los siguientes, el de Mateo y Lucas, fueron concluidos décadas después. El de Mateo fue escrito en lengua griega en Antioquía, hacia el año 90 después de Cristo, mientras que el de Lucas se terminó de escribir hacia el año 80 en algún punto de Grecia. Se cree que Mateo utilizó para su redacción dos documentos perdidos: el «Q» y el Urmarcus ya citado. Lucas utilizó, al parecer, las mismas fuentes –de ahí que ambos sean denominados Evangelios Sinópticos–. 

Juan

El de Juan, supuesto hijo de Zebedeo, es sustancialmente diferente a los tres anteriores y el único en el que se afirma la divinidad de Jesús. Fue escrito todavía más tarde: al parecer en el año 115. Algunos investigadores han afirmado que dichos textos fueron modificados y engalanados intencionadamente por sus autores, con la finalidad de ajustar sus testimonios a unos intereses creados, aunque es difícil delimitar si dicha intencionalidad parte de los manuscritos originales o fue promovida posteriormente desde Roma bajo el mandato de ciertos pontífices y emperadores.

Lo cierto es que las características y enseñanzas de Jesús, al igual que muchos de los episodios que se recogen en los Evangelios, poseen una sospechosa similitud con leyendas y mitos del mundo antiguo, de las religiones conocidas como mistéricas. ¿Pudo la Iglesia recoger algunas de esas influencias para perfilar la figura de Jesús y dotarla de divinidad? Parece vislumbrarse, según muchos investigadores e historiadores como Timothy Freke, Peter Gandy, Keith Hopkins o Margaret Starbirt -que han penetrado en las raíces del cristianismo primitivo con la única intención de demostrar la verdad, sin intereses a favor de credo alguno- una respuesta afirmativa.

Este post tendrá una inminente continuación.

PARA SABER (MUCHO) MÁS:

Pagels

La editorial Crítica, tan querida de este blog, relanza una obra fundamental para comprender los textos cristianos prohibidos por la ortodoxia, nada menos que la obra de referencia Los Evangelios Gnósticos, de la profesora de religión de la Universidad de Princeton y una de las mayores expertas mundiales en el cristianismo, Elaine Pagels. Un texto que la editorial española lanzó por primera vez en castellano en 1982 pero que cuarenta años después mantiene su frescura y su lucidez.

El libro fue distinguido en su día en Estados Unidos con el premio del National Book Critics Circle y con el National Book Award, y desde entonces es una obra de referencia indiscutible sobre el primer cristianismo pero sin aceptar las doctrinas oficiales de su iglesia. En sus páginas Pagels revela las numerosas discrepancias que separaban a los cristianos primitivos en relación a los mismos hechos de la vida de Cristo, el sentido de sus enseñanzas o la forma que debía adoptar su Iglesia, y describe con elocuencia las doctrinas gnósticas que niegan la resurrección de Jesús y rechazan la autoridad sacerdotal, explicando con claridad meridiana por qué y cómo la ortodoxia que finalmente se impuso declaró heréticos a los gnósticos y trató de eliminar –por suerte, de forma fallida– todos los textos que contenían sus doctrinas.

He aquí el enlace para adquirir este clásico:

https://www.planetadelibros.com/libro-los-evangelios-gnosticos/348552

Y también a través de la Editorial Crítica, y de la misma autora, tenemos disponible Más allá de la fe. El evangelio de Tomás, nada menos que un recorrido por los entresijos de uno de los textos gnósticos fundamentales para entender a Jesús. Pagels pretende explicar al lector que, si somos capaz de recuperar lo mejor del judaísmo y el cristianismo, podremos abrazar un camino de espiritualidad que nos inspire la visión de una nueva sociedad basada en la justicia y en el amor. Nada más lejos de la situación en la que ahora se encuentra el mundo, asomado al abismo. Quizá lo mejor sea recuperar los textos antiguos, comprenderlos, y hacernos esas mejores personas que no logró ni siquiera la pandemia de Covid-19. En palabras de Pagels, cuya figura debemos reivindicar –seamos o no religiosos–: «lo que más admiro en la riqueza y diversidad de nuestras tradiciones religiosas es el testimonio de innumerables personas que luchan por descubrir la vida espiritual y nos dicen, con Jesús, ‘buscad, y encontraréis’». Falta nos hace.

El Jesús Histórico (Editorial Trotta)

El filólogo y catedrático español Antonio Piñero, una de las personas que más saben –a nivel mundial– sobre la figura de Jesús y el cristianismo primitivo, a través de la Editorial Trotta, vieja conocida de este blog, muestra en El Jesús Histórico. Otras aproximaciones, una visión general de la figura de Cristo ofrecida por algunas de las obras más obras exegéticas más importantes en castellano.

No es un trabajo fácil, puesto que aquellos libros escritos sobre Jesús en lengua castellana son, en su mayoría, textos escritos por autores de una u otra confesión cristiana, lo que va en detrimento de la objetividad de sus argumentos. La intención de Piñero en Otras aproximaciones es poner a disposición de un público crítico un panorama breve pero bastante completo de lo que se está escribiendo en lengua española en estos momentos, incluido un tipo de textos, minoritario, compuesto por estudios de autores independientes no confesionales, que procuran no ser subjetivos ni militantes y que ofrecen una aproximación a Jesús obtenida a partir de fuentes similares para acercarse a la biografía de cualquier otro personajes ilustre de la Antigüedad.

La intención de esta selección y crítica es construir una imagen de Jesús sobre la base de lo que razonablemente podemos saber en la actualidad acerca del personaje histórico –libre de fábulas y hechos sobrenaturales–utilizando todas las herramientas habituales en la investigación de la historia antigua. La imagen del Nazareno obtenida a través de este procedimiento crítico está escrita con la plena consciencia de que su vida, aun siendo la de un personaje históricamente remoto con numerosas lagunas historiográficas, está totalmente viva en la inmensa mayoría de los cristianos –y en muchos que no profesan dicho credo–, por lo que dicha vida sigue interesando por sí misma.

El libro es una suerte de continuación de otro título de Piñero que cosechó notable éxito y que Trotta publicó en 2018: Aproximación al Jesús Histórico. Asimismo, la editorial ha publicado numerosos textos del citado estudioso que podéis adquirir en su web, como Guía para entender el Nuevo Testamento, Jesús y las mujeres o Guía para entender a Pablo de Tarso. Una aproximación del pensamiento paulino.

Pedro el Ermitaño y la Primera Cruzada

Al grito de Deus vult («Dios lo quiere»), las masas cristianas enfervorecidas se lanzaron a reconquistar Tierra Santa tras el Concilio de Clermont, celebrado en 1095. La historia medieval no volvería a ser la misma y constituiría el comienzo del fin del imperio bizantino. Ahora, un libro editado por Crítica nos presenta la Primera Cruzada desde un punto de vista realmente innovador.

Óscar Herradón ©

Uno de los personajes más controvertidos y rodeados de sombras de la Primera Cruzada fue Pedro el Ermitaño. Objeto de airadas controversias entre académicos durante siglos, fue el historiador francés Jean Flori quien escribió la que podríamos considerar la biografía más exhaustiva del monje, no exenta, como apunta el mismo autor galo, de claroscuros bibliográficos. Su obra sería publicada en castellano por Edhasa en un monumental volumen hoy convertido en una auténtica joya bibliográfica difícil de conseguir.

El 27 de noviembre del año 1095, tras el Concilio de Clermont, el papa Urbano II lanzó un llamamiento a la cruzada con la intención de recuperar para la cristiandad los santos lugares de manos «herejes». El pontífice expuso que tras la conquista de Jerusalén por los turcos selyúcidas a los árabes abasidas en el 1073, se prohibía el acceso a los lugares de culto a los peregrinos cristianos, algo que la Santa Sede no podía tolerar. Mientras tanto, el monje Pedro, originario de Amiens, en la región francesa del Somme, predicaba con gran elocuencia y exaltada fe entre las localidades de Bourges y Colonia, consiguiendo el entregado apoyo de más de 12.000 cristianos que al grito de «Deus lo vult» («Dios lo quiere»), una frase extraída de la Vulgata, emprendieron la marcha en mayo de 1096 siguiendo el llamamiento papal y el envío de tropas conformadas entre otros por caballeros de órdenes monástico-militares.

La enfervorecida comitiva de cristianos azuzados por el discurso del monje francés llegó a Constantinopla a finales del mes de julio de aquel año, con un grupo mucho más nutrido de fieles que se fueron uniendo a lo largo de su avance hacia Tierra Santa. En su marcha posterior hacia Nicomedia sufrieron no pocos reveses ante el infiel y Pedro el Ermitaño regresó a Constantinopla para solicitar el apoyo del emperador Alejo Comneno, tiempo durante el cual su ecléctico ejército fue masacrado por los turcos selyúcidas de Rüm en las llanuras de Civetot. Hasta que no recibió el apoyo de los nobles occidentales el monje tuvo que parar su avance; cuando éstos llegaron a lomos de sus espectaculares cabalgaduras, en mayo de 1097, la lucha continuó hasta que Jerusalén fue tomada a sangre y fuego en nombre de Dios (cada uno luchaba por el suyo, como siempre) el viernes 15 de julio de 1099.

Un papel relevante

A pesar del caos generado en su peregrinación y a que algunos autores como el pastor e historiador protestante alemán Heinrich Hagenmeyer (1834-1915) minimizaron su participación en la guerra, Pedro de Amiens tuvo casi con seguridad un papel relevante en la Primera Cruzada, algo que prueba el hecho de que fuera nombrado capellán del ejército que se hizo con la victoria. Su sermón en el monte de los Olivos es un ejemplo de cómo la intolerancia religiosa, del color que sea, empaña cualquier causa noble como pudo ser en un primer momento facilitar a los fieles el acceso a los sitios que la tradición atribuía a la predicación de Cristo, en una tierra que todavía hoy, casi 1.000 años después de aquella guerra, continúa siendo un polvorín.

El Ermitaño dio un sermón en aquel lugar tan sugerente para los cristianos (el mismo en el que según la tradición Jesús predicaba habitualmente y sería apresado por los romanos tras la traición de Judas Iscariote), y exigió a las milicias cristianas saquear Jerusalén y aniquilar a sus «infieles» ciudadanos que estaban desarmados; si no se trata de propaganda del enemigo, que todo es posible para emborronar la historiografía y depende desde qué lado se divulgue (es muy recomendable consultar Las Cruzadas vistas por los árabes, del libanés Amin Maalouf –publicada en España por Alianza Editorial– para descubrir la visión de «los otros» respecto a lo que para ellos fue una invasión y una masacre de Occidente), en dicho llamamiento El Ermitaño señaló a musulmanes y judíos, e incluía a mujeres y a niños. Prometía, como hacen en la actualidad los integristas islámicos, la entrada en el Paraíso por tales atrocidades.

Pedro de Amiens regresó a Europa en 1100, concretamente a la ciudad belga de Huy, donde unos años después fundó la abadía de Neufmoustier, entre cuyas paredes murió el año 1115. En 1147 se inició la Segunda Cruzada para reconquistar Edesa, en Mesopotamia, que en 1144 había caído en manos, nuevamente, de los selyúcidas. Pero esa es otra historia.

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

Existe una ingente bibliografía de las Cruzadas, entre las que destacan diversos trabajos, desde la decana y monumental Historia de las Cruzadas en 12 volúmenes del historiador francés Joseph François Michaud (1767-1839), a los detallados volúmenes de Steve Runciman, Zoé Oldenbourg, Thomas Ashbridge o Christopher Tyerman, entre otros, y ahora debemos sumarle un exhaustivo y revelador ensayo publicado recientemente por la editorial Crítica, que en la línea del citado título de Maalouf, todo un éxito de ventas desde su publicación inicial en 1983, revela el desarrollo de la Primera Cruzada como nunca se ha contado: a través del prisma de Oriente.

Y es que su autor, Peter Frankopan, mantiene que el principal catalizador de la guerra santa que culminó en 1099 cuando miles de caballeros europeos (y gentes de toda condición) liberaron Jerusalén de la creciente amenaza del Islam, fue el emperador Alejo I Comneno, el mismo al que Pedro de Amiens solicitó ayuda militar cuando su ejército se vio cercado por los selyúcidas. Así, el eje vertebrador de esta célebre epopeya medieval no sería Roma, sino Constantinopla, capital del imperio bizantino.

Frankopan, que como todo autor publicado en crítica goza de las credenciales requeridas para contar el pasado, ha publicado también con la misma editorial otros libros convertidos ya en auténticos bestseller, como Las Nuevas Rutas de la Seda y El Corazón del Mundo. Una Nueva Historia Universal. No es un recién llegado y sabe bien, pues, de lo que habla. Catedrático en Global History por la Universidad de Oxford, institución para la que dirige el Centre for Byzantine Research, es un consagrado investigador y habitual conferenciante, que nos recuerda la importancia que tuvo en su día el imperio cristiano de Oriente.

Según la tesis de Frankopan, en 1095, con su reinado bajo asedio de los turcos y al borde del colapso, Comneno suplicó al Papa que le prestase ayuda militar. La victoria sobre los ejércitos islámicos consolidaría el poder del Vaticano hasta cotas impensables, sin embargo, Constantinopla nunca se recuperaría de la guerra, y la Historia la relegaría a un segunda plano, así como a Alejo Comneno.

El enlace para adquirir este volumen:

https://www.planetadelibros.com/libro-la-primera-cruzada/343647