Incursiones de Tolkien fuera de la Tierra Media

Minotauro reedita algunas de las obras más emblemáticas del genio tras el ingente universo de la Tierra Media, algunos títulos menos conocidos y que versan sobre poemas y sagas antiguas que servirían de fuerte inspiración de su prolífico imaginario.

Óscar Herradón ©

A raíz de la resaca por la no poco controvertida emisión de la serie El Señor de los Anillos: los Anillos de Poder, una de las grandes apuestas de Amazon para 2022, Tolkien vuelve (si es que no lo ha estado siempre) a la más completa actualidad, y Minotauro, su editorial de referencia en España desde hace décadas, nos trae dos impresionante volúmenes de sus obras menos conocidas para deleite de adictos a la Tierra Media.

Se trata, por un lado, de una nueva edición de La Caída de Sigurd y Gudrún, la versión del maestro de la ficción literaria de la gran leyenda nórdica. Una edición en tapa dura con sobrecubierta de los dos poemas relacionados entre sí a los que dio los títulos de La nueva balada de los völsungos y La nueva balada de Gudrún, que J R R Tolkien dejó inéditos y que su hijo Christopher Tolkien se encargó de recuperar para generaciones futuras, fruto del exhaustivo estudio del escritor británico de la poesía noruega e islandesa recogida en la Edda poética (o Edda Mayor), fuente de la obra posterior (en prosa) del escritor islandés Snorri Sturluson en el siglo XIII.

La primera balada relata la historia del héroe Sigurd, el cazador del más célebre de los dragones, de nombre Fáfnir, de cuyo tesoro se apoderó (la similitud con Smaug y el tesoro de El Hobbit, base fundacional del universo tolkiano, no es, pues, una casualidad, sino que la Tierra Media bebe fuertemente de estas sagas); también narra el despertar de la valquiria Brynhild, que dormía rodeada de un muro de fuego, y de sus esponsales. También de la llegada a la corte de los grandes príncipes conocidos como los niflungos (o nibelungos) que décadas antes inspiraron las obras de Richard Wagner. Amor, odio, celos, venganza… una historia milenaria de honor y desesperación que está en la base de muchas de las historias tolkianas.

Y en la balada de Gudrún se relata el destino de esta tras la muerte de Sigurd, su matrimonio en contra de su voluntad con el poderoso Atli, soberano de los hunos (nada menos que el Atila histórico), y otras historias épicas de gran poder. Esta nueva edición incluye además una conferencia de Tolkien sobre la poesía nórdica en la que se basó para su propio poema titulada «Introducción a la Edda Mayor».

La Caída de Arturo

Y para complementar esta fantástica lectura con el inconfundible sello de Tolkien, nada mejor que acercarnos a las páginas de La caída de Arturo, que Minotauro ha publicado también en una nueva y cuidada edición de la única incursión del británico en las leyenda artúricas de Bretaña, también a cargo de su hijo Christopher Tolkien.

En la obra comunica la sensación de inevitabilidad y gravedad de los acontecimientos centrados en las sagas artúricas, como la expedición del rey a las lejanas tierras paganas, la huida de Ginebra de Camelot o la gran batalla naval al regreso de Arturo a Bretaña. Para los expertos en literatura, este es considerado su mayor logro en el uso del metro aliterado en inglés antiguo. Sin embargo, este fue uno de los extensos poemas narrativos que Tolkien abandonó durante 1937, año de la publicación de El Hobbit y de los primeros bocetos de la monumental saga El Señor de los Anillos.

Junto al texto del poema de La caída de Arturo, se hallaron muchas páginas manuscritas, gran cantidad de borradores y diversos experimentos en verso junto con sinopsis en prosa, así como notas de gran interés literario. En las mismas, se pueden discernir claramente las asociaciones de la conclusión de Arturo con El Silmarillion (texto igualmente inédito hasta su muerte y que se encargaría de publicar su hijo Christopher), y el amargo final del amor de Lancelot y Ginebra, que nunca llegaría a escribir.

Nunca sabremos a dónde habría conducido esta línea bretona de haber profundizado Tolkien en ella, pero sin duda no disfrutaríamos de su inmenso legado de la Tierra Media. No se puede tener todo.

Beowulf

Y si queremos continuar sumergiéndonos en los mágicos universos del autor fuera de la Tierra Media (aunque toda influencia fue capital en su trazo), Minotauro también reedita uno de sus trabajos más tempranos, nada menos que su traducción y comentario del antiguo poema épico anglosajón anónimo Beowulf (traducido al castellano como Beovulfo), en edición también de Christopher Tolkien, acabado en 1926.

Esta edición incluye un extenso comentario de este sobre las notas de las conferencias que dio su padre sobre el poema y Sellic Spell, un «cuento maravilloso» escrito por el brillante profesor de Oxford en el que se sugiere cómo podría haber sido un cuento popular sobre Beowulf sin conexión con las «leyendas históricas» de los reinos del norte. No apto para profanos en la materia, pero delicioso.

Tecumseh, el líder nativo que combatió a Estados Unidos (II)

Llegó a ser definido como «el indio más grande que jamás haya existido», y no es una expresión gratuita. Tecumseh, líder de la tribu Shawnee a caballo entre los siglos XVIII y XIX, puso en jaque a los colonos estadounidenses en tierras de Virginia y Ohio tras la Revolución Americana. Su gesta, muy conocida al otro lado del Atlántico y apenas mencionada por estas latitudes, podemos conocerla a fondo gracias al ensayo Tecumseh y el Profeta, publicado por Desperta Ferro.

Por Óscar Herradón ©

La visión de Lalawethika/Tenskwatawa también incluía otras «restricciones» de la vida disoluta, como la abolición de la brujería, la poligamia o la tortura, y, además, debían matar a todos los perros. Cuentan las crónicas que el joven profeta llegó a vaticinar un eclipse de sol en 1806, lo que le granjeó aún más fama y veneración. ¿Fue cierto? Cualquiera sabe, teniendo en cuenta la fina línea que separa la fe de la superstición y la leyenda de la razón. Mientras, la fama de su hermano Tecumseh se extendía por un territorio cada vez más extenso de aquel Nuevo Mundo descubierto por los españoles.

William Henry Harrison

Por aquel entonces, William Henry Harrison, quien acabaría siendo el 9º presidente de los Estados Unidos, gobernador del recién creado Territorio de Indiana, veía cada vez con mayor preocupación la influencia de Tecumseh. Aprovechando los viajes que este comenzó a hacer por amplios territorios del Norte y del Sur para cosechar alianzas (llegando a amenazar de muerte a cualquier jefe indígena que se alineara con los estadounidenses), en septiembre de 1809, Harrison negoció el Tratado de Fort Wayne, en el que los indígenas cedieron 3 millones de acres (12.000 kilómetros cuadrados) de territorio de los Pueblos Nativos Americanos al gobierno estadounidense, a cambio de 7.000 dólares y una pequeña anualidad, acuerdos que para la mayoría de historiadores se trataron más bien de un soborno, pues se firmaron después de que los jefes mayores indígenas en Fort Wayne hubiesen ingerido grandes cantidades de licor por cortesía de Harrison.

Siguiendo al Gran Espíritu

«Blue Jacket»

Tecumseh se opuso al tratado, alarmándose por la venta masiva de tierras. Para más inri, muchos de los seguidores que lo acompañaban en su capital Prophetstown pertenecían a las tribus Piankeshaw, Kikapú y Wea, moradores tradicionales de aquellos terrenos vendidos de forma rastrera. Entonces, el caudillo indio recuperó una idea expuesta años atrás por el líder Shawnee Blue Jacket (o Weyapiersenwah) y por el líder Mohawk Joseph Brandt (o Thayendanegea): una de sus máximas era que ningún hombre blanco podía poseer la tierra, el mar o el aire, pues el Gran Espíritu se los había entregado libremente a todos ellos y ellos debían, por tanto, compartirlos también libremente, algo que no casaba con el ansia expansionista y la defensa de la propiedad privada de los estadounidenses blancos de origen europeo.

Profundamente contrariado, el caudillo nativo emplazó a Harrison (que veía en los movimientos del nativo la mayor amenaza para la seguridad de sus electores en Indiana) a un encuentro cara a cara. Con gran cautela, el estadounidense recibió a Tecumseh en su cuartel general en Vicennes en agosto de 1810. Durante tres días, el caudillo indio expuso a través de un intérprete expuso sus quejas a Harrison y su consejo. En aquella reunión discutieron acaloradamente, pero no se llegó a ningún acuerdo. Si es cierto lo que cuentan las crónicas, tras decirle al intérprete que Harrison era un mentiroso, Tecumseh blandió su tomahawk y el oficial yankee desenvainó su sable, aunque la sangre no llegó al río. Por el momento. Tecumseh advirtió a Harrison de que a menos que el tratado fuese revocado, se alinearía con los británicos.

Volverían a reunirse de nuevo unos meses después, en la mansión de Grouseland en Vicennes, donde parece que lo que el líder nativo buscaba era ganar tiempo, mientras que Harrison acabó de convencerse de que no le quedaría más remedio que luchar contra él y sus pieles rojas. No llegaron a ningún acuerdo. Pocos meses después, en marzo de 1811, cuentan las crónicas que un gran cometa surcó los cielos y su aparición fue aprovechada por Tecumseh (no olvidemos, «Estrella Fugaz») para anunciar en clave profética (hay que tener en cuenta la fuerza de la superstición y el animismo en aquellos tiempos, principalmente entre los nativos) que había llegado el momento de luchar. No obstante, el caudillo indio causó una gran impresión en el político blanco, que señaló que este tenía aptitudes para ser emperador.

La ofensiva del coronel Harrison

Llegó el momento de reclutar más hombres y Tecumseh marchó hacia los extensos territorios del sur dominados por los creeks y los cheerokee; aquella ausencia fue aprovechada por el coronel Harrison para remontar el río Wabash con una fuerza de 1.000 hombres y arribaron a las puertas de Prophetstown a comienzos del mes de noviembre de 1811. Mientras esperaban para negociar in extremis la rendición de los nativos, los estadounidenses acamparon en las afueran del poblado y la madrugada del jueves 7 de noviembre fueron atacados por guerreros de la Confederación India. Sin embargo, los hombres de Harrison mantuvieron las posiciones en la que sería conocida como batalla de Tippecanoe y obligaron a los indios a retirarse, entrando posteriormente en Prophetstown.

Tenskwatawa

Como acostumbraban a hacer los colonos –enfurecidos además por el ataque furtivo–, destruyeron los cultivos de los alrededores e incendiaron el poblado. Aprovechando la ausencia del líder, dispersaron a los seguidores de Tecumseh en frenando el impulso de la Confederación Nativa al neutralizar su centro neurálgico y su capital «mágica».

Casacas Rojas

Brock

Cuando estalló la guerra de 1812, finalmente Tecumseh se alió con los casacas rojas para detener la expansión estadounidense, realizando junto al mayor general Isaac Brock, que comandaba las fuerzas coloniales británicas, una gran ofensiva contra los estadounidenses, donde hicieron uso también de técnicas de guerra psicológica para reforzar el efecto de sus tropas, menores en número.

Aunque lograron ciertos éxitos (Tecumseh dirigió un exitoso asedio contra Fort Detroit, la actual Michigan), Bock fue derribado por una bala en la batalla de Queenston Heights y el oficial que lo reemplazó, el general Proctor, no respetaba a Tecumseh y sus hombres, tildándolos de salvajes e indisciplinados. Una historia (no sabemos si apócrifa, pero casa con el carácter justo de nuestro protagonista) cuenta que durante un traslado, varios prisioneros estadounidenses, que estaban bajo la protección de Proctor, fueron torturados y asesinados. Tecumseh, profundamente contrariado, afirmó que el oficial británico no era apto para el mando. Y finalmente sería la cobardía de Proctor lo que conduciría al líder nativo a un trágico final.

En 1813 una serie de derrotas, debidas en parte a la ineptitud del oficial, provocaron que Proctor se retirase a territorio canadiense, pensando que los hombres de Harrison no realizarían una ofensiva invernal. Se equivocó de pleno, y los estadounidenses presionaron en la retaguardia de las tropas inglesas en retirada. A finales de ese año, finalmente, el 5 de octubre de 1813, los británicos abandonaron a Tecumseh en medio de la batalla del Támesis. En la escaramuza que siguió a la huida de los casacas rojas, el líder nativo fue finalmente abatido.

Se atribuyó su muerte al coronel Richard M. Johnson que acabaría siendo nada menos que vicepresidente de los Estados Unidos (el presidente sería Harrison) en parte gracia a la fama cosechada con la eliminación de «Estrella Fugaz». Al difundirse la noticia de la muerte de Tecumseh, de su gran líder, las fuerzas nativas, diseminadas, acabaron por rendirse, poniendo fin al sueño de un movimiento panindio frente a los colonos. El nombre de Tecumseh se convirtió en leyenda, protagonizando poemas y canciones, pero en apenas unas décadas los indígenas que vivían al este del Misisipi fueron expulsados de sus tierras por distintos tratados siguiendo el Sendero de las Lágrimas (Trail of Tears). Los restos de Tecumseh fueron arrojado a una fosa común, final indigno para cualquier ser humano, más para un hombre de su entidad. Aquello alimentó toda suerte de leyendas, entre otras, que realmente no había fallecido. El mito del hombre redivivo aplicado a los grandes líderes históricos.

PARA SABER MÁS:

El citado ensayo que ha publicado en castellano, en una fabulosa edición, Desperta Ferro: Tecumseh y el Profeta. Los hermanos shawnees que desariaron a Estados Unidos, del historiador estadounidense y funcionario retirado del Servicio Exterior de Estados Unidos Peter Cozzens, del que la misma editorial ya publicó con enorme éxito su trabajo La Tierra Llora, la amarga historia de las guerras indias por la conquista del Oeste, que ya va por su sexta edición.

El libro de Tecumseh, ganador en 2021 del premio Spur de la Western Writers of America a la mejor biografía, aúna la profunda investigación de la sociedad y costumbres indígenas del autor con una prosa subyugante, para abrir una ventana a un mundo borrado de los libros de historia, pero que vuelve a vibrar en estas páginas. Una obra equilibrada y objetiva, que no idealiza al «buen salvaje» pero que empatiza con la resistencia de unas gentes cuyo universo desaparecía a pasos agigantados, decididos a mantener su independencia y su forma de vida ante el arrollador empuje de una joven nación, los Estados Unidos, que echaba los dientes de la modernidad. Un turbulento mundo de frontera, de tramperos y emboscadas en la espesura, de mosquetes, tomahawks y captura de cabelleras, al que Cozzens nos traslada en una narración con aliento de novela de aventuras, demostrando, otra vez, que escribir historia no está reñido con escribir bien y con gancho.

Mamás, de Yeong-shin ma

Ponent Mont publica en castellano la novela gráfica que ha catapultado al surcoreano Yeong-shin ma y que además es su ópera prima. Nacido en Seúl en 1982, desde 2015 publica webtoons con enorme éxito y su libro, Mamás, ha aparecido en numerosas listas de éxitos en 2020, haciéndose, un año después, con el premio Harvey que entrega la industria del cómic estadounidense. Ahora podemos disfrutar de su potente mensaje en castellano.

Por Óscar Herradón ©

Su desenfado e ironía –que no ocultan una abierta crítica social y una crisis de valores que afecta a Corea pero que también lo hace en el resto del globo, principalmente en Occidente, cosas de la globalización–, su poderoso sentido del humor (que no comicidad) a partir de la tragedia del día a día, retratan una sociedad moderna que se resiste a abandonar tradiciones y costumbres que parecen más propias del medievo que del siglo XXI. Una eterna dicotomía entre «progreso» –que tampoco hay que entenderlo como algo positivo– y tradición.

Para contar su historia y dar forma a este portentoso Manhwa para adultos, Yeong-shin ma se ha inspirado en la historia de su propia madre. Las «mamás» del título son tres mujeres en la cincuentena, Lee Soyeon, Myeong-ok y Yeonjeong, que, hartas de sus parejas y de sus sacrificados trabajos, y sumidas en el sopor de unas vidas que empiezan a acercarse peligrosamente a su ocaso, deseosas de agarrarse a aquello a lo que habían renunciado –o ni siquiera sabían que existía en la monotonía de sus existencias– desafían las normas de la familia tradicional coreana (que podríamos hacer extensiva, con sus particularidades, a la familia tradicional de la mayoría de países) para lanzarse a una segunda vida de aventuras escandalosas y contratiempos (a cuál más delirante) mientras anhelan conseguir algo más que los mediocres hombres que no han sabido hacerlas felices, lo que tiene una profunda lectura feminista en un país por lo demás abiertamente patriarcal. Mal de muchos…

El difícil camino del empoderamiento

Un precioso y voluminoso tomo en blanco y negro narra la azarosa vida de estas tres singulares mujeres, que podrían ser las madres de cualquier lector, con un guión magnífico, en ocasiones incluso retorcido, que no escatima en exabruptos (insultos, vamos) y en dibujar un sórdido mundo contemporáneo por el que pululan alcohólicos, fracasados y «peterpanes».

Yeonjeong, con cuya historia abre la novela gráfica, tras un matrimonio fracasado y varios noviazgos no mucho más propicios, sale con un camarero sumido en el infierno de la bebida; para ayudarle en el negocio, Yeonjeong se dedica a asistir con sus amigas a la discoteca en la que trabaja y persuadir a «pagafantas» para que les paguen las consumiciones –dando así comisiones a su pareja–. Pero la mujer ha perdido la ilusión y la vitalidad y lo que desea es terminar pronto ese coqueteo absurdo, esa pantomima en la que ha de tratar con personajes a veces repulsivos, con hombres inseguros y repletos de oscuridades en la trastienda de la noche coreana.

Por su parte, Lee Soyeon, otra mujer divorciada de 50 años, trabaja como limpiadora en un edificio de apartamentos en Seúl, aguantando a unos jefes explotadores y despreciables. Su situación en casa no es mucho mejor: su hijo treintañero es un derrochador (no de su dinero, sino del de su madre) y una suerte de parásito, y su novio, Jongseok, es otro perdedor sin horizonte (lo que dice mucho sobre el retrato que el autor pinta del género masculino al que pertenece), un tipo que se tiró tres años engañando a Soyeon y ella, sabiéndolo, es incapaz de dejarle, lo que barniza su vida, si cabe, de una mayor pátina de patetismo, en ocasiones innato al género humano. Myeong-ok, por otro lado, sale con un hombre más joven que ella, pero tampoco vive precisamente en un mundo de ensueño.

Las vidas de las tres amigas son compartidas en sus confesiones, una suerte de terapia psico-emocional en petit comité y vía de escape cotidiana a su infelicidad. En definitiva, un relato gráfico que a pesar de los brochazos de desolación y escepticismo que salpican sus páginas, deja pie a la esperanza de una vida mejor, o de mejorar la propia vida, que no es lo mismo.

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