La Cacería Salvaje. La procesión espectral en tierras nórdicas

En la mitología vikinga, Odín era representado en ocasiones cabalgando por el aire sobre su corcel de ocho patas a gran velocidad en medio de la tormenta, acompañado de un séquito de espíritus incorpóreos sobre corceles jadeantes con perros ladrando. Aquella turba guerrera sobrenatural era conocida como «la Cacería Salvaje», una suerte de procesión de ánimas a medianoche que con sus particularidades es recogida por los mitos de varios pueblos.

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De hecho, con sus diferencias con los cultos nórdicos, en España adquiere diversas formas y nombres: la Huéspeda o la Güestia en León y Asturias, la Genti de Muerti en las Hurdes, Estantigua en Castilla (derivado de Hoste Antica y Hestantigua) y la célebre Santa Compaña del folclore gallego. Todas ellas, por lo general, presagian la muerte o son portadoras de malos augurios. De hecho, esa tradición en parte se debe a una herencia de origen céltico que en Irlanda tiene su propia manifestación en los denominados Banshees, espíritus femeninos que según la mitología se aparecen a las personas para anunciar con sus llantos y gritos la muerte de un familiar; una suerte de «hadas verdes» mensajeras de otro mundo o, en otras interpretaciones, ángeles caídos del folclore irlandés.

Volviendo a la Cacería Salvaje nórdica, Jacob Grimm, uno de los hermanos que dieron forma a los inolvidables cuentos infantiles, recogió en Deutsche Mythologie (1835) alusiones a esa siniestra partida de caza en la que un grupo de cazadores fantasmales y oscuros, a caballo y acompañados de perros furiosos, se manifestaba a algún viajero en una especie de montería celeste de mal agüero. Aunque fascinado por el pasado germánico y el paganismo interpretó mal algunas señales y recogió los mitos pecando de escaso cientificismo, fue Grimm quien bautizó dicha procesión espectral como Wilde Jagd («Caza Salvaje»).

Cuando las gentes oían el rugido del viento, temerosas, gritaban ruidosamente, para evitar ser arrastrados por la furiosa comitiva. Incluso tras la implantación del cristianismo, las gentes del norte seguían temiendo las tormentas. ¿Y qué cazaban aquellos espectros a lomos de corceles? Dependiendo de la saga nórdica a la que nos remitamos, el trofeo podía ser un caballo salvaje, un jabalí visionario o las Doncellas del Musgo –Ninfas de la madera–, simbolizadas por las hojas caídas en otoño.

Un mito largamente extendido

En distintos lugares de la vieja Europa, era una forma alegórica de explicar las tormentas. Se encuentran mitos similares en Polonia, Suiza, Inglaterra, Austria, la propia España, Francia… Ser testigo de la Cacería Salvaje podía presagiar la muerte de un familiar o la propia, pero también el anuncio profético de alguna catástrofe, ya fuera en forma de guerra o de plaga como la peste negra, tan extendida en la Edad Media. Los testigos podían optar por arrojarse al suelo –y sentir sobre sus atormentadas espaldas los cascos de las monturas–, o bien dejarse llevar por la partida, lo que podía arrojarlos lejos de sus casas o provocarles la muerte por la furiosa embestida, por lo que pasaban a convertirse en uno de más de la comitiva nocturna, algo relativamente similar a la Santa Compaña y sus luceros.

En ciertas zonas de Gran Bretaña, la Cacería Salvaje se relacionaba con perros de presa infernales que perseguían a los pecadores y a aquellos que no habían sido bautizados, por obra y gracia de la institución eclesial. Con el paso de los siglos, en alguna zonas como el norte de Inglaterra el mito se fue modificando y los dioses nórdicos originarios (como Wotan u Odín) fueron dando paso a otras deidades o héroes populares como el corsario y azote de la flota hispánica sir Francis Drake, o el mismísimo Rey Arturo en la Bretaña francesa. En otros rincones de Francia, comandaba la cacería Carlomagno, acompañado de su fiel paladín Roldán.

En Cataluña el líder de tan siniestra comitiva, según una popular balada, era el Conde Arnau (Comte Arnau), un noble legendario oriundo del Ripollés, cuya crueldad le condenó a conducir durante toda la eternidad a los perros cazadores mientras su carne es devorada por las llamas. La Cacería Salvaje fue un mito de origen principalmente nórdico que muy probablemente se extendió –adquiriendo diferentes formas y particularidades dependiendo de la zona– con las conquistas vikingas de Europa.

PARA SABER ALGO (MUCHÍSIMO) MÁS:

Si lo que queremos es una visión global (pero exhaustiva) de los señores del norte, nada mejor que sumergirnos en las páginas de Vikingos. La historia definitiva de los pueblos del norte, de Neil Price, que ha publicado recientemente la editorial de referencia Ático de los Libros.

Price es un distinguido profesor y catedrático de Arqueología en la Universidad de Upsala, en Suecia. Ha investigado, enseñado y escrito sobre la época vikinga durante casi treinta y cinco años y es autor de diversos trabajos. En el presente ensayo, el autor presenta por vez primera un retrato fidedigno de los vikingos basado en las últimas investigaciones y descubrimientos arqueológicos. Y es que la época vikinga fue testigo de una expansión sin precedentes de los pueblos escandinavos, durante la cual comerciantes, piratas, exploradores y colonizadores nórdicos viajaron desde América del Norte hasta las estepas asiáticas y navegaron por todos los mares, conquistando gran parte de Inglaterra, Irlanda, Escocia, Gales, Islandia y Groenlandia. Sin embargo, durante siglos, estos pueblos vikingos se han presentado a través de una óptica distorsionada para satisfacer los gustos de cronistas medievales, dramaturgos de la Inglaterra isabelina, potencias imperialistas y otros intereses.

En un épico recorrido que abarca desde la caída del Imperio romano al siglo XII, Price rastrea el origen de los vikingos, nos descubre su cultura y cosmología, y explica qué los impulsó a lanzarse a las razias y saqueos que los hicieron temidos en toda Europa. El autor nos muestra a estos aguerridos hombres tal y como ellos mismos se veían. En las páginas de este absorbente ensayo cobra vida un pueblo totalmente distinto a nosotros, glorioso pero terrible, nacido del frío invernal, la guerra y el comercio, sangriento a la vez que exquisito.

Una historia monumental sobre uno de los periodos más fascinantes del pasado que cambió para siempre el rumbo del continente europeo de la que el escritor británico Tom Holland, viejo conocido del Pandemónium, ha dicho: «Esta es la historia de los vikingos más brillante que uno puede leer». ¿Qué más se necesita?

10 cosas que quizá no sabías de Tutankamón

El pasado 4 de noviembre de 2022 se cumplieron 100 años del descubrimiento de la tumba de Tutankamón en el Valle de los Reyes, en El Cairo, probablemente el hallazgo arqueológico más célebre de la historia. He aquí algunas de las curiosidades sobre el faraón y los responsables de sacar a la luz su momia tras miles de años bajo la arena del desierto.

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No ha lugar aquí para narrar una historia tantas veces contada, pero que se reinventa una y otra vez al salir a la luz nuevas revelaciones que año tras año descubren algo nuevo de aquel faraón-niño que vivió hace milenios. Pero teniendo en cuenta tal efeméride, fueron numerosas las novedades centradas en el personaje de las que ahora, cinco meses después, nos hacemos eco en el Pandemónium (algunas, claro, y solo en castellano) tras destacar 10 curiosidades sobre el insigne egipcio y su tumba para abrir boca.

Howard Carter

–Tras siete años realizando excavaciones en el Valle de los Reyes, Lord Carnarvon, el mecenas del arqueólogo más famoso de todos los tiempos (con permiso de Indiana Jones), Howard Carter, estaba a punto de perder la paciencia –y retirarle los fondos– por lo que consideraba ya una empresa fallida cuando, el 4 de noviembre de 1922, el británico descubrió la tumba primeramente llamada KV62, donde se hallaban los restos sin profanar (casi) de Tutankamón, el mausoleo faraónico mejor conservado jamás encontrado en el país del Nilo.

–La tumba albergaba un ajuar funerario formado por nada menos que 5.398 objetos (catalogarlos sin sufrir algún que otro «extravío» fue una auténtica odisea), entre ellos los utensilios más personales del faraón-niño, incluidos ¡sus calzoncillos! Se trataba de la primera prenda interior documentada de la historia (lo que no quiere decir que fuera la primera usada, claro). Un lejano antepasado de los «slips», una suerte de pañal de lino en forma de triángulo invertido.

–También se encontraron más de 40 pares de sandalias –ni la mejor influencer tiene tantas en su vestidor–, algunas fabricadas en papiro y decoradas con imágenes de sus enemigos tradicionales de Nubia y Asia Central, y calzado adaptado para una malformación congénita que afectaba al faraón… ¡los primeros zaparos ortopédicos de la humanidad!

–El trono real, esde una factura técnica muy compleja y hecho de madera decorada con pan de oro, plata, pasta de vidrio y piedras semipreciosas como el lapislázuli, la cornalina y la turquesa, de una complejidad extraordinaria en su elaboración. Mide 100 centímetros de altura por 54 centímetros de ancho y 60 de longitud. Está construido en oro laminado con imágenes en sobrerrelieve que encierran un fascinante universo alegórico: en la escena se observa a la pareja real, Tutankamón y su Gran Esposa Real, la «Dadora de Herederos», la reina Anjesenamón, una de las numerosas hijas (tuvieron 90) del rey hereje Akenatón y de Nefertiti.

–Los egiptólogos e historiadores suelen dividir el célebre Libro de los Muertos en cuatro grandes secciones. La primera abarca de los capítulos 1 al 16, y señala los pasos por los que el difunto entra en su tumba y accede al inframundo egipcio (la Duat) para después recuperar el habla y el entendimiento tras el trance de la muerte. La segunda sección abarca de los capítulos 17 al 63 y recoge el origen mítico de varios dioses, señalando la necesitad de que el muerto vuelva a la vida y pueda renacer como «el Sol matinal». Los capítulos 64 al 129 abarcan la tercera parte, donde se narra el viaje del fallecido a través del más allá a bordo de la Barca Solar y su descenso a la Duat para encontrarse con Osiris (la deidad principal del panteón egipcio) al caer la noche. El cuarto y último bloque recoge los capítulos 130 a 189, donde se cuenta cómo el espíritu del difunto asume el poder del Cosmos después de que su figura sea reclamada por los dioses y supere el juicio de Osiris tras el peso de su alma en la balanza manejada por Anubis, el dios chacal.

–De las 62 tumbas ocultas en el Valle de los Reyes, tan solo 24 pertenecen a faraones.  Curiosamente, la tumba de Tutankamón era de las más pequeñas de su dinastía, lo que para los expertos confirma el hecho de que el faraón-niño fue enterrado de forma improvisada a causa de su repentino fallecimiento, por causas naturales o… ¿asesinato?

Hatshepsut

–En sus comienzos, trabajando bajo la dirección de arqueólogos de renombre como Édouard Naville, William Matthew Flinders Petrie y el financiero estadounidense Theodore M. Davis, Howard Carter realizó varios descubrimientos arqueológicos importantes, como las tumbas de Tutmosis IV y la de Hatshepsut en 1903, esta última dentro de la cámara KV60 del Vale de los Reyes. El inglés era un explorador metódico que plasmaba en sus diarios una documentación extraordinaria, de enorme utilidad para generaciones posteriores de arqueólogos (incluso a día de hoy). Aunque cambió la historia de Egipto, según reveló Nora Shawki a National Geographic en el país del Nilo no se le considera un héroe sino más bien «un colonialista que descubrió una tumba y desató la egiptomanía en el extranjero».

Lord Carnarvon

–Entre las miles de páginas que se escribirían tras el hallazgo se filtró también el rumor sobre una terrible maldición que caería sobre aquel que se atreviera a profanar la tumba. Dos meses después del descubrimiento, Lord Carnarvon, presente en su apertura, fallecía en El Cairo de forma inesperada a los 56 años, oficialmente por «una neumonía sobrevenida de erisipelas», pero pronto comenzó a forjarse la leyenda de una «venganza sobrenatural» a la que contribuyeron otras muertes extrañas: la de Arthur Mace, quien descubrió la tumba junto a Carter y fallecía antes de finalizar la titánica tarea de clasificar y sacar todos los objetos; la del hermano de Lord Carnarvon, Aubrey, el mismo año que este; la de sir Archibald Douglas Reid, artífice de radiografiar la momia del «faraón-niño»; la del magnate estadounidense de los ferrocarriles Georges Ray Gould, que murió de neumonía tras visitar la tumba, y la de Richard Bethell, secretario de Howard Carter, que murió de forma extraña, eso sí, bastantes años después, en 1929. Muchas muertes que despertaron la imaginación de las gentes gracias a los artículos de la prensa (y no solo la sensacionalista).

–La historia de la maldición de la momia fue impulsada por los rotativos contemporáneos, también por la prensa «respetable», probablemente por el Times londinense, que se hizo con la exclusiva del hallazgo arqueológico. También por las opiniones de personajes de calado, como el escritor Arthur Conan Doyle, creador del inolvidable detective Sherlock Holmes y ferviente seguidor del espiritismo,  quien según publicó la prensa de entonces achacó la muerte de Lord Carnarvon a un «mal elemental» que cobijaba la tumba desde hacía milenios y que se vengó de sus profanadores. También echó leña al fuego de la maldición la popular novelista también británica Marie Corelli, que escribió una carta al periódico estadounidense New York World donde afirmaba conocer textos antiguos árabes que mencionaban una maldición que rezaba: «La muerte extenderá sus alas sobre todo aquel que se atreva a entrar en la tumba sellada de un faraón», y que hablaba de venenos letales depositados en las tumbas egipcias para ahuyentar a profanadores y ladrones. ¿Una estrategia de marketing?

–Por parte de médicos y egiptólogos cobró fuerza la hipótesis de gérmenes que habrían causado una infección fatal al abrir  la tumba y que permanecían en estado latente durante muchos siglos. Tampoco Howard Carter creía en la maldición, y decía: «Todo espíritu de comprensión inteligente se halla ausente de esas estúpidas ideas». De hecho, siendo el principal responsable del gran hallazgo arqueológico (y, por tanto, el profanador con más papeletas para sufrir la ira del desierto) murió 17 años después, con 64 años (una edad avanzada entonces), por la enfermedad de Hodgkin.

PARA SABER ALGO (MUCHÍSIMO) MÁS:

Tal efeméride, por supuesto, ha traído consigo todo tipo de actividades museísticas y numerosas novedades editoriales, algunas de las más interesantes recogidas en las siguientes líneas:

Tutankamón. Farón. Icono. Enigma (Ático de los Libros)

Recientemente, una de las editoriales que más miman la divulgación histórica en nuestro país, Ático de los Libros, publicaba el documentado ensayo Tutankamón. Farón. Icono. Enigma. Perdido durante tres mil años, incomprendido durante un siglo.

El hallazgo de la tumba de Tutankamón por Howard Carter hace cien años desató una tormenta en los medios de comunicación de todo el mundo, así como la fiebre por la egiptología, también en la España de aquel entonces (de hecho, dos años después del descubrimiento Carter visitaría nuestro país invitado por el duque de Alba, reconocido aficionado a la egiptología). Junto a aquellos ríos de tinta sobre el pasado del Valle de los Reyes, se filtraron innumerables leyendas que hicieron que la verdadera historia tanto del rey como de su tumba su sumieran en el olvido, salvo entre los estudiosos.

Tyldesley

La eminente egiptóloga y académica británica Joyce Tyldesley, reúne por primera vez diez semblanzas únicas a través de las cuales conoceremos al faraón adolescente y a su familia, a los antiguos embalsamadores y a los ladrones de tumbas, a los famosos exploradores y a los arqueólogos egipcios injustamente olvidados. En este fabuloso libro, el lector emprenderá un viaje que abarca desde la antigua Tebas en 1136 a.C., cuando un joven rey con la misión de restaurar su tierra encontró un final inesperado y violento, hasta la moderna Luxor en 1922 d.C., cuando el descubrimiento de su tumba dio lugar a una lugar a una lucha por su propiedad que continúa hasta la actualidad.

Es, por encima de todo, la historia de Tutankamón, probablemente tal y como él habría querido ser recordado. Dicho ensayo, que reúne tres mil años de pruebas y desvela la leyenda que rodea al faraón más famoso de Egipto, ofrece una nueva y reveladora historia de su vida, su muerte y su legado, del que el rotativo británico The Mail on Sunday ha dicho: «Muy ameno. […] La importancia de descubrir la verdad –en lugar de los mitos, rumores y escándalos del siglo pasado– pasa a primer plano», y The New York Times: «Una narración fresca y muy bien documentada de la vida y tiempos del joven rey».

Año 1325 a. C. El Año que murió Tutankhamón (Laberinto)

En su catálogo, Ediciones del Laberinto cuenta con este sugerente título que reeditaron con motivo del 100 aniversario del descubrimiento y que recrea los sucesos que acontecieron en los momentos finales del «farón-niño» de la mano de la profesora de Historia y escritora Ana María Vázquez Hoys.

Nefertiti

Un día, quizá de primavera, del año 1325 a. C., la joven reina Ankhesenamón deposita unas flores en la tumba de su esposo recién fallecido, el joven Tutankhamón. Una muerte inesperada, o puede que no tanto, una pieza más dentro del enorme tablero de juego político y religioso en el que se ha convertido Egipto desde el reinado de Akhenatón, el faraón hereje. Una lucha despiadada en la que se entremezclan las concepciones religiosas con las ambiciones políticas y la más primaria ansia de poder.

He aquí el enlace para adquirirlo en la web de la editorial:

El Libro de los Muertos y otros grandes misterios de Egipto (Pinolia)

Y si lo que queremos es una visión general, amena y preñada de curiosidades sobre el país de los faraones, recomiendo las páginas de El Libro de los Muertos y otros grandes misterios de Egipto, que publicó recientemente Pinolia, editorial del Grupo Almuzara con la que tengo el placer de haber publicado algunos capítulos en varios libros centrados en la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil Española –de los que nos ocuparemos en breve en el Pandemónium–. La obra, escrita por prestigiosos arqueólogos y egiptólogos, está coordinada por Vicente Barba Colmenero, doctor en Patrimonio y Arqueología por la Universidad de Jaén y el Instituto Francés de Arqueología Oriental en El Cairo, por lo que ese acercamiento a los enigmas de la civilización del Nilo no es ni superficial ni fantasioso, sino que está repleto de erudición y datos comprobables.

El Libro de los Muertos, gran conocido para aquellos que como un servidor pasó tantos años en la redacción de la revista Enigmas, era una suerte de manual funerario que se inscribía en los muros de las tumbas y los féretros, el modo de asegurar, mediante invocaciones mágicas, que el difunto alcanzara el «más allá» sin contrariedades. Un texto que ha sido reeditado numerosas veces y al que podemos acercarnos en las ediciones publicadas por la Editorial Edaf.

A través de aquellas paredes repletas de sortilegios y enigmas que permanecieron enterrados bajo la arena del desierto durante siglos, los autores se adentran con los ojos del hombre actual, libre (o no tanto) de supercherías, en los rituales y misterios que rodean su vasta cultura. Y será un viaje excitante y revelador, no en vano, muchos de ellos trabajan in situ en localizaciones tan emblemáticas como el Valle de los Reyes, así como necrópolis, poblados y templos de todo Egipto.

En sus páginas seremos guiados por asuntos tan seductores como el de los amuletos y la magia en el antiguo Egipto, los pecados y castigos que se practicaban entonces, las misteriosas lámparas de Dendera, el poder del ojo de Horus, el ¿asesinato? del protagonista de este post, el malogrado Tutankamón, los textos de las pirámides y los ataúdes o la construcción de Karnak, el mayor centro de culto del mundo antiguo, y mucho más.

He aquí el enlace para adquirirlo en la web de la editorial:

Hades y el oráculo de los muertos (II)

Fermín Bocos realiza un erudito, directo e irónico recorrido por algunos de los mitos y rituales más notorios del mundo clásico en su último libro, Zeus y familia. Dioses, templos y héroes, que ha publicado la editorial Ariel. Uno de los temas que trata es el de los oráculos, concretamente el de Éfira, que la tradición vincula con el Hades, el inframundo griego. Viajamos hasta allí para desvelar sus secretos.

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Los actos mágicos, las misteriosas oraciones y los relatos sugestivos sobre las almas de los difuntos que proferían los sacerdotes, convertían al consultante del oráculo, despojado de su voluntad según Philip Vandenberg, en un instrumento de los religiosos, lo que hacía que estuviera predispuesto a interpretar sueños y a ver apariciones que casi con seguridad eran inexistentes.

Tras varios días entre la vigilia y el sueño, en trance, se presentaba el sacerdote iluminado con una antorcha, semejante a una aparición, blanco como se creía era el alma de los muertos, murmurando en voz muy baja, casi imperceptible y pidiendo al visitante que le siguiera; le daba una piedra y le ordenaba que, una vez llegado al largo corredor, la arrojara hacia atrás en un gesto que alejaría de su persona todo mal. Piedras que han sido halladas por los arqueólogos en grandes cantidades y que demuestran la veracidad del relato. En un extremo del corredor se encontraba una habitación, aún más pequeña que la primera, donde el consultante proseguía con su interminable letargo.

Hades y Perséfone

Al final del corredor, a la derecha, se hallaba, según la leyenda, un laberinto que Dakaris efectivamenteencontró. Llegado a este punto, el consultante, que aún no había perdido por completo el sentido de la orientación, olvidaría por completo cuanto había dejado atrás. Diminutos cuartos que estaban cerrados con puertas guarnecidas de hierro que no se abrían hasta que la anterior no había sido cerrada, en medio de un ambiente asfixiante. Los sacerdotes habían avisado previamente al consultante de que, cuando hubiese atravesado el último umbral, hallaría bajo sus pies la hirviente morada del dios de los muertos, Hades, y de Perséfone, su esposa. Se hallaba ante el mismísimo reino de las sombras. Entonces, en el suelo se abría un agujero del tamaño de un sillar, donde el consultante debía verter la sangre de los animales sacrificados que llevaba consigo en un jarro. Las almas de los muertos debían beberla para recobrar su conciencia y así poder revelar el futuro a aquél que les había hecho una pregunta.

El «Hades» medía apenas 15 metros de largo y Sotiris Dakaris había conseguido sacarlo a la luz tras más de 2.000 años sin que ningún ser humano hubiese pisado su suelo sagrado. Aterrado, casi sumido en el delirio e incapaz de distinguir entre el sueño y la realidad, el consultante, tras verter la sangre del sacrificio, esperaba casi desvanecido el momento culmen: la aparición del «muerto» que estaba deseando ver y que le aportaría luz sobre su futuro. Ya habían pasado los veintinueve días de rigor, y los sacerdotes proyectaban, con el humo y las antorchas, siluetas fantasmagóricas en las paredes de la sala, mientras continuaban con su interminable cántico. De repente –siguiendo el trabajo de Philipp Vandenberg y lo recopilado por Dakaris–, se podían escuchar un gemido y un crujido, mientras sonidos inhumanos llenaban la estancia.

Entidades de ultratumba

En el extremo opuesto colgaba del techo un enorme caldero de cuyo borde sobresalía una mano… después podía verse otra y por último la cabeza, un rostro pálido y una figura extrañamente inhumana que acababa manteniéndose de pie dentro del recipiente. Para el consultante no podía ser otro que el difunto. La aparición comenzaba a moverse y hablaba con palabras mesuradas, mientras una balaustrada impedía al visitante acercarse más a la aparición. Una vez dada la respuesta –que no siempre se ajustaba a los deseos del que realizaba la pregunta- se escuchaba un gran estruendo y el caldero volvía a ponerse en marcha, se elevaba hacia el techo y desaparecía en medio de una densa nube de humo, mientas el canto monótono de los sacerdotes se iba extinguiendo, las antorchas se apagaban y la estancia quedaba en completo silencio.

Entonces, el visitante era cogido del brazo y trasladado a lo largo de las pequeñas estancias y los corredores citados hasta un pequeño cuarto destinado al último tratamiento al que debía ser sometido y donde era expuesto a los procesos de purificación obligatorios después de haber «contactado» con los muertos. Para Dakaris, todo era real, incluso la aparición, pero se debía a una ingeniosa escenificación de los sacerdotes del oráculo, un papel que es posible que interpretaran los mismos religiosos, temerosos de que un actor pudiera delatar el fraude. Durante el tiempo que el consultante permanecía incomunicado y en trance, los sacerdotes parece ser que obtenían del mismo, sutilmente, la información precisa para que después el alma de los «difuntos» pudiera darle una respuesta adecuada a sus inquietudes. Toda una puesta en escena ancestral.

BIBLIOGRAFÍA:

DAKARIS, Sotirios: Dodona (en inglés) 1993.

VANDENBERG, Philipp: El Secreto de los Oráculos. Destino, 1991.

Imágenes: Wikimedia Commons. Free License

PARA SABER MÁS:

En Zeus y familia. Dioses, héroes y templos, el veterano escritor y periodista Fermín Bocos (que en Viaje a las puertas del infierno, también publicado por Ariel, se sumergió en los insondables secretos del Hades y los oráculos de la antigüedad) nos presenta esta historia y muchas otras en una obra que rezuma amor por la historia, la filosofía y el arte, y que lanza puentes con el presente «para dejar constancia de la influyente vigencia que la producción intelectual de griegos y romanos tiene hoy en día». Un sucinto muestrario de divinidades olímpicas y de otras entidades de la Antigüedad; un recorrido subjetivo, divertido y culto a la vez que contribuye a desvelar parte de los misterios de nuestro pasado fundacional.