Operación Underworld: la Cosa Nostra contra Hitler (I)

Para preparar la invasión aliada de Sicilia, se orquestaron numerosos planes secretos. Uno de ellos, que permanecería clasificado hasta tiempos muy recientes, tuvo como protagonistas a algunos de los personajes más oscuros de la Mafia italoamericana de aquel tiempo. Ahora que Ático de los Libros publica Sicilia 1943. El primer asalto a la fortaleza Europa, del historiador británico James Holland, recordamos aquel singular episodio de la guerra secreta.

Por Óscar Herradón ©

A comienzos de 1942, los muelles neoyorquinos eran un objetivo bastante sencillo para los submarinos alemanes: las luces de Brooklyn creaban una silueta perfecta de los buques mercantes que podrían convertirse en objetivo del enemigo. Una serie de misteriosos incendios a lo largo de todo el puerto inquietaron sobremanera a las autoridades de la ciudad de los rascacielos y al Gobierno estadounidense, sobre todo desde que los EEUU entraran oficialmente en guerra tras el bombardeo de Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941.

Aunque muchos de aquellos fuegos se demostraron fortuitos, la mayoría de ciudadanos pensaba que habían sido intencionados y que tenían lugar sabotajes, probablemente de mano de los simpatizantes nazis, seguidores de Mussolini o incluso espías japoneses. Proteger los puertos era fundamental porque desde la costa Este partían la mayoría de barcos de víveres y abastecimiento con rumbo a Inglaterra para apoyar a los aliados en Europa. Toneladas de embarcaciones eran hundidas por los U-Boote alemanes y había que tomar medidas para que los barcos no fueran también saboteados incluso antes de partir.

Los organismos encargados de la defensa de EEUU estaban dispuestos a hacer un trato con quien fuera, incluso traspasando los límites de la legalidad, algo que en tiempos de guerra no suponía un gran problema para ningún bando. Según recoge el historiador Rodney Campbell en The Luciano Project, el comandante Charles Radcliffe Haffenden, que por aquel entonces fue nombrado responsable de la sección de investigaciones del Tercer Distrito Naval en Manhattan, le confesó a un asistente de la Marina lo siguiente: «Hablaría con cualquiera; con un cura, con un gerente de banco, con un gánster o con el diablo en persona si así pudiera conseguir la información que necesito. Esto es una guerra y hay vidas americanas en peligro».

¡Protejamos los puertos!

Aquél sería el comienzo, en el marco de la contienda, de una de las operaciones clandestinas más sorprendentes y a su vez desconocidas por el gran público. En un primer intento de controlar los muelles, agentes de Inteligencia de la Marina probaron a conseguir información de los trabajadores portuarios, pero no obtenían pista alguna porque todo aquel enorme espacio estaba controlado por la Mafia. Por aquel entonces, llevaba varios años en prisión el que fuera «Don» de la Cosa Nostra neoyorquina, el todopoderoso Charles «Lucky» Luciano.

Ficha policial de Charles «Lucky» Luciano
Muelle 88 NY

Éste seguía desde prisión los avances de la contienda, y era consciente de que debía dar un golpe de mano para poder reducir su condena. Vio su oportunidad con el incendio del buque Lafayette, como se había rebautizado el transatlántico de lujo de propiedad francesa Normandie, que había sido embargado por la Administración Roosevelt tras la claudicación de Francia, un gigantesco navío para el que se construyó ex profeso el Muelle 88 de Nueva York y que había sido rehabilitado como buque de guerra, destinado a enviar a Europa numerosas tropas de apoyo. El 28 de febrero de 1942 debía partir hacia Boston a recoger al primer cargamento de soldados, pero aquello nunca sucedió, porque el día 9 del mismo mes ardía en un cataclismo que trajo en vilo a los miles de curiosos y causó un verdadero revuelo en los pasillos de Washington.

Albert Anastasia

Aunque con los años los propios mafiosos dirían que ellos incendiaron el SS-Normandie para acercar al gobierno estadounidense a Luciano –al parecer lo habrían quemado Albert Anastasia y su hermano Tony, por orden de Frank Costello–, de las pesquisas de las autoridades se desprendió que fue fortuito, aunque sirvió de excelente baza a los hombres del «Don». No obstante, el misterio sobre el fuego no ha sido completamente desvelado tantas décadas después. Tras una serie de movimientos que, de describirlos, alargarían en demasía el post, finalmente los oficiales de la Marina decidieron realizar una suerte de trato, silenciado durante décadas, con los hombres de la Cosa Nostra para proteger los puertos. Aquel pacto secreto sería conocido como «Operación Underworld» –Bajos Fondos– y sus detalles se recogen en un expediente hasta hace pocos años secreto: el «Informe Herlands».

La Alianza Secreta

McFall

La poca ortodoxa idea de que los agentes de la Marina contactaran con informadores del crimen organizado para mantener la seguridad marítima gracias a sus contactos con los sindicatos portuarios –que no gustó a muchos– surgió del capitán Roscoe C. MacFall, oficial al mando del servicio de Inteligencia del Tercer Distrito Naval, que abarcaba la vigilancia entre Nueva York y Nueva Jersey. Sin demasiado esfuerzo, obtuvo el respaldo del contraalmirante Carl F. Espe, director del servicio de Inteligencia naval, y del teniente Anthony J. Marsloe.

MacFall propuso que se pusieran en contacto con Joseph «Socks» Lanza, un brutal gánster y uno de los más estrechos aliados de Luciano. Lanza dirigía el mercado del pescado de Fulton y ni una sola embarcación de pesca atracaba en los muelles de Nueva York sin pagarle un tributo. Un negocio de lo más rentable basado en la extorsión, el chantaje y el control de los sindicatos.

Joseph «Calcetines» Lanza
Lansky

Realizaron tan delicado acercamiento a través del abogado de Luciano, Moses Polakoff. Éste y Guerin se reunieron en secreto en su bufete en Wall Street y propusieron como intermediario entre Luciano y el gobierno a Meyer Lanski. Este bajito pero implacable mafioso era de origen judío, y sentía un odio terrible hacia Adolf Hitler y su política antisemita. De hecho, ya había reventado varias reuniones de simpatizantes nazis enrolados en el Bund Germano Americano, organización que llegó a reunir a 20.000 seguidores en el icónico Madison Square Garden el 20 de febrero de 1939.

El 11 de abril de 1942 se celebraba una reunión secreta en un restaurante de la calle 58 en Nueva York entre Moses Polakoff, Murray Gurfin, fiscal del distrito de Manhattan –a las órdenes de Dewey–, el comandante de la ONIOffice of Naval Intelligence– Haffenden, y Meyer Lansky. Allí le contaron al gánster noticias sobre lo que estaba sucediendo con su pueblo en Europa en los campos nazis e, impresionado, fue autorizado a reunirse con su jefe en Dannemora. Nunca se sabrá qué hablaron en la misma, más allá de lo narrado en unas memorias poco ortodoxas del propio Lansky y algunas conversaciones que mantuvo el «Don» con varios periodistas.

La primera consecuencia pronto se hizo visible. Gurfein les dejó claro que Luciano no recibiría recompensa alguna, sino que se trataba de un deber para con su patria; sin embargo, puesto que Lansky y Polakoff debían reunirse con el jefe mafioso de forma frecuente en vistas a que prosperase la «alianza secreta», que bajo ningún concepto debía trascender a la opinión pública teniendo en cuenta la carrera criminal del jefe de la Cosa Nostra, se barajó la posibilidad de trasladarlo de prisión, primera concesión gubernamental al capo.

Dewey
Great Meadow

A pesar de la voz en contra de Thomas E. Dewey, Luciano fue trasladado de la prisión de Dannemora, conocida como la «Pequeña Siberia» por sus duras condiciones, a la de Great Meadow, en Comstock, muy cerca de Nueva York, donde gozaba de un régimen más abierto, y podía incluso jugar al béisbol. John A. Lyons, responsable del sistema penitenciario neoyorkino, dio instrucciones al alcaide de Great Meadow para que no aplicase a las visitas al «Don» las ordenanzas sobre el registro de huellas digitales para que agentes del Gobierno y mafiosos pudiesen hablar con él en privado. En su nuevo presidio, comenzó a recibir numerosas visitas de sus subordinados, que recibían instrucciones personalmente del otrora Capo di tutti capi.

Bandera del Bund Germano Americano

Agentes del ONI comenzaron a infiltrarse en los muelles sin problema e incluso, gracias a «Socks» Lanza, se les permitió infiltrarse en los sindicatos de estibadores. De hecho, hasta 42 líderes sindicales y trabajadores portuarios opuestos a la Cosa Nostra fueron asesinados en los cuatro años siguientes, apareciendo también los cadáveres de varios miembros de la comunidad alemana neoyorquina flotando en el río con un trozo de seda amarilla cosido a su ropa, con una gran «L» negra dibujada que, al parecer, aludía a Luciano. El trabajo en los muelles continuó sin incidentes para el esfuerzo bélico norteamericano. El siguiente paso era planificar la invasión de Sicilia y golpear a Hitler en la fortaleza Europa.

Este post tendrá una próxima e inminente entrega.

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

En mi libro Expedientes Secretos de la Segunda Guerra Mundial (Luciérnaga, 2018) dedico un amplio capítulo a esta operación clandestina. El ensayo que me sirvió de principal referencia y que aborda aquel «secreto de Estado» de la Administración Roosevelt es Aliados de la Mafia, de Tim Newark (Alianza Editorial, 2009), que a su vez bebe de otro previo, The Luciano Project: The Secret Wartime Collaboration of the Mafia and the U.S. Navy, publicado en la lejana fecha de 1977.

Para conocer con detalle el aspecto estratégico y militar (planificación, comandos, comunicaciones…), la editorial Ático de los Libros acaba de publicar un detallado libro que arroja importante información, alguna de ella hasta ahora clasificada: Sicilia 1943. El primer asalto a la fortaleza Europa. Un volumen con un proceso documental de infarto y una fuerza narrativa digna del mejor relato de ficción, hasta el punto de que Gerard DeGroot, del diario The Times, ha dicho de él que «El talento de Holland radica en su habilidad de resucitar a estos guerreros con una vívida prosa». No ha sido el único elogio, pues la crítica se muestra unánime a uno y otro lado del Atlántico.

El asalto aliado de Sicilia, el país natal de Lucky Luciano, fue previo al Desembarco de Normandía y bajo el nombre en clave de Operación Husky, fue, a partir del 10 de julio de 1943, la mayor operación anfibia de la historia y el primer gran asalto a la Fortaleza Europa, como reza el subtítulo del ensayo. Y es que el viejo continente estaba blindado en su salida hacia el mar por fuerzas del Tercer Reich. Para facilitar la operación Husky, se puso en marcha otra obra maestra del engaño en inteligencia y de la que hemos hablado en Dentro del Pandemónium, la Operación Carne Picada, que vuelve a estar de actualidad ante el estreno de una nueva película centrada en el caso, El arma del engaño, adaptación del ensayo superventas del periodista británico Ben Macyntire El hombre que nunca existió (a su vez, título de una película de 1956 dirigida por Ronald Neame).

El día 10 de julio de 1943, y en gran parte gracias al engaño a Hitler, cuyo alto mando creyó más probable que una incursión aliada sería por Grecia y no por Sicilia, más de 160.000 tropas británicas desembarcaron en la isla italiana para comenzar el avance hacia el corazón del Reich alemán. Tras una campaña aérea que consolidó una nueva forma de hacer la guerra y señaló el comienzo de la hegemonía aliada en los cielos europeos, la batalla por Sicilia fue una de las campañas más dramáticas y trascendentales de toda la Segunda Guerra Mundial.

Bajo un sol abrasador y en una isla infestada por los mosquitos y las enfermedades y controlada por la mafia (que había recibido instrucciones de facilitar el apoyo a las fuerzas aliadas, en gran parte para vengarse del cerco al que les había sometido Mussolini), los Aliados participaron en combates de una violencia inusitada en entornos hostiles, con recursos limitados y contra un enemigo que se negaba a rendirse.

En este monumental trabajo, James Holland, principal exponente de la nueva generación de historiadores que están reinterpretando aquel sanguinario conflicto (y que ha entrevistado a varios de los supervivientes, de los que cada vez, por desgracia, hay menos), ofrece al lector el apasionante y vívido relato de uno de los grandes puntos de inflexión de la guerra y que cambiaría su rumbo hacia el comienzo del fin del dominio del Eje. Sin la misma, y sin lo que sobrevendría el Día D a partir de otras numerosas operaciones clandestinas que ya abordamos en el blog, la victoria aliada habría sido imposible.

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Comandos y operaciones especiales en la II Guerra Mundial (Susaeta):

Y si lo que queremos es realizar un acercamiento, ameno a la vez que instructivo, al gran teatro de operaciones secretas y clandestinas que tuvieron lugar en aquella brutal conflagración, nada mejor que sumergirnos en las páginas, profusamente ilustradas a todo color y acompañadas de mapas y gráficos, de Comandos y operaciones especiales de la II Guerra Mundial, una joya gráfica editada por Susaeta Ediciones. Un recorrido vertiginoso por las unidades de comandos de ambos contendientes que, alcanzando un desarrollo y perfeccionamiento colosal, se desplegaron por desiertos, mares, selvas, acantilados, montañas y urbes asediadas como Stalingrado o Berlín…

Esta magnífica selección –pues fueron tantas que harían falta miles de páginas para detallar cada una de ellas– contempla operaciones famosas como la Operación Fortitude (que permitió el Desembarco de Normandía, el gran asalto a la Fortaleza Europa), o la Operación León Marino, que planeó la invasión –frustrada– de Gran Bretaña por la Wehrmacht, y otras menos conocidas, como la Operación Gleiwitz (una operación de falsa bandera que atribuyó a los polacos el ataque a la frontera alemana y justificó la invasión del país por los ejércitos de Hitler) pero que contribuyeron, algunas de manera decisiva, al resultado final de la mayor sangría conocida por el hombre contemporáneo.

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Norsk-Hydro: la batalla del agua pesada (I)

En el anterior post vimos cómo los nazis llevaron a cabo la investigación nuclear en búnkeres secretos bajo tierra que tardaron setenta años en ver la luz. Pero el proceso de obtención de la energía atómica sería diferente al llevado a cabo por los aliados. Un elemento fundamental era el agua pesada. Y neutralizar su uso fue uno de los objetivos de los comandos especiales enviados para sabotear el programa atómico del Reich. El libro «La Brigada de los Bastardos» (Ariel, 2021), del brillante divulgador estadounidense Sam Kean, recupera ésta y otras acciones casi suicidas llevadas a cabo por grupos de la Resistencia financiados por Londres y Washington.

Óscar Herradón ©

En los prolegómenos de la investigación nuclear, el agua pesada resultaba un elemento imprescindible. Formalmente óxido de deuterio, se denomina así a una molécula de composición química equivalente al agua, en la que los dos átomos del isótopo más abundante del hidrógeno, el protio, son sustituidos por dos de deuterio, un isótopo pesado del hidrógeno, y que, grosso modo, lo que hace es que este agua sea un poco más densa y se emplee como moderador en reactores nucleares. El agua pesada se encuentra en cantidades muy pequeñas en el agua normal, por lo que su producción requiere una amplia y avanzada infraestructura.

Puesto que éste no es un post de física ni lo pretende, teniendo en cuenta, además, mi escaso conocimiento en la materia, me centraré en la operación que la denominada «Sección Noruega» del SOE (Special Operations Executive) llevaría a cabo en aquella planta de producción de agua pesada en manos de los nazis desde que ocuparan el país nórdico.

Comandos especiales en Noruega

Poco después de la ocupación nazi de la planta de Norsk-Hydro, lugar clave para el desarrollo del plan, un equipo alemán compuesto de medio millar de especialistas se puso a trabajar de forma intensiva para decuplicar la producción de agua pesada anual de 500 kilos a 5.000. Gracias a los informes de la resistencia noruega, muy fuerte en el país, el servicio secreto británico supo de los delicados trabajos realizados en las instalaciones e inhabilitarlas se convirtió en el principal objetivo de éstos, captando la atención del mismo Churchill, temeroso de que su gran antagonista se hiciera con un poder que podría brindarle la victoria, con lo que ello suponía para el resto del mundo.

La noche del 17 de junio de 1942, Churchill tomó un hidroavión Boeing con rumbo a Hyde Park, en Nueva York, donde se reuniría con el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt, del que era gran amigo, para tomar una decisión definitiva sobre las operaciones aliadas en 1942 y 1943 que definirían el rumbo de la guerra. Cito este viaje no solo por su relevancia para los futuros acontecimientos sino porque el premier británico mostró entonces gran preocupación sobre la cuestión nuclear y los posibles avances de los nazis en este sentido. En The Hinge of Fate («La bisagra del destino»), el propio Churchill resaltó: «Había otro asunto que me preocupaba mucho. Era la cuestión de los tubos de aleación, como llamábamos en lenguaje cifrado lo que más tarde fue la bomba atómica».

Sobre aquel encuentro y tan delicado asunto escribió: «Ambos sentíamos intensamente el peligro de la inacción. Sabíamos de los esfuerzos que hacían los alemanes para procurarse agua pesada: expresión siniestra, aciaga, antinatural, que comenzaba a aparecer en nuestros documentos secretos. ¿Y si el enemigo lograra elaborar una bomba atómica antes que nosotros? Por escépticos que nos sintiéramos ante las declaraciones de los científicos, no podíamos exponernos al peligro mortal de ser aventajados en tan terrible campo».

Adiestramiento de un grupo del SOE
Puente de Vemork

Poco después de su regreso a Inglaterra, el premier tomaría la decisión de impulsar la misión de sabotaje en la factoría de agua pesada. Su primera idea era que la RAF bombardease la fábrica, pero las dificultades orográficas que presentaba el lugar, rodeado de altas montañas –lo que haría prácticamente imposible una incursión aérea– y el hecho de que el estallido de los depósitos de amoniaco podía suponer, en opinión de los expertos, un grave riesgo para la población del lugar –al lado se levantaba la localidad de Rjukan, un importante foco de la Resistencia–, hizo que se desestimara, muy a pesar de la insistencia del primer ministro, que quería ganar la guerra a toda costa, aún a costa de las bajas civiles.

Skinnarland

Así, se optó por una operación de comandos que estaría coordinada por el Grupo de Operaciones Combinadas en colaboración con la citada «sección noruega» del SOE, la Ejecutiva de Operaciones Especiales creada con la intención de provocar sabotajes en las filas enemigas. Para llevar a cabo su misión secreta, los británicos contaban con un as en la manga: a principios de marzo de 1942, un grupo de miembros de la Resistencia, tras capturar el barco de cabotaje Galtesund y llegar al puerto escocés de Aberdeen (tras orquestar un falso naufragio del que informaría la prensa noruega), había logrado trasladar al ingeniero Einar Skinnarland a Gran Bretaña para que realizase un curso especial de entrenamiento por cuenta del SOE. Este científico trabajaba en la construcción de una presa en Rjukan, destinada al servicio de Norsk-Hydro, con lo que así podrían introducir a un topo en el corazón mismo de las fuerzas de ocupación.

Leif Tronstad

Una vez adiestrado, Skinnarland fue lanzado en paracaídas sobre las cercanías de Rjukan, reanudando su anterior trabajo sin despertar sospechas por su breve ausencia. Después, comenzaría a obtener informes clasificados y a enviar información a la central en Londres. Una información que causó nerviosismo y que aceleró la misión del Grupo de Operaciones Combinadas, que contaba con datos de primera mano sobre la planta de Norsk-Hydro. Además, el SOE disponía de los informes del doctor Jomar Brun, ex ingeniero jefe de la planta, que poco después llegaría a Londres con un microfilm con fotografías de toda la instalación y sus alrededores, suministrando a su vez detalles de gran valor acerca de los puntos más vulnerables de la fábrica; y con la información dada por el físico noruego Leif Tronstad, quien había sido asesor técnico en los trabajos de construcción de la misma.

Un plan fallido

Hardangervidda

Los informes facilitados por Einar Skinnalard indicaban que la Norsk-Hydro estaba produciendo agua pesada en grandes cantidades, y que numerosas reservas se habían acumulado para su envío a Berlín. El Gabinete de Guerra sabía que debía entrar en acción y así, el SOE reunió un pequeño grupo de cuatro soldados noruegos instruidos en Inglaterra que serían comandados por el teniente Jens-Anton-Poulsson, todos ellos brillantes esquiadores y montañeros, habilidades necesarias para su trabajo en un terreno tan escarpado e inhóspito como la meseta de Hardangervidda. Aquel grupo de cuatro intrépidos hombres constituiría la avanzadilla de las fuerzas aerotransportadas de la RAF que llegarían después en planeadores a las cercanías de Rjukan (otra versión de los hechos apunta que en el mismo grupo regresaría Einar Skinnalard a Noruega, y no antes).

Jens-Anton-Poulsson

Tras varios intentos frustrados de dejar en tierra al equipo, los hombres de Poulsson –grupo bautizado con el nombre de Swallow («Golondrina») y a la Operación con el de Grouse– aterrizaron el 19 de octubre de 1942 en una colina en el valle del Sogne, a muchos kilómetros de distancia del punto acordado, lo que provocaría que tuvieran que realizar una dura travesía en medio de las condiciones climáticas más adversas y cargando un equipo que pesaba en torno a los 250 kilos. Tres semanas después, el 6 de noviembre, instalaban su base en una cabaña deshabitada, y conseguían establecer contacto por radio con la central de Londres, que les dio la orden de salir al encuentro de los hombres que formaban las tropas aerotransportadas, momento en que tendría lugar uno de los mayores fracasos del SOE que se saldó con el coste de numerosas vidas humanas.

Rediess

Era el 17 de noviembre de 1942, hacia las seis de la tarde, cuando dos bombarderos, cada uno de ellos remolcando un planeador, despegaban, con veinte minutos de diferencia, de la base aérea de Wick, al norte de Escocia. 43 hombres iban a bordo de ambos aparatos. El nombre en código de su operación era Freshman. Sobre media noche, una señal de radio interceptaba un SOS en el que uno de los aviones informaba de que su planeador se había estrellado contra una montaña, en las proximidades de Egersund. Murieron tres agentes y seis resultaron heridos de gravedad. Poco después, los alemanes, alertados, se personaban en la zona. El jefe de las SS y de la Policía en Noruega,  Wilhelm Rediess, informaba después a Berlín de la muerte de tres de los ocupantes del aparato, y de seis heridos graves. Apuntaba que se sospechaba que eran agentes y que, tras registrarlos –hallando en su poder «gran cantidad de billetes noruegos», según reza un telegrama oficial de la Oficina Central de Seguridad del Reich, la RSHA–, la Wehrmacht ejecutó a los supervivientes.

La Operación Freshman sería todavía más trágica. El otro aparato había logrado aterrizar de forma violenta en lo alto de una montaña: ocho agentes murieron, cuatro resultaron gravemente heridos y solo cinco quedaron ilesos, pero fueron detenidos al día siguiente por los alemanes. Tras ser interrogados, también los ejecutaron. Hoy descansan, como héroes de guerra contra la ocupación y el totalitarismo nazi, en un cementerio situado al oeste de Oslo.

Von Falkenhorst

El capitán general Nikolaus von Falkenhorst, tras tener en su poder las confesiones, comunicó a Berlín que los agentes enemigos pretendían sabotear la planta de agua pesada y ayudar a la Resistencia local. Von Falkenhorst se trasladó de urgencia hasta Rjukan acompañado del Comisario del Reich en Noruega, para ponerse al frente de los trabajos de reforzamiento: la guarnición recibió importantes refuerzos y los alrededores de la Norsk-Hydro fueron minados, lo que dificultaría un nuevo intento de sabotaje.

Este post tendrá una inminente continuación.

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

Este episodio se recoge, junto a muchos otros vinculados al trabajo de sabotaje de los aliados para frenar el proyecto atómico nazi, en el vibrante ensayo La Brigada de los Bastardos, publicado recientemente por la editorial Ariel. En realidad, la «batalla del agua pesada» fue uno más (aunque relevante) de los episodios que se encuadraron en un plan mucho más ambicioso que partió de reuniones secretas en Washington y que fructificó gracias a la estrecha colaboración entre los servicios secretos estadounidenses y los británicos.

Mientras se planificaba de forma reservada el Proyecto Manhattan en Los Álamos, la Oficina de Servicios Estratégicos –OSS, antecesora de la CIA–, ideó un plan secreto que recibió el nombre de Operación Alsos. En griego dicha palabra significa «arboleda», equivalente en inglés a «grove», en alusión al jefe de la operación, el general Leslie R. Groves, director general del Distrito Manhattan de Ingeniería (popularmente conocido como Proyecto Manhattan), un personaje con gran importancia en la novela gráfica «La Bomba» que destaqué en la entrada anterior.

Su objetivo era rastrear y entorpecer las investigaciones sobre energía nuclear llevadas a cabo por los potencias del Eje, principalmente el Tercer Reich. El corazón de la misión Alsos estaba conformada por el grupo que da nombre al ensayo: la llamada «Brigada de los Bastardos», un equipo de soldados, científicos y agentes secretos que se infiltraron entre los físicos, químicos y militares alemanes para detener la amenaza más aterradora de la guerra: que Hitler dispusiera de una bomba nuclear.

El resultado fue, como hemos visto en esta entrada, un complot digno del mejor thriller, pero rigurosamente real, y documentado con mimo por el divulgador científico Sam Kean, con ese estilo claro, directo y en ocasiones cercano al humor que le caracteriza y que le ha hecho merecedor de una gran notoriedad y una legión de seguidores. Es colaborador de medios como The New Yorker, The Atlantic, The New York Times Magazine o Science, y ha publicado obras convertidas en auténticos bestseller con sugerentes títulos como: La cuchara menguante. Y otros relatos veraces de locura, amor y la historia del mundo a partir de la tabla periódica de los elementos (2011); El pulgar del violinista. Y otros relatos veraces de locura, amor, guerra y la historia del mundo a partir de nuestro código genético (2013); El último aliento de César. La épica historia del aire que nos rodea (2018) y Una historia insólita de la neurología. Casos reales de trauma, locura y recuperación (2019), todos ellos publicados por la editorial Ariel.

Moe Berg

Aquellos hombres de la «brigada» que bien pudieron inspirar a Quentin Tarantino su película Malditos Bastardos, arriesgaron sus vidas en pro de la libertad, orquestaron todo tipo de sabotajes, impulsaron el espionaje a una escala nunca antes vista y cometieron incluso asesinatos para frenar las aspiraciones del Führer. Entre ellos destacaron con luz propia el ex jugador de béisbol Moe Berg, el físico nuclear Samuel Goudsmit o el citado general Leslie R. Groves, pero hubo muchos más, y todos tienen su momento de gloria en estas páginas (prolongación en papel de su verdadera actuación en el curso de la HISTORIA con mayúsculas).

Un relato vibrante y en ocasiones increíble (aunque sucedió) que podéis adquirir en el siguiente enlace:

https://www.planetadelibros.com/libro-la-brigada-de-los-bastardos/331525

Comandos y operaciones especiales en la II Guerra Mundial (Susaeta):

Y si lo que queremos es realizar un acercamiento, ameno a la vez que instructivo, al gran teatro de operaciones secretas y clandestinas que tuvieron lugar en aquella brutal conflagración, nada mejor que sumergirnos en las páginas, profusamente ilustradas a todo color y acompañadas de mapas y gráficos, de Comandos y operaciones especiales de la II Guerra Mundial, una joya gráfica editada por Susaeta Ediciones. Un recorrido vertiginoso por las unidades de comandos de ambos contendientes que, alcanzando un desarrollo y perfeccionamiento colosal, se desplegaron por desiertos, mares, selvas, acantilados, montañas y urbes asediadas como Stalingrado o Berlín…

Esta magnífica selección –pues fueron tantas que harían falta miles de páginas para detallar cada una de ellas– contempla operaciones famosas como la Operación Fortitude (que permitió el Desembarco de Normandía, el gran asalto a la Fortaleza Europa), o la Operación León Marino, que planeó la invasión –frustrada– de Gran Bretaña por la Wehrmacht, y otras menos conocidas, como la Operación Gleiwitz (una operación de falsa bandera que atribuyó a los polacos el ataque a la frontera alemana y justificó la invasión del país por los ejércitos de Hitler) pero que contribuyeron, algunas de manera decisiva, al resultado final de la mayor sangría conocida por el hombre contemporáneo.

He aquí el enlace para hacerse con este volumen:

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«La Bomba»: el desarrollo atómico en la Segunda Guerra Mundial

La carrera a contrarreloj por obtener la bomba atómica llevó a aliados y países del Eje a una lucha sin cuartel en la que desplegaron sus últimos adelantos científico-técnicos, contaron con los hombres más brillantes de la comunidad académica e impulsaron el progreso de una forma nunca antes vista, aunque fuera a costa de muchas vidas humanas. Una batalla marcada por los informes secretos, el espionaje y la traición de muchos hombres a su código moral. Cuando la historia aún se pregunta hasta qué punto la Alemania nazi desarrolló su proyecto atómico, una monumental novela gráfica recupera los entresijos de aquella lucha entre bambalinas por obtener el arma definitiva.

Óscar Herradón ©

El Tercer Reich continúa siendo fuente inagotable de informaciones que, prácticamente cada mes, salen a la luz, y algunas de ellas obligan a reescribir una historia nunca cerrada del siglo XX. El 29 de diciembre de 2014 saltaba a la prensa internacional la noticia de que en Austria se había descubierto un gigantesco complejo subterráneo, de una extensión de 75 hectáreas, formado por varios túneles. Concretamente el hallazgo se realizó en la ciudad austriaca de Sankt Georgen an der Gusen, una semana antes de que los medios se hiciesen eco del mismo.

Entre otros rotativos, The Sunday Times señalaba que un grupo de expertos afirmaron que la construcción –edificada en lo que entonces era territorio del Reich en plena Segunda Guerra Mundial–, habría sido utilizada por científicos del régimen para desarrollar armas atómicas durante la contienda. El complejo subterráneo fue descubierto gracias a unas excavaciones que comenzaron después de que un grupo multidisciplinar de expertos hallara considerables niveles de radiación en la zona, lo que les hizo pensar que podría tratarse de una rudimentaria central nuclear nazi. Según afirmó a los medios Andreas Sulzer, director de la investigación, el lugar es «muy probablemente la planta de producción de armas más grande del Tercer Reich».

El complejo descubierto en Sankt Georgen an der Gusen
B8 Bergkristall

En la planta se encontraron restos de las tropas nazis, como cascos de las SS, y diferentes objetos de la época, un trabajo difícil teniendo en cuenta las sucesivas capas de tierra que ocultaban el complejo así como las placas de granito que, ya con la guerra en su contra, los alemanes utilizaron para cubrir la entrada y evitar que los aliados descubrieran el emplazamiento. Tan bien lo hicieron que transcurrieron setenta años hasta su localización. Los expertos barajaron entonces que dicha zona podría estar conectada con el campo de concentración de Mauthausen-Gusen –cuyos prisioneros, en su mayoría químicos y físicos, habrían puesto sus habilidades especiales al servicio del complejo atómico–, uno de los más temibles de la Solución Final, y la fábrica subterránea B8 Bergkristall, donde se fabricaron las unidades del célebre Messerschmitt Me-262, el primer caza a reacción operativo del mundo, éste sí, lugar descubiertos por los soviéticos tras la caída de Hitler.

Aquel importante descubrimiento volvía a poner sobre el tapete la estrecha relación del gobierno de Hitler con la carrera nuclear y desataba una vez más el debate sobre hasta qué punto de su desarrollo llegaron los científicos alemanes. Hasta ahora, la mayoría de expertos sostenían que el esfuerzo alemán durante la contienda se había centrado únicamente en el desarrollo de un reactor nuclear, con la posibilidad de que, si en todo caso hubiesen llegado a un punto avanzado, haber podido obtener lo que se conoce como bombas sucias –cluster bombs–, término que en la actualidad se usa para definir a los artefactos explosivos que diseminan elementos radiactivos en la atmósfera, y que causarían efectos nada comparables a los de una bomba atómica como la que desarrollarían los norteamericanos en el Proyecto Manhattan, nombre en clave del programa nuclear ultrasecreto estadounidense.

Alemania, pionera de la fisión nuclear

Heisenberg

En los años 20 y primeros de los 30 la ciencia alemana dominaba los campos de la física y la radioquímica mundiales. El proyecto de energía nuclear alemán acabaría conociéndose de forma informal como el Uranverein («Proyecto Uranio»), comandado por el célebre físico galardonado con el Nobel en 1932 Werner Heisenberg. En diciembre de 1938 los químicos alemanes Otto Hahn y Fritz Strassmann hicieron público que habían detectado el elemento bario tras bombardear con neutrones el uranio. Junto a Lise Meitner, habían descubierto la fisión nuclear en la misma Alemania nazi.

Groth

El 24 de abril de 1939, Paul Harteck, director del departamento de física y química en la Universidad de Hamburgo y asesor de la HeereswaffenamtHWA, Oficina de Armamento del Ejército–, junto a su ayudante Wilhelm Groth, se puso en contacto con la ReichskriegsministeriumRKM, Ministerio de la Guerra del Reich–, para alertarlos sobre el potencial de las aplicaciones militares de las reacciones nucleares en cadena y en la primavera de 1940, un reactor nuclear casi crítico fue construido por el propio Harteck en una planta especial de la citada universidad.

Instalaciones de la Heereswaffenamt
Proyecto Manhattan

En pocos meses, los físicos de todo el mundo informaban a sus respectivos gobiernos acerca de que el descubrimiento de Hahn podría llevar «a una producción sin precedentes de energía y a los superexplosivos». Sin embargo, la política de Hitler que en un primer momento pareció resolver los acuciantes problemas económicos de la República de Weimar, al estar basada en promover el empleo por medio de la industria armamentística, centrada en una inminente guerra, llevaba, como sostiene F. J. Ynduráin Muñoz, del Departamento de Física Teórica de la UAM, a medio plazo a la ruina, por lo que la financiación de cualquier actividad que no fuese directamente rentable para el esfuerzo bélico «era, simplemente, imposible para Alemania».

El Uranverein en la encrucijada

Fat-Man

Según el citado estudioso, los proyectos alemanes nunca tuvieron una financiación suficiente, ni de lejos. Únicamente Estados Unidos, con un producto interior bruto que casi duplicaba el alemán y era diez veces superior al japonés, permitió al país de las barras y estrellas mantener una guerra con ambos países del Eje y, además, en plena contienda, en 1944, gastar los 1.000.000.000 de dólares que requería el Proyecto Manhattan en un año.

Fermi

A este problema se sumó el hecho de que algunos de los más brillantes científicos de la Alemania nazi se vieran obligados a exiliarse por su ascendencia judía, como Meiner y Fritsch, que realizarían sus descubrimientos en Suecia, al igual que le sucediera al italiano Enrico Fermi, que también tuvo que exiliarse en 1938 debido a que su esposa era judía y a que la alianza entre Hitler y Mussolini les ponía en serio e inminente peligro. Éste último lograría en diciembre de 1942, en los sótanos de la Universidad de Chicago, una reacción nuclear sostenida que suponía un gran paso para los norteamericanos en su carrera por obtener la ansiada bomba atómica. Era, pues, casi imposible que los germanos consiguieran la misma antes. Sin embargo, los norteamericanos, que estaban desarrollando la bomba atómica en el desierto de Nevada, en una de los proyectos ultrasecretos mejor guardados de la guerra, no sabían hasta qué punto los alemanes estaban obteniendo logros en este sentido. Era vital que lograran obtener «el arma definitiva» antes que ellos.

Norsk-Hydro

Puesto que los espías aliados no habían conseguido encontrar laboratorios secretos en los que supuestamente se desarrollaba el proyecto atómico –algo que el hallazgo citado, en 2014, ha venido a corroborar–, los ojos de la Inteligencia británica, con Churchill a la cabeza, se pusieron en Noruega, en la planta Norsk-Hydro para la fabricación de agua pesada. En los prolegómenos de la investigación nuclear, el agua pesada resultaba un elemento imprescindible. La planta fue un lugar capital en la carrera nuclear nazi y capitaliza gran parte de un revelador ensayo publicado recientemente y del que me ocuparé en un inminente post.

Ahora, recomiendo la novela gráfica que se centra en aquella vertiginosa lucha por obtener armas atómicas que se desarrolló entre bambalinas en la mismísima Segunda Guerra Mundial –un avance científico-técnico sin precedentes al que obligaba la presión y los progresos del enemigo y que recuerda en la actualidad al vertiginoso desarrollo de vacunas para combatir el coronavirus en tiempo récord–.

La Bomba (Norma Editorial)

La novela gráfica en cuestión es un monumental volumen de 472 páginas que bajo el título de La Bomba ha publicado recientemente la siempre exigente Norma Editorial. Fruto del trabajo conjunto y la creatividad del historietista belga Didier Alcante, el guionista francés Laurent-Frederic Bollée y el ilustrador canadiense Denis Rodier, todos ellos grandes exponentes contemporáneos de la Bandé-dessinée, es un detallado y revelador fresco de cada uno de los participantes en esa carrera atómica contrarreloj en los años más devastadores de la contienda.

Con un trabajo de documentación previo colosal (no en vano, sus artífices tardaron cinco años en completarlo), en sus páginas vemos las dudas existenciales de los físicos y químicos que sentarían las bases de la fisión nuclear, las luchas intestinas de los militares con los políticos para llevar a cabo proyectos que debían permanecer en el más absoluto de los secretos en la era dorada del espionaje internacional, y cómo la tragedia se va palpando, como una muerte anunciada a voces –y también en silencio–, vaticinando el desastre que se avecina sobre la humanidad. Tecnología y ciencia, PROGRESO frente a DESTRUCCIÓN, una dicotomía largamente asentada en la historia contemporánea.

En los trazos en blanco y negro (que lo dotan de mayor sobriedad, y cierta coherencia acorde con aquellos tiempos en que los informativos que abrían las largas sesiones de cine también eran en escala de grises, como nuestro patrio NO-DO, que emitió desde 1942, en plena guerra mundial, hasta 1981) se materializan las inquietudes de físicos y premios Nobel como el italiano Enrico Fermi (que, seguido de cerca por las autoridades fascistas como señalé en el post, decidirá exiliarse en Estados Unidos, contribuyendo al avance atómico norteamericano) o el húngaro Leó Szilárd y su amigo alemán, el Premio Nobel Albert Einstein, quienes hubieron de escoger el camino del exilio cuando los nazis llegaron al poder, aventurando la tragedia que se cerniría sobre el pueblo judío pocos años después. Ellos sí lo consiguieron, muchos otros no.

También desfilan por estas sensacionales páginas los científicos alemanes que permanecieron en el Reich (bien por decisión propia, como Heisenberg, bien porque las autoridades hitlerianas les obligaron) y hubieron de trabajar en el desarrollo atómico nazi aún a sabiendas de que su comandante en jefe poseía un hálito destructor imparable. El narrador –el plutonio– hace suya la frase: «Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos», una sentencia que se atribuye a Robert Oppenheimer, terriblemente arrepentido de trabajar en la creación de «La Bomba» cuando fue detonada la primera en la prueba Trinity, en el desierto de Nuevo México, momento en que le vinieron a la mente esas palabras del texto cosmogónico hindú Bhagavad-Gita (que, por cierto, obsesionaba a Heinrich Himmler, que consideraba los bastiones helados del Himalaya la cuna de la raza aria).

Precisamente Szilárd y Einstein serían los impulsores de la obtención estadounidense de la bomba atómica al escribir varias cartas al entonces presidente Franklin Delano Roosevelt sobre el peligro que suponía el avance de las investigaciones atómicas alemanas, detonante del ultra-secreto Proyecto Manhattan. Con el tiempo, al igual que su colega Oppenheimer, se darían cuenta del terrible error de construir un arma tan devastadora, pero en aquellos momentos de guerra contra Hitler consideraron que era la única forma de frenar sus aspiraciones megalómanas (sí, la bomba se creó para ser lanzada contra el Reich, pero la claudicación del mismo «obligó» a lanzarla contra los japoneses).

Los autores, en su minucioso trabajo de reconstrucción histórica, tampoco dejan fuera episodios del proceso nuclear bélico mucho menos publicitados y casi desconocidos por el gran público, como el papel desarrollado por los japoneses en dichas investigaciones o cómo los militares que estaban a cargo de la construcción del Pentágono (un proyecto igualmente «top secret» que impulsó la contienda) serían puestos también al frente de la comisión atómica estadounidense.

Con un ritmo endiablado, como el que hubieron de mantener los verdaderos protagonistas en aquellos tiempos de sangre y fuego en el interior de sus laboratorios ultrasecretos para conseguir objetivos palpables, presionados por gobiernos y militares, en la trama, a modo de flashes, también se recuerdan episodios clave de la Segunda Guerra Mundial como el ataque japonés a Pearl Harbor, la derrota del Tercer Reich, y por supuesto el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, el trágico epílogo largamente anunciado de aquella costosa investigación secreta.

Una verdadera joya gráfica que ha sido definida por la empresa de radio difusión pública de Bélgica RTBF como «El cómic definitivo». No sé si me atrevería a decir tanto, pero desde luego estamos ante una de las mejores obras sobre el tema publicadas en los últimos años, y la más completa de BD centrada en la bomba atómica en el marco de la guerra jamás editada. Una auténtica delicia para apasionados del cómic y de la historia que podéis adquirir en el siguiente enlace:

https://www.normaeditorial.com/ficha/comic-europeo/la-bomba

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

La Segunda Guerra Mundial. Una historia gráfica (Pasado & Presente)

Y si lo que queremos es una visión global, amena a la par que rigurosa del conflicto en el que se enmarcaron estas operaciones, la Segunda Guerra Mundial, la mayor sangría de la historia de la humanidad, nada mejor que sumergirnos en la adaptación gráfica de la obra de uno de los mejores historiadores de aquel periodo, el británico Antony Beevor, en una majestuosa edición por obra y gracia de la editorial Pasado & Presente.

Una poderosa narrativa visual del más sanguinario conflicto armado de todos los tiempos, al menos hasta ahora (y esperamos que así siga siendo). Con un elegante trazo en el que priman los grises (que resaltan el dramatismo de lo narrado), Anglès recoge acontecimientos del Frente Oriental, la Blitzkrieg (Guerra Relámpago) alemana y de la posterior Europa conquistada por los ejércitos de Hitler, grandes batallas y ataques como Pearl Harbor, Stalingrado, Iwo Jima, Okinawa, el bombardeo de Dresde (que quedó reducido a cenizas por los ataques aliados que supusieron una de las mayores vulneraciones a la población civil alemana) o la conquista de Berlín por tropas soviéticas y estadounidenses, así como las condiciones más horribles de aquella grandilocuente tragedia: las inhumanas condiciones del gueto de Varsovia, los hornos crematorios del Holocausto o el lanzamiento de la bomba atómica sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki que pondrían fin de forma dantesca a la larga conflagración.

Dibujos a página completa complementados por pequeñas (y algunas no tanto) píldoras de texto extraídas (más bien adaptadas) de la obra de Beevor que aportan una escueta pero concisa explicación de la Segunda Guerra Mundial para profanos en la materia, pero que deleitará por igual a los conocedores de la historiografía de aquel decisivo periodo del siglo pasado. Más de 2.000 ilustraciones en 550 páginas que consiguen captar con fidelidad el pulso narrativo del historiador británico, algo complicado si tenemos en cuenta la cantidad de información de sus obras de referencia (y su extensión), una potente historia visual que está llamada a ser obra de referencia a partir de ahora y que debería ser lectura obligatoria en las escuelas.

He aquí el enlace para adquirir esta joya bibliográfica:

http://pasadopresente.com/colecciones/historia/bookdetails/2020-10-26-17-24-20