Nazis tras las huellas de la Atlántida (2)

Una de las mayores obsesiones de algunos líderes nazis, principalmente de Heinrich Himmler, fue hallar pruebas de la existencia de un continente o una isla perdida que corroborara la delirante teoría de que la raza aria tenía un origen divino que la convertía en superior al resto de los mortales. Una suerte de patria ancestral de semidioses y superhombres de la que partían los ancestros nazis. Varios guardias negros fueron tras su pista y también dejaron numerosos secretos en otras islas malditas…

Óscar Herradón ©

Heinrich Himmler, con Wewelsburg al fondo

Himmler entendía que la teoría de la «Cosmogonía Glacial» de Hans Hörbiger y sus grandes cataclismos (una hipótesis pseudocientífica desprestigiada por el mundo académico) avalaba la suposición de que la Atlántida habría poseído una gran cultura antes de su caída tras una gran catástrofe cósmica. El mismo Rosenberg señalaría la posibilidad de que la Atlántida hubiera sido un centro cultural nórdico, patria de una raza primigenia creadora de una gran cultura ubicada en lugares «en los que hoy se agitan las olas del océano Atlántico y que son atravesados por gigantescas montañas de hielo». Además, pensaba que Islandia podría ser un vestigio del continente perdido –relacionado a su vez con la isla de Thule–, y Wirth buscaría la tierra nórdica de Adland –la Atlántida de los griegos– precisamente al sudoeste de Islandia, a pesar de que todos los indicios científicos desmentían tan enrevesadas hipótesis.

Helgoland, la Atlántida nazi                                  

Sin embargo, Himmler, a la hora de ubicar el continente mítico platónico –al igual que el propagandista völkisch Heinrich Pudor–, tenía preferencia por la isla alemana de Heligoland –Helgoland en lengua teutona–, situada al sudeste del Mar del Norte. Para él la Atlántida, claro, no podía ser sino alemana, y enviaría a miembros de su Ahnenerbe al lugar con la intención de que realizaran mediciones topográficas y buscaran fuentes curativas, devoto como era de las terapias alternativas.

Helgoland
Spanuth

Himmler seguía las teorías sobre Helgoland del pastor luterano Jürgen Spanuth. Éste, poderosamente atraído por las tradiciones populares del lugar, postuló que en el territorio isleño de Jutlandia quedaban vestigios de un antiguo culto solar y que Helgoland era la capital de los atlantes, que se había sumergido tras la subida del mar a causa del deshielo. Según afirmaba, la zona conocida por los pesadores locales como fondo rocoso coincidiría con el antiguo emplazamiento de los palacios y edificios, y el fondo no serían sino vestigios de sus ruinas. Otros estudiosos apuntaban que la isla era el principal lugar de culto del dios noruego Forseti, al que varios arqueólogos vinculan con el dios griego de los mares, Poseidón. El Reichsführer pensaba enviar una expedición submarina a los alrededores de Helgoland pero el estallido de la guerra y más tarde la derrota del Tercer Reich harían inviable tal misión, como tantas otras de su instituto pseudocientífico.

Camino de la fuente primordial

¿Y dónde creyó Herman Wirth haber encontrado esa escritura sagrada que, descifrada, serviría para sentar nada menos que las bases de una nueva y poderosa Alemania? Pues no muy lejos de la tierra que lo vio nacer, en la provincia de Frisia, en la costa septentrional de los Países Bajos. El estudioso creyó descubrir los vestigios de un antiguo jeroglífico septentrional disimulado en unas pequeñas y antiguas esculturas de madera que estaban talladas con diversas formas y decoraban el hastial de muchas granjas frisonas.

El presidente de la Ahnenerbe creía que el significado de ese «antiguo sistema de escritura ario» se había perdido con el tiempo, un sistema que creía origen de todos los alfabetos conocidos, desafiando con dichos postulados a toda la comunidad científica en general y a los lingüistas en particular. También sus conocimientos geológicos para hallar esa «Atlántida» perdida dejaban mucho que desear y obviaban algunos de los últimos descubrimientos sobre el fondo oceánico.

Su objetivo se hallaba en el Ártico, lo que creía que había sido «un maravilloso y mágico jardín». A pesar de su edad, más de 50 años, se sentía preparado para ponerse en marcha. Como otros investigadores nacionalistas, estaba seguro de los remotos orígenes septentrionales de la raza nórdica. En otoño de 1935, el académico viajó junto a otro oficial de las SS, Wilhelm Kottenrodt, hasta la remota región de Bohuslän –Bausa–, en la costa oeste de Suecia, donde se hallaban imponentes esculturas de la Edad de Bronce. Durante su viaje por la zona y otras regiones del país, tomaron muestras de escayola de esas asombrosas esculturas, entre ellas el molde de una antigua esvástica. En febrero de 1936 Herman, ya Untersturmführer de las SS, intentaba convencer a Himmler de la necesidad de regresar a la región para recabar más pruebas de sus estrambóticas teorías, esta vez en un viaje financiado por la Ahnenerbe. El Reichsführer le autorizó a que organizara y se pusiese a la cabeza de una expedición a Escandinavia que partiría en julio de ese año y que prepararía con el fanático director del Instituto, el guardia negro Wolfram von Sievers.

El siniestro Wolfram von Sievers

Reunido ya el equipo, el propio estudioso, un cámara de la Orden Negra, Helmut Bousset y otras cinco personas –entre ellas el escultor Wilhelm Kottenrodt–, partieron hacia las lejanas tierras nórdicas. Durante su complicado periplo por tierras boreales, sacaron gran cantidad de moldes de yeso de esculturas y tallas en distintos yacimientos. Después, partieron hacia la costa occidental de Noruega, rumbo a la pequeña isla Rodoya, a sólo unos cientos de kilómetros del Círculo Polar Ártico, donde se hallaba un desconcertante relieve al que calculaban unos 4.000 años de antigüedad. De nuevo una isla ocultando un gran misterio… ¿nazi?

Los ambiciosos planes, sin embargo, se frustraron de repente. Mientras la expedición aún se encontraba en Noruega, el propio Adolf Hitler comentó en un mitin en Núremberg: «Nosotros no tenemos nada que ver con esos elementos que solo entienden el nacionalsocialismo en términos de habladurías  y sagas, y que, en consecuencia, lo confunden demasiado fácilmente con vagas frases nórdicas y que ahora están iniciando su investigación basándose en motivos de un mística cultura atlante (…)». El líder nazi se estaba refiriendo claramente a Wirth. A pesar de que Himmler continuaría con sus investigaciones, no podía obviar las palabras del Führer respecto al folclorista. Así que no le quedó más remedio que cesarle en el cargo antes de que regresara de Noruega. A su vuelta, el historiador supo que el nuevo presidente de la Ahnenerbe era el doctor Walter Wüst, quien ocupó el nuevo cargo el 1 de febrero de 1937.

Wirth no encontró pruebas definitivas sobre la «existencia» de un continente perdido o un alfabeto ario ancestral, pero otras expediciones se preparaban para hallar pruebas que corroboraran al Reichsführer su teoría sobre la divinidad de la raza aria y apoyaran las teorías supremacistas y eugenésicas del Partido Nazi. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, muchas de las expediciones programadas por la Ahnenerbe tuvieron que cancelarse y Himmler hubo de enfocar sus esfuerzos a la maquinaria bélica. La Atlántida y los poderes telepáticos de los arios primigenios volvían a formar parte del universo de la leyenda, de donde nunca debían de haber salido.

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

Para descubrir qué hay detrás de la búsqueda de esos «continentes perdidos» y los muchos eruditos que postularon su existencia, nada mejor que sumergirse en las páginas de una de las últimas novedades de mi preciada La Esfera de los Libros, un libro cargado de anécdotas y de lectura absorbente: Colega, ¿dónde está mi urbe? La Atlántida y otras ciudades perdidas en la historia y el tiempo, del joven divulgador Andoni Garrido, célebre por el canal de YouTube «Pero eso es otra historia», donde recoge casi 40 leyendas sobre este asunto: desde la citada Atlántida que obsesionó a los teósofos y a los ariosofistas y más tarde a algunos nazis a El Dorado, cuya búsqueda costaría la vida a más de uno y a más de dos, pasando por Lemuria, Hiperbórea, Shambhala, Yamatai, Cíbola o Aztlán, entre otras. La intención: descubrir qué hay de verdad y qué de mentiras tras todas estas historias y buscar un posible origen para estos mitos que se encuentran en numerosas culturas, algunas con milenios de antigüedad. He aquí la forma de adquirirlo:

http://www.esferalibros.com/libro/colega-donde-esta-mi-urbe/

Sobre la Ahnenerbe, existen varios libros interesante, el más reciente editado por Espasa y escrito por el periodista Eric Frattini: Los científicos de Hitler. Historia de la Ahnenerbe. Edificado por Himmler, fue un departamento de las SS creado por Himmler bajo este nombre que en alemán significa «Sociedad de estudios para la historia antigua del espíritu». Tenía tres objetivos: investigar el alcance territorial y el espíritu de la raza ario-germánica; rescatar y restituir las tradiciones alemanas –que para el Reichsführer habían sido aniquiladas por el cristianismo, y por soberanos como Carlomagno, a quien odiaba profundamente–, y difundir la cultura tradicional alemana (mucha creada ex profeso por los investigadores afectos al régimen) entre la población en general.

Los trabajos más importantes sobre la institución y el papel de Himmler en el entramado místico del Tercer Reich son El Plan Maestro: arqueología fantástica al servicio del régimen nazi, de Heather Pringle (publicado en castellano por Debate en 2007) y Das «Ahnenerbe» der SS (1935-1945), del historiador alemán Michael H. Kater, publicado hasta el momento únicamente en lengua germana.

En mi trabajo La Orden Negra. El Ejército Pagano del Tercer Reich (Edaf, 2011) también dediqué un amplio espacio a la Sociedad Herencia Ancestral y a los delirios místicos del líder de las SS. En relación con la magia y el ocultismo, y cómo el Reichsführer-SS reclutó al astrólogo Wilhelm Wulff para que trazase horóscopos de los enemigos del Reich cuando éste comenzaba a claudicar en en la contienda, podéis consultar mi libro Los Magos de la Guerra. Ocultismo y espionaje en el Tercer Reich, editado por Libros Cúpula (Grupo Planeta) en 2014.

Sueños proféticos de reyes y emperadores

Uno de los aspectos más desconocidos y apasionantes relacionados con algunos grandes soberanos, que a su vez fue crucial en la evolución de su política y sirvió para su exaltación como personajes semidivinos y sagrados, fueron los denominados sueños premonitorios o proféticos que muchos de ellos dijeron experimentar, generalmente antes de emprender una importante batalla.

Óscar Herradón

Para consolidarse en el poder y legitimar el origen «sagrado» de su estirpe, muchos reyes recurrieron a la exaltación de los hechos providenciales a través de los denominados somnia imperii, experiencias oníricas que éstos, según sus propagandistas, experimentaron cual si de profetas se tratara, demostrando y consolidando de esta forma la «descendencia divina» de todo su linaje. No está claro a día de hoy si alguno de estos sueños premonitorios tuvo lugar realmente, lo que cuesta creer, aunque es evidente que el interés político planea por toda crónica o escrito que recoge tal evento. Es, sin embargo, muy interesante analizar estos supuestos hechos sobrenaturales para comprender la mentalidad de aquellos personajes que ostentaron el cetro y la corona a lo largo de los siglos y del mismo pueblo, que veneraba a sus reyes como si de auténticos dioses se tratara de uno a otro punto del planeta. Ahí residía en gran parte su lealtad hacia el mismo.

Sila

Como apunta Alicia Miguelez Cavero, de la Universidad de León, fue en Roma donde, al parecer, se sentaron las bases de este tipo particular de sueño, de carácter claramente político, que alcanzaría una gran trascendencia principalmente en los años de la Edad Media. Al margen de la tradición bíblica, prolífica en este tipo de manifestaciones oníricas, la mayoría de los estudiosos coinciden en atribuir al general romano Sila la creación de este tipo de sueños para utilizarlos como forma de legitimación ante su pueblo, verdadera razón, más allá del elemento sobrenatural y providencialista, de que surgieran. Sin embargo, estas peculiares experiencias no fueron exclusivas de la República y el Imperio romanos, ni siquiera de Occidente, pues podemos encontrar ejemplos en las monarquías orientales y también en el mundo helenístico, de donde probablemente fue heredada tal forma de legitimación, a pesar de que no contamos con datos fiables para afirmarlo con rotundidad, como apuntaron ya en su día investigadores como Marc Bloch o Jacques Le Goff.

Tras la experiencia de Sila, los sueños de reyes fueron utilizados por varios emperadores para justificar sus acciones políticas o las decisiones de índole militar, como una batalla o un asedio, principalmente en los años de inestabilidad y desmembración del Imperio Romano, cuando las luchas por el poder, los pronunciamientos, las revueltas y las traiciones estaban a la orden del día. Vamos, como a lo largo de casi toda la historia de la (des) humanidad.

La excelsitud de Constantino

Fue con el emperador romano Constantino «el Grande» cuando los somnia imperii alcanzaron su mayor esplendor. El soberano, que permitiría el libre culto de los cristianos en el Imperio, experimentó su primer «sueño» en el año 310 de nuestra era, «milagro» que utilizó para legitimar sus acciones tras la muerte del general Maximiliano. Sin embargo, el más decisivo de sus somnia, si hemos de creer a las crónicas, se produjo tres años después de experimentar el primero, en el año 313, en vísperas de la batalla de Puente Milvio, en la que Constantino se enfrentaría a Majencio. En aquella visión onírica, el emperador vio una cruz, junto a las palabras In hoc signo vinces –(«Con este signo vencerás»), que le llevaría a la victoria. Y así fue. Al parecer, aquel vaticinio influyó en la posterior conversión de Constantino al cristianismo y en la configuración del llamado «crismón».

El sueño de Constantino (Piero della Francesca, 1455. Fuente: Wikipedia)

Con la llegada de Carlomagno al poder a finales del siglo VIII y su coronación como emperador en el 800, los carolingios pretendieron crear en Europa un imperio que emulase el antiguo esplendor romano, y para ello no había nada mejor que utilizar repetidamente los somnia imperii para «acreditar su condición de hombres inspirados por Dios en los actos llevados a cabo». Ésta era la fórmula idónea para hacerse ver ante sus súbditos como verdaderos sucesores de Constantino, –considerado durante la Edad Media el auténtico vencedor del paganismo–, principalmente a falta de una auténtica estirpe regia y sacra, ya que los carolingios, cuya dinastía comenzó con Pipino el Viejo y Arnulfo de Metz, ocupaban el puesto de mayordomos de palacio en la corte de los reyes merovingios, pero por sus venas no corría auténtica sangre real (si es que ha corrido por la de alguien alguna vez). Sería Pipino el Breve, padre de Carlomagno, quien, tras destronar al rey merovingio Childerico III con el apoyo del Papa, se convirtió en rey de los francos.

El rey de los francos

Carlomagno es uno de los mejores ejemplos de rey sagrado —(o mejor sacralizado)– medieval, que supo afianzar su poder no solo a través de sus victorias militares, que fueron muchas, sino también haciendo creer a sus súbditos que era el salvador elegido por Dios para unificar Europa bajo el credo cristiano. Él mismo seguramente estaba convencido de ello. Quiso recuperar, además, el antiguo esplendor del desaparecido Imperio romano. Y nada mejor para ello que mostrarse ante su pueblo como un nuevo Constantino. Al igual que éste, el emperador carolingio también experimentó o utilizó las experiencias oníricas como forma de afianzar su poder y justificar sus acciones. Al parecer, fue el apóstol Santiago quien se apareció al nuevo césar germánico instándole a reconquistar los territorios ocupados por los musulmanes en España, gesta cuasi legendaria que, según las crónicas carolingias, costó la vida a uno de sus más valerosos caballeros y gran amigo del rey: Roldán.

Este sueño se recoge en el conocido como Codex Calixtinus, conservado en el archivo de la catedral de Santiago de Compostela, hasta que fue robado en 2011 por un electricista, peculiar historia del expolio arqueológico patrio que un día abordaremos en «Dentro del Pandemónium».

El sueño profético de Carlomagno en el Codex Calixtinus

El texto narra que Carlomagno vio en el cielo un camino de estrellas que tenía su punto de partida en el Mar de Frisia y que, extendiéndose entre Alemania e Italia, entre la Galia y Aquitania, pasaba por Gascuña, Vasconia y Navarra hasta Galicia, donde se ocultaba por aquel entonces, sin que nadie lo supiera, el cuerpo de Santiago. Fue entonces cuando se le apareció en sueños el apóstol, que hizo un llamamiento al emperador para que combatiera a los infieles musulmanes en España. Supuestamente, Santiago se apareció por tres veces al rey de los francos cuando aún no era emperador, quien, en el año 778, envió una expedición contra el norte de la península Ibérica que tomó Pamplona y llegó hasta la plaza fuerte de Zaragoza, sometida tras un largo asedio.

No obstante, la leyenda en torno a la figura de Carlomagno permaneció muchos siglos tras su muerte, siendo modelo de monarca sagrado a imitar por todo soberano católico. Muchas de las acciones que se le atribuyen forman parte únicamente de la leyenda y de la intencionalidad propagandística de convertirlo en prácticamente un santo, –como sucedería más tarde con monarcas como Eduardo el Confesor o Luis IX de Francia (apodado «Ludovico Nono» o San Luis)–, como, por ejemplo, la peregrinación que realizaría el soberano franco a Tierra Santa, donde, entre milagros varios y señales divinas, se consolidó como «salvador» de la cristiandad y rey profundamente piadoso; viaje que, por cierto, jamás llevó a cabo, pero que fue recogido en una crónica siglos después de su muerte. Sin embargo, a juicio de los propagandistas defensores de la realeza sagrada en general, y de la santidad de los carolingios en particular, cualquier rey encargado de defender la «verdadera fe» no debía dejar de conquistar Jerusalén de nuevo para los cristianos.

San Luis de Francia por El Greco

Siguiendo esta tendencia, los monarcas medievales no solo tomaron a Constantino como modelo a seguir, sino a los reyes bíblicos que también experimentaron sueños de tipo profético, entre ellos Salomón o Nabucodonosor. Esta identificación simbólica de los monarcas medievales con los bíblicos sobrepasa el plano meramente político –de identificación con los emperadores romanos– para «adentrarse en el plano religioso», en palabras de la citada Miguelez Cavero.

Reyes españoles y sueños proféticos

La península Ibérica no fue una excepción en relación con estas experiencias oníricas. Existen varios ejemplos de reyes españoles que supuestamente las experimentaron. La Crónica Najerense narra cómo, una vez más en vísperas de la batalla, el rey García VI Navarra tuvo un sueño tras quedarse dormido en una cueva, donde se le apareció nada menos que la Virgen María. Según el viejo texto, gracias a esta aparición mariana el monarca tuvo plena convicción de que saldría victorioso al día siguiente, lo que efectivamente sucedió. Como homenaje, García VI mandó construir un monasterio en honor de Nuestra Señora en el mismo lugar en el que había tenido lugar la revelación, el monasterio de Santa María la Real de Nájera, que sirvió de panteón a la dinastía navarra y que en el siglo XV fue sustituido por una iglesia gótica que aún se conserva.

Pero quizá el sueño profético más famoso sea el que experimentó el emperador leonés Alfonso VII en el año 1147, sueño recogido tardíamente, en el siglo XIII, por el cronista Lucas de Tuy. Según escribió, mientras el ejército de Alfonso VII se detenía en su marcha hacia Almería, en vísperas del levantamiento del cerco a la ciudad de Baeza, al rey se le apareció San Isidro, y gracias a su intercesión los cristianos ocuparon la misma. En homenaje a la victoria y en recuerdo a la prodigiosa revelación, se realizó el llamado Pendón de Baeza.

Con este tipo de visiones oníricas de tipo profético los reyes se convertían no solo en responsables del poder temporal sino en auténticos «enviados» de Dios en la Tierra, cuya misión era salvaguardar la verdadera fe, para ellos, claro, el catolicismo, frente al Islam que representaba la antigua Al-Ándalus.

OTRAS FORMAS DEL SUEÑO (Para saber un poco / mucho más):

El poder del sueño. Relatos antiguos y modernos reunidos y presentados por Roger Caillois.

Ediciones Atalanta vuelve a brindarnos una obra literaria tan extraña como perturbadora y a la vez magnética, una joya bibliográfica publicada originalmente en 1962 por el Club Français du Livre tutelado por el ensayista y sociólogo galo Roger Caillois y que por primera vez podemos disfrutar en este lujoso formato y en castellano.

El autor reúne en el presente volumen los mejores textos sobre los sueños y el misterioso poder que evocan sus imágenes, su difícil disección, el significado oculto que los envuelve y la importancia que tienen con nuestra realidad, siendo así otra suerte de segunda realidad que nos configura e impulsa. Como señala con acierto Caillois, algunos durmientes acceden a imágenes oníricas premonitorias que luego son constatadas con toda exactitud en el mundo de la vigilia. Esta magnética antología se inicia con un sugerente corpus inédito de antiguas narraciones chinas y continúa con una impecable selección de autores occidentales tan cautivadores y heterogéneos como Apuleyo, Mérimée, Poe, Gautier, Bierce, Kipling, H. G. Wells, Somerset Maugham, Nabokov, Borges, Cortázar o Groethuysen, entre muchos otros. Una delicia… que nos invita a SOÑAR.

–Por qué dormimos. La nueva ciencia del sueño, de Matthew Walker.

Una pregunta que casi todos nos hemos hecho alguna vez… y que ninguno somos capaces de resolver, ni siquiera los expertos en el campo de la neurociencia. ¿O sí? Este magnífico ensayo editado por Capitán Swing arroja luz sobre tan relevante y esquivo tema. Dormir es uno de los temas más relevantes y menos comprendidos de nuestra vida; relevante porque pasamos al menos un tercio de ella dormidos, siendo parte indesligable de nuestra existencia –al menos hasta que seamos cyborgs–; incomprendido por las múltiples manifestaciones del acto onírico y sus implicaciones, desde los sueños dulces a las más terribles pesadillas o problemas mentales relacionados con dicho proceso.

El preeminente neurocientífico inglés y experto en el sueño de la Universidad de California, Berkeley, Matthew Walker, nos propone en estas páginas una deslumbrante inmersión en el propósito y el poder del sueño, explicando con claridad y elocuencia cómo un buen sueño no solo nos hace descansar, sino que dentro del cerebro el sueño reafirma nuestro sistema inmunológico, recalibra nuestras emociones, mejora nuestro metabolismo y regula nuestro apetito, pero además puede hacernos más inteligentes, atractivos y saludables.

De forma casi visionaria, Walker ofrece en este libro ya convertido en bestseller internacional, con razón, una exploración revolucionaria de la actividad de la mente durante el acto de dormir, examinando cómo influye en cada aspecto –ninguno irrelevante– de nuestro bienestar físico y mental. Una obra capital del sueño que podéis adquirir aquí, en versión en papel y también en formato digital, en la web de la editorial.