Los nativos norteamericanos y su amalgama de tribus son todavía grandes desconocidos en Occidente. El «hombre blanco» europeo conoció su historia a través de la pantalla grande, completamente desdibujada, donde el indio era un ser salvaje, malvado y amante de la sangre. Aunque con las décadas dicha visión comenzaría a cambiar gracias al western «amable» con los pobladores originarios de aquella América que para ellos no fue la tierra de las oportunidades, los prejuicios hacia sus comunidades permanecen en muchos rincones de Estados Unidos. Hoy, en Dentro del Pandemónium, realizamos un viaje al pasado para conocer algunos de sus ritos, creencias y actos mágicos.
Por Óscar Herradón ©

Es un enigma cuándo fue poblado por primera vez el extenso territorio que abarca lo que actualmente es América del Norte. Existen vestigios arqueológicos que incluyen restos de viviendas, huesos de animales y características de piedra finamente trabajada con más de diez mil años de antigüedad, vestigios de un tiempo en el que casi con seguridad nómadas procedentes de Asia llegaron a América en el último periodo glaciar, a la caza de grandes animales como los mamuts.
En aquel tiempo, según el profesor de Antropología Larry Zimmerman, autor de un documentado trabajo sobre los indios norteamericanos, el nivel del mar bajó tanto que los actuales territorios de Siberia y Alaska quedaron unidos por una lengua de tierra conocida como Beringia. Aunque los cazadores parece ser que se internaron paulatinamente en América, en una fecha tan lejana como el 8.000 a.C. los seres humanos se habían asentado prácticamente en todo el continente. La conexión histórica entre el este asiático y Norteamérica es patente por varios aspectos, pero se hace aún más evidente respecto al pasado en relación a la figura del chamán y los muchos ritos que parecen tener su origen en Asia.
América del Norte, un continente que con el avance de los siglos se convertiría en una amalgama de culturas y tribus, más tarde conocidas como nativos norteamericanos (Estados Unidos y Canadá), con una cultura y creencias propias, una forma de entender la vida y el entorno casi incomprensible para el hombre moderno y un vínculo con la naturaleza tan íntimo y estrecho que hoy algunos evocan a aquellos hombres como los primeros «ecologistas», tiene un pasado que aún continúa siendo un gran desconocido.
La esencia del indígena norteamericano suele estar desdibujada en Occidente; apenas comprendemos su forma de ver el mundo, su cosmogonía y su relación con el entorno, compleja de asir por la mentalidad del hombre actual. A ello contribuiría el estigma que el americano blanco que conquistó a base de sangre el Oeste dejó en la memoria de estos pueblos, a los que se acusaría de sanguinarios, salvajes y violentos, imagen que durante décadas perpetuaría Hollywood a través de los westerns en los que indios sin escrúpulos cortaban cabelleras a diestro y siniestro, violaban a las mujeres blancas o masacraban a poblaciones indefensas llenas de niños y ancianos, fortaleciendo estereotipos entre la comunidad estadounidense. Por suerte, hoy esa imagen ha cambiado considerablemente, y tenemos una idea –quizá, por otro lado, algo idealizada, pues no eran pacíficos, ni mucho menos–, del indio como un hombre sabio, conocedor y amante de la naturaleza, de gran sensibilidad para contactar con ese mundo invisible en el que al hombre blanco le es difícil creer.
Sea como fuere, nos es imposible en espacio tan reducido abordar todas y cada una de las naciones indias que poblaron Norteamérica durante siglos, hasta que sus miembros fueron prácticamente exterminados en los que se dio en llamar la conquista del Oeste y que acabaría por convertirse prácticamente en un exterminio, un holocausto racial. Tampoco es posible recordar los numerosos rituales, creencias y supersticiones que configuraron a aquellos pueblos, así que nos centraremos en aquellos quizá menos conocidos y más sugerentes por su particularidad y relación con el universo de lo etéreo.
El mundo de los espíritus
Prácticamente todas las tradiciones de los nativos norteamericanos hablan de que todo lo creado por el Ser Superior, tiene espíritu, por ello, todas las cosas son sagradas y mantienen una especial relación entre ellas. La Madre Naturaleza cumple un papel rector dentro de la cosmogonía de las diferentes tribus y la tierra, por tanto, debe ser respetada por su condición tanto sacra como por ser la que provee al hombre y al resto de seres sagrados un hogar y los frutos necesarios para la supervivencia.

Incluso, la concepción del tiempo es para ellos muy diferente. El hombre occidental, nosotros mismos, concebimos éste como un línea larga y recta que retrocede del aquí y ahora hasta un punto lejano e invisible del horizonte. Por el contrario, los nativos americanos, sea cual sea su cultura, consideran que el paso del tiempo no es lineal sino circular y que se caracteriza por el nacimiento, el desarrollo, la madurez, la muerte y la regeneración de todo lo que la tierra comparte: las plantas, los animales y los seres humanos.
Un patrón que va tan ligado a la salida y la puesta de Sol como a la estaciones y a los ciclos lunares. De hecho, es seguro que muchos pueblos midieron el tiempo mediante la observación de los cuerpos celestes, hasta el punto de que, y esto es solo una hipótesis, las enigmáticas «ruedas medicinales» de las llanuras septentrionales se utilizaran para registrar desplazamientos astronómicos.
Para los indios, el tiempo no es lineal: el pasado es el lugar donde residen todas las cosas que han cumplido el ciclo. Ahora esas cosas están «allá afuera» y no son distantes, sino inmanentes. Muchos indios consideran que sus antepasados y otros seres antiguos no están lejos de los vivos. Según su creencia ancestral, al morir, cada individuo se unía a los antepasados en otro estado del ser, incluido, también, el presente. Los clanes ancestrales estaban representados en toda la iconografía indígena, en las imágenes de los tótems, en las viviendas, las canoas, las máscaras… incluso en los recipientes de uso cotidiano.
Por otro lado, no podemos hablar de una religión en sí en relación a los cultos de los aborígenes norteamericanos a semejanza de las que profesan la mayoría de pueblos, sean monoteístas o politeístas, ya que en estas sociedades autóctonas las conexiones de la vida cotidiana y la espiritualidad están tan entrelazadas que no es posible separar casi en ningún caso lo sagrado de lo secular. Para muchos indios, no solo las festividades y ceremonias comunitarias –aquellas que marcan los ritmos anuales– y los rituales que forman parte de las fases de transición –como la pubertad–, tienen un significado espiritual; cualquier acto del día a día, por nimio que sea, posee esa entidad.
Tampoco podemos hablar de una misma «religión» o culto de las diferentes tribus que poblaban aquel inmenso territorio, puesto que cada nación india posee una vida sagrada singular –con sus evidentes diferencias, pero con elementos en común–, basada en el sentido de la comunidad que cada pueblo desarrolla en relación con el entorno y con los seres y espíritus que cada tribu percibe que moran a su alrededor.
Los indios creían que el poder espiritual, lo que ellos llaman «medicina», reside en las cosas. Todo animal y vegetal, presenta un alma que depende de otras almas; todos los ciclos naturales, como las estaciones o los movimientos solares y lunares, son para ellos pruebas visibles del «círculo eterno de la existencia y de la intemporalidad de la creación», en palabras del citado Zimmermann. Cada día, todos deben prestar el debido respeto a los espíritus como parte de la obligación que han contraído con ellos por el hecho de estar vivos. Por tanto, la idea del bien y del mal es muy diferente a la concepción que tenemos en Occidente, y se fundamente en razón de si se satisfacen o no las obligaciones para con dichos espíritus. El incumplimiento de estas obligaciones puede causar enfermedad o tragedia, ya que según su particular concepción trastoca el equilibrio y la armonía del universo.
(Este post tendrá una inminente continuación en «Dentro del Pandemónium».
PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:
El libro de Larry Zimmerman Indios norteamericanos. Creencias y ritos visionarios, santos y embusteros, espíritus terrestres y celestes, que fue publicado en 1995 por Evergreen y que ha servido, en parte, de base documental para este post.
Pieles Rojas. Encuentros e intercambios con el hombre blanco
Para conocer cómo fueron los primeros encuentros entre los nativos norteamericanos con los europeos (o sus descendientes) podemos sumergirnos en las reveladoras y detalladas páginas del libro de Victoria Oliver Pieles Rojas, que hace unos años publicó la editorial Edaf. El libro nos traslada una visión de conjunto sobre los primeros acercamientos entre los europeos (y sus descendientes) con los nativos americanos, desde Ponce de León, Narváez, Soto y Coronado hasta Vancouver, Malaspina, Lewis y Clark, y nos revela que el primer contacto entre exploradores blancos con los indígenas cambió notablemente con las expediciones que tuvieron lugar en el siglo XVIII y principios del XIX.
Ya no se trataba de violentas partidas de soldados conquistadores (en unos primeros contactos cargados de animadversión y violencia) que van a apoderarse de cuanto puede ser valioso en los países de los que llamaban injustamente «salvajes» (pues poseían una estructura social, una cosmogonía y un vínculo con su entorno que ya quisiera para sí el guerrero blanco), sino de grupos de hombres ilustrados y aparentemente pacíficos exploradores (tampoco fue siempre el caso, claro) que pretendían llevar a cabo su misión científica sin entrar en conflicto con los naturales, y que solo hicieron uso de la fuerza cuando vieron peligrar sus vidas, pues no todos los «pieles rojas» toleraban esa intrusión en sus tierras, y sus experiencias del pasado con el hombre blanco –que en muchos casos, y a diferencia de lo que sucedió en los países bajo la órbita de la Corona hispánica, mal que le pese a la leyenda negra, exterminaron a tribus enteras– les tenían en permanente alerta.
Sin embargo, como afirma la autora, fuese ese primer contacto violento o pacífico, el resultado fue siempre el mismo: tras aquella visita del hombre blanco, en un periodo de tiempo mayor o menor y según las diversas circunstancias, los indios, los grandes perdedores, o tuvieron que emigrar, o fueron desposeídos de grandes partes de sus territorios o vivieron subordinados a los extranjeros, y, en el peor de los casos, fueron exterminados.
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