Los últimos cien días

Hace más de tres meses el mundo que conocíamos cambió por completo. La invasión rusa de Ucrania, bautizada por el Kremlin eufemísticamente como «Operación Militar Especial», reconfiguraba el escenario geoestratégico desde finales de la Guerra Fría y daba inicio a una etapa de incertidumbre. Mientras, una nación se desangra y los sueños de millones de personas se han quebrado, generando la mayor crisis de refugiados en el viejo continente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Como es lógico, el interés del público por los temas políticos y por el pasado, presente e incierto futuro de Ucrania y su invasor, la Federación Rusa, ha multiplicado la publicación de libros relacionados con el tema. 100 días de estupor que es casi seguro, desgraciadamente, que serán muchos más.

Óscar Herradón

Cojo prestado un título emblemático del historiador estadounidense ganador del Pulitzer John Toland para recordar el centenar de días que Ucrania y el Este de Europa viven sumidos en la guerra (para ser justos, 103). Una cifra escalofriante que nadie hubiese podido predecir. El título del citado ensayo de Toland aludía a los 100 días previos a la derrota de los ejércitos de Hitler, tras haber conquistado media Europa y no pocos territorios de ultramar. No es casual: como escuchamos, atónitos, desde hace más de tres meses, no se había producido una situación similar en el viejo continente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Ni siquiera en los tiempos oscuros de las guerras de los Balcanes, que sacudieron la infancia de los que ya estamos en los 40; todavía recuerdo a los tres chicos bosnios que vinieron a mi colegio, el Ortega y Gassett, en Zarzaquemada, Leganés, dejando atrás a sus familias, amigos y sueños para empezar una nueva vida incierta en un país que no sabían ni situar en el mapa por entonces, desconociendo su lengua y sus costumbres. Siempre es mejor eso que perder la vida, claro. Ellos, frente a muchos de sus compatriotas, fueron privilegiados.

El éxodo masivo de población ucraniana (hasta ahora se calculan 14 millones de desplazados, aunque muchos han decidido regresar a su golpeada patria en un gesto de arrojo sin precedentes), la vulneración de los derechos humanos (torturas, ejecuciones, fosas comunes, bombardeos sobre población civil…) o ciudades literalmente arrasadas, irreconocibles si las comparamos con la estampa de apenas un año atrás, rememoran la destrucción de aquellos tiempos totalitarios. Tiempos en los que un señor quiso expandir el espacio vital de Alemania a costa de sus vecinos y hoy otro señor, trajeado y aparentemente más pausado, Vladimir Putin, asegurando que sus fronteras están en peligro por culpa de la expansión de la OTAN y las pretensiones pro-occidentales de Ucrania, ha decidido protegerlas vulnerando las fronteras del otro.

Tenían ya un importante precedente con la invasión de Crimea en 2014, momento que evoca, nuevamente, los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial, cuando, tras la invasión de los Sudetes, entonces en territorio checoslovaco, la comunidad internacional apenas se inmutó, a pesar de las advertencias de algunos personajes que después serían fundamentales, como Winston Churchill. No olvidemos tampoco que los nazis, para justificar la invasión de Polonia que daría inicio a la contienda, acusaron a los polacos de violentar primero territorio germano.

Batalla de Kiev (1943)

Encoge el alma ver a supervivientes de aquella contienda que desangró Europa, octogenarios y nonagenarios ya, teniendo que dejar atrás sus casas y sus vidas por culpa, nuevamente, de la intolerancia, los intereses creados y la ambición sin filtro de los gobernantes. Y muchos de los que parten sin rumbo tienen padres o abuelos que lucharon codo con codo con los mismos que ahora les atacan, entonces el Ejército Rojo, hoy las tropas rusas al servicio de un iluminado –en el mal sentido–. 

Una guerra mucho más larga

Una guerra que, sin embargo, hinca sus raíces unos cuantos años atrás, y se cobró la vida de miles de ucranianos y prorrusos que cayeron sin que el resto de Occidente, hoy preñado de homenajes, frases grandilocuentes y colaboraciones «altruistas», sin duda asustado por lo que pueda pasar si esa lucha se extiende (y por humanidad, por supuesto), siquiera se inmutara. Qué leches, si ni siquiera lo sabíamos los ciudadanos de a pie. Un pequeño rótulo en los telediarios el día que había una masacre… pero esas regiones hoy tan familiares como un primo hermano (Lugansk, Mariúpol, Kramatorsk, Severodonetsk…) sonaban muy lejos, estando en realidad tan cerca.

El pasado viernes 3 de junio se cumplieron 100 días de la invasión rusa de Ucrania, lo que para el Kremlin era y sigue siendo una «operación militar especial» (así el señor Putin se ahorra obligar a la población a alistarse, lo que bajaría su popularidad, algo obligado en términos militares si se declara oficialmente una conflagración), 100 días en los que han pasado muchas cosas. Se han perdido muchas vidas en el camino (muchas de inocentes, y no solo en el bando ucraniano), el aspecto de todo un país ha cambiado de habitable a tétrico (algunas ciudades parecen salidas de una película post-apocalíptica, eso hace la guerra) y nos hemos acostumbrado a los discursos propagandísticos de Volodimir Zelensky en los parlamentos de medio mundo, pidiendo una y otra vez su entrada en la OTAN, ese organismo aliado a cuya adhesión cumplimos el otro día 40 años, con voces a favor y no pocas en contra, y también en la Unión Europea, a una velocidad de vértigo que no entra en los estándares de inclusión de nuevos miembros.

Un cambio de paradigma

Putin

El escalofrío recorrió medio mundo cuando el pasado 21 de febrero de 2022 el señor Putin, desde su despacho, declaraba la independencia de las regiones prorrusas de Ucrania. Todos sabíamos que aquello solo era el comienzo del desastre. Ya lo había advertido el Pentágono, que parecía tener fuentes de información muy fiables cuando hizo público que la supuesta retirada de los tanques rusos no era sino una operación de engaño. Muchos pensábamos que EEUU ya estaba nuevamente malmetiendo y ofreciendo desinformación para arrojar basura en el escenario geopolítico. No era el caso. Y a pesar de las muchas sombras que envuelven a la OTAN, y de las dudas que a cualquiera puede generarle el hecho de si los mandatarios occidentales nos están contando toda la verdad (probablemente no), la invasión rusa de Ucrania (sea, como reza el Kremlin, para acabar los neonazis que gobiernan las zonas prorrusas o sea por lo que sea) no tiene ni justificación ni perdón.

Del escalofrío pasamos a la paralización cuando las sirenas antiaéreas resonaban en el corazón de Kiev, con la plaza irónicamente llamada de la Independencia y su monumento homónimo, un ángel erguido hacia el cielo como un centinela, miraba a las cámaras de todo el planeta. Luego, las imágenes de la desbandada, el exilio forzoso, las estaciones de tren abarrotadas, y los misiles que comenzaron a caer… 100 días de guerra que no deberían haber sucedido en estos tiempos de «evolución» y comodidad a las puertas del primer mundo.

Zelensky

Pero ha sucedido, y no queda sino intentar por todos los medios frenar esta injusticia, injusticia que se extiende también a los soldados rusos que mueren por una causa no demasiado clara, los millones de ciudadanos rusos reconvertidos en parias por la comunidad internacional que se están quedando sin ingresos y sin trabajo y los muertos también del bando prorruso que han denunciado hace tiempo, también, crímenes de guerra. Y un pueblo entero al que se le han cortado sus sueños y sus proyectos de vida, no así su determinación y su esperanza por vivir libres en el futuro.

A continuación, en «Dentro del Pandemónium», recordamos los hechos más significativos (al menos algunos, pues el tiempo nunca para y han sido millares de horas, de este tiempo de vergüenza) de la guerra de Ucrania, la mal llamada «operación militar especial» del Kremlin.

21 de febrero: Vladimir Putin firma decretos que reconocen la independencia de la República Popular de Donetsk y la República Popular de Luhansk, en la región ucraniana del Donbás, en una ceremonia transmitida por la televisión estatal rusa donde el presidente arremetió contra EEUU y la OTAN.

Chernóbil (1986)

24 de febrero: Putin anuncia el inicio de una «Operación Militar Especial» en el país vecino. Poco después, tropas rusas cruzan la frontera e invaden Ucrania, y se informa de bombardeos en las principales ciudades del país, incluyendo Kiev (donde las sirenas antiaéreas no paran de sonar) y Járkov, mientras la planta nuclear de Chernóbil es capturada por los rusos. A su vez, el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, todo un símbolo de resistencia y hoy uno de los hombres más mediáticos del mundo, ordena una movilización general «con el fin de garantizar la defensa del Estado, mantener la preparación para el combate y la movilización de las Fuerzas Armadas de Ucrania y otras fuerzas militares», entre ellas el batallón Azov, formando por militares de ideología neonazi, una fuente de reserva de las Fuerzas Armadas de Ucrania bajo jurisdicción del Ministerio del Interior del país.

Azov

25 de febrero: mientras las tropas rusas avanzan desde el norte, el este y el sur hacia las principales ciudades, encontrando una inesperada resistencia de los ucranianos, la comunidad internacional anuncia nuevas sanciones a los sectores financieros, energéticos y de transporte rusos.

27 de febrero: Putin ordena que las fuerzas disuasorias de la Federación Rusa, que incluyen modernas armas nucleares, entren en su máximo estado de alerta. El mundo tiembla ante la posibilidad de una guerra atómica, un temor que no asomaba desde tiempos de la Guerra Fría.

28 de febrero: mientras las conversaciones diplomáticas entre las delegaciones rusa y ucraniana fracasan, Zelensky pide a la Unión Europea que «admita urgentemente a Ucrania» entre los países miembros.

2 de marzo: soldados rusos toman la ciudad ucraniana de Jersón y los telediarios comienzan a emitir imágenes de cuerpos en las calles y los letales efectos de los bombardeos sobre ciudades poco antes completamente europeizadas, que recuerdan mucho a las nuestras.

Central nuclear de Zaporiyia

3 de marzo: mientras se desata el caos y el pánico entre los residentes de Jersón, que intentan conseguir a toda costa bienes de primera necesidad, y Mariúpol se encuentra rodeada por las fuerzas rusas, se produce un incendio en instalaciones dentro de la planta nuclear de Zaporiyia, la más grande de Ucrania. Europa tiembla al pensar que pueda reproducirse la catástrofe de Chernóbil, y a escala mucho mayor.

8 de marzo: el jefe de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), Filippo Grandi, afirma que la salida de refugiados de Ucrania ya alcanza los dos millones de personas. Y mientras Zelensky apela a todos los ciudadanos del planeta, acusa a los «líderes mundiales de no poner todo su empeño» a favor de Ucrania y que dicha inacción equivale a un «genocidio», término que empleará habitualmente para referirse a las acciones ordenadas por el Kremlin. Ese mismo día, el presidente estadounidense, Joe Biden, anuncia que EEUU prohibirá las importaciones de petróleo, gas natural y carbón de Rusia como respuesta a la invasión.

9 de marzo: a pesar de haberse acordado con Moscú un alto el fuego para permitir la salida de civiles a través de corredores humanitarios, las fuerzas rusas bombardearon un hospital materno-infantil en Mariúpol.

13 de marzo: Rusia ataca con misiles una base militar cerca de Leópolis, ciudad próxima a la frontera polaca, lo que provocó una airada reacción de la OTAN. Mueren 35 personas y el periodista estadounidense Brent Renaud es asesinado por soldados rusos, siendo el primer profesional de la comunicación extranjero en caer en el conflicto.

14 de marzo: el gobierno de Ucrania asegura que en la ciudad sitiada de Mariúpol han muerto más de 2.500 personas y que el resto no tiene ni electricidad, ni agua, ni calefacción.

25 de marzo: según fuentes de la ONU, más de 3,6 millones de personas han huido desde que comenzó la invasión, mientras Biden viaja a Polonia para poner de relieve la crisis de los refugiados y poner de manifiesto su apoyo a Kiev.

27 de marzo: Ucrania recupera varias localidades en poder de los rusos en varios contraataques y muestra una respuesta y determinación feroces.

28 de marzo: Zelensky afirma que está dispuesto a aceptar un estatus neutral como parte de un acuerdo de paz con Rusia, pero puntualiza que deberá ser sometido a referéndum ante el pueblo ucraniano. La comunidad internacional piensa que las cosas pueden cambiar, pero la guerra se recrudece.

3 de abril: el mundo asiste horrorizado a la matanza de Bucha, al noreste de la capital, con cuerpos de civiles esparcidos por las calles tras ser ejecutados, mientras reporteros de la CNN descubren una fosa común.

7 de abril: en otra de sus habituales comparecencias, Zelensky informa de que la situación en Borodianka, un suburbio de Kiev, es «mucho más aterradora» que en Bucha tras la retirada de las tropas rusas.

8 de abril: un ataque con misiles rusos en una estación de tren en Kramatorsk mata a más de 50 civiles que pretendían huir del país, aunque hubo controversia sobre si realmente los proyectiles (uno de ellos llevaba escrito en letras rojas el hermético mensaje «Por los niños»), fueron lanzados por el ejército de la Federación rusa. Ambos países se acusaron mútuamente del ataque.

11 de abril: mientras tropas rusas se retiran del norte dejando numerosas zonas minadas (acto que Zelensky tilda de «crimen de guerra»), un fiscal ucraniano afirma que están investigando 5.800 casos de presuntos «crímenes de guerra».

Moskvá

14 de abril: el buque de guerra ruso Moskvá, símbolo del poderío militar ruso, se hunde tras sufrir un incendio. Los ucranianos afirman haberlo neutralizado y el Kremlin que todo se debe a un accidente.

Imágenes por satélite de las fosas comunes en Mariúpol

22 de abril: las autoridades ucranianas afirman haber identificado nuevas fosas comunes de grandes dimensiones en las afueras de la ciudad asediada de Mariúpol, informaciones que confirman imágenes por satélite. Mientras, un alto mando militar ruso afirma que el objetivo de la «operación especial» ordenada por Moscú es tomar el «control total» de la región del Donbás y de todo el sur de Ucrania.

24 de abril: el secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, anuncia a Volodymir Zelensky que los diplomáticos estadounidenses volverán s Ucrania. Mientras, el asesor ucraniano del presidente, Mykhailo Podolyak, hace público que las tropas rusas están «atacando continuamente» la planta siderúrgica de Azovstal, en Mariúpol, donde se refugian miles de civiles y están atrincherados los miembros del Batallón Azov.

1 de mayo: se permite la evacuación de civiles de la planta de acero de Azovstal.

9 de mayo: el esperado Día de la Victoria que conmemora la derrota del nazismo en la Gran Guerra Patriótica (como se conoce a la Segunda Guerra Mundial en la Unión Soviética), sirve para que Putin, en un baño de multitudes y haciendo alarde de fortaleza militar, reitere su acusación de que Occidente no le dejó más remedio que invadir Ucrania. Mientras, la Casa Blanca afirma que las acusaciones del presidente ruso sobre las agresiones de la OTAN son «evidentemente falsas y absurdas».

12 de mayo: Finlandia, que comparte 1.200 kilómetros de frontera con la Federación Rusa, anuncia su intención de unirse a la OTAN. El Kremlin lo tilda de amenaza para su país.

13 de mayo: la contraofensiva ucraniana sigue sumando éxitos y Zelensky asegura que han retomado seis asentamientos desde el viernes pasado y 1.015 en total desde el comienzo de la invasión. Todos los expertos afirman que estamos ante una guerra larga.

16 de mayo: cientos de personas son evacuadas de la planta siderúrgica de Mariúpol, donde se hacinaban en condiciones inhumanas.

18 de mayo: el soldado ruso Vadim Shishimarin, acusado de matar a un civil desarmado en Bucha (un inocente sobre una bicicleta cuyo cuerpo inerte pudimos ver en imágenes de los telediarios de todo el mundo), se declara culpable en un juicio en Kiev donde es acusado de crímenes de guerra.

20 de mayo: Moscú afirma que los últimos combatientes ucranianos de Azovstal se han rendido. El Kremlin los considera prisioneros de guerra y se anuncia que algunos miembros del batallón Azov serán condenados a muerte.

2 de junio: tras casi 100 días de guerra, el presidente Zelensky afirma que alrededor del 20% de Ucrania está ahora bajo control ruso, y que la región del Donbás está «casi completamente destruida». 103 días después, Kiev vuelve a ser objeto de bombardeos por las fuerzas militares rusas.

*Todas las imágenes son de Wikipedia, de libre uso (Licencia Creative Commons).

PARA SABER MUCHO MÁS:

Recientemente La Esfera de los Libros ha publicado un completo ensayo que ayuda al lector, de forma concisa y amena, a comprender cómo hemos llegado a este complejo tablero geopolítico. En Ucrania. El camino hacia la guerra, el antropólogo y analista de política internacional Alejandro López Canorea analiza con precisión y claridad el camino recorrido por Rusia, Ucrania y el mismo Occidente (con la OTAN y la Unión Europea como principales organismos supranacionales) hasta el estallido de la contienda, que tuvo lugar el 24 de febrero de este 2022 pero que hunde sus raíces unos cuantos años atrás.

Así, comprenderemos qué se ha puesto en juego en el tablero internacional en los últimos meses (mucho más de lo que cualquiera pueda imaginar, y da escalofríos), por qué no se solucionó a tiempo y, sobre todo, las consecuencias que causarán en la nueva geopolítica mundial y que repercutirán en todos los ámbitos de nuestras vidas (de hecho, ya lo están haciendo: subida de los precios de los combustibles y los bienes de primera necesidad, alta inflación y subida de los tipos de interés, crisis alimentaria mundial por la escasez de cereal…), todo muy sombrío.

Una obra fundamental para comprender nuestro presente y prepararnos para el futuro inmediato, bastante gris, de la mano de uno de los responsables del medio de comunicación digital Descifrando la Guerra, un referente de la divulgación fundado en 2017 dedicado al seguimiento y análisis de la política internacional.

He aquí el enlace para adquirir esta obra:

Una historia de Rus

Todo un descubrimiento. La editorial La Huerta Grande lanzó recientemente Una historia de Rus. Crónica de la guerra en el Este de Ucrania, de Argemino Barro (que en la misma editorial ya publicó El candidato y la furia: crónica de la victoria de Trump), un libro que ayudará al lector a comprender los orígenes del conflicto entre la Federación Rusa y Ucrania, que hunde sus raíces muchas décadas atrás, antes incluso de la Guerra Fría, y analiza los años de guerra en la zona del Donbás que causaron múltiples destrozos y miles de muertos y que desembocarían en la actual guerra.

En este ensayo de vertiginoso ritmo y afilada prosa, Barro intercala el reportaje de actualidad con las rebeliones cosacas, la Segunda Guerra Mundial y la hambruna provocada por Stalin (el escalofriante Holodomor), dibujando con precisión la silueta político-militar de un territorio marcado por los conflictos históricos y centro neurálgico ahora mismo de la geopolítica internacional.

He aquí el enlace para adquirir este ensayo en la página de la editorial:

El «Gran Hermano» ilustrado de George Orwell

Llega a las librerías la primera edición ilustrada en castellano de la inmortal obra del escritor y periodista inglés de la mano de Luis Scafati y la editorial Libros del Zorro Rojo. Una delicia visual que traslada la visión mordaz, lúcida y demoledora de los totalitarismos con plena vigencia en nuestro «avanzado» siglo XXI, cuando somos, más que nunca, esclavos de la tecnología y las fake news  y de un puñado de gigantescas corporaciones.

Óscar Herradón ©

Cuando George Orwell escribió la que probablemente sea la novela distópica más importante del siglo XX, (con permiso de Un mundo feliz y Fahrenheit 451), 1984, aquel intrépido escritor y aventurero que no se casaba con nadie y que había combatido al fascismo en la Guerra Civil Española y al nazismo en la Segunda Guerra Mundial, llevaba tiempo desencantado con el comunismo, al que concebía –y no sin razón– como otro totalitarismo más, casi tan peligroso como los (no tan) viejos fantasmas de la ultraderecha.

Por ello, fue considerado un traidor por los prosélitos de la hoz y el martillo, un vendido al capital, un espía de la corona británica; recibió ataques similares a los de otros artistas como Alexander Solzhenitsyn muchos años antes que el autor de Archipiélago Gulag que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1970. Orwell no parecía nada de aquello de lo que le acusaban, pero todos los hombres tienen su cruz, merecida o no, y deben cargar con ella.

Sea como fuere, el hecho es que más de setenta años después de que Orwell, con una prosa exquisita, pero directa y despojada de aderezos, nos trasladara la tragedia vital de Winston (un peón que se encarga de reescribir la historia para eliminar del pasado cualquier información inconveniente, como sucedía en la realidad el corazón de la Lubianka en la URSS, hasta que pone en tela de juicio el sistema), aquella epopeya, escrita en 1949, en los comienzos de la Guerra Fría y con los crímenes de la última contienda mundial muy recientes, está más viva que nunca.

Los trazos de Scafati para 1984: oscuros, crudos, impresionantes.

Ahora, en pleno auge de las democracias post siglo XXI, cuando los derechos humanos y las libertades –al menos en el primer mundo– parecen estar más garantizados que en cualquier época anterior, estamos sometidos a la mayor vigilancia de la historia. Sí, por el avance tecnológico… pero, sea por una razón de progreso, o por «excusas» de garantizar nuestra propia seguridad, ESTAMOS SIENDO VIGILADOS. Y por tanto, 1984 deja de ser una «vieja» novela de anticipación para convertirse en una obra inmemorial, con un discurso contundente de plena y actualísima vigencia.

El Londres distópico de Luis Scafati

Scafati

Es por ello que el relanzamiento del texto, en exquisita edición ilustrada de la mano del genial Luis Scafati, que acaba de publicar Libros del Zorro Rojo, no podría ser más oportuna, y necesaria. Con una nueva traducción de Ariel Dilon, es la primera edición ilustrada en castellano de esta monumental novela, una crítica lúcida y demoledora de los regímenes totalitarios (de todo pelaje y color), con indudables resonancias diacrónicas que reviven gracias a las descarnadas estampas del también argentino Luis Scafati, ilustrador insignia del catálogo de una de las editoriales clave del panorama actual en lengua castellana.

Ambientada en un Londres distópico de 1948, El Partido domina y controla de forma asfixiante la vida de los ciudadanos, haciendo uso del Gran Hermano, el omnipresente ojo censurador (de reverberaciones mucho más siniestras que homónimos realities televisivos de tiempos recientes), y de la Policía del Pensamiento, el brazo que tortura y aniquila a todo disidente (un procedimiento muy habitual entre los nacionalsocialistas y los fascistas, pero también entre los comunistas).

Scafati refleja de forma magistral las oscuridades de 1984 a través de sus tintas, en uno de sus más loados, lúcidos, críticos e impactantes trabajos; ilustraciones en blanco y negro que refuerzan la angustia vital del texto. El mismo artista argentino habla de esa vigencia del original: «Releer 1984 fue realmente un golpe. Me encontré con que me estaban contando una situación político-social que hoy está atravesando el planeta, donde el poder se manifiesta en lo que sería la prensa hegemónica y donde hay muchísima violencia». Como acertadamente ha señalado el rotativo francés Le Monde: «Si el siglo XIX fue balzaquiano y el siglo XX kafkiano, el siglo XXI se ha vuelto orweliano».

He aquí el enlace para adquirir este soberbio volumen:

https://librosdelzorrorojo.com/catalogo/1984/

Bajo el Muro de Berlín

A 60 años de la construcción del que fue bautizado como «El Muro de la Vergüenza», muchos de los escenarios que configuran nuestra actualidad tienen su origen precisamente en aquel acontecimiento que supuso la desintegración de la URSS y el fin de la Guerra Fría. Tantas décadas después, en la capital alemana rinden homenaje a aquellos que perdieron su vida cruzándolo, con una serie de tours por los túneles subterráneos (reconstruidos) que unían las dos Alemanias, y varios trabajos editoriales arrojan luz sobre aquellos turbios momentos de la historia del convulso siglo XX.  

Óscar Herradón ©

Fue uno de los mayores símbolos de la ignominia del siglo XX. Si bien es cierto que si Hitler y su Tercer Reich no hubiesen desencadenado la Segunda Guerra Mundial, Alemania jamás habría sido partida en dos, lo que sucedió durante la ocupación soviética de Berlín constituyó una de las mayores aberraciones contra la dignidad humana en suelo europeo. Un reflejo de que esa «justicia» social por la que clamaban los primeros bolcheviques y el fin del autoritarismo del Ancien Régime tan solo había cambiado de forma y nombre, y el comunismo fue readaptado por los regímenes del siglo XX como otra forma de gobierno no tan diferente al fascismo que decían combatir.

Tenía apenas diez años cuando, en medio de esa Perestroika que surgió a la luz de la decadencia y el colapso de una URSS azotada por el desastre de Chernóbil, cayó el Muro de Berlín. Recuerdo las imágenes en el telediario, vívidas todavía, con las gentes derribando el hormigón y el ladrillo preñados de grafitis a martillazos; fue un acontecimiento que cambiaría nuestro mundo, el fin de una era y el inicio de algo muy diferente, quién sabe si mejor… Desde luego, sí para los que habían visto sus vidas quebradas por una separación aleatoria, «a escuadra y cartabón», como décadas antes se repartiera el continente africano por el todopoderoso Occidente. Muchas familias rotas, hermanos que tuvieron que esperar casi 30 años para reencontrarse, alambradas, lágrimas, el sinsentido del poder a toda costa, el disparo frío del francotirador… El «Muro de la Vergüenza» caía y atrás quedaba el recuerdo –a veces largamente ocultado– de millones de vidas atrapadas.

Momento de la Caída del Muro (Source: Wikipedia. Free License).

Recuerdo esas imágenes, aunque no tenía ni idea de qué significaban, ni de qué era eso de la política o qué demonios se nos había perdido en Berlín, una capital que solo me sonaba de las primeras clases de geografía. Tampoco me importaba demasiado. Si eso te importa con 10 años es que no tienes infancia. Pero sí que era algo bueno, o al menos eso me decían mis padres. Y lo que dice un padre, va a misa. Así que fue uno de esos momentos televisivos que no se olvidan, cuando la televisión de dos canales también experimentaba su propio cambio: acababa de empezar a emitir Telecinco –el mes de marzo de ese 1989– y Antena 3 lo haría en diciembre, vestigios de ese «nuevo mundo» mediatizado y vagamente globalizado que se avecinaba imparable.

No hay que olvidar, no obstante, la responsabilidad de los países occidentales en esa forma de actuar del régimen soviético en los años más duros de la Guerra Fría. El otro lado del cinturón de acero tampoco estaba regido por angelitos –es más, muchos antiguos nazis pasaron a trabajar, tras la derrota, al servicio de la CIA y de la inteligencia de la República Federal, siguiendo órdenes de Washington– en uno de los episodios más oscuros de la posguerra. Lo que no excusa un padecimiento tal de varias generaciones de alemanes, pisoteados primero por las botas de la Gestapo y más tarde de la Stasi. El país teutón sería el cruento escenario de una guerra no declarada entre dos potencias antagónicas, los Estados Unidos capitalistas y la Unión Soviética comunista que hoy se ha dejado cautivar por las mieles del capital, el consumo y el comercio internacional, pero sin dejar de mirar con cierta nostalgia al esplendor de sus tiempos soviéticos, reivindicando incluso, en algunos casos, la figura del «hombre de hierro» Iósif Stalin desde el mismo Kremlin comandado por Vladimir Putin, el nuevo zar ruso.

Túneles secretos bajo el muro

El 13 de agosto de 1961 comenzaba la construcción del Muro de Berlín y el 9 de noviembre de 1989 caía definitivamente. Y aún así, hubo que esperar 30 años para que salieran a la luz los túneles por los que miles de alemanes escaparon –o al menos lo intentaron– de las garras soviéticas. En 2019, la organización cultural Berliner Unterwelten («Mundo Subterráneo de Berlín») inauguró un nuevo tour por las entrañas de la capital alemana: invirtió más de 300.000 euros en reproducir ese túnel que evoca el que en su día construyeron los fugitivos. Y asegura haberlo hecho a mano, como el original.

La labor pedagógica e historiografía de esta organización es prodigiosa, y nos permite acercarnos de primera mano a escenarios durante mucho tiempo olvidados de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. En mayo de 2017, durante un viaje a Berlín que realicé con mi infatigable compañera Tere Nieto, tuve la ocasión de realizar una de esas rutas subterráneas por un viejo refugio antiaéreo construido por los nazis y la experiencia, que reservaré para una futura entrada, fue realmente satisfactoria.

Marcas del Muro. Foto del autor.

La línea divisoria por la que pasaba el muro está señalizada a conciencia en las calles berlinesas, para el turista, pero también para luchar contra el olvido de la población. Me impactó cómo el museo erigido sobre los antiguos cuarteles de la Gestapo, en la Prinz-Albrecht-Strasse, se encuentra justo frente a una parte considerable del antiguo muro edificado por la RDA, no muy lejos del célebre Checkpoint Charlie. Un guiño del pasado en el que dos regímenes totalitarios e implacables se dan la mano, aunque el nacionalsocialista se llevase la palma en lo que respecta a la mecanización de la muerte.

Parte de los cimientos del cuartel de la Gestapo. Detrás puede verse el Muro (foto del autor)
Siekmann

Un túnel de 30 metros de longitud, 2,05 metros de altura y 7,5 de profundidad que homenajea a las miles de personas que lograron escapar con el único anhelo de vivir al lado de sus seres queridos; y también, por supuesto, a aquellos que no lo lograron: 140 personas que murieron intentando escapar (al menos oficialmente, pues las cifras pueden ser incluso mayores), entre ellas la enfermera de 58 años Ida Siekmann, la primera en perder la vida apenas una semana después de que se levantaran las alambradas.

En aquel primer momento varios edificios de apartamentos del lado este quedaron prácticamente sobre la línea divisoria en el Mitte (Centro) a lo largo de varios kilómetros de la Bernauer Strasse. Desesperados por la situación, muchos ciudadanos de la Alemania oriental comenzaron a saltar por las ventanas para no quedarse aislados en la zona comunista, y se produjo la tragedia: Siekmann tiró un colchón por la ventana de su piso, un tercero, y se arrojó, pero no consiguió caer sobre el jergón y murió por las heridas camino del hospital. No fue la única. Los bomberos de la zona oriental se organizaban para abrir redes y amortiguar la caída de las gentes en un escenario rocambolesco, pero no siempre lo conseguían.

Liftin

Dos días después de la muerte de Siekmann, Günter Litfin, un sastre de 25 años murió frente a la actual estación central de trenes de Berlín, en Humboldt Harbor del SpreeKanal, de un disparo efectuado por un guardia cuando había alcanzado la orilla del río. El motivo: trabajaba del lado occidental y le habían revocado el permiso para cruzar la frontera. Era una cuestión de supervivencia. Su verdugo recibió del gobierno una medalla y un reloj de oro por sus servicios al Estado.

Miles de berlineses marcharon en masa a protestar en el lugar de su muerte, pero el régimen de Berlín Este reaccionó deteniendo a su hermano Günther, requisando el apartamento de su madre y divulgando una información falsa (sí, las fake news no son algo nuevo, ni mucho menos): que se trataba de un homosexual al que llamaban «Muñeca» que había querido escapar para reencontrarse en el otro lado con su amante. Ni qué decir tiene que aquello era para el régimen una «desviación» y un delito estatal. Unos días después, otro joven berlinés moría también por disparos en el canal de Treptow. Otros tres la semana siguiente que habían saltado por la Bernauer Strasse… Una lista trágica y vergonzante.

Ciclista, vendedor de periódicos y héroe nocturno           

Uno de los primeros valientes al que se le ocurrió llevar a personas y familias enteras lejos de la mirada de las autoridades pro-soviéticas fue el ciclista profesional Harry Seidel. De reconocido prestigio internacional, lo que le facilitó cierta indulgencia de los policías del muro, por las noches simulaba que entrenaba con su bicicleta para ayudar a sus conciudadanos a cruzar desde la República Democrática Alemana a la República Federal. Primero se llevó a su mujer y a su hijo: tres meses después de la construcción del muro, tras muchas noches indagando a lo largo de toda la línea de separación (en los rincones que no había vigilancia, se entiende). Seidel salió a dar un paseo con su esposa y su pequeño por la orilla del río Spree. Para evitar problemas si eran detectados, no les había dicho nada de sus planes: los condujo a un pasadizo y unos minutos más tarde estaban ya en Berlín occidental. Sin embargo, a pesar del peligro que implicaba su nuevo «trabajo», renunció a una vida en libertad al lado de su mujer e hijo y, tras dejarlos a salvo, decidió regresar para liberar a todas las personas de que fuera capaz.

Seidel había sido ganador de dos medallas en el campeonato de Alemania del Oeste en 1959 y se hizo con otros numerosos galardones más en distintas competiciones estatales. Durante años fue uno de los niños mimados del régimen, hasta que pronto fue perdiendo el favor del gobierno, por negarse a tomar esteroides para mejorar su rendimiento, y lo peor, el gran pecado que te convertía en «enemigo del pueblo»: se negó a ingresar en el Partido Comunista, lo que le hubiera facilitado mucho la vida: quedó fuera del equipo olímpico en 1960 y le arrebataron suciamente el subsidio, por lo que pudo mantener a su familia –en condiciones muy precarias– repartiendo diarios en un barrio de la zona occidental. Hasta que se erigió el muro de la ignominia.

Seidel en su juicio

En 1962, las autoridades de la RDA atraparon finalmente al ciclista reconvertido en libertador. Fue declarado culpable y condenado a cadena perpetua, pero la RFA llegó a un acuerdo para obtener su liberación en 1966. Aquellos cuatro años que pasó en prisión supo aprovecharlos, inquieto como era, e ideó una nueva estrategia que pronto puso en funcionamiento: en lugar de saltar el muro o cruzar el río, atravesarlo por debajo. Y lo excavarían precisamente en la citada Bernauer Strasse regada por la sangre de los inocentes a manos de los guardias de la frontera artificial; en 350 metros se llegaron a excavar hasta siete túneles subterráneos que comunicaban ambas Alemanias. Debían hacerse a mano, en la más completa oscuridad y haciendo el mínimo ruido, por lo que su construcción sería ardua y lenta.

El autor ante el Puente de Oberbaum, al lado de una de las zonas más emblemáticas del antiguo muro.
Palacio de la República

Se calcula que a lo largo de 28 años, tiempo que permaneció en pie la línea divisora, se excavaron hasta 75 túneles completos, sin tener en cuenta los que no llegaron a finalizarse. Pronto, desde la zona occidental varios ingenieros llevaron a cabo sus propias mediciones y comenzaron a excavar túneles desde el otro extremo del muro para facilitar el escape de sus compatriotas, hermanos y amigos. Así se terminaron los conocidos como «túnel 29» y «túnel 57», nombres que se les puso como homenaje al número de personas que lograron cruzar bajo tierra el «Muro de la Vergüenza» en un solo día. Por supuesto, no todo fueron victorias y dulces reencuentros; los túneles solían estar activos poco tiempo porque las autoridades de la RDA terminaban conociendo su existencia de boca de «chivatos» en nómina del Palacio de la República, que abundan en todo tiempo y lugar, e incluso encuentros casuales en plena huida.

Para el recuerdo queda también el mastodóntico concierto que Pink Floyd celebró ante más de 400.000 personas bajo el título de «The Wall Live in Berlin», la noche del 21 de julio de 1990, diez meses después de la caída del Muro, donde atronó su «profético» himno de 1979 «Another Brick in the Wall». El rock psicodélico de los británicos cautivó a los berlineses, en un espacio entre Potsdamer Platz y la Puerta de Brandenburgo, lugar que durante la división se conocía como «tierra de nadie».

En 2019 se cumplieron tres décadas del derribo del muro, y desde entonces se han publicado distintos trabajos sobre la intrahistoria de aquella Alemania dividida, algunos muy recientes, en este 2021. Recomiendo a continuación varios de ellos…

Después del Muro

Para una visión global, profusamente documentada y reveladora sobre lo que sucedió tras el derrumbe, Taurus ha publicado recientemente una voluminosa monografía firmada por la politóloga alemana Kristina Spohr: Después del Muro. La reconstrucción del mundo tras 1989, un recorrido fascinante por aquel complejo período elaborado a partir de fuentes oficiales y extraoficiales, muchas de ellas inéditas hasta el momento. El resultado es un relato detallado y de gran pulso periodístico, lo que convierte su lectura en toda una aventura… muy real.

La autora analiza, con precisión de cirujana y desde una perspectiva novedosa, el papel del presidente estadounidense George H. W. Bush (Bush Padre), así como el de Mijaíl Gorbachov, Margaret Tatcher, Hetmut Kohl y François Mitterrand, enmarcando a su vez la transformación europea dentro del contexto global, entrelazando con pericia detectivesca las líneas temporales occidental y asiática al comparar los sucesos de Berlín y Moscú con los de Pekín: mientras el Muro de Berlín se derrumbaba, se aplacaron a la fuerza las protestas en la plaza de Tiananmén, en Pekín. El mundo cambió drásticamente pero, al menos en China, el comunismo no sucumbió a las protestas del movimiento prodemocrático, que fue brutalmente reprimido por Deng Xiaoping dando impulso a otro tipo de comunismo (capitalista en lo económico) que ha llevado al gigante asiático a convertirse en la segunda potencia a nivel mundial.

Aquella salida global de la Guerra Fría fue el origen del mundo de Putin, Trump y Xi, con una Unión Europea frenética (de la que se desmarcó el Reino Unido con lamentables consecuencias, un euroescepticismo impulsado por la pandemia del coronavirus y una visión distinta de la democracia entre los países miembros, casos por ejemplo de Ucrania, Polonia o Bielorrusia), estados corruptos y una terrible crisis migratoria y económica.

En una entrevista al diario ABC en mayo de este 2021, con motivo del lanzamiento del libro en castellano, su autora sentenció: «Los auténticos ganadores de la Guerra Fría fueron los ciudadanos de Europa del Este que exigieron libertad».

He aquí el enlace para adquirirlo en papel (tapa dura con sobrecubierta) y en eBook:

https://www.penguinlibros.com/es/historia/38874-despues-del-muro-9788430622108

La caída del imperio soviético:

La editorial Actas publicó recientemente este monumental y minucioso volumen sobre el fin de la Guerra Fría y la caída de la URSS, escrito por un testigo de excepción: el español nacido y criado en Rusia Boris Gutiérrez Cimorra, quien durante años compaginó su trabajo como ingeniero aeronáutico–se graduó en el Instituto de Aviación de Moscú–, con colaboraciones periodísticas y programas de radio, hasta convertirse en 1972 en una de las voces más emblemáticas de Radio Moscú, la cadena que emitía programas para América Latina. Se instaló definitivamente en España con su familia en 1977, emprendiendo una nueva carrera profesional en el mundo de las finanzas y más tarde se volcó en su faceta como novelista y ensayista. 

El 25 de diciembre de 1991, el líder aperturista Mijaíl Gorbachov, que intentó modernizar el país sin éxito, dimitió de todos sus cargos entregando el poder y dando por concluida la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. La URSS, un gigante implacable que poco antes parecía imbatible para los más avezados observadores internacionales, se derrumbaba estrepitosamente tras 70 años de un régimen totalitario que nació de la esperanza de acabar con el gobierno zarista y terminó en el mayor de los fracasos. Ni siquiera la esperanza en la Perestroika logró consolidar las nuevas expectativas: una gran crisis endémica, heredera de las profundas carencias de tiempos anteriores, la eclosión de los nacionalismos, y a juicio del autor, una estrategia política profundamente equivocada, dieron al traste con el proyecto de Reconstrucción pero dieron paso también a una época renovada de la mano de nuevos líderes como Borís Yeltsin al frente de la Federación Rusa, quien encabezó con acierto la oposición al golpe de Estado de agosto de 1991. El comienzo de una nueva era.

El enlace para adquirilo en papel (tapa dura con sobrecubierta y más de 32 fotografías):

En el Muro de Berlín: la ciudad secuestrada

El español Sergio Campos Cacho lleva veinte años viviendo en Alemania, donde trabaja como bibliotecario, y es el autor de un documentado trabajo recientemente publicado por Espasa: En el Muro de Berlín. La ciudad secuestrada (1961-1989). En sus páginas, el autor reconstruye la historia de la muralla de hormigón de 156 kilómetros que cercaba completamente la zona occidental para impedir que los habitantes de Alemania Oriental abandonaran el país. Conoceremos con detalle el plan que desarrollaron los dirigentes comunistas de la RDA para controlar la libertad y movimientos de sus ciudadanos, los puntos álgidos de desencuentro y conflicto de ambas y antagónicas sociedades, aunque pertenecientes a la misma nacionalidad. Y, sobre todo, rememora 60 años después de la construcción del Muro la trayectoria vital de esas 140 personas que perdieron su vida intentando cruzarlo.

Campos Cacho está preparando actualmente la biografía y la edición de las obras del renegado comunista español Enrique Castro Delgado (1907-1965). Metalúrgico y periodista de profesión, durante la Segunda República participó activamente en el Comité Central del Partido Comunista y fue uno de los líderes de las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC), así como redactor de noticias del área local del periódico Mundo Obrero. Cuando estalló la Guerra Civil, participó en la creación y organización del llamado Quinto Regimiento, del que sería su primer comandante en jefe. Ocupó distintos cargos de importancia en el seno de las organizaciones comunistas durante la contienda y finalmente tuvo que optar por la vía del exilio, primero a Francia y después a la Unión Soviética, siendo el representante del PCE en la Internacional Comunista –Komintern– hasta su caída en desgracia. Regresó a España en 1963 tras una estancia en México y pasó a colaborar para el llamado segundo franquismo, siendo muy crítico con el comunismo y con sus antiguos correligionarios, escribiendo dos obras: Hombres made in Moscú (1960) y Mi fe se perdió en Moscú (1964). Estaremos atentos a su lanzamiento. Mientras tanto, he aquí el enlace para adquirir En el muro de Berlín:

https://www.planetadelibros.com/libro-en-el-muro-de-berlin/331426