Hace más de tres meses el mundo que conocíamos cambió por completo. La invasión rusa de Ucrania, bautizada por el Kremlin eufemísticamente como «Operación Militar Especial», reconfiguraba el escenario geoestratégico desde finales de la Guerra Fría y daba inicio a una etapa de incertidumbre. Mientras, una nación se desangra y los sueños de millones de personas se han quebrado, generando la mayor crisis de refugiados en el viejo continente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Como es lógico, el interés del público por los temas políticos y por el pasado, presente e incierto futuro de Ucrania y su invasor, la Federación Rusa, ha multiplicado la publicación de libros relacionados con el tema. 100 días de estupor que es casi seguro, desgraciadamente, que serán muchos más.
Óscar Herradón
Cojo prestado un título emblemático del historiador estadounidense ganador del Pulitzer John Toland para recordar el centenar de días que Ucrania y el Este de Europa viven sumidos en la guerra (para ser justos, 103). Una cifra escalofriante que nadie hubiese podido predecir. El título del citado ensayo de Toland aludía a los 100 días previos a la derrota de los ejércitos de Hitler, tras haber conquistado media Europa y no pocos territorios de ultramar. No es casual: como escuchamos, atónitos, desde hace más de tres meses, no se había producido una situación similar en el viejo continente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Ni siquiera en los tiempos oscuros de las guerras de los Balcanes, que sacudieron la infancia de los que ya estamos en los 40; todavía recuerdo a los tres chicos bosnios que vinieron a mi colegio, el Ortega y Gassett, en Zarzaquemada, Leganés, dejando atrás a sus familias, amigos y sueños para empezar una nueva vida incierta en un país que no sabían ni situar en el mapa por entonces, desconociendo su lengua y sus costumbres. Siempre es mejor eso que perder la vida, claro. Ellos, frente a muchos de sus compatriotas, fueron privilegiados.
El éxodo masivo de población ucraniana (hasta ahora se calculan 14 millones de desplazados, aunque muchos han decidido regresar a su golpeada patria en un gesto de arrojo sin precedentes), la vulneración de los derechos humanos (torturas, ejecuciones, fosas comunes, bombardeos sobre población civil…) o ciudades literalmente arrasadas, irreconocibles si las comparamos con la estampa de apenas un año atrás, rememoran la destrucción de aquellos tiempos totalitarios. Tiempos en los que un señor quiso expandir el espacio vital de Alemania a costa de sus vecinos y hoy otro señor, trajeado y aparentemente más pausado, Vladimir Putin, asegurando que sus fronteras están en peligro por culpa de la expansión de la OTAN y las pretensiones pro-occidentales de Ucrania, ha decidido protegerlas vulnerando las fronteras del otro.
Tenían ya un importante precedente con la invasión de Crimea en 2014, momento que evoca, nuevamente, los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial, cuando, tras la invasión de los Sudetes, entonces en territorio checoslovaco, la comunidad internacional apenas se inmutó, a pesar de las advertencias de algunos personajes que después serían fundamentales, como Winston Churchill. No olvidemos tampoco que los nazis, para justificar la invasión de Polonia que daría inicio a la contienda, acusaron a los polacos de violentar primero territorio germano.
Encoge el alma ver a supervivientes de aquella contienda que desangró Europa, octogenarios y nonagenarios ya, teniendo que dejar atrás sus casas y sus vidas por culpa, nuevamente, de la intolerancia, los intereses creados y la ambición sin filtro de los gobernantes. Y muchos de los que parten sin rumbo tienen padres o abuelos que lucharon codo con codo con los mismos que ahora les atacan, entonces el Ejército Rojo, hoy las tropas rusas al servicio de un iluminado –en el mal sentido–.
Una guerra mucho más larga
Una guerra que, sin embargo, hinca sus raíces unos cuantos años atrás, y se cobró la vida de miles de ucranianos y prorrusos que cayeron sin que el resto de Occidente, hoy preñado de homenajes, frases grandilocuentes y colaboraciones «altruistas», sin duda asustado por lo que pueda pasar si esa lucha se extiende (y por humanidad, por supuesto), siquiera se inmutara. Qué leches, si ni siquiera lo sabíamos los ciudadanos de a pie. Un pequeño rótulo en los telediarios el día que había una masacre… pero esas regiones hoy tan familiares como un primo hermano (Lugansk, Mariúpol, Kramatorsk, Severodonetsk…) sonaban muy lejos, estando en realidad tan cerca.
El pasado viernes 3 de junio se cumplieron 100 días de la invasión rusa de Ucrania, lo que para el Kremlin era y sigue siendo una «operación militar especial» (así el señor Putin se ahorra obligar a la población a alistarse, lo que bajaría su popularidad, algo obligado en términos militares si se declara oficialmente una conflagración), 100 días en los que han pasado muchas cosas. Se han perdido muchas vidas en el camino (muchas de inocentes, y no solo en el bando ucraniano), el aspecto de todo un país ha cambiado de habitable a tétrico (algunas ciudades parecen salidas de una película post-apocalíptica, eso hace la guerra) y nos hemos acostumbrado a los discursos propagandísticos de Volodimir Zelensky en los parlamentos de medio mundo, pidiendo una y otra vez su entrada en la OTAN, ese organismo aliado a cuya adhesión cumplimos el otro día 40 años, con voces a favor y no pocas en contra, y también en la Unión Europea, a una velocidad de vértigo que no entra en los estándares de inclusión de nuevos miembros.
Un cambio de paradigma
El escalofrío recorrió medio mundo cuando el pasado 21 de febrero de 2022 el señor Putin, desde su despacho, declaraba la independencia de las regiones prorrusas de Ucrania. Todos sabíamos que aquello solo era el comienzo del desastre. Ya lo había advertido el Pentágono, que parecía tener fuentes de información muy fiables cuando hizo público que la supuesta retirada de los tanques rusos no era sino una operación de engaño. Muchos pensábamos que EEUU ya estaba nuevamente malmetiendo y ofreciendo desinformación para arrojar basura en el escenario geopolítico. No era el caso. Y a pesar de las muchas sombras que envuelven a la OTAN, y de las dudas que a cualquiera puede generarle el hecho de si los mandatarios occidentales nos están contando toda la verdad (probablemente no), la invasión rusa de Ucrania (sea, como reza el Kremlin, para acabar los neonazis que gobiernan las zonas prorrusas o sea por lo que sea) no tiene ni justificación ni perdón.
Del escalofrío pasamos a la paralización cuando las sirenas antiaéreas resonaban en el corazón de Kiev, con la plaza irónicamente llamada de la Independencia y su monumento homónimo, un ángel erguido hacia el cielo como un centinela, miraba a las cámaras de todo el planeta. Luego, las imágenes de la desbandada, el exilio forzoso, las estaciones de tren abarrotadas, y los misiles que comenzaron a caer… 100 días de guerra que no deberían haber sucedido en estos tiempos de «evolución» y comodidad a las puertas del primer mundo.
Pero ha sucedido, y no queda sino intentar por todos los medios frenar esta injusticia, injusticia que se extiende también a los soldados rusos que mueren por una causa no demasiado clara, los millones de ciudadanos rusos reconvertidos en parias por la comunidad internacional que se están quedando sin ingresos y sin trabajo y los muertos también del bando prorruso que han denunciado hace tiempo, también, crímenes de guerra. Y un pueblo entero al que se le han cortado sus sueños y sus proyectos de vida, no así su determinación y su esperanza por vivir libres en el futuro.
A continuación, en «Dentro del Pandemónium», recordamos los hechos más significativos (al menos algunos, pues el tiempo nunca para y han sido millares de horas, de este tiempo de vergüenza) de la guerra de Ucrania, la mal llamada «operación militar especial» del Kremlin.
21 de febrero: Vladimir Putin firma decretos que reconocen la independencia de la República Popular de Donetsk y la República Popular de Luhansk, en la región ucraniana del Donbás, en una ceremonia transmitida por la televisión estatal rusa donde el presidente arremetió contra EEUU y la OTAN.
24 de febrero: Putin anuncia el inicio de una «Operación Militar Especial» en el país vecino. Poco después, tropas rusas cruzan la frontera e invaden Ucrania, y se informa de bombardeos en las principales ciudades del país, incluyendo Kiev (donde las sirenas antiaéreas no paran de sonar) y Járkov, mientras la planta nuclear de Chernóbil es capturada por los rusos. A su vez, el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, todo un símbolo de resistencia y hoy uno de los hombres más mediáticos del mundo, ordena una movilización general «con el fin de garantizar la defensa del Estado, mantener la preparación para el combate y la movilización de las Fuerzas Armadas de Ucrania y otras fuerzas militares», entre ellas el batallón Azov, formando por militares de ideología neonazi, una fuente de reserva de las Fuerzas Armadas de Ucrania bajo jurisdicción del Ministerio del Interior del país.
25 de febrero: mientras las tropas rusas avanzan desde el norte, el este y el sur hacia las principales ciudades, encontrando una inesperada resistencia de los ucranianos, la comunidad internacional anuncia nuevas sanciones a los sectores financieros, energéticos y de transporte rusos.
27 de febrero: Putin ordena que las fuerzas disuasorias de la Federación Rusa, que incluyen modernas armas nucleares, entren en su máximo estado de alerta. El mundo tiembla ante la posibilidad de una guerra atómica, un temor que no asomaba desde tiempos de la Guerra Fría.
28 de febrero: mientras las conversaciones diplomáticas entre las delegaciones rusa y ucraniana fracasan, Zelensky pide a la Unión Europea que «admita urgentemente a Ucrania» entre los países miembros.
2 de marzo: soldados rusos toman la ciudad ucraniana de Jersón y los telediarios comienzan a emitir imágenes de cuerpos en las calles y los letales efectos de los bombardeos sobre ciudades poco antes completamente europeizadas, que recuerdan mucho a las nuestras.
3 de marzo: mientras se desata el caos y el pánico entre los residentes de Jersón, que intentan conseguir a toda costa bienes de primera necesidad, y Mariúpol se encuentra rodeada por las fuerzas rusas, se produce un incendio en instalaciones dentro de la planta nuclear de Zaporiyia, la más grande de Ucrania. Europa tiembla al pensar que pueda reproducirse la catástrofe de Chernóbil, y a escala mucho mayor.
8 de marzo: el jefe de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), Filippo Grandi, afirma que la salida de refugiados de Ucrania ya alcanza los dos millones de personas. Y mientras Zelensky apela a todos los ciudadanos del planeta, acusa a los «líderes mundiales de no poner todo su empeño» a favor de Ucrania y que dicha inacción equivale a un «genocidio», término que empleará habitualmente para referirse a las acciones ordenadas por el Kremlin. Ese mismo día, el presidente estadounidense, Joe Biden, anuncia que EEUU prohibirá las importaciones de petróleo, gas natural y carbón de Rusia como respuesta a la invasión.
9 de marzo: a pesar de haberse acordado con Moscú un alto el fuego para permitir la salida de civiles a través de corredores humanitarios, las fuerzas rusas bombardearon un hospital materno-infantil en Mariúpol.
13 de marzo: Rusia ataca con misiles una base militar cerca de Leópolis, ciudad próxima a la frontera polaca, lo que provocó una airada reacción de la OTAN. Mueren 35 personas y el periodista estadounidense Brent Renaud es asesinado por soldados rusos, siendo el primer profesional de la comunicación extranjero en caer en el conflicto.
14 de marzo: el gobierno de Ucrania asegura que en la ciudad sitiada de Mariúpol han muerto más de 2.500 personas y que el resto no tiene ni electricidad, ni agua, ni calefacción.
25 de marzo: según fuentes de la ONU, más de 3,6 millones de personas han huido desde que comenzó la invasión, mientras Biden viaja a Polonia para poner de relieve la crisis de los refugiados y poner de manifiesto su apoyo a Kiev.
27 de marzo: Ucrania recupera varias localidades en poder de los rusos en varios contraataques y muestra una respuesta y determinación feroces.
28 de marzo: Zelensky afirma que está dispuesto a aceptar un estatus neutral como parte de un acuerdo de paz con Rusia, pero puntualiza que deberá ser sometido a referéndum ante el pueblo ucraniano. La comunidad internacional piensa que las cosas pueden cambiar, pero la guerra se recrudece.
3 de abril: el mundo asiste horrorizado a la matanza de Bucha, al noreste de la capital, con cuerpos de civiles esparcidos por las calles tras ser ejecutados, mientras reporteros de la CNN descubren una fosa común.
7 de abril: en otra de sus habituales comparecencias, Zelensky informa de que la situación en Borodianka, un suburbio de Kiev, es «mucho más aterradora» que en Bucha tras la retirada de las tropas rusas.
8 de abril: un ataque con misiles rusos en una estación de tren en Kramatorsk mata a más de 50 civiles que pretendían huir del país, aunque hubo controversia sobre si realmente los proyectiles (uno de ellos llevaba escrito en letras rojas el hermético mensaje «Por los niños»), fueron lanzados por el ejército de la Federación rusa. Ambos países se acusaron mútuamente del ataque.
11 de abril: mientras tropas rusas se retiran del norte dejando numerosas zonas minadas (acto que Zelensky tilda de «crimen de guerra»), un fiscal ucraniano afirma que están investigando 5.800 casos de presuntos «crímenes de guerra».
14 de abril: el buque de guerra ruso Moskvá, símbolo del poderío militar ruso, se hunde tras sufrir un incendio. Los ucranianos afirman haberlo neutralizado y el Kremlin que todo se debe a un accidente.
22 de abril: las autoridades ucranianas afirman haber identificado nuevas fosas comunes de grandes dimensiones en las afueras de la ciudad asediada de Mariúpol, informaciones que confirman imágenes por satélite. Mientras, un alto mando militar ruso afirma que el objetivo de la «operación especial» ordenada por Moscú es tomar el «control total» de la región del Donbás y de todo el sur de Ucrania.
24 de abril: el secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, anuncia a Volodymir Zelensky que los diplomáticos estadounidenses volverán s Ucrania. Mientras, el asesor ucraniano del presidente, Mykhailo Podolyak, hace público que las tropas rusas están «atacando continuamente» la planta siderúrgica de Azovstal, en Mariúpol, donde se refugian miles de civiles y están atrincherados los miembros del Batallón Azov.
1 de mayo: se permite la evacuación de civiles de la planta de acero de Azovstal.
9 de mayo: el esperado Día de la Victoria que conmemora la derrota del nazismo en la Gran Guerra Patriótica (como se conoce a la Segunda Guerra Mundial en la Unión Soviética), sirve para que Putin, en un baño de multitudes y haciendo alarde de fortaleza militar, reitere su acusación de que Occidente no le dejó más remedio que invadir Ucrania. Mientras, la Casa Blanca afirma que las acusaciones del presidente ruso sobre las agresiones de la OTAN son «evidentemente falsas y absurdas».
12 de mayo: Finlandia, que comparte 1.200 kilómetros de frontera con la Federación Rusa, anuncia su intención de unirse a la OTAN. El Kremlin lo tilda de amenaza para su país.
13 de mayo: la contraofensiva ucraniana sigue sumando éxitos y Zelensky asegura que han retomado seis asentamientos desde el viernes pasado y 1.015 en total desde el comienzo de la invasión. Todos los expertos afirman que estamos ante una guerra larga.
16 de mayo: cientos de personas son evacuadas de la planta siderúrgica de Mariúpol, donde se hacinaban en condiciones inhumanas.
18 de mayo: el soldado ruso Vadim Shishimarin, acusado de matar a un civil desarmado en Bucha (un inocente sobre una bicicleta cuyo cuerpo inerte pudimos ver en imágenes de los telediarios de todo el mundo), se declara culpable en un juicio en Kiev donde es acusado de crímenes de guerra.
20 de mayo: Moscú afirma que los últimos combatientes ucranianos de Azovstal se han rendido. El Kremlin los considera prisioneros de guerra y se anuncia que algunos miembros del batallón Azov serán condenados a muerte.
2 de junio: tras casi 100 días de guerra, el presidente Zelensky afirma que alrededor del 20% de Ucrania está ahora bajo control ruso, y que la región del Donbás está «casi completamente destruida». 103 días después, Kiev vuelve a ser objeto de bombardeos por las fuerzas militares rusas.
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PARA SABER MUCHO MÁS:
Recientemente La Esfera de los Libros ha publicado un completo ensayo que ayuda al lector, de forma concisa y amena, a comprender cómo hemos llegado a este complejo tablero geopolítico. En Ucrania. El camino hacia la guerra, el antropólogo y analista de política internacional Alejandro López Canorea analiza con precisión y claridad el camino recorrido por Rusia, Ucrania y el mismo Occidente (con la OTAN y la Unión Europea como principales organismos supranacionales) hasta el estallido de la contienda, que tuvo lugar el 24 de febrero de este 2022 pero que hunde sus raíces unos cuantos años atrás.
Así, comprenderemos qué se ha puesto en juego en el tablero internacional en los últimos meses (mucho más de lo que cualquiera pueda imaginar, y da escalofríos), por qué no se solucionó a tiempo y, sobre todo, las consecuencias que causarán en la nueva geopolítica mundial y que repercutirán en todos los ámbitos de nuestras vidas (de hecho, ya lo están haciendo: subida de los precios de los combustibles y los bienes de primera necesidad, alta inflación y subida de los tipos de interés, crisis alimentaria mundial por la escasez de cereal…), todo muy sombrío.
Una obra fundamental para comprender nuestro presente y prepararnos para el futuro inmediato, bastante gris, de la mano de uno de los responsables del medio de comunicación digital Descifrando la Guerra, un referente de la divulgación fundado en 2017 dedicado al seguimiento y análisis de la política internacional.
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Una historia de Rus
Todo un descubrimiento. La editorial La Huerta Grande lanzó recientemente Una historia de Rus. Crónica de la guerra en el Este de Ucrania, de Argemino Barro (que en la misma editorial ya publicó El candidato y la furia: crónica de la victoria de Trump), un libro que ayudará al lector a comprender los orígenes del conflicto entre la Federación Rusa y Ucrania, que hunde sus raíces muchas décadas atrás, antes incluso de la Guerra Fría, y analiza los años de guerra en la zona del Donbás que causaron múltiples destrozos y miles de muertos y que desembocarían en la actual guerra.
En este ensayo de vertiginoso ritmo y afilada prosa, Barro intercala el reportaje de actualidad con las rebeliones cosacas, la Segunda Guerra Mundial y la hambruna provocada por Stalin (el escalofriante Holodomor), dibujando con precisión la silueta político-militar de un territorio marcado por los conflictos históricos y centro neurálgico ahora mismo de la geopolítica internacional.
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