En la mitología vikinga, Odín era representado en ocasiones cabalgando por el aire sobre su corcel de ocho patas a gran velocidad en medio de la tormenta, acompañado de un séquito de espíritus incorpóreos sobre corceles jadeantes con perros ladrando. Aquella turba guerrera sobrenatural era conocida como «la Cacería Salvaje», una suerte de procesión de ánimas a medianoche que con sus particularidades es recogida por los mitos de varios pueblos.
De hecho, con sus diferencias con los cultos nórdicos, en España adquiere diversas formas y nombres: la Huéspeda o la Güestia en León y Asturias, la Genti de Muerti en las Hurdes, Estantigua en Castilla (derivado de Hoste Antica y Hestantigua) y la célebre Santa Compaña del folclore gallego. Todas ellas, por lo general, presagian la muerte o son portadoras de malos augurios. De hecho, esa tradición en parte se debe a una herencia de origen céltico que en Irlanda tiene su propia manifestación en los denominados Banshees, espíritus femeninos que según la mitología se aparecen a las personas para anunciar con sus llantos y gritos la muerte de un familiar; una suerte de «hadas verdes» mensajeras de otro mundo o, en otras interpretaciones, ángeles caídos del folclore irlandés.
Volviendo a la Cacería Salvaje nórdica, Jacob Grimm, uno de los hermanos que dieron forma a los inolvidables cuentos infantiles, recogió en Deutsche Mythologie (1835) alusiones a esa siniestra partida de caza en la que un grupo de cazadores fantasmales y oscuros, a caballo y acompañados de perros furiosos, se manifestaba a algún viajero en una especie de montería celeste de mal agüero. Aunque fascinado por el pasado germánico y el paganismo interpretó mal algunas señales y recogió los mitos pecando de escaso cientificismo, fue Grimm quien bautizó dicha procesión espectral como Wilde Jagd («Caza Salvaje»).
Cuando las gentes oían el rugido del viento, temerosas, gritaban ruidosamente, para evitar ser arrastrados por la furiosa comitiva. Incluso tras la implantación del cristianismo, las gentes del norte seguían temiendo las tormentas. ¿Y qué cazaban aquellos espectros a lomos de corceles? Dependiendo de la saga nórdica a la que nos remitamos, el trofeo podía ser un caballo salvaje, un jabalí visionario o las Doncellas del Musgo –Ninfas de la madera–, simbolizadas por las hojas caídas en otoño.
Un mito largamente extendido
En distintos lugares de la vieja Europa, era una forma alegórica de explicar las tormentas. Se encuentran mitos similares en Polonia, Suiza, Inglaterra, Austria, la propia España, Francia… Ser testigo de la Cacería Salvaje podía presagiar la muerte de un familiar o la propia, pero también el anuncio profético de alguna catástrofe, ya fuera en forma de guerra o de plaga como la peste negra, tan extendida en la Edad Media. Los testigos podían optar por arrojarse al suelo –y sentir sobre sus atormentadas espaldas los cascos de las monturas–, o bien dejarse llevar por la partida, lo que podía arrojarlos lejos de sus casas o provocarles la muerte por la furiosa embestida, por lo que pasaban a convertirse en uno de más de la comitiva nocturna, algo relativamente similar a la Santa Compaña y sus luceros.
En ciertas zonas de Gran Bretaña, la Cacería Salvaje se relacionaba con perros de presa infernales que perseguían a los pecadores y a aquellos que no habían sido bautizados, por obra y gracia de la institución eclesial. Con el paso de los siglos, en alguna zonas como el norte de Inglaterra el mito se fue modificando y los dioses nórdicos originarios (como Wotan u Odín) fueron dando paso a otras deidades o héroes populares como el corsario y azote de la flota hispánica sir Francis Drake, o el mismísimo Rey Arturo en la Bretaña francesa. En otros rincones de Francia, comandaba la cacería Carlomagno, acompañado de su fiel paladín Roldán.
En Cataluña el líder de tan siniestra comitiva, según una popular balada, era el Conde Arnau (Comte Arnau), un noble legendario oriundo del Ripollés, cuya crueldad le condenó a conducir durante toda la eternidad a los perros cazadores mientras su carne es devorada por las llamas. La Cacería Salvaje fue un mito de origen principalmente nórdico que muy probablemente se extendió –adquiriendo diferentes formas y particularidades dependiendo de la zona– con las conquistas vikingas de Europa.
PARA SABER ALGO (MUCHÍSIMO) MÁS:
Si lo que queremos es una visión global (pero exhaustiva) de los señores del norte, nada mejor que sumergirnos en las páginas de Vikingos. La historia definitiva de los pueblos del norte, de Neil Price, que ha publicado recientemente la editorial de referencia Ático de los Libros.
Price es un distinguido profesor y catedrático de Arqueología en la Universidad de Upsala, en Suecia. Ha investigado, enseñado y escrito sobre la época vikinga durante casi treinta y cinco años y es autor de diversos trabajos. En el presente ensayo, el autor presenta por vez primera un retrato fidedigno de los vikingos basado en las últimas investigaciones y descubrimientos arqueológicos. Y es que la época vikinga fue testigo de una expansión sin precedentes de los pueblos escandinavos, durante la cual comerciantes, piratas, exploradores y colonizadores nórdicos viajaron desde América del Norte hasta las estepas asiáticas y navegaron por todos los mares, conquistando gran parte de Inglaterra, Irlanda, Escocia, Gales, Islandia y Groenlandia. Sin embargo, durante siglos, estos pueblos vikingos se han presentado a través de una óptica distorsionada para satisfacer los gustos de cronistas medievales, dramaturgos de la Inglaterra isabelina, potencias imperialistas y otros intereses.
En un épico recorrido que abarca desde la caída del Imperio romano al siglo XII, Price rastrea el origen de los vikingos, nos descubre su cultura y cosmología, y explica qué los impulsó a lanzarse a las razias y saqueos que los hicieron temidos en toda Europa. El autor nos muestra a estos aguerridos hombres tal y como ellos mismos se veían. En las páginas de este absorbente ensayo cobra vida un pueblo totalmente distinto a nosotros, glorioso pero terrible, nacido del frío invernal, la guerra y el comercio, sangriento a la vez que exquisito.
Una historia monumental sobre uno de los periodos más fascinantes del pasado que cambió para siempre el rumbo del continente europeo de la que el escritor británico Tom Holland, viejo conocido del Pandemónium, ha dicho: «Esta es la historia de los vikingos más brillante que uno puede leer». ¿Qué más se necesita?
De todos es sabido el estrecho lazo que mantuvo el régimen de Franco con el nazismo. Menos conocidas son las relaciones entre el Gobierno británico de Churchill y España. La desclasificación de importantes documentos de aquel periodo arroja luz sobre un soborno encubierto que cambiaría el rumbo de la Segunda Guerra Mundial.
Los informes indican que hasta 30 generales franquistas fueron sobornados entre 1940 y 1943. El dinero llegaría a alcanzar la sorprendente cantidad de 13 millones de dólares de la época para que estos hombres clave se opusieran a la entrada de España en la II Guerra Mundial del lado del Eje y, en caso de que así fuera, se sublevaran contra el mismísimo Francisco Franco si finalmente no lograban convencerlo del tremendo error de luchar al lado de Hitler y Mussolini.
Aranda
Uno de los principales militares conjurados que recibiría dinero a espaldas de Franco fue Antonio Aranda, capitán general de Valencia y abiertamente crítico con el “Generalísimo”. Al parecer, varios millones de pesetas, como apunta el historiador Pere Ferrer, quien asegura que este era, según recogía una crónica de El Mercantil Valenciano en su edición digital en octubre del 2008, «el oficial destinado a encabezar un golpe de Estado contra Franco». Es más, podría haber recibido por sus servicios de la inteligencia británica unos dos millones de dólares, que convertidos a pesetas en 1940 sumarían un total de más de 25 millones, una cantidad desorbitada en una España famélica y tercermundista.
Lord Halifax y Churchill en 1938 (imagen de dominio público).
Los Franco
El 26 de junio de 1940, el comandante británico Furse (sobre el que apenas existe información disponible) describe en un informe secreto dirigido a Churchill y a lord Halifax los detalles del plan de soborno a la flor y nata de los militares españoles, informe que salió a la luz por fin en 2016 y en el que Furse daba a conocer los nombres de los sobornados y la cantidad a cobrar. Además de Aranda, también Nicolás Franco, hermano del dictador español y embajador en Lisboa, cobraría dos millones de dólares, al igual que el general José Enrique Varela, ministro del Ejército.
La flor y nata del Ejército nacional
Muñoz Grandes
El coronel Valentín Galarza, jefe de la Milicia de Falange –la organización que más clamaba por la entrada en la guerra–, cobraría un millón, y medio cobraría el capitán general de Cataluña, el general Alfredo Kindelán, un personaje al que el mismísimo Furse en sus escritos describiría sin titubeos como un «chorizo». También recibirían cantidades no concretadas otros siete generales, entre ellos el fanático general sevillano Queipo de Llano e incluso Agustín Muñoz Grandes, un par de años después al frente de la División Azul, una ayuda a los ejércitos nazis contra los soviéticos que no gustó nada a los espías que orquestaron el plan del soborno.
A pesar de la aventura en la Unión Soviética, lo cierto es que Franco era consciente de que dependía de la ayuda de Gran Bretaña y los Estados Unidos para que el pueblo español no se muriera de hambre. Necesitaba el trigo y el petróleo que estos le podían brindar –no así alemanes ni italianos–, y era consciente de que poseía un ejército paupérrimo en el que podría saltar la llama de la disidencia.
«Los Tres Grandes»
Yagüe
Volviendo a 1940, a pesar de sus elogios a Hitler tanto en telegramas personales como en la prensa, Franco no se atrevía a desafiar a Churchill. El 27 de junio Franco cesaría al general Juan Yagüe, hasta el momento Ministro del Aire y, al igual que Serrano Suñer, uno de los más destacados partidarios de la entrada de España en la Segunda Guerra Mundial. El jefe del Estado lo haría tras denunciarse un supuesto complot contra su persona. El mismo Hoare se hacía eco a pocas horas de estos movimientos en sus comunicaciones con la inteligencia británica: «Los planes están dando resultado. El general Yagüe, protagonista de la entrada de España en la guerra, ha sido despedido». En septiembre de ese mismo año Suñer se reunía con Hitler en Berlín pero no llegaba a ningún acuerdo –el Führer, a cambio de prestar ayuda para recuperar Gibraltar, pedía al parecer bases en el Marruecos español y una de las islas Canarias–.
Un plan completamente secreto
Cadogan
Entonces parecía ponerse todo en contra del plan de Hoare en connivencia con Hillgarth y March: Serrano Suñer sustituía en la cartera de Exteriores a Juan Luis Beigbeder, el mismo que había logrado que los norteamericanos y los ingleses enviasen trigo a España a través de la Cruz Roja. El MI6 dudaba de la efectividad del plan del embajador, al que poco tiempo antes el subsecretario permanente del Foreign Office, Alexander Cadogan, había pedido que contactase con la resistencia republicana de la Alianza Democrática, con sede también en Londres, en vistas de que Franco entrase en guerra. La idea que se desprende de los documentos públicos es que Hoare organizase una especie de milicia que llevara a cabo una guerra de guerrillas si los hombres de Hitler invadían la Península. No fue necesario. Tras la histórica reunión de Franco y Hitler en Hendaya no se llegó a ningún acuerdo efectivo.
Hillgarth señala en un detallado informe unos meses después que Hoare había llegado a España en el momento preciso, incidiendo en que consiguió ganar tiempo y resaltando que el gobierno británico debía dejar claro que, si los aliados ganaban la guerra, no forzarían a Franco a dejar el gobierno ni el regreso de la República, una promesa varias veces hecha a los exiliados.
Hugh Dalton
Tras diversos vaivenes, como el bloqueo por parte de los estadounidenses del dinero depositado en su país –que para agosto de 1941 ya rozaba los 13 millones de dólares–, el envío de la División Azul a Rusia en ayuda de la Wehrmatch –que estuvo a punto de echar por tierra el plan– y la simpatía del líder español y otros gerifaltes franquistas por los fascismos, el plan surte efecto. Tanto, que tras ser cesado Serrano Suñer del Ministerio de Gobernación, que pasó a uno de los sobornados, Valentín Galarza, Hugh Dalton, ministro de Guerra Económica inglés y creador del SOE –Special Operations Executive–, uno de los más importantes departamentos de inteligencia durante la guerra, escribió en su diario que: «En España ha estado cargando la caballería de San Jorge».
Conforme alemanes e italianos perdían terreno en Europa y en casi todos los frentes, el régimen español iba minimizando las simpatías hacia estos, al menos de cara al exterior. Sobre una operación secreta, una vez más, descansaba el desarrollo de los acontecimientos. Para la reflexión, dejamos estas palabras de Churchill que dejan entrever muchas de las controvertidas decisiones de su gobierno en la política exterior posterior a la guerra: «no estoy más de acuerdo con el Gobierno interno de Rusia de lo que lo estoy con el de España, pero estoy seguro de que preferiría vivir en España más que en Rusia».
Un libro muy recomendable para entender la influencia ejercida por Gran Bretaña en España para decantar la balanza a favor de los aliados, no solo en la Segunda Guerra Mundial sino también en la Primera. En tan delicados periodos históricos del siglo XX España se convirtió en un protagonista destacado del escenario neutral, y fue objeto de reiteradas campañas propagandísticas extranjeras que trataban, por una parte, de explotar las filias y fobias existentes en el país, y por otra, favorecer sus respectivas causas bélicas y dificultar la actuación del enemigo en territorio español. En este sentido, la potencia aliada que movilizaría mayores esfuerzos propagandísticos en la Península sería Gran Bretaña, colocando al país, como reza el título del ensayo, bajo la zarpa de un león que, aunque luchó a contracorriente buena parte de los conflictos, extendió sus garras a través de la diplomacia y la persuasión, como hemos visto en este post.
Este documentado trabajo revela la misión de la propaganda británica en España, un instrumento de guerra que partía de instancias ministeriales y diplomáticas, pero que también se nutría de dinámicas paralelas, como las aportadas por las redes de inteligencia, la iniciativa popular o las plataformas periodísticas e intelectuales. Evolucionando desde la supervivencia a la ofensiva, los británicos emplearon todos los canales disponibles a su alcance para tratar de orientar a la opinión pública española; a veces caminando al filo de lo imposible entre el límite de la imaginación, los obstáculos impuestos por el Gobierno español y los márgenes de la clandestinidad.
Franco Desenterrado. La Segunda Transición Española
Y otro libro polémico pero a su vez necesario lo publicó en 2022 la editorial Pasado & Presente, a cuyos títulos debe estar muy atento cualquier apasionado de la historiografía. Se trata de Franco Desenterrado. La Segunda Transición Española, del catedrático de Estudios Hispánicos en el Oberlin College Sebastiaan Faber. En unos tiempos en que la Ley de Memoria Histórica, renombrada Ley de Memoria Democrática (que derogó la anterior), intenta dignificar a los perdedores, también se ha provocado un efecto contrario y probablemente no deseado a más de 80 años del fin del conflicto fratricida: el despertar de viejas rencillas, las consecuencias de los asuntos mal cerrados (o cerrados apresuradamente) y la debilidad de esa misma memoria a la que se quiere dar voz.
Y es que, aunque todo país democrático debe limpiar su oscuridad y hacer justicia, muchos aseguran que aquello debió hacerse recién inaugurada la democracia, y no cuando la mayoría de aquellos (tanto las víctimas como los verdugos) llevan décadas muertos. Aunque, quizá, como reza el refrán, «nunca es tarde». No todos opinan igual, claro.
Esta polarización, incrementada tras el traslado de los cuerpos de Franco y de José Antonio Primo de Rivera del Valle de los Caídos, hoy renombrado también como Cuelgamuros, unido al auge de la ultraderecha en Estados Unidos, toda Europa y también en España, la parcialidad de la judicatura y de algunos medios y otros problemas que vienen a evidenciar las fisuras de la llamada Transición, como el movimiento independentista catalán o el nuevo revisionismo histórico, sirven al autor para preguntarse si realmente España necesita una Segunda Transición…
Un libro controvertido pero revelador, con un enfoque mesurado y externo, sobre la delicada situación que atraviesa nuestro país y que contiene 13 entrevistas a periodistas, historiadores y politólogos de distintos ámbitos y posiciones, como Enric Juliana, Antonio Maestre, José Antonio Zarzalejos, Cristina Fallaràs, Marina Garcés o Ignacio Echevarría, cuyas palabras pueden servirnos para comprender y analizar correctamente nuestro pasado y cómo nos enfrentamos a nuestro futuro.
He aquí el enlace para adquirirlo en la web de la editorial:
Y si lo que queremos es centrarnos en una de las figuras clave de esta historia, el dictador Francisco Franco, y sus múltiples «rostros» y contradicciones (de las que también hizo gala en ese crucial periodo que supuso la Segunda Guerra Mundial, en relación tanto con el Eje como con los Aliados), nada mejor que sumergirnos en las páginas de Generalísimo. Las vidas de Francisco Franco, 1892-2020, recientemente publicado por una editorial habitual en el Pandemónium, Galaxia Gutenberg.
Obra de Javier Rodrigo, investigador en ICREA Acadèmia y catedrático acreditado en la Universitat Autònoma de Barcelona, pretende recorrer la vida del personaje a partir de sus denominaciones: de cómo lo llamaron, y de cómo se autodenominó. Paquito, Comandantín, Caudillo, Generalísimo, Su Excelencia el Jefe del Estado… estas y otras denominaciones acompañaron al dictador a lo largo de su vida. Según sus biógrafos y propagandistas (que hicieron «el agosto» durante cuarenta largos años), fue el inmortal, heroico y providencial hombre enviado por Dios para salvar a España, el defensor de la patria, santificado hasta el punto de que, a su muerte, la gente le dejaría peticiones manuscritas de milagros en el ataúd.
O, en su reverso tenebroso representado desde el antifranquismo, el ser tímido, reprimido y taimado, el cruel, traidor, déspota y despiadado Criminalísimo. El resultado es una reconstrucción a veces turbadora y siempre fascinante de los mitos adheridos a la biografía de Francisco Franco Bahamonde. Una visión renovada y original, un recorrido desde el mito del guerrero tocado por Dios, inmortal e invencible, hasta la caricatura presente, convertido en carne de meme, pasando por su proyección narrativa como salvador de la patria, pacificador nacional, buen dictador, abuelo feliz, protodemócrata u hombre excepcional e irrepetible. Generalísimo habla de las vidas, reales o inventadas, del dictador. Pero, sobre todo, habla de la historia y el presente de España con la controvertida Ley de Memoria Democrática en boca de todos.
La revolución pasiva de Franco (HarperCollins)
Y si queremos seguir ahondando en la ambigua personalidad del dictador, desde un enfoque novedoso como sucede con el texto anterior, el pasado 2022 HarperCollins Ibérica publicaba el sugerente ensayo La revolución pasiva de Franco, un libro diferente sobre el dictador y las entrañas del franquismo que nos revela una nueva perspectiva de la historia contemporánea de España y la llamada Transición. Es obra del filósofo e historiador español José Luis Villacañas, quien, de la mano de La vida de Castruccio Castracani, la obra de Maquiavelo publicada en 1520, nos descubre la figura del «Caudillo» como condotiero y explica al personaje comparándolo con el prototipo de gobernante dibujado por el escritor y diplomático renacentista italiano en El Príncipe.
Teniendo en consideración además el pensamiento del teórico marxista también italiano Antonio Gramsci, Villacañas estudia el papel constituyente de Franco y el sentido de lo que llama «la revolución pasiva», sin precedentes en la historia de nuestro país, que se llevó a cabo durante su largo mandato de cuatro décadas.
Siguiendo el guion de la comedia La Mandrágora de Maquiavelo, el autor también analiza la Transición para preguntarnos cuánto duran las revoluciones pasivas, por qué son tan inestables y qué es lo que las pone en peligro. Todo ello bajo el telón de fondo de la destrucción del pueblo republicano y del sufrimiento de las clases populares en la larga noche de la guerra y la posguerra que marcaron gran parte del siglo XX en el sur de Europa. He aquí el enlace para adquirirlo en la web de la editorial:
Y en relación al período inmediatamente anterior a las negociaciones secretas emprendidas entre el gobierno franquista y Londres, un libro que conmueve y que es de obligatoria lectura para entender el sufrimiento que causó la sublevación, la Guerra Civil y la posterior victoria del bando franquista es Memoria de la Retirada. 1939. Éxodo y Exilio, dirigido por el fotoperiodista y realizador nacido en París Miquel Dewever-Plana y publicado por la editorial Blume.
Este cautivador ensayo marca el momento en el que Barcelona cayó en manos de los sublevados. Fue el 26 de enero de 1939 y desde ese momento miles de familias republicanas hubieron de exiliarse a Francia, dejando atrás toda una vida, la patria, los enseres y propiedades y los recuerdos. Numerosos niños acomparon a sus padres camino del exilio, experimentando los terribles campos de internamiento y concentración, calamidades y muchas privaciones más.
80 años después, aquellos niños de corta edad se hallan en el ocaso de sus vidas (aunque cada vez son menos los testigos directos de aquellos turbulentos años en que también transcurrió la Segunda Guerra Mundial) y desean más que nunca transmitir como legado a los más jóvenes (que a veces apenas saben algo de nuestra guerra fratricida) la dolorosa experiencia que vivieron. Y este volumen profusamente ilustrado recoge su extraordinario testimonio.
Fue el hombre que inspiró la novela El Paciente Inglés, aunque la verdad histórica dista mucho del personaje al que daría vida Ralph Fiennes en la película homónima de 1996. El conde austrohúngaro Ladislaus E. Almásy fue uno de los grandes exploradores de los años 30 y 40 del pasado siglo, y contribuyó en sus expediciones a abrir nuevas rutas en el desierto norteafricano y a sacar a la luz joyas del pasado de la humanidad olvidadas bajo la arena. Nadadores en el de desierto, que publica Ediciones del Viento, cuenta su particular epopeya.
Ladislaus Eduard Almásy nació en el castillo de Bernstein, en territorio de la antigua Hungría, en una zona que hoy pertenece a Austria, y era hijo del célebre explorador de Asia György Almásy, por lo que su pasión le venía de familia. Ladislaus, conde de Almásy (como le gustaba que se dirigieran a él) no tardaría en seguir los pasos de su progenitor. Con una excelente formación y dominando hasta seis idiomas, entre ellos el árabe, no tardó en caer cautivado por el desierto; antes, durante la Primera Guerra Mundial (entonces conocida como Gran Guerra), sirvió en la fuerza aérea del imperio austrohúngaro, las denominadas Tropas Imperiales y Reales de Aviación (Luftfahrtruppen KuK) y fue condecorado por sus acciones. Tras finalizar la contienda, trabajó como representante de la marca de automóviles Steyr Autmobilewerke, para la que realizó tests de resistencia de coches, aviajando con ellos a través del noreste de África, Libia, Sudán y Egipto. A partir de ese momento las arenas del desierto se convertirían en su hogar.
Fue el personaje que inspiraría la novela del canadiense Michael Ondaatje El Paciente Inglés, que sería adaptada al cine en 1996 por Anthony Minghela y protagonizada por Ralph Fiennes, pero el protagonista romántico de la cinta poco tiene que ver con el aventurero y explorador a veces temerario que fuera el astro-húngaro, que en las décadas de 1930 y 1940 exploraría todo el desierto occidental de Egipto contribuyendo a abrir nuevas rutas hasta entonces desconocidas por el hombre occidental.
A diferencia de otros exploradores que partían con elaborados mapas o información fidedigna, el conde se aventuraba basándose en fuentes documentales de dudosa historicidad, apenas referencias aparecidas en antiguos manuscritos árabes como los textos de Al Bakri, quien hablaba de los djinns (duendes o demonios) que viven en las arenas del desierto y en los árboles de los oasis y cuyos quejumbrosos lamentos Almásy afirmaría haber escuchado, según recogió en su diario, voces nocturnas a las que los beduinos se referían como provenientes de los ghule, los malos espíritus que habitan en las dunas; aunque el aristócrata húngaro bien sabía que se producían por fenómenos naturales que, no obstante, extrañaban incluso a los «europeos de ideas racionalistas» y que, escasos, eran un efecto del enfriamiento de la arena. Para los beduinos, el conde era Abu Ramla, «Padre de la Arena».
Zerzura y el Valle de las Imágenes
Fue en busca también de la llamada «Ciudad de Latón» que se menciona en uno de los cuentos de Las Mil y una Noches y que para él solo podía concordar con el oasis perdido egipcio de Zerzura, cuya búsqueda se convertiría en una obsesión para el explorador y que a día de hoy nadie ha localizado. Finalmente, muy cerca de Jilf al Kabir, sus hombres hallaron un oasis que como él había sospechado era muy real, y no un enclave mítico de relatos medievales. Formaba parte del llamado «Club Zerzura», un grupo de aventureros cosmopolitas que se internaron en el desierto de Libia recorriéndolo en vehículos y aeroplanos en busca de ciudades míticas –pero también con la labor de cartografiar el desierto en misiones de inteligencia, como enseguida veremos–.
Precisamente allí, en el macizo rocoso de Jilf al Kabir, al suroeste de Egipto, cerca de la frontera con Libia, Almasy redescubrió la existencia de antiguos valles (wadis) que bautizó como Wadi Sura (el Valle de las Imágenes en la llamada «Cueva de las Bestias»), unas oquedades en cuyo interior se albergaba un tesoro de la antigüedad: las célebres pinturas «de los nadadores», que darían nombre a sus memorias y que demostraban que aquel hábitat, en pleno siglo XX totalmente desértico e inhóspito, había sido miles de años atrás un vergel por el que se extendían increíbles zonas lacustres que fueron el hábitat de pueblos primitivos de los que apenas sabemos nada. Hombres que tenían por costumbre bañarse en aquellas aguas, algo que apoyan pinturas de cazadores rodeados de jirafas, además de numerosas herramientas , imágenes que sí conocían los beduinos, cuyas indicaciones fueron de gran valor para el equipo de exploradores europeos. Realizó aquellos hallazgos en compañía del explorador y príncipe egipcio Kamal el Dine.
La crónica en primera persona de aquellas apasionantes y arriesgadas expediciones a los lugares más recónditos del Sáhara oriental la publicó Almásy en 1934 en húngaro bajo el título de Sáhara desconocido y vio la luz cinco años después, en una edición ampliada y modificada, en lengua alemana. Precisamente, Ediciones del Viento recupera los capítulos centrales de ambas ediciones en Nadadores en el desierto, vibrantes páginas en las que Almásy narra sus aventuras y hallazgos más sobresalientes, como la búsqueda del mítico oasis perdido de Zerzura y el sensacional descubrimiento de las pinturas rupestres que dan título al libro.
Un espía-aventurero al servicio del Tercer Reich
Su faceta como espía es uno de los aspectos más fascinantes de su biografía, y una de sus muchas oscuridades al haber contribuido a pasar valiosa información a los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando estalló el conflicto, László era un hábil combatiente que tenía un buen currículo como aviador en la Gran Guerra y aceptó vestir el uniforme de la Luftwaffe comandada por Hermann Göring y pasó a servir en las filas del Afrika Korps de Erwin Rommel, el Zorro del Desierto, ese inhóspito paraje en el que el conde húngaro tan bien se movía.
Almásy fue instructor de efectivos procedentes del Regimiento Brandenburgo, un grupo de élite de la Abwehr (el servicio de inteligencia del ejército alemán) en el desierto: atacó con éxito al «Grupo del Desierto de Largo Alcance» (Long Range Desert Group), una unidad de élite británica, y llegó a coordinar a diversos agentes alemanes que desplegó en El Cairo, acciones que le valdrían ser condecorado con la Cruz de Hierro. Precisamente al frente del Long Range Desert Group se hallaba otro explorador y militar obsesionado con dar con el mítico Zerzura, el británico Ralph Bagnold. Aquellos hombres nunca hallaron el oasis perdido, pero el también explorador Théodore Monod escribió en referencia al esquivo enclave: «Un día, quizá el viento del desierto libio, soplando en tempestad sobre los cordones de dunas y levantando en el aire nubes de arena fina, restituirá a los hombres el oasis perdido, revelando su emplazamiento y sus secretos».
El ejército perdido de Cambises
En 1950, Almásy llevó a cabo su última (y fallida) campaña: la búsqueda del ejército perdido de Cambises que, según lo recogido por el historiador griego Heródoto en el siglo VI a.C. desapareció en el desierto sin dejar rastro. Un ejército colosal de 50.000 hombres enviados por el rey persa que partió del oasis de Jarga hacia el norte con el fin de conquistar el oasis de Siwa, célebre por la visita de Alejandro Magno en busca de una respuesta sobre su destino.
Una tormenta de arena enterró a aquellos miles de hombres y, siguiendo diversas fuentes orales y documentales, Almásy se entregó a la exploración del llamado Gran Mar de Arena; y aunque su expedición halló unos Alamat, colosales hitos de piedra erigidos por los hombres de Cambises antes de perecer, jamás hallaron verdaderos restos de los soldados persas. Él mismo escribió en su preciado diario acerca de aquel contratiempo: «los antiguos dioses saben todavía defender los últimos secretos del desierto».
Almásy, el «Padre de la Arena», moría en Salzburgo de disentería el 22 de marzo de 1951. Tan solo tenía 55 años pero había vivido una vida plena y al límite. Quizá su alma descansa ahora con los djinns de las dunas del desierto.
He aquí el enlace para hacerse con Nadadores en el Desierto: