FLEA: Ácido para los niños. Unas memorias

Es uno de los músicos más carismáticos de las últimas cuatro décadas. Flea («Pulga» en inglés), bajista de la banda de funk-rock Red Hot Chili Peppers desde que se fundara, un ya lejano 1983, creció en un hogar lo más parecido al infierno. De la mano de Libros Cúpula nos llegan por fin sus memorias traducidas al castellano: Acid for the Children. No tienen desperdicio.

Óscar Herradón ©

Cuenta todo, con pelos, señales y humo, y sin sonrojarse, en su libro de memorias. Si su compañero y amigo Anthony Kiedis, vocalista de la banda, mostró en las suyas, Scar Tissue (Capitán Swing, 2016), publicadas en 2017, que la historia de los «chiles rojos picantes» había sido una montaña rusa de emociones, adicciones y escándalos, las de Flea son aún más afiladas y hasta estremecedoras.

Nacido en Melbourne, Australia, en 1962, el mismo año que vinieron al mundo grandes del rock como Axl Rose, Jon Bon Jovi, Tommy Lee, Kirk Hammett o el propio Kiedis, Flea, de nombre real poco comercial, Michael Peter Balzary, ha titulado sus recuerdos, con acierto y mala leche, como Acid for the Children («Ácido para los niños»), que ahora podemos disfrutar en castellano de manos de Libros Cúpula en una edición para los fans más exigentes. Ya la misma portada del libro es un suculento aperitivo de lo que el lector encontrará en su interior: un jovencísimo Flea, prácticamente un niño que no ha entrado aún en la adolescencia, aparece fumándose un porro. Y no, no es una fotografía trucada. Es real. De su álbum familiar, ese que tenemos todos de tiempos pretéritos y más inocentes (para algunos, claro).

Aunque la intención de Flea, nada arrogante, era –según recoge– escribir sobre la banda que lo convirtió en ídolo de masas desnudo sobre el escenario y con un calcetín por taparrabos (sí, su excentricismo y actitud provocadora nunca fueron en detrimento de su calidad musical, sino todo lo contrario, la complementaban), acabó escribiendo sobre sí mismo y su vida porque en su devenir se halla precisamente la esencia de lo que acabarían representando los Red Hot Chili Peppers.

Aunque nació en Australia, el trabajo de su padre, que era pescador, llevó a la familia tempranamente hasta Nueva York, cuando Flea tenía cinco años. Dos años después, el matrimonio se separó y el progenitor regresó a tierras australianas y su madre, de nombre Patricia, se casó con un músico de jazz que influiría en la posterior trayectoria musical del infante, pero también convertiría su existencia en un jodido cuento de terror no apto para niños.

Flea, un tierno adolescente ya con Hendrix tatuado

El nombre de su padrastro era Walter Urban Jr., un tipo bohemio y librepensador que además tenían habituales ataques de ira y era alcohólico. Walter llevó a Patricia y a los niños –Flea y su hermana Karyn– a vivir en el sótano de la casa de sus padres. Cuando el chaval tenía once primaveras se mudaron a Hollywood, a un barrio bastante conflictivo, sembrado de proxenetas, prostitutas y drogodependientes. Su estatura le valdría el sobrenombre de «pulga» y eso que el bajista mide 1,68 m (sin embargo, en EEUU la media está en 1,74 m).

Una noche, en Halloween, Walter, tras romper casi todo en la casa, se lió a tiros por la calle. Luego fue arrestado, con la cara y el torso ensangrentados. Pidió perdón, como solía hacer, pero volvió a las andadas, como sucede por lo general con esa clase de tipos. Sin embargo, los ensayos del padrastro con su banda en el salón del hogar familiar (por llamarlo de alguna manera) marcarían profundamente a Flea. Digamos que le trajo lo peor y lo mejor, despertando su temprana vocación por la música, que tantos éxitos le brindaría. Parece que el chaval también sentía un complejo de inferioridad, que, unido a crecer en un hogar desestructurado, le llevó tempranamente a acercarse al mundo de las drogas y a frecuentar compañías peligrosas. Según confesó en 2008, puesto que todos los adultos de su vida se evadían de la realidad y los problemas con sustancias prohibidas, el alcohol y las drogas estaban en todas partes: «Empecé a fumar marihuana cuando tenía 11 años y luego empecé a esnifar, pincharme, fumar y a perseguir dragones durante mi adolescencia y juventud».

Cóctel explosivo de drogas y alcohol

Siguiendo lo que el mismo bajista narra en Acid for the Children, ya adolescente empezó a consumir speed y a experimentar con el ácido lisérgico que cautivó a muchas bandas de los 60 y 70. Según contaba a The Guardian sobre este punto, el LSD tuvo sin embargo un efecto «positivo» en él: «Para alguien como yo, que corría como un loco por las calles, las drogas me ayudaron a acceder a mi subconsciente, desarrollaron un carácter más introspectivo». Y le ayudó –supuestamente– con la música, fundando una banda con sus amigos Kiedis y el guitarrista Hillel Slovak.

Hillel Slovak en 1983

Su primer nombre fue Tony Flow and the Miraculously Majestic Masters of Mayhem, formado por Kiedis, Flea, Slovak y el baterista Jack Irons, con un solo tema, Out in L.A. Debutaron en un local de nombre The Rythm and Blues y tras varias actuaciones y varias canciones propias añadidas a su setlist, finalmente decidieron cambiar su nomenclatura por la de Red Hot Chili Peppers, acertando de pleno.

El hecho de tocar desnudos (o bien tapándose el miembro con un calcetín o bien totalmente en cueros), les hizo icónicos y singulares unido a sus poderosas melodías funk, sus cuerpos musculados y sus tatuajes en un tiempo en el que no se llevaban como ahora (hasta la saciedad y sin mucho sentido). Aquella puesta en escena «nudista» les convirtió también, quizá sin pretenderlo, en ídolos de la comunidad gay. De hecho, según recuerda Flea en el libro, los bares de ambiente de Los Ángeles fueron «los primeros que se fijaron en Red Hot Chili Peppers». De mentalidad abierta, nunca tuvo reparos en admitir que mantuvo relaciones sexuales con miembros de su mismo sexo, eso sí, aquello le convenció «de que no era gay», puntualiza.

Blood, sugar, sex, magik, el álbum que los llevó a lo más alto a principios de los 90

En el extremo opuesto, el exhibicionismo y desenfado de la banda despertaron las iras de los más reaccionarios, abundantes en el país en los años ochenta (aunque hoy, bajo la resaca Trump, también son multitud) cuando se formaron, y en Virginia, por ejemplo, Kiedis llegó a ser detenido por escándalo público, como en su día le sucedió a icónicos frontman como Jim Morrison.

La tragedia y el renacimiento

Flea dejaría las drogas a los treinta años, impactado por el daño que los estupefacientes hicieron en buenos amigos suyos. Fue el caso por ejemplo del también miembro fundador y guitarrista Hillel Slovak. Era el 25 de junio de 1988, y tras varios días desaparecido, fue hallado muerto en su apartamento por una sobredosis de heroína. Tenía tan solo veintiséis años. Una adicción, la del «caballo», que también traería de cabeza al frontman de los Red Hot, a Kiedis, pero éste supo recomponerse tras numerosos intentos de rehabilitación.

Anthony Kiedis fue durante años politoxicómano

Muchos pensaban que tras la trágica muerte del virtuoso guitarrista el grupo no remontaría, y es que era probablemente la pieza fundamental de una banda que empezó como un grupo de amigos con pocas intenciones hasta que Slovak los llevó por la senda del funk-rock (de hecho, Flea era… ¡un trompetista de conservatorio!, que acabó decantándose por el bajo precisamente por consejo de su colega). Hubo numerosos intentos de reemplazarlo, la mayoría sonados fracasos, hasta que llegó otro torbellino de las seis cuerdas que con apenas 19 años encajó a la perfección: John Frusciante, que en principio aspiraba a tocar para Thelonius Monster (los RHCP se lo llevaron en plena audición).

Frusciante

Y como su antecesor, además de un fuera de serie en la música se dejó arrastrar por las drogas, tanto, que muchos pensaban que no tardaría en morir. Asediado también por fuertes episodios de enfermedad mental –casi con seguridad desencadenados por sus excesos– a mediados de los noventa parecía un muerto viviente que llegó a grabar vídeos y entrevistas que hoy pueden verse en Youtube y que encojen el corazón. Los de un auténtico yonqui en plena decadencia vital.  Su propia inmersión en los infiernos sería tema de unas memorias bastante más trágicas que las de sus compañeros, y en breve hablaremos de esa odisea en este blog. El tiempo dirá si nos brinda la oportunidad de leer con pelos y señales su historia.

Volviendo a Flea, dejar las drogas le permitió centrarse en la música, pero también hacer sus pinitos en el cine. Hizo pequeños papeles en cintas míticas como El Gran Lebowski, de los Hermanos Coen, donde interpretaba a un nihilista alemán, Miedo y asco en las vegas –la adaptación al cine del visionario Terry Gillian de la enloquecida obra sobre drogas del periodista Hunter S. Thompson, que bien podrían haber protagonizado los RHCP en lugar de Johnny Depp y Benicio del Toro–. Tiempo antes ya había salido en Mi Idaho Privado, junto a su amigo River Phoenix, víctima también de una sobredosis el 31 de octubre de 1993 (las drogas, siempre las drogas en el entorno de Flea); y en Le llaman Bodhi (1991), junto a Keanus Reeves y  Patrick Swayze (reitero, lleva mucho tiempo entre nosotros), una cinta donde también aparece en varias escenas Antony Kiedis. Años antes, uno después de la muerte de Slovak, en 1989, encarnó el papel de Needles en Regreso al Futuro II, de Robert Zemeckis, la saga de culto de los ochenta, y repitió en Regreso al Futuro III (1990).

Padre de familia, intervenciones televisivas y filantropía

En 1988, el año en que moría su gran amigo y aquel suceso le impulsó a abandonar la autodestructiva senda de las adicciones, el bajista se casó con Loesha, con la que tuvo una hija, Clara, que hoy tiene 33 años. En 2005 tuvo otra hija, Sunny Bebop, con la Top Model Frankie Ryder y en 2019 se casó por segunda vez con una diseñadora de nombre Melody, como la del Baile del Gorila. Todo un padre de familia al que se puede ver en eventos deportivos, en colaboraciones con otros colegas del mundo del rock (Slash, Thom Yorke, Patti Smith, Alanis Morissette, Michael Stipe…) e incluso en algunas intervenciones en 1992 del Saturday Night Live!, en varios episodios de Los Simpson (en versión cartoon, claro –hay que ser muy famoso para eso–) y en el show de Ben Stiller, donde ganó al célebre actor cómico de Algo pasa con Mary –que entonces no había rodado aún– en un partido de basket.

También tiene una vocación filantrópica. Puesto que Flea veía que el sistema de enseñanza pública mostraba un gran vacío a la hora de enseñar música y otras formas de arte a los niños, decidió fundar una escuela dedicada a ayudar a los jóvenes (muchos con una infancia desestructurada, como él) a progresar musicalmente: el Silverlake Convervatory of Music. Sin duda, todo un personaje de la (contra) cultura de las últimas décadas al que hay que tener muy en cuenta.

He aquí la forma de adquirir sus muy adictivas memorias:

https://www.planetadelibros.com/libro-acid-for-the-children/326891