Este mes ofrecemos en exclusiva las claves para adentrarse en El Símbolo Perdido, la continuación de El Código Da Vinci, escrita por Dan Brown y de próxima aparición en nuestro país. En un excelente artículo de nuestro colaborador Javier García Blanco nos adentramos en el misterio de las ciudades con trazado y simbolismo masónico y nos acercamos a los personajes estadounidenses vinculados a esta sociedad “discreta” desde los tiempos de la Guerra de la Independencia. ¿Qué ocultó Brown en su esperadísima novela? Además, realizamos un sorprendente recorrido por las sociedades secretas del nuevo milenio.
Desde Tikal, viajamos con el periodista y escritor Miguel Blanco, presentador y director del mítico programa radiofónico “Espacio en Blanco” (RNE) hasta la ciudad de las voces de los espíritus, aprovechando la publicación de su último trabajo: 2012. Mayas, los Señores del Tiempo (La Esfera de los Libros, 2009).
Viajamos muchos siglos en el tiempo para recordar los secretos que albergaba la Biblioteca de Alejandría, muchos “libros malditos” que se perdieron en la noche de los tiempos y que guardaban importantes conocimientos de las más diversas materias. Recordamos además la figura de Hipatia de Alejandría, la última gran sabia del mundo antiguo, personaje protagonista de la última superproducción de Alejandro Amenábar, Ágora.
Javier Martín García, redactor de ENIGMAS, viaja hasta la Alemania de los años 20 para rescatar del olvido el viaje de la Bestia 666, Aleister Crowley, a Berlín, con motivo de su vínculo con la sociedad secreta de corte masónico Ordo Templi Orientis, en una época en la que se implantaba en Europa el terror nazi. El “anticristo”, como también le gustaba ser conocido, siempre estuvo hermanado con la sospecha y la provocación. ¿Qué vínculos tuvo con los adeptos de la OTO alemanes? ¿Cuál fue su papel en la Segunda Guerra Mundial…?
También visitamos la localidad tinerfeña de Adeje, donde se encuentra una talla cuyas desconcertantes inscripciones parecen estar vinculadas con la esquiva Orden del Temple. José Gregorio González visita el lugar donde se encuentra la imagen de Nuestra Señora de la Candelaria y desvela sus secretos. También recuperamos el misterio de la Luz de Alcolea, una extraña luminaria que lleva décadas sembrando el desconcierto entre los habitantes de esta localidad almeriense. ¿De qué se trata…?
Jesús Callejo nos acerca una de esas historias que tan bien sabe contar en las páginas de ENIGMAS y narrar cada semana desde los micrófonos de La Rosa de los Vientos (Onda Cero): en el pueblo leonés de Valderas arraigó hace siglos un extraño culto religioso que hoy sigue congregando a numerosos fieles. ¿Nos acompañan?
Además, intentamos desentrañar el misterio que rodeó a la extraña muerte de Amelia Earhart, una de las mejores pilotos de las décadas de los 20 y 30 que desapareció en pleno vuelo mientras pretendía lograr una de las más grandes hazañas de la historia de la aviación.
Descubrimos los misterios que aún cobija la estación fantasma de Canfranc, un paso por el que los nazis transportaban el oro del Tercer Reich; recuperamos para la memoria la odisea del explorador Robert Edwin Peary en su conquista del Polo Norte y viajamos hasta la Francia del siglo XVIII, donde tuvo lugar un caso juzgado por la Inquisición en el que estuvo involucrado un jesuita, el padre Jean-Baptiste Girard, acusado de abusar sexualmente de varias jóvenes de las que era confesor.
Y también: Sorteos, entrevistas, libros, cómics, cine (recordamos en “Filmoteca” El Bosque del Lobo, de Pedro Olea), noticias, convocatorias…
Este mes en la revista ENIGMAS viajamos hasta la Segunda Guerra Mundial para conocer de primera mano un episodio lleno de claroscuros que pocas veces es reseñado en los libros de historia pero que tuvo una importancia crucial para los contendientes: la intervención de astrólogos y ocultistas en los servicios secretos tanto del bando aliado como del bando nazi para inclinar la balanza a su favor. A través de documentos desclasificados por los servicios de inteligencia británicos y alemanes y de las declaraciones que algunos de los implicados realizaron a historiadores y medios de comunicación, trazamos la historia oculta de una trama de tintes colosales que acabaría con la destrucción del monstruoso entramado nazi.
Los magos de la guerra analiza la trayectoria vital de hombres como Louis de Whol, Jasper Maskelyne, Karl Ernst Krafft , Erik Jan Hanussen o Aleister Crowley, su relación con personajes como Goebbels, Himmler o Churchill y su papel en el conflicto, un conflicto que, lejos del campo de batalla, se decidía también a través de la propaganda negra, el espionaje y la llamada “guerra psicológica” que hizo uso tanto del ocultismo como de la astrología para confundir al enemigo.
Además, realizamos un recorrido por los sucesos inexplicables que tuvieron lugar durante la Gran Guerra y buscamos la verdad acerca de los llamados “ejércitos fantasma”, que han sido observados por batallones y tropas desde conflagraciones tan lejanas a nuestro tiempo como la batalla de Maratón hasta el siglo XIX.
Pedro Amorós nos acerca el crimen esotérico de las Vampiras de San Vicente del Raspeig (Alicante), un suceso atroz que tuvo lugar a principios del siglo pasado y que pone espanto en el corazón. Javier Martín realiza un rítmico recorrido por las melodías que han rodeado al acto de morir desde tiempos pretéritos y el simbolismo latente tras sus oscuras notas.
Y también: Hablamos con José María Casas-Huguet; Los misterios de Tassili; La procesión de la sangre; OVNIs, análisis de una realidad; entrevista a los creadores de Foros del Misterio; agenda, libros y mucho más.
El 10 de mayo de 1941 uno de los hombres más poderosos del régimen nazi, Rudolf Hess, emprendió un misterioso vuelo de Alemania a Gran Bretaña. Durante más de sesenta años la verdad oficial sobre lo sucedido apunta a que el vice-führer simplemente estaba loco, pero detrás de aquel extraño periplo existía todo un entramado de conversaciones secretas, operaciones de espionaje y reuniones al más alto nivel con un objetivo bien definido y muy distinto al creído hasta ahora.
El protagonista de nuestra historia acaba ría convirtiéndose, por capricho del destino, en la mano derecha de uno de los hombres más terribles y poderosos del período de Entreguerras y por ende del siglo XX, Adolf Hitler. Rudolf Hess conoció al Führer en los tiempos en los que éste comenzó a dar sus primeros y exaltados discursos antisemitas para el DAP –el partido nazi– en la cervecería Hofbräukeller, allá por el año 1922. Compartía con éste el odio al comunismo, a los judíos y a los demócratas de Weimar, a los que consideraba responsables de la rendición de Alemania, la otrora gran Alemania, en la Gran Guerra. En aquel terrible conflicto fue herido de gravedad, obteniendo, al igual que su futuro camarada, la Cruz de Hierro por su valentía en combate, convirtiéndose en un excelente piloto. Pero, ¿quién era aquel hombre de pobladas cejas, ancha frente, mirada ausente y discreta inteligencia que acabaría contaminando su mente con una ideología destructiva y cargada de odio, base de uno de los mayores genocidios que ha conocido la humanidad?
Apuntes biográficos
Hess había nacido en Alejandría, Egipto, el 26 de abril de 1894, hijo del estricto Fritz Hess, típico alemán disciplinado a la vieja usanza. Para facilitar a Rudolf una sólida educación en 1908 la familia Hess salió de la colonia británica rumbo a Alemania, donde el primogénito ingresó en el Internado Juvenil –Jugendinternat– de Bad Godesberg. Más tarde rechazó el plan que tenía su progenitor para él de que se convirtiera en comerciante y en 1914, cuando estalló la Gran Guerra, se escapó para alistars como voluntario al ejército alemán, sirviendo en el XVI Regimiento de Infantería, que sufrió terribles pérdidas y en el que coincidió con Adolf Hitler, aunque entonces no se conocieron. Hess fue ascendido a subteniente y, tras ser herido dos veces, se convirtió en piloto de las fuerzas aéreas alemanas en 1918, lo que le permitiría mucho después realizar sus planes. Rudolf era un joven fanático en busca de un ideal, una causa por la que luchar. Tras la decepcionante derrota de su país en la guerra, se matriculó como estudiante de economía en la Universidad de Munich, donde asistió a clases y conferencias del antropólogo Karl Haushofer.
Rudolf Hess en 1930
Los primeros años y la familia Haushofer
Karl Haushofer, un imperialista de la vieja guardia, se había convertido en un experto en el Asia meridional y oriental y estaba convencido de que la lucha de una nación para sobrevivir consistía en una competencia por la posesión de mayor espacio vital –Lebensraum-. Doctorado en filosofía, se había graduado con honores en geografía, geología e historia, y creó en 1919 la nueva ciencia de la “geopolítica”, el estudio de la geografía política vista por el Estado alemán, convirtiéndose en 1921 en profesor de esta disciplina. Sus teorías raciales causarían una gran impresión en Hess y después en Hitler, quien las aplicaría en parte a su política.
Un joven Hess con su mentor, Karl Haushofer
En 1920 Rudolf Hess oyó hablar por primera vez de Adolf Hitler y lo consideró como el posible “salvador” de la desolada Alemania, ahogada por las reparaciones de guerra del Tratado de Versalles, y se afilió al partido nazi. El 8 de noviembre de 1923, estuvo implicado en el fracasado golpe de Estado conocido como “putsch de la cervecería”. Rudolf se encontraba en Baviera con varios rehenes –miembros del gabinete bávaro- cuando le llegó la noticia del fracaso del putsch y se refugió en la residencia que el doctor Karl poseía en Munich durante varias semanas y éste le ayudó después a huir a Austria, algo que el joven nazi jamás olvidaría, protegiendo a la familia Haushofer en los años duros de la política racial nazi, ya que la esposa de Karl, Martha Mayer-Doss, era medio judía.
Tras el fracasado golpe Hitler fue sentenciado a cinco años de cárcel en la prisión de Landsberg, de los que sólo cumpliría nueve meses. Hess regresó de Austria y también fue arrestado y condenado a una sentencia leve en la misma prisión en la que el futuro dictador había comenzado a dictar a Evil Maurice Mein Kampf; Rudolf suplantaría a Maurice como secretario personal de Hitler y mecanografió su obra. Karl Haushofer, que consideraba a Hess “mi alumno favorito”, realizó varias visitas a Landsberg, donde pudo conversar con el mismo Adolf, transmitiéndole parte de sus ideas sobre el “espacio vital”: Alemania debía extenderse por el Este a través de las estepas y llanuras rusas; teorías que el futuro dictador no tardaría en apropiarse y añadir en Mein Kampf.
Un ascenso vertiginoso
Rudolf Hess pronto se convirtió en la mano derecha del líder nazi y durante la década de los 20 y principios de los 30 recaudó fondos para el Partido y el 15 de diciembre de 1932 Hitler le ordenó hacerse cargo de la comisión nacional del Partido y cuatro meses más tarde le nombró “mi delegado, con poderes para tomar decisiones en mi nombre en todas las cuestiones relacionadas con la dirección del Partido”.
Hitler en la prisión de Landsberg
En 1934 Hess estableció la Volksdeutsche Rat, un Consejo para alemanes que residían fuera del Reich, colaborando estrechamente con su antiguo profesor, Karl, que fue nombrado presidente. No obstante, a pesar de su enorme influencia y de su colaboración en episodios cruciales del nazismo, Hess fue el más retraído de los dirigentes nazis –algunos afirman que ello se debía a su afición al misticismo y al ocultismo-, por ello, la imagen que presentaba a la opinión pública era menos sanguinaria que la de otras figuras como Himmler, Göering o Goebbels. Durante mucho tiempo permaneció en estrecho contacto con Karl Haushofer, y así es como conoció a Albrecht, su hijo mayor, un estudioso del campo de la política exterior.
Albrecht, una de las personalidades más fascinantes y misteriosas del Reich, en palabras de J. Douglas-Hamilton, ejerció una enorme influencia sobre el lugarteniente de Hitler y en los futuros y extraños planes que acabaría trazando en el futuro. Albrecht, desencantado también con el Tratado de Versalles y la penosa situación de Alemania, consideraba a Francia la enemiga declarada de su país y sentía una gran atracción hacia Inglaterra, con la que deseaba una estrecha cooperación, el país al que acabaría mirando Hess para su gesta, sin duda por influencia directa del Haushofer.
Según Albrecht, la cooperación con Reino Unido era esencial y cualquier tipo de guerra en Europa inadmisible, pues en una contienda a gran escala no podía haber, a su juicio, ningún vencedor. Alemania, por tanto, debía lograr sus objetivos por medios pacíficos. Aquella idea calaría hondo en la mente del segundo en importancia de la élite nazi.
Agente doble
Albrecht Haushofer deseaba convertirse en una especie de conspirador en la sombra, que mostrase una forma de pensar abiertamente acorde con Hess y los nazis para obtener de ellos información que podría ser muy valiosa en el futuro. Aunque Albrecht no era bien visto por personajes como Goebbels o Heydrich, sin duda por su ascendencia judía, contaba con la ayuda incondicional de Hess, y bajo su influencia pudo realizar importantes viajes al extranjero que le servirían como toma de contacto para sus “planes” de paz que finalmente adoptaría el viceführer: viajaría a Japón, los Estados Unidos y varias veces a su amada Inglaterra. En 1933 recibió la oferta de un puesto oficial en Alemania como conferenciante de geopolítica en la Escuela Superior de Política de Berlín a través de su amigo nazi y su influencia era cada vez mayor en el estrecho círculo de la élite del Partido. Acabó convirtiéndose en el consejero personal de Rudolf Hess y en 1934 fue introducido por éste en el Dienststelle Ribbentrop, una oficina de asuntos exteriores nazi, trabajando a las órdenes de Von Ribbentrop y de Hess, aceptando misiones diplomáticas secretas, por lo que muchos le consideraban la “eminencia gris” de Hess y Hitler; sin embargo, comenzó un peligroso doble juego al entablar contacto con la resistencia alemana que pretendía derrocar al Führer, entre otras con la organización en la sombra conocida como “Sociedad de los Miércoles”.
Albrecht Haushofer
Su misión más importante estaría relacionada con Inglaterra y las negociaciones de paz. A finales de los años 30 tuvieron lugar varios intentos entre Alemania e Inglaterra, conversaciones que durante décadas han permanecido archivadas como “Alto Secreto” y que no dieron resultado debido a varios altercados, como el llamado “incidente de Venlo” –ver recuadro–. Ahora era Albrecht quien más involucrado estaría en esas negociaciones al más alto nivel, debido a las amistades que poseía entre los círculos más selectos de Londres.
Los primeros contactos tendrían lugar en agosto de 1936 cuando un grupo de miembros del Parlamento británico viajó a Berlín con motivo de las Olimpiadas celebradas por el Tercer Reich, entre ellos un tal lord Clydesdale, más tarde duque de Hamilton, curiosamente el personaje con el que pretendía entrevistarse Hess tras volar a Inglaterra en 1941, como veremos. Durante los Juegos, el viceführer se entrevistó con uno de los parlamentarios ingleses, Kenneth Lindsay, que quería saber lo que el nazi había querido decir al alfirmar que “el rey Eduardo VIII era el único capaz de mantener la paz en Europa”. Sin duda esta importante figura inglesa –ver recuadro– estaría involucrada en las negociaciones secretas de paz, pero su influencia no sería ni mucho menos la que le atribuían Hess y Haushofer.
Los duques de Windsor con Adolf Hitler
El 23 de enero de 1937, Clydesdale se encontró con Albrecht en Munich y éste le condujo a casa de su padre, Karl, que impresionó al lord inglés. Poco tiempo después de su regreso a Londres, Clydesdale escribió a Albrecht Haushofer señalando que había dado su nombre al Real Instituto de Asuntos Internacionales para que le invitaran a discutir sobre la posición económica de Alemania. Su acercamiento a las instituciones y dirigentes británicos era cada vez más efectiva. El destino, no obstante, no le depararía nada bueno.
Espionaje británico
Mucho se ha especulado sobre las verdaderas intenciones de Rudolf Hess a la hora de realizar una hazaña que permanece entre los grandes “sinsentidos” de la Segunda Guerra Mundial. Todavía hoy existen posturas enfrentadas entre los historiadores sobre su papel en las negociaciones de paz y el papel de Hitler en todo este entramado. Aunque el Führer se apresuraría a afirmar oficialmente que su lugarteniente estaba loco, lo cierto es que investigaciones recientes apuntan a que el viceführer sabía lo que hacía y que si se metió en la boca del lobo fue por el engaño de los Servicios de Espionaje ingleses, que le hicieron creer que el Foreign Office pretendía la paz cuando sus intenciones parece ser que eran precisamente todo lo contrario.
Hess era un excelente piloto
Sea como fuere, Hess estaba convencido de que su jefe jamás abriría una guerra en dos frentes –Rusia e Inglaterra– y en este sentido se equivocó de lleno, lo que le llevó a su propia ruina y descrédito y muy probablemente al comienzo del fin del nazismo. La noche del sábado 10 de mayo de 1941, Rudolf Hess, a bordo de un avión modelo Me-110 –ver recuadro– pertrechado con depósitos de combustible adicionales, puso rumbo a las islas británicas.
En su día, Albrecht había propuesto como intermediarios entre ambos gobiernos al “”más íntimo de mis amigos ingleses: el duque de Hamilton, que tiene acceso en todo momento a todas las personas importantes de Londres, incluso a Churchill y el rey”. Esa era la persona con la que pretendía reunirse Hess en Reino Unido, quien no conocía al viceführer, contrariamente a lo que durante décadas se ha mantenido como verdad oficial.
La operación fue llevada a cabo por el SO1 británico –Special Operations 1–, un departamento del Servicio de Inteligencia cuya existencia era tan secreta que muy poca gente llegó a conocer su existencia y que se dedicaba al arte de la guerra psicológica. Ésta fue conocida como la “Operación Señores HHHH” –Hitler, Hess, Karl y Albrecht Haushofer– fue planeada y realizada por un grupo de hombres muy selectos y conocida por muy pocos, incluso en el Foreign Office y tenía como objetivo parece ser que forzar a Hitler a atacar Rusia, haciéndole creer que en Inglaterra y los Estados Unidos existían importantes sectores que preferían una paz con Alemania, una alianza para destruir al enemigo común: el comunismo. La idea del Gobierno británico y por tanto la de Churchill era, por el contrario, buscar aliados, cuanto más poderosos mejor, para derrotar al nazismo. La opción de la paz había sido descartada y eso era algo que ni Albrecht ni Hess sabían cuando éste emprendió su vuelo. Era una forma de ganar tiempo y el SO1 utilizó a los Haushofer para llegar hasta la cúpula del nazismo. Tenían acceso al viceführer, y a través de él a Hitler.
Sir Winston Churchill en Downing Street
En octubre de 1940 Rudolf Hess le explicó a Ernst Bohle, director de la Auslandorganisation, que quería discutir una “misión de alto secreto” de la que nadie, ni siquiera su familia, podía saber nada. Entre 1940 y la primavera de 1941 realizó varios vuelos que a día de hoy nadie sabe a ciencia cierta a dónde le llevaron –investigadores como Martin Allen creen que voló a Suiza para reunirse de forma secreta con Samuel Hoare, embajador británico en España y uno de los hombres fuertes de la conspiración de los servicios secretos–.. Por otra parte, la influencia de Hess sobre Hitler había sufrido un importante declive en los últimos años y quizá aquel vuelo fue también un último intento del viceführer de mostrar su lealtad incondicional y su espíritu de sacrificio al dictador alemán.
El sábado 10 de mayo de 1941, Rudolf Hess se puso el uniforme de oberleutnant de la Luftwaffe –la fuerza aérea alemana–, se dirigió a Augsburgo, donde se hizo con el Me-110–, dejó una carta para Hitler a su ayudante y emprendió su hazaña.
Voló sobre el norte de Alemania, en línea recta hacia el Mar del Norte y las islas Farne, en dirección a Dungavel House, la residencia del duque de Hamilton en Lanarkshire. Mientras volaba hacia el Oeste fue interceptado por dos Hurricanes, pero consiguió esquivarlos. Después identificó lo que creyó que era la mansión citada, y aunque un Defiant de la R.A.F. fue enviado en su busca desde Prestwick, Hess pilotaba uno de los aviones más rápidos del mundo. Se preparó para lanzarse en paracaídas aunque no le fue fácil salir del Me-110; sólo pudo hacerlo situando el aparato boca abajo. Cayó en una granja en Engleshan, Escocia, torciéndose un tobillo. Fue encontrado por el granjero David McLean, quien le llevó a su casa. Pronto llegaron las autoridades y, considerándolo prisionero de guerra y conducido a los cuarteles de Maryhill, en Glasgow.
Restos del Messerschmidtt BF-110E pilotado por Hess
Se había identificado como “oberleutnant Alfred Horn” y pidió ver al duque de Hamilton. El 11 de mayo de 1941, Clydesdale, ahora lord administrador, llegó junto con un oficial interrogador de la R.A.F. a los cuarteles de Maryhill. Primero examinaron los efectos personales del prisionero: una cámara Leica, un mapa, medicamentos, fotos de familia y las tarjetas de visita de Karl y Albrecht Haushofer. Ante Hamilton Hess desveló su verdadera identidad, afirmando que había aterrizado en “misión de humanidad y que el Führer no deseaba derrotar a Inglaterra, sino suspender el combate”. Al contrario de lo que Hess creyó, ni Hamilton le esperaba en Inglaterra ni Churchill estaba dispuesto a sellar la paz. Sin embargo, tenían en su poder al viceführer nazi, algo verdaderamente positivo para los Servicios de Inteligencia y Propaganda. Pero se optó por guardar absoluto silencio.
Cuando Hitler abrió la carta de Hess contándole sus planes montó en cólera. Rudolf había escrito: “Mi Führer, cuando reciba usted esta carta, yo ya estaré en Inglaterra. Ya puede usted imaginarse que la decisión de dar este paso no ha sido fácil para mí […]”. Continuaba afirmando que estaba convencido de que Hitler deseaba todavía un arreglo anglo-germano. Y continuaba diciendo al Führer que si algo salía mal “diga usted que estoy loco”. Fue precisamente lo que hizo el líder ante el pueblo alemán para justificar aquel plan del que quizá él tenía pleno conocimiento…
No obstante, aquel arriesgado vuelo no podía ser beneficioso ni para Alemania ni para Reino Unido: Hitler temía que la moral de sus tropas se viniera abajo si mientras arengaba a las mismas a continuar la lucha creían que negociaba con los ingleses; por su parte, Churchill creía que los norteamericanos podrían considerar que negociaban a sus espaldas con los nazis y les ocultaban información, perdiendo un aliado vital para ganar el conflicto.
Sea cual fuera la verdad de un episodio tan increíble como cierto llevado a cabo inexplicablemente por un hombre con un inconmesurable poder cuando Alemania obtenía victorias en todos los frentes, el Gobierno inglés decidió guardar silencio. Hitler por su parte temía que Hess revelara al enemigo los planes nazis de un ataque a Rusia, pero aún así el Führer decidió llevar a cabo su gran ofensiva hacia el Este. La “Operación Barbarroja” abría un segundo frente alemán, algo que Hess jamás creyó que sucedería. Las operaciones de espionaje ingleses habían sido todo un éxito: al hacer creer a los nazis que Reino Unido quería la paz, éstos decidieron emprender la lucha hacia el Este, un lugar de continuar la conquista hacia Oriente, hacia Turquía, pudiéndose hacer con los yacimientos de petróleo de los que dependía Inglaterra, desabasteciendo al ejército de Churchill.
Orquestando la "Operación Barbarroja"
Ahora Inglaterra podía continuar la ofensiva contra Alemania. La “operación Señores HHHH”, que ha permanecido como Alto Secreto durante décadas, tuvo un papel muy importante en la victoria final aliada.
El «enajenado» Hess y el desdichado Hauschofer
Cuando Adolf Hitler supo a través de las emisoras británicas que su lugarteniente estaba en manos aliadas por su decisión propia, las SS y la Gestapo emprendieron la detención de todos aquellos que habían mantenido una estrecha relación con Hess. Reinhard Heydrich encargó unos informes que revelaron que el viceführer había estado consultando a astrólogos, médicos naturistas y antroposofistas y un gran número de ellos fue encarcelado, mientras Karl Haushofer era colocado bajo custodia y Albrecht llamado por el Führer para que le diera una explicación.
Reinhard Heydrich
Oficialmente, el Partido nazi declaró que una carta que Rudolf dejó tras de sí indicaba una afección mental que justificaba el temor de que había sido víctima de alucinaciones y que emprendió el vuelo sin el conocimiento de nadie. Hess, eterno idealista y enfermo, había sufrido una “visión” mesiánica y tratado de salvar al Imperio Británico de la inevitable destrucción que le aguardaba. Sin embargo, en sus interrogatorios al oficial nazi, el duque de Hamilton no observó signo alguno de locura, a pesar de que por sus argumentaciones le parecía un hombre “fanático y estúpido”.
Los nazis continuaban afirmando que Hess estaba enajenado e insistían en sus relaciones con organizaciones de tipo espiritual y sus vínculos con el ocultismo. Goebbels, ministro de propaganda alemán, declaró que el viceführer había visitado astrólogos y místicos y que había ingerido extrañas pociones antes del nacimiento de su hijo. Después de su nacimiento, danzó de forma similar a como se hacía en las celebraciones de natalicios de los indios norteamericanos, y todo gauleiter –líder de Zona– tuvo que enviar un receptáculo que contuviese tierra alemana a Hess, tierra que fue colocada debajo de la cuna, de modo que su hijo empezara su vida, en sentido simbólico, sobre tierra germana.
Es cierto que Rudolf Hess había pertenecido a la organización secreta conocida como Orden de Thule y que era un apasionado de las teorías teosóficas de Madame Blavatsky, pero otros nazis como Himmler e incluso Hitler tenían también fuertes vínculos con el ocultismo, lo que echa por tierra las explicaciones de la élite nazi. Hess viajó a Inglaterra por una causa mucho más mundana pero no por ello menos noble que había sido orquestado por los Servicios Secretos ingleses a través de Albrecht Haushofer, que sería finalmente el cabeza de turco de esta compleja trama.
Emblema de la Sociedad Secreta Thule
El experto en asuntos exteriores no tardaría en caer en desgracia, considerado el artífice del vuelo de Hess, semijudío y traidor tras conocerse sus vínculos con grupos de la resistencia. Fue encerrado en la prisión de la Gestapo de Prinz-Albrecht-Strasse de Berlín, para ser interrogado por el gruppenführer de las SS Müller, mano derecha de Himmler. Heydrich también estaba convencido de que Albrecht era un traidor potencial y Ribbentrop le odiaba todavía más. Es extraño que no fuera ejecutado al instante, pero lo cierto es que la madeja de la conspiración estaba todavía más enredada de lo que parecía…
Himmler, el intento de paz y la caída
Si algo evitó que Albrecht Haushofer fuera ejecutado de inmediato por las SS fue el interés que Heinrich Himmler, según recoge J. Douglas-Hamilton en la obra Rudolf Hess. Misión sin retorno, en mantenerlo vivo para lograr sus pretensiones de sellar la paz con Inglaterra a espaldas del Führer e incluso, al parecer, desbancar a éste del poder. Fuera cual fuese la verdad, que quizá nunca sabremos, lo cierto es que tras varias operaciones encubiertas este “plan” secreto tampoco pudo llevarse a cabo. Cuando Albrecht dejó de serle útil al reichsführer, en septiembre de 1944, intentó escapar, refugiándose en los Alpes bávaros, en casa de una tal señora Zahler. El 7 de diciembre, tres agentes de la Gestapo le localizaron y fue conducido a la prisión de Moabit, en Berlín y más tarde trasladado a la prisión de la Gestapo, en Prinz-Albrecht-Strasse. A mediados de abril de 1945, cuando los rusos habían cercado Berlín y estaba clara la derrota alemana, agentes de la Gestapo y la R.S.H.A. –Oficina Central de Seguridad del Reich– destruyeron todos los archivos que comprometían a Müller, entre ellos las notas tomadas durante los interrogatorios a Albrecht Haushofer.
Prinz-Albrecht-Strasse
La noche del 21 de abril, Albrecht, junto a otros quince prisioneros, fue sacado de la prisión y fusilado. Meses después, el 11 de marzo de 1946, con una Alemania en ruinas mucho más decadente que aquella que debía aceptar las presiones del Tratado de Versalles, el profesor Karl Haushofer y su mujer Martha se internaron en el bosque, a un kilómetro de su cabaña, tomaron veneno y la mujer se ahorcó. El profesor, incapaz de seguirla, soportó los dolores del veneno hasta la muerte. Sus cuerpos fueron hallados al día siguiente por Heinz, el hijo menor. La tragedia se había consumado.
Nuremberg, la prisión y la muerte
Tras la guerra, Rudolf Hess fue conducido a Nuremberg para ser juzgado como criminal de guerra nazi. Durante un tiempo fingió no recordar nada e incluso no conocer a sus antiguos camaradas –entre ellos Göering y Ribbentrop–. Engañó a los psiquiatras, que adujeron un trastorno mental, pero finalmente admitió estar completamente cuerdo e insistió en su voluntad de proseguir el proceso. No se arrepentía de ninguna de las atrocidades que los nazis habían cometido, por lo que considerarle un “héroe” por su hazaña, como reivindican algunos sectores ultraderechistas, es sin duda una falacia, como se desprende de sus propias palabras en el juicio: “Durante muchos años de mi vida, me fue dado trabajar a las órdenes del hombre más grande que mi país ha producido en su milenaria historia. […] No me arrepiento de nada”.
Hess bromea con Göring en Nuremberg
El tribunal de Nuremberg declaró al antiguo lugarteniente de Hitler culpable de haber hecho preparativos para la guerra y de haber conspirado contra la paz. Fue conducido al presidio de Spandau, en Berlín y condenado a cadena perpetua. Desde 1966 hasta su muerte fue el único prisionero de Spandau, vigilado por hasta 200 hombres, y murió el 17 de agosto de 1987, a los 93 años de edad, en extrañas circunstancias. El informe oficial de la autopsia indica que se suicidó mediante estrangulamiento, aunque se acusó a los servicios secretos británicos de haberle asesinado para evitar su puesta en libertad. Quizá de esta forma se llevaba un secreto incómodo con él a la tumba.
Lejos quedaban los intentos de Albrecht Haushofer de negociar la paz, aunque todavía hoy existen documentos clasificados como secretos en relación al extraño viaje de Hess y a las operaciones de Inteligencia vinculadas al mismo.
Albrecht, que fue una de las víctimas de la locura de aquella guerra que trató de evitar por todos los medios y que fue asesinado sin ningún tipo de escrúpulo por sus verdugos, nos dejó un desgarrador testimonio de la barbarie del nazismo y la guerra, los Sonetos de Moabit, el mejor y más conmovedor punto y final a este gran secreto de la Segunda Guerra Mundial que tanto tiempo permaneció silenciado: “Hay épocas en las que la locura domina la tierra, y es entonces, cuando los mejores son ahorcados”.
Óscar Herradón
Texto publicado originalmente en la revista ENIGMAS