Quemar libros: historia de la destrucción del conocimiento (I)

Desde el mismo momento que el hombre ha compilado el saber, otros se han encargado de destruirlo. La historia está llena de episodios de quema de libros, y ahora un ensayo del bibliotecario de Bodley, en Oxford, Richard Ovenden, publicado por Crítica, nos recuerda ese ignominioso ejercicio de desmemoria a través de los episodios más destacados desde el más remoto pasado hasta la actualidad.

Óscar Herradón ©

Quema de libros en la Bebelplatz de Berlín por los nazis

La historia del hombre ha visto como eran destruidos millones de textos de la mano de no pocos personajes, que Fernando Báez, miembro de la UNESCO y autor del ensayo Historia Universal de la Destrucción de Libros,  denomina «biblioclastas», esto es, amantes de la destrucción de escritos y bibliotecas. Según los historiadores y expertos en la materia, el primer bibliocasta en masa fue el emperador chino Shi Huangdi, apodado «el destructor», famoso por ordenar la construcción de la Gran Muralla y por mandar que lo enterraran en una monumental tumba en Xianyang, custodiada por un ejército de miles de soldados de terracota en los que trabajaron unos 700.000 hombres durante casi cuarenta años. Gran guerrero y mejor conquistador, en el año 215 a.C. Huangdi, tras reducir numerosos feudos y arrasar cientos de territorios asesinando a sus administradores, logró edificar uno de los imperios más colosales de Oriente.

El Destructor mandó crear una gran biblioteca –generalmente, y aunque parezca una contradicción, los destructores de libros sintieron especial interés por diversos campos del saber– en la que promovió los textos favorables a su régimen, confiscando el resto de los escritos. Sus soldados recorrían casa por casa recogiendo todos los libros que encontraban a su paso; tras las incómodas visitas, encendían grandes piras y los quemaban ante los ojos atónitos de sus poseedores. Si alguien cometía la osadía de ocultar un libro y era descubierto, se le enviaba a trabajar en la construcción de la Gran Muralla, empresa realmente temida, pues fue la tumba de miles de hombres.

Durante su mandato, numerosas personas fueron torturadas y algunas asesinadas por el tremendo desafío de cobijar textos, y cientos de libros destruidos; entre ellos, los que promulgaban las enseñanzas de Confucio, dogma que Shi Huangdi odiaba especialmente. Curiosamente, la biblioteca edificada por el primer biblioclasta de la historia desapareció en el año 206 a.C. tras la guerra civil que asoló el país. El emperador, que no fue capaz de evitarlo, supo entonces qué significaba perder los libros entre las llamas.

Saqueo de Bukhara

El Imperio Mongol fue proclive también a la destrucción de los textos de sus opositores. Cuando el temido Gengis Khan atacó con sus tropas la mezquita de Bukhara, algunos cofres llenos de libros y de manuscritos sagrados fueron llevados al patio y eliminados. Según la crónica de lo sucedido, los cofres, celosos guardianes de la sabiduría de todo un pueblo, se utilizaron como pesebres en las caballerizas. Años después, su descendiente Hulagu Khan, realizó una acción similar en la ciudad de Bagdad, que volvería a sufrir el azote de la intolerancia en 2003, durante la Segunda Guerra de Irak, con la destrucción de gran parte de su legado cultural. Cuando Hulagu Khan arrasó este territorio, corría el año 1257; poco más de cien años después, en 1393, Tamerlán asoló Siria, eliminando todos los libros de sus enemigos. Casos similares en la antigüedad pueden contarse a centenares, y después. 

Bibliotecas en llamas

El amor al saber de algunos ha estado ligado desde tiempos inmemoriales por el afán de otros por destruir todo aquello que suponía un avance del pensamiento. No solo el libro, de forma aislada, como en la China de Shi Huangdi o en la Alemania nazi, fue destruido; el hogar de éste por excelencia, la biblioteca, no ha corrido mejor suerte que los escritos que se ocupó de albergar entre sus paredes, propensas a ser reducidas a escombros por las tristes acciones de la intolerancia humana.

Así, la historia de la construcción de estos templos del saber aparece irremediablemente ligada a la historia de su destrucción, en ocasiones por causas naturales –incendios, terremotos, inundaciones…–, pero principalmente a causa del hombre. Cientos de bibliotecas históricas fueron pasto de las llamas y con ellas se perdió su inmensa riqueza cultural, centros de los que solo tenemos referencia a través de las citas o relatos de antiguos historiadores, escritores o cronistas. Fue el caso de bibliotecas legendarias como la de Alejandría o la de Pérgamo, contemporánea de la primera, que probablemente no dieran cobijo a ningún libro con poderes sobrenaturales, fruto más de la leyenda que de la realidad, pero que fueron, sin duda alguna, un vasto almacén de sabiduría cuya pérdida supuso un retroceso de siglos en el avance de la ciencia y el pensamiento del hombre.

PARA SABER UN POCO (MUCHO) MÁS:

BÁEZ, Fernando: Historia universal de la destrucción de libros. Destino (Imago Mundi), 2004.

Recientemente, Crítica publicaba Quemar libros. Una historia de la destrucción deliberada del conocimiento, del bibliotecario de Bodley desde 2014 (y que ocupa el cargo de alto ejecutivo de las Bibliotecas Bodleianas de la Universidad de Oxford) Richard Ovenden. Nadie mejor que él para repasar la historia de la destrucción del saber, pues con anterioridad desempeñó distintos puestos en la Biblioteca de la Universidad de Durham, la Biblioteca de la Cámara de los Lores, la Biblioteca Nacional de Escocia y la Universidad de Edimburgo, siendo además Tesorero del Consorcio de Bibliotecas de Investigación Europeas, Presidente de la Coalición pra la Conservación Digital y miembro de la Junta del Consejo de Recursos de Bibliotecas e Información de Washington D.C. Casi nada.

Goebbels

El autor toma como punto de partida la infame quema de libros «no alemanes» y judíos de 1933 en la Bebelplatz de Berlín (a la que siguieron numerosas quemas en otras universidades del país) instigada por el Ministro de Propaganda de la Alemania nazi Joseph Goebbels. Aquel acto de intransigencia y fanatismo daba una idea bastante inequívoca sobre las intenciones del nacionalsocialismo: se cumplía la máxima de «se empieza quemando libros, y se acaba quemando hombres». En Quemar libros, nos sumergimos en un viaje de 3.000 años a través de la destrucción del conocimiento y la lucha por preservarlo de los biblioclastas de todo color y pelaje.

Así, descubrimos, como señalábamos en la primera parte de este post, que los ataques a las bibliotecas han sido una constante desde la antigüedad, pero que lamentablemente han incrementado su frecuencia e intensidad en la Edad Moderna. Baste recordar la destrucción de la cultura promovida por el ISIS o la destrucción de un millón de libros en Irak tras la segunda invasión norteamericana. El hombre cometiendo una y otra vez los mismos errores del pasado.

Byron

Como evidencia Ovenden en estas apasionadas (y apasionantes) páginas, las bibliotecas son mucho más que almacenes de literatura; al conservar documentos legales como la Carta Magna o registros censales, también defienden la ley y los derechos de los ciudadanos –de ahí que numerosos tiranos y dictadores hayan puesto gran empeño y medios en destruirlas–; el libro se traza un análisis completo, desde lo que realmente sucedió con la Biblioteca de Alejandría (asunto del que nos ocuparemos en el siguiente post) hasta los papeles de la generación Windrush (el denigrante trato a la generación de inmigrantes caribeños que llegaron a Reino Unido tras la Segunda Guerra Mundial), y desde Donald Trump borrando tweets vergonzosos (que normalmente alguién ya había capturado) hasta la compañía editorial inglesa John Murray quemando las memorias de Lord Byron en nombre de la censura.

Richard Ovenden (Source: Wikipedia)

Quemar libros es también la historia de los que defendieron el saber frente a la intolerancia, la de un sorprendente abanicos de arqueólogos autodidactas, aventureros, filántropos, poetas, activistas y bibliotecarios que recorrieron un heroico camino para conservar y rescatar el conocimiento, también en los grandes conflictos bélicos de la historia, con la noble intención de conservar y rescatar el conocimiento y garantizar así la supervivencia de la civilización, que no es nada si no está respaldada en el saber y la tolerancia.

The Times no escatima elogios hacie el libro: «Apasionante e iluminador. Este espléndido libro revela cómo, en el mundo actual de noticias falsas y hechos alternativos, las bibliotecas se mantienen como desafiantes guardianes de la verdad».

He aquí la forma de adquirirlo en papel y en libro electrónico:

https://www.planetadelibros.com/libro-quemar-libros/329802

Richard Sorge: un espía impecable (III)

Fue uno de los grandes agentes de inteligencia del siglo XX, y sin embargo es un gran desconocido en Occidente. De origen alemán, trabajó para los rusos en Japón, donde obtuvo una relevante y delicada información vital para el esfuerzo de guerra aliado, aunque el país del sol naciente sería también su tumba. Ahora, la editorial Crítica publica un ensayo que devuelve al personaje a su justo lugar en la historia contemporánea.

Óscar Herradón ©

Sería precisamente en el país del sol naciente donde Sorge realizaría su más brillante labor de Inteligencia, constituyendo una red que hoy día se considera como de las más eficientes de la Segunda Guerra Mundial. Japón era entonces un país hostil. De hecho, al igual que hiciera Alemania, había roto sus compromisos con la Sociedad de Naciones y todo ciudadano que viniera de fuera se consideraba sospechoso. Sorge no debía mantener ningún contacto, por pequeño que fuera, con la embajada rusa en el país, ni con el Partido Comunista Japonés clandestino.

La tapadera que utilizaría Sorge sería de nuevo la de periodista alemán, por ello, tras dejar Moscú el 7 de mayo de 1933 y una relación de varios meses con una soviética de nombre Ekaterina Maximova, se dirigió a Berlín, una vez más bajo el nombre falso de «Ramsay». Debía obtener un carnet de periodista y un pasaporte auténtico, todo ello burlando en la Gestapo. En aquello ocasión solicitó entrar a formar parte del Partido Nazi, aunque aquel intento no prosperaría hasta unos años después. Todo un temerario agente secreto.

Sí se puso en contacto, no obstante, con la Asociación de Prensa Nazi, una buena tapadera para un espía reconvertido en periodista, que utilizó para presentarse en la policía a solicitar un nuevo pasaporte alemán. Lo consiguió, así como cartas de recomendación. Consiguió que le contrataran dos periódicos para el envío de crónicas sobre Japón: el Börsen Zeitung y el Tägliche Rundschau, a cuyo jefe de redacción, conocido como el doctor Zeller, con el que trabó amistad gracias a que ambos eran ex combatientes, le facilitó una carta de presentación para el teniente Eugen Ott, destinado en un regimiento de artillería japonés en la ciudad de Nagoya.

Eugen Ott
Haushofer

De hecho, para viajar hasta el país del Sol Naciente y evitar los rigurosos controles de los puertos del norte de Alemania, el Centro acordó que el espía pasara a Francia y luego a Estados Unidos. En Nueva York y Chicago se entrevistó con dos miembros del Komintern y se enteró, gracias a éstos, que su colaborador japonés partiría de California. En Washington se presentó al embajador nipón con una carta de recomendación del profesor Karl Haushofer –teórico de la geopolítica que impulsaría la Lebensraum nazi– y el nipón le entregó otra dirigida al Departamento de Información del Ministerio de Asuntos Exteriores en Tokio. Richard Sorge era ahora otra persona que no despertaría sospecha alguna.

El agente llegó a Japón a finales del verano de 1933, un país conflictivo, con un gobierno confuso dirigido por un emperador, Hirohito, que era una suerte de dios viviente. No debería bajar la guardia. Aún no lo sabía, pero se había metido en la boca del lobo.

En el corazón del Sol Naciente

Vukelic

Salvo en clubs internacionales –a los que Sorge era muy asiduo– de Yokohama y Kobe, los extranjeros podían ver la animadversión que despertaban en Japón. No sería fácil pasar desapercibido en aquel ambiente y, sin embargo, nuestro agente sería un maestro de la ocultación. El operador de radio que le asignaron usaba el nombre en clave de «Bernhardt» y un tercer miembro del círculo era Branko Vukelic, un croata hijo de un oficial del imperio austro-húngaro, militante de izquierdas que vivía en Japón con su esposa y su hijo pequeño. No era el único agente que aguardaba las órdenes de Sorge. El japonés Miyagi Yotogu era aquel que le habían dicho que viajaría desde California para unirse a él en la capital nipona.

Ozaki

La labor de Miyagi, que adoptó el nombre de «Joe» tras unirse al partido comunista norteamericano en los años 20 y que no era ni mucho menos un experimentado agente, sería informar de los problemas políticos y militares de Japón. Su principal mérito radicaba en que sabía leer y escribir japonés, limitándose a proporcionar a Sorge noticias y opiniones recogidas en diarios y revistas del país. Sin embargo, sería éste quien cinco meses después, y por petición de su jefe, acudiría a entrevistarse con Hotsumi Ozaki, «el primer y más importante socio» de Sorge en China.

Unos días después, se encontraron ambos en un parque y nuestro protagonista le pidió reanudar sus actividades secretas. Ya existía la red Sorge, con sede central en Tokio, un círculo secreto cuya principal misión sería obtener información clave y clasificada sobre asuntos militares, diplomáticos, financieros o de índole política y económica, además de secretos militares o relacionados con recursos de tipo estratégico. Toda esa información sería puntual y debidamente enviada a sus jefes en Moscú.

Ozaki sería el principal agente de Sorge, y le facilitaría a lo largo de siete años informes secretos de un valor incalculable. Sin embargo, también otros personajes serían clave en la labor del agente: gracias a la carta de recomendación que le entregó el jefe de redacción del Tägliche Rundschau, el doctor Zeller, el espía pudo entrar en contacto con el teniente coronel Eugene Ott, quien convertiría en su más importante enlace con la colonia alemana en Tokio.

Richard Sorge causaría un gran impacto –por un lado simpatía y por otro animadversión– en aquella comunidad de rigurosas normas sociales: excelente conversador, divertido, dado al alcohol y mujeriego empedernido, solía presentarse a las fiestas de sociedad vestido con ropa de calle, despreciando el elegante esmoquin de rigor, o simplemente no presentándose lo que ofendía a muchos. No le importaba lo más mínimo, teniendo en cuenta su carácter bohemio y desenfadado. Era un hombre inquieto e incombustible cuya peligrosa labor no le dejaba demasiado tiempo para relajarse.

Lo más granado de la sociedad japonesa de Entreguerras

Gracias a las buenas amistades que hizo Sorge durante su primer año en Japón, entró en contacto con el príncipe Albrecht von Urach, nada menos que el corresponsal del órgano oficial del Partido Nazi en Japón, el Völkischer Beobachter. También entabló relación con Herbert von Dirksen, nuevo embajador alemán: Alemania y Japón se hallaban muy unidos desde que ambos países abandonaran la Sociedad de Naciones. Sus buenas relaciones con el embajada germana mejoraron cuando llegó a Tokio, en 1934. El capitán Paul Wenneker, nuevo agregado naval.

En la primavera de ese año, el problema principal que Sorge habría de investigar –las intenciones japonesas hacia la URSS– tenía importancia especial, ya que, durante el invierno, las relaciones entre ambos países se habían tensado. Para la mayor parte de los agregados militares en Tokio, el conflicto militar soviético-japonés resultaba ya probable en 1935, sin embargo, Sorge, a través de un minucioso análisis de la situación política, llegó a la conclusión de que el conflicto no estallaría. Acertó.

Miyagi había conseguido crear toda una red de informantes distribuidos por gran parte del país, entre ellos Akiyama Koji, a quien había conocido en sus años en California y de quien recibiría una valiosa ayuda tiempo después. Akiyama, que se había graduado en una escuela superior comercial en los EEUU, comenzó a traducir documentos secretos al inglés que pondría a disposición de la red.

Sorge –el cuarto por la derecha en la fila superior– en 1923

Entre conferencias de prensa, reuniones en los bares –donde solía aguzar el oído para recoger cualquier información– y fiestas con las más importantes personalidades del lugar, Sorge iba engrosando el número de informes valiosos para Moscú. El encargado de convertir en copias fotográficas los informes era Vukelic, quien transformaba los preciados documentos en microfilms que eran enviados a la capital rusa por correos humanos. Quien más problemas dio en la organización sería «Bernhard», que siempre estaba ebrio y en muchas ocasiones no enviaba la información por radio.

Puesto que había tantos problemas con la eficiencia del técnico de radio, los informes secretos de mayor valor eran enviados utilizando correos humanos a través de Shanghái, lo que implicaba un gran riesgo. Se sabe que el propio Sorge realizaría este papel en varias ocasiones. Finalmente, el espía sería admitido oficialmente en el Partido Nazi, lo que le proporcionaba una cobertura mucho más segura. Sostenido económicamente desde Moscú, el «grupo Sorge» recibiría entre 1936 y 1941 alrededor de 40.000 dólares. Sin embargo, a la hora de la verdad, se quedarían completamente solos.

Tokio-Berlín-Moscú: informes secretos

Inukai

El valor de sus transmisiones era cada vez mayor. Lo que más le interesaba a la red Sorge era la información concerniente a los movimientos ultraderechistas japoneses, que eran ferozmente anticomunistas y podían suponer un peligro en la dirección del Ejército a la hora de tomar una decisión: buscaban un enfrentamiento directo con la URSS. Era un trabajo difícil, pues debían mezclarse con fascistas y radicales de derechas como los que habían acabado con el jefe de gobierno, Inukai Tsuyoshi, en 1932.

Tientsin en 1930

Otro de los colaboradores más fiables de nuestro protagonista fue Kawai Teikichi, que había sido durante semanas sometido a brutales interrogatorios por parte de la policía japonesa de Shanghái y que también era conocido de Ozaki. Poseía una librería en Tientsin (Tianjin) que le servía como centro de operaciones. Debía, además, conseguir otro operador de radio que reemplazase a «Bernhardt» –al que había hecho regresar a Moscú por su incompetencia y haber puesto en peligro la red de espionaje–. Depender únicamente de los «correos humanos» era harto peligroso. 

Uritsky

Sorge volvió a viajar a través de los EEUU y en Nueva York le proporcionaron un pasaporte falso con ciudadanía austríaca, para después embarcar hacia Francia y de allí hacia Rusia. En Moscú, se encontró por primera vez con el general Semyon Petrovich Uritsky, que en 1919 había alcanzado el cargo de jefe de operaciones del servicio secreto del Ejército Rojo y que en 1935 había sustituido a Berzin –víctima de las purgas de Stalin­– como nuevo jefe del Cuarto Buró. Allí consiguió que sus jefes designaran como nuevo operador de radio al técnico alemán Klausen, que ya había trabajado con él en China. El agente regresó a Japón a través de Europa y EEUU. Gracias a sus excelentes contactos, le dieron un despacho en la embajada alemana, y poniendo en grave riesgo su propia vida, fotografiaba todos los documentos que necesitaba, valiéndose de una cámara automática.

El riesgo era continuado, y aumentó cuando fue detenido Kawai Teikichi el 21 de enero de 1936. Las autoridades lo trasladaron a la prisión de Hsinking, en cuyos sótanos fue sometido, durante días, a brutales torturas para que confesara, pero guardó un estoico silencio digno de elogio. La red Sorge seguía libre de toda sospecha. De momento…

Prisión de Hsinking

Gracias a sus informes, los soviéticos conocían mucho mejor los problemas del Lejano Oriente que los gobiernos norteamericano y alemán, informes cuidadosamente planificados en los que Richard Sorge no se limitaban a recopilar información sino memorandos personales muy trabajados en los que, basándose en sus conocimientos de economía, política y diplomacia, sacaba sus propias conclusiones sobre la situación internacional y japonesa.

El matrimonio Ott

Nadie sospechaba que pudiera ser un espía, y mucho menos que, de realizar dicha labor, lo hiciera para los comunistas. Prueba de ello es que recibió la proposición de dirigir la sección local del Partido Nazi. Sostenía con los alemanes unas excelentes relaciones, lo que provocó que en 1936 Sorge obtuviera «una colocación reconocida de secretario oficioso del agregado militar», es decir, de su colega Eugene Ott, lo que le abría sorprendentes posibilidades de realizar su tarea clandestina. Al convertirse en su hombre de confianza, disponiendo incluso de despacho propio, tuvo acceso en la embajada a documentos secretos que, de otra manera, le habría sido prácticamente imposible conseguir.

Como no podía retirarse con los documentos, se limitaba a leerlos y recoger mentalmente sus puntos esenciales. En alguna ocasión, no obstante, conseguía llevar algunos a su despacho y fotografiarlos con una cámara en miniatura, corriendo gran riesgo, puesto que no podía echar la llave o despertaría las sospechas de los funcionarios. Sin embargo, sólo estaba prohibido fotografiar los documentos, no leerlos, por lo que cuando uno llegaba a sus manos podía permanecer una hora en cualquier despacho sin ser molestado, memorizando sus partes más decisivas. Entre otros asuntos, informó de conferencias secretas en Berlín entre personalidades alemanas y japonesas.

Embajada alemana en Tokio

Ozaki continuaba siendo el más eficiente de sus colaboradores: en verano de 1936 fue elegido miembro de la delegación japonesa para el Congreso del Instituto de Relaciones del Pacífico que tuvo lugar en Yosemite, California, a donde fue en calidad de intérprete, obteniendo información de primera mano. En agosto de ese mismo año. Sorge fue a Pekín con la excusa de asistir a una conferencias de periodistas extranjeros, aunque su verdadera misión consistía en recorrer Mongolia Interior y obtener informes de las tropas niponas allí concertadas. En 1938 viajaría a Hong Kong y le entregaría a un correo informes secretos que venía acumulando. Era tan sutil su trabajo, que el mismo embajador alemán lo envía a Manila con el propósito de llevar información reservada. Tenían al enemigo en casa y ni siquiera lo sospechaban.

Klausen

Fue también en 1938 cuando sufrió un accidente de motocicleta hallándose ebrio: auténtico loco de la velocidad, iba a casi cien por hora cuando se estrelló contra la pared ¡de la Embajada norteamericana de Tokio! Pudo haber muerto, pero finalmente el impacto no fue tan grave, aunque en ese momento fue trasladado sangrando abundantemente hasta el hospital de St. Luke, cuando le visitó el agente secreto soviético Max Klausen. Corrían un verdadero peligro así que Sorge le entregó los informes en inglés para un agente soviético que iba a hacer de correo y dinero norteamericano que llevaba en el bolsillo y que podría haber despertado sospechas. Sorge perdió casi todos sus dientes y se había fracturado la mandíbula. Fue cuidado con mimo por el matrimonio Ott, que lo tuvieron en su casa hasta su total recuperación. A pesar de que los engañaba, se había convertido en verdaderos amigos, quizá los únicos que tenía.

Este post tendrá una última e inminente entrega en «Dentro del Pandemónium».

PARA SABER UN POQUITO (MUCHO) MÁS:

–HERRADÓN, Óscar: Espías de Hitler. Las operaciones de espionaje más importantes y controvertidas de la Segunda Guerra Mundial. Ediciones Luciérnaga (Gruplo Planeta), 2016.

–MATAS, Vicente: Sorge. Los Revolucionarios del Siglo XX. 1978.

–WHYMANT, Robert: Stalin’s Spy: Richard Sorge and the Tokyo Espionage Ring. I. B. Tauris and & Co Ltd, 2006.

UN ESPÍA IMPECABLE:

Y para ahondar en la figura de Sorge con datos completamente actualizados (basados en informes confidenciales recientemente desclasificados y nueva documentación reveladora), nada mejor que sumergirnos en las páginas de Un espía impecable. Richard Sorge, el maestro de espías al servicio de Stalin, que acaba de publicar Crítica en una alucinante edición en tapa dura. Su autor, Owen Matthews es un periodista de dilatada trayectoria que ha estado en primera línea de fuego en diferentes conflictos como corresponsal de la revista Newsweek en Moscú. Nadie mejor que él, pues, para hablarnos de un agente secreto en nómina del Kremlin que también fue un aventurero y también arriesgó su seguridad en pos de un ideal.

Con formación en Historia Moderna por la Universidad de Oxford, antes de entrar en Newsweek, al comienzo de su carrera periodística, Matthews cubrió la guerra de Bosnia y ya en las filas de dicha publicación cubrió la segunda guerra chechena, la de Afganistán y la de Irak, así como el conflicto del este de Ucrania. Ha sido colaborador también de medios tan importantes como The Guardian, The Observer y The Independent y ganó varios premios con su libro de 2008 Stalin’s Children. Un espía impecable ha sido elegido libro del año por The Economist y The Sunday Times. He aquí el enlace para adquirirlo:

https://www.planetadelibros.com/libro-un-espia-impecable/324957

Richard Sorge: un espía impecable (I)

Fue uno de los grandes agentes de inteligencia del siglo XX, y sin embargo es un gran desconocido en Occidente. De origen alemán, trabajó para los rusos en Japón, donde obtuvo una relevante y delicada información vital para el esfuerzo de guerra aliado, aunque el país del sol naciente sería también su tumba. Ahora, la editorial Crítica publica un ensayo que devuelve al personaje a su justo lugar en la historia contemporánea.

Aunque es difícil rastrear la vida de los espías, que suelen alterar su biografía unas cuantas veces en loor de su cometido, se sabe que Richard Sorge nació el 4 de octubre de 1895 –apenas seis años después que Hitler–, en la ciudad de Adjikend, en los campos petroleros del Cáucaso, el 4 de octubre de 1885. Su padre, Wilhelm Richard Sorge, era un ingeniero alemán de minas que trabajaba para una compañía petrolera y su madre, Lina Kobeller, era natural de Bakú, una localidad no muy lejana de Adjikend.

Wandervogel

Desde pequeño, se impregnó de la ideología patriótica y pangermana de su círculo íntimo, siendo ferviente admirador de la conocida como Organización de la Juventud, la Wandervogel. Sorge tenía dieciocho años cuando estalló la Primera Guerra Mundial que acabaría con su vida aburguesada como la de tantos jóvenes de su generación, y tras presentarse voluntario, fue instruido en el manejo de armas y en la manera de desfilar entonando himnos patrióticos, siendo destinado al Tercer Regimiento de Artillería de Campo, cuya división fue diezmada. Después, durante la agónica guerra de trincheras que caracterizó aquel conflicto, fue herido con metralla en la pierna derecha, permaneciendo en el hospital de Berlín, donde estudió con perseverancia hasta aprobar la reválida.

De regreso en el frente, volvió a ser herido, esta vez de gravedad, en las dos piernas, lo que le serviría para obtener una Cruz de Hierro de segunda clase pero le provocaría una cojera permanente, que hacía muy característicos sus movimientos. Ya entonces, ante los horrores de la batalla y la fragilidad de la vida, comenzó a observar el mundo que le rodeaba con otros ojos. Durante su segunda convalecencia, el joven Sorge permaneció ingresado en el Hospital de la Universidad de Königsberg, donde mantuvo una relación con una enfermera de origen judío que era hija de un intelectual marxista. Pasando horas escuchando acerca de política, Sorge abrazaría la misma ideología con devoción, convirtiendo su ideología, con apenas veintiún años, en el pilar principal de su existencia.

Primeros pasos en la clandestinidad

Así, empezó a devorar los clásicos marxistas y socialistas, en un momento en el que en Rusia se producía la revolución que llevaría al viejo imperio de los Zares a transformarse en el centro neurálgico del comunismo internacional que daría pie a la Unión Soviética. Tiempo después, ya recuperado de sus heridas, aunque con la citada cojera como compañera inseparable del resto de su vida, se matriculó en la Facultad de Economía de Berlín, donde entró en contacto con las organizaciones socialistas y de izquierda. Tras licenciarse, en 1918 ingresó en la Universidad de Kiel, donde ejercería sobre él una marcada influencia el catedrático Kurt Gerlach, un convencido militante izquierdista, en cuya casa se reunían los estudiantes para debatir los problemas políticos.

Aquellos jóvenes habían fundado en 1917 el Partido Social Democrático Independiente de Alemania. Tras ingresar en él, Sorge fundó con otros dos compañeros la sección estudiantil del partido y, a través de conferencias sobre el movimiento obrero, tenía como labor captar a nuevos miembros. Tras ingresar en el Partido Comunista alemán, Richard Sorge se trasladó hasta Hamburgo para ultimar su tesis doctoral en ciencias políticas, que aprobaría con Suma cum laude. Estudiar no le impidió, no obstante, participar en actividades conspirativas y, puesto que el profesor Gerlach se trasladó a Aquisgrán, ofreció a su antiguo alumno el puesto de suplente de su cátedra.

Un periodista y agitador ideológicamente comprometido

Aquisgrán, en el centro de la región del Rin, donde antaño se encontrara el centro neurálgico del imperio de Carlomagno, era un «foco caliente» de lucha revolucionaria y el Partido Comunista aprovechó el cargo de Sorge –al que por aquel entonces todos sus amigos conocían como Ika– para pedirle que realizara actividades políticas en la zona. Allí creó una futura élite del Partido, impartiendo clases de literatura marxista y descubriendo su facilidad para reclutar y convencer, que tan valiosa le sería en un futuro. Dieciocho meses después, el Partido le encargó reclutar en secreto cuadros militares, y realizar actividades subversivas, en las que se estaba convirtiendo en un verdadero maestro.

Rosa Luxemburgo

En 1921 pasó a formar parte del periódico comunista La Voz de los Mineros y publicó a través de las prensas del mismo su primer libro, un breve comentario sobre el texto La acumulación del Capital, de la emblemática líder comunista germana Rosa Luxemburgo. Sorge frecuentaba con regularidad el hogar de Gerlach, donde impartía muchas de sus charlas políticas. Aquello acabó provocando la mutua atracción entre Sorge y la esposa del profesor, Christiane, quien un día confesó a su marido que amaba al otrora estudiante y que iba a pedir el divorcio. Como un caballero, Gerlach aceptó la situación al parecer sin estridencias y llegaron a un acuerdo los tres manteniendo una amable conversación. Nueve meses más tarde, Ika y Christiane contraían matrimonio y se instalaban en la zona minera de Solingen, donde Sorge continuaba al frente del periódico obrero.

A caballo entre Berlín y Fráncfort

Corría el 28 de septiembre de 1922 cuando éste, que probablemente estaba fichado por la policía como agitador comunista, se trasladó a Berlín, momento clave en su vida cuando el comité central de su partido le ofreció un empleo con sueldo. No obstante, Sorge pretendía terminar sus estudios, su formación era fundamental para él, y llegaron a un acuerdo: realizaría ciertas actividades políticas mientras desempeñaba su nuevo cargo de auxiliar del departamento de ciencias sociales de la Universidad de Fráncfort.

Aquel era un importante foco de vida intelectual y Gerlach se relacionaba con un grupo de intelectuales y con un tal Félix Weil, un millonario judío cuya gran fortuna era fruto del comercio de grano con Iberoamérica. Inspirado por la revolución rusa, Weil deseaba crear una fundación privada para realizar investigaciones socio-económicas, y Sorge pasó a formar parte del grupo como socio, donde pudo ampliar sus conocimientos académicos en los campos de la política y la economía, tan vinculados entre sí.

Félix Weil

Pronto, Sorge comenzó a desarrollar actividades clandestinas, consistentes en realizar labores de entrenamiento y trabajar de asesor para un periódico comunista, dentro de las funciones del departamento de «instrucción» al que pertenecía. Además, hacía de enlace secreto entre Berlín y la organización comunista en Fráncfort, responsabilizándose además de los fondos del partido y del material propagandístico que, corriendo, gran riesgo, escondía en su propio estudio o en la biblioteca científico-social del instituto. Mientras, Richard Sorge vivía con Christiane en una casita de campo que hacía las veces de punto de encuentro y reunión.

Camino de Moscú

Fue por aquel entonces cuando nuestro protagonista entraría en contacto con los rusos, momento que decidiría la suerte que correría en el futuro. Fue en 1923, a través de D.B. Riazánov, director del Instituto Marx-Engels de Moscú. Eran tiempos difíciles para los comunistas en Alemania; de hecho, en noviembre de 1924 el partido sería declarado ilegal por las autoridades de Weimar.

Instituto Marx-Engels de Moscú

Entonces los círculos comunistas alemanes –que ya eran objeto en sus mítines del fanatismo y la ira de los camisas pardas–, debatían la dependencia de Moscú, tras el fracaso de la revolución comunista en Alemania, que había estado alentada –y ayudada con armamento– por los rusos. En medio de estos problemas, el Komintern envió a Fráncfort seis altos delegados para negociar. El encargado de servirles de cicerone y alojarlos fue el mismo Sorge, que impresionó sobremanera a uno de los más notables miembros del Comité Ejecutivo del Komintern, Zacharovich Smitri Manuilsky.

Una vez terminadas las reuniones al más alto nivel, los delegados soviéticos le pidieron a Sorge –según el mismo dejaría escrito– que se personase en el Cuartel General del Komintern en Moscú antes de que terminara el año, para trabajar con ellos. La propuesta de la delegación rusa fue encargarle la creación de una oficina de Inteligencia para la Internacional Comunista, algo que aprobarían en Berlín con unanimidad los dirigentes del Partido. Así, a finales de 1924 éste partió de la capital alemana hacia Moscú acompañado de Christiane. Empezaría a trabajar directamente para los rusos en 1925. Su vida no volvería a ser la misma. Comenzaban los primeros pasos en inteligencia del que sería uno de los más grandes espías de todos los tiempos.

Este post continuará de forma inminente en «Dentro del Pandemónium».

PARA SABER UN POQUITO (MUCHO) MÁS:

–HERRADÓN, Óscar: Espías de Hitler. Las operaciones de espionaje más importantes y controvertidas de la Segunda Guerra Mundial. Ediciones Luciérnaga (Gruplo Planeta), 2016.

–MATAS, Vicente: Sorge. Los Revolucionarios del Siglo XX. 1978.

–WHYMANT, Robert: Stalin’s Spy: Richard Sorge and the Tokyo Espionage Ring. I. B. Tauris and & Co Ltd, 2006.

UN ESPÍA IMPECABLE:

Y para ahondar en la figura de Sorge con datos completamente actualizados (basados en informes confidenciales recientemente desclasificados y nueva documentación reveladora), nada mejor que sumergirnos en las páginas de Un espía impecable. Richard Sorge, el maestro de espías al servicio de Stalin, que acaba de publicar Crítica en una alucinante edición en tapa dura. Su autor, Owen Matthews es un periodista de dilatada trayectoria que ha estado en primera línea de fuego en diferentes conflictos como corresponsal de la revista Newsweek en Moscú. Nadie mejor que él, pues, para hablarnos de un agente secreto en nómina del Kremlin que también fue un aventurero y también arriesgó su seguridad en pos de un ideal.

Matthews

Con formación en Historia Moderna por la Universidad de Oxford, antes de entrar en Newsweek, al comienzo de su carrera periodística, Matthews cubrió la guerra de Bosnia y ya en las filas de dicha publicación cubrió la segunda guerra chechena, la de Afganistán y la de Irak, así como el conflicto del este de Ucrania. Ha sido colaborador también de medios tan importantes como The Guardian, The Observer y The Independent y ganó varios premios con su libro de 2008 Stalin’s Children. Un espía impecable ha sido elegido libro del año por The Economist y The Sunday Times. He aquí el enlace para adquirirlo:

https://www.planetadelibros.com/libro-un-espia-impecable/324957