Ghost Money: 20 años del 11-S

Aquel día cambió la historia. Fue, para muchos, el detonante del siglo XXI, el inicio de la era contemporánea. Un inicio sangriento, trágico, brutal. Todos los que teníamos ya una edad lo llevamos grabado a fuego en nuestras mentes. Hoy, dos décadas después, continúan muchas preguntas en el aire sobre cuál fue el verdadero detonante para que se cometiera tal acto de salvajismo… y lo que vendría después, esa «Guerra contra el Terror» preñada de errores cuyas consecuencias llegan hasta hoy. Siempre corrió el rumor de que los terroristas habían hecho una fortuna especulando en bolsa antes del impacto de los aviones contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Con esta hipótesis especula una de las grandes novelas gráficas de los últimos tiempos: Ghost Money («Dinero Fantasma»).

Óscar Herradón ©

Hoy se cumplen 20 años de los atentados del 11-S. Recuerdo que aquel día ya lejano de septiembre estaba en la facultad de Ciencias de la Información, en aquellos pasillos en los que pasé las horas muertas en los asientos de hormigón fumando y soñando, para realizar un examen de recuperación de una de las piedras en el zapato del primer año de licenciatura, Economía. Alguien vino y dijo que acababa de estrellarse un avión contra las Torres Gemelas. Entonces casi nadie, o muy pocos, acudían a internet como fuente de información. No había redes sociales (sí, parece increíble, pero no las había), ni el móvil que llevábamos en el bolsillo (en mi caso desde hacía solo un par de años), salvo excepciones, se conectaba a la red. Tampoco había WhatsApp. Parecía la Edad Media –a efectos tecnológicos–, solo que fue hace veinte años. A veces se echa de menos la desconexión de aquellos tiempos.

(Source: Wikipedia)

Uno de esos días que jamás se olvidan, como tampoco lo que sucedería tres años después en nuestro propio país, en nuestros barrios, el 11 de marzo, imágenes terribles que cobran más viveza con el juicio por los atentados de París en 2015, que se celebra estos días en la ciudad de la luz que oscureció el fanatismo, y por ese veinte centenario del ataque sin piedad al corazón de Estados Unidos y, en parte, a la propia sociedad occidental y sus valores –sean éstos buenos o condenables–.

Pues bien, sobre aquel día, lo que sucedió antes y lo que vino después, se ha escrito de todo, se ha especulado mucho y se continuará hablando dentro de cien años, si el mundo azotado por el cambio climático, los extremismos y las guerras, resiste y nuestra civilización también. Al margen de los claroscuros de la Administración Bush, que fueron muchos, algunos jamás aclarados, y de las teorías de la conspiración de que se trató de un atentado «hecho en casa» (o de falsa bandera) para justificar una guerra contra los países ricos en petróleo, continúa siendo un misterio qué pasó con el dinero que Al-Qaeda amasó aquel día nefasto. Según varias teorías (también con cierto tufillo conspiranoico, pero quién sabe), miembros del grupo terrorista especularon a la baja en la bolsa justo antes de que se produjeran los atentados en el World Trade Center y en el Pentágono. Aquella era una gran cantidad de dinero… y se le perdió la pista.

De esta premisa fascinante parte una de las novelas gráficas más reveladoras de los últimos años: Ghost Money, del historietista belga Thierry Smolderen, publicada recientemente en España por Norma Editorial en una edición que corta el aliento, un volumen autoconclusivo en gran formato y a todo color. Partiendo de la hipótesis de la especulación en bolsa, lo que permitió a los terroristas hacerse con una cantidad dineraria increíble que supuestamente serviría para financiar el terrorismo internacional, se muestra un tapiz de la sociedad estadounidense de las últimas décadas y una crítica –no precisamente velada– de cómo la democracia está en peligro no solo por los radicales, sino tambén por el uso ilegal del espionaje por parte de los gobiernos, algo que confirmarían las revelaciones de Edward Snowden. A partir de ahí uno se pregunta: ¿qué sucedió realmente con el dinero del 11-S, si es que existió?

Geopolítica y espionaje cibernético

Smolderen parte de los trágicos atentados para imaginar una historia (por suerte ficticia, al menos en la mayor parte de su trama) en la que se dan la mano emires poetas, oscuros agentes de inteligencia, veteranos pederastas y corporaciones turbias de gran poder, una historia distópica ambientada en un futuro no muy lejano: Londres en 2028. En medio de una manifestación, se produce un atentado y mientras la gente sale despavorida (imágenes que vuelven a traer nefastos recuerdos), una desconocida salva in extremis a la joven Lindsey. Su nombre es Chamza, una multimillonaria excéntrica que viaja en un jet suborbital cuyo padre es nada menos que un dictador de un lejano país asiático.

Pero su fortuna tiene un origen turbio, extraño (y que no proviene del progenitor) que la propia Chamza desconoce. Además, está profundamente enamorada nada menos que del «Emir de las Luces», un rebelde con vocación de poeta y al que Occidente acusa de ser el líder del terrorismo internacional tras la muerte de su padre. ¿Y cuál es el país de nacimiento este personaje? Pues nada menos que Afganistán, el mismo enclave montañoso que tras veinte años de ocupación norteamericana ha sido objeto de una constante atención mediática por la salida del país de las tropas estadounidenses y de la OTAN y el regreso al poder de los talibanes que en su día estuvieron comandados por Bin Laden (entrenado por la CIA, por cierto); las imágenes del aeropuerto de Kabul nos sobrecogieron a todos durante días.

Una de las principales críticas a la gestión de Joe Biden… ¿qué sentido ha tenido estar 20 años en el país, con miles de muertos en tropas, asistentes y traductores, además de la población autóctona, para ahora volver a dejarlo en manos de estos individuos? Para muchos estadounidenses, ha sido la peor afrenta a la memoria de las víctimas del World Trade Center.

En el Postfacio, Smolderen cuenta que terminó la novela en 2008, justo antes de la crisis económica que desangró al país y a medio mundo y de la elección de Obama, tras la que para él fue la época liderada «por el peor presidente que los Estados Unidos habían conocido». No imaginaba entonces que acabaría ocupando el Ala Oeste de la Casa Blanca el magnate populista y provocador Donald Trump. Una América aún peor, y mucho más polarizada.

En definitiva, una novela gráfica vertiginosa (en ritmo), con un guion sólido, violento, y muy directa (por supuesto, no apta para un público menor de edad) que muestra muchas de las miserias de la modernidad: el avance tecnológico utilizado para la guerra a distancia, el Big Data para la financiación del terrorismo, una red de inteligencia artificial que controla la economía bautizada Black Cloud y que recuerda a algunas desarrolladas por la inteligencia estadounidense pero mucho más extrema (y que aventuraba los peligros del Big Data y el uso de algoritmos para el espionaje, transhumanismo y cíborgs, las contradicciones de la globalización o el individualismo feroz de los países ricos.

Una obra maestra que podéis adquirir en el siguiente enlace por 40 euros muy bien invertidos:

https://www.normaeditorial.com/ficha/comic-europeo/ghostmoney

La Marca del Maligno (I)

Es una figura intemporal que causa temor allá por donde pasa pero que, a su vez, goza de una legión de seguidores. Con diversas máscaras e identidades a lo largo de la historia y las distintas culturas, el mal se humaniza adquiriendo su forma y tentando a las almas más endebles con sueños de dinero y poder. El diablo, y sus múltiples rostros, ha dejado señales de su existencia que van más allá de meras leyendas. En numerosos lugares aún puede verse y sentirse… LA MARCA DEL DIABLO

Óscar Herradón ©

Agazapado en las sombras, silente –salvo cuando toca el violín–, puede permanecer horas, días y a veces siglos a la espera de una nueva presa, un incauto con ínfulas de grandeza, con sed de enriquecerse en un abrir y cerrar de ojos o de alcanzar la tan ansiada inmortalidad prometida –en vano– por los viejos alquimistas. Le gusta estampar su rúbrica en rojo sangre sobre un grimorio medieval, o su impronta –ya sea la mano o el pie, o más bien la pezuña– sobre el suelo y la piedra de una catedral.

El caso es que, sea cual sea el verdadero origen de su nombre, o si las primeras religiones monoteístas, como el judaísmo, lo adaptaron –y desvirtuaron– de cosmogonías anteriores, lo cierto es que el diablo, Satanás, la Bestia, Lucifer, y en pueblos lejanos Abbadon, Rakhasha, Asura, Vetala… tiene tantos nombres como adeptos, objetos y cultos de un rincón a otro del planeta. Es, por utilizar terminología contemporánea, una suerte de rock-star, más célebre aún que aquellos músicos a los que el folclore atribuye un pacto con el mismo para alcanzar «fortuna y gloria», como decía Indy.

No vamos a realizar un sesudo recorrido antropológico por el origen del mal, el infierno o los ángeles caídos, en cuya historia ya hemos gastado mucha tinta, sino a seguir la pista del «maligno», su fétido aliento y su dañina mirada y a conocer de primera mano los múltiples objetos, enclaves y obras que se atribuyen a su pérfida acción. Allí donde ha quedado grabada a fuego, desde tiempos antiguos, la Marca del Diablo

Los múltiples rostros del maligno

Aunque el miedo al diablo pueda parecer cosa del pasado, pergaminos amarilleados de un grimorio medieval escrito con una mezcla de fanatismo y temeridad ante Dios, lo cierto es que sigue estando muy presente en diversas formas en todo el mundo, tanto, que ahora se le rinde culto en iglesias edificadas ex profeso por grupos luciferinos y el Vaticano ha visto aumentar el número de demandas de exorcismos entre la población.

En la era de la tercera revolución industrial o científico-tecnológica, todavía se descuartiza a personas en África para fabricar amuletos y hacer pociones «mágicas» –principalmente a los albinos, una de las mayores aberraciones de estos tiempos–, en la India se considera que algunas enfermedades mentales o deformaciones son causa de la acción de los «demonios» y, en los países de este mal llamado primer mundo, donde no suelen ser la miseria y el analfabetismo los desencadenantes de la superstición, se realizan exorcismos en grupo que, en ocasiones, acaban en verdaderas desgracias …

Por su parte, la arqueología no deja de sorprendernos con nuevos hallazgos que nos descubren que el miedo al diablo, al demonio, a sus acólitos o a seres malévolos en general, está presente en todos los pueblos desde tiempos inmemoriales, como el descubrimiento en 1994 de representaciones de seres demoníacos y animales protectores en el que podría ser el primer santuario de la historia, Gobekli Tepe, en Turquía.

Más reciente fue un sorprendente hallazgo de 2014, cuando un grupo de arqueólogos ingleses, al levantar los tablones de una mansión abandonada y semiderruida en el condado de Kent, de nombre Knole, encontraron el lugar donde se grabaron líneas entrecruzadas talladas y símbolos indicativos de una «trampa para demonios».

Según Rossell Hope Robbins, los primeros cristianos no siempre concebían al diablo bajo forma humana. En la Vida de San Antonio, obra atribuida a Atanasio alrededor del año 360 d.C., los diablos aparecen bajo múltiples formas, entre ellas las de un muchacho negro y un hombre de gran envergadura. Hacían su aparición ante los aterrados testigos como «¡una bestia parecida a un hombre con patas como las de un asno!», y también como leopardos, osos, caballos, lobos y escorpiones. Curiosamente, para éstos estaban prohibidas –según el texto– las formas de la paloma y el cordero, símbolos de santidad. Era habitual que los diablos se transformaran con frecuencia, «adoptando la forma de mujer, bestia salvaje, seres reptantes, cuerpos gigantescos y legiones de soldados… otras veces asumían el aspecto de monjes y hablaban como hombres santos». Con los siglos, adoptaría formas más sutiles y actuaría de forma menos pendenciera, pero igual de letal…

Siguiendo la Vida de San Antonio, la aparición de los diablos solía ir precedida por un gran estruendo, «con ruidos y gritos como los que hacen los jóvenes toscos o los ladrones», o con «gemidos de niños, aletear de bandadas de pájaros, mugir de bueyes… el rugido de leones, el clamor de un ejército». El propio Atanasio dejaba constancia escrita de que estos seres entraban y salían a voluntad por puertas cerradas, a veces despedían un hedor repugnante, y por su parte san Hilario, con un agudo olfato, aseguraba ni corto ni perezoso que podía «distinguir por el olor de los cuerpos y las ropas (…) qué demonio importunaba al hombre» Esta imagen penetraría con fuerza en el imaginario colectivo de Occidente.

Contenedores de Demonios

La idea de atrapar y confinar a las fuerzas del mal en un “contenedor” u objeto se lleva intentando, de una forma u otra, desde tiempos pretéritos. Cuenta el grimorio anónimo del siglo XVII La Llave Menor de Salomón que el rey Salomón, gran conocedor de la magia, invocó y encerró a nada menos que 72 demonios de alta graduación en una vasija de bronce que selló con símbolos cabalísticos, obligándoles a trabajar para él. Ya en el Antiguo Testamento se menciona que el majestuoso Arcángel Miguel le dio al citado rey un anillo «inscrito con un sello mágico y llamado el Sello de Salomón», que aparentemente le daría el poder de controlar demonios.

Caja Dybbuk

Sería una de las primeras referencias históricas sobre el uso de lo que se ha dado en llamar «contenedor sobrenatural», y que puede que sea también el origen de la caja Dybbuk del judaísmo. Un objeto –aunque también puede ser un ser vivo– que serviría como envase para encerrar a un ser sobrenatural y que éste no pueda hacer ningún mal. Entre los siglos III y IV de nuestra era, los caldeos, los zoroastrianos y los judíos solían utilizar cuencos de terracota rebosantes de hechizos mágicos que después enterraban boca abajo en las esquinas de los cimientos. Se creía que estos cuencos protegían o atrapaban el mal en sus múltiples y espeluznantes formas, como demonios y espíritus malignos.

Pero no es algo particular del judaísmo, el cristianismo o sectas afines; otras culturas tenían objetos similares destinados a espantar o recluir entidades demoníacas, como los «ojos de Dios» de América Central, los Atrapasueños de los nativos norteamericanos, los árboles heint de América del Sur, con botellas en las que los demonios, al no poder evitar entrar –no sabemos muy bien por qué– quedaban atrapados; e incluso en el Tíbet se elaboraban trampas para demonios con cráneos de carnero.

En la Edad Media, cuando comienza la salvaje caza de brujas, la obsesión por los demonios –de todo tipo y pelaje– se dispara, y también se hacen célebres la trampas demoníacas, consistentes en símbolos que supuestamente atraían la curiosidad de un demonio y luego eran sellados mediante una especie de ciclo infinito.

Y sería común en la Europa de los siglos XVI y XVII, el uso de trampas espirituales conocidas como «botellas de brujas» que servían –dicen– para capturar espíritus. Dichas botellas se llenaban con pelos, uñas y otras sustancias como sangre u orina –una suerte de señuelo para hacer creer al demonio, algo ingenuo él, que se trataba de una persona real–, y por lo general se cocían; cuando estos seres entraban en la botella, ésta se cerraba herméticamente, acompañada de vidrios y espejos para mantener encerrado al demonio y luego se quemaba, generalmente cerca de un río. La mención más antigua sobre este objeto la encontramos en un libro sobre brujería escrito en Inglaterra en 1680, aunque se cree que su antigüedad es mayor.

Hellboy, el «demonio rojo» de Mignola

En la ficción, el «contenedor sobrenatural» es un recurso bastante utilizado. Por citar un ejemplo del gusto de quien esto escribe, en la saga Hellboy de Mike Mignola, el demonio Samael permaneció encerrado dentro de la estatua de un santo hasta que fue revivido. Por cierto, sumergirse en las páginas de esta saga es algo que supongo que todo amante del cómic y de lo sobrenatural ya habrá hecho hace unos veinte años, pero si no es así, invito con vehemencia a hacerlo a todo neófito.

Norma Editorial publica en castellano los títulos que en EEUU lanza Dark Horse Comics. Desde los volumenes en rústica a los de tapa dura hasta lujosos volumenes en cartoné de Hellboy Integral, AIDP Integral –la Agencia para la Investigación y Defensa Paranormal en la que trabaja el «demonio rojo», en inglés BRDP– y desde hace poco la saga Abe Sapien en formato completo. Sus últimos títulos han sido AIDP. Demonio conocido 2. Pandemónium –me encanta el subtítulo– y AIDP Integral 7.

Y hablando del Malingo en estado puro, Mike Mignola –creador de Hellboy y otro largo abanico de (monster)héroes–, en colaboración con Johnson-Cadwell, Warwick, extiende un spin-off de este universo: Nuestros encuentros con el mal, que también acaba de publicar este mismo mes Norma Editorial, donde recupera a los personajes de El Sr. Higgins vuelve a casa. Con la ayuda de otra intrépida cazadora de vampiros, la señorita Mary Van Sloan el profesor J. T. Meinhardt y su ayudante el Sr. Knox continúan su lucha incesante contra no muertos, hombres lobo y otros horrores difíciles de explicar y que uno tiene que ver.

Volviendo tras este breve impás a las «botellas de brujas», lejos de pensar que esta práctica es algo del pasado, hoy en día hay gente que continúa fabricándolas, principalmente en el ambiente New Age, vendiéndose, incluso, por Internet a golpe de tarjeta. Se elaboran con jarras de cristal y en lugar de orina o sangre, introducen en el recipiente vinagre o vino purificador, añadiéndole agujas y clavos o incluso hojas de afeitar oxidadas, inciensos, flores, cenizas o monedas… Tras su sellado con cera o con lacre suelen ser enterradas en el jardín de la casa o en una maceta, siempre con el cuello de la botella o jarra hacia abajo.

V-Wars (Drakul)

Y si lo que queremos es acercarnos a unos de los grandes colaboradores del maligno desde tiempos pretéritos, los vampiros, nada mejor que sumergirnos en las páginas del cómic que ha inspirado una de las series de Netflix: V-Wars, editado por Drakul, cosecha de uno de los autores superventas del New York Times, Jonathan Maberry , junto con Alan Robinson y el artista visual Jay Fotos, un primer volumen que recopila los números 1 al 5 de la novela gráfica.

Con un dibujo descarnado y violento, y unos personajes muy bien perfilados, no es la típica historia post-apocalíptica, pues en ella se entreteje también una trama de intriga política y se aprecian claros elementos del género bélico. Como sucede con la exitosa e interminable The Walking Dead, según avanza el relato se evidencia cómo planea en el ambiente el miedo, los extremismos, la intolerancia e incluso el racismo; el hombre mucho más peligroso que la criatura. Sin embargo, personalmente me parece más adictiva que la saga creada por Kirkman y Moore.

La trama cobró todavía más interés con el trágico estallido de la pandemia de Covid que mostró lo vulnerables que somos los seres humanos a los virus (aunque éstos no nos conviertan, por suerte, en no muertos), al que se une el implacable azote del cambio climático. El deshielo del Ártico ha liberado un virus muy contagioso que desata una pandemia global que convierte lo que hasta entonces era un mito de algunos pueblos en una terrible realidad: el vampirismo. Para luchar contra la mayoría de personas cuyos genes han mutado en este sentido, convirtiéndose en criaturas depredadoras ansiosas de sangre fresca, el presidente de los sempiternos Estados Unidos contrata al profesor universitario Luther Swann, especialista en estas criaturas y toda la mitología –ahora realidad– que las envuelve. Sin embargo, el propio gobierno USA parece estar detrás de una compleja conspiración política en la que el investigador se verá envuelto.

Toda una guerra «sobrenatural» en la que se evidencia un discurso antibelicista (por parte no solo de humanos, sino también de algunos vampiros) y una advertencia sobre lo que puede avecinar un futuro no muy lejano. Una nueva lectura sobre la corrupción, la destrucción del planeta, las enfermedades y los miedos ancestrales compartidos por todos los pueblos.

He aquí el enlace para adquirir este sangriento volumen:

https://www.drakul.es/component/virtuemart/v-wars-1-la-reina-escarlata-detail

Este post continuará… al capricho del Innombrable.