Halloween: cuando los muertos están entre nosotros (I)

En plena celebración del Samhain celta, recordamos en este post unas cuantas curiosidades, algunas realmente increíbles, sobre lo que esconde una festividad «siniestra» que de una y otra forma se celebra en casi todos los rincones de un planeta cada vez más dañado –y no precisamente por espíritus de ultratumba–.

Óscar Herradón ©

Ir de puerta en puerta, vociferando y haciéndose con regalos, era la práctica druida previa a las grandes fogatas, aunque esta práctica tan común hoy en los EEUU y otros países anglosajones, y cada vez más implantada en todo el mundo, también parece estar relacionada con el concepto católico del purgatorio y la costumbre de mendigar un «ponqué» o pastel de alma –soul cake– (aunque me quedo con los «huesitos de santo» que en España, junto a los buñuelos, nos acompañan desde nuestra más tierna infancia).

La costumbre de la burla –Trick– en Halloween, está relacionada de nuevo con la creencia de que los espíritus y las brujas hacían un daño esa noche especial desde tiempos pretéritos. Por ello, se creía que si el vivo no proveía comida o dulces –treats– a los espíritus, entonces éstos se burlaban de él. Las gentes creían que si no se honraba a los espíritus, podrían sucederles terribles desgracias; asimismo, los druidas estaban convencidos de que al fracasar adorando al Señor de la Muerte sufrirían desastrosas consecuencias.

De hecho, los sacerdotes celtas iban de casa en casa demandando todo tipo de comidas extrañas para su propio consumo y como ofrenda tras el Festival de la Muerte. Si las gentes se negaban a sus demandas, les hablaban sobre una maldición demoníaca que caería sobre su hogar: en el transcurso del año, alguno de los miembros de la familia moriría…

Así, en la actualidad los niños, cuando llaman a tu puerta y reclaman ese «Truco o trato» sugieren que si no les dan un dulce, te jugarán una mala pasada, una suerte de amenaza velada como en el antiguo Samhain.

La linterna de Jack

Los inmigrantes irlandeses que desembarcaron en la isla de Ellis, en Nueva York, EEUU, llevaron consigo algunas de sus tradiciones y las extendieron por aquellas tierras tomando la forma de leyendas y cuentos populares. Uno de los más singulares de Halloween es la historia de Jack O’Lantern. Cuentan que éste era un hombre ruin y malvado, aficionado a la bebida –y no precisamente la Casera– y bastante retorcido, que siempre lograba salirse con la suya. En una ocasión, el diablo se le apareció para reclamar su alma, pero el mezquino Jack engañó al maligno: le pidió que se convirtiera en unas monedas para pagar su último trago. Cuando el diablo se introdujo en su bolsillo, Jack metió una cruz de madera y lo atrapó, obligándole a darle diez años más de vida.

Pasada una década, el diablo volvió para cobrar su deuda, pero, como debía cumplir siempre la última voluntad de una persona para sesgar su alma, Jack le pidió que trepara a un manzano y le trajera el fruto que se hallaba más alto de todos. Cuando el maligno estaba en lo más alto, O’Lantern grabó una cruz en el árbol y lo rodeó con pequeñas cruces de madera, atrapando de nuevo a su anfitrión. La exigencia del retorcido Jack fue que esta vez dejase su alama para siempre.

Sin embargo, al final el destino le devolvió el golpe: al morir, el espíritu de Jack fue expulsado de los cielos por sus múltiples pecados. Entonces, buscando refugió bajó a los infiernos para convencer al diablo de que lo acogiese. Pero éste no había olvidado su afrenta: le recordó que no podía poseer su alma y lo expulsó de allí. Cuando abandonaba el infierno, comiéndose un nabo, el diablo le arrojó unas brasas que no dejarían de arder. Jack las introdujo en el nabo y desde entonces vagó por la tierra con su «linterna de Jack», buscando reposo. Con el tiempo, los nabos que usaban también los druidas serían sustituidos por calabazas, debido al excedente de esta hortaliza en el Nuevo Mundo, hasta el día de hoy.

Otra versión de la historia apunta que Jack se negó a ayudar a obtener los ingredientes para preparar una sopa de Halloween a una bruja y ésta, como castigo, le impuso una maldición: una calabaza gigante lo engulló y desapareció para siempre, mientras la hortaliza adoptaba rasgos similares al rostro humano. Es posible también que la calabaza hueca se hubiera originado por la costumbre de las «brujas» de llevar una calavera con una vela encima para iluminar el camino hacia el aquelarre.

Los difusos orígenes de Halloween

Corría el año 835 de nuestra era cuando el pontífice Gregorio IV designaba el 1 de noviembre como All Hallow’s Day (Día de Todos los Santos). El día anterior, 31 de octubre, fue conocido como All Hallow’s Evening (Noche –Víspera– de Todos los Santos); de la evolución de la palabra a lo largo de los siglos, y de su contracción, surgió «Halloween», probablemente en el siglo XVI, de una variación escocesa de la expresión irlandesa All Hallows’ Even.

Óscar Herradón ©

No hay que olvidar que ese es el nombre que recibe en otros países, o recibía, incluido España. En México se conoce como Día de Muertos y es la fiesta capital –al menos en sentido espiritual– del país. El origen de la festividad que hoy día se celebra de un rincón a otro del mundo gracias al marketing estadounidense, muy alejado de la Roma pontificia, parece ser celta, el Samhain. Al parecer, los celtas estaban convencidos de que la frontera entre los vivos y los muertos se estrechaba en la noche anterior a la llegada del nuevo Año –nuestro 31 de noviembre–, permitiendo a los espíritus volver a nuestro mundo.

Algunos folcloristas han señalado que, para ahuyentar a los malos espíritus en ese momento clave, los celtas se ataviaban con cabezas y pieles de animales con la intención de tener una apariencia tenebrosa y evitar sufrir daño a malos de los espíritus malignos. Adoraban al dios Sol (Belenus), especialmente en Beltane, el primero de mayo, pero también adoraban a otra deidad: Samagín o Samhaín, el Señor de la Muerte o de los Muertos –y quien daría nomenclatura a la festividad–, el 31 de octubre, donde parece que se realizaban sacrificios no sólo animales sino también humanos. Según Julio César en sus Comentarios, los celtas de Britania creían que eran descendientes del dios Dis, una tradición transmitida oralmente por los druidas.

Beltane

Los celtas y sus sacerdotes druidas comenzaban su año nuevo el día correspondiente al 1 de noviembre de nuestro calendario, que marcaba el comienzo del invierno. Al parecer, estaban convencidos de que el 31 de octubre, la noche previa, el Señor de la Muerte reunía las almas de los difuntos que en vida habían sido malvados y que habían sido condenados a encarnarse en cuerpos de animales –aquellos que habían llevado una vida honorable, creían, se reencarnaban como humanos y volvían a sus hogares–.

Para evitar sufrir daño a manos de los espíritus del inframundo, se ataviaban con cabezas y pieles de animales; asimismo, los druidas estaban convencidos de que el castigo a ese espíritu maligno podría ser favorecido a través de sacrificios, oraciones y dones ofrecidos al Señor de la Muerte.

En La Historia y orígenes del Druidismo, del folclorista escocés Lewis Spence (1874-1955), podemos leer: «El rasgo sobresaliente de Samagín consistía en encender una gran hoguera… Samagín también era el festival del muerto, se pensaba que en esta estación los espíritus recorrían los campos, asustando a la gente en sus recorridos.

Para ahuyentarlos de los campos y de los recintos de las villas, encendían teas desde la fogata, las cuales eran llevadas alrededor del territorio… al tiempo que adivinaban el destino del individuo para todo el año».

Durante los días anteriores a la víspera del año nuevo, los jóvenes de la comunidad recorrían el vecindario pidiendo materiales para la gran hoguera, en la creencia de que el fuego no sólo desterraba los malos espíritus, sino que «rejuvenecía al sol». No en vano, hasta hace poco la montaña de fuego de Halloween que encendían los escoceses se conocía como Samagín o Samhain, indicando la fuerte influencia del antiguo festival celta.

Además de las mascaradas y los bailes alrededor del fuego, el interés por la adivinación y los sortilegios llegó a ser importante en el marco de la festividad. Los druidas creían que por las particulares formas de los frutos y los vegetales podían adivinar el futuro, y con el mismo propósito se utilizó a las víctimas de los sacrificios humanos, práctica prohibida con la conquista romana de Bretaña.

Así, Halloween rivaliza con los agüeros, hechizos y toda clase de prácticas místicas que también se realizan en la noche de San Juan, aunque en este caso en relación con el declive del sol, y no con el solsticio de verano. En Irlanda, esta fiesta incluye tradiciones propias, como el barmbrack, un pan dulce que lleva pasas y pequeños objetos en el interior de la masa –algo así como nuestro Roscón de Reyes–; cada objeto tiene un significado específico que, al parecer, sirve para predecir el futuro de aquel que lo encuentra. Una práctica bastante similar a la del soul cake, que se cocía en honor de los muertos en la tradición cristiana. Esta práctica comenzó en la Inglaterra medieval y se mantuvo hasta los años 30 del siglo pasado, y era llevada a cabo tanto por protestantes como por católicos. Hoy se continúan realizando «soul cakes» en Portugal o en la Francia rural.

Los pasteles, tradicionalmente denominados «almas», se entregaban a «las almas gemelas» –generalmente a niños y pobres– que iban de puerta en puerta durante los días de Difuntos rezando «por las almas de los benefactores y amigos», y muchos folcloristas han visto en esta tradición el origen del «truco o trato». Entre los católicos, era una tradición que los pasteles fueran bendecidos por un sacerdotes antes de ser repartidos en el Día de Todos los Santos.

A cambio de aquel presente en tiempos de precariedad, los niños prometían orar por las almas de los parientes fallecidos del donante durante el mes de noviembre, que creían se hallaban en el Purgatorio.

Ya que la celebración de Halloween era una noche donde se creía que las almas de los muertos vagaban por todas partes, la costumbre de narrar historias de fantasmas a la luz de la lumbre se originó como una consecuencia natural de tales creencias, y se mantiene hoy con fuerza en distintos países.

Según un estudio realizado en por la empresa The Harris Poll en 2014, un 42% de los estadounidense cree en fantasmas, cifra que aumenta hasta el 52% en Gran Bretaña. No es raro que Halloween sea para ellos una festividad especial.

2 lecturas –recién publicadas– que no te dejarán pegar ojo este Halloween:

–El maestro del horror contemporáneo, el señor Stephen King, regresa con cuatro novelas cortas publicadas por Plaza & Janés, editorial habitual de sus libros en España, bajo el sugerente título de La Sangre Manda y con una portada en tonos naranjas con un gato negro, símbolo –algo injusto– del mal fario y el satanismo que adquiere aún mayor significado en estas festividades. Relatos que se centran en las fuerzas oscuras que nos acechan. El primer texto, que da título al libro, es un absorbente noir paranormal protagonizado por la detective Holly Gibney, al frente de la ya legendaria agencia Finders Keepers, quien siguiendo la máxima de una cruenta y violenta noticia precisamente bajo el potente titular de «La sangre manda», investigará una matanza en el instituto Albert Macready, enfrentándose a sus propios temores interiores. Le siguen tres narraciones no menos inquietantes para este Halloween: El teléfono del señor Harrigan, La Vida de Chuck y La rata, un relato sobre un escritor que, desesperado, se enfrenta al lado más oscuro de la ambición y parece contener ciertos ecos de la película En la boca del miedo que en 1994 dirigió el también multifacético John Carpenter.

–Por su parte, la Editorial Minúscula nos trae una de las joyas de la novela «gótica» contemporánea, La maldición de Hill House, probablemente la novela más emblemática de escritora estadounidense Shirley Jackson (1916-1965) que ha gozado de un nuevo impulso gracias al éxito de la serie homónima de Netflix que es otra buena opción para pasar este «Día de los Muertos» en familia y en semi confinamiento. Maldiciones familiares, fantasmas, premoniciones y fenómenos poltergeist que acaban en tragedia, se dan la mano en esta vertiginosa trama, uno de los grandes libros de terror del pasado siglo.

Cuatro personajes llegan a un viejo y laberíntico caserón que da nombre a la novela, Hill House. El doctor Montague, estudioso de lo oculto, y tres personas que éste ha reclutado para llevar a cabo un experimento que arroje pruebas evidentes de fenómenos psíquicos en casas encantadas. A pesar las reticencias de la familia, que arrastra una terrible tragedia vivida entre esos angostos y ahora abandonados muros, la joven y atormentada Eleanor acabará formando para de esa singular comitiva. También Theodora –con quien Eleanor establecerá un fuerte vínculo desde el principio–, y Luke, el heredero de tan desagradable mansión. Como un organismo que tiene vida, la casa pondrá a prueba a los incómodos visitantes, que serán testigos de situaciones extremas que escapan a su compresión, con la intención de escoger a uno de ellos y atraparlo para siempre. Una delicia… terrorífica.