Malleus Maleficarum: el libro más peligroso de la historia (II)

La obsesión de la iglesia por erradicar los cultos paganos de brujas y hechiceros, a los que consideraba enemigos mortales de Dios, necesitaba dotarse de un texto que convirtiese en oficial el procedimiento a seguir para la lucha contra el Maligno. En este contexto apareció un libro que ha sido descrito en numerosas ocasiones como «el más funesto de la historia literaria». Con motivo de la publicación de Brujas. La locura de Europa en la Edad Moderna (Debate), recordamos el origen de este pérfido volumen.

Por Óscar Herradón ©

Aunque se considera a Jacob Sprenger coautor del «Martillo», lo cierto es que este dominico, profesor de Teología en la Universidad de Colonia e inquisidor de Renania desde 1470, se había distanciado bastante de la postura de Institor cuando éste se decidió a escribirlo y colaboró en su redacción de forma más bien secundaria. El fraile gozaba de una renombrada reputación e incluir su nombre en el frontispicio del libro era la mejor opción para asegurar su éxito. El maquiavélico Krämer no solo se valió de esta artimaña; a la hora de enviar el texto a la imprenta se encontró con otro problema: debía obtener la licencia de la Universidad de Colonia para poder imprimir y distribuir su obra, algo nada sencillo en un tiempo de pasión censoria y pánico herético. Solamente si dicha institución emitía un dictamen favorable, Institor se saldría con la suya.

La universidad no le negó la autorización al dominico, pero sus anotaciones sobre la obra fueron despectivas: sus métodos y su lenguaje apocalíptico no obtuvieron el visto bueno de muchos de sus teólogos. Sin su aprobación, la obra estaba condenada al fracaso, ya que ponía sobre aviso a los lectores de su pernicioso contenido. Sin embargo, no iba a claudicar. Para no sepultar sus expectativas de fama y gloria, Krämer falsificó el acta de los teólogos de Colonia a través de la ayuda prestada por el notario Arnold Kolich van Euskirchen. El escribano extendió un documento notarial fechado en el mes de mayo de 1487, firmado por nada menos que siete profesores de Teología de dicha universidad que aprobaban con entusiasmo el contenido del «Martillo»,  alabando a su vez la labor del inquisidor dominico. Puestos a falsificar, mejor hacerlo a lo grande.

Dicho documento fue incluido a modo de apéndice en el Malleus, aunque Institor se mostró prudente a la hora de publicarlo en Colonia, única ciudad donde no se incluyó el acta notarial para no levantar sospechas. Su éxito, insisto, fue enorme, mucho mayor del que el propio autor esperaba. Es extraño comprender cómo un libro, descrito como uno de los documentos más aterradores de la historia humana, pudo gozar de tal prestigio y admiración en países tan importantes como Alemania o Francia, cuando en España, supuestamente menos avanzada en diversos campos del saber de la época y donde siempre se nos ha acusado de fanáticos religiosos, fue considerado, y con razón, la obra de un loco. Lo más notable es que no solo la Iglesia católica, a instancias de Roma, siguió a rajatabla los designios marcados por el manual maldito; también –y principalmente– los protestantes, enfrentados constantemente a los católicos por las cuestiones más diversas, convirtieron el Malleus en libro de cabecera de jueces tanto religiosos como civiles.

A martillazos contra los embates del mal

Y es que la obsesión por el demonio, las brujas, los nigromantes y, en suma, por cualquier practicante de las ciencias ocultas fue moneda de cambio habitual desde el siglo XV hasta bien entrado el XVIII. Apenas un siglo después de la primera aparición del Martillo de Brujos, los protestantes alemanes alabaron las nuevas ediciones de la obra publicadas en Frankfurt por el escritor y jurista Fischart. El miedo al maligno era patente en cualquier rincón del «mundo civilizado». El propio Lutero, impulsor de la Reforma y máximo azote de la Santa Sede, decía ser visitado en numerosas ocasiones por el Príncipe de las Tinieblas, quien pretendía tentarle, como a Cristo, con los más insospechados ardides. Un hombre de su talla y  cultura, capaz de desafiar al mismísimo vicario de Cristo, justificaba la persecución de brujas y hechiceros sin reservas.

Muchos eruditos contemporáneos a Lutero o posteriores a él apoyaron, en detrimento de su ingente sabiduría, la salvaje cruzada contra las «hordas del mal». Aunque no fueron todos. Algunos hombres de letras vislumbraron las atrocidades que generaría la adopción de una política de persecución y caza de brujas. Las voces en contra fueron, no obstante, pocas, pues todo aquél que se atrevía a cuestionar la eficacia de la pena de muerte solía correr la misma suerte que el reo, o algo peor.

La intención del Malleus fue, para Institor y Sprenger, poner en práctica la orden que emanaba directamente de las Sagradas Escrituras de perseguir la magia, en concreto del Éxodo (22, 17), que sentenciaba: «A la hechicera no dejarás con vida». Pocas «hechiceras» lograron sobrevivir a esta brujomanía, en general tampoco mujer alguna sospechosa de cualquier ínfimo delito, cualquier joven bonita que desafiara con sus encantos la pulcra moral de los varones, pues aunque fueron ejecutados hombres, serían los menos: los jueces de la ley eran varones (que además, en el ámbito católico, habían hecho voto de castidad) y las principales víctimas mujeres, en las que volcaron toda su frustración y superchería.

Aunque la originalidad del «Martillo» era más bien poca, copia y síntesis de manuscritos anteriores, lo cierto es que destacó por su novedad en un curioso aspecto: atacaba a la mujer de forma directa y brutal. A pesar de la llamada de atención de la Bula Bruja refiriéndose a la brujería en ambos sexos, los hermanos dominicos alemanes centraron sus iras en el femenino, quizá desconocedores o temerosos de unos seres de los que les alejaba el celibato. En uno de los capítulos del texto, bajo el título de «¿Qué tipo de mujeres son supersticiosas y brujas antes que ninguna otra?», los dominicos dan muestras de una misoginia sin precedentes; la mujer es, para ellos, la concubina del diablo, un ser maligno y despreciable por naturaleza, por lo que fue la carne de mujeres inocentes la que alimentó en mayor medida las hogueras. No es de extrañar que hoy algunos sectores feministas se refieran a la caza de brujas como «el primer gran feminicidio de la historia».

Recientemente el Parlament de Cataluña, en una decisión algo controvertida –principalmente por la lejanía de los hechos, y según la oposición, por no centrarse en los problemas reales que acechan hoy a la ciudadanía–, aprobaba la propuesta de resolución de ERC, JXC, la CUP y En Comú Podem para reparar y restituir la memoria de las mujeres acusadas de brujería, más de 800 mujeres que entre el siglo XV y XVII fueron acusadas, torturadas y condenadas a morir víctimas de una «persecución misógina», y añadían que es necesaria una reparación ante el que fue uno de los feminicidios menos estudiados y que «sigue conectado con la sociedad actual», que según estos grupos «persigue y señala a las mujeres que se salen de la norma». Por suerte en estos tiempos, y a pesar de los escalofriantes datos de la violencia de género, la mujer en países como España no se encuentra en el punto de mira de las instituciones (civiles o eclesiásticas) en este sentido. Otra cosa es hablar de países como Afganistán, Dubai o la cercana Marruecos, por poner solo tres ejemplos. Queda mucho que avanzar.

Una misoginia feroz

La descripción que realizan los autores del Martillo de la mujer bajo el epígrafe citado anteriormente habla por sí sola:

«…Tres vicios generales parecen tener un especial dominio sobre las mujeres malas, a saber, la infidelidad, la ambición y la lujuria. Por lo tanto, se inclinan más que otras a la brujería las que, más que otras, se entregan a estos vicios. Por los demás, ya que de los tres vicios el último es el que más predomina, siendo las mujeres insaciables, etc., se sigue que entre las mujeres ambiciosas resultan más profundamente infectadas quienes tienen un temperamento más ardoroso para satisfacer sus repugnantes apetitos; y esas son las adúlteras, las fornicadoras y las concubinas del Grande».

Y continúan ofreciendo, sin tapujos, información sobre la forma en que estas «depravadas mujeres» se entregaban al cultivo del mal:

«Ahora bien, como se dice en la Bula Papal –Summis desiderantes affectibus–, existen siete métodos por medio de los cuales infectan de brujería el acto venéreo y la concepción del útero. Primero, llevando las mentes de los hombres a una pasión desenfrenada; segundo, obstruyendo su fuerza de gestación; tercero, eliminando los miembros destinados a ese acto; cuarto, convirtiendo a los hombres en animales por medio de sus artes mágicas; quinto, destruyendo la fuerza de gestación de las mujeres; sexto, provocando el aborto; séptimo, ofreciendo a los niños a los demonios, aparte de otros animales y frutos de la tierra con los cuales operan muchos daños».

El «Martillo» constaba de tres partes claramente diferenciadas. En la primera, formada por diecisiete capítulos, los hermanos dotaban de cuerpo teórico, bajo el velo de la teología, la existencia de las brujas como una representación del diablo en la Tierra, realizando a su vez una llamada de atención a los gobernantes. Pretendían que éstos comprendiesen la brutalidad y monstruosidad que generaba la brujería, brutalidad que únicamente podría adscribirse a la actuación posterior de estos depravados «cazadores», puesto que nada de lo que se decía en los manuales sería nunca demostrado sino a través de falsos testimonios obtenidos bajo tortura. Dicha monstruosidad brujeril generalmente estaba unida, según los inquisidores, a la renuncia a la fe católica, la burla de Dios, la adoración del Diablo y el sacrificio de infantes no bautizados cuyo sebo serviría, supuestamente, a las despreciables brujas para realizar ungüentos con los que poder volar y reunirse en aquelarres y orgías sexuales sin parangón.

Canon Episcopi

Aquella depravación del hombre, más concretamente de la mujer –engañada por el demonio debido a su alma débil y su tendencia a la lascivia, afirmaban–, no podía seguir consintiéndose, y el ingenioso y pragmático Institor ofrecía las claves para acabar con dicha plaga. La creencia en la brujería era una obligación, al contrario que en tiempos pasados –en el Canon Episcopi se afirmaba rotundamente la falsedad de tales supercherías– y mostrarse escéptico era instantáneamente considerado como herejía: la Biblia daba por real la existencia de las brujas y los dominicos, en consecuencia, afirmaban en el «Martillo» que «cualquier hombre que cometa un grave yerro en la exposición de las Sagradas Escrituras será justamente considerado hereje». No había lugar para voces disidentes.

Este post tendrá una nueva y última entrega.

PARA SABER UN POCO (MUCHO) MÁS:

Llevo una buena cantidad de años sumergiéndome en todo tipo de literatura relacionada con la brujería, la Inquisición y el ocultismo, pasión que comenzó con la llegada a la redacción de mi añorada revista Enigmas hace la friolera de casi 20 años. Así que cuando se publica un nuevo título centrado en el tema suelo estar atento y no tardar en hincarle el diente, y aunque abundan los textos superficiales o «corta-pega» en este mundo de edición a veces sin control física y digital, lo cierto es que algunos trabajos sorprenden por su meticulosidad y buen hacer.

Es el caso del ensayo Brujas. La locura de Europa en la Edad Moderna, que acaba de lanzar la editorial Debate, uno de los paladines de la divulgación histórica en nuestro país, de la autora Adela Muñoz Páez que, curiosamente, no es ni antropóloga ni historiadora, ni siquiera periodista, sino catedrática de Química Inorgánica en la Universidad de Sevilla, eso sí, responsable de exitosos libros de divulgación como Historia del Veneno (2012), Sabias (2017) y Marie Curie (2020), todos ellos publicados en Debate.

Muñoz Páez explora el proceso por el que a comienzos de la Edad Moderna, en el Viejo Continente hoy asolado por nuevas e incomprensibles guerras, se persiguió a centenares de miles de personas, la mayoría mujeres, y se asesinó, que quede constancia documental, a unas 60.000, en el marco de una sociedad patriarcal y temerosa de Dios, profundamente machista, en la que la Iglesia católica (y también la protestante, en cuyo seno se produjo una persecución mucho más virulenta y sanguinaria, mal que le pese a la leyenda negra) decidiría el rumbo a seguir de toda la sociedad, de reyes a labradores.

Salazar y Frías

Una institución gobernada por hombres profundamente misógina y que convirtió a la mujer en el chivo expiatorio de todos los males, los del «averno» incluidos. Un libro, además, que desmonta mitos, como que España fue una de las naciones más intolerantes en este punto (fruto nuevamente de la leyenda negra, lo que no exime a nuestro país de ser uno de los principales azotes de protestantes y judaizantes), que las penas más crueles las impuso la Iglesia (no fue así, sino los tribunales civiles) o que la Inquisición fue el principal brazo ejecutor de la caza, pues, curiosamente, se erigió en uno de sus principales opositores (no en vano, fue precisamente el inquisidor burgalés Alonso de Salazar y Frías, que se incorporó al tribunal que juzgó el caso de las brujas de Zugarramurdi cuando ya se habían impuesto la mayoría de penas, el responsable de echar el freno a la Caza de Brujas en nuestro país).

Un completo recorrido por la brujería en la historia moderna que a pesar de su título no se circunscribe únicamente al continente europeo y también se ocupa de casos trasatlánticos como el de Salem, que tiene algunos puntos en común con el de Zugarramurdi (ficciones, presiones eclesiásticas, envidias, teriantropía…) aunque tuvo lugar casi 100 años después y a miles de kilómetros de los frondosos bosques navarros.

He aquí la forma de adquirir el ensayo:

https://www.penguinlibros.com/es/historia/276340-libro-brujas-9788418619571#

VIENEN DE NOCHE

La filóloga (estudió Filología Germánica en Barcelona) y etnobotánica Julia Carreras Tort acaba de publicar un libro con uno de los títulos más originales del año: Vienen de noche. Estudio sobre las brujas y la otredad. Lo hace en Ediciones Luciérnaga, sello de Planeta al que tengo mucho cariño y con el que publiqué dos libros (Espías de Hitler y Expedientes Secretos de la Segunda Guerra Mundial), con un catálogo de vértigo sobre el misterio y lo insólito. En un elogiable trabajo de campo, la autora sigue el rastro de aquellas mujeres perseguidas con inquina durante siglos en un delirio misógino y supercheril que convirtió la brujomanía en la gran histeria de tiempos pasados: todo era culpa del diablo y de las mujeres, sus concubinas.

Además de trabajar en el Ecomuseu de les Valls d’Àneu, en Lleida, una casa típica palleresa que mantiene su estructura original y muestra al visitante la vida familiar y el espacio doméstico en los valles pirenaicos durante la primera mitad del siglo XX, Tort tiene una web (occvlta.org), donde muestra sus investigaciones (algunas de las cuales engrosan las páginas de este libro), vende recetas e imparte curso online sobre tradición. En el citado museo, realiza talleres y diferentes recorridos por el campo sobre brujas y plantas protectoras del Pirineo, remedios populares y mágicos que ha rescatado del olvido tras una ingente investigación y exploración de los espacios naturales, así como entrevistas a los lugareños de mayor edad que aún pueblan las montañas.

Nada mejor que las palabras de la propia autora para describir el contenido de este sugerente ensayo:

«La bruja habita dentro y fuera de nosotros, vagando en senderos olvidados, aguardando en territorios familiares y en la oscuridad de la habitación que es nuestra mente. Las brujas han habitado en las sombras de la noche mucho antes de que decidiéramos cazarlas, se han presentado ante la humanidad bajo múltiples máscaras, deformadas e instrumentalizadas por el poder. Pero entre todas ellas, hay una máscara que jamás desaparece, aquella que personifica nuestros miedos más primitivos, y que, al mismo tiempo, nos atrae.  Al reencontrar su origen primordial y remoto, la bruja se erige como una entidad nocturna que alberga en la Otredad, la oposición más absoluta y necesaria a todo lo que tenemos por cierto o lógico. Al retirar sus máscaras, al buscar entre las sombras de la historia y en los confines olvidados de nuestro territorio, quizás podamos redescubrir partes ocultas e ignoradas de nosotros mismos».

Por lo tanto, además de un recorrido antropológico por la historia brujeril, por el pasado y los mitos, el libro es una suerte de viaje iniciático en el que nosotros mismos quizá redescubramos facetas desconocidas de nuestros ancestros, un vínculo cuasi olvidado con la naturaleza y las fuerzas elementales que el vertiginoso mundo moderno nos ha obligado a sepultar. ¿Seremos acaso todos nosotros/as brujos/as?

He aquí el enlace para adquirir este título:

https://www.planetadelibros.com/libro-vienen-de-noche/348480

Halloween: cuando los muertos están entre nosotros (I)

En plena celebración del Samhain celta, recordamos en este post unas cuantas curiosidades, algunas realmente increíbles, sobre lo que esconde una festividad «siniestra» que de una y otra forma se celebra en casi todos los rincones de un planeta cada vez más dañado –y no precisamente por espíritus de ultratumba–.

Óscar Herradón ©

Ir de puerta en puerta, vociferando y haciéndose con regalos, era la práctica druida previa a las grandes fogatas, aunque esta práctica tan común hoy en los EEUU y otros países anglosajones, y cada vez más implantada en todo el mundo, también parece estar relacionada con el concepto católico del purgatorio y la costumbre de mendigar un «ponqué» o pastel de alma –soul cake– (aunque me quedo con los «huesitos de santo» que en España, junto a los buñuelos, nos acompañan desde nuestra más tierna infancia).

La costumbre de la burla –Trick– en Halloween, está relacionada de nuevo con la creencia de que los espíritus y las brujas hacían un daño esa noche especial desde tiempos pretéritos. Por ello, se creía que si el vivo no proveía comida o dulces –treats– a los espíritus, entonces éstos se burlaban de él. Las gentes creían que si no se honraba a los espíritus, podrían sucederles terribles desgracias; asimismo, los druidas estaban convencidos de que al fracasar adorando al Señor de la Muerte sufrirían desastrosas consecuencias.

De hecho, los sacerdotes celtas iban de casa en casa demandando todo tipo de comidas extrañas para su propio consumo y como ofrenda tras el Festival de la Muerte. Si las gentes se negaban a sus demandas, les hablaban sobre una maldición demoníaca que caería sobre su hogar: en el transcurso del año, alguno de los miembros de la familia moriría…

Así, en la actualidad los niños, cuando llaman a tu puerta y reclaman ese «Truco o trato» sugieren que si no les dan un dulce, te jugarán una mala pasada, una suerte de amenaza velada como en el antiguo Samhain.

La linterna de Jack

Los inmigrantes irlandeses que desembarcaron en la isla de Ellis, en Nueva York, EEUU, llevaron consigo algunas de sus tradiciones y las extendieron por aquellas tierras tomando la forma de leyendas y cuentos populares. Uno de los más singulares de Halloween es la historia de Jack O’Lantern. Cuentan que éste era un hombre ruin y malvado, aficionado a la bebida –y no precisamente la Casera– y bastante retorcido, que siempre lograba salirse con la suya. En una ocasión, el diablo se le apareció para reclamar su alma, pero el mezquino Jack engañó al maligno: le pidió que se convirtiera en unas monedas para pagar su último trago. Cuando el diablo se introdujo en su bolsillo, Jack metió una cruz de madera y lo atrapó, obligándole a darle diez años más de vida.

Pasada una década, el diablo volvió para cobrar su deuda, pero, como debía cumplir siempre la última voluntad de una persona para sesgar su alma, Jack le pidió que trepara a un manzano y le trajera el fruto que se hallaba más alto de todos. Cuando el maligno estaba en lo más alto, O’Lantern grabó una cruz en el árbol y lo rodeó con pequeñas cruces de madera, atrapando de nuevo a su anfitrión. La exigencia del retorcido Jack fue que esta vez dejase su alama para siempre.

Sin embargo, al final el destino le devolvió el golpe: al morir, el espíritu de Jack fue expulsado de los cielos por sus múltiples pecados. Entonces, buscando refugió bajó a los infiernos para convencer al diablo de que lo acogiese. Pero éste no había olvidado su afrenta: le recordó que no podía poseer su alma y lo expulsó de allí. Cuando abandonaba el infierno, comiéndose un nabo, el diablo le arrojó unas brasas que no dejarían de arder. Jack las introdujo en el nabo y desde entonces vagó por la tierra con su «linterna de Jack», buscando reposo. Con el tiempo, los nabos que usaban también los druidas serían sustituidos por calabazas, debido al excedente de esta hortaliza en el Nuevo Mundo, hasta el día de hoy.

Otra versión de la historia apunta que Jack se negó a ayudar a obtener los ingredientes para preparar una sopa de Halloween a una bruja y ésta, como castigo, le impuso una maldición: una calabaza gigante lo engulló y desapareció para siempre, mientras la hortaliza adoptaba rasgos similares al rostro humano. Es posible también que la calabaza hueca se hubiera originado por la costumbre de las «brujas» de llevar una calavera con una vela encima para iluminar el camino hacia el aquelarre.