El significado oculto de la decapitación ritual (II)

Desde la más remota antigüedad, el hombre ha decapitado a sus congéneres por diversas razones –enfrentamientos bélicos, venganzas, humillación…–, pero muchas se debían a un significado oculto y místico que los antropólogos han tardado siglos en descifrar. De la prehistoria a los celtas, de los vikingos a los romanos, pasando por la Revolución Francesa o los jíbaros de la Amazonía, la decapitación ritual ha estado presente en la historio de la humanidad. Ahora que la editorial Hermenaute publica un documentado ensayo sobre este punto, recordamos a los «cortadores de cabezas» que han dado los siglos en «Dentro del Pandemónium».

Por Óscar Herradón ©

Diodoro de Sicilia

Los celtas serán los más vinculados, en los trabajos académicos de mediados del siglo XIX, con el ritual de amputar cabezas, basándose en textos clásicos que han corroborado diversas excavaciones arqueológicas, una práctica que diversos autores atribuyen a la influencia de las tribus celtas de la Europa oriental, que habrían tomado de los escitas. Diodoro de Sicilia cuenta que cuando sus enemigos eran vencidos les cortaban la cabeza y las colgaban de los cuellos de sus caballos: «Luego, las clavan en sus casas y embalsaman con aceite de cedro las cabezas de los enemigos más ilustres y las guardan cuidadosamente en cajas», que después «muestran a los extranjeros vanagloriándose de no haber aceptado un peso en oro equivalente al de la testa a cambio de ésta, constituyendo el no vender la prueba del propio valor una muestra de nobleza».

Una muestra de esta práctica se encuentra en la acrópolis gala de Roquepertuse, antiguo centro religioso de este pueblo. Localizada cerca de Velaux, al norte de Marsella, fue destruido por las legiones romanas en el año 124 a.C. y descubierto por casualidad en 1860. Los investigadores han determinado que era un santuario utilizado exclusivamente por los sacerdotes (druidas) y sus familias. El sitio es célebre precisamente porque es una evidencia del culto celta a las «cosechas de cabezas» descrito en los citados relatos griegos y romanos. Impresiona, por ejemplo, el llamado «Pórtico de las Calaveras», con huecos en los que se incrustaban las testas de los enemigos.

El impresionante pórtico con los huecos para introducir las cabezas cercenadas

De acuerdo a las creencias celtas, guardar la cabeza del enemigo vencido implicaba poseer su espíritu. Así, no solo se impedía al alma proseguir su camino al más allá, sino que se obligaba a ésta a proteger a su nuevo portador, en una suerte de magia por contacto en la que se pasaba a éste el coraje y el valor del soldado caído. No obstante, aunque las cabezas que lucían en las casas, recintos sagrados y otras zonas de los poblados solían ser de sus adversarios, en ocasiones pertenecían a los antepasados de la aldea. Así, los vivos velaban el alma de los familiares muertos.

Dacios

Las decapitaciones y su culto constituían un elemento fundamental en la formación del espíritu céltico. De hecho, en algunos lugares se ha constatado que los jóvenes debían realizar, como prueba iniciática final de su paso a la madurez, salir de «cosecha», regresando con la consiguiente testa que les permitiera ingresar como miembros de pleno derecho en el estrato social de la casta guerrera dominante.

La arqueóloga galesa Anne Ross, experta en mitología celta, afirmaba que el culto a la cabeza humana constituía un tema recurrente en todos los aspectos de la vida espiritual y diaria de los celtas en las Islas Británicas, dado su convencimiento de que la cabeza era la sede del alma. De hecho, numerosos relatos de la cosmovisión céltica incluyen ejemplos de cabezas que hablan e incluso cantan, y también de algunas testas capaces de realizar profecías. 

También los druidas utilizaban cabezas para sus propios fines mágicos, extrayendo de ellas –creían– el medio para incrementar su poder. De hecho, el carácter espiritual de las cabezas cercenadas no pasó desapercibido a los monjes cristianos encargados de acabar con el paganismo en amplios territorios europeos, y no dudaron en incluirlas en la decoración de los nuevos templos para facilitar así la conversión a la nueva fe.

En relación con los celtas de las Islas Británicas, se han hallado evidencias de que las «cosechas» de cabezas estaban relacionadas con ritos de iniciación, prácticas que se remontan mucho más atrás. Excavaciones en distintos dólmenes irlandés erigidos hace entre 3.000 y 4.000 años sacaron a la luz restos humanos dispuestos junto a varios ofrendas votivas, todo ello en el marco de un enterramiento de corte intencionadamente mágico.

Veni, vidi, vici

Aunque los historiadores romanos se cebaron con aquellos pueblos que llamaban «bárbaros» y sus salvajes costumbres, lo cierto es que en las últimas décadas la historiografía ha destapado que también los padres de la civilización europea realizaron prácticas del estilo. Algo que defendía hace pocos años la doctora Alison Taylor, miembro del Institute of Field Archaeologists en la Escuela Británica de Roma: que los civilizados romanos decapitaban a sus prisioneros y ofrecían las testas a sus dioses cada vez que se hallaban ante algún peligro, en la creencia de que tales sacrificios humanos y ceremonial posterior ponían a la divinidad de su parte, algo que recuerda –y mucho– a las prácticas que siglos después llevarían a cabo aztecas y mayas, y cuyo uso se puede rastrear en distintos lugares del planeta hasta el mismo Neolítico.

Tal aseveración partía del hallazgo, en diferentes yacimientos británicos, de cuerpos salvajemente torturados, desmembrados y decapitados. Es el caso de un yacimiento en Walbrook, un arroyo cercano al Támesis, donde se halló un enterramiento en el que al menos seis personas fueron decapitadas y sus cabezas presentadas como ofrendas a la divinidad, o la aparición de huesos humanos en zanjas próximas a templos y en pozos rituales. Hasta ahora se atribuían a prácticas ceremoniales de los druidas celtas, pero los últimos restos han sido fechados en el siglo II de nuestra era, lo que parece indicar que los autores de tales hechos de marcado carácter religioso fueron legionarios romanos. Ahora se está tratando de discernir si era una práctica habitual –que cayó en el olvido por el paso de los siglos– o por el contrario episodios esporádicos de decapitación ritual.

Aunque los romanos llevaron a cabo acciones brutales contra sus enemigos, no menos sanguinarias que la de aquellos a los que llamaban bárbaros y pretendían subyugar, no era habitual entre ellos el sacrificio humano, que supuestamente detestaban. Sin embargo, además de decapitaciones rituales, se han encontrado vestigios también de este tipo de prácticas para agradar a las divinidades del panteón pagano. Además, utilizaban la decapitación como sistema punitivo «compasivo», reservado a los ciudadanos romanos de primera clase y a los soldados, cuya veneración les llevaba, incluso, a momificarlas para adorarlas.

Distinto fue el caso de la antigua Grecia, de la que bebieron casi todo los romanos. La obsesión de los griegos por la integridad física humana les hizo considerar la decapitación cual acto infame y abominable, como demuestra el mito griego de la Medusa, que ni siquiera decapitada dejaba de ser poderosa y aterradora. No obstante, al igual que en Roma, era el castigo reservado para los nobles, como más tarde sucedería en las monarquías europeas. 

También los íberos…

Francisco Gracia Alonso realiza un minucioso y documentadísimo recorrido por la práctica de la decapitación ritual en su libro Cabezas Cortadas, editado por Desperta Ferro. En el capítulo dedicado a los íberos rescata las palabras de Diodoro de Sicilia, quien relata cómo los mercenarios íberos al servicio de los cartagineses, tras la batalla, se empleaban a fondo en seccionar las cabezas y las manos de sus enemigos caídos en combate. Estos trofeos los colgaron del extremo de sus jabalinas y estacas y también se los ataron alrededor de la cintura para proceder a la orgía de sangre que siguió a la caída de la urbe.

Afirma el citado autor que «en todo el territorio de la cultura ibérica existía una unidad de ritual respecto a la muerte, centrada en la diferenciación social, basada en el tipo de estructura funeraria en la que serían dispuestos los restos del difunto tras su conclusión…».

Precisamente, este tipo singular de culto entre los íberos protagonizó una exposición en 2019 del Museo Arqueológico Nacional, Cabezas cortadas. Símbolos de poder, que se centraba en los descubrimientos realizados en el poblado íbero de Ullastret (Girona) en el año 2012. Según Carmen Rovira, del Museo de Arqueología de Cataluña, los humanos de la Edad de Hierro (etapa que comenzó en el primer milenio antes de nuestra era), guardaban las cabezas cortadas de sus coetáneos por dos razones: bien para mantener próxima «la esencia de la persona» fallecida junto a ellos, o bien para «mostrar su poder» frente a los enemigos derrotados.

Ullastret

Una de las piezas más espectaculares del museo es el cráneo de un joven íbero de entre 16 y 18 años atravesado por un clavo de 23 cm de arriba abajo, y que nunca había entrado en batalla, pues su calavera carecía de heridas o muescas, lo que evidencia un carácter ritual en el tratamiento (precisamente, la imagen elegida para la portada de la reedición del ensayo de Desperta Ferro). Tras decapitarlo, su cabeza fue metida en una bolsa, atada al caballo de su vencedor y transportada hasta la citada Ullastret, la ciudad íbera más grande que se conoce, capital de los indigetes.

La cabeza fue insertada en la fachada de la vivienda de un noble, junto con su espada de hierro –conocida como falcata– para que el dueño mostrase su poder ante el resto de vecinos. El proceso denota una terrible crueldad: según avanzó Jusèp M. Boya i Busquet, director del MAC, al diario El País: «antes de colgar el cráneo, los íberos extraían las vísceras al decapitado mediante incisiones con cuchillos en las partes frontal y lateral, siempre que el cráneo estuviese ‘fresco’, pues pasados muchos días desde el fallecimiento se podían fracturar los huesos al introducirle el clavo para colgarlo en la pared».

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

Además del citado trabajo de Francisco Gracia Alonso para Desperta Ferro, Cabezas cortadas y cadáveres ultrajados, que ya cuenta con varias reediciones, recomendamos el libro Decapitación. Iconos y leyendas, que ha editado recientemente (y con mimo) Hermenaute.

Este sugerente ensayo aborda cómo se ha tratado la iconografía de la decapitación en el arte, los mitos y las costumbres de distintas civilizaciones, centrándose principalmente en Occidente y el Nuevo Mundo. Un libro que busca (y lo consigue con creces) una aproximación al impacto de la cabeza trofeo en su sentido más antropológico, extenso y, desde luego, legendario, en la línea de lo que tratamos en este post.

Una crónica historiográfica y geográfica apasionante que analiza el acto del descabezamiento como una poderosa materia de ficción en la cultura popular, pues está presente en las vidas de santos y mártires, en las cacerías salvajes, en la mitología celta y romana, entre los blemios o blemitas (un antiguo pueblo que habitó la región de la Baja Nubia y que adquirirían una importante presencia en distintos mitos medievales) o, en el plano literario, el mito del dullahan irlandés que daría origen al famoso «jinete sin cabeza» de Sleepy Hollow que inmortalizó Washington Irving y llevó a la gran pantalla el visionario Tim Burton.

Su autor es el escritor, guionista y analista cinematográfico Lluís Rueda, precisamente director de esta pequeña gran editorial que es Hermenaute y que cualquier apasionado de los mitos, el cine o el terror –como lo es un servidor– no puede dejar de seguir. Un hermoso volumen (no por pequeño poco exhaustivo), ilustrado por Miki Edge, quien tras 10 años en el mundo de la publicidad y la tecnología cibernética decidió dedicarse casi en exclusiva a su gran pasión: el diseño de cartelería de cine, un pequeño –y a su vez valiente y arriesgado– tributo a los que crecimos haciendo cola entre carteles y fotocromos y éramos carne de videoclub.

Los visigodos (Almuzara)

La decapitación también tenía un fuerte componente simbólico en el marco de la política. Desde época visigoda, los rebeldes y traidores al rey eran candidatos a ser decapitados. Por ejemplo, el rey visigodo Leovigildo mandó decapitar a su vástago Hermenegildo por desobediencia en el año 585. También, el usurpador hispanorromano Pedro (Petrus), que vivió a comienzos del siglo V y es mencionado en dos fuente menores, la Consularia Caesaraugustana y el Victoris Tunnunnensis Chronicon, fue arrestado y decapitado en el año 506 tras rebelarse contra los gobiernos visigodos de Hispania. Su cabeza, a modo de trofeo, fue enviada a Caesaraugusta (nombre romano de Zaragoza).

Para una visión global del reino visigodo en la Península Ibérica, nada mejor que acercarnos a las páginas de Los Visigodos. Historia y arqueología de la Hispania visigoda, editado con mimo por Almuzara, obra del incansable viajero Luis del Rey Schnitzler , autor de éxitos como su Guía Arqueológica de la Península Ibérica y Rutas históricas de la Península Ibérica. El pueblo nómada que protagoniza el ensayo, curtido no solo en batallas sino en las vicisitudes de la vida, escribieron gran parte de nuestra historia, estando presentes en estas tierras durante un periodo que abarca casi tres siglos.

Las crónicas nos hablan de sus elites gobernantes como hombres audaces, pero también citan sus rudas costumbres, su codicia, su ambición y diversas traiciones que conducirían finalmente al ocaso de su otrora esplendoroso reino. De Alarico I, fundador de la dinastía visigótica a don Rodrigo, el último de sus monarcas, muerto en 711 en lo que es todavía un misterio histórico, pasando por las gestas de Leovigildo, Recaredo, Recesvinto o Witiza.

Historia, arqueología e introspección se combinan en este documentado y ameno trabajo que profundiza en los mensajes que nos transmiten los variados objetos que nos legó este fascinante pueblo y los relatos de cuantos vivieron, interpretaron y sintieron de cerca los acontecimientos.

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La Guerra de Portugal (1640-1668)

Nuestros vecinos la bautizaron como Guerra de Restauraçao de Portugal, también conocida como Guerra de Independencia. La Guerra con Portugal, como se conoció entre los españoles, se inició en 1640, duró 27 largos años hasta 1668 y tendría importantes consecuencias tanto a nivel nacional como internacional, siendo uno de los episodios clave del fin del esplendor de los Austrias hispánicos. Ahora, un detallado trabajo de investigación nos desvela los episodios olvidados de aquella contienda y el papel de los ejércitos españoles en la defensa de la llamada Unión Hispánica.

Por Óscar Herradón ©

Sebastián I de Portugal murió en la batalla del Alcazarquivir en 1578, por culpa de una actitud temeraria tras hacer oídos sordos a las advertencias de sus principales consejeros de que debían rendirse. Aquella batalla, conocida también como de Los Tres Reyes, enfrentó a las fuerzas portuguesas y a las de los pretendientes al trono de Marruecos. Imbuido de un ferviente espíritu de Cruzada y un marcado fanatismo religioso que le inculcaron sus educadores jesuitas, Sebastián se lanzó a una muerte segura en el campo de batalla. Su cuerpo fue recuperado después y sepultado primero en Alcazarquivir, y el mes de diciembre de 1578, fue entregado a las autoridades portuguesas en Ceuta, donde sus restos permanecieron hasta 1580, momento en que se realizó su entierro definitivo en el Monasterio de los Jerónimos de Belém.

Espinosa

Tras su muerte, se inició un movimiento de fuerte impronta mística, un mito conocido como Sebastianismo, debido a que poca gente había visto el cadáver del joven monarca y mucho menos aún lo habían reconocido (asunto del que me ocuparé en otra detallada entrada en «Dentro del Pandemónium»), en torno a las profecías del poeta António Gonçalves Annes Bandarra, unos versos a los que se atribuyeron carácter mesiánico. Juzgado por la Inquisición como judaizante (aunque parece que no era judío), sus libros fueron incluidos en el Índice de los Libros Prohibidos. Murió en 1556, 22 años antes que el rey luso, pero muchos quisieron ver en sus versos un aviso de lo que sucedería tras la muerte del monarca en el campo de batalla. Y en torno a ese mito surgieron personajes que se hicieron pasar por el rey redivivo, como Gabriel de Espinosa, pastelero de Madrigal, en una historia que ya quisieran hoy los de Sálvame.

Enrique I

Sebastián murió sin herederos, y sin la muerte también sin descendencia de su sucesor, su tío-abuelo Enrique I, en enero de 1580, se instauró un vacío de poder y la consiguiente crisis dinástica, y mientras las Cortes portuguesas decidían qué candidatura a ocupar el trono era la más apta, Felipe II de España se anticipó y reclamó sus derechos a la sucesión del trono luso: de los once matrimonios que tuvieron lugar entre la desaparecida dinastía de Avis, ocho habían sido con los Austrias españoles, por lo que la llamada Unión Ibérica, largamente anhelada, estaba en el horizonte y se convertía en una posibilidad muy real.

La Unión Hispánica

Felipe II

El Rey Prudente contaba con el apoyo de la clase media, la nobleza y el alto clero, pero la oposición vino de las clases populares y el bajo clero: el 20 de junio de 1580, Antonio, Prior de Crato, adelantándose al Austria, se proclamó rey de Portugal en Santárem. Candidato de dudosa legitimidad y un supuesto origen bastardo del rey Manuel I, su reinado (legitimado en varias localidades del país) duró apenas 30 días, pues sus escasas tropas serían vencidas por las comandadas por el duque de Alba en la batalla de Alcántara el 25 de agosto de 1580.

Antonio, prior de Crato

Un año después, Felipe II, en el momento más álgido de su reinado, ese imperio sin corona en el que «no se ponía el sol», fue proclamado rey con el nombre de Filipe I de Portugal por las Cortes de Tomar. La Unión Ibérica se convertía en una realidad y el reino luso pasaba a formar parte de la corona hispánica. Algo que engrandecía el poder de los Austrias españoles pero que no era bien visto por amplios sectores de la sociedad lusa, que se sentían humillados ante tan grande agravio a su independencia y honor.

Olivares

Durante décadas el reino portugués formó parte del reino de España, pero la tensión por diversos motivos políticos y la decisión de poner impuestos a favor de la corona a partir de 1611 (lo que empobreció a la población del país vecino) extendió un movimiento de sublevación que en torno a 1630 experimentó diversas escaramuzas y levantamientos (en su mayoría anecdóticos) que en los primeros años del reinado de Felipe IV, y a causa de la dura reglamentación del Conde-Duque de Olivares (en la presión fiscal debida a la castellanización de los territorios peninsulares), culminaría con el estallido de la sublevación en 1640.

Duque de Braganza

En 1638, ante el agravamiento de la situación, se convocó en Madrid, capital del reino de España, la Junta Grande de Portugal y en marzo de 1639 se suprimió el Consejo de Portugal, que fue sustituido por una Junta situada en Lisboa y otra más sita en Madrid. El descontento se había manifestado en varias revueltas populares en 1634 y 1637 respectivamente, en la región del Alentejo y otras ciudades, sin demasiadas consecuencias, aunque la insurrección estaba a punto de estallar. El personaje principal que encabezaría la oposición a España sería Joao, Duque de Braganza, aunque durante meses se mostró reacio a encabezar la conjura, entregado a su pasión, la música, en el Palacio de Villaviciosa. Finalmente aceptó ser nombrado rey pero no ser el líder de la insurrección. A la espera de que esta triunfase, permaneció en su dorado retiro.

Margarita de Saboya

El despótico gobierno de Miguel de Vasconcelos y Diego Suárez, secretarios de Estado de la virreina Margarita de Saboya, y ciertos agravios y exacciones violentas, fueron la chispa que hizo explotar a los rebeldes. Aprovechando que el grueso de las tropas españolas se hallaba desplegado en Cataluña, donde la situación era aún más delicada, los conjurados proclamaron la independencia de Portugal el 1 de diciembre de 1640. A las 9 de la mañana, los insurrectos ingresaron al Paço da Ribeira, en Lisboa, y asesinaron y arrojaron por la fachada del Palacio Real, que da a la Plaza del Mercado lisboeta, al secretario de Estado, Miguel de Vasconcelos, arrestando a su vez a la virreina en su gabinete, siendo encerrada en el Convento de Santos-o-Novo.

Asesinato de Vasconcelos

El Duque de Braganza aceptó la autoridad de la rebelión y se intituló rey de Portugal ese mismo día 1 bajo el nombre de Juan IV, dando inicio a la cuarta dinastía lusa o dinastía de Braganza.

La respuesta de España

Álvaro de Bazán

La confirmación del triunfo del alzamiento llegó a Madrid el 7 de diciembre de 1640, y en la corte se prohibió, bajo pena de vida, que se hablase del asunto. Pero el mecanismo de la guerra se puso en marcha. Rápidas operaciones militares dirigidas por el anciano duque de Alba por tierra y por el Marqués de Santa Cruz, D. Álvaro de Bazán, por mar, fueron la respuesta de la corona española a tal desafío. Por el norte tuvo especial importancia la compañía que capitaneaba D. Fernando de Castro, Conde de Lemos, constituida en parte por gente reclutada en la antigua provincia de Tuy, y a cuya fuerza expedicionaria no dudaron en sumarse muchos ciudadanos de La Guardia (hoy A Guarda, la hermosa tierra de mi familia materna desde cuya playa de O Molino se vislumbra el norte de Portugal con tal nitidez que parece que uno pudiera, apenas entornando los ojos, agarrarlo con la palma de su mano), y de comarcas adyacentes.

Sancho Dávila

A ellos se unieron también los tercios reunidos en la ciudad de Pontevedra bajo las órdenes de D. Sancho Dávila, Maestre de Campo, apodado «el Rayo de la Guerra» (que en 1580 fue vencido por el prior de Crato en la Batalla de Alcántara pero que el 24 de octubre de ese mismo año conquistó Oporto para la corona), al igual que hicieron otros señores cumpliendo los mandatos de Felipe IV, como D. García Sarmiento de Sotomayor, Señor de Salvatierra, que acudió con sus vasallos a formar parte del ejército invasor. Movimientos de tropas similares tuvieron lugar en las otras fronteras entre España y Portugal, principalmente en territorio extremeño.

Los Habsburgo bautizaron a Juan IV como «El Tirano», mostrándolo en su propaganda como a un traidor. El 28 de enero de 1641 se iniciaron las sesiones de las Cortes que legitimaron la «restauración» de Juan al trono portugués. La falta de combates de importancia daría a los portugueses dos largas décadas para fortalecer su defensa frente a Castilla, reconstruyendo fortalezas, creando un ejército más efectivo y haciéndose con armas para su defensa. El país luso quedó dividido en seis regiones militares y se emprendieron una serie de obras de fortificación tanto de las fronteras como de las ciudades del interior en previsión de posibles ataques españoles.

El rey Juan IV de Portugal
Escudo de armas de Juan IV

En un principio, Juan IV actuó de forma precavida: mantuvo el sistema legal del periodo anterior y a la mayoría de cargos de responsabilidad. A su vez, creó el Consejo de Guerra, el Consejo Ultramarino y emprendió las reformas del Consejo de Estado y del Consejo de Hacienda. Sobrevivió a un intento de regicidio en 1647 y murió el 6 de noviembre de 1656 debido «al mal de la gota y la piedra», cuando ya había fallecido su primogénito, el infante Teodosio, príncipe de Brasil (que murió en 1653, a los 19 años), extendiendo la leyenda de la maldición que pendía sobre los Braganza.

Melo

El periodo de 1640 a 1668 se caracterizó por enfrentamientos periódicos entre ambos reinos, desde pequeñas escaramuzas a graves conflictos armados. El frente se mantuvo prácticamente estático y, por parte española, era fundamentalmente defensivo, pues la prioridad de la Corona era sofocar la Sublevación de Cataluña. Siguiendo el llamamiento de Juan IV, algunos cientos de soldados cambiaron de bando, pero otros no, y de hecho, en el frente catalán combatieron numerosos soldados portugueses a favor de los Austrias y la unidad en su conjunto llegó a estar al mando de un luso, Francisco Manuel de Melo.  En un primer momento, de hecho, el gobierno madrileño permitió que los rebaños portugueses pasaran a Extremadura y que jornaleros lusos participaran en la siega en Castilla en 1641. La corte madrileña pasaría de la guerra defensiva a la ofensiva en 1657.

La debilidad de ambos reinos retrasó los enfrentamientos bélicos que debían decidir la cuestión de la independencia portuguesa, lo que hizo que la guerra durase 27 largos años, siendo la más larga del siglo XVII en la península Ibérica.

Victorias olvidadas y la derrota de un imperio

En una larga guerra de casi 28 años, hubo importantes éxitos de los Tercios españoles que caerían en el olvido por el fracaso final de la Corona hispánica a la hora de retener el trono luso, y precisamente un portentoso ensayo que acaba de publicar la editorial Actas recoge esas victorias y una visión de conjunto detallada y analítica de aquella longeva contienda. El libro en cuestión es La Guerra de Portugal (1640-1668), obra de Enrique F. Sicilia Cardona.

Por sus páginas caminan personajes fascinantes de ambos bandos, convencidos de que estaban llamados a realizar grandes hazañas y de la victoria final, y se desgranan las traiciones y alianzas de ingleses y franceses que se coaligaron para ayudar a los resistentes lusos y derribar así al gigante con pies de barro en que se había convertido la monarquía hispánica, que no obstante atesoraba un poder y dignidad todavía apabullantes. Un escenario que trascendía, por tanto, la política de la Península y se convertía en otra guerra más de escala internacional en aquel siglo de contrastes y una dura pugna por controlar la hegemonía de Occidente que fue el Barroco.

Asedio de Badajoz. 1658

Su autor, profesor de Humanidades, conferenciante y especialista en temas histórico-militares, despliega un exhaustivo conocimiento de la época y las múltiples aristas de aquel conflicto y hace un uso encomiable de una cantidad de fuentes documentales que asusta. Recupera así, en su conjunto, esa caída marcial final y pone los puntos sobre las íes en lo que a la restitución de nuestro pasado se refiere, un pasado de contraluces que no obstante resulta apasionante.

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El Gran Reemplazo: la última falacia cibernética (II)

Vivimos tiempos de crisis económicas endémicas, globalización e incertidumbre social que ha aumentado con la pandemia, generando una polarización de la sociedad que también vemos en España. Con la migración masiva en el punto de mira y un éxodo de migrantes que ha aumentado exponencialmente tras la invasión rusa de Ucrania, algunos grupos vinculados a la extrema derecha extienden en RRSS la teoría conspirativa de «El Gran Reemplazo»: los occidentales blancos estarían siendo sustituidos por la multiculturalidad en un genocidio largamente encubierto. Una postura que han defendido algunos de los seguidores más radicales de Donald Trump, pero que encuentra eco también en Europa, donde precisamente nació. Tras los últimos tiroteos masivos en EEUU, esta conspiranoia vuelve a estar en primera línea de actualidad.

Por Óscar Herradón ©

En dos días se han perpetrado nuevos tiroteos masivos en EEUU y sus responsables parecen pertenecer a esta ola de seguidores de la llamada teoría conspirativa de «El Gran Reemplazo», sin duda muy peligrosa y una suerte de adaptación moderna de viejas conspiranoias como la mantenida en Los Protocolos de los Sabios de Sión, según la cual los judíos fueron los responsables del colapso del cristianismo occidental y que sería libro de cabecera de los nazis, que ahora también recuperan los seguidores de QAnon y otros extremistas.

Tan solo unas horas después del tiroteo en Búfalo, en el supermercado Tops, que dejó 10 muertos, en el salón de eventos de la iglesia presbiteriana de Laguna Woods, a 80 kilómetros al sureste de Los Ángeles, un grupo de fieles taiwaneses celebraba el regreso de un pastor muy querido cuando irrumpió en el lugar David Chou, un individuo de origen asiático y 68 años de edad que, tras confundirse con los feligreses, sacó dos armas de nueve milímetros y comenzó a disparar. Impidió una masacre el médico de familia y vecino de Laguna Woods, John Cheng, de 52 años, que sin pensárselo dos veces se abalanzó sobre el tirador tras haber realizado el primer disparo. En ese momento, el médico recibió un primer impacto de bala y la pistola del lobo solitario se atascó cuando éste intentaba rematarlo. El doctor perdía la vida poco después.

John Cheng evitó una masacre

El valiente acto de aquel ciudadano que había acompañado a su anciana madre al evento, sirvió para que el resto de la congregación pudiera reducir al agresor: el pastor le golpeó en la cabeza con una silla y otros feligreses lo ataron de las extremidades con un cable, hasta que llegó la policía poco después. La idea, frustrada, era cometer una matanza, la enésima en territorio estadounidense en los últimos años y la segunda en apenas dos días: Chon había cerrado por dentro las puertas de la iglesia con cadenas y puso pegamento en las cerraduras para evitar que alguien saliera.

Al parecer, según declaró el sheriff del condado de Orange, Don Barnes, «el sospechoso estaba molesto por las tensiones entre China y Taiwán». Guardia de seguridad que radicaba en Las Vegas, el pasado sábado Chon condujo cuatro horas y media desde Nevada hasta la pequeña comunidad para causar el mayor daño posible, en un viaje premeditado por varios estados en lo que ya parece un lugar común de estos personajes frustrados.

Taiwán

En las evidencias halladas en su teléfono móvil (que aún sigue analizando el FBI), y en notas en su vehículo, se desprende que el atacante, que nació en China, emigró «hace varios años a Estados Unidos», donde obtuvo la ciudadanía. Al parecer, Chon, que vivió en Taiwán, no fue «bien recibido» allí y ello despertó su odio hacia la comunidad. La policía recuperó del templo dos bolsas: una cargada de municiones para sus dos pistolas (compradas legalmente en 2015 y 2017 respectivamente, uno de los grandes problemas de la nación, la venta de armas) y otra con cuatro bombas tipo molotov. Según el sheriff citado: «Este fue un incidente aislado donde el sujeto actuó solo, pero es un acto de odio contra la comunidad taiwanesa».

En este caso el tirador era también de origen asiático, pero desde el inicio de la pandemia los delitos de odio contra la comunidad asiática en EEUU han aumentado considerablemente. No han ayudado a calmar las aguas, sin duda, declaraciones como las de Donald Trump tildando el Covid de «virus chino», una calificación que tuvo réplica en nuestro país por parte de algún partido político. Un informe publicado a principios de 2022 y elaborado por la Universidad del Estado de California en San Bernardino, indica que estos ataques crecieron entre 2020 y 2021 un 339%, siendo los asiáticos los segundos más afectados detrás de los afroamericanos en medio de un contexto en el que, según señala el diario El País, los incidentes racistas han crecido a nivel nacional un 11%.

El Gran Reemplazo, detonante de la masacre de Búfalo

La masacre del día anterior se saldó con un número mucho más trágico de víctimas: al menos diez personas muertas y otras tres heridas, en su mayoría negros, durante un tiroteo perpetrado por un joven blanco en un supermercado de la localidad estadounidense de Buffalo (Nueva York). El atacante viajó varias horas hasta llegar al supermercado «Tops», hacia las 14.30 hora local. Según declaró el comisionado de policía del condado, Joseph Gramaglia, cuando salió del vehículo «estaba fuertemente armado con equipo táctico. Llevaba puesto un casco militar y una cámara que estaba trasmitiendo en directo lo que estaba haciendo».

El tirador, que tras apuntarse al cuello con su arma al verse rodeado, terminó por rendirse ante la policía, era el joven supremacista blanco de 18 años Payton S. Gendron, creyente en la teoría conspirativa de el gran reemplazo. Provisto de un rifle de asalto y dos armas y equipamiento militar, entró decidido al establecimiento. La plataforma de vídeo Twitch, perteneciente a Amazon, cortó la retransmisión en directo del tiroteo a los dos minutos de iniciarse. Cuatro de los muertos cayeron en el parking, el resto dentro del supermercado, donde quedó una escena dantesca con cuerpos por todos los pasillos.

Logo de 4Chan

En mayo de 2020, Gendron, cansado de los confinamientos por la pandemia, empezó a frecuentar foros como 4Chan (clave en la difusión de los primeros mensajes del enigmático «ciudadano Q», como cuento en La Gran Conspiración de QAnon), donde tuvo conocimiento de la teoría conspirativa del genocidio blanco. Según relató en un manifiesto de 180 páginas que colgó en Internet, un procedimiento ya habitual de estos «lobos solitarios» racistas y profundamente frustrados, y cuyos detalles divulgó el rotativo The New York Times, Gendron se preparó para el ataque durante años, comprando municiones y equipamiento y practicando tiro con frecuencia.

El escrito es un detallado plan para matar al mayor número posible de negros en la ciudad con más población afroamericana de su Estado, un relato pormenorizado sobre dónde aparcar, dónde comer antes de perpetrar la masacre, cómo recorrer con eficacia y la mayor rapidez posible todos los pasillos del supermercado y rematar, si podía, «a cada negro con un tiro en el pecho». Todo muy similar a masacres anteriores como las que tuvieron lugar en 2019 en El Paso y en Nueva Zelanda, o en Las Vegas en 2017. De hecho, en su declaración de intenciones subida a la red de redes, Gendron señaló una especial conexión con el supremacista australiano Brenton Tarrant: «El que más me radicalizó».

El gran reemplazo es una teoría que lleva años asentada entre los grupos de ultraderecha pero que se ha hecho popular al otro lado del charco gracias a «telepredicadores» como el populista Tucker Carlson, comentarista de Fox News, y algunos políticos republicanos, así como por conspiracionistas como Alex Jones, que comandaba InfoWars. Gendron ya había dado un aviso de su comportamiento perturbado: en 2021 fue detenido por la policía tras proferir «amenazas generalizadas» contra su instituto. Por ello, y siendo menor, fue derivado a un hospital donde se le sometió a una evaluación psiquiátrica, se ve que sin mucho acierto pues día y medio después fue dado de alta y la policía dejó de seguirle la pista. Un error fatal en un país en el que en 2022 se ha vivido una auténtica epidemia de tiroteos masivos: hasta 107 en abril, antes de los últimos atentados.

El precedente de Christchurch (Nueva Zelanda)

El mediodía del 15 de marzo de 2019 se produjo un tiroteo masivo en la mezquita Al Noor y el Centro Islámico Lindwood en la localidad neozelandesa de Christchurch. Tras los ataques fue detenido el australiano Brenton Tarrant, vinculado a la extrema derecha. 51 muertos tras el asalto a dos mezquitas de la zona que el tirador difundió en directo a través de Facebook Live. Ataviado con ropa negra de asalto y fusiles automáticos, disparó contra todo lo que se movía un viernes, el día del rezo entre los musulmanes. El atacante llevaba escritos en las armas numerosos nombres que hacían referencia a la lucha histórica contra los musulmanes, entre ellos el de nuestro patrio Don Pelayo, paladín de la Reconquista. Lo emuló el pasado sábado 14 de mayo Payton S. Gendron en el tiroteo de Búfalo: en su rifle se podía leer, en letras blancas, palabras como «nigger» («negrata»), y nombres de sus «héroes» supremacistas como John Earnest (que realizó un tiroteo en una sinagoga en 2019), con un tachón y una corrección, y el neonazi noruego Anders Breivik.

Antes, Tarrant difundió un manifiesto en RRSS de 74 páginas titulado «El Gran Intercambio» (El Gran Reemplazo – Hacia una nueva sociedad), donde se refería a los preocupantes problemas ambientales y al cambio climático. Se definía así: «Soy un eco-fascista etnonacionalista», un confuso conglomerado de teorías raciales y ambientales donde afirmaba (aunque decía no pertenecer a ninguna organización en particular) que quería despertar el miedo entre los musulmanes radicales e hizo alusión al llamado Plan Kalergi, antecesor de la teoría conspirativa del genocidio blanco según el cual se está trabajando en un «gran intercambio» de la población blanca en Europa hacia una «población musulmana», vertiendo en RRSS y plataformas como Reddit o 8Chan (canales de comunicación favoritos de los seguidores de QAnon), comentarios despectivos contra la religión islámica y los inmigrantes musulmanes que llegan al país; además, definía a la entonces canciller alemana, Angela Merkel, como la madre de todos los acontecimientos «anti-blancos y anti-germánicos».

Describió además a los musulmanes radicales como un peligro que debía ser eliminado y como «los mayores enemigos de los valores occidentales». También señalaba que obtuvo una gran inspiración (uno inspira a uno, el uno al otro…) de Anders Breivik, que asesinó a 77 personas en una isla noruega en 2011, y que, al igual que Tarrant, citó la «defensa contra los intrusos» como el motivo central de su acción asesina.