El Gran Reemplazo: la última falacia cibernética

Vivimos tiempos de crisis económicas endémicas, globalización e incertidumbre social que ha aumentado con la pandemia, generando una polarización de la sociedad que también vemos en España. Con la migración masiva en el punto de mira y un éxodo de migrantes que ha aumentado exponencialmente tras la invasión rusa de Ucrania, algunos grupos vinculados a la extrema derecha extienden en RRSS la teoría conspirativa de «El Gran Reemplazo»: los occidentales blancos estarían siendo sustituidos por la multiculturalidad en un genocidio largamente encubierto. Una postura que han defendido algunos de los seguidores más radicales de Donald Trump, pero que encuentra eco también en Europa, donde precisamente nació. Tras los últimos tiroteos masivos en EEUU, esta conspiranoia vuelve a estar en primera línea de actualidad.

Óscar Herradón ©

En febrero de este 2022 la editorial Edaf lanzó mi último trabajo de divulgación, el libro La Gran Conspiración de QAnon y otras teorías delirantes de la Era Trump, un recorrido sui géneris por este alocado mundo en el que vivimos, bombardeados por todo tipo de información, millones de datos entre los que cuesta discernir la verdad de la suposición, los hechos del bulo, la noticia del fake. Un amplio espectro de movimientos y creencias en el que se dan la mano ciberactivistas de extrema derecha y extrema izquierda, vendedores de humo que mueven masas, políticos que causan vendavales a golpe de tuit, conspiracionistas de medio pelo, verdaderas milicias antisistema…

Un espejo del batiburrillo confuso y humeante de esta tercera década del siglo XXI que comienza revuelta, hiperglobalizada y polarizada, en medio de crisis económicas, del eterno desempleo, la división cada vez más acentuada entre los selectos ricos (con mayor patrimonio tras la pandemia) y la multitud de pobres, la pérdida de esperanza, de fe o de los sistemas de valores de otro tiempo (en muchas ocasiones para bien, otras para mal), en un mundo a las puertas de la inteligencia artificial y el 5G lleno de posibilidades donde, sin embargo, pululan los mismos fantasmas de tiempos anteriores, la precariedad y el miedo, la incertidumbre y la desesperanza, unidas a la sensación de estar permanentemente vigilados.

Un acelerado cambio de paradigma

Tras pasar –y no del todo– una pandemia que jamás creíamos que sobrevendría en tiempos de trasplantes multiorgánicos, microchips cerebrales y hombres-cíborg, cuando los «turistas espaciales» pueden, a golpe de talonario, realizar un viaje por la estratosfera en un cohete, resulta que un virus respiratorio (para unos, fabricado en laboratorio, para la gran mayoría, una simple mutación que no esperábamos), causa más de 6 millones de muertos y creciendo y convierte en real el escenario planteado en películas como Contagio o Estallido y en novelas como La Peste de Albert Camus, cien años después de la última gran pandemia, la mal llamada Gripe Española que comenzó en medio de la Primera Guerra Mundial.

Y si no teníamos bastante, resulta que la escalada de tensión en el este de Europa culminó con la invasión de las tropas rusas de Ucrania, un país que acaba de ganar Eurovisión (más por solidaridad que por estrictas razones artísticas) y cuya terrible guerra dura más de 80 días, tres largos meses de sirenas antiaéreas, bombardeos, ejecuciones y torturas en una auténtica vulneración de los derechos humanos (al parecer por ambas partes, aunque principalmente de la rusa) y el mayor éxodo en el viejo continente desde la Segunda Guerra Mundial, esa conflagración devastadora que ocupa numerosas entradas de este Pandemónium.

El señor Jones

Pues bien, en dicho trabajo, que vio la luz apenas unas semanas antes del estallido de la guerra de Putin, como la llama Pedro Sánchez, y que el Kremlin tilda de «operación militar especial» para no movilizar a la población (algo que provocaría una respuesta social previsiblemente negativa), hablaba de cómo algunos de los conspiracionistas –que mueven auténticas masas en el país de las barras y estrellas– como el mediático Alex Jones, uno de los que más contribuyó a la victoria de Trump en las presidenciales de un ya lejano 2016 y posteriormente en airear sus políticas republicanas, es un fiel seguidor, además de mil y una teorías a cuál más estrambótica, del llamado «Genocidio Blanco».

Hoy hablo de él en este post porque en dos días se han producido nuevos tiroteos masivos en Estados Unidos, y quienes los han perpetrado parecen pertenecer a esta ola de seguidores de la llamada teoría de «El Gran Reemplazo», tiroteos en Búfalo (Nueva York) y Laguna Woods (Los Ángeles) de los que me ocuparé en un segundo post para no aburrir al lector con tanta subordinada.

La Gran Conspiración contra el Occidente blanco

Pues bien, regresando a Alex Jones, éste es también defensor de la teoría conspirativa neonazi y supremacista del llamado genocidio blanco, según la cual la inmigración masiva, la integración racial, el mestizaje, las bajas tasas de fertilidad, la anticoncepción y el aborto se están promoviendo en países predominantemente blancos (como EEUU, pero también gran parte de Europa, con Inglaterra a la cabeza) para convertir deliberadamente a éstos en una minoría y provocar que se extingan a través de la «asimilación cultural».

El 2 de octubre de 2017, afirmó que los demócratas y comunistas estaban planificando ataques de «genocidio blanco». Y meses antes, en abril, fue duramente criticado por sostener que el ataque químico en la ciudad siria de Jan Sheijun era un engaño y una operación de «bandera falsa», y que fue llevado a cabo por el grupo de defensa civil White Helmet, que, según él, es un frente terrorista afiliado a Al-Qaeda y financiado por George Soros, el «nuevo hombre del saco» del conspiracionismo. Declaró también que «nadie murió en Sandy Hook», lo que constituye una afrenta para la memoria de las víctimas y familiares de esta escuela primaria en la que murieron 28 personas, la mayoría niños, a manos del joven de 20 años Adam Peter Lanza.

Renaud Camus

Pero, ¿en qué consiste la teoría conspirativa del genocidio blanco? También conocida como «El Gran Reemplazo», fue impulsada por el escritor galo Renaud Camus en 2012, según la cual los franceses blancos católicos y la población blanca cristiana europea en general están siendo reemplazados sistemáticamente por pueblos no europeos, principalmente árabes, bereberes, norteafricanos, subsaharianos e iberoamericanos, a través de la inmigración masiva y el crecimiento demográfico. Según la investigadora austriaca experta en extremismo Julia Ebner, autora de La vida secreta de los extremistas (Temas de Hoy, 2020), era la ideología que motivó al perpetrador de la matanza de Christchurch en Nueva Zelanda o al del tiroteo en El Paso (Estados Unidos) ese mismo año.

Volviendo a Jones, el 6 de agosto de 2018, Facebook, Apple, YouTube y Spotify eliminaron todo contenido de Jones e InfoWars de sus plataformas por «violar sus políticas». Youtube cerró varios canales asociados al sitio web, entre ellos The Alex Jones Channel, con nada menos que 2,4 millones de suscriptores. Y Facebook hizo lo propio con cuatro de sus páginas por «glorificar la violencia gráfica y el uso de un lenguaje deshumanizante para describir a las personas que son transgénero, musulmanes e inmigrantes, lo que viola nuestras políticas de discurso de odio».

Apple también suprimió todos los pódcast asociados con Jones desde su plataforma iTunes, y también fue eliminado en Pinterest, Mailchimp y LinkedIn. Sería, además, uno de los personajes más activos en la jornada del asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 junto a milicias de extrema derecha y seguidores de QAnon que consideraban un fraude la victoria de Joe Biden en las presidenciales.

Hace apenas unas horas, el presidente demócrata desde entonces, mal que le pese a los gurús de la alt-right, en medio de la situación más delicada para la política internacional desde la Guerra Fría por el conflicto de Ucrania y el tira y afloja del Kremlin con la OTAN, también aludió a los graves problemas internos de la nación de las barras y estrellas, y señaló, en relación con la masacre de Búfalo, que «el supremacismo blanco es un veneno».

Este post tendrá una inminente continuación en «Dentro del Pandemónium»…

El significado oculto de la decapitación ritual (I)

Desde la más remota antigüedad, el hombre ha decapitado a sus congéneres por diversas razones –enfrentamientos bélicos, venganzas, humillación…–, pero muchas se debían a un significado oculto y místico que los antropólogos han tardado siglos en descifrar. De la prehistoria a los celtas, de los vikingos a los romanos, pasando por la Revolución Francesa o los jíbaros de la Amazonía, la decapitación ritual ha estado presente en la historio de la humanidad. Ahora que la editorial Hermenaute publica un documentado ensayo sobre este punto, recordamos a los «cortadores de cabezas» que han dado los siglos en «Dentro del Pandemónium».

El 20 de mayo de 2019, todavía con el Covid como algo que parecía impensable en nuestro mundo, el brutal asesinato de una misionera española en República Centroafricana conmocionaba a la comunidad internacional. Su nombre era sor Inés Blanca Nieves Sancho y fallecía a los 77 años, tras pasar 23 ayudando a los más desfavorecidos en el suroeste del país al servicio de la congregación francesa Filles de Jesus de Massac. Un escabroso suceso que se añadía a una trágica lista de crímenes contra la comunidad misionera española en lo que parecía ser un robo violento en un país asediado entonces por 14 señores de la guerra (hoy quizá sean más) y un hambre atroz que ha aumentado tras la pandemia.

Pero había algo más. Al cabo de varios días trascendió a la prensa que aquel espeluznante crimen pudo tener connotaciones mágicas en el marco de un ritual satánico, un sangriento ceremonial en el que, tras ser violada, a sor Inés la decapitaron. Los rotativos hablaron de robo, otros de advertencia de las guerrillas locales que controlan la zona y los más convencidos señalaban, aunque temerosos, a los brujos locales, que habrían derramado sangre de una mujer «pura y limpia» sobre la grava para que dicho acto mágico les trajera suerte en la extracción de diamantes.

Según contó a la prensa el sacerdote Isaie Koffia, vicario general de la diócesis de la ciudad de Berbérati, a 130 kilómetros de Nola, «Unos cuantos hombres entraron por la puerta trasera de la vivienda y arrastraron a la misionera detrás de la casa para cortarle la garganta. No robaron nada en absoluto, parece que simplemente fueron a matarla».

Por su parte, el obispo español Juan José Aguirre, titular de la diócesis de la ciudad de Bangassou, contó al diario español El Mundo que: «Al principio se habló de tráfico de órganos, pero la mujer era muy mayor. También de robo, pero no fue así porque no le quitaron nada. Y lo que casi todos creemos es que fue una cuestión de brujería, que en esta zona hay mucha. Es un ritual en el que se necesita echar sangre fresca de niños o de mujeres que sean ‘limpias y puras’ sobre el montón de grava donde van a buscar los diamantes. Eso, según su costumbre de brujería, les traerá fortuna. Yo he visto ese ritual, pero la mayoría usa sangre de animal salvo los más extremistas del lugar».

Cuesta creer que sucedan cosas así en pleno siglo XXI, pero en el continente africano todavía se mutila y asesina, por ejemplo, a niños albinos para utilizar sus restos en forma de amuleto, entre otras supercherías fruto del analfabetismo y la miseria. No obstante, lo más significativo del crimen de sor Inés fue la decapitación parcial, y es que esta práctica, con distintos significados y fines, se ha practicado por distintos pueblos desde la más remota antigüedad, numerosas veces por represalias o como escarnio contra el enemigo, pero muchas otras con fines mágicos y místicos que solo en las últimas décadas han comenzado a ser desvelados por antropólogos y expertos en religiones.  

Orígenes difusos

El culto al cráneo puede rastrearse desde el Neolítico Antiguo en Anatolia y el Oriente Próximo. En el yacimiento de Fontbrégoua, en Francia, además de vestigios de antropofagia ritual, el análisis de cráneos permitió identificar diversos tipos de prácticas como la descarnación con instrumentos de sílex y la extracción del cuero cabelludo antes de que las cabezas fueran expuestas como trofeos. Otro ritual post-mortem es recogido también en el registro mural de Çatal Hüyük, en Küçükköy (Turquía), en el que se representa a los buitres devorando cadáveres, en su mayor parte desprovistos de cabeza tras una decapitación llevada a cabo con fines rituales tras la muerte.

Por su parte, en el enigmático yacimiento-santuario de Göbekli Tepe (fechado oficialmente entre el 9.600 y el 7.000 a.C., aunque algunos autores retrasan la fecha hasta 12.000 años, en el que sería el santuario más antiguo de la humanidad descubierto hasta ahora), también en Turquía, los arqueólogos han evidenciado que las cabezas se despellejaban y se perforaban a través del occipital con un instrumento lítico para facilitar la introducción de un cordón que asegurase la mandíbula al cráneo y facilitase su suspensión y exhibición en el interior del templo.

El antiquísimo santuario de Göbekli Tepe, en la actual Turquía

Los ejemplos más antiguos de esta tétrica práctica los hallamos en el Neolítico –hace unos 9.500 años–, en Jericó (Cisjordania, Palestina). En 1952 se hallaron nueve cráneos perfectamente conservados y con conchas dentro de las órbitas oculares. Según explica Carmen Roviera, «si los que cortan cabezas intentaban reconstruir la mirada del fallecido se debe a que su cráneo era guardado para mantener su esencia», algo muy distinto a su exposición como trofeo de guerra, las conocidas como «cabezas-trofeo».

Mesoamérica, hace 9.000 años

Las prácticas de decapitación ritual y descarnación craneal en las culturas mesoamericanas son célebres, pero un sorprendente hallazgo arqueológico en Brasil en septiembre de 2015 reveló que era una práctica muy anterior a mayas y aztecas, y que se celebraba en territorio sudamericano hace al menos 9.000 años, en pleno Neolítico, como en Europa, lo que demostraba que no era una práctica exclusiva de las culturas andinas.

Aquella investigación realizada en el abrigo rocoso Lapa do Santo, en Brasil, fue publicada en la revista científica PLOS ONE, estaba encabezada por André Strauss, del Instituto Max Planck para Antropología Evolutiva de Alemania, y reveló datos alentadores para la paleoantropología. Hasta la fecha, la decapitación más antigua conocida procedía de la región andina, en Perú, hace unos 3.000 años, y el hallazgo venía a demostrar que los rituales mortuorios sofisticados ya existían entre los cazadores recolectores americanos desde los primeros tiempos del poblamiento del continente.

De un total de 37 enterramientos, al equipo de Strauss le llamó la atención el conocido como Enterramiento 26, que correspondía a un miembro del grupo local: «Esto, unido a la forma en que estaban presentados los restos, nos llevó a pensar que fue una decapitación ritual, relacionada con algún tipo de pensamiento religioso, y no el resultado de un trofeo».

Según contó Strauss a Scientific American, «Son varias las características que apuntan a una decapitación ritual: El análisis químico mediante estroncio no apunta a que este individuo fuese un forastero. Lo mismo indica la forma de su cráneo. También la ausencia de características de que se trataba de una cabeza trofeo, como huecos para las cuerdas que se usaban para cargarlas, o el alargamiento del foramen magnum –el agujero en la base del cráneo–. Estos grupos expresaban sus rituales a través del uso del cuerpo humano como símbolo». Todo ello está obligando a reescribir nuestra prehistoria.

Julio César Tello

En 1918, el arqueólogo peruano Julio César Tello planteó una sugerente hipótesis acerca de los cercenamientos de testas tras analizar diversos cráneos de las culturas Nazca y Paracas, notablemente distinta a la que sugiere que las cabezas se separaban del cuerpo como trofeos bélicos, algo que, no obstante, llevaron a cabo también pueblos de muy distintos orígenes y creencias. El 6 de mayo de aquel año, presentó su tesis en la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad de San Marcos, a la que tituló El uso de las cabezas humanas artificialmente momificadas y su representación en el antiguo arte peruano. Consideraba que los antiguos habitantes de la región de Ica dedicaron demasiado tiempo y esfuerzo a la preparación ritual de las cabezas cortadas, tratamiento que –afirmaba– era excesivo si éstas hubiesen pertenecido únicamente a sus enemigos.  

Bárbaros: cosechadores de cabezas

Herodoto

Fue Heródoto quien explicó las costumbres de varios pueblos bárbaros: los isedones, los tauros y los escitas. Los isedones (un pueblo de carácter mítico) unían el banquete caníbal –antropofagia ritual– a la conservación del cráneo de sus antepasados para llevar a cabo diversos rituales: «Cuando a un hombre se le muere su padre, todos los parientes traen reses, después de sacrificarlas y cortar en trozos las carnes, cortan también en trozos al difunto padre del huésped, mezclan toda la carne y sirven el banquete. La cabeza del muerto, después de limpia y pelada, la doran, y luego la usan como una imagen sagrada cuando celebran sus grandes sacrificios anuales (…)».

Con respecto a los tauros, en lugar de venerar la cabeza de sus antepasados, al parecer preferían emplear las testas de sus enemigos como amuletos de protección de sus hogares. El mismo Heródoto cuenta que tras cercenar la cabeza del vencido, se la llevaban a sus casas, «la fija sobre una larga estaca y coloca dicha percha muy alto por encima del orificio por el que sale el humo del interior de la vivienda. De este modo consideran que actúan como guardianes, debido a su posición elevada (…)».

Los escitas. Los temibles guerreros de las estepas

Por su parte, los escitas realizaban dos procedimientos diferentes a la hora de mutilar a los enemigos, dependiendo de si se trataba de prisioneros o muertos caídos en combate. Con respecto a los capturados, sacrificaban a uno de cada cien en un estremecedor ceremonial: les derramaban vino sobre la cabeza y los degollaban junto a una vasija, subiendo al montón de fajinas y derramando la sangre sobre el alfanje, «llevan, pues, la sangre arriba; y abajo, junto al santuario, hacen lo siguiente: cortan todos los hombros derechos con los brazos de las víctimas degolladas, y los echan al aire; y luego, tras sacrificar a las demás víctimas, se retiran».

Añadía el historiador de Halicarnaso que, en combate, cuando un escita derribaba a su primer enemigo, bebía su sangre y presentaba al rey la cabeza de todos cuantos había matado en el curso de la batalla. Escribía también que, además de lucir la testa del enemigo, previamente descarnada con una costilla de buey, atada a las riendas de su caballo, acostumbraban a desollar a los muertos «de pies a cabeza, extienden la piel en maderos y la usan para cubrir sus caballos (…)».

A las testas arrancadas a sus mayores enemigos les reservaban un trato especial repleto de simbolismo: «Sierra cada cual todo lo que queda por encima de las cejas, y la limpia; si es pobre, la cubre por fuera con cuero crudo de buey solamente y así la usa; pero si es rico, la cubre con el cuero, pero la dora por dentro y la usa como copa. Esto mismo hacen aún con los familiares, si llegan a enemistarse con ellos y logran vencerlos ante el rey. Cuando un escita recibe huéspedes a quienes estima, les presenta las tales cabezas y les da cuenta de cómo aquellos, aun siendo sus familiares, le hicieron la guerra, y cómo él los venció. Esto consideran ellos prueba de hombría», algo similar a las prácticas de los dayaks de Borneo. 

(Este post tendrá una inminente continuación en «Dentro del Pandemónium»).

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

El libro Decapitación. Iconos y leyendas, que ha editado recientemente (y con mimo) Hermenaute.

Este sugerente ensayo aborda cómo se ha tratado la iconografía de la decapitación en el arte, los mitos y las costumbres de distintas civilizaciones, centrándose principalmente en Occidente y el Nuevo Mundo. Un libro que busca (y lo consigue con creces) una aproximación al impacto de la cabeza trofeo en su sentido más antropológico, extenso y, desde luego, legendario, en la línea de lo que tratamos en este post. Una crónica historiográfica y geográfica apasionante que analiza el acto del descabezamiento como una poderosa materia de ficción en la cultura popular, pues está presente en las vidas de santos y mártires, en las cacerías salvajes, en la mitología celta y romana, entre los blemios o blemitas (un antiguo pueblo que habitó la región de la Baja Nubia y que adquirirían una importante presencia en distintos mitos medievales) o, en el plano literario, el mito del dullahan irlandés que daría origen al famoso «jinete sin cabeza» de Sleepy Hollow que inmortalizó Washington Irving y llevó a la gran pantalla el visionario Tim Burton.

Hermenaute ©

Su autor es el escritor, guionista y analista cinematográfico Lluís Rueda, precisamente director de esta pequeña gran editorial que es Hermenaute y que cualquier apasionado de los mitos, el cine o el terror –como lo es un servidor– no puede dejar de seguir. Un hermoso volumen (no por pequeño poco exhaustivo), ilustrado por Miki Edge, quien tras 10 años en el mundo de la publicidad y la tecnología cibernética decidió dedicarse casi en exclusiva a su gran pasión: el diseño de cartelería de cine, un pequeño –y a su vez valiente y arriesgado– tributo a los que crecimos haciendo cola entre carteles y fotocromos y éramos carne de videoclub.

Los visigodos (Almuzara)

La decapitación también tenía un fuerte componente simbólico en el marco de la política. Desde época visigoda, los rebeldes y traidores al rey eran candidatos a ser decapitados. Por ejemplo, el rey visigodo Leovigildo mandó decapitar a su vástago Hermenegildo por desobediencia en el año 585. También, el usurpador hispanorromano Pedro (Petrus), que vivió a comienzos del siglo V y es mencionado en dos fuente menores, la Consularia Caesaraugustana y el Victoris Tunnunnensis Chronicon, fue arrestado y decapitado en el año 506 tras rebelarse contra los gobiernos visigodos de Hispania. Su cabeza, a modo de trofeo, fue enviada a Caesaraugusta (nombre romano de Zaragoza).

Para una visión global del reino visigodo en la Península Ibérica, nada mejor que acercarnos a las páginas de Los Visigodos. Historia y arqueología de la Hispania visigoda, editado con mimo por Almuzara, obra del incansable viajero Luis del Rey Schnitzler, autor de éxitos como su Guía Arqueológica de la Península Ibérica y Rutas históricas de la Península Ibérica. El pueblo nómada que protagoniza el ensayo, curtido no solo en batallas sino en las vicisitudes de la vida, escribió gran parte de nuestra historia, estando presente en estas tierras durante un periodo que abarca casi tres siglos.

Las crónicas nos hablan de sus elites gobernantes como hombres audaces, pero también citan sus rudas costumbres, su codicia, su ambición y diversas traiciones que conducirían finalmente al ocaso de su otrora esplendoroso reino. De Alarico I, fundador de la dinastía visigótica a don Rodrigo, el último de sus monarcas, muerto en 711 en lo que es todavía un misterio histórico, pasando por las gestas de Leovigildo, Recaredo, Recesvinto o Witiza.

Historia, arqueología e introspección se combinan en este documentado y ameno trabajo que profundiza en los mensajes que nos transmiten los variados objetos que nos legó este fascinante pueblo y los relatos de cuantos vivieron, interpretaron y sintieron de cerca los acontecimientos.

He aquí el enlace para adquirirlo:

La Compañía de las Indias Orientales, la mayor multinacional de la historia

Hoy se habla de grandes corporaciones, de marcas reconvertidas en imperios y multinacionales con tanto o más poder que los Estados (principalmente las tecnológicas, llámense Amazon, Tesla, Apple, Microsoft o Tencent), pero podríamos decir que no son nada –reitero, nada– frente al emporio que supuso a finales del siglo XVIII la llamada Compañía de las Indias Orientales bajo mandato británico (la neerlandesa, creada dos años después, también tuvo poder, pero mucho menor). Una empresa que haría del saqueo y la esclavitud su máxima. La publicación de un soberbio ensayo de la mano de Desperta Ferro pone nuevamente el foco sobre esta Compañía cuyas vulneraciones a la integridad territorial y a los gobiernos cobran hoy una estremecedora actualidad.

Por Óscar Herradón ©

Llegó a ser tan poderosa que gobernó prácticamente todo el subcontinente indio, la zona que en el siglo XVII era conocida como las «Indias Orientales», un enclave de extraordinaria riqueza que disponía de abundantes especias, telas y bienes de lujo muy preciados en el Viejo Continente. Durante siglos, España y Portugal, con un importante poderío marítimo, habían monopolizado el comercio en el Lejano Oriente, pero a partir de la derrota de la Gran Armada española en 1588, se allanó el camino para que Inglaterra, comandada por la gran enemiga de Felipe II y a la que los españoles llamaban despectivamente como «la Jezabel del Norte», se convirtiera en una potencia naval.

Isabel I

El inicio de la Compañía que acabaría por dominar aquella gigantesca parte del orbe tuvo lugar en septiembre del año 1599, cuando un grupo de comerciantes ingleses solicitó a la Reina Virgen una cédula real que les permitiera viajar a las Indias Orientales bajo amparo de la Corona a cambio de que ésta tuviera el monopolio del comercio, eso sí, los comerciantes pusieron 70.000 libras para llevar a cabo tan ambicioso proyecto y así nacía la Compañía de las Indias Orientales. La Corona les proporcionó el permiso a finales del año 1600. A partir de ahí, se comenzaron a establecer factorías: distintos representantes, conocidos como «factores», se establecían en la zona con puestos comerciales para adquirir y negociar bienes. La primera factoría se estableció en 1613 en Surat –hoy la India occidental– tras un tratado con el emperador mogol Nuruddin Salim Jahangir, que reinó de 1605 a 1627.

Bandera de la Compañía Británica de las Indias Orientales
Robert Clive

Aquella cédula real que permitió a la Compañía comerciar primero con especias como la pimienta, con tejidos como el calicó y la seda y más tarde con el preciado té, también establecía el poder de utilizar la fuerza militar para protegerse y guerrear contra los comerciantes rivales. Tamaña empresa no tardó en expandirse al Golfo Pérsico, China y otros rincones del continente asiático, hasta que en 1757 tomó el control del estado mogol de Bengala. A partir de ese momento, la Compañía, a través del comandante de su ejército con más de 3.000 efectivos, Robert Clive, comenzó a comportarse como una potencia invasora: recaudó impuestos y aranceles que se usaban para comprar bienes y riquezas del país y que después se exportaban a Inglaterra. Para no tener rivales, expulsó a los franceses y a los holandeses del subcontinente indio.

Haciendo uso de la fuerza (en su momento más álgido, el ejército de la Compañía contaba con 260.000 efectivos, el doble que el ejército regular británico), se anexionó otras regiones del subcontinente y estableció estrechos lazos con los gobernantes de aquellos territorios que no fue capaz de conquistar. Llegó a ser la responsable de casi la mitad del total del comercio inglés. Los múltiples abusos de poder y la sombra que la compañía hacía sobre el propio imperio británico, provocó que el gobierno de Londres tomase el control y en 1858 puso fin al gobierno de la multinacional en la India, y ésta se disolvió en 1874, tras haber provocado un auténtico caos durante su mandato: cultivó opio en la India y lo traspasó ilegalmente a China (donde los adictos fueron millones) a cambio de riquezas y bienes y llegó a realizar expediciones esclavistas, usando mano de obra esclava entre los siglos XVII y XVIII.

Su nacimiento, desarrollo y tumultuoso final se narra con detalle, una prosa impecable y absorbente y un excelso apoyo documental en el libro La anarquía. La Compañía de las Indias Orientales y el expolio de la India, del prestigioso historiador y escritor escocés William Dalrymple.

Anarquía: expolio a gran escala de un subcontinente

El ensayo, una crónica del mayor expolio y explotación colonial de la historia humana, comienza con la fundación de la empresa, una compañía comercial modesta de un país que en el año 1600 era casi de segunda fila en el escenario internacional (algo que cambiaría sustancialmente con el avance de los siglos) que suponía solo el 3% del PIB mundial, mientras que el imperio mogol de la India controlaba casi el 40% del PIB mundial a comienzos del siglo XVII. Era el imperio más rico de su tiempo con unos gobernantes de una cultura y sutileza que ya quisieran para sí los súbditos de la Reina Virgen o del Rey Prudente, de una sofisticación que contrastaba sobremanera con los primeros comerciantes ingleses que arribaron a sus costas tras obtener la mentada cédula real.

El sorprendente y trágico relato de cómo el imperio mogol, que había dominado el comercio y la manufactura mundiales y poseía recursos casi ilimitados se derrumbó y fue reemplazado por una corporación multinacional enclavada a miles de kilómetros al otro lado del planeta y que respondía ante unos accionistas que jamás habían pisado tierra hindú y que no tenían ni la menor idea del país cuya riqueza les reportaba jugosos dividendos; por supuesto, tampoco ningún respeto por sus gentes y sus tradiciones en el que es sin duda uno de los mayores saqueos comerciales de todos los tiempos.

Su autor, Dalrymple, es uno de los mayores conocedores de aquel periodo histórico y del subcontinente indio. Posee tres doctorados honorarios de letras, es miembro de la Royal Society of Literature, de la Royal Geographical Society y de la Royal Asiatic Society, así como fundador y codirector del Jaipur Literature Festival. Desperta Ferro ha publicado algunos de sus más aclamados libros, como El último mogol. El ocaso de los emperadores de la India 1857 y El retorno de un rey. Desastre británico en Afganistán 1839-1842, que han alcanzado varias ediciones. Con una prosa de fuerte impregnación literaria que evoca al mejor Rudyard Kipling, el escocés narra la historia de la Compañía de las Indias Orientales como nunca se ha hecho: una historia sobre los devastadores resultados que puede tener el abuso de poder por parte de una gran corporación, y que resuena amenazadoramente familiar en nuestro siglo XXI de todopoderosas empresas transnacionales y con una guerra terrible a las puertas de Europa apoyada por ricos oligarcas y oscuros intereses creados.