Bowie: el prohombre de las estrellas

David Bowie moría el 10 de enero de 2016 en Nueva York, hace ahora siete años, muy lejos de su Brixton natal, apenas unos días después de lanzar al mercado su último disco de estudio, Blackstar, cuyo segundo single, «Lazarus», era presentado al mundo en un videoclip premonitorio con versos de aparente despedida: «mira aquí arriba, estoy en el cielo»; «no tengo nada más que perder» o «seré libre». Trabajando e innovando hasta el último aliento, dejó conmocionados a millones de fans, y al mundo de la Cultura con mayúscula (no solo musical). Ahora, numerosos libros en castellano recuerdan su inconmensurable legado.

Por Óscar Herradón ©

Pocos personajes de la segunda parte del siglo XX tuvieron su innata capacidad de innovación y reinvención. Icono de la moda, andrógino, provocador nato y músico genial e inclasificable, fue pionero (y podríamos decir que creador) de no pocos géneros, como el glam-rock, y a lo largo de sus casi 50 años de carrera –que se dice pronto– se metamorfoseó convirtiéndose en leyenda del pop y del rock a través de sus alter ego Ziggy Stardust, Aladdin Zane, Major Tom, Halloween Jack o el Delgado Duque Blanco; o simplemente siendo él mismo (o todos ellos juntos) como Bowie, David Bowie.

El comienzo nunca es sencillo

Llegar hasta allí no le fue ni mucho menos fácil. El talento es fundamental, pero también rodearse de los mejores (en producción, marketing –del que él mismo sería un genio durante décadas–, músicos de sesión, discográficas…) y una pizca de buena suerte. Cargado de inquietud creativa, David (Robert) Jones, que era su verdadero nombre, pasó por multitud de grupos en los años 60: The Konrads, The King Bees, The Manish Boys, The Lower Third o The Bluze, fue aprendiz de mimo con Lindsay Kemp y realizó incursiones en el teatro de vanguardia y en la Commedia dell Arte… Lo hizo en una década de grandes bandas tanto en Reino Unido como en Estados Unidos que Bowie escuchaba sin cesar, la misma década en la que sacaría su primer álbum ¡el mismo año que se lanzaba nada menos que el Sgt. Peppers and the Lonely Hearts Club Band de los Beatles!: 1967.

Tuvo un problema con su nombre artístico. Y es que cuando comenzó su andadura musical, aparecieron en la escena The Monkees, cuyo cantante se llamaba precisamente Davy Jones, y estaban gozando de notable éxito. Para no confundirlos, nuestro protagonista cambió su nombre a Tom Jones, que mantuvo durante un par de semanas hasta que el Tom Jones que todos conocemos publicó «It’s not unusual» alcanzando gran fama en Gran Bretaña y nuestro protagonista hubo de cambiarlo de nuevo. ¡menos mal! Pasó por David Cassidy (que coincidía con un actor de Hollywood, ídolo juvenil en los 70 muerto en 2017, apenas un año después que Bowie) y otro más hasta que dio con su verdadero nombre y así se lo comunicó a su entonces manager, Leslie Conn (al parecer, adoptó el mismo en honor a Jim Bowie, creador del cuchillo homónimo y héroe de El Álamo). ¿Os imagináis que Rolling Stone anuncia: «Acaba de lanzarse al mercado el álbum The rise and fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, de Tom Jones»… Uff!

Del escenario a la gran pantalla

Una de sus apoteosis musicales (pues tuvo varias en su dilatada carrera) fue como su álter ego Ziggy Stardust en el cierre de gira del concierto del Hammersmith Odeon londinense el 3 de julio de 1973. Era el día en que el camaleón musical ponía fin bruscamente –y sin previo aviso, como gustaba– a su guitarrista venido del espacio. Bowie nunca tuvo miedo al cambio, a la transformación, a la pura metamorfosis; fue un multifacético artista que hizo de mimo, fue cantante, compositor, instrumentista, pintor, escultor y actor con notables apariciones en la gran pantalla: de El hombre que cayó a la Tierra a Dentro del Laberinto, pasando por El Ansia, Feliz Navidad Mr. Lawrence, La última tentación de Cristo o Twin Peaks: Fuego camina conmigo. Un visionario que «predijo» hasta su propia muerte y de ello hizo una suerte de fatal performance en su último videoclip, como señalé al comienzo del post.

Realizó colaboraciones antológicas: escribió Fame junto a su admirado John Lennon, su primer número 1 en Estados Unidos; el guitarrista de The Who, Pete Towshend, tocó en varios temas de Bowie; con Queen el británico compuso Under Pressure; hace casi 40 años grabó con Mick Jagger una versión de Dancing in the Street ¡y bailaron juntos en la calle con fines benéficos!; Produjo el disco Transformer, de su gran amigo Lou Reed; participó en los álbumes The Idiot y Lust for Life de su otro colega Iggy Pop, otrora líder de The Stooges… y mucho más.

Amistades… y enemistades

Sabía que era un genio, y tenía su ego, marcado en ocasiones y no exento de polémica, pero supo ayudar a otros músicos en su camino al estrellato. Sobre otros, en cambio, no ocultó su desafecto o directamente su animadversión: criticó a Elton John, al que llegó a llamar en un entrevista concedida a la revista Rolling Stone a mediados de 1976 «la reina simbólica del rock», y a Paul McCartney (¿quizá por su amistad con Lennon?) al que tildó de buena persona pero puntualizando que no le gustaba lo que hacía en solitario; con mi idolatrado Axl Rose, sex symbol incontestable del rock venido a menos (cosas de la edad y los excesos) casi llega a las manos, al parecer porque el frontman de los Guns pensaba que Bowie (toda una leyenda en lo que se refiere al cortejo) estaba «tonteando» con su entonces novia, Erin Everly, mientras rodaban el videoclip de Sweet Child O’Mine.

Según revela el legendario guitarrista de la banda, Slash, en su autobiografía, tiempo después, mientras los Guns estaban preparándose para telonear a los Rolling Stones en California, Bowie asistió al show junto a su madre y cuando Axl se dio cuenta de su presencia, comenzó a insultarlo por el micrófono y llegó a acercarse a él para golpearlo, teniendo que intervenir trabajadores del show. Tras el concierto, el incidente fue tan sonado que acudieron nada menos que Mick Jagger y Eric Clapton a hablar con Axl.

Un año después, en una entrevista concedida a la revista Kerrang!, el frontman pelirrojo contó que le hablaron de Bowie y le dijeron que cuando este se emborrachaba «se convertía en el demonio de Browley». Axl no es que fuera precisamente una perita en dulce en ese sentido, y sus encuentros con las autoridades en los 80 y 90 fueron más que sonados, llegando a ser detenido. Después, él y Bowie hablaron y se reconciliaron, hecho que atestiguan unas fotografías de ambos tomadas en 1989 donde hacen alarde de una gran complicidad. Cosas de las rock-stars.

Sex, drugs and rock and roll

Con Lou o Iggy, Bowie compartió el gusto por la vida al límite, y experimentó de forma permanente hasta que alcanzó el éxito masivo en la década de los ochenta, la misma en la que interpretó al inolvidable personaje de Jareth, el rey de los duendes, en la citada película Dentro del Laberinto (Labyrinth) de Jim Henson, curiosamente una cinta que no tuvo el éxito esperado y hoy reconvertida en película de culto e icono pop que cuenta con millones de fans en todo el mundo y es carne de inagotable merchandising (he de reconocer que yo cuento con bastante, desde figuras de NECA a pequeñas esculturas Mini Epics de Weta Collectibles).

Y sus excesos, claro, con el sexo y las drogas. Cuentan que «se volvió loco por las drogas» y que sus falsos amigos «se aprovecharon de su dinero». Lo dijo el que fuera uno de sus guitarristas legendarios en los 70, Earl Slick, quien señaló que Bowie le recordaba a Elvis cuando estaba bajo el efecto de los estupefacientes. En relación al proceso de grabación del disco Station to Station, confesó al diario The Guardian que «David había llegado a acercarse a la locura». 

El artista, que ya había adoptado su alter ego más cruel y misterioso, el Delgado Duque Blanco, sumergido en las drogas y que al parecer coqueteaba con el ocultismo e incluso parecía fascinado con la cultura nazi (sin duda para provocar, pues su abierta bisexualidad y modo de vida no parecían muy acordes con el ideario del fascismo o el nacionalsocialismo), a finales de 1976 se trasladó a Berlín, todavía dividido por la Guerra Fría, supuestamente para tratarse de su adicción al polvo blanco y trabajar en su carrera musical de la mano de su gran amigo y compañero de piso, Iggy Pop, otro genial artista que llevó hasta el límite los excesos. Años después, el propio Bowie se refería al año en el que vivió como un falso duque ario y aristocrático, casi sin empatía, de esta forma: «En esa época estaba desquiciado, totalmente enloquecido. Funcionaba solo a base de mitología». Tras ello llegaría la maravillosa «trilogía de Berlín» y el otrora Davey  se convertía en un mito.

Y aunque el tema en cuestión está bastante trillado ya, acabo el post con una aclaración sobre la longeva leyenda acerca de sus ojos de distinto color: ¡no! Son del mismo. Lo que pasa es que uno de ellos tiene la pupila dilatada; así, según incidiera en él la luz podía dar la sensación de que era de diferente color al otro. ¿La razón? Bowie sufría de anisocoria, una asimetría en las pupilas fruto de un golpe que recibió en su adolescencia y que le propinó su colega Georges Underwood, con quien tocaba en la banda George and the Dragons. El grupo se rompió tras una efímera existencia, pero volverían a colaborar juntos en The King Bees, antes de que Underwood decidiera convertirse en un diseñador (muy exitoso) de portadas de discos. Ya se sabe, entre amigos todo se perdona.

Y ahora os dejo con los libros que os enseñarán de verdad quién fue este escurridizo tipo (o al menos os acercarán más a él que mis humildes trazos ortográficos):

PARA SABER (MUCHÍSIMO) MÁS:

Starman. Los años de David Bowie como Ziggy Stardust (ECC Cómics)

En abril del recién despedido 2022 la editorial ECC (que publica en España las licencias de DC y una amplia variedad de potentes títulos del mundo del cómic) lanzaba la novela gráfica Starman. Los años de David Bowie como Ziggy Stardust, un recorrido por aquel alter ego, una suerte de mesías del RnR que jugueteaba de forma provocativa con la identidad sexual y los roles de género. Corría el año 1972 y lo que hoy es algo de lo más común era un auténtico desafío a la «moralidad» británica.

El autor, el alemán Reinhard Kleist, entreteje de manera fascinante a través de potentes viñetas bañadas de psicodelia y delirios pop, el auge y declive de este extravagante personaje artístico que, como contamos en el post, Bowie borró de un plumazo algo más de un año después, en el concierto de cierre de la gira, con la intención, una vez más (lo haría innumerables veces) de no encorsetarse y reinventarse. A pesar de las quejas de los millones de fans, volvería a conseguirlo, alcanzando en la década siguiente el éxito global, incluido EEUU.

El colorista Thomas Gilke ofrece con su arte un complemento perfecto al guión y dibujo de Kleist, completando a la perfección las certeras y elegantes ilustraciones del segundo. He aquí el enlace para adquirir esta joya bibliófila:

https://www.ecccomics.com/comic/starman-los-anos-de-david-bowie-como-ziggy-12972.aspx

Bowie: amando al extraterrestre (Cult Books)

La editorial Cult Books reeditó hace escasos meses una completa y concisa biografía sobre el Delgado Duque Blanco que hará las delicias de los fans (y servirá de excelente introducción a neófitos): Bowie: amando al extraterrestre, del también legendario y controvertido periodista y biógrafo inglés Christopher Stanford, que ha firmado el retrato de Kurt Cobain, los Rolling Stones, la controvertida relación entre el mago Harry Houdini y el escritor y apasionado espiritista Arthur Conan Doyle o Polanski (obra publicada por T&B Editores en 2009).

A diferencia de otras biografías al uso, Sandford muestra una evidente admiración hacia el músico británico, pero no oculta también cierta animadversión –y podría decirse que en algunos pasajes, hasta repugnancia– sobre el multifacético artista, algo así como una carta de amor y odio que deleita al lector con una prosa incisiva e irónica, digna de un profesional del cuarto poder, y mil y una anécdotas sobre el hombre que ideó (corrijo, más bien se transformó) a Ziggy Stardust o Aladdin Sane, entre muchos otros iconos pop. Una narración detallada y sentida desde los orígenes de aquel extraño y solitario niño-adolescente llamado David Jones a la reconversión en David Bowie, el artista inclasificable siempre a la vanguardia. Un ser esquivo al que incluso sus personas más cercanas definen como distante y hermético (no todos, por ejemplo, su fotógrafo oficial en tres giras oficiales entre 1983 y 1990 y amigo Denis O’Regan, señaló que fuera del escenario Bowie era un tipo muy normal, con ganas de ser uno más de los que lo acompañaban en las interminables giras. ¿Quién miente?).

El libro muestra su personalidad controvertida y cambiante: desde sus coqueteos con el nazismo a su vuelco para con las causas benéficas; a veces errática y otras genial, su multifacética carrera de la que la música es solo una de sus facetas (sin duda la más importante, al menos a nivel global, aunque para él era la pintura su verdadera pasión, nunca reconocida), y sus excesos, claro, que no fueron pocos. Sandford muestra a un artista incapaz de sentir empatía por nada ni por nadie, vacío de contenido moral (en esto no coincide con otros biógrafos) que, sin embargo, fue manejado –dice– a su antojo por compañías de management. En definitiva, un hombre que se confundía con sus personajes y que dejó una huella imborrable en la cultura popular de los últimos 50 años.

El club de lectura de David Bowie (Blackie Books)

Una de las editoriales más atrevidas y entregadas del panorama nacional, Blackie Books, publicaba a finales de 2019 un libro tan extraño como cautivador y de obligada lectura –y posesión– para fans: El club de lectura de David Bowie, del escritor estadounidense John O’Connell, «una invitación a la lectura a través de los 100 libros que cambiaron la vida del mito», ilustrado por Luis Paadín. Bowie desveló tres años antes de su muerte la centena de libros que habían forjado su carrera y cambiado su forma de ver el mundo; este libro es, por lo tanto, una inmersión en su legado y una invitación irresistible a sumergirte de verdad en esos objetos de papel y en su poder para transformarnos. Muchos libros de los 60, algunos de la generación beat (por ejemplo, su manifiesto, En el Camino, de Jack Kerouac), distopías como 1984 de George Orwell o La Naranja Mecánica, de Anthony Burgess, numerosas obras de cultura oriental, sobre Alemania y algunos cómics, que le encantaban, de los superhéroes a El Víbora.

Una obra que la autora y periodista británica Caitlin Moran ha definido como «Un libro absolutamente brillante». No es para menos.

He aquí la web de la editorial para adquirirlo forma de adquirirlo:

Bowie de la A a la Z (Redbook Ediciones)

Otra editorial habitual en el Pandemónium, Redbook Ediciones, a través de su sello Ma Non Troppo, lanzaba a finales de 2021 una preciosa edición a todo color que hará las delicias de sus seguidores: Bowie de la A a la Z. La vida de un icono de Aladdin Sane a Ziggy Stardust, un espléndido (a pesar de su pequeño tamaño) tomo ilustrado que como su título indica recorre de forma concisa la trayectoria y los hechos más destacables de su carrera a modo de ingenioso diccionario. Es obra del escritor y DJ Steve Wide, durante muchos años al frente de un célebre programa musical en la radio británica, autor también del libro The Beatles de la A a la Z igualmente publicado en castellano por Redbook Ediciones. Firma las ilustraciones la artista Libby Vanderploeg, autora de un gran número de proyectos de animación, diseño e ilustración.

Enlace:

Bowie por Bowie (Libros Cúpula)

En 2020, Libros Cúpula (sello del Grupo Planeta con un fabuloso catálogo musical y con el que tuve el placer de publicar un ya lejano 2014 Los Magos de la Guerra. Ocultismo y espionaje en el Tercer Reich), lanzó en castellano el libro Bowie por Bowie. Entrevistas y encuentros con David Bowie, editado por el periodista Sean Egan. Responsable de trabajos de contenido y estructura similar, sobre Keith Richards o Fleetwood Mac, entre otros, y autor de exitosas biografías como Jimi Hendrix and the Making of Are You Experienced o David Bowie: Ever Changing Hero, cuenta en estas más de 500 páginas que recogen 32 entrevistas y encuentros con el músico centenares de anécdotas sobre el camaleón del rock. Más de una treintena de reportajes en los que Bowie se explaya en profundidad, lo más cercano a una autobiografía relatada en tiempo real de una leyenda de la música.

Años antes, en 2013, Libros Cúpula lanzaba al mercado una joya para fans titulada Los tesoros de David Bowie –una vez más su historia, pero narrada a través de espectaculares fotografías, facsímiles únicos y textos reveladores y que no es precisamente fácil de encontrar–. He aquí el enlace para conseguir el de 2020:

https://www.planetadelibros.com/libro-los-tesoros-de-david-bowie/93414

Bowie. Una biografía (Lumen)

Y otro sello habitual en el blog, Lumen (Gráfica), de Penguin Books, editaba también otra joyita para bowiemaníacos: Bowie. Una biografía. Homenajeando aquello que dijo su biógrafo David Buckley de que «cambió más vidas que ninguna otra figura pública», el profesor Fran Ruiz (a cargo de los textos) y la ilustradora y autora española María Hesse (autora del fenómeno Frida Kahlo: Una Biografía, publicado también por Lumen), acometen el desafío de adentrarse en los múltiples aspectos de la vida de Bowie, en sus enigmas y anécdotas a través de un libro ilustrado que la revista Esquire considera una de las 35 mejores novelas gráficas; ahí es nada. He aquí el enlace para adquirirlo:

https://www.penguinlibros.com/es/tematicas/30588-libro-bowie-una-biografia-9788426404657#

Mamás, de Yeong-shin ma

Ponent Mont publica en castellano la novela gráfica que ha catapultado al surcoreano Yeong-shin ma y que además es su ópera prima. Nacido en Seúl en 1982, desde 2015 publica webtoons con enorme éxito y su libro, Mamás, ha aparecido en numerosas listas de éxitos en 2020, haciéndose, un año después, con el premio Harvey que entrega la industria del cómic estadounidense. Ahora podemos disfrutar de su potente mensaje en castellano.

Por Óscar Herradón ©

Su desenfado e ironía –que no ocultan una abierta crítica social y una crisis de valores que afecta a Corea pero que también lo hace en el resto del globo, principalmente en Occidente, cosas de la globalización–, su poderoso sentido del humor (que no comicidad) a partir de la tragedia del día a día, retratan una sociedad moderna que se resiste a abandonar tradiciones y costumbres que parecen más propias del medievo que del siglo XXI. Una eterna dicotomía entre «progreso» –que tampoco hay que entenderlo como algo positivo– y tradición.

Para contar su historia y dar forma a este portentoso Manhwa para adultos, Yeong-shin ma se ha inspirado en la historia de su propia madre. Las «mamás» del título son tres mujeres en la cincuentena, Lee Soyeon, Myeong-ok y Yeonjeong, que, hartas de sus parejas y de sus sacrificados trabajos, y sumidas en el sopor de unas vidas que empiezan a acercarse peligrosamente a su ocaso, deseosas de agarrarse a aquello a lo que habían renunciado –o ni siquiera sabían que existía en la monotonía de sus existencias– desafían las normas de la familia tradicional coreana (que podríamos hacer extensiva, con sus particularidades, a la familia tradicional de la mayoría de países) para lanzarse a una segunda vida de aventuras escandalosas y contratiempos (a cuál más delirante) mientras anhelan conseguir algo más que los mediocres hombres que no han sabido hacerlas felices, lo que tiene una profunda lectura feminista en un país por lo demás abiertamente patriarcal. Mal de muchos…

El difícil camino del empoderamiento

Un precioso y voluminoso tomo en blanco y negro narra la azarosa vida de estas tres singulares mujeres, que podrían ser las madres de cualquier lector, con un guión magnífico, en ocasiones incluso retorcido, que no escatima en exabruptos (insultos, vamos) y en dibujar un sórdido mundo contemporáneo por el que pululan alcohólicos, fracasados y «peterpanes».

Yeonjeong, con cuya historia abre la novela gráfica, tras un matrimonio fracasado y varios noviazgos no mucho más propicios, sale con un camarero sumido en el infierno de la bebida; para ayudarle en el negocio, Yeonjeong se dedica a asistir con sus amigas a la discoteca en la que trabaja y persuadir a «pagafantas» para que les paguen las consumiciones –dando así comisiones a su pareja–. Pero la mujer ha perdido la ilusión y la vitalidad y lo que desea es terminar pronto ese coqueteo absurdo, esa pantomima en la que ha de tratar con personajes a veces repulsivos, con hombres inseguros y repletos de oscuridades en la trastienda de la noche coreana.

Por su parte, Lee Soyeon, otra mujer divorciada de 50 años, trabaja como limpiadora en un edificio de apartamentos en Seúl, aguantando a unos jefes explotadores y despreciables. Su situación en casa no es mucho mejor: su hijo treintañero es un derrochador (no de su dinero, sino del de su madre) y una suerte de parásito, y su novio, Jongseok, es otro perdedor sin horizonte (lo que dice mucho sobre el retrato que el autor pinta del género masculino al que pertenece), un tipo que se tiró tres años engañando a Soyeon y ella, sabiéndolo, es incapaz de dejarle, lo que barniza su vida, si cabe, de una mayor pátina de patetismo, en ocasiones innato al género humano. Myeong-ok, por otro lado, sale con un hombre más joven que ella, pero tampoco vive precisamente en un mundo de ensueño.

Las vidas de las tres amigas son compartidas en sus confesiones, una suerte de terapia psico-emocional en petit comité y vía de escape cotidiana a su infelicidad. En definitiva, un relato gráfico que a pesar de los brochazos de desolación y escepticismo que salpican sus páginas, deja pie a la esperanza de una vida mejor, o de mejorar la propia vida, que no es lo mismo.

He aquí el enlace para adquirir esta recomendable novela gráfica:

https://ponentmon.es/producto/mamas

Nadadores en el desierto

Fue el hombre que inspiró la novela El Paciente Inglés, aunque la verdad histórica dista mucho del personaje al que daría vida Ralph Fiennes en la película homónima de 1996. El conde austrohúngaro Ladislaus E. Almásy fue uno de los grandes exploradores de los años 30 y 40 del pasado siglo, y contribuyó en sus expediciones a abrir nuevas rutas en el desierto norteafricano y a sacar a la luz joyas del pasado de la humanidad olvidadas bajo la arena. Nadadores en el de desierto, que publica Ediciones del Viento, cuenta su particular epopeya.

Óscar Herradón ©

Ladislaus Eduard Almásy nació en el castillo de Bernstein, en territorio de la antigua Hungría, en una zona que hoy pertenece a Austria, y era hijo del célebre explorador de Asia György Almásy, por lo que su pasión le venía de familia. Ladislaus, conde de Almásy (como le gustaba que se dirigieran a él) no tardaría en seguir los pasos de su progenitor. Con una excelente formación y dominando hasta seis idiomas, entre ellos el árabe, no tardó en caer cautivado por el desierto; antes, durante la Primera Guerra Mundial (entonces conocida como Gran Guerra), sirvió en la fuerza aérea del imperio austrohúngaro, las denominadas Tropas Imperiales y Reales de Aviación (Luftfahrtruppen KuK) y fue condecorado por sus acciones. Tras finalizar la contienda, trabajó como representante de la marca de automóviles Steyr Autmobilewerke, para la que realizó tests de resistencia de coches, aviajando con ellos a través del noreste de África, Libia, Sudán y Egipto. A partir de ese momento las arenas del desierto se convertirían en su hogar.

Fue el personaje que inspiraría la novela del canadiense Michael Ondaatje El Paciente Inglés, que sería adaptada al cine en 1996 por Anthony Minghela y protagonizada por Ralph Fiennes, pero el protagonista romántico de la cinta poco tiene que ver con el aventurero y explorador a veces temerario que fuera el astro-húngaro, que en las décadas de 1930 y 1940 exploraría todo el  desierto occidental de Egipto contribuyendo a abrir nuevas rutas hasta entonces desconocidas por el hombre occidental.

A diferencia de otros exploradores que partían con elaborados mapas o información fidedigna, el conde se aventuraba basándose en fuentes documentales de dudosa historicidad, apenas referencias aparecidas en antiguos manuscritos árabes como los textos de Al Bakri, quien hablaba de los djinns (duendes o demonios) que viven en las arenas del desierto y en los árboles de los oasis y cuyos quejumbrosos lamentos Almásy afirmaría haber escuchado, según recogió en su diario, voces nocturnas a las que los beduinos se referían como provenientes de los ghule, los malos espíritus que habitan en las dunas; aunque el aristócrata húngaro bien sabía que se producían por fenómenos naturales que, no obstante, extrañaban incluso a los «europeos de ideas racionalistas» y que, escasos, eran un efecto del enfriamiento de la arena. Para los beduinos, el conde era Abu Ramla, «Padre de la Arena».

Zerzura y el Valle de las Imágenes

Fue en busca también de la llamada «Ciudad de Latón» que se menciona en uno de los cuentos de Las Mil y una Noches y que para él solo podía concordar con el oasis perdido egipcio de Zerzura, cuya búsqueda se convertiría en una obsesión para el explorador y que a día de hoy nadie ha localizado. Finalmente, muy cerca de Jilf al Kabir, sus hombres hallaron un oasis que como él había sospechado era muy real, y no un enclave mítico de relatos medievales. Formaba parte del llamado «Club Zerzura», un grupo de aventureros cosmopolitas que se internaron en el desierto de Libia recorriéndolo en vehículos y aeroplanos en busca de ciudades míticas –pero también con la labor de cartografiar el desierto en misiones de inteligencia, como enseguida veremos–.

Precisamente allí, en el macizo rocoso de Jilf al Kabir, al suroeste de Egipto, cerca de la frontera con Libia, Almasy redescubrió la existencia de antiguos valles (wadis) que bautizó como Wadi Sura (el Valle de las Imágenes en la llamada «Cueva de las Bestias»), unas oquedades en cuyo interior se albergaba un tesoro de la antigüedad: las célebres pinturas «de los nadadores», que darían nombre a sus memorias y que demostraban que aquel hábitat, en pleno siglo XX totalmente desértico e inhóspito, había sido miles de años atrás un vergel por el que se extendían increíbles zonas lacustres que fueron el hábitat de pueblos primitivos de los que apenas sabemos nada. Hombres que tenían por costumbre bañarse en aquellas aguas, algo que apoyan pinturas de cazadores rodeados de jirafas, además de numerosas herramientas , imágenes que sí conocían los beduinos, cuyas indicaciones fueron de gran valor para el equipo de exploradores europeos. Realizó aquellos hallazgos en compañía del explorador y príncipe egipcio Kamal el Dine.

La crónica en primera persona de aquellas apasionantes y arriesgadas expediciones a los lugares más recónditos del Sáhara oriental la publicó Almásy en 1934 en húngaro bajo el título de Sáhara desconocido y vio la luz cinco años después, en una edición ampliada y modificada, en lengua alemana. Precisamente, Ediciones del Viento recupera los capítulos centrales de ambas ediciones en Nadadores en el desierto, vibrantes páginas en las que Almásy narra sus aventuras y hallazgos más sobresalientes, como la búsqueda del mítico oasis perdido de Zerzura y el sensacional descubrimiento de las pinturas rupestres que dan título al libro.

Un espía-aventurero al servicio del Tercer Reich

Su faceta como espía es uno de los aspectos más fascinantes de su biografía, y una de sus muchas oscuridades al haber contribuido a pasar valiosa información a los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando estalló el conflicto, László era un hábil combatiente que tenía un buen currículo como aviador en la Gran Guerra y aceptó vestir el uniforme de la Luftwaffe comandada por Hermann Göring y pasó a servir en las filas del Afrika Korps de Erwin Rommel, el Zorro del Desierto, ese inhóspito paraje en el que el conde húngaro tan bien se movía.

Almásy fue instructor de efectivos procedentes del Regimiento Brandenburgo, un grupo de élite de la Abwehr (el servicio de inteligencia del ejército alemán) en el desierto: atacó con éxito al «Grupo del Desierto de Largo Alcance» (Long Range Desert Group), una unidad de élite británica, y llegó a coordinar a diversos agentes alemanes que desplegó en El Cairo, acciones que le valdrían ser condecorado con la Cruz de Hierro. Precisamente al frente del Long Range Desert Group se hallaba otro explorador y militar obsesionado con dar con el mítico Zerzura, el británico Ralph Bagnold. Aquellos hombres nunca hallaron el oasis perdido, pero el también explorador Théodore Monod escribió en referencia al esquivo enclave: «Un día, quizá el viento del desierto libio, soplando en tempestad sobre los cordones de dunas y levantando en el aire nubes de arena fina, restituirá a los hombres el oasis perdido, revelando su emplazamiento y sus secretos».

El ejército perdido de Cambises

En 1950, Almásy llevó a cabo su última (y fallida) campaña: la búsqueda del ejército perdido de Cambises que, según lo recogido por el historiador griego Heródoto en el siglo VI a.C. desapareció en el desierto sin dejar rastro. Un ejército colosal de 50.000 hombres enviados por el rey persa que partió del oasis de Jarga hacia el norte con el fin de conquistar el oasis de Siwa, célebre por la visita de Alejandro Magno en busca de una respuesta sobre su destino.

Una tormenta de arena enterró a aquellos miles de hombres y, siguiendo diversas fuentes orales y documentales, Almásy se entregó a la exploración del llamado Gran Mar de Arena; y aunque su expedición halló unos Alamat, colosales hitos de piedra erigidos por los hombres de Cambises antes de perecer, jamás hallaron verdaderos restos de los soldados persas. Él mismo escribió en su preciado diario acerca de aquel contratiempo: «los antiguos dioses saben todavía defender los últimos secretos del desierto».

Almásy, el «Padre de la Arena», moría en Salzburgo de disentería el 22 de marzo de 1951. Tan solo tenía 55 años pero había vivido una vida plena y al límite. Quizá su alma descansa ahora con los djinns de las dunas del desierto.

He aquí el enlace para hacerse con Nadadores en el Desierto: