Emblemas místicos de las SS

Tras su llegada al poder en Alemania en 1933, tanto el Partido Nazi como las SS se apropiaron de viejos símbolos imperiales y militares alemanes y prusianos a los que dieron un nuevo significado para configurar su mensaje propagandístico y patriótico, causando finalmente una terrible catástrofe moral a la institución militar germana entre 1939 y 1945. Ahora, para comprender mejor su historia, Desperta Ferro nos trae un ensayo gigantesco y cautivador: Hierro y Sangre. Una historia militar de Alemania desde 1500.

Óscar Herradón ©

Heinrich Himmler tenía la férrea convicción de que la Orden Negra constituía una verdadera hermandad que, en palabras de Robin Lumsden, autor de Historia secreta de las SS, «descendía espiritualmente de los héroes de la Alemania pagana y medieval». A partir de 1934 las SS fueron promovidas de forma consciente por el Reichsführer no solo como una élite racial, sino también como una Orden secreta y oscura, creándose a tal efecto insignias simbólicas, emblemas y uniformes que con su elegancia sirvieron como un señuelo para atraer a sus filas a ciudadanos comunes de media Europa.

Durante toda la historia de la terrible organización el emblema que quedaría irremisiblemente asociado a esta sería la «cabeza de la muerte» o Totenkopf, una calavera con tibias cruzadas diseñada por Karl Maria Weisthor. Este símbolo no solo fue adoptado por las SS para atemorizar sino como un vínculo «directo y emocional» con el pasado de la elite militar de la Alemania imperial. En 1740, en los ornamentos funerarios de Federico el Grande de Prusia, podía verse una gran cabeza de muerte, sin mandíbulas, bordada en plata. Apenas un año después, en recuerdo del mandatario fallecido, dos unidades de élite de la Escolta Real prusiana, entre ellos los miembros de 5º regimiento de Húsares –conocidos como «Húsares negros o de la Muerte»–, adoptaron el color negro para su uniforme y estamparon una enorme Totenkopf en sus gorros.

También en la Gran Guerra, varias unidades del ejército alemán utilizaron como insignia de su formación la cabeza de la muerte. En 1918 volvió a verse pintada en los cascos y los vehículos de algunos de los mejores Freikorps, convirtiéndose en un símbolo de osadía y sacrificio en tiempos de guerra, además del tradicionalismo y el antibolchevismo en el que se movió el incipiente nazismo. En 1923 los miembros del Stosstrupp (tropas de choque) de Hitler adoptaron la Totenkopf como emblema distintivo, que seguirían llevando sus sucesores en las SS, aunque con un diseño exclusivo a partir de 1934, con una «cabeza de la muerte» sonriente, con mandíbula inferior, sirviendo de modelo del prestigioso anillo de las SSTotenkopfring– diseñado por Weisthor, con una calavera y una runa que significaba heil (salve) en su parte externa y la rúbrica de Himmler en la interior.

Además de la Tontenkopf, las runas SSSS Runen–, símbolo de la Orden Negra, representaban el elitismo y la camaradería de la organización, siendo pronto elevadas a una condición cuasi sagrada. La palabra runa proviene del nórdico antiguo run, cuyo significado era «escritura secreta»; eran caracteres que constituían los alfabetos de las tribus germánicas de la Europa precristiana y que se utilizaban tanto para la escritura corriente como para la que contenía un poder mágico. En el año 98 de nuestra era, el historiador romano Cornelio Tácito había descrito en su obra Germania cómo los germanos realizaban ritos de adivinación mediante runas. Estas llamaron la atención tanto de los movimientos völkisch como de los miembros de Thule, que inspirarían en Himmler la fascinación por los códigos crípticos y los mensajes ocultos.

El mismo Guido von List escribió en 1908 Das Geheimnis der Runen (El Secreto de las Runas), un concienzudo estudio de la adivinación a través de las denominadas runas Armanenfuthark armanen-, un conjunto de 18 runas ideadas como oráculos por el propio ocultista. A todos los Antwärter de la Allgemeine-SS que entraron en la organización antes de 1939 se les impartían clases de simbolismo rúnico como parte de su formación, y en 1945 la Orden Negra utilizaba hasta 14 variedades principales de runas, que incluso se añadieron con teclas especiales a las máquinas de escribir que se utilizaban en sus oficinas centrales. Estas runas místicas eran los símbolos empleados por los pueblos guerreros del norte de Europa en tiempos paganos.

A continuación mostraré una breve clasificación de algunas de las principales runas que utilizaban las SS:

La Hakenkreuz –esvástica o cruz gamada–, emblema por antonomasia del partido nazi.

El Wolfsangel o gancho del lobo, fue en un primer momento un emblema pagano al que se atribuía el poder de alejar a los lobos. Más tarde se convirtió en un símbolo heráldico que representaba una trampa para lobos y fue adoptado en el siglo XV por los campesinos que se alzaron contra los mercenarios de los príncipes alemanes; así, se convirtió en símbolo de libertad e independencia. Fue uno de los primeros emblemas del NSDAP más tarde adoptado por la División Das Reich de las Waffen-SS.

La runa Opfer simbolizaba la abnegación y fue utilizada a partir de 1918 por la asociación de veteranos de guerra Stahlhelm y más tarde la insignia que sirvió para conmemorar a los mártires nazis del Putsch muniqués.

La runa Leben simbolizaba la vida y fue adoptada por la asociación Lebensborn y por la Ahnenerbe.

La runa Toten –la runa de la muerte–, representaba la muerte y era utilizada en los documentos de las SS y en las lápidas de las sepulturas para marcar la fecha de la muerte.

La runa Tyr o Kampf –la runa de la batalla–, era el símbolo germánico pagano de Tyr, el dios de la guerra y representaba el liderazgo en la batalla. Además, era a menudo utilizada en las sepulturas de los miembros de las SS como sustitución de la cruz cristiana.

La runa Hagall representaba la fe imperturbable que debían tener todos y cada uno de los miembros de la Orden Negra. Aparecía en las vestimentas ceremoniales que se usaban en las bodas de las SS y también en el anillo de la cabeza de la muerte. También sería utilizada como símbolo de la SSPolizei-Division.

Además de estas, existían otras como la runa Eif, la runa Ger… y diferentes combinaciones que adquirían su propio significado: la runa Sigel dentro de un triángulo; el triángulo representaba que la vida es eterna (sus tres lados representaban el nacimiento, el desarrollo y la muerte). Cada muerte era el camino hacia una nueva vida y el triángulo simbolizaba el ciclo eterno de la creación. La runa Sigel representaba además el Sol y la salud y era el símbolo pagano de la victoria, y así un largo etcétera.

Como señala el citado Lumsden, a fin de inculcar una sensación de caballerosidad en todos sus oficiales y soldados jóvenes, el Reichsführer los recompensaba con los tres símbolos menos grandiosos pero muy significativos dentro de la organización: la daga, la espada ceremonial –Ehrendegen– y el anillo, «una combinación mística que, evocadora de una aristocracia guerrera y de la leyenda de los Nibelungos, simbolizaría la Ritterschaft –Caballería- de la nueva Orden de las SS», que estaba arraigada, según creía fervientemente Heinrich Himmler, en el pasado germánico más remoto. La daga llevaba la inscripción «Mi honor es mi lealtad», un lema sugerido por Hitler que evocaba los juramentos de los caballeros teutónicos. Tanto esta como la espada estaban decoradas con runas.

PARA SABER MÁS:

*Este texto ha sido extraído de mi trabajo La Orden Negra. El ejército pagano del Tercer Reich, publicado por Edaf en 2011.

Hierro y Sangre

Si lo que queremos es realizar un exhaustivo y global acercamiento al ejército alemán mucho antes de que los nazis hicieran uso de muchos de sus símbolos para encuadrarlos en su parafernalia propagandística, cuando los territorios que conformaban esa parte de Occidente eran muy diferentes a los que entraron en liza en la Segunda Guerra Mundial y Prusia un gigante implacable en la vieja Europa, nada mejor que hacerlo de la mano de Desperta Ferro y un libro monumental del británico Peter H. Wilson: Hierro y Sangre. Una historia militar de Alemania desde 1500.

El prestigioso historiador, autor de los monumentales La Guerra de los Treinta Años. Una tragedia europea y El Sacro Imperio Romano Germánico, ambos publicados también con gran éxito de crítica y público por Desperta Ferro, se embarca ahora en una obra no menos titánica, un relato sobre Alemania a través de cinco siglos de historia militar. Durante la mayor parte de su existencia, la Europa germanófona ha estado dividida en innumerables Estados, algunos muy relevantes, como Austria y Prusia, y otros formados por un puñado de valles alpinos. Su experiencia militar también ha sido extraordinariamente variada: a veces amenaza, a veces amenazada; en ocasiones una mera zona tapón, y en otras, un peligro global.

El libro Hierro y sangre es asombrosamente ambicioso y absorbente, abarcando cinco siglos de cambios políticos, militares, tecnológicos y económicos para narrar la historia de las tierras de habla alemana, desde el Rin hasta la frontera balcánica, desde Suiza hasta el mar Báltico. Una visión de conjunto en la que Wilson contempla múltiples aspectos y muy variadas dimensiones, desde el desarrollo de las armas hasta el reclutamiento, la estrategia en el campo de batalla o cuestiones ideológicas como el impacto de la Reforma protestante o el surgimiento del nacionalismo.

Si hay una constante, esta ha sido la sensación de verse acosados por enemigos aparentemente más poderosos –Francia, Rusia o los otomanos– y la necesidad de asestar un golpe de gracia rápido para asegurarse un resultado favorable en una guerra. En cambio, y casi inevitablemente, esto ha significado en la práctica conflictos prolongados, implacables y a menudo imposibles de ganar y, en 1939-1945, una terrible catástrofe moral. El impacto militar de Alemania en el resto de Europa ha sido inmenso, y Hierro y sangre ilumina el pasado, y con ello el presente y el futuro, de una parte central en el devenir del viejo continente, y del mundo.

Íberos: el enigma de los antiguos pobladores de Hispania

Fue un pueblo heterogéneo fascinante y belicoso que dejó una huella indeleble en nuestro pasado, incluido el nombre de la Península. Todavía queda un rico universo ibérico por descubrir que se mantiene hermético para los investigadores. ¿Quiénes fueron los íberos? ¿Podemos hablar de una etnogénesis ibérica? ¿Qué hay de su escritura? ¿Y de su desaparición? El escritor Luis del Rey Schnitzler desentraña su memoria y sus muchos misterios en el libro Los Íberos. Historia y Arqueología, que ha publicado recientemente la editorial Almuzara.

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Los pobladores íberos construyeron verdaderas ciudades-estado con un territorio propio, rico en tierras para la agricultura y la ganadería y cerca de yacimientos minerales, asentamientos estratégicos por lo general en cerros de meseta plana, de fácil defensa (construían sobre un oppidum –lugar elevado–) y cerca de un manantial o un río que les aseguraba el aprovisionamiento de agua. Solían litigar con los poblados vecinos, por lo que eran habituales las escaramuzas y las guerras. Como pueblos guerreros en tiempos de invasión romana, sus poblados estaban dotados de fuertes murallas, uno de sus elementos más característicos, lo que contrasta con las viviendas, por lo general modestas, incluso entre los jefes.

Aunque la idea más extendida que se tiene sobre los íberos es que su origen es desconocido (se baraja que vinieran del norte de África, o de alguna parte de Europa Occidental), cada vez tiene más fuerza la teoría de diversos historiadores que sostienen que fueron autóctonos de la península ibérica, ya que su cultura nació y se desarrolló en este territorio en un proceso que comenzó hacia el siglo VI a.C. y finalizó con su romanización. Compartían ciertas características comunes, pero no eran un grupo étnico homogéneo, y es posible diferenciar entre tres grandes áreas de la Península: la turdetana o tartésica, la levantina o propiamente ibérica (que es la que nos ocupa) y la del noreste peninsular, a la que habría que sumar la norpirenaica en el Languedoc francés. Los colonizadores romanos distinguían al menos una docena de pueblos con características propias dentro de los pueblos íberos (turdetanos, túrdulos, oretanos…).

Con sus particularidades, tenían sus propios cultos religiosos, lengua y escritura. La lengua ibérica es una lengua paleohispánica documentada por escrito. Aunque su alfabeto fue descifrado por el arqueólogo e historiador español Manuel Gómez-Moreno Martínez, la mayor parte de las inscripciones y textos que se conservan son incomprensibles, debido a la falta de lenguas coetáneas que la tradujesen y faciliten su interpretación. No obstante, su propia escritura (de tipo mixto, silábica y alfabética, con un posible origen fenicio o chipriota) es una de las principales evidencias del desarrollo cultural con personalidad propia del pueblo ibérico. 

PARA SABER MUCHO MÁS:

El citado trabajo de Luis del Rey Schnitzler, Los Íberos. Historia y Arqueología, un apasionante viaje por la historia y territorio de los pueblos íberos y el legado arqueológico que perdura hasta nuestros días.

¿Quiénes fueron los íberos? ¿A qué le llamaron Iberia los griegos? ¿Podemos hablar de una etnogénesis íbera? Más allá de ser identificados a través de un tipo de cerámica común, ¿qué otros nexos hubo entre ellos? ¿Una lengua? ¿Unas creencias? ¿Un tipo de organización supratribal? ¿Qué es eso del individualismo íbero? ¿Hasta dónde alcanzó el influjo oriental? Al margen de estas cuestiones, ¿es lícito contar una historia de los íberos? ¿Cómo recomponemos esa historia? ¿Qué nos puede aportar el registro arqueológico?

Desentrañar la memoria de los íberos, del heterogéneo mundo íbero, supone un reto y para todas las anteriores preguntas en este libro se avanzarán respuestas, nunca concluyentes, pero con un aporte no falto de originalidad animarán a la reflexión del lector, que se sumergirá en un mundo apasionante.

ÍBEROS (PINOLIA)

Y otro libro lanzado por el sello Pinolia, de la siempre exigente Editorial Almuzara, Íberos, donde los mejores especialistas, coordinados por Vicente Barba Colmenero, doctor en Patrimonio y Arqueología por la Universidad e Jaén y el Instituto Francés de Arqueología Oriental en El Cairo, así como experto en Arqueología del Mundo Antiguo en el Mediterráneo Oriental y en el sur de la península ibérica, nos desvelan un mundo de príncipes, guerreros, damas y diosas.

Fueron los geógrafos griegos quienes dieron el nombre de íberos a los pueblos que habitaban las áreas meridionales y levantinas de la Península. Entre el siglo IV antes de Cristo y la romanización completa de sus territorios, los íberos desarrollaron una cultura específica que por diversas razones ha permanecido más desconocida que muchas de sus contemporáneas. A finales del siglo XIX, en unos terrenos cultivables cercanos a Elche, se produjo el hallazgo casual de la escultura de una mujer adornada con unos grandes rodetes. La Dama de Elche ha llegado a ser el emblema de la cultura íbera, pero todavía hoy el trabajo de arqueólogos e investigadores sigue sacando a la luz datos fascinantes de aquellos pueblos, algunas de cuyas costumbres podemos rastrear hasta nuestros días.


A través de diversos artículos, en este libro se analizan la forma de vivir de los pueblos íberos, su organización social, sus inquietudes espirituales, su sentido estético, su artesanía, su lengua aún por descifrar, su manera de construir, de vestirse, de comer y de relacionarse, belicosa o comercialmente, con otros pueblos.

Aldobrando (Norma Editorial)

Norma Editorial publica un sorprendente relato iniciático en forma de novela gráfica, una maravillosa historia sobre el coraje, la amistad y el amor ambientada en un entorno medieval: Aldobrando.

Por Óscar Herradón ©

De la mano de Norma Editorial, referencia indiscutible del cómic tanto americano como europeo y del manga, nos llega Aldobrando, un cuento en forma de novela gráfica, una entrañable historia de superación firmada por Luigi Critone (La Rose et La Croix, basada en la fascinante vida del alquimista y químico alemán Johann Böttger) y el multifacético artista italiano Gianni Pacinotti, alias Gipi, que además de dibujar cómics como Los inocentes, Exterior Noche o Mi vida mal dibujada, entre otros, ha realizado guiones e incluso dirigido películas como L’ultimo terrestre (2011).

Ambientada en la Edad Media, esta fábula cuenta la historia del tímido y asustadizo personaje que da título a la novela gráfica, Aldobrando, quien ha vivido desde que era niño bajo la tutela del hechicero que lo adoptó. Siempre encerrado en su cabaña, alejado (o más bien refugiado) del mundanal ruido, su mentor le impulsará a salir de su ensimismamiento e ir más allá: le hará partícipe de un conjuro que saldrá mal para el hechicero, quien recibirá una herida mortal, lo que obligará a su pupilo a salir en busca de «la hierba del lobo», la única posibilidad de cura para aquel. Un relato de aprendizaje donde el protagonista deberá superar una serie de pruebas.

A partir de ese momento comenzará una aventura de ecos clásicos que, envuelta en el velo del mito, la superstición y la magia medievales, es sin embargo un relato de aprendizaje donde el protagonista deberá superar una serie de pruebas. Una historia que en el aspecto visual combina los colores cálidos y entornos naturales espectaculares (en contraste a los escenarios lluviosos y gélidos, donde se opta por colores fríos y la primacía de las sombras) que casan a la perfección con el excitante guión, repleto de emoción en la que el protagonista, ni fuerte ni ágil, sin habilidades en las armas y ni siquiera demasiadas luces, destaca –a diferencia del héroe prototípico de las novelas de caballerías– por la pureza de su corazón. Un renovado Quijote que emprenderá su particular «camino del héroe» para encontrarse a sí mismo, superarse y entrar de una vez por todas en el mundo de los adultos, algo nada fácil.

De obligada lectura para amantes de la historia, la literatura y el noveno arte.