Hollywood: Operación «Caza de Brujas»

A finales de los años 40 tuvo lugar en Hollywood (EEUU) una persecución implacable contra todo aquel personaje del mundo del celuloide sospechoso de estar vinculado con el comunismo. Aquel triste episodio de la crónica estadounidense pasó a llamarse la caza de brujas, y supuso el fin de muchas y prometedoras carreras cinematográficas, además de un ataque directo contra los derechos civiles y la libertad de expresión…

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En los años 30 del pasado siglo Hollywood resplandecía como pocos lugares del planeta y toda la vorágine humana que lo habitaba –guionistas, actores, directores, buscadores de gloria, cazatalentos, magnates, vividores…– campaba a sus anchas por una ciudad, la“otra Babilonia”, en la que aparentemente todo estaba permitido. Nadie pensaba que en pleno período de Entreguerras, con el gobierno liberal relativamente “de izquierdas” de Roosevelt y su New Deal,un ataque de tal magnitud a la libertad de expresión y de asociación iba a sucederse en esa ciudad que reflejaba como ninguna el ansiado sueño americano.

La gran caza de brujas hollywoodiense tuvo lugar entre los años 1947 y 1956, pero empezó a atisbarse mucho antes y se dejó sentir, aunque de forma más sutil, mucho tiempo después. El auge de los movimientos fascistas en Europa, unido al crack del 29 que arruinó a la mayoría de los americanos, fueron el caldo de cultivo idóneo para un acercamiento de amplios sectores de la sociedad estadounidense a las ideologías de izquierda y el comunismo.

El Comité de la Primera Enmienda en plena protesta
El Comité de la Primera Enmienda en plena protesta

En 1932 un presidente demócrata, Franklin Delano Roosevelt, alcanzaba el sillón presidencial de los EEUU, el mismo año en el que Hollywood sufría un importante varapalo económico que provocó que la patronal de los grandes estudios redujera los salarios de los guionistas nada menos que un 50%.

Debido a estas medidas, fue fundado el sindicato Screenwriters Guild –SGW–, controlado por cineastas de tendencias ideológicas de izquierda, entre otras organizaciones progresistas. En los años siguientes, varias iniciativas de la Administración Roosevelt, como la creación de puestos eventuales de escritores y artistas en paro o la fundación del Federal Theatre, que dio trabajo a unas 17.000 personas –centro de reunión de guionistas, actores y realizadores–, unido al desorbitado auge del sindicalismo,comenzaron a ser vistas como una amenaza entre la derecha. No obstante, el compromiso político de amplios sectores llevó a que se crearan organizaciones que luchaban contra la amenaza fascista europea, como el American Committee for Spanish Freedom, que se creó para ayudar ala República Española, inmersa en la Guerra Civil o la Hollywood Anti-Nazi League, que agrupaba a miembros de distintas ideologías, desde izquierdistas a reaccionarios de derechas –como Clark Gable o John Ford–. Estas y otras tantas instituciones serían años más tarde denunciadas por ser “controladas por los rojos” y servir de tapadera para las actividades llevadas a cabo por el Partido Comunista americano. Una tercera victoria consecutiva de Roosevelt en 1940 tendría como consecuencia un giro radical a la derecha no sólo de los enemigos declarados del New Deal,sino también de miembros del Partido Demócrata, el mismo año que se creaba en Hollywood la Motion Picture Alliance forthe Preservation of American Idealls, una organización de corte ultraderechista que aglutinaba en sus filas a personajes como Gary Cooper, John Ford o Robert Taylor.

Gary Cooper ante la HUAC
Gary Cooper ante la HUAC

Comienza la caza

La verdadera amenaza para los derechos civiles se produjo en 1938, con la creación formal de la Comisión de Actividades Antiamericanas –House Un-American Activities Committee, más conocida por sus siglas HUAC–, por la Cámara de Representantes estadounidense y que entonces era conocida como Comisión Dies, pues su presidente era el congresista texano Martin Dies. Ya entonces la Comisión comenzó a presionar al Consejo de Estado para que investigara si algunas organizaciones violaban las leyes federales, como el Partido Comunista de EEUU o el Bund Germanoamericano. Dichas organizaciones fueron investigadas por el FBI que dirigía entonces J. Edgar Hoover, declarado enemigo del comunismo desde 1919, año en el que sentenció que “el fascismo ha crecido siempre en las ciénagas del comunismo”.

Sería la industria cinematográfica la que sufriría un mayor acoso por parte de la Comisión Dies, hasta el punto de que el antisemita y fascista Edward F. Sullivan llegaría a denunciar a mediados de los años 30 que “todas las fases de actividades radicales y comunistas florecen en los estudios de Hollywood”. En 1940, mientras era aprobada la ley Smitch Act, que prohibía la enseñanza de las doctrinas de Marx y Lenin en toda la nación, la Comisión enviaba 22 convocatorias a varios personajes del celuloide, obligados a comparecer, entre los que se encontraban Humphrey Bogart y el mejor gángster que ha dado la pantalla grande: James Cagney.

Joseph McCarthy, el gran inquisidor
Joseph McCarthy, el gran inquisidor

Sin embargo, el acoso al comunismo sufrió un paréntesis con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, y muchos de los grandes realizadores americanos, como John Ford, Frank Capra o William Wyler trabajaron para el Ejército en la lucha contra el nazismo, mientras actores, guionistas y otros profesionales de la industria repartían panfletos,organizaban mítines y convocaban manifestaciones en repulsa de la amenaza totalitaria proveniente de Europa. Sin embargo, a partir de 1945 y una vez acabado el conflicto, los viejos fantasmas de la derecha más reaccionaria, nunca dormidos, se despertaron y la Comisión volvió a organizarse mientras la persecución a los “amigos” del comunismo comenzaba a convertirse en una asunto de auténtica histeria en todo el territorio norteamericano. Aunque hacía tiempo que estaban siendo violados los derechos civiles de los americanos. En 1940, el Congreso de EEUU había aprobado la llamada Ley Voorhis, que obligaba a las organizaciones con fiscalización extranjera a inscribirse en un registro federal, mientras que la Ley Hatch prohibía a los funcionarios federales ser miembros de alguna organización o partido que “persiguiera la destrucción de la forma constitucional de gobierno”, mientras el FBI continuaba confeccionando listas negras de sospechosos. El fanatismo comenzaba a apoderarse de amplios sectores sociales, fanatismo que alcanzaría su cénit con el estallido de la Guerra Fría entre la Unión Soviética.

J. Edgar Hoover en "acción". Sobran las palabras...
J. Edgar Hoover en "acción". Sobran las palabras...

A pesar de que el sillón presidencial era por aquel entonces ocupado por un presidente demócrata, Harry S. Truman, en 1946 las legislativas dieron la mayoría republicana a la Cámara de Representantes y al Senado, lo que forzó a que el presidente, en 1948, proclamara la llamada “doctrina Truman”, una auténtica declaración de guerra al movimiento comunista internacional consistente en aportar ayudas económicas a los países europeos “amenazados” por esta ideología. Truman mostraría sus verdaderas intenciones al promover el Programa de Lealtad de Empleados Federales, que investigaría la lealtad de miles de funcionarios a las instituciones nacionales, lo que convirtió en sospechosas a nada menos que 2.500.000 personas. Fue entonces cuando la organización sindical United Public Workers of America denunció este programa como una auténtica “caza de brujas”, caza que se extendió a los empleados de los contratistas que trabajaban para Defensa y que llevaría al fiscal general de EEUU, del partido republicano, H. Brownell Jr. a acusar al mismísimo presidente de “deslealtad”, aunque finalmente éste no compareció ante el Congreso.

La obsesión por el espionaje “comunista” llevó a que se abrieran diversos procesos contra sospechosos de simpatizar o ayudar a la potencia roja, como el que se llevó a cabo contra el respetable diplomático Alger Hiss; aunque el episodio más triste tuvo lugar en 1953, con la condena a muerte del matrimonio formado por Julius y Ethel Rosenberg, que fueron electrocutados en la silla eléctrica acusados de entregar secretos atómicos al vicecónsul soviético en Nueva York.

El matrimonio Rosenberg, chivos expiatorios.
El matrimonio Rosenberg, chivos expiatorios.

Dicha cruzada anticomunista era llevada a cabo de forma visceral y cuasi-paranoica por el senador –originario de Wisconsin– Joseph McCarthy, que se convertiría más tarde en presidente y organizador del temible Comité de Actividades Antiamericanas del Senado. Las leyes antidemocráticas comenzaron a ser algo habitual, y en 1947 fue aprobada la llamada Ley Taft-Hartley contra el derecho a huelga y la McCarran Internal Security Act, que obligaba al registro de todas aquellas personas consideradas subversivas, leyes a las que se opuso el mismo presidente Truman. No tardarían en trasladarse las sospechas de filocomunismo hacia el mundo del celuloide…

Hollywood en el punto de mira

Para investigar las supuestas actividades comunistas y subversivas en la Meca del cine, la HUAC contó en un principio, antes de la guerra, con los servicios del periodista católico Joseph B. Matthews, quet rabajaba para algunos periódicos de la cadena del magnate W. R. Hearst. Matthews, quien dejaría una huella imborrable en Joseph McCarthy –quien llegaría a considerarle su maestro– era un hombre violento, obsesionado con lo que para él no era sino una cruzada comunista contra América.

En 1945 la Comisión Dies, a punto de expirar su mandato, fue resucitada por John E. Rankin, que consiguió convertirla en permanente dentro de la Cámara de Representantes, pasando a presidirla él mismo y J. Parnell Thomas, un siniestro personaje obsesionado con su unilateral idea de patriotismo y “americanismo”. En marzo de 1947 la Comisión se dedicaría a investigar específicamente a los profesionales del cine. Entre sus miembros más representativos se encontraban, además del citado Parnell Thomas, el futuro y polémico presidente Richard Nixon y el diputado anticomunista, racista y antisemita John Rankin.

J. Parnell Thomas con el actor Robert Taylor
J. Parnell Thomas con el actor Robert Taylor

Dos meses después, en mayo, varios miembros de la Comisión se trasladarían a Hollywood y celebrarían una serie de reuniones, entonces secretas, en el Hotel Biltmore, con algunos de los grandes representantes de la industria, como Jack L. Warner, uno de los fundadores de los gigantescos estudios Warner Bros. Aunque nunca salieron a la luz aquellas conversaciones, lo cierto es que a partir de ese momento los miembros de la Comisión ya poseían listas de sospechosos y se abrieron los primeros expedientes.

El 23 de septiembre de 1947 fueron entregadas 41 citaciones a miembros de la industria cinematográfica. De entre todos, 19 tomaron la firme determinación de negarse a declarar ante una Comisión que consideraban antidemocrática y que vulneraba los derechos recogidos en la Constitución, formando a su vez un frente común para luchar contra su actuación, determinación a la que al parecer llegaron en una reunión celebrada en la casa del actor Edward G. Robinson. Fueron conocidos como los “19 testigos inamistosos” y entre ellos se encontraban Edward Dmytryck, Bertold Brecht, Lewis Milestone y Dalton Trumbo.

A su vez, los profesionales progresistas de Hollywood elevaron la voz contra el ataque ideológico y moral que suponían las investigaciones de la HUAC. Algunos realizadores, como John Huston, William Wyler o Philip Dunne ,se reunieron en septiembre de ese mismo año en el restaurante Lucey´s de Hollywood para promover la creación del llamado Comité de la Primera Enmienda, que utilizaba la prensa y la radio para condenar la política de caza de brujas e incluía a cuatro senadores y a casi quinientos intelectuales y profesionales del cine, entre los que destacaban Humphrey Bogart, Lauren Bacall, Gregory Peck, Katherine Hepburn, Kirk Douglas, Henry Fonda, Vincent Price, Gene Kelly y David O´Selznik.

Los 19 testigos “inamistosos” viajaron a Washington acompañados de los miembros del Comité de la Primera Enmienda para declarar ante la Comisión inquisitorial. Los profesionales del cine parecían una auténtica piña, unida frente a tamaño ultraje contra la libertad de expresión, sin embargo, pasada la fiebre inicial, algunos de los miembros“demócratas” del grupo comenzaron a echarse atrás. Fue el caso del productor David O. Selznik, quien, quizá presionado por los altos cargos de la industria, comunicó al abogado Bartley Crum su renuncia a permanecer dentro del Comité de la Primera Enmienda. Poco después sería Humphrey Bogart quien diría que formar parte del Comité fue algo “realmente estúpido”… Tristes precedentes de lo que acabaría pasando poco después, con las delaciones de muchos de los imputados a sus compañeros.

Manifestación del Comité de la Primera Enmienda en Washington
Manifestación del Comité de la Primera Enmienda en Washington

Un circo mediático

El 20 de octubre de 1947 la Comisión de Actividades Antiamericanas inició sus sesiones en una sala en la que se hallaban presentes más de cien periodistas, cámaras y profesionales del cine. El espectáculo estaba servido… El primero en declarar fue el productor Jack L.Warner, quien acabó denunciando a una serie de guionistas a los que consideraba sospechosos de tratar de introducir en Hollywood la ideología comunista, borrando así las sospechas que se cernían sobre él e insistiendo varias veces en su probada con el sistema americano. Sus palabras sin embargo, no están exentas de cierto patetismo: “Algunos de estos guiones contienen réplicas, insinuaciones o dobles sentidos y cosas por el estilo, que habría que seguir ocho o diez cursos de jurisprudencia en Harvard para comprender qué cosa significan”. La acusación que vertió contra los hermanos Epstein, célebres por ganar un Oscar por el guión de Casablanca, en referencia a su guión de la película Animal Kingdom no tiene desperdicio: “está dirigido contra el sistema capitalista. Bueno, no exactamente, aunque el rico hace siempre el papel de malo”. Fue el primero de los “testigos amistosos” que declararon ante el Comité. Finalmente, dio los nombres de varios profesionales de los que sospechaba sus vinculaciones comunistas, entre ellos Albert Maltz, Dalton Trumbo y Guy Endore.

A Warner le siguió en el espectáculo circense otro magnate del cine: Louis B. Mayer, de la Metro-Goldwyn-Mayer, quien declaró su repulsa al comunismo y citó también algunos nombres, como los de Lester Cole o Donald O. Stewart, y de nuevo el de Dalton Trumbo. Otro “testigo amistoso” fue el actor Adolphe Menjou (Adiós a las armas), quien pronunció un alegato militarista y anunció su deseo de que los comunistas americanos fuesen “deportados a los desiertos de Texas para que los matasen los tejanos”.

El actor Adolphe Menjou apoyó la "Caza"
El actor Adolphe Menjou apoyó la "Caza"

El actor Adolphe Mejou aplaudio la "Caza"

Ronald Reagan, futuro presidente de la nación y entonces actor, denunció a su vez las “manipulaciones progresistas” que había sufrido el sindicato que presidía, el Screen Actors Guild, y felicitó a la HUAC, a sus ojos necesaria “para convertir América en algo tan puro como fuese posible”. Gary Cooper, por su parte, insistió en su patriotismo y en que había descubierto claras señales de “comunismo” en varios guiones, aunque no pudo aportar ningún ejemplo al no recordarlos, porque “leo la mayor parte de los guiones por la noche y si no me gustan no los acabo”.

Mientras las declaraciones de los “testigos amistosos” se realizaron en un clima de evidente distensión, rozando en ocasiones una patética comicidad, los testimonios de los “inamistosos” fueron acompañados de una dramatismo que sentaría las bases de una persecución implacable que duraría décadas. Entre el 27 y el 30 de octubre tenían que declarar los 19 testigos antes citados, aunque finalmente sólo lo harían diez, debido a la decisión de Parnell Thomas de aplazar indefinidamente la vista a causa probablemente de las múltiples presiones que recibió de los sectores progresistas y de los magnates del cine. Estos cabezas de turco acabarían pasando a la historia como “los diez de Hollywood” (The Hollywood Ten).

Los tristemente célebres "Diez de Hollywood"
Los tristemente célebres "Diez de Hollywood"

Entre ellos se encontraban el realizador Herbert J. Biberman, el guionista John Howard Lawson, el novelista Albert Matz, el guionista Ring Lardner Jr. y el ya citado Daltron Trumbo. La Comisión no permitió en la mayor parte de los casos que los sospechosos leyeran sus comunicados, y muchas carreras se vieron truncadas por aquel proceso que se erigió en un auténtico diálogo de sordos entre acusadores y acusados: Biberman tuvo que trabajar durante siete años para una empresa inmobiliaria con sede en California, y no volvió a dirigir una película hasta 1969. Lawson jamás volvió a escribir guiones y hubo de dedicarse a la enseñanza de teoría cinematográfica. Albert Matz, quien realizó una valiente declaración que arrancó numerosos aplausos en la sala: “me niego a ser investigado o intimidado por hombres para quienes el Ku Klux Klan es una institución americana aceptable”, tuvo que trabajar muchos años bajo pseudónimo, al igual que le sucedería a Trumbo, uno de los mejores guionistas que tenía Hollywood.

Muchos otros profesionales, en su mayoría inmigrantes, optarían por el camino del exilio, en unos casos voluntario y en otros obligado, como Bertold Brecht, Fritz Lang, Charles Chaplin o John Huston, quien renegaría incluso de su nacionalidad americana, adoptando la irlandesa.

Chaplin en 1940 en Nueva York
Chaplin en 1940 en Nueva York

Debido a que “los diez de Hollywood” optaron por acogerse a la Primera Enmienda, que protegía el secreto de la confesión religiosa y política, la libertad de palabra y de asociación, lo que finalmente provocó que en 1948 los testigos fueran acusados de desacato al «rehusar a declarar ante una Comisión debidamente constituida por el Congreso”, obligados a pagar una multa de 1.000 dólares –entonces mucho dinero- y a ingresar un año en la cárcel. Curiosamente, cuando Lester Cole y Ring Lardner Jr. ingresaron en la prisión de Danbury, en Connecticut, se encontraron entre los reclusos con el mismísimo J. Parnell Thomas, presidente de la HUAC, detenido por malversación de fondos tras ser acusado por el columnista Drew Pearson. Una curiosa ironía del destino que debió provocar que una inevitable sonrisa se dibujara en los rostros de los “blacklisted” –aquellos incluidos en las temibles listas negras de los grandes estudios-.

La “caza” se revitaliza

Sería durante los años más duros de la Guerra Fría cuando la gran caza de brujas se convirtiera en un episodio realmente dramático. A pesar del proceso llevado a cabo contra “los diez de Hollywood”, los capítulos más tristes estaban aún por escribirse, y la década de los 50 supondría un auténtica persecución contra la libertad y la integridad de los profesionales del cine, una progresiva radicalización anticomunista de la sociedad americana a la que contribuiría poderosamente la guerra de Corea (1950-1953), que provocó más de 33.000 bajas entre los soldados yankees.

Uno de los personajes que más avivó ese clima de exaltación, sospecha y delación fue el senador oriundo de Wisconsin Joseph McCarthy –no en vano la caza de brujas pasaría a la posteridad bajo la designación de “macarthismo”- que acabaría convirtiéndose en presidente de la Subcomisión Permanente de Investigaciones del Senado, aunque contrariamente a lo que se cree nunca presidió el temible Comité de Actividades Antiamericanas –lo que no quiere decir que no promoviera sus investigaciones-.

McCarthy luchó con saña contra todo lo que oliera a “rojo” no sólo en el mundo del cine, sino en casi todos los ámbitos de la vida estatal e institucional y contra los medios de comunicación dejando la tarea de “limpiar” Hollywood a otras comisiones, como la comisión Wood, que fue la encargada de realizar la segunda oleada persecutoria contra la industria cinematográfica, instigada por grupos como la reaccionaria asociación “Defensa de los Ideales Americanos” –MPAPAI-, presidida por el director Sam Wood, entre otros, y la American Legión, una poderosa organización de veteranos de las Fuerzas Armadas fundada en 1919, convertida en importante grupo de presión y erigida en órgano parapolicial que confeccionaba listas de sospechosos de filocomunismo que entregaba al FBI y a la HUAC.

McCarthy durante una de las sesiones de la "Caza"
McCarthy durante una de las sesiones de la "Caza"

La nueva Comisión, presidida por John S. Wood, desarrolló sus actividades entre el 8 de marzo de 1951 y el 13 de noviembre de 1952, aunque continuó en activo hasta 1955. En un primer momento citó a declarar a más de un centenar de personas relacionadas con el Partido Comunista americano y el mundo del cine, entre ellos varios citados ya en el 47. Sin embargo, esta vez muchos de los que se enfrentaron con entereza al Comité la primera vez se derrumbaron en esta ocasión, quizá debido a la presión o porque, como se excusaría más tarde Dmytryck, “tenían una familia que alimentar”.

Lo cierto es que ante la Comisión Wood las delaciones se convirtieron en moneda común y los magnates de la industria mantuvieron esta vez una posición claramente favorable a las actividades inquisitoriales de la misma, por lo que todos aquellos testigos que se acogían a la Quinta Enmienda –según la cual ningún ciudadano puede ser obligado a declarar contra sí mismo­-, pasaban automáticamente a engrosar las listas negras –que nunca existieron oficialmente- de los productores y no volvían a encontrar trabajo. Según el productor y guionista Adrian Scott, esas listas llegaron a comprender los nombres de 214 artistas y técnicos de la Meca del cine, aunque no existe ni siquiera hoy un consenso entre los estudiosos.

Para burlar a las mismas, muchos guionistas utilizaron no sólo pseudónimos, sino las llamadas “tapaderas” –como narra la película The Front-, que no eran sino personas que ofrecían su físico para suplantar el de los verdaderos guionistas señalados, cuyos trabajos eran vendidos a los estudios por la mitad del dinero que les habría correspondido en situaciones normales.

Cartel de la pelicula "The Front"
Cartel de la película "The Front"

De los nuevos testigos que fueron llamados por la Comisión Wood a testificar, la mayoría se negó a colaborar, lo que provocó que muchas brillantes carreras cinematográficas se vieran truncadas. Un mes después de que el guionista Sidney Buchman –responsable de títulos como Caballero sin espada (1939)-, compareciera ante la Comisión, fue despedido por Howard Hughes de la RKO y ni siquiera pudo recoger sus objetos personales. Lillian Hellman, que nunca había estado afiliada al Partido Comunista, pagó caro el compartir su vida sentimental con Dashiell Hammet –que ingresó en prisión por desacato al Congreso-, y habría de renunciar a su carrera como guionista hasta 1966, cuando firmó el guión de La jauría humana, un magnífico filme que se erigió como alegato contra la violencia incontrolable y en ocasiones absurda de la colectividad.

Muchos otros profesionales, actricescomo Dorothy Comingore, Karen Morley o Anne Revere, desaparecieron prácticamente de las pantallas, al menos hasta el final de la década de los sesenta, cuando la fiebre anticomunista comenzó a perder parte de su fuerza en EEUU –aunque seguía estando muy presente-.

Otros profesionales del celuloide sufrirían en carne propia la caza de brujas macarthista de forma mucho más dramática, como el actor John Garfield, que se convirtió en la víctima más paradigmática de la persecución inquisitorial. Debido a su carácter inconformista y contestatario, este gran intérprete fue llamado por la Comisión en un par de ocasiones. La mañana que debía tomar un tren hacia Washington para comparecer por segunda vez ante Wood y compañía sufrió un infarto de miocardio que acabó con su vida, cuando contaba tan sólo 39 años y para muchos, entre ellos John Berry, su muerte no fue casual, sino consecuencia del acoso al que estaba siendo sometido en aquellos días.

El gran actor John Garfield, victima del voraz acoso
El gran actor John Garfield, víctima del voraz acoso

Otros profesionales murieron en plena investigación, probablemente debido a las fuertes presiones que sufrieron, como Philip Loeb, que acabó suicidándose -al igual que Madelyn Dmytryck, esposa del citado director- o Edward Bromberg. Sobre Loeb, la periodista de The New York Times Margaret Webster escribió que “había muerto por una enfermedad comúnmente llamada la lista negra”.

De soplones y chivos expiatorios

La presión de los grandes estudios y la amenaza de prisión hizo mella en muchos de los testigos, y el realizador Edward Dmytryk, que permanecía por aquel entonces en la prisión de Virginia Occidental por haberse negado a declarar en el 47, tras haber cumplido la mitad de su condena, llamó a su abogado, Bertley Crum y, alegando motivos patrióticosy familiares, se retractó de su anterior actuación. Reconoció haber formado parte del Partido Comunista y ofreció una lista de 26 militantes, única forma de escapar de las temibles listas negras. Aquella decisión lamentable aunque comprensible por la que optarían no pocos testigos dio pronto sus frutos, y unos meses después Dmytryk dirigía para la compañía King Brothers la película El motín del Caine, con el antaño miembro del Comité de la Primera Enmienda Humphrey Bogart como protagonista.

El guionista Martín Berkeley batió el récord en lo que a delaciones se refiere, y facilitó a la Comisión Wood el nombre de nada menos que 162 “comunistas”. Por aquel entonces otro guionista, Richard Collins, se superó a sí mismo, y siguiendo los pasos de Dmytryck y otros,dio varios nombres, entre ellos el de su propia esposa. La lista de delatores es bastante amplia, y las situaciones en ocasiones rozan el esperpento, esperpento que no obstante no puede dilapidar el drama que supuso para tantos hombres y mujeres la fiebre anticomunista.

Uno de los casos más tristes, además del de Elia Kazan,  el célebre dramaturgo y exquisito cineasta al que Hollywood nunca perdonó su traición, fue el de Robert Rossen, que tras haber soportado con estoicismo otras citaciones, se derrumbó ante una nueva Comisión, conocida como Velde –una subcomisión del Congreso que actuaría en Nueva York con carácter público entre mayo y junio de 1952-, donde reconoció haber aportado 40.000 dólares al Partido Comunista y delató a 57 antiguos compañeros.

El realizador Elia Kazan, que acabó denunciando a varios compañeros
El realizador Elia Kazan, que acabó denunciando a varios compañeros

No faltaron sin embargo, como en la primera ocasión, los testigos hostiles, y el actor Lionel Stander llegó a reconocerse ante los miembros de la Comisión Velde “más izquierdista que la izquierda”. Tras ella seguirían otras Comisiones bajo distinto nombre y en 1956 la célebre HUAC actuaría bajo la designación de Comisión Investigadora sobre el uso no autorizado de pasaportes, aunque la histeria anticomunista comenzaba a declinar, lo que no evitó que otras carreras cinematográficas fueran truncadas, como la de la actriz mexicana Rosario Revueltas, que protagonizó en 1953 la película del blacklisted Herbert J. Biberman La sal de la tierra, lo que provocó que no pudiera volver a trabajar en EEUU.

Lionel Stander demostró un gran valor ante la Comisión
Lionel Stander demostró un gran valor ante la Comisión

El relativo apaciguamiento de la Guerra Fría, la pérdida de poder de los republicanos frente a los demócratas o el surgimiento de grupos de minorías que reivindicaban sus derechos, unido a la necesidad de los grandes estudios por contratar de nuevo a todo un grupo de profesionales “señalado” en una época de crisis provocada por la aparición de la televisión, hizo que progresivamente a partir de los años 60 fueran desapareciendo las temidas listas negras, a pesar de que grupos derechistas como la MPAPAI o la American Legion siguieran ejerciendo una fuerte presión sobre Hollywood.

Ni siquiera el todopoderoso McCarthy pudo escapar a los caprichos del destino, y su insistencia en investigar las actividades“sospechosas” de los miembros de la Armada estadounidense le llevaron a ser censurado por el Senado en 1954, acusado de “conducta impropia de un miembro de la Cámara Alta”, por la forma en que había dirigido la Comisión. Acabó sus díase n un hospital, donde había ingresado por graves problemas de alcoholismo, aquejado de cirrosis y hepatitis, a los 48 años, abandonado por aquellos que un día siguieron sus fanáticas directrices.

La fábrica de sueños, que durante más de una década se convirtió en “fábrica de pesadillas” para un amplio sector de profesionales, volvía a recuperar su glamouroso esplendor, pero ya nada volvería a ser lo mismo. La gran hecatombe que sacudió los cimientos de la Meca del cine se haría sentir muchos años, y los rencores y las pasiones encontradas no se borrarían jamás de toda una generación de hombres y mujeres marcados por la intolerancia. Las palabras de Gregory Peck en 1947 acerca de las actividades de la HUAC son muy clarificadoras a este respecto, y sirven de forma ejemplar como colofón a una historia que nunca tendría que haber sucedido: “Hay muchas maneras de perder la propia libertad. Puede sernos arrancada por un acto tiránico, pero también puede escapársenos día tras día, insensiblemente, mientras estamos demasiado ocupados para poner atención, o demasiado perplejos, o demasiado asustados”.

Óscar Herradón

Texto publicado originalmente en la revista ENIGMAS.

CHARLES MANSON, EL PROFETA NEGRO DE LA ERA HIPPIE

En el verano de 1969 el sueño hippie de paz y amor se vio frustrado por la locura y el odio de un hombre que despreciaba el sistema americano y a todos sus integrantes. Charles Milles Manson y algunos de sus seguidores acabaron con la vida de Sharon Tate y otras seis personas en el lujoso barrio de Beberly Hills. Una década, la de los sesenta, y un sueño, el de libertad y tolerancia, pasaban a la historia.

Manson ante los tribunales
Manson ante los tribunales

Una triste infancia

Charles Milles Manson nació el mes de noviembre de 1934 en Kentucky (Ohio). Cuando su madre, Kathleen Maddox, lo trajo al mundo, era solo una chiquilla de 17 años. Sin padre conocido –se ha mencionado a un tal Coronel Scott- Charles se crió en un ambiente conflictivo, siendo abandonado varias veces. Su madre se dedicó al robo y a la prostitución, lo que la llevó a ingresar en prisión durante un periodo de cinco años. Durante ese tiempo, el pequeño Charles vivió con sus abuelos, que pronto se cansaron de él, y con una tía llamada Joanne. Cuando Kathleen salió de la cárcel, Manson regresó con ella.
Pero éste, cuando su progenitora conoció a un nuevo amante, volvió a ser abandonado y, desde entonces, recorrió múltiples casas de acogida y reformatorios. Una vez alcanzada la mayoría de edad, Charles se casó con Rosalie Jean Willis, con quien tuvo un hijo, que pronto acabaría separándose de él por su fuerte carácter y llevándose al pequeño.
Su carrera delictiva comenzó con el robo de un coche, por el que fue arrestado y condenado a cinco años de prisión en Terminal Island, aunque esta cárcel no sería la única que visitaría durante su juventud. Tras ser puesto en libertad en 1958, volvió a ser arrestado al poco tiempo por delitos varios, siendo condenado a diez años de reclusión en la penitenciaria de McNeil. De allí no salió hasta el año 67.

Marihuana y libertad

Dejando atrás los barrotes, tras media vida encerrado, Manson se encontró con una sociedad muy distinta a la de los conservadores años 50. El joven delincuente descubrió un mundo nuevo de drogas, amor libre y consignas hippies con las que se identificó rápidamente.
Su gran carisma y su alto coeficiente intelectual le transformaron en una especie de gurú que dejaba encandilados a sus seguidores, y sobre todo seguidoras. Siguiendo el estilo de vida de las comunas de los años sesenta, Manson fue forjando la que sería bautizada por la prensa como “La Familia”. Jóvenes ávidos de experiencias fuertes, asiduos a las drogas, al sexo y a la música folk-rock se convirtieron en sus fieles servidores. Los más cercanos a Manson fueron Bobby Beausoleil, alias «Cupido», Charles “Tex” Watson y Susan Denise Atkins, también conocida como Sadie Mae Glutz.

Bobby Beausoleil, principal acólito de Manson
Bobby Beausoleil, principal acólito de Manson

Durante aquellos años Charles Manson conoció a gente del mundo del espectáculo en algunas fiestas. Fue amigo de Dennis Wilson, batería de los Beach Boys, a quien conoció en el verano del 68. En su casa de Sunset Boulevard la Familia vivió durante unos cuantos meses.
Wilson presentó a Manson a personalidades del espectáculo como Terry Melcher y Rudi Altobelli. Ninguno de ellos le dio al gurú la oportunidad que él buscaba dentro del mundo del cine y la música, y sus aspiraciones a cantante de folk se quedaron en un simple intento. Esta fue una de las causas del odio del chico de Kentucky hacia la gente del mundo de los negocios. Precisamente Terry Melcher fue el anterior inquilino del 10050 de Cielo Drive, propiedad de Altobelli, donde tendría lugar la masacre ideada por Manson.
El primer asesinato de los miembros de la Familia fue el perpetrado por Bobby Beausoleil, siguiendo órdenes de Manson, el 27 de julio de 1969. Cupido acabó con la vida del profesor de música Gary Hinman, tras negarse éste a pagarle el dinero conseguido con un boleto de lotería. Hinman murió desangrado con dos puñaladas en el pecho asestadas por Bobby después de que Manson le seccionase un trozo de oreja para que confesara el paradero de los dólares. Durante este crimen, la Familia cometió su primer gran error: para desviar las sospechas de la policía hacia el grupo activista de color Panteras Negras, de gran actualidad en la época, Bobby dejó en la pared una especie de chapucera garra con sangre, muy alejada del símbolo del grupo político, que no dio resultado. Además, los agentes encontraron sus huellas en la escena del crimen.
Beausoleil, que había iniciado una modesta carrera como actor en la película Lucifer´s Rising del excéntrico director underground Kenneth Anger, autor del libro de éxito Hollywood Babilonia, fue detenido poco después y llevado a prisión, aunque nunca confesó.

Parte de los integrantes de la Familia en los 60
Parte de los integrantes de la Familia en los 60

No llega el Apocalipsis

Desgraciadamente el asesinato de Gary Hinman no sería el único. El ansia de destrucción de Manson y sus acólitos no quedaría saciado con este crimen. La personalidad de Charles era de por sí contradictoria, podría decirse que psicótica, aunque, tras un test que se le realizó, se descubrió que poseía un gran intelecto. Manson mezclaba los ideales sesenteros de paz y amor con pensamientos nazis y racistas e ideas sin sentido que le hacían creer en un cercano Apocalipsis, todo ello rociado con grandes dosis de LSD y marihuana.
Ese Apocalipsis sería llevado a cabo por la raza negra, a la que Manson consideraba intelectualmente inferior, y solo algunos pocos elegidos, entre los que se encontraban sin duda él mismo y la Familia hasta completar el simbólico número de 140.000 se salvarían, escondidos en cuevas del desierto. Después, Manson se convertiría en el guía que les condujese hacia Agartha, el Reino Subterráneo -una especie de paraíso terrenal-. Una vez que la raza negra acabase con la blanca, los miembros de la Familia convertirían a los negros en sus esclavos y él se proclamaría el Anticristo.
Lo más curioso de su teoría era que la llegada del Apocalipsis se la habían transmitido nada menos que The Beatles, a través de algunas canciones de su White Album. Ese curioso y personalísimo ‘Fin del Mundo’ fue bautizado por Manson como Helter Skelter -algo así como A Troche y Moche-, título de una canción de los Cuatro de Liverpool y futuro título del libro que el fiscal Vincent Bugliosi, encargado del caso Tate-LaBianca, publicaría en los años setenta.
Pero el Apocalipsis que supuestamente Lennon y compañía profetizaban no llegó, y Manson, harto de la espera, decidió dar ejemplo a los negros para que estos aprendieran cómo llevarlo a cabo. No se le ocurrió otra cosa que organizar los crueles asesinatos de Tate-LaBianca.

The Bealtes en su época "hippie"
The Beatles en su época "hippie"

La escena del crimen

El 10.050 de Cielo Drive, en Beverly Hills, fue el lugar elegido por Manson para vengarse de la gente adinerada del mundo del espectáculo, a quienes llamaba «cerdos políticos» (politic piggies). En aquella lujosa propiedad se encontraban Sharon Tate, esposa del director de cine Roman Polanski -que en esos momentos estaba en Europa dando los últimos retoques a su película La Semilla del Diablo-, el peluquero de Hollywood Jay Sebring, el playboy Voytek Frikowski, Abigail Anne Folger y el joven Steven Earl Parent.
El primero en morir fue Steven Parent. Sentado al volante de su Nash Ambassador de color blanco, vehículo con el que se disponía a salir del recinto en el fatídico momento en que los acólitos de Manson llegaban a la propiedad alquilada por Tate, recibió cuatro disparos en el pecho del revólver de Tex. Junto a Charles Watson, entraron en la casa Linda Kasabian, Katie y Sadie Mae.
Tex Watson, frenético ya tras el primer crimen, apuntó a la cabeza de Voytek Frykowski, que estaba tumbado en un sofá, con su revólver de la marca Buntline Special. Éste se despertó sobresaltado y cuando preguntó qué era lo que querían, Tex contesto: «Soy el Diablo. Estoy aquí para hacer los negocios del Diablo. Entrégame tu dinero».
En una de las habitaciones se encontraban charlando Sharon Tate, embarazada de ocho meses, y Jay Sebring. Cuando apareció Tex hubo un forcejeo y éste disparó a Sebring, atravesándole una axila. Después ataron a Sharon y a Sebring, que estaba inconsciente por el impacto.

Charles "Tex" Watson se ensañó con las victimas
Charles "Tex" Watson se ensañó con las víctimas

Todas las víctimas lucharon hasta el final por su vida: Frykowski logró liberarse de las ataduras y golpeó a Sadie Mae cuando ésta se disponía a matarle. Sadie le apuñaló varias veces en las piernas y Tex le disparó en dos ocasiones. Aún así, Frykowski seguía forcejeando, hasta que Tex reventó contra su cabeza la culata del Buntline.
Jay Sebring recibió cuatro puñaladas del descontrolado Watson y Abigail Folger murió cerca de la salida intentando escapar. Watson le cortó en el cuello y la apuñaló varias veces. Frykowski, al que creían muerto, consiguió salir al jardín para pedir ayuda. Se ensañaron con él. Fue encontrado con 51 puñaladas en el cuerpo.
Sharon Tate intentó también sin éxito escaparse. Katie y Sadie la alcanzaron y la sujetaron mientras Tex la apuñalaba hasta morir. Después ataron juntos a Sebring y a Tate, cuyo cuerpo desnudo evidenciaba el avanzado estado de gestación en el que se encontraba y que constituyó una de las imágenes más dantescas de la masacre. Tras el brutal crimen, Sadie Mae, con una toalla empapada en la sangre de la actriz, escribió en la pared del hall y en la puerta de entrada la palabra «cerdo» (pig)
Tras la orgía de sangre y muerte, los asesinos volvieron al rancho Spahn, en el conocido como Valle de la Muerte, donde se encontraba su cuartel general. Horas más tarde, sin que las autoridades hubiesen descubierto todavía el horrible crimen, Charles Manson y otro miembro de la Familia regresaron al 10.050 de Cielo Drive para borrar posibles huellas y recuperar un cuchillo que Sadie había perdido en su lucha con Frykowski. Después ambos regresaron al rancho y todos descansaron sin ningún tipo de remordimiento.

Escena del crimen. 10050 de Cielo Drive (Beberly Hills)
Escena del crimen. 10050 de Cielo Drive (Beberly Hills)

Más carne en el asador

Manson estaba dando ejemplo de cómo debía llevarse a cabo el Apocalipsis, pero su demostración aún no había concluido. La noche siguiente al asesinato de Tate y sus amigos, el Ford blanco y amarillo de la familia se detuvo en otra zona residencial, en el 3301 de Waberly Drive, en el distrito de Los Feliz, en Los Ángeles.
Acudieron Tex, Katie, Sadie, Linda Kasabian y Charles Manson, y con ellos dos jóvenes más de la Familia: Leslie Van Houten -Lulu- y Steve ‘Glem’ Grogan. Una vez dentro de la casa, encontraron a Leno LaBianca en pijama en el salón, y a su esposa Rosemary en una de las habitaciones. Lo que hicieron con ellos fue aún más brutal que lo ocurrido en Cielo Drive. A Rosemary la obligaron a tumbarse boca abajo en la cama y cubrieron su rostro con la funda de una almohada que ataron con el cable de una lámpara que encontraron en la mesilla. Leslie la sujetó mientras Katie y Tex la apuñalaban. Entre ambos le asestaron 41 puñaladas. La joven Leslie no se atrevió a apuñalarla mientras estuvo viva, pero tras su muerte, incrustó el cuchillo en sus nalgas unas 16 veces.
Leno LaBianca aún corrió peor suerte. Tex le apuñaló cuatro veces en la garganta con un cuchillo de la cocina. Después lo dejó clavado y siguió apuñalándole con su propio cuchillo y grabó en el abdomen de la víctima la palabra «guerra» (war). A continuación Katie, armada con un tenedor que encontró en la cocina, perforó los cuerpos del matrimonio, dejando finalmente el tenedor clavado en el estómago de Leno LaBianca. Con la sangre de Rosemary, la Familia repitió su habitual rito: escribieron en la pared «Muerte a los cerdos» (Death to Pigs), sobre un cuadro «sublevaos» y Katie, finalmente, escribió en la nevera la palabra «Caos» (Chaos).

El matrimonio LaBianca antes del brutal crimen
El matrimonio LaBianca antes del brutal crimen

Una vida entre rejas

La indignación en Los Ángeles y en todo Estados Unidos fue enorme. En apenas dos semanas habían sido asesinadas ocho personas de una forma salvaje. Una gran parte de la sociedad clamaba por la paz, repetía consignas contra la guerra de Vietnam y hablaba de la bondad del ser humano. ¿Qué había pasado con todos aquellos ideales? Los sesenta estaban llegando a su fin, y con ellos el amor libre, la vida en las comunas y la esperanza ante una sociedad mejor.
La Familia Manson se ocupó de recordar al mundo que existían jóvenes a los que la sociedad había dado de lado, jóvenes cuya forma de vida era alimentarse con los desperdicios de los supermercados, sin una oportunidad de llegar a algo en la vida, y cuyas únicas vías de escape eran la música y el LSD; almas perdidas que querían ser, como otros tantos, estrellas del rock y del cine, y que no podían conseguir, ni siquiera, una cama digna donde dormir. La forma de recordárselo a la sociedad, por desgracia, fue llevada demasiado lejos.

Hacia el final

Tras el asesinato de Gary Hinman, el sargento Paul Whiteley y el ayudante del sherif, Charles Guenther, fueron asignados al caso. En un principio se relacionaron las muertes de Tate-LaBianca con la de Gary Hinman, aunque Whiteley y Guenther sopesaban una posible relación debido a las pintadas con sangre en ambas escenas del crimen.
Tras la masacre en Cielo Drive, Roman Polanski fue considerado sospechoso del asesinato. Éste se encontraba en Europa en plena posproducción del filme de corte satánico La Semilla del Diablo (Rosemary´s Baby) cuando se produjeron los crímenes. En su filmografía existían un par de películas donde predominaban la sangre y la muerte. En Repulsión, un joven demente apuñalaba a su pareja en la bañera y en Cul de Sac (Callejón sin salida), un grupo de personas acababan asesinándose unas a otras. Sin embargo, Polanski nada tenía que ver con las muertes y llegó a ofrecer una gran recompensa a quien le ayudase a dar con los asesinos de su joven esposa.
En la casa, en el momento de la masacre, además de Tate, Abigail, Voytek, Jay y Steven se encontraba una sexta persona que, en un principio, fue también considerada sospechosa del crimen. Era William Garretson, el guardia de la finca, que se alojaba en la casa de invitados, situada en el jardín trasero de la residencia, y que afirmó no haber escuchado nada.
Finalmente, tras dos meses de investigaciones, y gracias sobre todo a las pistas descubiertas por Whiteley y Guenther, el día 15 de octubre se llevó a cabo una batida en el rancho Spahn. Fue detenida Kitty Lutesinger que, debido a la incompetencia de las autoridades, no fue interrogada hasta el día 31 de octubre. También se detuvo a Sadie Mae debido a las declaraciones de Kitty. La primera contó los crímenes a su compañera de celda Ronnie Howard y a Virginia Graham, con quien trabajaba en la cárcel. Éstas contaron todo a los detectives y, al final, Sadie Mae decidió declarar ante el Gran Jurado de California y contó lo ocurrido en el 10.050 de Cielo Drive el 8 de agosto de 1969. El círculo en torno a Manson y sus secuaces comenzaba a cerrarse.

Un circo mediático

Lo que siguió a las detenciones de Manson y la Familia fue uno de los juicios más espectaculares de la historia de los Estados Unidos, que comenzó el 15 de junio de 1970. Manson realizó múltiples declaraciones en las que culpaba a la sociedad por los crímenes que la Familia había cometido. Llegó incluso a raparse la cabeza y a tatuarse en la frente una cruz gamada para provocar la indignación del jurado -muchos de sus seguidores y seguidoras hicieron lo mismo-. El encargado de la acusación fue el fiscal Vincent Bugliosi, que años más tarde publicaría un libro, como ya he señalado, bajo el título de Helter Skelter (que en España se tradujo como Manson, Retrato de una «familia»), en el que se narraba con detalle todo el proceso.
El abogado defensor de Manson fue Irving Kanarek, quien representó a su cliente con gran ahínco, creyendo, según afirmaba, en su inocencia. El propio Kanarek no gozaba de la simpatía de la Fiscalía ni de los Tribunales del Estado y había estado involucrado en más de un asunto turbio; era, sin embargo, uno de los abogados defensores más eficientes de la Costa Oeste en aquellos años.
Tras un año de vistas y extravagantes declaraciones, que dieron forma a todo un circo mediático que hizo historia, durante el cual el mismo fiscal Bugliosi llegó a recibir amenazas de muerte por parte de admiradores de Manson y antiguos miembros de la Familia, el jurado salió a deliberar. El 25 de junio de 1971 pronunciaron el veredicto: Culpables.
En un segundo juicio Bugliosi pidió la sentencia de muerte para los acusados. Fueron sentenciados a la pena capital, pero esta no se llevó a cabo ya que el 16 de febrero de 1972 el Estado de California revocó la pena de muerte. Su condena fue conmutada por la de cadena perpetua.

Los crímenes de Tate-LaBianca fueron horribles, fruto de unas mentes psicóticas y enfermizas trastornadas por el LSD. Pero fue la poderosa influencia de Manson en sus seguidores lo que provocó sin duda los asesinatos, que seguramente no hubiesen sido cometidos sin su carisma. Manson era un líder nato, un gurú similar a los líderes de las sectas más peligrosas, que había aprendido de la Cienciología del escritor Ron Hubbard, en sus largas estancias en prisión, las técnicas para acaparar la atención de sus seguidores.

A pesar de todo, y tras haber sido definido como «el hombre vivo más peligroso de América», Charles Milles Manson es considerado una celebridad en todo el mundo: hay canciones dedicadas a él, discos, club de fans, camisetas, libros… Una de las mejores bandas de rock de todos los tiempos, Guns N’ Roses, incluyeron un tema compuesto por él, «Look at your game girl», y su frontman, el controvertido y genial W. Axl Rose, salía en ocasiones al escenario vistiendo una camiseta con el rostro de Manson que rezaba «Charlie don´t surf» en las apoteósicas giras del doble plástico Use Your Illusion.

Axl Rose en directo con una camiseta con el rostro de Manson
Axl Rose en directo con una camiseta con el rostro de Manson

Cuando Jeffrey Dahmer, el carnicero de Milkwaukee, fue detenido, sus cuchillos y la nevera donde guardaba los cuerpos de sus víctimas se subastaron. Hasta el mismísimo Johnny Depp compra cuadros de un asesino en serie… Debemos preguntarnos lo siguiente: ¿Cada vez que alguien realice un crimen ritual vamos a convertirle en un héroe? Nadie recuerda a Frykowski, ni a Sebring, ni al matrimonio LaBianca, pero la imagen de Charles Manson es un icono del siglo veinte, como lo son Marilyn o James Dean. Espero no aficionarme a coleccionar cuchillos.

Óscar Herradón Ameal

Texto publicado originalmente en la revista ENIGMAS (Editorial América Ibérica)

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ENIGMAS 159

 

REVISTA ENIGMAS FEBRERO 2009
REVISTA ENIGMAS FEBRERO 2009

Este mes en la revista ENIGMAS, con ocasión del estreno de la película Valkiria, protagonizada por el Tom Cruise, ofrecemos un dossier sobre el Tercer Reich con aspectos desconocidos y polémicos sobre el nazismo, además de recoger los aspectos secretos del complot para atentar contra Hitler orquestado por Claus von Stauffenberg, papel que se reserva Cruise en la cinta dirigida por Bryan Singer. Además, dedicamos un artículo a la exposición que Berlín dedica a la ciudad soñada por el Führer, Germania, un megalómano proyecto que pretendía ser la capital del “Reich de los Mil Años” que diseñó el arquitecto Albert Speer, quien más tarde sería juzgado en Nüremberg.

A este apasionante tema le sigue la Expedición Nazi que Heinrich Himmler, el Reichsführer y jefe de las SS y la Gestapo, envió al Tíbet en busca de los ancestros de la raza aria a la que éste siniestro personaje, obsesionado con el ocultismo y las sociedades secretas creía sin duda pertenecer, como el resto de la élite nazi. Una epopeya en las lejanas y gélidas tierras del Himalaya rodeada de múltiples secretos…
Para finalizar con el dossier ENIGMAS aborda los símbolos que daban forma a la llamada “religión esotérica del Tercer Reich”: runas, esvásticas, megalitos… toda una compleja cosmogonía creada por personajes como Herman Wirth, historiador y presidente de la Ahnenerbe, la “Sociedad para la Investigación y Enseñanza de la Herencia Ancestral Alemana” fundada por Himmler, poderosamente influido por Karl Maria Wiligut, el “Rasputín Nazi” que diseñó los añillos de honor de las SS. Un viaje lleno de misterio y episodios apasionantes.
Además, ENIGMAS acerca a los lectores los hipotéticos “Apocalipsis” que, según las investigaciones científicas, podrían acabar con la humanidad en un futuro; nos vamos hasta Kuelap, en Perú, donde Juan José Revenga y Lorenzo Fernández Bueno, director de la revista, intentan desentrañar los secretos del “pueblo de las nubes”, con instantáneas de una belleza sin igual. Nos acercamos a los “Expedientes X de la Ciencia”; Javier Martín escribe sobre los símbolos y el origen de tintes míticos del ajedrez; entrevistamos al célebre ufólogo Ignacio Darnaude Rojas-Marcos y Manuel Carballal nos ofrece las noticias más candentes sobre el esquivo tema OVNI.
Nuestros colaboradores habituales firman otros interesantísimos artículos y secciones: Jesús Callejo, parte fundamental del equipo del programa La Rosa de los Vientos de Onda Cero, Fernando Jiménez López, Iván Rámila, Eugenio Vallvé, Javier Brandoli, José Gregorio González…
Y este mes, la sección de cultura ofrece un recorrido por las últimas novedades editoriales, Luis Miguel Guerra nos habla de su novela La Ruta Perdida. La Historia secreta del Descubrimiento de América, editada por Edhasa; Alberto de Frutos nos acerca con su prosa exquisita a Calcuta; en filmoteca nos adentramos en la película Drácula, de Terence Fisher, el gran clásico de la productora británica Hammer Films y además sorteamos el libro Secret Germany, de Michael Baigent y Richard Leigh, editado recientemente por MR; la película Oh, Jerusalén, que ha recibido excelentes críticas, por cortesía de Manga Films, y el libro Gun Crazy, serie negra se escribe con B, un minucioso y deliciosamente editado ensayo sobre el cine negro de T&B Editores.
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