23-F: cuarenta años de secretos

España era un polvorín. La recién estrenada democracia –esa misma que hoy algunos desprecian y otros dicen que no es «plena»– era azotada por la banda terrorista ETA –en 1980 los desalmados asesinaron a 92 personas–, la polarización se masticaba en las calles –como hoy– , estábamos inmersos en una brutal crisis económica mundial –la inflación rondaba el 15% y el paro el 13,5%, 1,7 millones de españoles, ¿os suena?– y Adolfo Suárez, desmejorado y quizá temiendo a los insurrectos, hacía unos días que había presentado su dimisión con estas enigmáticas palabras: «Yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España».

Óscar Herradón ©

Hoy hace 40 años del 23-F, cuando los militares, aquel invierno de 1981, entraron a punta de fusil en el Congreso durante la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo, y mientras en la misma Cámara baja se conmemora tan destacada fecha –con la notable ausencia de siete grupos parlamentarios, todos ellos nacionalistas e independentistas–, en una ceremonia presidida por el rey Felipe VI, que por aquel entonces, como príncipe de Asturias, tenía 13 años, todavía son unos cuantas las sombras que rodean aquel momento que, aun hoy, al ver las grabaciones de Televisión Española, pone los pelos de punta.

40 años, que se dice pronto, pero es mucho. Por aquel entonces quien enlaza estas letras estaba en la cuna, literalmente. Hubieron de pasar bastantes años hasta que entendiera qué paso aquella fecha trascendental de la recién estrenada democracia y, por qué no decirlo, para que me importase algo. Aquel intento golpista no había tenido lugar en Grayskull, ni en los mundos imaginarios de La Guerra de las Galaxias –entonces aquí nadie llamaba a aquella saga Star Wars–, tampoco en un cuartel de los muy yankees GijOE; y eso que es probable que sus creadores fueran amigos de insurrecciones y miembros de la Asociación Nacional del Rifle.

De ser así, de haber sucedido en mis universos de juego sobre el parquet, seguro que me habría interesado saber más sobre todo aquello de lo que hoy se sabe mucho, pero no todo, ni mucho menos, a pesar de los informes, las revelaciones, los libros, los miles de artículos y las contradicciones. Quizá tengan que pasar otros 40 años para que la historiografía le ponga todos los puntos sobre las íes a aquellas 18 horas que para la mayoría de españoles, de un signo u otro, se hicieron eternas. De hecho, cosa que muchos denuncian, en 2021 sigue vigente la Ley de Secretos Oficiales aprobada por las Cortes Generales en 1968, en pleno franquismo. Sí recuerdo, de bastante niño aunque ya con las entendederas suficientes como para sentir curiosidad por las «cosas de mayores», eso que llamaban política –algo indefinido en lo que entonces nadie se ponía de acuerdo, y ahora tampoco–, sí recuerdo, digo, a mi madre decir que mucha gente, aquella noche, tuvo miedo, sobre todo los vecinos que simpatizaban con el socialismo o el comunismo. No porque entonces metieran a raperos en la cárcel por coartar su «libertad de expresión» –da igual que alabe los tiros en la nuca, sea un feroz machista o un reincidente, cosa por la que realmente ingresa en prisión– o quemar contenedores supusiera una simple multa, sino porque el fantasma del franquismo y la represión estaban todavía muy presentes, una represión llevada a cabo en gran parte por militares.

Y que éstos se revelasen contra el gobierno democrático, una vez más, era para echarse a temblar. No porque igual te interrogaban, o te amenazaran con borrar tus tweets, o con meterte un paquete por lo «Contencioso-Administrativo», sino porque te podían detener sin orden judicial, encerrar, y lo peor de todo, pegarte un tiro. Tal cual. No hacía tanto que pasaban esas cosas. No hacía tanto del fascismo, el nazismo y el estalinismo. Coño, que por aquel entonces en Argentina se realizaban los «vuelos de la Muerte» de otra terrible dictadura militar, y solo dos años antes se había acabado con los jemeres rojos, que amontonaron tantos huesos de inocentes que los campos de Camboya parecían las catacumbas de París. Qué poco cambian los hombres…

Bueno, que me voy por las ramas, como de costumbre. Aquello que contaba mi madre fue el primer «contacto» de mi juventud con el 23F, ese del que hoy se cumplen cuatro décadas. Como si pudiera ponerme en la piel de todos aquellos que esa noche no durmieron por si golpeaban a su puerta, al igual que hacían los agentes de la Gestapo, la Stasi o, durante otros largos 40 años –muchos, demasiados– en la España de la dictadura los hombres de la Brigada Político-Social. Y la sensación imagino que era la misma: incertidumbre e inseguridad. Y por qué no decirlo, miedo.

El intento golpista del general Armada, del pistolero Tejero y de sus prosélitos –quizá muchos más de lo que se pensó y se sigue pensando, espías incluidos– se frenó, unos dicen que gracias  a la intervención del entonces rey, hoy tan mediático –y no en el sentido de antaño, cuando había regatas, se celebraban olimpiadas o esperábamos ansiosos su discurso navideño–, otros que a su pesar, muchos que gracias al «espíritu democrático» de un pueblo que hoy vuelve a escupirse a la cara en un Congreso en el que por aquel entonces casi nadie –salvo aquel lejano 23 de febrero el señor Tejero– faltaba al respeto a los demás.

Alfonso Armada (Fuente: Wikipedia)

Pero como decía al comienzo de estas líneas, son muchas las «oscuridades» que permanecen en torno a aquel día que hizo historia, que es parte de nuestra historia, y del que hoy no pararán de hablarnos los telediarios, los rotativos, los programas de radio y, característica de nuestro tiempo frenético, infinidad de blogs como éste, miles de tweets, las RRSS y los grupos de Whatsapp, que seguro que se crea alguno para el evento.

En las próximas líneas haré un pequeño repaso por esos llamados puntos oscuros de lo que parece una trama conspirativa en toda regla. Si estuviésemos en Estados Unidos, hace muchos años que se habría hecho una buena película sobre todo aquello. Se han hecho intentos, y con esfuerzo, al menos a la hora de recrear aquella España, pero sin demasiado éxito, caso es el de Chema de la Peña y su cinta de 2011 23-F: la película. Ahora, nuestro cine parece ser capaz de crear verdaderos thriller de calidad con este tipo de argumentos, y en los últimos años se han estrenado cintas notables como El hombre de las mil caras –sobre el espía que reveló el paradero de Luis Roldán– o El Reino –ligeramente, o no tanto, inspirada en la trama Gúrtel, tan de actualidad–. ¿Para cuándo el 23F? Pero no en forma de miniserie de televisión, por favor. Una producción con caché y con presupuesto.

¡Quieto todo el mundo!

Sí, el grito de guerra de Tejero al entrar en el hemiciclo, seguido de unas ráfagas de disparos cuyas huellas en el techo observan impertérritas a los diputados y a los visitantes tantos años después. Contar aquí, una vez más, qué sucedió aquel día no tiene sentido, y sería imposible. Para eso ya hay magníficos trabajos que aportan mucho más de lo que yo pueda decir de grandes investigadores que se han dejado la piel –y ganado algunos enemigos– por rascar algo del caso y que recomiendo en este mismo post, y los que vendrán, así que solo dejo unos apuntes y curiosidades para abrir boca este 23F cuarenta años después.

Manuel Gutiérrez Mellado, el hombre que le echó un par.

–Según relatan las fuentes de la Justicia Militar, a las que ha tenido acceso el diario El País, Tejero confesó que para aprovechar el «factor suspense» en la insurrección, adquirieron seis autobuses y gabardinas para cubrir a los guardias civiles que llegaron hasta la Cámara baja –algo más de 300, fusil en mano–. Según dichos documentos, Tejero confesó en el juicio militar que pagó los autobuses con dinero de una herencia de su mujer, tres millones de pesetas (una cantidad notable hace cuatro décadas). Pretendía recuperar la pasta una vez que triunfara el golpe militar. Nunca lo hizo, claro.

–Parece que Tejero y Jaime Milans del Bosch debatieron sobre si era más conveniente ocupar el Congreso o el palacio de la Moncloa, y que finalmente se decidieron por el Parlamento porque era «menos complicado», según rezan las citadas actas de Justicia Militar. Tejero tomó numerosas fotografías del edificio para estudiarlo (medidas, salidas de emergencia, seguridad…) y el 18 de enero de 1981 se citó al parecer con Milans del Bosch en un piso de la capital para discutir la puesta en práctica de la insurrección.

Jaime Milans del Bosch (Fuente: Wikipedia)

–Algunos de los conjurados eran nostálgicos de tiempos pasados, solo hay que echar un vistazo a su historial militar: el teniente general Milans del Bosch y el general Armada habían participado al lado de Franco en la Guerra Civil y ambos fueron voluntarios de la División Azul comandada por Muñoz Grandes que el otrora «Caudillo» envió a las estepas rusas en ayuda de Hitler para derrocar a los «demonios bolcheviques», los mismos que ahora –entonces, hace cuarenta años– volvían a poner patas arriba el orden natural de la patria. Sin embargo, hubo militares que en su día apoyaron la dictadura que se enfrentaron a los golpistas sin titubear. Algunas personas cambian… a mejor.

–La sentencia, publicada el 3 de junio de 1982 por el Consejo Supremo de Justicia Militar, evidentemente sesgada por la censura y la seguridad nacional, está formada por 13.000 folios. Hay que echarle bemoles, y mucho tiempo, para leerlos.

–El vicepresidente aquel día, Manuel Gutiérrez Mellado, fue el único que se enfrentó a Tejero y sus hombres –también, en cierto momento, un muy desmejorado Adolfo Suárez–. Militar de vieja escuela –entonces teniente general y capitán general ad honorem del Ejército de Tierra–, Mellado era muy respetado por los guardias civiles y esa fue la razón por la que Tejero –según declaró– intentó tirarlo al suelo «mediante una zancadilla». El golpista temía que los guardias se echaran atrás –los vio dubitativos– por respeto a su autoridad. Fue el gran héroe, junto al también militar Sabino Fernández Campo –o eso nos han contado– de aquel día gris, y eso que el propio Mellado había sido agente de inteligencia del gobierno de Franco.

Sabino Fernández Campo

–Al parecer, el bando militar del general Armada era «análogo» al del general Emilio Mola en julio de 1936. Los fantasmas del pasado reciente regresaban, como lo hacen hoy de nuevo en ese discurso «guerracivilista» que puede escucharse en el hemiciclo a casi todas las fuerzas políticas de uno u otro extremo. Para echarse a temblar.

–Fue el jefe del Estado Mayor José Gabeiras quien sospechó en un primer momento de la conducta de Armada, que insistía en dejar las dependencias militares en una situación tan delicada y marchar a la Zarzuela para estar al lado del rey Juan Carlos I, permiso que le fue denegado, y que probablemente evitó el triunfo de la insurrección. El propio Armada se ofreció a resolver la situación del 23-F proponiendo un nuevo gobierno (del que sería nada menos que presidente) pero lo cierto es que, parece, no tenía autorización para ello.

–Cuando ya era bastante evidente que el golpe militar no triunfaría, José Gabeiras se puso en contacto telefónico con Tejero en el Congreso. Eran las 23.40 horas y le ofreció la posibilidad de tomar un avión y huir con su familia al extranjero si liberaba el hemiciclo.

–El único civil condenado por el 23-F fue el ultraderechista Juan García Carrés, dirigente del llamado Sindicato Vertical durante la dictadura de Franco. En una conversación telefónica entre éste y Antonio Tejero, el teniente general de la guardia civil le dijo que Armada solo quiere «una poltrona», transmitiéndole su inquietud por lo que pasaba fuera del Congreso. Su instinto militar no le falló. Al menos en ese caso.

La Sala de Plenos del Congreso.

–Los insurrectos tenían varias claves para el plan: H+2 correspondía a las 20.20 horas, el momento en que el general Armada debía ir al Congreso. Lo haría finalmente mucho más tarde, a las 23.50, anulado ya el factor sorpresa. Cuando el general llegó al hemiciclo junto al general Aramburu Topete –a las 23.50 horas– para entrevistarse con Tejero, pronunció la contraseña «Duque de Ahumada». Era como se conocía la operación conspirativa, en honor al fundador de la Guardia Civil. Hubo más códigos cifrados, como en todo complot organizado.

–Un informe de la CIA con fecha de varios días después afirmaba que «el intento del golpe de Estado de la semana pasada estuvo más cerca de prosperar de lo que el gobierno quiere admitir». Sin embargo, no todos los investigadores están de acuerdo en este punto. El historiador Roberto Muñoz, autor de 23 F: los golpes de Estado, expresó al rotativo La Vanguardia durante una entrevista: «el ejército sabía que un golpe de Estado no era factible, sabía del desprestigio que eso suponía en Europa».

–El único que parecía convencido del éxito de la insurrección era Tejero, con una visión simplista y «patriótica» (a su modo de entender la defensa de la Patria, claro) de los hechos que durante el juicio ni Armada ni Milans del Bosch mostrarían. Para muchos, se fueron a la tumba (Del Bosch moría el 26 de julio de 1997 y Armada el 1 de diciembre de 2013) sin revelar realmente lo que ocurrió aquel lejano 23 de febrero del que hoy se cumplen 40 años.

–Teóricamente todas las conversaciones que entran y salen de Zarzuela, por seguridad, se registran, pero nunca se han hecho públicas las de aquella larga noche. Para muchos, porque hay información delicada para la monarquía… quién sabe.

–Desde su dulce retiro (más bien obligado, dadas las circunstancias), el Emérito, que hoy no podrá formar parte de la celebración que presidirá su hijo en el Congreso y quien posó hace unos días con muy buen aspecto y animada expresión junto a sus anfitriones saudíes supuestamente porque la Casa Real quería frenar los rumores sobre un posible mal estado de salud del otrora monarca, en una conversación con el diario El Mundo que se publicó el pasado 21 de febrero, elogió al general (José) Juste, quien «realmente hizo que (Alfonso) Armada no entrara en Zarzuela e hiciese creer al resto de los implicados que yo estaba en el golpe. Además, ordenó a la División Acorazada Brunete que permaneciera en sus cuarteles y no saliera a tomar las calles de Madrid».

Juan Carlos I (Fuente: Wikipedia)

–Un ex alto cargo de los servicios secretos (entonces el CESID, organismo inaugurado en 1977) reveló a La Vanguardia que el Rey no estaba detrás, aunque estuviese preocupado por la situación, y respecto a la tardanza del monarca en pronunciarse –apareció en la televisión pública a las 1.14 horas de la madrugada del 24 de febrero, con uniforme de Capitán General de los Ejércitos–, afirmó: «Es lógica: necesita palpar antes la situación. Todos los militares de la cúpula hablaron entre ellos y el rey debió hacer lo mismo. Son muchas horas al teléfono. No hay más misterio». Pero son muchos los que creen lo contrario en tiempos de Fake News, polarización política y escándalos borbónicos. Ante ello, el prestigioso escritor Javier Cercas, autor de Anatomía de un instante, afirmó al mismo periódico: «La implicación del rey es un bulo obvio que lanza la ultraderecha para protegerse, para alegar obediencia debida. Cualquier dirigente comete errores, y el rey los cometió, y esos errores de alguna manera propiciaron el golpe. Pero quien paró el golpe fue él, aunque eso produzca risa entre algunos».

A este podríamos añadir un nuevo escenario propiciado por el «neo» populismo. Como ayer mismo revelaba en una entrevista al diario La Voz de Galicia el historiador Juan Francisco Fuentes –quien por cierto me dio clases de Historia en primero de periodismo, y era de los pocos profesores entregados que recuerdo de la facultad–: «la tesis golpista de que el Rey fue cómplice del 23-F ha llegado a la extrema izquierda». Tiempo de populismos y nacionalismos –centralizados y descentralizadores–, caldo de cultivo idóneo para la insurrección. Esperemos que hoy los pistoleros no estén tan envalentonados. ¡Viva España!, en democracia, claro.

PARA SABER MUCHÍSIMO MÁS SOBRE AQUEL DÍA:

CERCAS, Javier: Anatomía de un instante. Literatura Random House, 2021.

FUENTES, Juan Francisco: 23 de febrero de 1981: el día que fracasó el golpe de Estado. Taurus 2020.

MUÑOZ BOLAÑOS, Roberto: 23-F: los golpes de Estado. Editorial Última Línea, 2015.

El 23-F y otros golpes de Estado de la Transición. Espasa, 2021.

MUÑIZ SOLER, ROSENDO: 23-F. Crónica de un golpe frustrado. Caligrama, 2020.

John Lennon: 40 años de incógnitas

Es, en presente, una de las figuras más importantes de la música del siglo XX. Personaje multifacético y controvertido, puso fin a la evolución de una de las bandas más grandes de todos los tiempos, The Beatles, por sus diferencias irreconciliables con otro grande, aún vivo, Paul McCartney, según las malas lenguas por la influencia de Yoko Ono. Icono de la contracultura estadounidense de los años 60 y 70, fue seguido de cerca por el FBI. Hoy se cumplen 40 años de su trágico asesinato a manos de un fan «iluminado» que lleva cuatro décadas durmiendo en prisión.

Óscar Herradón ©

A la espera de dedicarle un post como se merece, en este cuarenta aniversario hablo brevemente sobre las teorías de la conspiración –probablemente inocuas– que rodean a la muerte del creador de himnos como Stand by me o Imagine desde el primer momento, cuando saltó la noticia de su muerte, apenas unos meses después de que un servidor viniera a este «mundo de locos» que Lennon, en vano, había intentado hacer mejor.

Era el 8 de diciembre de 1980, en las gélidas calles de Nueva York, a las puertas del lujoso edificio Dakota, con fama de maldito –fama que por supuesto se incrementó tras el suceso– cuando el joven católico y fan de los Beatles Mark David Chapman descargó su revolver sobre John Lennon, que murió poco después camino del hospital.

Para muchos, más allá de la versión oficial, todo aquello fue muy extraño si tenemos en cuenta que Lennon se había autoproclamado pacifista en la América violenta de la Guerra de Vietnam, defendía el aborto y el feminismo y fue un impulsor de las libertades y de las reivindicaciones de la comunidad afroamericana cinco décadas antes del Black Lives Matter, cuando sus miembros estaban mucho más que hoy en el punto de mira de las autoridades «blancas». Lennon, incluso, llegó a defender ¡a los Panteras Negras! Aquello molestaba a muchos, sobre todo a la América más reaccionaria, la antecesora de lo que en la actualidad representan Trump y sus acólitos, y gentes aún más oscuras, y en concreto a J. Edgar Hoover, que puso a sus «chacales» del FBI a seguir cada uno de los pasos del músico reconvertido en líder de masas años antes de su tráfico final.

En Internet las motivaciones del asesino de Lennon, que aún sigue entre rejas, son variadas: desde que existe una «conexión extraterrestre» del crimen a que Chapman no habría sido el verdadero tirador. Pero la teoría conspirativa con más vigencia es la que afirma que Chapman, efectivamente, apretó el gatillo, pero se trataría de un «asesino programado» bajo el control del Proyecto MK-Ultra, hipótesis que popularizó el periodista estadounidense ya fallecido Fenton Bresler en su libro superventas Who killed John Lennon? (1989).

Según éste, Chapman habría viajado al Líbano a los 19 años a través de la Asociación Cristiana de Jóvenes –este punto sí es real–, en realidad una tapadera de la CIA, siempre presente en cualquier asunto político que huela a turbiedad, y en el desierto Mark David habría sido sometido a terapias hipnóticas y lavados de cerebro con drogas psicodélicas, convirtiéndose después en agente externo de la organización con sede en Langley, Virginia (EEUU). Hoy, aquel excéntrico que afirmaría odiar a Lennon por haberse vendido y renegar de lo que proclamaba en sus canciones, y que, fuera cual fuese la verdadera causa se llevó por delante la vida del multiinstrumentista un 8 de diciembre de 1980 –usando, según confesó con cinismo, balas huecas para causarle más daño–, continúa entre rejas, en el Wende Correctional Facility, una prisión de máxima seguridad en el Condado de Erie, en Nueva York, donde también cumple condena el productor de cine Harvey Weinstein. Este mismo año, en la undécima audiencia para su Libertad Condicional, el tribunal competente denegó a Chapman, una vez más, su salida de prisión. No era el mejor año para ello.

Lennon firma un disco a su asesino cinco horas antes del crimen

Por su parte, en 2016 era liberado de un psiquiátrico penitenciario John Hinckley Jr., 35 años después de su intento de asesinato del entonces presidente Ronald Reagan. Como Chapman, mostró una obsesión incomprensible por el libro de J. D. Salinger El Guardián entre el Centeno, que muchos consideran una suerte de resorte para activar la mente de aquellos «candidatos manchurianos» previamente «programados» por los experimentos de control mental de la CIA. Quién sabe.

Beatlefilia

A la espera de hincarle el diente al libro de la biógrafa musical Lesley Ann-Jones, ¿Quién mató a John Lennon? El retrato del hombre detrás del misterio, editado en España por Libros Cúpula, invito a los beatlemaníacos a sumergirse en las páginas de dos hermosos (visualmente) y completos libros que ha publicado recientemente Redbook Ediciones sobre la banda británica; una verdadera delicia para recordar a Lennon y a los otros tres de Liverpool:

–En Una historia de los Beatles. Las claves de por qué son el mejor grupo de la historia, el doctor en Psicología Social César San Juan Guillén, uno de los mayores expertos en el «universo beatle» en el ámbito hispanohablante, nos brinda una historia muy personal sobre todo aquello que rodea a la banda, desde su nacimiento, el proceso de formación y el concurrido laberinto del «quinto beatle» –leyendas urbanas incluidas–, a las diferentes etapas por las que pasaron, las rarezas musicales, el efecto de sus cuidadas producciones en nuestra misma existencia y el poso cultural que han dejado hasta su controvertida separación.

–Y en The Beatles de la A a la Z. Iconos, influyentes, revolucionarios (los epítetos se nos quedan siempre cortos), el DJ y periodista musical británico Steve Wilde recorre la extraordinaria trayectoria del «grupo de los grupos», ese que muchos dicen que «lo inventó todo»: desde sus primeros días en Liverpool –en el legendario The Cavern Club, donde hoy se les rinde tributo con actuaciones en directo día y noche, al menos cuando no había Covid–, y sus agotadores conciertos en Hamburgo, siguiendo su ascenso a través del fenómeno fan y convertirse en «más grandes que Jesús», hasta las grabaciones en una azotea, la inevitable separación y la tragedia, que hoy, 40 años después de la muerte de John Lennon un lejano 8 de diciembre de 1980, hacen que el recuerdo de los cuatro de Liverpool esté más VIVO que nunca. Una joya para fans y nostálgicos ilustrada por Chantel de Sousa.

Por su parte, Libros Cúpula acaba de publicar ¿Quién mató a John Lennon? El retrato del hombre detrás del misterio, de la prestigiosa periodista musical inglesa Leslie-Ann Jones, la nueva y probablemente definitiva biografía del músico y activista que explora sus claroscuros, su creación, su prematura y oscura muerte y su legado. Su contenido lo abordaremos en profundidad en un inminente post y que se ha lanzado coincidiendo con el 40 aniversario de la trágica muerte del multiinstrumentista que fue figura principal de los cuatro de Liverpool.