La Doncella de Orleans: un nuevo enfoque

La historia de Juana de Arco se ha contado infinidad de veces, muchas de ellas de forma incompleta, sectaria, dando pábulo a leyendas y rumores frente a las fuentes históricas o con una marcada falta de sentido crítico, principalmente entre aquellos que pretendían restituir su figura y reconvertirla en «santa», los mismos que no titubearon a la hora de quemarla en la hoguera por «hereje». Un nuevo trabajo de la medievalista británica Helen Castor, que publica Ático de los Libros, clarifica su figura a nivel historiográfico como nunca antes.

Óscar Herradón ©

Y aunque hay notables y exhaustivos trabajos sobre su esquiva figura, muchos ya han quedado algo anticuados y sobrepasados por el hallazgo de nuevas fuentes documentales. En ese sentido, el libro sobre la vida y época de la Doncella de Orleans que firma la medievalista británica Helen Castor y que acaba de publicar en castellano en una fabulosa edición Ático de los Libros, puede que sea la biografía definitiva, al menos de nuestro tiempo, sobre Juana, un análisis riguroso, crítico, sobre su auge, caída en desgracia y rehabilitación posterior. Acompañado además del estilo dinámico y de gran tensión narrativa que caracteriza a la autora, responsable de otro título emblemático que en 2020 publicó también Ático de los Libros: Lobas. Las vidas de cuatro grandes reinas medievales y origen de una serie documental.

Y lo más importante de la monografía: que Castor desvela la verdad tras el mito que viste desde hace siglos la figura de la Doncella de Orleans, un mito largamente labrado y reimpulsado durante el Romanticismo. La medievalista se ha sumergido durante años en el personaje histórico y en la sociedad que lo vio nacer para atravesar su leyenda y centrarse en su figura sin aditamentos. El resultado es una obra que aporta sorprendentes revelaciones sobre Juana de Arco, entre otras, que ni fue una combatiente letal ni tuvo una extensa carrera militar (su edad y su apresamiento fueron probablemente las culpables) más allá de los grandes logros del levantamiento del sitio de Orleans y la importante victoria en la batalla de Patay que harían posible la coronación de Carlos el Bien Servido.

Coronación de Carlos VII.

Carlos VII de Francia era un rey supersticioso, fruto de una época de fuertes contrastes, y en 1429 creyó a Juana sin dudar cuando ésta le recitó la oración que el monarca decía diariamente (¿pudo alguien del estrecho círculo del mandatario filtrar dicha información previamente a la joven?). No debemos olvidar que la política (vestida de fe y devoción) lo impregnaba todo, también su trágico final. Pero el otrora delfín francés también era un personaje crédulo y de temperamento endeble, así que cuando apresaron a su mayor valedora no dio ningún paso «oficial» por rescatarla –a pesar de los intentos de sus hombres por liberarla– y puso sus esperanzas en otro salvador de corte místico, igualmente de extracción humilde, un joven pastor al que los ingleses no tardaron en capturar, como a Juana, y al que ahogaron en el Sena.

Carlos VII

Puesto que estaba en juego la santidad de su causa y también la hegemonía de la Iglesia, en la que ningún soberano se podía inmiscuir (lo haría un siglo más tarde el monarca inglés Enrique VIII, provocando nada menos que el cisma de Inglaterra), Carlos VII no la apoyaría en su juicio, a pesar de los intentos de sus hombres de liberarla, entre ellos el mariscal de Francia, Gilles de Rais.

De la gloria militar al calabozo

Jean de Ligny

Jeannette Darc fue capturada el 23 de mayo de 1430, cuando intentaba levantar el sitio de Compiègne, una ciudad sometida por el bastardo de Vendôme, un caballero al servicio de Jean de Ligny (Juan II de Luxemburgo-Ligny). Tres días después de su captura, el fraile Martin Billorin, inquisidor general de Francia, pidió que se le aplicase a Juana la jurisdicción inquisitorial por ser «persona sospechosa de diversos errores que huelen a herejía». Su destino estaba echado: el 14 de julio, Pierre Cauchon, obispo de Beauvais y a la sazón un francés renegado que trabajaba para los ingleses, reclamó para la doncella la jurisdicción episcopal para juzgarla como «sospechosa de hechicería y de invocar demonios». Encerrada en Ruan, el ejército francés intentó liberarla en reiteradas ocasiones sin éxito.

Juana de Arco (1903) por Albert Lynch (Fuente: Wikipedia. Free License).
Pierre Cauchon

En un sombrío calabozo permaneció más de un año antes de ser sometida al juicio de un tribunal eclesiástico. Beauvais nombró finalmente a un tribunal formado enteramente por clérigos leales a la causa inglesa (poniendo en evidencia, una vez más, que no eran los mandatos divinos sino los intereses creados de los hombres los que decidían) que la juzgó sin apenas pruebas desde el 21 de febrero de 1431; y la acusó, entre otras lindezas, de «herejía, abandono del hogar y travestismo», este último (al que recurrieron por su uso continuado de ropa de soldado y el pelo corto durante las campañas) se castigaba entonces con la pena capital. Según las prescripciones del Deuteronomio, una mujer no debía vestir con ropa de hombre ya que se trataba de «una abominación de Dios».

Ella misma explicó durante el proceso que se vestía así debido a la posibilidad muy real de que fuese violada al dormir y convivir con la soldadesca, todos hombres sometidos en ocasiones, en campaña, a largos periodos de abstinencia carnal. Afirmaba que aquellos ropajes eran mucho más difíciles de arrancar que las vestimentas de mujer. Y no estaba desencaminada: con los años se supo también que precisamente en la prisión de Ruan la joven sufriría varios intentos de violación de varios guardias e incluso de un noble que acudió a visitarla. Espeluznante.

Juana de Arco (1879), por Jules Bastien-Lepage.

Lo más increíble, según evidencia Castor en su relato, es comprender cómo en una sociedad tan supersticiosa, temerosa de Dios y dominada sin contemplaciones por el patriarcado, donde las mujeres (y más de las capas sociales más bajas) apenas tenían voz, se escucharon las prerrogativas de Juana de Arco hasta el punto de convertirla en líder de las tropas que luchaban contra los ingleses en aquel tiempo de sangre y fuego. El juicio al que la sometieron ingleses y borgoñones tuvo un carácter claramente político destinado a desacreditar sus logros (y por ende los del propio delfín coronado como Carlos VII en Reims), incidiendo en que, si se trataba de una «bruja», el soberano debía su corona, por tanto, a la brujería.

Una joven completamente sola, sin una gran instrucción, que además no contó con defensa alguna en un juicio claramente ilegal (del que me ocuparé más detalladamente en un próximo post) que pretendía servir de escarmiento a los enemigos de los ingleses. Todo se arregló como una gigantesca farsa sin posibilidad de exculpación alguna y acabaría con su veredicto de culpabilidad y su quema en la hoguera el 30 de mayo de 1431 en Ruan, con tan solo 19 años.

Un enfoque novedoso

Castor no sigue al pie de la letra, ni mucho menos, los cánones biográficos, sino que intenta (y lo consigue) reconstruir minuciosamente la Francia en la que le tocó vivir a Juana y los pasos rigurosamente históricos que siguió esta sorprendente mujer del medievo (siempre que ha sido posible). Castor, especializada en la Inglaterra medieval, profesora y miembro del Sidney Sussex College de la Universidad de Cambridge, así como miembro de la Real Sociedad de Literatura, revive la corta pero intensa vida de esta mujer extraordinaria que contravino las normas sociales de su época a partir del relato de testigos contemporáneos, enemigos y compañeros de armas. También sobre la ingente documentación existente sobre su causa: cartas, crónicas, poemas, tratados, libros de cuentas y las actas de su juicio por herejía en 1431 y las del llamado «juicio de anulación» que los franceses celebraron un cuarto de siglo después para rehabilitar su memoria.

Actas del juicio de anulación.

No obstante, la británica no se circunscribe en exclusiva a la documentación escrita y escarba entre líneas, buscando contradicciones y distorsiones entre los testimonios para traernos a la Juana de Arco más cercana posible a la realidad histórica. Algo que evoca una quimera, como la propia autora señala al final de tan exuberante monografía: «Juana todavía espera a ser descubierta. Si leemos los documentos excepcionales que dejan constancia de una vida totalmente extraordinaria con el conocimiento de cómo llegaron a redactarse, nos sumergimos en su mundo, un universo refinado, brutal y de una incertidumbre terrorífica en el que nada es seguro salvo la fuerza suprema de la voluntad de Dios; y entonces, tal vez, podemos comenzar a comprender a Juana: lo que creía que estaba haciendo; por qué quienes la rodeaban reaccionaron como lo hicieron; cómo aprovechó ella la oportunidad, con un resultado milagroso, y qué ocurrió, al final, cuando los milagros dejaron de producirse».

Las voces del arcángel Miguel, santa Catalina y santa Margarita encomendaron a Juana la noble misión divina de ayudar al delfín, hijo de Carlos «el Loco», a hacerse con la corona francesa en el marco de la mal llamada Guerra de los Cien Años (que en realidad duró 116), devolver al enemigo inglés al mar y derrotar a los traidores borgoñones, pero no le advirtieron del trágico destino que le esperaba en el tribunal de los hombres, más implacable que el celestial, por partir de su Domrémy natal a empuñar las armas por una causa que finalmente no se demostraría tan noble (al margen de ella).

Portada del libro Lobas, de Helen Castor (Ático de los Libros 2020).

Juana de Arco fue un nombre tomado del primer apellido de su padre y que ella nunca utilizó: se refería a sí misma como «Jeanne la Pucelle» (Juana la Doncella), para enfatizar su carácter de sierva elegida por Dios y su proximidad a la Virgen. En palabras de Castor, que desmitifica muchos de los lugares comunes atribuidos al personaje, Juana «es una gran estrella en el firmamento de la historia».

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Mi nombre es Bond, James Bond

En octubre de 2020 nos dejaba, a los 90 años, uno de los grandes intérpretes de todos los tiempos, Sir Sean Connery. Ahora, una biografía compuesta a varias manos por distintos autores y publicada por Sílex Ediciones nos desvela los secretos de este carismático escocés que nos hizo soñar durante décadas.

Óscar Herradón ©

Sir Thomas Sean Connery nos dejó el 31 de octubre de 2020 a los 90 años. Casi un siglo de puro entretenimiento. Sobra decir que fue uno de los grandes actores de los últimos 60 años. Pero aquél que encarnó al agente 007 con una elegancia y presencia nunca superadas (y eso que hubo grandes actores que se pusieron después en la piel del mujeriego agente secreto, el último el vitaminado Daniel Craig), aparte del personaje creado por Ian Fleming nos dejó inolvidables papeles en cintas como Robin y Marian, El Nombre de la Rosa o Indiana Jones y La última cruzada (y otras más olvidables, aunque no por su culpa, como Los Vengadores, El Primer Caballero o La Liga de los Hombres Extraordinarios).

Connery, nacido en Edimburgo, Escocia, el 25 de agosto de 1930, fue mucho más que un actor soberbio, y ahora una detallada biografía publicada por Sílex y firmada por distintos autores, desgrana, a modo de homenaje por su muerte, todos y cada uno de los aspectos (algunos menos amables) de su fascinante vida y carrera. En este post abrimos boca con varias curiosidades que probablemente no sabías (o sí), sobre el padre de Indy:

Cuando Arnold Schwarzenegger ganó en 1967 su primer título de Míster Universo ni siquiera él imaginaba la exitosa carrera que se le abriría en Hollywood y que comenzó con esa rareza documental titulada Hércules en Nueva York en 1969, sin embargo, la halterofilia era ya una rama deportiva bastante conocida cuya fama contribuyó a extender el forzudo austríaco. Pues bien, también Sean Connery practicó el culturismo y participó en Míster Universo en una fecha en la que este deporte era muy minoritario. Fue en 1953 y Connery se alzó con ¡la medalla de bronce! Como levantador de pesas utilizó como alias el apodo de su juventud, «Big Tom».

Acabó siendo uno de los actores mejor pagados de todos los tiempos, pero Connery adquirió experiencia teatral entre bastidores, trabajando como tramoyista. Antes del éxito, realizó todo tipo de trabajos: fue repartidor de leche, formó parte de la Marina Real Británica (de la que tuvo que licenciarse a causa de una úlcera péptica duodenal), conductor de camión, socorrista en las piscinas de Portobello, peón de granja, modelo artístico en el Edinbugh College of Arts, y hasta pulidor de ataúdes. También fue un excelente futbolista, y llegó a ser tentado por el gerente del Manchester United a los 23 años (demasiado tarde, según él), y eligió la carrera actoral.  

Con un fuerte acento y una característica dicción, muchos decían que aquello sería un impedimento para triunfar en el cine. Hoy, su voz es una de las más reconocidas e icónicas del séptimo arte.

El debut de Sean Connery en Hollywood fue en la cinta Darby O’Gill ant the Little People (traducida en España como Darby O’Gill y el Rey de los DuendesEl Cuarto Deseo–), producida por Walt Disney y donde el escocés hizo incluso sus pinitos cantando. La cinta aunaba fantasía y viejas tradiciones feéricas escocesas.

Connery interpretó personajes eternos, pero también rechazó papeles muy sugerentes: no quiso ser Tarzán, papel para el que su pasado de gimnasio le venía que ni pintado; la idea era relevar a Gordon Scott, pero quizá la sombra de Johnny Weissmuller era muy alargada para reconvertirse en rey de los monos. Y el bueno de Connery rechazó también protagonizar la catódica Maverick, que encumbró a James Garner.

En 1971 Connery entró en el Libro Guinness de los Récords al aceptar encarnar una vez más al agente 007 en Diamantes para la eternidad, fichaje que le valió un millón doscientos mil dólares. De la época, claro. Hoy hay quien gana bastante más por participar en un episodio televisivo.

Una de sus intervenciones más icónicas de los 80 fue el papel de Juan Ramírez Sánchez-Villalobos en Los Inmortales (The Highlander), con inolvidable banda sonora de Queen. Connery tomó clases de esgrima por exigencias del director, Russell Mulcahy, y durante el rodaje fue herido por el actor Clancy Brown.

En 1986 se hizo con un merecido premio BAFTA por interpretar al cultivado monje medieval Guillermo de Baskerville en la adaptación cinematográfica de la novela homónima El nombre de la rosa, del italiano Umberto Eco. Y por Los Intocables de Eliot Ness (1987), de Brian De Palma, ganó el que fue, increíblemente, el único Oscar de su dilatada carrera, como Mejor actor de reparto.

Es el único actor que, en la antesala de los sesenta, fue considerado el hombre vivo más sexy por la revista People. Corría el año 1989.

Y llegamos al momento en que Connery acepta el papel de Henry Jones, el «papi» del arqueólogo-aventurero más famoso de todos los tiempos, azote de los nazis. Aunque George Lucas estaba prácticamente convencido de que el escocés no aceptaría participar en la tercera entrega Indiana, Spielberg se lo propuso y, tras realizar notables cambios en el guión (entre ellos, darle mayor importancia a su personaje, y no irle a la zaga al hijo en lo que a galán se refiere –la idea de compartir amantes fue suya, y al Rey Midas de Hollywood le encantó–), aceptó, realizando otra memorable interpretación que forma parte del imaginario de varias generaciones.

En un principio, Sean Connery no estaba llamado a interpretar al capitán ruso Marko Ramius en La Caza del Octubre Rojo, adaptación de la novela homónima de Tom Clancy. El rol había recaído en el actor austríaco Klaus Maria Brandauer, villano de la película de Bond Nunca digas nunca jamás. El segundo día de rodaje, el intérprete de Memorias de África y Mefisto, se rompió una pierna y recomendó a Connery para sustituirlo. Éste, sin tiempo para prepararse un papel de tal enjundia, se incorporó a la filmación en el último momento y el realizador John Milius (Conan) ayudó al escocés a recrear el acento ruso, tarea nada sencilla.

Un año después de Indiana Jones y la última cruzada, Connery pudo haber coincidido de nuevo con Harrison Ford, al que quería en el rol de Jack Ryan el director, John McTiernan (el creador de La Jungla de Cristal y Depredador), pero Tom Clancy lo consideraba demasiado viejo para el papel. Tras rechazarlo también Kevin Costner, que comenzaba a dar forma a su ambicioso western Bailando con lobos, el rol recayó en el poco conocido Alec Baldwin. Éste contó con la bendición de Clancy, que siempre consideró al actor de Ella siempre dice sí, ahora en sus horas más bajas por culpa del fatídico accidente en el rodaje de Rust, la encarnación perfecta de Ryan. Curiosamente, Harrison Ford daría vida al analista de la CIA en Juego de Patriotas (1992) y Peligro Inminente (1994). Y eso que entonces era más viejo…

Éstas y muchas otras curiosidades sobre el caballero más elegante del celuloide, en el citado libro editado por Sílex. Un delicia. He aquí el enlace para adquirirlo:

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