La represión del Duque de Alba en Flandes

La revuelta en los Países Bajos por parte de los protestantes durante el reinado de Felipe II propició la represión hispánica comandada por el duque de Alba. Artífice del llamado «Tribunal de los Tumultos», sus acciones en Flandes serían el desencadenante de la llamada Leyenda Negra. Ahora, un nuevo título publicado por la editorial Desperta Ferro aclara los orígenes, el desarrollo y las consecuencias de la rebelión en esta parte de la vieja Europa controlada por los Habsburgo: Es necesario castigo.

Óscar Herradón ©

Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III Duque de Alba, fue uno de los mejores generales que tuvo la monarquía hispánica a lo largo del siglo XVI, el de los Austrias Mayores Carlos V y Felipe II y las mayores glorias del imperio español (con algunas notables sombras y derrotas, desde varias bancarrotas al Saco de Roma o la derrota de la Grande e Felicísima Armada). Que Alba fue implacable en la persecución de los enemigos de la Corona en los Países Bajos (o allá donde de terciara) es algo de lo que no cabe duda. Eran siglos de mosquete, tercios, «voto a Dios», Inquisición y lealtad al rey (esa que hoy es casi inexistente) y ningún mandatario o general del mundo, ya fuese católico o protestante, musulmán o hindú, se andaba con chiquitas.

No se puede juzgar la España de hace cuatro o cinco siglos según los valores (por otro lado, loables y necesarios) de los derechos humanos, el pacifismo o la tolerancia del siglo XX o lo que llevamos del XXI. Esos derechos existen, aunque muchas veces no se cumplen: mientras esto escribo la situación en la franja de Gaza es catastrófica, Ucrania sigue en guerra con Rusia, otros conflictos se mantienen aunque estén olvidados –Siria, Yemen, Afganistán…– y no hay que olvidar que el Holocausto, el Holodomor o el Genocidio armenio, entre otras múltiples salvajadas contra el género humano, tuvieron lugar el siglo pasado. No, el hombre no ha cambiado, si acaso para peor. Pero aunque no se cumplan, esos derechos humanos existen; no existían en el XVI.

Al grano: Alba no era un santo –ni creo que lo pretendiera–, por muy devoto que fuera, que cualquier Grande de España en tiempos de Contrarreforma era y debía serlo. Pero de ahí a que fuera un monstruo que, cual hombre del saco renacentista, venía por las noches a comerse a los hijos de los protestantes, va un trecho. Cosas de esa Leyenda Negra que tanto daño hizo y que en gran parte nació –y se expandió– en tiempos del duque, a través de figuras como Guillermo de Orange o el exsecretario de Felipe II Antonio Pérez. Un humilde servidor tampoco es un gran defensor de las grandezas continuadas del imperio ni un fervor partidario de la antagónica Leyenda Rosa que también tiende a edulcorar ciertas acciones. Ni todos fueron malos ni todos buenos ni eran tiempos de parlamentos, pactos, congresos ni senados.

No es cuestión aquí ni de divagar ni de contar la historia del Rey Prudente, sus generales o los múltiples aspectos que abarca la figura de Alba. Haremos una breve incursión en sus andanzas en los Países Bajos y aprovechamos para recomendar un libro que pone los puntos sobre las íes y nos aclara cómo fue realmente la campaña del español en tierras neerlandesas como gobernador de los Países Bajos. 

Grande de España

Arquetipo de la nobleza castellana, desde muy joven estuvo al servicio de los reyes españoles, primero de Carlos V y más tarde de Felipe II, durante cuyo reinado obtendría sus mayores hazañas y se gestarían también sus múltiples sombras. Sería un brillante militar, cortesano, diplomático y consejero. Luchó en Túnez frente a los otomanos y en la Jornada de Argel contra las fuerzas de Barbarroja. Investido como Caballero de la Orden del Toisón de Oro por Carlos V en 1546, ya cuando el emperador, acechado por su mala salud, pensaba abdicar en su primogénito, nombró a Alba mayordomo mayor del príncipe Felipe, convirtiéndose en mayordomo mayor del rey de España a la muerte del emperador y tras la consagración de Felipe II, cargo que mantendría hasta su fallecimiento en 1582.

Tras acompañar al Rey Prudente a Inglaterra para su enlace con María I Tudor (hija de Enrique VIII y la española Catalina de Aragón), fue nombrado Gobernador del Ducado de Milán y virrey de Nápoles, hasta que llegó 1566 y se produjo en los Países Bajos la llamada «Tormenta de Imágenes», entre los meses de agosto y octubre, cuando los protestantes calvinistas profanaron lugares de culto católico y destruyeron estatuas de iglesias y monasterios. Ante la gravedad del asunto, Felipe II envió al III Duque de Alba al mando de un poderoso ejército formado por 10.000 hombres desde Milán hacia Flandes.

Margarita

Una vez allí Alba sustituyó al frente de la jurisdicción civil a la hasta entonces gobernadora de los Países Bajos, Margarita de Parma (hija ilegítima de Carlos V con Johanna Maria van der Gheynst), que había tenido que administrar dicha zona en un momento realmente delicado en el ámbito económico y religioso –con numerosos complots por parte de la nobleza flamenca– que conduciría finalmente a los grandes disturbios citados.

¿Tumultos o derramamiento injustificado de sangre?

Al analizar la situación y comprobar in situ la rebeldía de gran parte de la nobleza local contra la monarquía hispánica y su apego a la causa protestante, se instauró con la aprobación del segundo Felipe, el 5 de septiembre de 1567, el llamado Tribunal de los Tumultos. El tribunal condenó a 8.957 personas entre 1567 y 1576, de las que serían ejecutadas 1.083, siendo desterradas 20. También se ordenó la confiscación de los bienes de los condenados.

Egmont

Entre los condenados a la pena capital estaban los nobles flamencos Lamoral de Egmont y Felipe de Montmorency –conde de Horn–, considerados aún hoy mártires y héroes en tierras neerlandesas. Considerados instigadores de las revueltas, fueron decapitados en Bruselas y sus cabezas expuestas durante tres horas como escarnio público. En España también sería detenido Floris de Montmorency, hermano menor del conde de Horn, que se hallaba en Madrid en calidad de diplomático negociando ante la corte una tregua. Condenado por el Tribunal de los Tumultos, el Duque de Alba envió su sentencia a la corte y Montmorency fue condenado a muerte en 1570. En lugar de ser enviado a Flandes para su ejecución, fue estrangulado en secreto (posiblemente por orden de Felipe II), aunque se dijo que había fallecido por enfermedad.

Montmorency

Aquella represión sembró un gran resentimiento en los Países Bajos gobernados por los Habsburgo, y los súbditos de la Corona española, desde los aristócratas al pueblo llano, bautizaron a Alba como «el Duque de Hierro», y a su tribunal lo rebautizaron como «el Tribunal de la Sangre», desencadenando gran parte de la Leyenda Negra sobre el reinado de Felipe II, la Contrarreforma, la Casa de Alba y todo lo que tuviera aroma hispánico y católico.

El duque de Alba devorando a un niño. Pura Leyenda Negra.
Tumba del III Duque de Alba

Aunque está muy extendida la idea de que el duque es una suerte de «coco» para los niños holandeses, lo cierto es que tal dato es pura leyenda que se basa en un grabado anónimo contemporáneo a los hechos en el que Álvarez de Toledo aparece devorando a un niño, con una bestia apocalíptica de tres cabezas de fondo. No creo que hoy los pequeños en los países bajos sepan quién fue el Duque de Alba, o este amenice sus festividades de Halloween, aunque sí es cierto que lo consideraron en su tiempo, debido a los estragos que causó entre la comunidad protestante, un «demonio con gorguera», una suerte de versión flamenca del hombre del saco que se aparecía a los niños que no dormían o se portaban mal.

Pío V

Cuentan polvorientas crónicas que los enemigos de España y del papa de Roma (entonces Pío V, artífice de la Santa Alianza, quien había concedido a Álvarez de Toledo la Rosa de Oro, el estoque y el capelo bendito a través del breve Solent Romani Pontifices el 26 de diciembre de 1566) huían despavoridos al grito de «¡Que viene el Duque de Alba!».

Guillermo de Orange

Como señala Àlex Claramunt en Es necesario castigo, recientemente editado por Desperta Ferro, Alba, que ya pasaba de los 60 años, «tuvo que bregar con burgomaestres y abades díscolos, con una población que observaba con temor a los soldados españoles veteranos llegados con el duque, y con las incursiones de los mendigos del mar, piratas empleados por Guillermo de Orange, el principal líder de los rebeldes huidos al extranjero. El descontento de la población ante las políticas defensivas y fiscales del duque de Alba se agravó por una serie de catástrofes naturales en forma de inundaciones y malas cosechas, y desembocó en 1572 en la revuelta masiva de Flandes desencadenada por la conquista de la ciudad holandesa de Briel el 1 de abril de aquel año por los mendigos del mar. La rebelión se extendió con rapidez de norte a sur de los Países Bajos y enfrentó a Alba al mayor desafío con el que se había topado hasta ese momento».

PARA SABER (MUCHO) MÁS:

El citado ensayo de Desperta Ferro firmado por el periodista Àlex Claramunt Soto, director de la revista Desperta Ferro Historia Moderna (y autor de Los Tercios, libro con impresionantes fotografías de Jordi Bru), Es necesario castigo. El duque de Alba y la revuelta de Flandes.

En este documentado y vibrante libro Claramunt nos traslada al verdadero inicio de la Guerra de Flandes, una época en la que, aunque el duque logró derrotar a Guillermo de Orange en las provincias del sur, y aunque en una ardua campaña recuperó mucho del terreno perdido merced a la veteranía de los Tercios españoles, incluida la estratégica ciudad de Haarlem tras un épico asedio de ocho meses, el ejército real no logró imponerse a los rebeldes, que lograron asentar en las provincias de Holanda y Zelanda una administración política y militar que propició el surgimiento, unos años después, de las Provincias Unidas de los Países Bajos.

Emblemas místicos de las SS

Tras su llegada al poder en Alemania en 1933, tanto el Partido Nazi como las SS se apropiaron de viejos símbolos imperiales y militares alemanes y prusianos a los que dieron un nuevo significado para configurar su mensaje propagandístico y patriótico, causando finalmente una terrible catástrofe moral a la institución militar germana entre 1939 y 1945. Ahora, para comprender mejor su historia, Desperta Ferro nos trae un ensayo gigantesco y cautivador: Hierro y Sangre. Una historia militar de Alemania desde 1500.

Óscar Herradón ©

Heinrich Himmler tenía la férrea convicción de que la Orden Negra constituía una verdadera hermandad que, en palabras de Robin Lumsden, autor de Historia secreta de las SS, «descendía espiritualmente de los héroes de la Alemania pagana y medieval». A partir de 1934 las SS fueron promovidas de forma consciente por el Reichsführer no solo como una élite racial, sino también como una Orden secreta y oscura, creándose a tal efecto insignias simbólicas, emblemas y uniformes que con su elegancia sirvieron como un señuelo para atraer a sus filas a ciudadanos comunes de media Europa.

Durante toda la historia de la terrible organización el emblema que quedaría irremisiblemente asociado a esta sería la «cabeza de la muerte» o Totenkopf, una calavera con tibias cruzadas diseñada por Karl Maria Weisthor. Este símbolo no solo fue adoptado por las SS para atemorizar sino como un vínculo «directo y emocional» con el pasado de la elite militar de la Alemania imperial. En 1740, en los ornamentos funerarios de Federico el Grande de Prusia, podía verse una gran cabeza de muerte, sin mandíbulas, bordada en plata. Apenas un año después, en recuerdo del mandatario fallecido, dos unidades de élite de la Escolta Real prusiana, entre ellos los miembros de 5º regimiento de Húsares –conocidos como «Húsares negros o de la Muerte»–, adoptaron el color negro para su uniforme y estamparon una enorme Totenkopf en sus gorros.

También en la Gran Guerra, varias unidades del ejército alemán utilizaron como insignia de su formación la cabeza de la muerte. En 1918 volvió a verse pintada en los cascos y los vehículos de algunos de los mejores Freikorps, convirtiéndose en un símbolo de osadía y sacrificio en tiempos de guerra, además del tradicionalismo y el antibolchevismo en el que se movió el incipiente nazismo. En 1923 los miembros del Stosstrupp (tropas de choque) de Hitler adoptaron la Totenkopf como emblema distintivo, que seguirían llevando sus sucesores en las SS, aunque con un diseño exclusivo a partir de 1934, con una «cabeza de la muerte» sonriente, con mandíbula inferior, sirviendo de modelo del prestigioso anillo de las SSTotenkopfring– diseñado por Weisthor, con una calavera y una runa que significaba heil (salve) en su parte externa y la rúbrica de Himmler en la interior.

Además de la Tontenkopf, las runas SSSS Runen–, símbolo de la Orden Negra, representaban el elitismo y la camaradería de la organización, siendo pronto elevadas a una condición cuasi sagrada. La palabra runa proviene del nórdico antiguo run, cuyo significado era «escritura secreta»; eran caracteres que constituían los alfabetos de las tribus germánicas de la Europa precristiana y que se utilizaban tanto para la escritura corriente como para la que contenía un poder mágico. En el año 98 de nuestra era, el historiador romano Cornelio Tácito había descrito en su obra Germania cómo los germanos realizaban ritos de adivinación mediante runas. Estas llamaron la atención tanto de los movimientos völkisch como de los miembros de Thule, que inspirarían en Himmler la fascinación por los códigos crípticos y los mensajes ocultos.

El mismo Guido von List escribió en 1908 Das Geheimnis der Runen (El Secreto de las Runas), un concienzudo estudio de la adivinación a través de las denominadas runas Armanenfuthark armanen-, un conjunto de 18 runas ideadas como oráculos por el propio ocultista. A todos los Antwärter de la Allgemeine-SS que entraron en la organización antes de 1939 se les impartían clases de simbolismo rúnico como parte de su formación, y en 1945 la Orden Negra utilizaba hasta 14 variedades principales de runas, que incluso se añadieron con teclas especiales a las máquinas de escribir que se utilizaban en sus oficinas centrales. Estas runas místicas eran los símbolos empleados por los pueblos guerreros del norte de Europa en tiempos paganos.

A continuación mostraré una breve clasificación de algunas de las principales runas que utilizaban las SS:

La Hakenkreuz –esvástica o cruz gamada–, emblema por antonomasia del partido nazi.

El Wolfsangel o gancho del lobo, fue en un primer momento un emblema pagano al que se atribuía el poder de alejar a los lobos. Más tarde se convirtió en un símbolo heráldico que representaba una trampa para lobos y fue adoptado en el siglo XV por los campesinos que se alzaron contra los mercenarios de los príncipes alemanes; así, se convirtió en símbolo de libertad e independencia. Fue uno de los primeros emblemas del NSDAP más tarde adoptado por la División Das Reich de las Waffen-SS.

La runa Opfer simbolizaba la abnegación y fue utilizada a partir de 1918 por la asociación de veteranos de guerra Stahlhelm y más tarde la insignia que sirvió para conmemorar a los mártires nazis del Putsch muniqués.

La runa Leben simbolizaba la vida y fue adoptada por la asociación Lebensborn y por la Ahnenerbe.

La runa Toten –la runa de la muerte–, representaba la muerte y era utilizada en los documentos de las SS y en las lápidas de las sepulturas para marcar la fecha de la muerte.

La runa Tyr o Kampf –la runa de la batalla–, era el símbolo germánico pagano de Tyr, el dios de la guerra y representaba el liderazgo en la batalla. Además, era a menudo utilizada en las sepulturas de los miembros de las SS como sustitución de la cruz cristiana.

La runa Hagall representaba la fe imperturbable que debían tener todos y cada uno de los miembros de la Orden Negra. Aparecía en las vestimentas ceremoniales que se usaban en las bodas de las SS y también en el anillo de la cabeza de la muerte. También sería utilizada como símbolo de la SSPolizei-Division.

Además de estas, existían otras como la runa Eif, la runa Ger… y diferentes combinaciones que adquirían su propio significado: la runa Sigel dentro de un triángulo; el triángulo representaba que la vida es eterna (sus tres lados representaban el nacimiento, el desarrollo y la muerte). Cada muerte era el camino hacia una nueva vida y el triángulo simbolizaba el ciclo eterno de la creación. La runa Sigel representaba además el Sol y la salud y era el símbolo pagano de la victoria, y así un largo etcétera.

Como señala el citado Lumsden, a fin de inculcar una sensación de caballerosidad en todos sus oficiales y soldados jóvenes, el Reichsführer los recompensaba con los tres símbolos menos grandiosos pero muy significativos dentro de la organización: la daga, la espada ceremonial –Ehrendegen– y el anillo, «una combinación mística que, evocadora de una aristocracia guerrera y de la leyenda de los Nibelungos, simbolizaría la Ritterschaft –Caballería- de la nueva Orden de las SS», que estaba arraigada, según creía fervientemente Heinrich Himmler, en el pasado germánico más remoto. La daga llevaba la inscripción «Mi honor es mi lealtad», un lema sugerido por Hitler que evocaba los juramentos de los caballeros teutónicos. Tanto esta como la espada estaban decoradas con runas.

PARA SABER MÁS:

*Este texto ha sido extraído de mi trabajo La Orden Negra. El ejército pagano del Tercer Reich, publicado por Edaf en 2011.

Hierro y Sangre

Si lo que queremos es realizar un exhaustivo y global acercamiento al ejército alemán mucho antes de que los nazis hicieran uso de muchos de sus símbolos para encuadrarlos en su parafernalia propagandística, cuando los territorios que conformaban esa parte de Occidente eran muy diferentes a los que entraron en liza en la Segunda Guerra Mundial y Prusia un gigante implacable en la vieja Europa, nada mejor que hacerlo de la mano de Desperta Ferro y un libro monumental del británico Peter H. Wilson: Hierro y Sangre. Una historia militar de Alemania desde 1500.

El prestigioso historiador, autor de los monumentales La Guerra de los Treinta Años. Una tragedia europea y El Sacro Imperio Romano Germánico, ambos publicados también con gran éxito de crítica y público por Desperta Ferro, se embarca ahora en una obra no menos titánica, un relato sobre Alemania a través de cinco siglos de historia militar. Durante la mayor parte de su existencia, la Europa germanófona ha estado dividida en innumerables Estados, algunos muy relevantes, como Austria y Prusia, y otros formados por un puñado de valles alpinos. Su experiencia militar también ha sido extraordinariamente variada: a veces amenaza, a veces amenazada; en ocasiones una mera zona tapón, y en otras, un peligro global.

El libro Hierro y sangre es asombrosamente ambicioso y absorbente, abarcando cinco siglos de cambios políticos, militares, tecnológicos y económicos para narrar la historia de las tierras de habla alemana, desde el Rin hasta la frontera balcánica, desde Suiza hasta el mar Báltico. Una visión de conjunto en la que Wilson contempla múltiples aspectos y muy variadas dimensiones, desde el desarrollo de las armas hasta el reclutamiento, la estrategia en el campo de batalla o cuestiones ideológicas como el impacto de la Reforma protestante o el surgimiento del nacionalismo.

Si hay una constante, esta ha sido la sensación de verse acosados por enemigos aparentemente más poderosos –Francia, Rusia o los otomanos– y la necesidad de asestar un golpe de gracia rápido para asegurarse un resultado favorable en una guerra. En cambio, y casi inevitablemente, esto ha significado en la práctica conflictos prolongados, implacables y a menudo imposibles de ganar y, en 1939-1945, una terrible catástrofe moral. El impacto militar de Alemania en el resto de Europa ha sido inmenso, y Hierro y sangre ilumina el pasado, y con ello el presente y el futuro, de una parte central en el devenir del viejo continente, y del mundo.

Tecumseh, el líder nativo que combatió a Estados Unidos (II)

Llegó a ser definido como «el indio más grande que jamás haya existido», y no es una expresión gratuita. Tecumseh, líder de la tribu Shawnee a caballo entre los siglos XVIII y XIX, puso en jaque a los colonos estadounidenses en tierras de Virginia y Ohio tras la Revolución Americana. Su gesta, muy conocida al otro lado del Atlántico y apenas mencionada por estas latitudes, podemos conocerla a fondo gracias al ensayo Tecumseh y el Profeta, publicado por Desperta Ferro.

Por Óscar Herradón ©

La visión de Lalawethika/Tenskwatawa también incluía otras «restricciones» de la vida disoluta, como la abolición de la brujería, la poligamia o la tortura, y, además, debían matar a todos los perros. Cuentan las crónicas que el joven profeta llegó a vaticinar un eclipse de sol en 1806, lo que le granjeó aún más fama y veneración. ¿Fue cierto? Cualquiera sabe, teniendo en cuenta la fina línea que separa la fe de la superstición y la leyenda de la razón. Mientras, la fama de su hermano Tecumseh se extendía por un territorio cada vez más extenso de aquel Nuevo Mundo descubierto por los españoles.

William Henry Harrison

Por aquel entonces, William Henry Harrison, quien acabaría siendo el 9º presidente de los Estados Unidos, gobernador del recién creado Territorio de Indiana, veía cada vez con mayor preocupación la influencia de Tecumseh. Aprovechando los viajes que este comenzó a hacer por amplios territorios del Norte y del Sur para cosechar alianzas (llegando a amenazar de muerte a cualquier jefe indígena que se alineara con los estadounidenses), en septiembre de 1809, Harrison negoció el Tratado de Fort Wayne, en el que los indígenas cedieron 3 millones de acres (12.000 kilómetros cuadrados) de territorio de los Pueblos Nativos Americanos al gobierno estadounidense, a cambio de 7.000 dólares y una pequeña anualidad, acuerdos que para la mayoría de historiadores se trataron más bien de un soborno, pues se firmaron después de que los jefes mayores indígenas en Fort Wayne hubiesen ingerido grandes cantidades de licor por cortesía de Harrison.

Siguiendo al Gran Espíritu

«Blue Jacket»

Tecumseh se opuso al tratado, alarmándose por la venta masiva de tierras. Para más inri, muchos de los seguidores que lo acompañaban en su capital Prophetstown pertenecían a las tribus Piankeshaw, Kikapú y Wea, moradores tradicionales de aquellos terrenos vendidos de forma rastrera. Entonces, el caudillo indio recuperó una idea expuesta años atrás por el líder Shawnee Blue Jacket (o Weyapiersenwah) y por el líder Mohawk Joseph Brandt (o Thayendanegea): una de sus máximas era que ningún hombre blanco podía poseer la tierra, el mar o el aire, pues el Gran Espíritu se los había entregado libremente a todos ellos y ellos debían, por tanto, compartirlos también libremente, algo que no casaba con el ansia expansionista y la defensa de la propiedad privada de los estadounidenses blancos de origen europeo.

Profundamente contrariado, el caudillo nativo emplazó a Harrison (que veía en los movimientos del nativo la mayor amenaza para la seguridad de sus electores en Indiana) a un encuentro cara a cara. Con gran cautela, el estadounidense recibió a Tecumseh en su cuartel general en Vicennes en agosto de 1810. Durante tres días, el caudillo indio expuso a través de un intérprete expuso sus quejas a Harrison y su consejo. En aquella reunión discutieron acaloradamente, pero no se llegó a ningún acuerdo. Si es cierto lo que cuentan las crónicas, tras decirle al intérprete que Harrison era un mentiroso, Tecumseh blandió su tomahawk y el oficial yankee desenvainó su sable, aunque la sangre no llegó al río. Por el momento. Tecumseh advirtió a Harrison de que a menos que el tratado fuese revocado, se alinearía con los británicos.

Volverían a reunirse de nuevo unos meses después, en la mansión de Grouseland en Vicennes, donde parece que lo que el líder nativo buscaba era ganar tiempo, mientras que Harrison acabó de convencerse de que no le quedaría más remedio que luchar contra él y sus pieles rojas. No llegaron a ningún acuerdo. Pocos meses después, en marzo de 1811, cuentan las crónicas que un gran cometa surcó los cielos y su aparición fue aprovechada por Tecumseh (no olvidemos, «Estrella Fugaz») para anunciar en clave profética (hay que tener en cuenta la fuerza de la superstición y el animismo en aquellos tiempos, principalmente entre los nativos) que había llegado el momento de luchar. No obstante, el caudillo indio causó una gran impresión en el político blanco, que señaló que este tenía aptitudes para ser emperador.

La ofensiva del coronel Harrison

Llegó el momento de reclutar más hombres y Tecumseh marchó hacia los extensos territorios del sur dominados por los creeks y los cheerokee; aquella ausencia fue aprovechada por el coronel Harrison para remontar el río Wabash con una fuerza de 1.000 hombres y arribaron a las puertas de Prophetstown a comienzos del mes de noviembre de 1811. Mientras esperaban para negociar in extremis la rendición de los nativos, los estadounidenses acamparon en las afueran del poblado y la madrugada del jueves 7 de noviembre fueron atacados por guerreros de la Confederación India. Sin embargo, los hombres de Harrison mantuvieron las posiciones en la que sería conocida como batalla de Tippecanoe y obligaron a los indios a retirarse, entrando posteriormente en Prophetstown.

Tenskwatawa

Como acostumbraban a hacer los colonos –enfurecidos además por el ataque furtivo–, destruyeron los cultivos de los alrededores e incendiaron el poblado. Aprovechando la ausencia del líder, dispersaron a los seguidores de Tecumseh en frenando el impulso de la Confederación Nativa al neutralizar su centro neurálgico y su capital «mágica».

Casacas Rojas

Brock

Cuando estalló la guerra de 1812, finalmente Tecumseh se alió con los casacas rojas para detener la expansión estadounidense, realizando junto al mayor general Isaac Brock, que comandaba las fuerzas coloniales británicas, una gran ofensiva contra los estadounidenses, donde hicieron uso también de técnicas de guerra psicológica para reforzar el efecto de sus tropas, menores en número.

Aunque lograron ciertos éxitos (Tecumseh dirigió un exitoso asedio contra Fort Detroit, la actual Michigan), Bock fue derribado por una bala en la batalla de Queenston Heights y el oficial que lo reemplazó, el general Proctor, no respetaba a Tecumseh y sus hombres, tildándolos de salvajes e indisciplinados. Una historia (no sabemos si apócrifa, pero casa con el carácter justo de nuestro protagonista) cuenta que durante un traslado, varios prisioneros estadounidenses, que estaban bajo la protección de Proctor, fueron torturados y asesinados. Tecumseh, profundamente contrariado, afirmó que el oficial británico no era apto para el mando. Y finalmente sería la cobardía de Proctor lo que conduciría al líder nativo a un trágico final.

En 1813 una serie de derrotas, debidas en parte a la ineptitud del oficial, provocaron que Proctor se retirase a territorio canadiense, pensando que los hombres de Harrison no realizarían una ofensiva invernal. Se equivocó de pleno, y los estadounidenses presionaron en la retaguardia de las tropas inglesas en retirada. A finales de ese año, finalmente, el 5 de octubre de 1813, los británicos abandonaron a Tecumseh en medio de la batalla del Támesis. En la escaramuza que siguió a la huida de los casacas rojas, el líder nativo fue finalmente abatido.

Se atribuyó su muerte al coronel Richard M. Johnson que acabaría siendo nada menos que vicepresidente de los Estados Unidos (el presidente sería Harrison) en parte gracia a la fama cosechada con la eliminación de «Estrella Fugaz». Al difundirse la noticia de la muerte de Tecumseh, de su gran líder, las fuerzas nativas, diseminadas, acabaron por rendirse, poniendo fin al sueño de un movimiento panindio frente a los colonos. El nombre de Tecumseh se convirtió en leyenda, protagonizando poemas y canciones, pero en apenas unas décadas los indígenas que vivían al este del Misisipi fueron expulsados de sus tierras por distintos tratados siguiendo el Sendero de las Lágrimas (Trail of Tears). Los restos de Tecumseh fueron arrojado a una fosa común, final indigno para cualquier ser humano, más para un hombre de su entidad. Aquello alimentó toda suerte de leyendas, entre otras, que realmente no había fallecido. El mito del hombre redivivo aplicado a los grandes líderes históricos.

PARA SABER MÁS:

El citado ensayo que ha publicado en castellano, en una fabulosa edición, Desperta Ferro: Tecumseh y el Profeta. Los hermanos shawnees que desariaron a Estados Unidos, del historiador estadounidense y funcionario retirado del Servicio Exterior de Estados Unidos Peter Cozzens, del que la misma editorial ya publicó con enorme éxito su trabajo La Tierra Llora, la amarga historia de las guerras indias por la conquista del Oeste, que ya va por su sexta edición.

El libro de Tecumseh, ganador en 2021 del premio Spur de la Western Writers of America a la mejor biografía, aúna la profunda investigación de la sociedad y costumbres indígenas del autor con una prosa subyugante, para abrir una ventana a un mundo borrado de los libros de historia, pero que vuelve a vibrar en estas páginas. Una obra equilibrada y objetiva, que no idealiza al «buen salvaje» pero que empatiza con la resistencia de unas gentes cuyo universo desaparecía a pasos agigantados, decididos a mantener su independencia y su forma de vida ante el arrollador empuje de una joven nación, los Estados Unidos, que echaba los dientes de la modernidad. Un turbulento mundo de frontera, de tramperos y emboscadas en la espesura, de mosquetes, tomahawks y captura de cabelleras, al que Cozzens nos traslada en una narración con aliento de novela de aventuras, demostrando, otra vez, que escribir historia no está reñido con escribir bien y con gancho.