El legendario conquistador mongol falleció en 1227 y durante siglos, como sucede con los grandes personajes históricos de la antigüedad, su biografía –y muerte– están envueltas en brumas documentales, circulando numerosas leyendas sobre cuál fue su verdadero final. Una reciente investigación científica señala que pudo morir a causa de una enfermedad pandémica. Ahora que Ático de los Libros publica la que puede ser la biografía definitiva de Gengis Kan, de Jack Weatherford, indagamos en los últimos momentos de uno de los grandes conquistadores del pasado.
Por Óscar Herradón ©

Una de esas leyendas afirma que Kan se desangró tras ser acuchillado o castrado por una princesa tangut, una etnia histórica asentada al sur de la Mongolia Interior, en el punto final de la Ruta de la Seda, hoy en el noreste de la actual República Popular China y que sufrió como tantos otros el azote de las hordas del mongol.
Pero hay un sinfín de hipótesis, desde que murió por las heridas sufridas tras caerse de su caballo (recordemos que el emperador Federico I Barbarroja se ahogó tras caer de su pura sangre camino a Tierra Santa, apenas unos años antes de la muerte del mongol, en 1190, todo un varapalo para la imagen propagandística del rey como elegido de dios para guiar a los hombres), a causa de una flecha envenenada o en el campo de batalla durante un enfrentamiento directo con un ejército chino.
Igual que sucediera con otros personajes históricos de gran calado, es muy posible que su vida y muerte se hallan mitificado. Una investigación muy reciente (de 2021) realizada por expertos de la Universidad de Adelaida, en Australia, y publicada por la revista International Journal of Infectious Diseases, propone que Gengis Kan realmente murió a causa de una enfermedad pandémica que asoló a la humanidad en el siglo XIII como hoy, en pleno siglo XXI, lo ha hecho el maldito Covid-19, causando ya más de seis millones de muertos en un siglo de mayor salubridad, avances científicos y sanitarios que en tiempos medievales se habrían considerado poco menos que brujería.
Kan pudo haber sido víctima de la peste bubónica, el escenario, según los investigadores australianos, más probable. El creador del imperio mongol comenzó a sentirse mal y con fiebre entre el 18 y el 25 de agosto de aquel 1227, durante el asedio a la capital de Xi Xia (Imperio tangut). Al menos eso es lo que cuenta La Historia de Yuan, una de las 24 historias del pasado de China. Ocho días después de la aparición de los primeros síntomas febriles, pasó a mejor vida. El tiempo transcurrido y la forma ha llevado a tal hipótesis, con muchos visos de ser definitiva.
Tras las huellas de su sepultura
Y el misterio sobre su muerte está indisolublemente ligado a otro de los grandes enigmas que rodean la figura del mongol (como en el caso de Alejando Magno o Cleopatra): el lugar exacto donde se encuentra su tumba. Distintas historias aseguran que la tumba del mongol fue pisoteada por mil caballos con la finalidad de borrar cualquier rastro. También que los testigos y guerreros que le dieron sepultura fueron pasados a cuchillo para no revelar jamás el lugar exacto, algo similar a lo que sucedió –cuentan– con otra tumba perdida y muy buscada, la del emperador chino Qin Xi Huang, que murió en el año 210 a.C. y cuyo ejército de soldados de terracota, con los que fue sepultado, sí se hallaron, lo que brinda optimismo a los arqueólogos sobre el inminente descubrimiento de su tumba (a pesar del secretismo con el que las autoridades chinas llevan el asunto).
Hasta el momento, las expediciones arqueológicas para dar con la tumba de Kan han sido fallidas. Los autores del estudio de la Universidad de Adelaida concluyen que: «Si bien la ubicación exacta del lugar de enterramiento de Gengis Kan puede seguir siendo un misterio para siempre, una mirada más cercana a la probabilidad clínica y el contexto histórico-médico general de su campaña final puede ayudar a los estudiosos de su vida a arrojar luz sobre las circunstancias de su fallecimiento, así como a enfatizar la necesidad de tener en cuenta las enfermedades pandémicas como causas generales de la muerte de personalidades históricas en lugar de tratar de asumir causas de muerte particulares y excepcionales». Esa forma de morir, no obstante, es menos romántica (y por tanto atractiva) que a causa de una flecha envenenada, una ponzoña disimulada en un plato, una cuchillada a traición durante el sueño o la espada del enemigo en plena batalla.
PARA SABER ALGO (MUCHÍSIMO) MÁS:
Al margen de qué pasó en sus momentos finales, lo cierto es que la vida de Gengis Kan es apasionante. Personaje controvertido, marcado por las luces y las sombras (asesinatos, saqueos, esclavitud…), nadie puede dudar de su calado historiográfico: amasó un territorio dos veces mayor que el del Imperio romano, lo que es para echarse a temblar. Uniendo bajo su estandarte a distintas tribus mongolas (nómadas), enzarzadas en interminables y viejas guerras intestinas, Gengis Kan creó, partiendo casi desde cero, un imperio que abarcaría desde el Mediterráneo hasta el Pacífico y de Siberia al Himalaya.
Sus herederos le sumarían más conquistas: Rusia, el califato musulmán o China, a donde Kubilai –nada menos que protector de Marco Polo–, el último Gran Kan, trasladaría su capital antes del declive de aquella fuerza militar hasta entonces imparable. Y ahora Ático de los Libros acaba de publicar Gengis Kan y la creación del mundo moderno, de Jack Weatherford, ex profesor de antropología de DeWitt Wallace en el Macalester College de Minnesota que en 2006 fue galardonado con la Orden de la Estrella Polar, el mayor honor nacional de Mongolia para los extranjeros; probablemente el ensayo que se convierta en la biografía definitiva del conquistador medieval, a menos que se encuentre su tumba.
Y Weatherford, aunque de manera sucinta, también trata los últimos momentos del Gran Kan: afirma que unos días antes de su victoria final sobre los tangut, Gengis, que había sufrido de fiebre alta y aún así no quiso seguir los consejos de su esposa Yesui, se negó a volver a casa y continuó su avance hacia el reino tangut. Según la Historia secreta de los mongoles (confeccionada entre los siglos XIII y XIV) murió a finales de verano y, siguiendo al autor, «si bien describe con detalle todos los caballos que montó, enmudece a la hora de hablar de las circunstancias que rodearon la muerte del gran caudillo mongol».
Apunta también que otras fuentes sostienen que cuando murió, Yesui, su esposa tártara, preparó su cuerpo para que fuera enterrado sin ningún tipo de pompa ni boato, «con la misma sencillez que había caracterizado su vida». Al parecer, un grupo de asistentes se encargó de lavar y vestir el cadáver con una túnica blanca lisa, botas de fieltro y un sombrero, y luego lo envolvieron en una manta de fieltro cubierta de sándalo, la costosa madera aromática que repelía los insectos e impregnaba el cuerpo de una agradable fragancia, ocultando los efluvios de la corrupción, pues el Gran Kan, por muy venerado y notable que fuera, era un hombre de carne y hueso y no una deidad. Luego, ataron el ataúd en el que fueron depositados sus restos mortales con tres bandas doradas.
Al tercer día, una procesión partió rumbo a Mongolia con los restos del Gran Kan depositados en un sencillo carro. El séquito fúnebre iba encabezado por su estandarte del espíritu, seguido de una chamana y a continuación un caballo guarnecido con la montura y los estribos vacíos del gran caudillo mongol. El enigma de su final, por lo tanto, y de la ubicación de su tumba, permanecen vivos.
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