Hades y el oráculo de los muertos (II)

Fermín Bocos realiza un erudito, directo e irónico recorrido por algunos de los mitos y rituales más notorios del mundo clásico en su último libro, Zeus y familia. Dioses, templos y héroes, que ha publicado la editorial Ariel. Uno de los temas que trata es el de los oráculos, concretamente el de Éfira, que la tradición vincula con el Hades, el inframundo griego. Viajamos hasta allí para desvelar sus secretos.

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Los actos mágicos, las misteriosas oraciones y los relatos sugestivos sobre las almas de los difuntos que proferían los sacerdotes, convertían al consultante del oráculo, despojado de su voluntad según Philip Vandenberg, en un instrumento de los religiosos, lo que hacía que estuviera predispuesto a interpretar sueños y a ver apariciones que casi con seguridad eran inexistentes.

Tras varios días entre la vigilia y el sueño, en trance, se presentaba el sacerdote iluminado con una antorcha, semejante a una aparición, blanco como se creía era el alma de los muertos, murmurando en voz muy baja, casi imperceptible y pidiendo al visitante que le siguiera; le daba una piedra y le ordenaba que, una vez llegado al largo corredor, la arrojara hacia atrás en un gesto que alejaría de su persona todo mal. Piedras que han sido halladas por los arqueólogos en grandes cantidades y que demuestran la veracidad del relato. En un extremo del corredor se encontraba una habitación, aún más pequeña que la primera, donde el consultante proseguía con su interminable letargo.

Hades y Perséfone

Al final del corredor, a la derecha, se hallaba, según la leyenda, un laberinto que Dakaris efectivamenteencontró. Llegado a este punto, el consultante, que aún no había perdido por completo el sentido de la orientación, olvidaría por completo cuanto había dejado atrás. Diminutos cuartos que estaban cerrados con puertas guarnecidas de hierro que no se abrían hasta que la anterior no había sido cerrada, en medio de un ambiente asfixiante. Los sacerdotes habían avisado previamente al consultante de que, cuando hubiese atravesado el último umbral, hallaría bajo sus pies la hirviente morada del dios de los muertos, Hades, y de Perséfone, su esposa. Se hallaba ante el mismísimo reino de las sombras. Entonces, en el suelo se abría un agujero del tamaño de un sillar, donde el consultante debía verter la sangre de los animales sacrificados que llevaba consigo en un jarro. Las almas de los muertos debían beberla para recobrar su conciencia y así poder revelar el futuro a aquél que les había hecho una pregunta.

El «Hades» medía apenas 15 metros de largo y Sotiris Dakaris había conseguido sacarlo a la luz tras más de 2.000 años sin que ningún ser humano hubiese pisado su suelo sagrado. Aterrado, casi sumido en el delirio e incapaz de distinguir entre el sueño y la realidad, el consultante, tras verter la sangre del sacrificio, esperaba casi desvanecido el momento culmen: la aparición del «muerto» que estaba deseando ver y que le aportaría luz sobre su futuro. Ya habían pasado los veintinueve días de rigor, y los sacerdotes proyectaban, con el humo y las antorchas, siluetas fantasmagóricas en las paredes de la sala, mientras continuaban con su interminable cántico. De repente –siguiendo el trabajo de Philipp Vandenberg y lo recopilado por Dakaris–, se podían escuchar un gemido y un crujido, mientras sonidos inhumanos llenaban la estancia.

Entidades de ultratumba

En el extremo opuesto colgaba del techo un enorme caldero de cuyo borde sobresalía una mano… después podía verse otra y por último la cabeza, un rostro pálido y una figura extrañamente inhumana que acababa manteniéndose de pie dentro del recipiente. Para el consultante no podía ser otro que el difunto. La aparición comenzaba a moverse y hablaba con palabras mesuradas, mientras una balaustrada impedía al visitante acercarse más a la aparición. Una vez dada la respuesta –que no siempre se ajustaba a los deseos del que realizaba la pregunta- se escuchaba un gran estruendo y el caldero volvía a ponerse en marcha, se elevaba hacia el techo y desaparecía en medio de una densa nube de humo, mientas el canto monótono de los sacerdotes se iba extinguiendo, las antorchas se apagaban y la estancia quedaba en completo silencio.

Entonces, el visitante era cogido del brazo y trasladado a lo largo de las pequeñas estancias y los corredores citados hasta un pequeño cuarto destinado al último tratamiento al que debía ser sometido y donde era expuesto a los procesos de purificación obligatorios después de haber «contactado» con los muertos. Para Dakaris, todo era real, incluso la aparición, pero se debía a una ingeniosa escenificación de los sacerdotes del oráculo, un papel que es posible que interpretaran los mismos religiosos, temerosos de que un actor pudiera delatar el fraude. Durante el tiempo que el consultante permanecía incomunicado y en trance, los sacerdotes parece ser que obtenían del mismo, sutilmente, la información precisa para que después el alma de los «difuntos» pudiera darle una respuesta adecuada a sus inquietudes. Toda una puesta en escena ancestral.

BIBLIOGRAFÍA:

DAKARIS, Sotirios: Dodona (en inglés) 1993.

VANDENBERG, Philipp: El Secreto de los Oráculos. Destino, 1991.

Imágenes: Wikimedia Commons. Free License

PARA SABER MÁS:

En Zeus y familia. Dioses, héroes y templos, el veterano escritor y periodista Fermín Bocos (que en Viaje a las puertas del infierno, también publicado por Ariel, se sumergió en los insondables secretos del Hades y los oráculos de la antigüedad) nos presenta esta historia y muchas otras en una obra que rezuma amor por la historia, la filosofía y el arte, y que lanza puentes con el presente «para dejar constancia de la influyente vigencia que la producción intelectual de griegos y romanos tiene hoy en día». Un sucinto muestrario de divinidades olímpicas y de otras entidades de la Antigüedad; un recorrido subjetivo, divertido y culto a la vez que contribuye a desvelar parte de los misterios de nuestro pasado fundacional.

Nazis tras las huellas de la Atlántida (2)

Una de las mayores obsesiones de algunos líderes nazis, principalmente de Heinrich Himmler, fue hallar pruebas de la existencia de un continente o una isla perdida que corroborara la delirante teoría de que la raza aria tenía un origen divino que la convertía en superior al resto de los mortales. Una suerte de patria ancestral de semidioses y superhombres de la que partían los ancestros nazis. Varios guardias negros fueron tras su pista y también dejaron numerosos secretos en otras islas malditas…

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Heinrich Himmler, con Wewelsburg al fondo

Himmler entendía que la teoría de la «Cosmogonía Glacial» de Hans Hörbiger y sus grandes cataclismos (una hipótesis pseudocientífica desprestigiada por el mundo académico) avalaba la suposición de que la Atlántida habría poseído una gran cultura antes de su caída tras una gran catástrofe cósmica. El mismo Rosenberg señalaría la posibilidad de que la Atlántida hubiera sido un centro cultural nórdico, patria de una raza primigenia creadora de una gran cultura ubicada en lugares «en los que hoy se agitan las olas del océano Atlántico y que son atravesados por gigantescas montañas de hielo». Además, pensaba que Islandia podría ser un vestigio del continente perdido –relacionado a su vez con la isla de Thule–, y Wirth buscaría la tierra nórdica de Adland –la Atlántida de los griegos– precisamente al sudoeste de Islandia, a pesar de que todos los indicios científicos desmentían tan enrevesadas hipótesis.

Helgoland, la Atlántida nazi                                  

Sin embargo, Himmler, a la hora de ubicar el continente mítico platónico –al igual que el propagandista völkisch Heinrich Pudor–, tenía preferencia por la isla alemana de Heligoland –Helgoland en lengua teutona–, situada al sudeste del Mar del Norte. Para él la Atlántida, claro, no podía ser sino alemana, y enviaría a miembros de su Ahnenerbe al lugar con la intención de que realizaran mediciones topográficas y buscaran fuentes curativas, devoto como era de las terapias alternativas.

Helgoland
Spanuth

Himmler seguía las teorías sobre Helgoland del pastor luterano Jürgen Spanuth. Éste, poderosamente atraído por las tradiciones populares del lugar, postuló que en el territorio isleño de Jutlandia quedaban vestigios de un antiguo culto solar y que Helgoland era la capital de los atlantes, que se había sumergido tras la subida del mar a causa del deshielo. Según afirmaba, la zona conocida por los pesadores locales como fondo rocoso coincidiría con el antiguo emplazamiento de los palacios y edificios, y el fondo no serían sino vestigios de sus ruinas. Otros estudiosos apuntaban que la isla era el principal lugar de culto del dios noruego Forseti, al que varios arqueólogos vinculan con el dios griego de los mares, Poseidón. El Reichsführer pensaba enviar una expedición submarina a los alrededores de Helgoland pero el estallido de la guerra y más tarde la derrota del Tercer Reich harían inviable tal misión, como tantas otras de su instituto pseudocientífico.

Camino de la fuente primordial

¿Y dónde creyó Herman Wirth haber encontrado esa escritura sagrada que, descifrada, serviría para sentar nada menos que las bases de una nueva y poderosa Alemania? Pues no muy lejos de la tierra que lo vio nacer, en la provincia de Frisia, en la costa septentrional de los Países Bajos. El estudioso creyó descubrir los vestigios de un antiguo jeroglífico septentrional disimulado en unas pequeñas y antiguas esculturas de madera que estaban talladas con diversas formas y decoraban el hastial de muchas granjas frisonas.

El presidente de la Ahnenerbe creía que el significado de ese «antiguo sistema de escritura ario» se había perdido con el tiempo, un sistema que creía origen de todos los alfabetos conocidos, desafiando con dichos postulados a toda la comunidad científica en general y a los lingüistas en particular. También sus conocimientos geológicos para hallar esa «Atlántida» perdida dejaban mucho que desear y obviaban algunos de los últimos descubrimientos sobre el fondo oceánico.

Su objetivo se hallaba en el Ártico, lo que creía que había sido «un maravilloso y mágico jardín». A pesar de su edad, más de 50 años, se sentía preparado para ponerse en marcha. Como otros investigadores nacionalistas, estaba seguro de los remotos orígenes septentrionales de la raza nórdica. En otoño de 1935, el académico viajó junto a otro oficial de las SS, Wilhelm Kottenrodt, hasta la remota región de Bohuslän –Bausa–, en la costa oeste de Suecia, donde se hallaban imponentes esculturas de la Edad de Bronce. Durante su viaje por la zona y otras regiones del país, tomaron muestras de escayola de esas asombrosas esculturas, entre ellas el molde de una antigua esvástica. En febrero de 1936 Herman, ya Untersturmführer de las SS, intentaba convencer a Himmler de la necesidad de regresar a la región para recabar más pruebas de sus estrambóticas teorías, esta vez en un viaje financiado por la Ahnenerbe. El Reichsführer le autorizó a que organizara y se pusiese a la cabeza de una expedición a Escandinavia que partiría en julio de ese año y que prepararía con el fanático director del Instituto, el guardia negro Wolfram von Sievers.

El siniestro Wolfram von Sievers

Reunido ya el equipo, el propio estudioso, un cámara de la Orden Negra, Helmut Bousset y otras cinco personas –entre ellas el escultor Wilhelm Kottenrodt–, partieron hacia las lejanas tierras nórdicas. Durante su complicado periplo por tierras boreales, sacaron gran cantidad de moldes de yeso de esculturas y tallas en distintos yacimientos. Después, partieron hacia la costa occidental de Noruega, rumbo a la pequeña isla Rodoya, a sólo unos cientos de kilómetros del Círculo Polar Ártico, donde se hallaba un desconcertante relieve al que calculaban unos 4.000 años de antigüedad. De nuevo una isla ocultando un gran misterio… ¿nazi?

Los ambiciosos planes, sin embargo, se frustraron de repente. Mientras la expedición aún se encontraba en Noruega, el propio Adolf Hitler comentó en un mitin en Núremberg: «Nosotros no tenemos nada que ver con esos elementos que solo entienden el nacionalsocialismo en términos de habladurías  y sagas, y que, en consecuencia, lo confunden demasiado fácilmente con vagas frases nórdicas y que ahora están iniciando su investigación basándose en motivos de un mística cultura atlante (…)». El líder nazi se estaba refiriendo claramente a Wirth. A pesar de que Himmler continuaría con sus investigaciones, no podía obviar las palabras del Führer respecto al folclorista. Así que no le quedó más remedio que cesarle en el cargo antes de que regresara de Noruega. A su vuelta, el historiador supo que el nuevo presidente de la Ahnenerbe era el doctor Walter Wüst, quien ocupó el nuevo cargo el 1 de febrero de 1937.

Wirth no encontró pruebas definitivas sobre la «existencia» de un continente perdido o un alfabeto ario ancestral, pero otras expediciones se preparaban para hallar pruebas que corroboraran al Reichsführer su teoría sobre la divinidad de la raza aria y apoyaran las teorías supremacistas y eugenésicas del Partido Nazi. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, muchas de las expediciones programadas por la Ahnenerbe tuvieron que cancelarse y Himmler hubo de enfocar sus esfuerzos a la maquinaria bélica. La Atlántida y los poderes telepáticos de los arios primigenios volvían a formar parte del universo de la leyenda, de donde nunca debían de haber salido.

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

Para descubrir qué hay detrás de la búsqueda de esos «continentes perdidos» y los muchos eruditos que postularon su existencia, nada mejor que sumergirse en las páginas de una de las últimas novedades de mi preciada La Esfera de los Libros, un libro cargado de anécdotas y de lectura absorbente: Colega, ¿dónde está mi urbe? La Atlántida y otras ciudades perdidas en la historia y el tiempo, del joven divulgador Andoni Garrido, célebre por el canal de YouTube «Pero eso es otra historia», donde recoge casi 40 leyendas sobre este asunto: desde la citada Atlántida que obsesionó a los teósofos y a los ariosofistas y más tarde a algunos nazis a El Dorado, cuya búsqueda costaría la vida a más de uno y a más de dos, pasando por Lemuria, Hiperbórea, Shambhala, Yamatai, Cíbola o Aztlán, entre otras. La intención: descubrir qué hay de verdad y qué de mentiras tras todas estas historias y buscar un posible origen para estos mitos que se encuentran en numerosas culturas, algunas con milenios de antigüedad. He aquí la forma de adquirirlo:

http://www.esferalibros.com/libro/colega-donde-esta-mi-urbe/

Sobre la Ahnenerbe, existen varios libros interesante, el más reciente editado por Espasa y escrito por el periodista Eric Frattini: Los científicos de Hitler. Historia de la Ahnenerbe. Edificado por Himmler, fue un departamento de las SS creado por Himmler bajo este nombre que en alemán significa «Sociedad de estudios para la historia antigua del espíritu». Tenía tres objetivos: investigar el alcance territorial y el espíritu de la raza ario-germánica; rescatar y restituir las tradiciones alemanas –que para el Reichsführer habían sido aniquiladas por el cristianismo, y por soberanos como Carlomagno, a quien odiaba profundamente–, y difundir la cultura tradicional alemana (mucha creada ex profeso por los investigadores afectos al régimen) entre la población en general.

Los trabajos más importantes sobre la institución y el papel de Himmler en el entramado místico del Tercer Reich son El Plan Maestro: arqueología fantástica al servicio del régimen nazi, de Heather Pringle (publicado en castellano por Debate en 2007) y Das «Ahnenerbe» der SS (1935-1945), del historiador alemán Michael H. Kater, publicado hasta el momento únicamente en lengua germana.

En mi trabajo La Orden Negra. El Ejército Pagano del Tercer Reich (Edaf, 2011) también dediqué un amplio espacio a la Sociedad Herencia Ancestral y a los delirios místicos del líder de las SS. En relación con la magia y el ocultismo, y cómo el Reichsführer-SS reclutó al astrólogo Wilhelm Wulff para que trazase horóscopos de los enemigos del Reich cuando éste comenzaba a claudicar en en la contienda, podéis consultar mi libro Los Magos de la Guerra. Ocultismo y espionaje en el Tercer Reich, editado por Libros Cúpula (Grupo Planeta) en 2014.