La Doncella de Orleans: un nuevo enfoque

La historia de Juana de Arco se ha contado infinidad de veces, muchas de ellas de forma incompleta, sectaria, dando pábulo a leyendas y rumores frente a las fuentes históricas o con una marcada falta de sentido crítico, principalmente entre aquellos que pretendían restituir su figura y reconvertirla en «santa», los mismos que no titubearon a la hora de quemarla en la hoguera por «hereje». Un nuevo trabajo de la medievalista británica Helen Castor, que publica Ático de los Libros, clarifica su figura a nivel historiográfico como nunca antes.

Óscar Herradón ©

Y aunque hay notables y exhaustivos trabajos sobre su esquiva figura, muchos ya han quedado algo anticuados y sobrepasados por el hallazgo de nuevas fuentes documentales. En ese sentido, el libro sobre la vida y época de la Doncella de Orleans que firma la medievalista británica Helen Castor y que acaba de publicar en castellano en una fabulosa edición Ático de los Libros, puede que sea la biografía definitiva, al menos de nuestro tiempo, sobre Juana, un análisis riguroso, crítico, sobre su auge, caída en desgracia y rehabilitación posterior. Acompañado además del estilo dinámico y de gran tensión narrativa que caracteriza a la autora, responsable de otro título emblemático que en 2020 publicó también Ático de los Libros: Lobas. Las vidas de cuatro grandes reinas medievales y origen de una serie documental.

Y lo más importante de la monografía: que Castor desvela la verdad tras el mito que viste desde hace siglos la figura de la Doncella de Orleans, un mito largamente labrado y reimpulsado durante el Romanticismo. La medievalista se ha sumergido durante años en el personaje histórico y en la sociedad que lo vio nacer para atravesar su leyenda y centrarse en su figura sin aditamentos. El resultado es una obra que aporta sorprendentes revelaciones sobre Juana de Arco, entre otras, que ni fue una combatiente letal ni tuvo una extensa carrera militar (su edad y su apresamiento fueron probablemente las culpables) más allá de los grandes logros del levantamiento del sitio de Orleans y la importante victoria en la batalla de Patay que harían posible la coronación de Carlos el Bien Servido.

Coronación de Carlos VII.

Carlos VII de Francia era un rey supersticioso, fruto de una época de fuertes contrastes, y en 1429 creyó a Juana sin dudar cuando ésta le recitó la oración que el monarca decía diariamente (¿pudo alguien del estrecho círculo del mandatario filtrar dicha información previamente a la joven?). No debemos olvidar que la política (vestida de fe y devoción) lo impregnaba todo, también su trágico final. Pero el otrora delfín francés también era un personaje crédulo y de temperamento endeble, así que cuando apresaron a su mayor valedora no dio ningún paso «oficial» por rescatarla –a pesar de los intentos de sus hombres por liberarla– y puso sus esperanzas en otro salvador de corte místico, igualmente de extracción humilde, un joven pastor al que los ingleses no tardaron en capturar, como a Juana, y al que ahogaron en el Sena.

Carlos VII

Puesto que estaba en juego la santidad de su causa y también la hegemonía de la Iglesia, en la que ningún soberano se podía inmiscuir (lo haría un siglo más tarde el monarca inglés Enrique VIII, provocando nada menos que el cisma de Inglaterra), Carlos VII no la apoyaría en su juicio, a pesar de los intentos de sus hombres de liberarla, entre ellos el mariscal de Francia, Gilles de Rais.

De la gloria militar al calabozo

Jean de Ligny

Jeannette Darc fue capturada el 23 de mayo de 1430, cuando intentaba levantar el sitio de Compiègne, una ciudad sometida por el bastardo de Vendôme, un caballero al servicio de Jean de Ligny (Juan II de Luxemburgo-Ligny). Tres días después de su captura, el fraile Martin Billorin, inquisidor general de Francia, pidió que se le aplicase a Juana la jurisdicción inquisitorial por ser «persona sospechosa de diversos errores que huelen a herejía». Su destino estaba echado: el 14 de julio, Pierre Cauchon, obispo de Beauvais y a la sazón un francés renegado que trabajaba para los ingleses, reclamó para la doncella la jurisdicción episcopal para juzgarla como «sospechosa de hechicería y de invocar demonios». Encerrada en Ruan, el ejército francés intentó liberarla en reiteradas ocasiones sin éxito.

Juana de Arco (1903) por Albert Lynch (Fuente: Wikipedia. Free License).
Pierre Cauchon

En un sombrío calabozo permaneció más de un año antes de ser sometida al juicio de un tribunal eclesiástico. Beauvais nombró finalmente a un tribunal formado enteramente por clérigos leales a la causa inglesa (poniendo en evidencia, una vez más, que no eran los mandatos divinos sino los intereses creados de los hombres los que decidían) que la juzgó sin apenas pruebas desde el 21 de febrero de 1431; y la acusó, entre otras lindezas, de «herejía, abandono del hogar y travestismo», este último (al que recurrieron por su uso continuado de ropa de soldado y el pelo corto durante las campañas) se castigaba entonces con la pena capital. Según las prescripciones del Deuteronomio, una mujer no debía vestir con ropa de hombre ya que se trataba de «una abominación de Dios».

Ella misma explicó durante el proceso que se vestía así debido a la posibilidad muy real de que fuese violada al dormir y convivir con la soldadesca, todos hombres sometidos en ocasiones, en campaña, a largos periodos de abstinencia carnal. Afirmaba que aquellos ropajes eran mucho más difíciles de arrancar que las vestimentas de mujer. Y no estaba desencaminada: con los años se supo también que precisamente en la prisión de Ruan la joven sufriría varios intentos de violación de varios guardias e incluso de un noble que acudió a visitarla. Espeluznante.

Juana de Arco (1879), por Jules Bastien-Lepage.

Lo más increíble, según evidencia Castor en su relato, es comprender cómo en una sociedad tan supersticiosa, temerosa de Dios y dominada sin contemplaciones por el patriarcado, donde las mujeres (y más de las capas sociales más bajas) apenas tenían voz, se escucharon las prerrogativas de Juana de Arco hasta el punto de convertirla en líder de las tropas que luchaban contra los ingleses en aquel tiempo de sangre y fuego. El juicio al que la sometieron ingleses y borgoñones tuvo un carácter claramente político destinado a desacreditar sus logros (y por ende los del propio delfín coronado como Carlos VII en Reims), incidiendo en que, si se trataba de una «bruja», el soberano debía su corona, por tanto, a la brujería.

Una joven completamente sola, sin una gran instrucción, que además no contó con defensa alguna en un juicio claramente ilegal (del que me ocuparé más detalladamente en un próximo post) que pretendía servir de escarmiento a los enemigos de los ingleses. Todo se arregló como una gigantesca farsa sin posibilidad de exculpación alguna y acabaría con su veredicto de culpabilidad y su quema en la hoguera el 30 de mayo de 1431 en Ruan, con tan solo 19 años.

Un enfoque novedoso

Castor no sigue al pie de la letra, ni mucho menos, los cánones biográficos, sino que intenta (y lo consigue) reconstruir minuciosamente la Francia en la que le tocó vivir a Juana y los pasos rigurosamente históricos que siguió esta sorprendente mujer del medievo (siempre que ha sido posible). Castor, especializada en la Inglaterra medieval, profesora y miembro del Sidney Sussex College de la Universidad de Cambridge, así como miembro de la Real Sociedad de Literatura, revive la corta pero intensa vida de esta mujer extraordinaria que contravino las normas sociales de su época a partir del relato de testigos contemporáneos, enemigos y compañeros de armas. También sobre la ingente documentación existente sobre su causa: cartas, crónicas, poemas, tratados, libros de cuentas y las actas de su juicio por herejía en 1431 y las del llamado «juicio de anulación» que los franceses celebraron un cuarto de siglo después para rehabilitar su memoria.

Actas del juicio de anulación.

No obstante, la británica no se circunscribe en exclusiva a la documentación escrita y escarba entre líneas, buscando contradicciones y distorsiones entre los testimonios para traernos a la Juana de Arco más cercana posible a la realidad histórica. Algo que evoca una quimera, como la propia autora señala al final de tan exuberante monografía: «Juana todavía espera a ser descubierta. Si leemos los documentos excepcionales que dejan constancia de una vida totalmente extraordinaria con el conocimiento de cómo llegaron a redactarse, nos sumergimos en su mundo, un universo refinado, brutal y de una incertidumbre terrorífica en el que nada es seguro salvo la fuerza suprema de la voluntad de Dios; y entonces, tal vez, podemos comenzar a comprender a Juana: lo que creía que estaba haciendo; por qué quienes la rodeaban reaccionaron como lo hicieron; cómo aprovechó ella la oportunidad, con un resultado milagroso, y qué ocurrió, al final, cuando los milagros dejaron de producirse».

Las voces del arcángel Miguel, santa Catalina y santa Margarita encomendaron a Juana la noble misión divina de ayudar al delfín, hijo de Carlos «el Loco», a hacerse con la corona francesa en el marco de la mal llamada Guerra de los Cien Años (que en realidad duró 116), devolver al enemigo inglés al mar y derrotar a los traidores borgoñones, pero no le advirtieron del trágico destino que le esperaba en el tribunal de los hombres, más implacable que el celestial, por partir de su Domrémy natal a empuñar las armas por una causa que finalmente no se demostraría tan noble (al margen de ella).

Portada del libro Lobas, de Helen Castor (Ático de los Libros 2020).

Juana de Arco fue un nombre tomado del primer apellido de su padre y que ella nunca utilizó: se refería a sí misma como «Jeanne la Pucelle» (Juana la Doncella), para enfatizar su carácter de sierva elegida por Dios y su proximidad a la Virgen. En palabras de Castor, que desmitifica muchos de los lugares comunes atribuidos al personaje, Juana «es una gran estrella en el firmamento de la historia».

He aquí el enlace para adquirir este portentoso título:

Gilles de Rais. El mariscal del Diablo (parte II)

Quien se convertiría en uno de los asesinos en serie más atroces de la historia bajo el sobrenombre de «Barbazul», nació en la Torre Negra del castillo de Champtocé, en Bretaña, o quizá en el castillo de Machecoul, el año 1404. Era el heredero de una de las más importantes familias de Francia, dueña de grandes extensiones de tierras e innumerables títulos nobiliarios. Feroz guerrero, luchó mano a mano con la Doncella de Orleans, Juana de Arco, en varias batallas de la Guerra de los Cien Años y gracias a su posición privilegiada, se convertiría nada menos que en Mariscal de Francia. Hasta que sembró los campos galos con sangre de innumerables víctimas.

Óscar Herradón ©

Gilles de Rais, por Valentin Foulquier (1862) (Fuente: Wikipedia)

Tras la ejecución de Juana, el 30 de mayo de 1431, Gilles de Rais se retiró a sus dominios y se entregó a una orgía de sangre que no tuvo parangón hasta su muerte. El 15 de noviembre de 1432 falleció su abuelo, la única persona capaz de controlar sus impulsos homicidas –aunque en cierta forma, el responsable también de impulsarlos–. A partir de entonces el mariscal se entregó por completo a sus depravados deseos.

Aunque en el posterior juicio contra su persona se descubriría que Gilles había cometido ya varios crímenes con anterioridad a 1431, fue tras aquella fatídica fecha cuando dio rienda suelta a su sadismo. Rodeado de una camarilla de fieles –y quizá atemorizados– servidores, se dedicó por entero a raptar a niños y niñas de corta edad –de entre 8 y 12 años normalmente– a los que vejó y arrebató la vida de forma salvaje. Fieles al señor de Laval fueron sus primos Roger de Bricqueville –su ayudante más fiel– y Gilles de Sillé, quien asumió en un comienzo el secuestro de los infantes que servirían para los denigrantes festejos de su amo. En un segundo grupo se encontraban Henriet Griart y Étienne Corillaut –Poitou–, que habían entrado al servicio de Gilles como criados cuando aún era un adolescente, y la siniestra Perrine Martin, alias «La Meffraye» –así se conocía entre el pueblo a esta proveedora de carne en alusión al nombre de un ave de presa–, una despiadada mujer que secuestró a no pocos inocentes para obtener el favor de su señor.

Durante aquellos años de penumbra, el señor De Rais dilapidó su fortuna en constantes festejos y orgías que nada tenían que envidiar a las de sus emulados emperadores romanos. En 1434, como homenaje a su inolvidable Doncella de Orleans, realizó el montaje teatral más espectacular que había contemplado Europa hasta entonces: El misterio del sitio de Orleans, que se estrenó en dicha ciudad en primavera de 1435. Fue el último gesto honorable de su vida.

Juana de Arco en armadura ante Orleans, de Jules Èugene Lenepveu (Fuente: Wikipedia)

Gilles cometió la mayoría de sus crímenes en los castillos de Tiffauges, Champtocé –donde comenzó su carrera criminal–, Machecoul y en la casa de la Suze, en Nantes, entre 1432 y 1437. Se estima que a lo largo de una década desaparecieron en la región dominada por el varón de Laval alrededor de mil niños y niñas, de los que una buena parte, sin duda, fueron víctimas del todopoderoso mariscal y sus secuaces. No existen cifras exactas sobre el número de crímenes que cometió, aunque en el sumario del juicio contra su persona se contabilizaron unos 200 crímenes. Parece ser que su primera víctima –si exceptuamos a Antoine– fue un aprendiz de curtidor de 12 años, que fue engañado por Guillaume de Sillé.

El grupo de lacayos raptaba a los niños unas veces con engaños a sus padres –entrar a servir a un gran señor en tiempos de guerra y hambruna era un privilegio–, y otras simplemente haciendo uso de la fuerza. Una vez en el castillo, los criados vestían al pequeño con ropajes de lujo, prometiéndole todo tipo de regalos si se portaba bien, invitándole a un banquete y dándole de beber, según recogen las actas judiciales, vino con especias. Gilles se excitaba viendo cómo sus sirvientes abusaban sexualmente del pequeño o pequeña, y frotaba posteriormente su sexo contra ellos, hasta acabar violándolos. Cuando los desdichados gimoteaban o chillaban el mariscal ordenaba colgarlos del cuello, para acallarlos y violarlos, una vez más, en esta terrible postura. A continuación solía rajar su vientre y eyacular, excitado únicamente ante la visión de sus vísceras en el suelo de la estancia. En otras ocasiones, se sentaba sobre el pecho de los inocentes muchachos tras cortarles el cuello, para disfrutar de su agonía mientras se desangraban. Tan solo la visión de su indescriptible sufrimiento, el pánico de sus miradas, la sangre y finalmente la ausencia de vida lograban excitar al despiadado mariscal, también necrófilo.

Después de realizar su brutal carnicería, Gilles ordenaba a sus sirvientes que metieran los cadáveres en sacos e hicieran desaparecer los restos. Montones de cráneos y huesos se amontonaban en los calabozos de sus propiedades en medio de un olor pestilente solo comparable al del castillo de Csejte, donde la siniestra condesa húngara Elizabeth Bathory, un siglo después, se entregaría a una carnicería igual o más brutal que la del egregio francés.

Satanismo y experimentos alquímicos

La orgía de sangre adquirió tintes satánicos cuando Gilles hizo venir de Florencia en 1437 a un alquimista a instancias del corrupto sacerdote Eustache Blanchet, quien probablemente desconocía los crímenes del mariscal. El iniciado era un joven de 22 años, de nombre Francesco Prelati, quien convenció a De Rais de la necesidad de realizar experimentos alquímicos para obtener la tan ansiada transmutación de los metales que devolviera la riqueza perdida al señor de Laval, construyendo laboratorios dedicados expresamente a ello en sus dependencias. Fue entonces cuando entró en juego un demonio de nombre Barron quien, según Prelati, le otorgaría un gran poder si realizaba sacrificios en su nombre –algo que el italiano desmentiría en el proceso–. Al parecer lo habían invocado en el gran salón del castillo de Tiffauges, dibujando un gran círculo de cinco puntas en el suelo y reproduciendo conjuros recogidos en un gran volumen con páginas escritas en rojo. Fue entonces cuando Gilles realizó el obligado «pacto con el Diablo» que le otorgaría el poder absoluto. No fue la única vez que De Rais bailó a los compases del Maligno, pues en una ocasión Blanchet le había presentado a un nigromante, de nombre Rivière que, armado con un escudo y una espada, llevó al grupo a un claro del bosque con intención de «ir en busca de Satán». Fue una estratagema por la que el antaño glorioso militar perdió una suculenta cantidad de dinero.

Castillo de Tiffauges (Fuente: Wikipedia)

Al parecer, en la ceremonia orquestada por Prelati, el demoníaco Barron no hizo acto de presencia, aunque una terrible tormenta se abatió sobre Tiffauges; el mago italiano le dijo entonces al mariscal, quizá ignorando sus terribles crímenes, que debía ofrecerle al escurridizo ser el corazón, los ojos y los órganos sexuales de un niño. Ni harto ni perezoso el señor de Laval así lo hizo. A la brutalidad de sus asesinatos seguían periodos de doloroso arrepentimiento, donde Gilles simulaba hacer actos de auténtica contricción cristiana, que le llevaron incluso a fundar, en un ejercicio de cinismo sin límites, una residencia de acogida para niños huérfanos en sus dominios al que dio el nombre de «Los Santos Inocentes». Inocentes a los que no dudaba en masacrar cuando caía la noche, haciéndoles padecer lo indecible…

Mientras tanto, Gilles perdía cada vez más propiedades, que compraba el duque de Bretaña, y tanto su hermano René como su esposa e hija, a las que no veía desde hacía años, hicieron un llamamiento incluso al rey para que le impidiese derrochar en su totalidad la hacienda familiar. Nada podía hacer el varón por salvar su alma, ni sus riquezas.

Juicio, arrepentimiento y derrota

Debido a su relevancia en el seno de la alta nobleza francesa, Gilles de Rais pudo disfrutar durante años de impunidad para cometer sus atrocidades, pero una carrera criminal de tal envergadura no podía sino acabar despertando, algún día, las sospechas de las autoridades, como así sucedió. El obispo de Nantes, Jean de Malestroit, comenzó a recopilar múltiples testimonios y denuncias sobre las actividades del mariscal, extrañado por las desapariciones de tantos y tantos jóvenes. Nuestro siniestro protagonista cometió un error fatal cuando, completamente alcoholizado y arruinado, se enfrentó a Guillaume Le Ferron, al servicio del duque de Bretaña, osando incluso encerrar al hermano de éste, Jean, que era sacerdote, en su pestilente castillo. Había cometido un delito civil y otro eclesiástico, y fue la oportunidad de Malestroit de detenerle y llevarlo a juicio. Pero Gilles llegó más allá, encerrando al sargento mayor de Bretaña, Jean Rousseau, cuando fue en calidad de mensajero del duque Juan V para prenderle. Finalmente, Gilles optó por soltar a los prisioneros, pero Juan V ordenó a su canciller, Pierre de l’Hospital, que continuara con las pesquisas iniciadas por el obispo de Nantes.

Jean de Malestroit, obispo de Nantes

Más inteligentes que su señor, cuando se supieron en peligro, los primos del mariscal, Roger y Sillé, decidieron huir, sin que se volviera a saber nada más de ellos. Mientras tanto, De Rais se entregó de forma compulsiva a la bebida, mostrando síntomas de una demencia que no tardaría en causar estragos en su mente ya de por si atrofiada. Confirmadas las sospechas, el 13 de septiembre de 1440 una compañía de soldados enviada por el duque de Bretaña, al mando del capitán Jean l’Abbé y del delegado episcopal Robin Guillaument, se personó ante el castillo de Tiffauges para apresar a De Rais, acusado de triple delito de asesinato, hechicería y sodomía. Su suerte estaba echada.

Primero se desarrolló el proceso eclesiástico, cuyo tribunal estaba presidido por el obispo de Nantes. Gilles compareció ante los jueces el 19 de septiembre de 1440 y la acusación formal contra él se componía de cuarenta y nueve actas redactadas por el fiscal público Guillaume Chapeillon, licenciado en Derecho por la Universidad de la Sorbona. Tras declarar los imputados, Perrine Martin –quien se suicidó antes de subir al cadalso–, Griart y Poitou, donde confesaron las terribles atrocidades cometidas con los infantes, le llegó el turno al terrible «mariscal del infierno». En un principio se negó a confesar, pero tras ser excomulgado –algo que le atormentaba sobremanera– decidió confesar de sus horrendos crímenes. Tras el proceso eclesiástico vendría el civil; De Rais fue condenado a morir en la horca, no sin antes ser acogido de nuevo en la Iglesia católica, debido a su «sincero» arrepentimiento. Es la ventaja que tiene el Sacramento de la penitencia. Henriet y Poitou, por su parte, corrieron la misma suerte que su señor, pero mientras éste pudo ser enterrado en suelo cristiano, en el monasterio del Carmelo en Nantes, las cenizas de estos dos últimos fueron arrojados al río Loira. Eustache Blanchet fue desterrado y obligado a pagar una multa de trescientas coronas de oro, mientras que a Francesco Prelati se le condenó a cadena perpetua en una cárcel eclesiástica y a someterse a severos castigos físicos, además de ser alimentado únicamente con pan y agua.

Proces de Gilles de Rais en presencia del obispo de Nantes

Como ejemplo de la locura homicida de Gilles de Rais, quedaron para la historia de la infamia las palabras de su secuaz Henriet Griart: «Algunas veces el Sire de Rais cortaba las cabezas de sus víctimas, otras veces cortaba las gargantas, otras veces los descuartizaba, otras les quebraba el cuello con un palo que torcía en forma de bufanda. Mi señor de Rais decía que sentía más placer al asesinar a esos niños, al ver sus cabezas y miembros separados de sus cuerpos y al verlos morir y ver correr su sangre que al trabar conocimiento carnal con ellos. Mi señor experimentaba a menudo placer mirando las cabezas que se habían separado de los cuerpos y alzándolas en sus manos para que yo o Poitou las viéramos […]. A continuación besaba la cabeza que a él le gustaba más y esto parecía proporcionarle un inmenso placer».

PARA SABER UN POCO (MUCHO) MÁS:

BATAILLE, George: El verdadero Barbazul. La tragedia de Gilles de Rais. Tusquets, 2000.

CEBRIÁN, Juan Antonio: El Mariscal de las Tinieblas. La verdadera historia de Barbazul. Temas de Hoy, 2005.

HEERS, Jacques: Gilles de Rais. La verdadera historia de «Barbazul» Antonio Machado Libros (Papeles del Tiempo), 2017.

Gilles de Rais, el mariscal del Diablo (parte I)

Quien se convertiría en uno de los asesinos en serie más atroces de la historia bajo el sobrenombre de «Barbazul», nació en la Torre Negra del castillo de Champtocé, en Bretaña, o quizá en el castillo de Machecoul, el año 1404. Era el heredero de una de las más importantes familias de Francia, dueña de grandes extensiones de tierras e innumerables títulos nobiliarios. Feroz guerrero, luchó mano a mano con la Doncella de Orleans, Juana de Arco, en varias batallas de la Guerra de los Cien Años y gracias a su posición privilegiada, se convertiría nada menos que en Mariscal de Francia. Hasta que sembró los campos galos con sangre de innumerables víctimas.

Óscar Herradón ©

El padre de nuestro protagonista, Guy II de Laval, se casó con Marie de Craon, la hija de uno de sus peores enemigos, Jean, una unión que puso fin a una disputa hereditaria y que hizo que Guy mudara su apellido por el de Rais, ducado que entonces heredó. Su primogénito, Gilles, vino al mundo en otoño de ese mismo año, y dos años después su hermano René de Susset. Los impredecibles caprichos del destino quisieron que los hermanos de Rais quedaran huérfanos cuando contaban pocos años de edad. Durante el transcurso de una cacería, el 28 de septiembre de 1415, por los alrededores de Champtocé, Guy de Rais fue herido de muerte por un jabalí. En medio de su lenta agonía, el joven Gilles de once años no quiso separarse de su padre, observando impasible cómo sus vísceras se le salían del vientre entre borbotones de sangre. Quizá la visión de su progenitor eviscerado quedó grabada a fuego en su perturbada mente, e influyó en su posterior orgía de sangre y muerte. Nunca lo sabremos.

La adolescencia salvaje

Poco tiempo después fallecía Marie y los huérfanos De Rais, en contra de las últimas voluntades de Guy de Laval, pasaron a ser tutelados por su abuelo materno, Jean de Craon, un hombre sombrío y vengativo que adiestraría a los jóvenes en el manejo de las armas y la brutalidad, descuidando su formación intelectual. Bajo la tutela del viejo Craon, Gilles desató su furia e indisciplina, haciendo y deshaciendo a su antojo sin que nadie pudiese controlarle, convirtiéndose en un pérfido personaje que se creía, por su estirpe, con derecho casi divino a todo tipo de excesos. A todo ello unía un egocentrismo y narcisismo que escandalizaban a sus contemporáneos. No obstante, la figura del abuelo, que hizo de René su favorito, rondaría como un fantasma la existencia de Gilles: temía al viejo por encima de todas las cosas.

Ruinas del castillo de Champtocé (Fuente: Wikipedia)

Si hemos de creer a sus primeros cronistas, en la fastuosa biblioteca de la casa Craon el temeroso joven descubrió una obra que le marcaría para siempre: Vida de los doce Césares, de Suetonio. Las bacanales, excesos y orgías de sangre de personajes como Tiberio, Calígula o Nerón le ofrecieron un modelo a imitar que él llevaría al extremo de la perversión. Cuando contaba con 14 años de edad, fue proclamado caballero, y comenzó a adiestrarse de manera cada vez más exhaustiva en el arte militar. Cansado de practicar la esgrima y otros ejercicios con muñecos fabricados a tal efecto, decidió retar a un joven a su servicio, Antoine, a una lucha cuerpo a cuerpo con dagas. La habilidad de Gilles hizo que el joven cayera en poco tiempo al suelo sin vida, mientras se desangraba a causa de un profundo tajo en su desnudo cuello. La visión de la sangre volvió a fascinar a Gilles, que observó la agonía del muchacho sin pedir auxilio y que salió indemne de aquél lance gracias a la influencia de su abuelo, que pagó una miserable suma a la familia del malogrado muchacho.

El Arte de la Guerra

Frío y calculador, Jean de Craon, que pretendía aumentar la influencia y las tierras de la familia, decidió que su sobrino mayor tomara en matrimonio a una gran dama de la nobleza, Catherine de Thouars, tras varios intentos desafortunados con otras aspirantes, a las que muy probablemente mancilló. Ante la negativa del padre, Jean decidió raptar a Catherine y casarla en secreto con Gilles. Cuando algunos de sus familiares se presentaron en Champtocé para rescatarla, el viejo sátrapa los redujo y los encerró en las mazmorras, causando la muerte de uno de ellos, tío de la muchacha, por inanición.

Blasón de Gilles

No obstante, a Gilles parece ser que no le atraían en absoluto las mujeres, y algunos autores señalan que durante su adolescencia mantuvo relaciones homosexuales con diversos jóvenes, entre ellos con su primo Roger de Bricqueville, compañero de sus futuras sangrías. Nueve años habría de esperar la pareja para que naciera su única hija, Marie, en 1429. Pero aún faltaba mucho para aquello y tiempo antes del accidentado enlace, cuando contaba con dieciséis primaveras, el joven Gilles vio cumplido su ansiado sueño: su bautismo de fuego en el campo de batalla. En medio de la terrible guerra de los Cien Años que enfrentó a Inglaterra y Francia, el duque de Bretaña fue capturado y encerrado en el castillo de Champtoceaux. Presto, Gilles se aventuró al frente de un pequeño ejército hacia la fortaleza, rindiendo la plaza y liberando a su señor, lo que le granjeó una gran fama entre los franceses por su valentía y ferocidad contra el enemigo: el duque le nombró uno de sus lugartenientes.

En 1424, cuando cumplió los 20 años, fue reconocido en su mayoría de edad y no tardó en reivindicar sus derechos sobre el patrimonio familiar, con la consiguiente animadversión de su abuelo. Obsesionado con la guerra, empleó una gran cantidad de dinero en levar soldados y contratar mercenarios que le acompañasen en sus escaramuzas militares para labrarse un nombre, consiguiendo varias victorias frente a los ingleses al servicio del delfín Carlos, al que apoyaba frente a las aspiraciones de Enrique V de Inglaterra, que reclamaba también el trono galo.

La doncella de Orleans

Fue pocos años después, en 1429, cuando comenzó a alcanzar notoriedad en Francia una joven doncella que decía escuchar voces divinas, Juana de Arco. Al parecer, esas voces pertenecían a las santas Catalina y Margarita, que le tenían reservada –decía– una importantes misión. Más tarde afirmaría haber visto al arcángel san Miguel acompañado de una cohorte de ángeles del cielo, quien la instó a que se pusiera al frente de un ejército y liberase Orleans de manos inglesas.

Juana de Arco (Fuente: Wikipedia)

Tras no pocas vicisitudes, la joven Juana, a pesar de su analfabetismo –que le costaría caro más adelante, ante las autoridades eclesiásticas y civiles– logró convencer al delfín Carlos, en Chinon, de ponerla al frente de sus tropas, no sin antes ser sometida a los dictados de un tribunal inquisitorial que sentenció a su favor. Gilles de Rais, fascinado por la presencia beatífica de Juana, quedó prendado de la joven y se entregó a su causa en cuerpo y alma, convirtiéndose en su protector. Las victorias, ante la incredulidad de unos y la pasión desaforada de otros, no tardarían en llegar, y Juana de Arco logró la gran gesta de rendir Orleans y entregársela al delfín de Francia.

Carlos VII

Tras varias batallas decisivas, en las que la Doncella de Orleans estuvo a punto de perder la vida, ésta logró su objetivo: entrar en Reims acompañando al ambicioso delfín para ser consagrado y coronado como Carlos VII. Por su parte, Gilles de Rais fue nombrado mariscal de Francia, el personaje más importante del país tras el monarca. Sin embargo, y como es harto conocido, Juana de Arco comenzó a ser un personaje incómodo para el nuevo rey y al final el hombre que debía su corona a la campesina de Domrémy la dejó abandonada a su suerte ante los borgoñones, al servicio de Inglaterra. Gilles de Rais, que no sabía lo que era la compasión y el amor hasta que conoció a la santa, conminó Carlos VII a ayudarle a rescatarla, a lo que éste se negó con rotundidad. Gilles, perplejo ante la cobardía de su señor, increpó a éste en voz alta con unas palabras que, aunque puede que apócrifas, ya forman parte de la historia: «¿Quién es este rey que niega a su salvadora la posibilidad de ser recuperada de manos inglesas?; Solo sois un miserable bastardo que se sirvió de la pureza demostrada por la doncella para alcanzar sus fines. ¡Os desprecio!». Tras ello, arrancó sus emblemas y partió raudo hacia el castillo de Rouen, en Normandía, donde estaba internada la doncella.

Finalmente, Juana de Arco sería juzgada en un juicio sumarísimo en el que demostró una gran entereza, para ser acusada finalmente –tras firmar una declaración de culpabilidad con la esperanza de recibir un mejor trato de sus carceleros, y donde no sabía lo que ponía– de herejía, apostasía e idolatría. Su castigo: ser quemada en la hoguera. Existen versiones contradictorias sobre el papel de De Rais a la hora de intentar salvar a su «amada» –un amor que todo parece indicar que fue más platónico que físico–. Algunos investigadores afirman que no llegó a tiempo, sin embargo, pasaron varios meses hasta que Juana fue reducida a cenizas y Gilles no hizo acto de presencia en Rouen. Sea como fuere, la versión más extendida afirma que el temible mariscal llegó ante el cadalso con el cuerpo ya calcinado de su admirada dama, y aquella fue la visión que quizá acabó –dicen– enajenándole por completo.

Este post continuaría con la orgía de sangre del pérfido De Rais.

PARA SABER MÁS:

BATAILLE, George: El verdadero Barbazul. La tragedia de Gilles de Rais. Tusquets, 2000.

CEBRIÁN, Juan Antonio: El Mariscal de las Tinieblas. La verdadera historia de Barbazul. Temas de Hoy, 2005.

HEERS, Jacques: Gilles de Rais. La verdadera historia de «Barbazul» Antonio Machado Libros (Papeles del Tiempo), 2017.

VITA SACKVILLE-WEST: Juana de Arco. Siruela 2020:

Si lo que queremos es conocer en profundidad la también apasionante y trágica vida de la que fuera compañera de batalla de Gilles de Rais en los campos de Francia, Juana de Arco, un personaje que estaba a las antípodas de la perversión y sed de sangre del mariscal pero que fue injustamente acusada de brujería y pacto con el diablo, torturada y quemada en la hoguera tras haber contribuido a la victoria de Carlos VII –precisamente con la connivencia de éste, pues Juana se había convertido en un personaje incómodo para su legitimidad monárquica–, nada mejor que sumergirnos en las magnéticas páginas del ensayo Juana de Arco, de la multifacética escritora británica Vita Sackville-West (1892-1962). Una mujer que como la propia Doncella de Orleans fue inconformista y apasionada y causó verdadero revuelo en su tiempo con su tempestuosa vida sentimental y su relación con una de las grandes escritoras de todos los tiempos, Virginia Woolf.

Esta certera biografía, recientemente editada con mimo por Siruela (en su colección «El Ojo del Tiempo») con una portada cautivadora y minuciosa traducción de Amalia Martín-Gamero, que se mantiene fiel a la prosa enérgica y deslumbrante de su autora, desgrana la existencia de la esta joven que decía ver a Dios desde niña y separa la realidad histórica de la leyenda. Hay por supuesto lugar para el terrible juicio al que fue sometida, en uno de los más ignominiosos procesos de la Iglesia católica que culminó con su quema en la hoguera el 30 de mayo de 1431, en una pira en la plaza Vieux-Marché de Ruan. Tales eran las dudas respecto a su actuación, que incluso su verdugo, Geoffroy Thérage, confesaría más tarde que «temía ser maldecido porque había quemado a una mujer santa».

Con el tiempo, las autoridades eclesiásticas harían lo imposible por rehabilitar su figura: tras la Guerra de los Cien Años el pontífice Calixto III autorizó un nuevo proceso, el llamado «juicio de anulación». El tribunal de apelaciones la declaró inocente el 7 de julio de 1456 y el 16 de mayo de 1920 fue canonizada como santa de la Iglesia católica por el papa Benedicto XV en su bula Divina disponente. De sufrir la expiación por fuego a alcanzar la gloria de los altares. Cosas de la sinrazón humana y de las múltiples incongruencias de la fe –de cualquier tipo–.

Pero en vida nadie le hizo justicia. Aún así, es uno de los personajes más emblemáticos de la historia de Francia y también un ejemplo de empoderamiento femenino hace seis siglos, cuando fue también acusada, junto a una ristra de abominaciones, de «travestismo». He aquí la forma de adquirir tan importante obra:

La Guerra de los Cien Años:

Las luchas del despiadado De Rais como soldado, antes de llevar a cabo sus depravados crímenes, al lado de una Juana de Arco que contribuyó como pocos al ascenso del delfín al trono de Francia (siendo en lugar de recompensada por ello, quemada en la hoguera injustamente acusada de herejía), tuvieron lugar, como he señalado, en el marco de la llamada Guerra de los Cien Años. Un conflicto irregular y dilatado en el tiempo con numerosos matices y no pocos contendientes (además de los principales, Francia e Inglaterra, hubo numerosos «aliados» de ambos bloques) que a la historiografía le cuesta acotar y explicar. Precisamente para tener una visión conjunta, concisa y precisa de un conflicto que pese a su nombre duró más de un siglo (entre 1337 y 1453, imagino que catalogarlo como «La Guerra de los 116 años» no era muy comercial), podemos acercarnos a la completa monografía que Ediciones Rialp lanzó hace apenas unos meses y titulada precisamente La Guerra de los Cien Años.

Escrita por el prestigioso medievalista francés Philippe Contamine, profesor emérito de la Universidad París-Sorbona, con estilo preclaro y sencillo (aunque repleto de información exhaustiva), es un auténtico libro-guion sobre la raíz y el desarrollo de tamaña contienda, que ayudará al lector también a comprender el ocaso de la Edad Media europea. He aquí la forma de adquirirlo tanto en papel como en formato eBook:

https://www.rialp.com/libro/la-guerra-de-los-cien-anos_91961/