Los Protocolos de los Sabios de Sión: la farsa que cambió la historia de Europa (I)

Las teorías de la conspiración no son inocuas. Algunas pueden ser muy dañinas, e incluso criminales. En estos tiempos cibernéticos de trolls, foreros de doble identidad, fake-news e información globalizada muchas veces sin control, éstas campan a sus anchas por la Red…

Óscar Herradón ©

…desde las clásicas, algunas con cierto asomo de verdad, pues la conspiración ha existido, existe y existirá siempre mientras el hombre campe sobre la tierra, léase las oscuridades en torno al asesinato de Kennedy, los gobiernos en la sombra o lo que oculta el Vaticano, a otras de nuevo cuño, una mezcolanza de ideas absurdas y pseudoverdades que hablan de que la tierra es plana, la vacuna del Covid contienen metales pesados o que a una pizzería de Washington da cobijo a una oscura red de pederastas satánicos. Puede parecer algo moderno, lo de usar la conspiranoia para cosechar poder y derrocar al adversario, pero lo cierto es que es algo bien antiguo, y unos de los máximos exponentes a la hora de utilizar falsas historias para sacar rédito político fueron los nazis, desde sus misma configuración ideológica.

Leyes de Núremberg

Una de las bases de su ideario (y semilla de lo que con el tiempo acabaría tomando la siniestra forma de la Shoa), fue un texto envenenado con rimbombante título que algunos vuelven a reivindicar hoy en las RRSS como «la verdad» en lo que no es sino una reavivación de viejos y retorcidos fantasmas. 

Los orígenes de estas actas bautizadas como Los Protocolos de los Sabios de Sión son oscuros y dudosos; existen mil y una teorías sobre el mismo pero estudiosos de la talla de Norman Cohn, que en los años sesenta llevó a cabo la más minuciosa investigación sobre su origen y difusión a través del análisis de miles de documentos y de numerosas entrevistas a miembros de las SS y a antiguos nazis (fruto de la cual nació su trabajo El mito de la conspiración judía mundial), han contribuido a arrojar algo de luz sobre su forja e inusitado éxito posterior, rodeados, no obstante, insisto, de múltiples sombras. Ahora han sido publicados importantes trabajos que recojo al final del artículo.

Cuando los nazis llegaron al poder en 1933 comenzaron a distribuir de forma masiva ejemplares de los envenenados Protocolos, extendiendo su fama por toda Europa; hasta tal punto se desató la alarma que la comunidad judía de Suiza, sintiéndose amenazada, denunció a la dirección de la organización nazi en Berna y en 1935 se inició una investigación sobre la autenticidad o falsedad del texto sobre el que se interesaron periodistas y estudiosos de todo el mundo.

ROSER 1

No fue el primer intento de desvelar el fraude. En 1921, cuando los Protocolos gozaban de gran éxito en Estados Unidos principalmente gracias al multimillonario fabricante de automóviles Henry Ford, virulento antisemita, que se dedicó a divulgarlos, un periodista del rotativo británico The Times, Philip Graves, descubrió en Estambul –o eso afirmaba en una historia digna de una novela de espionaje– la obra Diálogo en el Infierno, de Maurice Joly (uno de los textos seminales de los Protocolos), y la similitud excesiva de la conspiración judía con ésta. Durante tres días seguidos, en agosto de 1921, el diario publicó una serie de artículos en los que informaba, entre otras cosas, que «los Protocolos (…) son solo un torpe fraude producido por un plagiario inconsciente que parafraseó un libro publicado en Bruselas en 1865».

Maurice Joly

Pero aquello no preocupó a los nazis, que siguieron considerando el texto como verídico. Joseph Goebbels, maestro de la contrainformación y la propaganda, llegaría a decir del texto: «Los Protocolos de los sionistas son tan actuales hoy como lo fueron el día en que fueron publicados por primera vez». Palabras cuasi proféticas que hoy cobran notoriedad si tenemos en cuenta que, con matices y actualizaciones, son la base de las nuevas conspiraciones de la ultraderecha populista.

Según las pesquisas –los demandantes obtuvieron las declaraciones de varios emigrados rusos de ideas liberales–, todo apuntaba a que Los Protocolos de los Sabios de Sión habían sido creados por la temible policía secreta zarista, la Okhrana –u Orjana–, tristemente célebre por llevar a cabo brutales interrogatorios y torturas (hacía desaparecer a sospechosos sin dejar huella alguna) que sería la base del NKVD soviético y serviría de fuente de inspiración a la mismísima Gestapo, la policía secreta nazi.

Pero debemos remontarnos tiempo atrás para ver el origen de un texto deliberadamente falseador de la historia que mostraba a los judíos como seres cuasi infernales, integrantes de siniestras organizaciones secretas cuyo cometido era acabar con el mundo conocido e instaurar el judaísmo internacional en todo el orbe, visión apocalíptica que asimilaría profundamente Hitler en su cosmovisión.

Dudosos orígenes

Siguiendo el trabajo de Norman Cohn, parece que la raíz del mito de una conspiración judía mundial, en su forma moderna (no medieval), se la debemos a un clérigo francés, el abate Barruel, que en su alucinada y extensa obra –en cinco volúmenes– Mémoire pour servir a l’histoire der Jacobinisme, presentaba la Revolución Francesa como la culminación de la más secreta de las sociedades secretas. Como en la actualidad afirman muchos conspiracionistas en historias similares, Barruel culpaba a los templarios, cuya Orden –según él– no había sido aniquilada por completo en 1314, sino que había sobrevivido como sociedad secreta cuya misión era abolir las monarquías, derrocar al Papado y fundar una república mundial bajo su control.

Voltaire

La imaginación de Barruel era desbordante y afirmaba que también la masonería estaba controlada por estos conspiradores natos, que habían creado una academia literaria secreta formada por personajes tan notorios como Voltaire, Diderot o D’Alembert y cuyas publicaciones socavaban la moral y la verdadera religión –el catolicismo, claro– de los franceses. Ni qué decir tiene que Barruel incurría en mil y una falacias históricas, la mayoría relacionadas con la masonería, cuya organización y pretensiones no comprendía en absoluto, pero poco le importó.

Ahora sí, los judíos

Sin embargo, aunque el sacerdote francés culpaba a los masones de todos los males, apenas hacía referencia a los judíos. Sería en 1806 cuando un extraño personaje entró en escena y envió un documento al religioso que parece ser la primera de una serie de falsificaciones que culminarían en los Protocolos.

Visión del judío como un ser demoníaco

El documento era una carta escrita por un tal J. B. Simonini, un supuesto oficial del ejército italiano que ponía a Barruel sobre aviso del peligro que suponía la «secta judaica», sin duda, «el poder más formidable, si se tiene en cuenta su gran riqueza y la protección de que goza en casi todos los países europeos». Aquel fue el detonante de una de las mayores falsificaciones, y más dañinas, de la historia moderna.

Edición de Los Protocolos de 1912 con símbolos ocultistas

El tal Simonini afirmaba que en una ocasión se había hecho pasar por judío de nacimiento ante unos poderosos judíos del Piamonte que le mostraron grandes sumas de oro y plata a quienes «abrazaran su causa»; le prometieron además hacerle general si se hacía masón y le revelaron todos sus secretos, como que Manes y el Viejo de la Montaña eran también judíos –lo que era deliberadamente falso– y que la Orden de los francmasones y los Illuminati habían sido fundadas por judíos, una verdadera falacia, ya que en el siglo XVIII los masones eran generalmente hostiles a los judíos y muchas logias no los aceptaban entre sus miembros.

Él solito, Simonini, había «descubierto» que solo en Italia más de 800 eclesiásticos eran judíos, entre ellos obispos y cardenales, al igual que sucedía en España, y que se esperaba que dentro de poco, incluso, hubiese un Pontífice judío. Simonini avisaba del peligro que suponía que en algunos países se hubiera concedido todos los derechos civiles a los judíos (lo que recordaba notablemente a lo que pasaría tiempo después en la Alemania de Hitler) y que éstos acabarían haciéndose con todas las tierras y las propiedades, dejando a los cristianos sin nada.

En menos de un siglo –continuaba el misterioso remitente– los judíos serían los amos del mundo, «convertirían todas las iglesias cristianas en sinagogas y reducirían a los cristianos restantes a un estado de total esclavitud»; además, los judíos aniquilarían a la Casa de Borbón, el último impedimento para alcanzar su objetivo.

Barruel, como era de esperar, dio pábulo al que sería el embrión del mito de la conspiración judeomasónica que tanto daño causaría a partir de entonces. El eclesiástico galo ideó una nueva obra en la que hablaba de una conspiración revolucionaria que duraba siglos, desde Manes hasta los masones, pasando por los templarios medievales y en la que el mismo Napoleón Bonaparte –a sugerencia de Simonini– era también judío, pues debido a la defensa que hizo de los principios de libertad, igualdad y fraternidad, dondequiera que llegó su poder se emancipó a éstos.

Sociedades secretas en Alemania

Durante décadas estas fantasías no tuvieron mucho eco, pero a partir de 1850 reapareció el mito en Alemania como un arma de la extrema derecha en su combate con las nuevas ideologías del liberalismo, la democracia y el secularismo. En ese ambiente, contribuirían a enredar aún más la madeja y a aportar su retorcido granito de arena diversos personajes que fueron haciendo más grande la teoría de la conspiración. Por ejemplo, la novela Biarritz del ex oficial de correos Hermann Goedsche, que firmaba con el pseudónimo Sir John Retcliffe.

Retcliffe

Uno de sus capítulos se titulaba «En el cementerio judío de Praga» que, en el lenguaje romántico de la época, describía una reunión nocturna, secreta, que se celebraba cada siglo en el cementerio de la ciudad checa durante la fiesta de los Tabernáculos. A ella –decían– acudían los doce jefes de las tribus de Israel que se reunían en torno al representante de la casa de Aarón, al que informaban sobre sus actividades subversivas durante el siglo transcurrido y que conspiraban para que Israel volviese a convertirse en dueño absoluto de la Tierra.

El inquietante viejo cementerio judío de Praga

Aquel ejemplo de pura ficción romántica y antisemita comenzó a divulgarse como cierto y sería origen del conocido como «Discurso del Rabino». Curiosamente, serían los antisemitas rusos los primeros en divulgar dicha historia como un episodio real; después lo haría Francia, Alemania… en periódicos y publicaciones vinculados a la extrema derecha y al catolicismo. En 1887, Theodor Fritsch lo publicó en su «catecismo» para agitadores antisemitas, así como diferentes periódicos de Austria. Su carrera de popularidad era ya imparable.

Fritsch

Fritsch dedicaría un capítulo entero a las «sociedades secretas judías» en su Manual de la cuestión judía, que durante el Tercer Reich sería, junto a los Protocolos, texto de cabecera en las escuelas. Un año después de que Goedsche publicara su novela, el francés Gougenot des Mousseaux publicó otro que se consideraría la Biblia del antisemitismo moderno y que vincularía, como en la Edad Media, a los judíos con la adoración a Satanás.

Mousseaux

Mousseaux estaba convencido de que el mundo estaba cayendo en las garras de un misterioso grupo de adoradores del maligno, a quienes llamaba «los judíos de la Cábala», y consideraba este culto maligno como práctica habitual también de los maniqueos, los gnósticos, los Hashshashin, los templarios y los masones. En la línea de Barruel, apuntaba que pretendían la dominación mundial. Mousseaux dejaría el camino abonado para el abate Chauty, canónigo honorario de Poitiers y Angulema, autor de la denominada «Carta de los judíos de Constantinopla». Según ésta, a lo largo de toda la Diáspora habría existido un gobierno judío único y secreto, con un plan inmutable de dominación mundial.

Este post tendrá una inminente continuación en «Dentro del Pandemónium».

PARA INDAGAR MUCHO MÁS:

Recientemente, con la reactivación de tamaña farsa en el universo cibernético por grupos extremistas y herederos del viejo nacionalsocialismo, se han publicado nuevos y documentados trabajos sobre el asunto. Uno de los más importantes es Los Protocolos de los Sabios de Sión. Una historia infame, y salió hace apenas unos meses al mercado de mano de una de las editoriales que más cuidan las publicaciones de historia, Marcial Pons.

Su autor es el profesor de la Universidad Carlos III José Ramón Cruz Mundet. Allí dirige el Máster en Archivística. Es, además, Doctor en Historia y experto en gestión de documentos, autor de una extensa bibliografía y responsable de proyectos de digitalización en organizaciones públicas y privadas. Nadie mejor que él para unificar los numerosos textos –algunos incluso dispares– que acabaron dando forma a la conspiración antisemita de los Protocolos y para guiarnos en el rastreo de los antecedentes de una gigantesca conjura que serviría para justificar un odio que perdura todavía hoy bajo distintas formas. He aquí la forma de adquirirlo:

https://www.marcialpons.es/libros/una-historia-infame/9788417945220/

El otro es el último trabajo de uno de los mayores expertos en historia contemporánea y en la Segunda Guerra Mundial, el británico Richard J. Evans y se centra en exclusiva en ese pensamiento tendente a la conjura que invadía toda la ideología nazi y que le serviría para justificar sus atrocidades con los judíos y otras minorías, entre ellos, principalmente, una creencia férrea en el contenido de los Protocolos.

En Hitler y las teorías de la conspiración. El Tercer Reich y la imaginación paranoide, Evans propone una mirada crítica a la era de la «posverdad» en la que los «hechos alternativos» han ido ganando terreno, algo muy similar a lo que sucedió en la Europa de Entreguerras y en la Alemania nazi. Para situarnos en la materia, el autor escoge cinco de las teorías conspirativas más duraderas sobre el Tercer Reich y las analiza con el rigor que le caracteriza para explicar cómo éstas puedes no solo movilizar a las masas, sino instalarse como verdades históricas oficiales de un régimen.

Por supuesto, comienza con la de mayor envergadura, Los Protocolos de los Sabios de Sión, esa supuesta conspiración del pueblo judío para socavar la civilización –y que recuerda, mucho, a discursos actuales sobre el inmigrante y el diferente–; sigue con el mito del «Puñal por la Espalda» (en alemán, Dolchstosslegende), según el cual los socialistas y los judíos fueron los responsables de impulsar al ejército alemán de aceptar la derrota en la Gran Guerra, en base a oscuros intereses creados.

El tercer lugar lo ocupa incendio del Reichstag, que aunque se trató realmente de una operación de «falsa bandera» (fue realmente provocado por los nazis para instalarse en el poder, pero se acusó del mismo al joven comunista Marinus van der Lubbe, drogado y puesto en el lugar de los hechos) estuvo siempre rodeada de un aura de conjura y complot que se instaló con fuerza entre los alemanes.

Otra de las teorías de la conspiración más importantes –y persistentes– es el misterioso vuelo del viceführer Rudolf Hess a Reino Unido en 1941 supuestamente con la intención de firmar la paz con el imperio británico a espaldas (o no) del Führer. Hess permanecería en la prisión alemana de Spandau hasta 1987, año de su (supuesto) suicidio a los 93 años, que levantó todo tipo de interpretaciones y sospechas.

Y finalmente, Evans se centra en el eterno rumor de que Hitler huyó del Führerbunker en 1945, en un Berlín sitiado, y escapó a Sudamérica para vivir el resto de sus días oculto y sin ser juzgado, rumor que impulso por interés estratégico el propio Stalin y el Kremlin y que llegaría a barajar como posible el mismo FBI, que posee un informe en dicho sentido. Evans, con una quirúrgica observación de los hechos, investiga sus orígenes y la causa de su permanencia para demostrar que «la explotación consciente de los mitos y las mentiras con fines políticos no resultan ser una creación del siglo XXI». De hecho, se remontan mucho más atrás de los nazis, hasta la antigüedad, al origen de las civilizaciones y al ansia del hombre por mantener o alcanzar el poder. He aquí la forma de adquirirlo:

https://www.planetadelibros.com/libro-hitler-y-las-teorias-de-la-conspiracion/330637

Virginia Hall: una mujer «sin» importancia» (II)

Fue calificada por los nazis como «la espía más peligrosa de Francia». Ahí es nada, si tenemos en cuenta que la Segunda Guerra Mundial fue la edad dorada del espionaje internacional, al menos hasta la Guerra Fría. Entre los superespías que engañaron a Hitler no se la suele incluir, y sin embargo, fue una de las piezas clave para el triunfo del desembarco aliado en las playas de Normandía el 6 de junio de 1944, entre otras muchas hazañas que ahora reivindica el ensayo Una mujer sin importancia, editado por Crítica.

Óscar Herradón ©

Tras su liberación de las autoridades españolas por la intervención de EEUU, Virginia dejaría de trabajar para el SOE y pasó a formar parte de la OSS, embrión de la futura CIA. Su viaje hacia la frontera con la Península había sido toda una odisea, pero logró huir a pesar de la pierna de madera –a la que ella misma se refería con el mote cariñoso de Cuthbert– y del dolor que le causaba caminar en exceso. Antes de la llegada a la frontera, escribió a sus superiores en Londres: «Cuthbert está dando problemas». El agente que leyó el mensaje desconocía su minusvalía, así que le aconsejó que si Cuthbert daba problemas «debía eliminarlo». El SOE no se andaba con tonterías.

Tras regresar a Reino Unido, y tras pasar un buen espacio de tiempo trabajando para el SOE en Madrid, en julio de 1943 la nombraron en secreto Miembro de la Orden del Imperio Británico por sus logros. Querían haberle brindado mayores honores pero sus superiores tenían miedo de comprometer su identidad, ya que seguía en activo. Lo mejor era pasar a engrosar las filas de otra organización clandestina, en este caso la OSS yankee, trabajando para sus compatriotas. Su misión: regresar de nuevo a la boca del lobo, la Francia ocupada, donde asumiría la identidad de una vieja campesina del pequeño pueblo de Crozant, en el centro del país.

Como buena espía, para evitar ser reconocida después de que la Gestapo empapelase las calles de las ciudades francesas con su imagen, tiñó su pelo de gris cenizo y se pintó arrugas en el contorno de sus ojos. Además, acudió a un dentista londinense para que estropeara su dentadura (hasta ese momento impoluta) para que se asemejara a la de una persona mayor. La noche del 21 de marzo de 1944, un bote hinchable lanzado al agua por una torpedera de la Marina Real británica recaló en la playa de Beg-an-Fry, en la Bretaña francesa. A bordo iba Virginia, de entonces 38 años, y otro espía estadounidense de 62. Aquella «mujer sin importancia» iba envuelta en ropas desgastadas y portaba una raída maleta en cuyo interior escondía un radiotransmisor.

Playa de Beg an Fry

De nuevo en la Francia ocupada

Los dos agentes infiltrados atravesaron una zona rodeada de arbustos y maleza hasta que desembocaron en una sinuosa carretera que les llevó hasta la estación de tres más próxima. Si eran interceptados por la Gestapo su destino habría estado escrito con sangre.

Virginia encontró refugio en la discreta finca de un granjero situada junto a los escarpados desfiladeros de granito del río Creuse, en el pequeño pueblo de Crozant, en el centro de Francia. Su nombre era Marcelle Montagne y allí cuidaba vacas, hacía queso y ayudaba al propietario. Era habitual verla por los caminos pastoreando ovejas. Su trabajo clandestino lo realizaba en el granero, donde colocó el radiotransmisor: se había convertido en operadora de radio y enviaba mensajes con el nombre en código de «Diana», aunque tenía otros alias, como «Marie Monin», «Germaine» y «Carmille», mientras que los alemanes, que desconocían su identidad, la apodaban «Artemisa»; formaba asimismo parte de la Red Saint.

Hall bajo la identidad de Marcelle Montagne

Las órdenes que había recibido de la OSS era entrenar a grupos de combatientes franceses para ejecutar operaciones de sabotaje contra infraestructuras alemanas, para lo que Churchill había contribuido al ordenar a la RAF que lanzara en paracaídas más de 3.000 toneladas de armas y provisiones para la Resistencia. Durante ese tiempo, mientras establecía contacto con los resistentes, enviaba a sus jefes al otro lado del Canal de la Mancha información vital sobre los movimientos de las tropas alemanas. Y aunque su tapadera era solvente, fue interrogada y varios agricultores locales asesinados. Ante el riesgo de ser finalmente descubierta, transmitió por radio a Londres el siguiente comunicado in extremis antes de huir: «Los lobos están en la puerta».

Preparando el Día D

Pero ese no fue el último acto de espionaje de Hall, pues tendría un papel clave nada menos que en Día D que allanaría el camino hacia la victoria aliada contra Hitler. Las semanas previas al Desembarco de Normandía estableció su red clandestina de Resistencia en la ciudad de Cosne, dividiendo la organización en cuatro grupos de resistencia de 25 hombres cada uno a los que encargaron diversos actos de sabotaje contra las unidades alemanas, retrasando así su avance hacia Normandía: dinamitar puentes y carreteras, descarrilar trenes de mercancías, derribar líneas telefónicas y capturar a varios prisioneros alemanes.

En aquella misión contó con la ayuda de otros valientes espías, algunos con nombre de mujer como las agentes del SOE Diana Hope Rowden, Violette Szabo y Lilian Rolfe, que corrieron peor suerte que ella (fueron detenidas por la Gestapo y ejecutadas en el campo de concentración de Rävensbruck), así como el grupo de superespías que engañaron a Hitler sobre el verdadero punto de Desembarco, entre ellos el español Juan Pujol «Garbo».

Violette Szabo

A pesar de los numerosos intentos y la inquina que le tenía Klaus Barbie, que convirtió el asunto en personal, la Gestapo nunca la capturó. Al acabar la Segunda Guerra Mundial fue condecorada por el gobierno de Francia, siguiendo los pasos de lo que hizo el británico en 1943, y le concedió la Croix de Guerre avec Palme, mientras que el gobierno de Estados Unidos le hizo entrega de la Cruz por Servicio Distinguido, la única mujer que recibió dicha distinción en tiempos de 007 con pelos en el pecho y mucha testosterona y continuó trabajando para la OSS y posteriormente en su reconversión en la CIA, siendo una de las primeras mujeres empleadas por la agencia, donde ejerció como analista de inteligencia sobre asuntos franceses hasta su jubilación en 1966, cuando se retiró a una granja de Maryland. A pesar de que su epopeya es apenas recordada en Europa, la sede de la CIA tiene una instalación que lleva su nombre en reconocimiento a sus importantes servicios.

Virginia Hall, la espía coja que mandaba mensajes a Londres con el nombre en clave de «Diana», como la diosa romana de la caza (una auténtica «cazanazis») y que trajo de cabeza a los servicios secretos alemanes, moría en su país natal, en Rockville (Maryland), el 8 de julio de 1982 a los 76 años.

PARA SABER UN POCO (MUCHO) MÁS:

De mano de la editorial Crítica (Grupo Planeta) nos llega este soberbio ensayo firmado por la autora y periodista británica Sonia Purnell, una monografía que devuelve a la espía norteamericana al lugar que le corresponde en la Historia, una Historia que la ha mantenido en el olvido demasiado tiempo como a otras combatientes por la libertad que, al ser mujeres, fueron, por desgracia, mucho menos reconocidas por sus hazañas.

En Una mujer sin importancia. La historia de Virginia Hall asistimos al nacimiento de una heroína que desafiará las normas imperantes de su época y que realizará, como vimos en el post, una amplia formación académica que completará dando el salto al Viejo Continente desde su Norteamérica natal. Una auténtica aventurera que se colocará en el servicio diplomático hasta que viaja a Turquía, donde tendrá lugar el accidente que marcará su vida y que la convertirá en la «dama coja» para los Boches.

En las vibrantes páginas de este ensayo que se lee como el mejor thriller histórico comprobaremos también el nacimiento de una espía: cómo es reclutada, su entrenamiento y su primer lanzamiento sobre territorio de la Francia ocupada, desafiando al peligro y consiguiendo valiosa información primero para el SOE y más tarde para la OSS. La persecución implacable de la Gestapo, la evasión (tras rechazar en varias ocasiones la huida ordenada por sus superiores), su retención en la frontera española, su vuelta a Inglaterra y su casi temerario regreso a territorio francés para facilitar, entre otras, el Desembarco aliado en las costas de Normandía y la liberación de varias zonas francesas de mano de los nazis tras el Día D. La epopeya justamente reivindicada de una mujer «con mucha» importancia. Podéis adquirir el libro en el siguiente enlace:

https://www.planetadelibros.com/libro-una-mujer-sin-importancia/320334

Operación Overlord: los secretos del Desembarco de Normandía (II)

Fue el episodio clave que daría inicio a la fase final de la guerra en Europa y el principio del fin del Tercer Reich. Dejando al margen las derrotas infligidas por los soviéticos a los alemanes en Stalingrado o Kursk, sin las que el avance por el Este hacia Berlín habría imposibilitado la victoria, los aliados asestaron un golpe mortal a la Alemania nazi el 20 de junio de 1944, el conocido como «Día D». Un impresionante contingente de fuerzas británicas y norteamericanas desembarcaron en el continente para avanzar sin parangón hacia el corazón del régimen nacionalsocialista.

Óscar Herradón ©

Para preparar la que acabaría por ser la operación estratégica más importante de la historia bélica, la Marina Real Británica tomó posesión del edificio de Southwick House, una soberbia mansión con fachada de estuco y entrada porticada, en 1940. Se hallaba a unos 8 kilómetros al sur de la base naval de Portsmouth y en sus fondeaderos había todo tipo de embarcaciones destinadas al que habría de ser conocido como «el día más largo», programado, en un principio, para el 5 de julio de 1944: buques de guerra, barcos de transportes y centenares de barcas de desembarco que inmortalizaría años después el cine bélico, que encontró en aquella colosal operación un verdadero filón.

Los hermosos jardines de la mansión estaban ahora plagados de barracones, tiendas de campaña y caminos de ceniza. Se trataba del Cuartel General del almirante sir Bertram Ramsay, comandante en jefe de las fuerzas navales para la invasión de Europa, así como el puesto de mando avanzado del SHAEF (Supreme Headquarters Allied Expeditionary Force, «Cuartel General Supremo de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas»). En las estribaciones de Porsmouth se habían colocado estratégicamente baterías antiaéreas cuya misión era defender la zona, así como un arsenal naval a los pies de la montaña, ante posibles incursiones de la Luftwaffe, que tantos estragos había causado hasta entonces.

Sir Bertram Ramsay

El general Eisenhower ordenó al equipo meteorológico al servicio del Cuartel General, bajo las órdenes del Dr. James Stagg, recién nombrado capitán de grupo de la RAF (fuerza aérea británica) para evitar conflictos por «intrusismo» entre los herméticos cuadros militares, previsiones meteorológicas para tres días que debían consignarse todos los lunes para ser contrastadas posteriormente con la realidad. Nada podía quedar al azar, puesto que la marejada en el Canal de la Mancha a causa del mal tiempo podía mandar a pique las lanchas de desembarco, atestadas de soldados apiñados a bordo. De hecho, el día 1 de junio, un día antes del fijado para que los buques de guerra zarparan de Scapa Flow, en el noroeste de Escocia, las estaciones meteorológicas indicaban que se estaban formando áreas de depresión al norte del Atlántico que podrían dificultar mucho las cosas. Para más inri, los expertos meteorológicos ingleses y norteamericanos no se ponían de acuerdo sobre sus previsiones en un tiempo en el que no había satélites capaces de arrojar informaciones certeras.

Tanto Eisenhower como Churchill estaban sumidos en un estado de «nerviosismo previo al Día D», razonable teniendo en cuenta lo que se jugaban en aquella ofensiva secreta: si triunfaba, asestarían el primer golpe mortal a Hitler; si fracasaba, todo sería incierto y casi con seguridad la guerra se prolongaría mucho más tiempo, una guerra que ya había costado millones de bajas.

Preparativos de Overlord (Source: Wikipedia).

Lo más importante en todo momento, la mayor preocupación, había sido mantener el secreto de las operaciones. Gran parte de la costa meridional inglesa estaba cubierta de campamentos militares conocidos como «salchichas», donde las tropas de invasión permanecían aisladas, sin contacto con el exterior, aunque solo en la medida de lo posible, puesto que muchos soldados saltaban las alambradas para encontrarse con sus novias y esposas o tomar una última copa. La posibilidad de que se produjesen filtraciones era muy elevada. Por ejemplo, un general estadounidense de las fuerzas aéreas fue enviado a casa con deshonra por haber revelado la fecha de la denominada «Operación Overlord» en el curso de una fiesta en el Claridge.

Según refiere el historiador Antony Beevor en su exhaustivo estudio sobre aquellos días previos al que sería denominado por Rommel como «el Día más Largo», entonces existía el riesgo de que en Fleet Street se notara la ausencia de los periodistas británicos invitados para acompañar a las fuerzas invasoras y cubrir e inmortalizar aquel glorioso momento. Tanto ingleses como alemanes sabían que el Día D era inminente, pero existía la duda sobre cuál la fecha exacta y dónde tendría lugar el desembarco, algo que había que ocultar al enemigo a toda costa. Era la conocida como «Operación Boydguard» (Guardaespaldas), que contaría con distintas ramificaciones orientadas a confundir a los ejércitos de Hitler para que culminara con éxito la invasión de Europa.

Tanques falsos de la operación de engaño Bodyguard.

El origen de esta operación puede rastrearse hasta la conferencia de Teherán, en noviembre de 1943, el primero de los encuentros de los «Tres Grandes» donde se reunirían Churchill, Roosevelt y Stalin para orquestar el ambicioso plan de invadir el Viejo Continente que en principio tendría lugar en mayo de 1944 (finalmente se retrasaría un mes), con el general Eisenhower como comandante supremo aliado y Montgomery como comandante de las fuerzas terrestres aliadas para el ataque a través del Canal de la Mancha.

Operación Long Jump

Skorzeny

Precisamente, durante dicha reunión, que debía celebrarse en la Embajada de la Unión Soviética en Teherán, estuvo a punto de producirse un atentado contra figuras de tal envergadura del mando aliado. Hitler, a través de sus servicios secretos, había planeado minuciosamente el golpe durante la cumbre: la idea principal era asesinar a Churchill y a Stalin y tomar como rehén a Roosevelt para poder pactar condiciones en caso de que el Tercer Reich lo necesitara –y por aquellas fechas ya era cada vez más evidente que la contienda estaba en contra de los alemanes–, en una operación clandestina de nombre en clave «Salto de Longitud» (Long Jump en inglés, Weitsprung en alemán), orquestada por Ernst Kaltenbrunner, tras haber interceptado un codificado de la Armada estadounidense. El comando encargado del magnicidio, que sería comandado por un oscuro personaje, el jefe superior de unidad de asalto –Obersturmbannführer– SS Otto Skorzeny, conocido ya de los lectores de «Dentro del Pandemónium», a la desesperada, tenía también autorización para acabar con la vida del presidente estadounidense. Sin embargo, el plan alemán para la conferencia se puso en conocimiento de los servicios de Inteligencia soviéticos, uno de los más efectivos en la contienda, que eran los responsables de controlar y garantizar la seguridad en suelo iraní en virtud del Tratado de amistad rubricado entre la URSS y Persia de 1921.

Los «Tres Grandes» en la Conferencia de Teherán.

El encargado de sabotear el plan fue el joven espía de 19 años Gevork Vartanián, que llevaba desde los 16 trabajando en las filas del NKVD –su propio padre trabajaba como espía soviético bajo la fachada de rico comerciante armenio en Persia (actual Irán)–. Vartanian, de nombre en clave «Amir», conocía bien el oficio y en 1943 ya había ayudado a descubrir a más de 400 espías nazis camuflados entre los alemanes que vivían en Irán. El joven ruso fue capaz de interceptar una señal radiofónica en la que detectó los mensajes que se entercambiaban entre el Estado Mayor alemán y los seis paracaidistas alemanes, liderados por «Caracortada», que habían sido lanzados sobre suelo iraní para perpetrar el doble magnicidio y el secuestro.

Vartanian

La orden que Gevork y sus compañeros de equipo habían recibido de Moscú era peinar todo Teherán hasta dar con la emisoria de radio clandestina que recibía las consignas desde Berlín, en agotadoras jornadas de 18 horas. Fue tan minucioso el registro que llevaron a cabo los rusos, que los alemanes se sintieron acorralados. Cuando se produjo la detención de varios colaboradores de los nazis, y Gevork Vartanián logró localizar todas y cada una de las frecuencias utilizadas por los germanes en sus comunicaciones, el plan fue cancelado, y el comando alemán decidió esperar a que se celebrase la Conferencia, entre grandes medidas de seguridad, e intentar llevar a cabo el atentado in extremis, en el transcurso de la vuelta de los mandatarios a sus respectivos países, el 2 de diciembre. Sin embargo, tampoco aquí pudieron lograrlo y varios miembros del comando fueron apresados gracias al espía soviético y a su grupo. De esta forma, los «Tres Grandes» se salvaron de la que podría haber sido una muerte segura que probablemente hubiese cambiado el curso de la guerra.

La identidad de Vartanián, condecorado como Héroe de la Unión Soviética, se mantuvo en secreto hasta el año 2000, en que recibió el merecido reconocimiento por haber detenido el complot del atentado. Moría el 10 de enero de 2012 en Moscú, según recogía el diario El Mundo el día después del suceso.

Este post tendrá una inminente continuación en «Dentro del Pandemónium».

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

BEEVOR, Antony: El día D. La batalla de Normandía. Crítica, 2010.

CARDONA, Pere y P. Villatoro, Manuel: Lo que nunca te han contado del Día D. Principal de los Libros 2019.

HERRADÓN, Óscar: Expedientes Secretos de la Segunda Guerra Mundial. Luciérnaga,

MACINTYRE, Ben: La historia secreta del Día D: la verdad sobre los superespías que engañaron a Hitler. Crítica, 2013.

BREAKING NEWS!

Hace unos días, la editorial La Esfera de los Libros contraatacaba con una nueva y suculenta novedad nada menos que del prestigioso historiador británico de la Segunda Guerra Mundial Max Hastings, que ya va por su segunda edición. El libro es Overlord. El día D y la batalla de Normandía y el título hace referencia al nombre en clave de aquella colosal operación de desembarco y conquista, «Señor Supremo», orquestada por los servicios de inteligencia británicos y norteamericanos para engañar a la Wehrmacht.

El señor Hastings

Esta monografía se suma a una lista de magníficos trabajos sobre el asunto, entre los que destacan principalmente dos, los de Antony Beevor y Ben Macyntire, y podríamos decir que se trata, al menos de momento, del trabajo definitivo sobre el Desembarco, completamente actualizado con datos e informes recientemente desclasificados y una contrastación de fuentes ingente e impecable. Un texto monumental que abarca tanto los preparativos como analiza los escenarios (cada una de las playas, los parapetos, los búnkeres, el camino francés hacia el continente…), las operaciones de inteligencia desplegadas por ingleses y estadounidenses para facilitar el Desembarco y engañar a los ejércitos de Hitler con otro punto de invasión (entre otros, Calais), la contraofensiva alemana y el coste indescriptible en vidas, así como la enorme destrucción material. Una completa edición que incluye un prólogo a la edición española, numerosos mapas que muestras los desembarcos aliados entre el 6 y el 9 de junio, y otros momentos clave como la batalla por Villers-Bocage, la Operación Epsom (la ofensiva británica también conocida como Primera Batalla del Odón), la Operación Goodwood (ya en julio) o la Operación Cobra (nombre en código de la operación aliada lanzada por el Primer Ejército de Estados Unidos siete semanas después del Día D), entre otras, así como exhaustivos apéndices con una cronología detallada, el Orden de batalla aliado, las Fuerzas disponibles en el llamado Teatro Europeo de Operaciones (ETO por sus siglas en inglés) para la operación Overlord Día D e incluso las Fuerzas terrestres alemanas encontradas por los Aliados en Normandía. Imposible brindar una mayor fuente documental.

Como la historia es cambiante, y sobre todo en un asunto tan descomunal como la guerra más devastadora de todos los tiempos, no dejan de aparecer nuevos testimonios o de desclasificarse documentos que se creían perdidos, o blindados, o simplemente se desconocía su existencia, lo que nos obliga a cambiar una y otra vez lo comúnmente aceptado sobre un asunto, sobre un hecho (por decisivo que fuera, como es el caso de aquel «Día más largo»). Por ello, en un escenario vivo y cambiante aunque sucediera hace 80 largos años, con el tiempo no será extraño que surjan nuevos trabajos reveladores. Por ahora, éste de Hastings (autor de obras emblemáticas como Armagedón. La derrota de Alemania, 1944-1945, La Guerra de Churchill: la historia ignorada de la Segunda Guerra Mundial o Némesis. La derrota del Japón, 1944-1945, entre otras), es el más completo y novedoso hasta el momento.

La voz autorizada de John Keegan, de The New York Times Book Review, ha dicho de él: «El relato de Max Hastings sobre la batalla no sería indigno de coincidir con el de los mejores periodistas y escritores que la presenciaron. Un homenaje a sus habilidades como historiador».

He aquí la forma de adquirirlo:

http://www.esferalibros.com/libro/overlord/

UN MUNDO EN LLAMAS

Y para una visión global no solo del Desembarco y del conjunto de la gigantesca –y compleja– Segunda Guerra Mundial, sino del origen de su desencadenamiento: la Gran Guerra, el auge de los totalitarismos, el Tratado de Versalles, la humillación de los vencedores de la Primera Guerra Mundial a los alemanes, las desorbitadas reparaciones de guerra (que se hayan en la base mismo del nacimiento del Partido Nazi), nada mejor que sumergirse en las amenas páginas del ensayo Un Mundo en Llamas. Una breve historia entre 1914 y 1945, del veterano periodista Fernando Cohnen, un libro introductorio y de muy fácil lectura para tener una idea global de la turbulenta historia de la primera mitad del siglo XX.

Un recorrido por episodios clave como el Crack bursátil del 29 y la devastadora crisis que causó (agudizando, en países como Alemania, una decadencia largamente instalada en la sociedad y la economía) o el auge de populismos en países como Alemania e Italia, pero también en España (que acabarían desencadenando, en gran parte, la Guerra Civil, cuyo certero análisis también tiene cabida en este completo libro) que recuerda a lo que hoy vivimos en pleno siglo XXI. Un ensayo breve pero contundente recientemente editado por Crítica (Grupo Planeta) y que podéis conseguir en el siguiente enlace:

https://www.planetadelibros.com/libro-un-mundo-en-llamas/320860