Demonios de Babilonia (I)

En esta amplia y fértil región de Oriente Próximo, regada por los ríos Tigris y Éufrates, se erigieron algunas de las civilizaciones más fascinantes del mundo antiguo. Mesopotamia y sus muchos reinos fueron pioneros en numerosos campos, también en la lucha contra el mal y en la configuración de todo un universo mitológico donde los dioses pugnaban con monstruos antediluvianos, las enfermedades eran causadas por demonios y los oráculos vaticinaban el porvenir. Exorcistas, magos, vampiros y fantasmas jalonan las siguientes líneas.

Óscar Herradón ©

La diosa Ishtar, «la reina de la noche»

Parece una broma macabra del destino que las grandes extensiones de Oriente Próximo y Medio que hoy en día son verdaderos polvorines y campos de la muerte, con Siria como eje central de una guerra que ha durado más de ocho años y que aún da sus últimos coletazos, terminando con siglos y siglos de historia bajo los escombros, y demasiados muertos, la mayoría inocentes, fueran en su día la cuna de las grandes civilizaciones. Damasco, Alepo, Palmyra… han sido recientemente escenarios de luchas fratricidas y territorio de islamistas radicales, sin embargo, durante miles de años gozaron de un esplendor que actualmente costaría imaginar a cualquiera.

Lo mismo sucedió con la hoy caótica y violenta Irak, antaño Babilonia, la más gloriosa capital del mundo antiguo, en la Baja Mesopotamia, una urbe portentosa regada por los ríos Tigris y Éufrates. Más tarde llegaría el Imperio persa… La historia con letras de oro se escribió en estos lugares hoy trágicamente devastados. No vamos a hablar aquí de cuáles fueron los imperios que surgieron aquí, ni cuáles sus conquistas o enfrentamientos, ni sus tragedias, hoy tantas y tan ignominiosas, ni quiénes –grandes potencias occidentales incluidas– son en parte responsables de las mismas. Sí nos centraremos, en cambio, en algunos de sus dioses más temibles, en sus ritos de paso e iniciáticos, en la lucha entre el bien y el mal en unas sociedades antiguas que tenían castas sacerdotales, realizaban exorcismos muy elaborados, ceremonias mágico-religiosas en fechas señaladas y también realizaron sacrificios de sangre.

Viajamos nada menos que hasta el siglo XVIII antes de Cristo, siglos antes del gran esplendor de los faraones egipcios, cuando Hammurabi reinaba en esa misma Babilonia, el gran centro político, religioso y cultural del mundo antiguo, para enfrentarnos a los demonios de horribles formas de Mesopotamia en el tiempo en que los hombres acudían atónitos a la lucha titánica entre Marduk y Tiamat, dioses que presidían los mitos de la creación en Mesopotamia, relatos recogidos –con numerosas variaciones que no vienen al caso– en el Enuma Elish o Poema babilónico de la Creación, y en la Plegaria para la fundación de un templo, entre otros textos cosmogónicos.

Fotografía de Óscar Herradón (Berlín, mayo de 2017)

Durante un viaje a Berlín en 2017 tuve la ocasión de apreciar en el Museo de Pérgamo la reconstrucción de la llamada puerta de Ishtar, y aunque algo fuera de contexto si tenemos en cuenta la capital alemana en pleno siglo XXI y la antigua Babilonia, por mucho que la sala esté acondicionada para aparentar la lejanía de los siglos, lo cierto es que uno puede acercarse –aunque mínimamente– a lo que debió ser el esplendor de una civilización apoteósica. Por soñar que no quede.

Exorcismos y conjuros

En el extenso periodo comprendido entre el 3.000 y el 2.000 a.C. los hombres pensaban que las enfermedades –a las que llamaban shêrtu– no podían ser causadas directamente por los dioses, sino que los culpables de las mismas eran nada menos que un ejército de 6.000 demonios –ni en acadio ni en sumerio existía un término para evocar a los «demonios» o los «diablos», sino designaciones particulares de seres misteriosos y nocivos, tomados de instituciones represivas o de seres zoomorfos o antropomorfos más o menos monstruosos y malvados y que a día de hoy no conocemos bien– dispuestos en todo momento a causar el mal ajeno provocando pestes, fiebres, abortos y todo tipo de epidemias destinadas a castigar a los hombres por sus pecados. En la cosmovisión de los mesopotámicos, la religión nunca podía ir desligada de la vida cotidiana y relacionaban el dolor físico con el más allá al creer que una enfermedad, que conocían como «la mano del espíritu de la muerte», era causada por un castigo divino (o bien a causa de un maleficio o de un «demonio») de ahí la importancia de las figuras de las que ahora vamos a hablar.

Fotografía de Óscar Herradón (Berlín, mayo de 2017)

Existían dos especialistas a la hora de paliar la enfermedad, cuyas acciones se complementaban para curar: el asû, el médico propiamente dicho, que prescribía qué tratamientos debía seguir el enfermo para curar sus males físicos o anímicos, y el âshipum o ásipu –sacerdote mesopotámico–, una suerte de mago-exorcista que se encargaba de los enfermedades que consideraban de índole sobrenatural y cuya finalidad era expulsar a los «agentes malignos» del cuerpo. El exorcista –en sumerio, lú-mas-mas– ejercía, en palabras del dominico e historiador francés Jean Bottéro, especializado en el Antiguo Oriente Próximo, «una verdadera profesión sacerdotal, delicada y compleja; ducho en el diagnóstico de los pacientes que iban a consultarle y al corriente de las condiciones adivinatorias en las que cada uno se encontraba, capaz también de elegir para él la fórmula que le convenía exactamente y de organizar y dirigir su ejecución, en el ‘momento propicio’, debía ser a la vez adivino, psicólogo, médico, confidente perspicaz y liturgista».

Debía ser obligatoriamente culto y le correspondía preparar y presidir todo su ritual, disponiendo el material de los ritos manuales y utilizándolos como era debido, recitando él mismo ciertos ritos orales, comisionado –según creía– por los dioses y dotado por ellos de los poderes especiales necesarios. Además, tras la ceremonia, pertrechaba al «poseído» o enfermo de amuletos y consejos protectores, siendo así el miembro más importante del clero en materia de culto sacramental. Siguiendo a Bottéro, «el exorcismo ocupó ciertamente un lugar sin igual en la vida ‘interior’ de los antiguos mesopotámicos».

El primer paso era que el propio enfermo ordenase a los demonios salir de su interior: «¡Salid de mi cuerpo, alejaos de mi cuerpo, que vuestras perversidades suban hacia el cielo como el humo!», y después se pedía a los dioses que intercedieran para llevar la expulsión a buen término.

El dios protector del âshipum era Enki/Ea, divinidad mesopotámica de la sabiduría y del Apsú, la inmensa laguna subterránea de agua dulce y pura en la interpretación cosmogónica de las mitologías sumeria y acadia, del que obtendrían sus aguas todos los manantiales, ríos, lagos y otras fuentes de agua dulce.

Fórmulas mágicas y rituales ancestrales

Esta defensa contra el mal de carácter «mágico» se organizó en fórmulas, procedimientos y rituales, muy elaborados, adaptados cada uno de ellos a los efectos que se querían obtener, o a los inconvenientes que se querían evitar, «mediante el uso calculado de ritos orales y manuales, incluso, preferentemente, de una mezcla de los dos».

Los ritos exorcísticos consistían, generalmente, en actos y palabras en forma de oraciones. Siguiendo el Diccionario Akal de las religiones, estaban divididos en cuatro partes: 1. Descripción del demonio agresor, de la enfermedad o del encantamiento –magia negra– que atormentaba a la persona exorcizada; 2. Declaración de que el dios Marduk, que ha de pedir ayuda a su padre Enki/Ea para que el exorcismo –consistente en la eliminación del demonio atacante o del hechizo injustamente hecho– surta efecto; 3. Conversación entre Marduk y Enki. 4. Por último, la decisión de Enki/Ea de encargar a su hijo la ejecución del ritual, que debía efectuarse siguiendo sus indicaciones exactas. Los conjuros podían ser «lanzado» sobre el agua, el aceite o las plantas.

Como muestra, encontramos un ejemplo de «encantamiento» contra los efectos de una picadura de escorpión, en sumerio, fechado hacia mediados del tercer milenio: arrancaban su cola, rito manual elemental para neutralizar al animal y a la vez el mal presente, y todas las picaduras posteriores de todos los escorpiones posibles. Después venía el rito oral: a través de las palabras halagaban al animal, para «engatusarle»: por medio de esto, creían que quedaban suprimidos el mal de la picadura y sus consecuencias. Mientras, otro rito oral se dirigía a un «demonio» maléfico, al que ni siquiera nombraban, para neutralizar su influencia sobre aquel que había sido picado. Así, existía toda una medicina exorcista, diferente de la fundada en el empirismo, más racional, en la lucha contra la enfermedad.  Constituían un importante recurso religioso y además ofrecía todos los elementos de un amplio ceremonial multiforme, con numerosas ramificaciones.

Uno de los demonios a los que más solían combatir era Lamashtu, del que se creía que atacaba principalmente a niños y a mujeres embarazadas. Las «recetas» para los ritos exorcísticos de los niños solían ser complejas: había que mezclar piel de caballo, grasa de pescado y de un cerdo de color blanco, ceniza, manteca, tierra recogida junto a las puertas de los templos, diferentes tipos de hierbas, etcétera. A su vez, se rodeaba el lecho donde yacía el pequeño enfermo con pasta de harina.

En cuanto a la mujer encinta, se la protegía colgando cerca de ella lo que se conocía como «piedras del parto». Pero también existían conjuros especiales para el dolor de muelas, contra la parálisis, contra enfermedades de diverso género, para expulsar a los demonios que se hubieran instalado en una casa e incluso ¡contra el perro que hubiese orinado sobre una persona!

Trasnporte de los leones alados de Nínive a Londres

Los textos que contienen exorcismos están la mayoría recogidos en las 30.000 tablillas de la biblioteca de Asurbanipal –descubiertas en Nínive en 1841 por el viajero británico y arqueólogo Austen Henry Layard–, de las que unas 800 están dedicadas a la medicina, la sobrenatural incluida. Él fue también el responsable del traslado de los leones alados de Nínive hasta el British Museum, impresionantes monumentos que tuvo ocasión de apreciar en 2014 en la capital inglesa y que te dejan sin aliento… imagináos en su contexto, en época de pleno esplendor de la ciudad asiria.

Divinidad sanadora

A pesar de que conocemos la existencia de la figura del âshipum, se desconoce cómo se transmitían estos conocimientos, aunque algunos investigadores apuntan que podría existir un centro principal en la ciudad de Isin, lugar de la diosa Gula, considerada la divinidad sanadora. Y es que la escritura cuneiforme alberga numerosos secretos en este sentido. En 2007, gracias a textos cuneiformes, la filóloga Barbara Böck, científica titular del Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo, logró reconstruir muchos de los métodos de cura que usaban los habitantes de Mesopotamia hace 4.000 años, centrándose también en la parte sobrenatural y mágica, siempre muy presente en estas culturas.

Por ejemplo, gracias a las traducciones de Böck y su equipo, conocemos el libro Mushu’u –«Masajes»–, escrito en las lenguas sumeria y acadia que contiene más de cincuenta conjuros que eran recitados por los exorcistas mientras se aplicaban los tratamientos para eliminar las migrañas o las parálisis. Existe también un libro donde hay recetas y textos médicos que explican el aceite que se usaba para dicho masaje y el mal que conseguía evitar. Lo untaban de un modo centrífugo, desde el torso a las extremidades del enfermo. Finalmente, colocaban amuletos en las muñecas y los tobillos para evitar que el demonio –o los demonios– volvieran a entrar en el cuerpo. Los mesopotámicos celebraban estos ritos por los general durante dos días concretos del mes de agosto de nuestro calendario, porque pensaban que eran los más idóneos para comunicarse con el más allá y poder expulsar de sus cuerpos a esa entidad maligna que formaba parte de toda una legión de seres del inframundo.

Al margen de la enfermedad, los demonios que podían afectar a otras esferas eran combatidos también por medio de la magia. Existían encantamientos específicos como la quema de esfinges para luchas contra seres malignos. Otras veces, se ofrecía a los demonios causantes de cualquier tipo de mal una víctima sustitutoria, normalmente un chivo, acompañado de oraciones y súplicas para que la entidad desistiera de su propósito. También se recitaban encantamientos en los ritos específicos contra los espíritus de los muertos. Toda la sociedad estaba impregnada por esta relación invisible.

Este post continuará escarbando entre la cenizas de la vieja Babilonia…

PARA SABER UN POCO/MUCHO MÁS:

La editorial Trotta acaba de publicar una monumental y absorbente monografía sobre la vieja Mesopotamia y los reinos que configuraron aquella importante región, cuna de la civilización a caballo entre Oriente y Occidente. En Historia del Próximo Oriente Antiguo (ca. 3000-323 a.n.e.), el profesor de Historia en la Universidad de Columbia (EEUU) y fundador de la revista Journal of Ancient Near Eastern History, Marc van de Mieroop, realiza un minucioso y revelador recorrido por el nacimiento, el esplendor y el fin de los pueblos que se establecieron a orillas del Tigris y el Éufrates sentando las bases de una lejana modernidad.

Comienza con una mirada a los pueblos nómadas y sedentarios que acabaron estableciéndose en dicha región para después centrarse en los primeros grandes mandatarios, como Shamshi-Adad I, quien fuera rey de Asiria entre el 1813 y el 1781 a.C. y cuya biografía podemos reconstruir en parte a través de diversas fuentes, como los escritos hallados en las ruinas de Maria, en la actual Siria, la lista real asiria y la llamada Crónica de los Epónimos; luego continúa abordando profundamente la figura de Hammurabi, sexto rey de Babilonia, y cómo sus leyes y su «código» del «ojo por ojo» revolucionaría la legislación babilónica para continuar con el reino hitita y la llamada «Edad Oscura», una época de crisis en la era antigua y punto de inflexión de un nuevo resurgir que acabaría floreciendo en distintos reinos como el Reino Nuevo Hitita o el Reino Medio elamita y, finalmente, en la eclosión de Persia y la creación de un imperio mundial bajo el cetro de grandes reyes como Darío I, Darío III o Jerjes.

Asimismo, en estas alumbradoras páginas De Mieroop nos ilustra sobre los sistemas políticos de los distintos pueblos asentados en esta zona del Próximo Oriente, la diplomacia, la guerra, las organizaciones sociales y, ya en el marco del imperio persa, su ascenso y expansión, los avances políticos, la administración y finalmente la inevitable caída tras siglos de esplendor. En definitiva, una completa obra sobre una de las grandes cunas de la civilización y, a pesar de su destacado papel en el avance humano y la historiografía, una gran desconocida por el gran público occidental frente a civilizaciones como la Grecia clásico o el Antiguo Egipto.

Prisiones siniestras de la historia (I)

En el siguiente post, realizamos un recorrido, desde la antigüedad a nuestros desconcertantes días, por los presidios y mazmorras más temibles erigidas por el hombre para el hombre. Algunas están impregnadas por la siempre presente huella de la leyenda, por lo general trágica, pero el misterio asoma también, cual intruso, cuando visitamos sus celdas, palpamos sus paredes, recorremos, como trasuntos de condenados en vida, sus polvorientos corredores de la muerte.

Óscar Herradón ©

Los gritos eran indescriptibles, el ambiente viciado y pestilente, las ratas, gigantescas, corrían a sus anchas, lacerando y comiendo la carne de los reos cuando éstos se descuidaban, agotados por la tiniebla; la cámara de torturas funcionaba a pleno rendimiento, el verdugo presto a desplegar toda su habilidad con artilugios que parecían ideados por la mano del mismo demonio… Celdas oscuras, llenas de humedad, sin comunicación posible con el exterior; la soledad, el hambre y la muerte inminente convertidas en única compañía. La falta de libertad como bandera.

Prisiones, presidios, cárceles… probablemente el lugar más temido por el hombre de todas las épocas, el reducto de piedra erigido para privar de libertad al ser humano, algo que hoy se hace más palpable ante el azote de la Covid-19 y el confinamiento obligado, lo que nos hace sentir un poquito cómo deben sentirse estos hombres, por desalmados que hayan sido. Un reducto pétreo en el que, por lo general, se cometieron atrocidades inimaginables con los congéneres y cuyas paredes, al menos aquellas de los que continúan en pie, son testigos mudos no solo del sufrimiento, que fue mucho, sino de episodios y sucesos cargados de misterio, el mismo misterio que sobrevolaba una atmósfera oscura, tétrica e impía de un rincón al otro del orbe azulado.

La Bastilla, prisión y símbolo regio

La Bastilla, símbolo del absolutismo francés, se ideó en 1356, en una época de gran convulsión política, en plena guerra contra los ingleses, a modo de recinto alrededor de París para proteger la ciudad de cualquier amenaza exterior, por orden de Etienne Marcel, en un momento en el que el rey galo era prisionero de los ingleses. La célebre torre de la prisión se comenzó a construir en la puerta de St. Antoine. La primera piedra fue colocada el 22 de abril de 1370 y en 1382, con Carlos VI sentado en el trono, se culminó su construcción; un impresionante edificio formado por ocho torres de 22 metros y unas paredes inexpugnables de cuatro metros de grosor.

Lo que empezó siendo una fortaleza que protegiera la ciudad de la luz acabó por convertirse en símbolo del poder real, en prisión de Estado en la que eran encerrado los reos por orden expresa del monarca, simplemente con carta sellada por Su Majestad –conocida como lettre de cachet. Un presidio que en numerosas ocasiones fue «alojamiento» de personas de renombre, como el cardenal del Balue, que fue encerrado en una jaula por orden del rey Luis XI, el mariscal de Biron, acusado de espía de los españoles, el célebre ministro de finanzas Fouquet, por orden de Luis XIV, o «inquilinos» tan célebres como Voltaire, que fue encerrado en ella dos veces y el enigmático hombre de la máscara de hierro, personaje cuya identidad aún hoy continúa siendo esquiva y ha dado pie a todo tipo de hipótesis: que si se trataba de un hermano del propio Rey Sol, que si era un hermano gemelo del monarca, que si Fouquet, e incluso el dramaturgo Molière o el propio mosquetero D’Artagnan, según la teoría esbozada por el historiador inglés Roger MacDonald.

En el siglo XVII, el temible cardenal Richelieu la utilizaría como cárcel de Estado, cuando tras sus gruesos muros se torturaba a los reos con crueldad hasta que confesaban sus «crímenes» –algo por otra parte habitual en aquel tiempo en cualquier prisión de cualquier país–. Algunas prisiones medievales contaban con algo que ya forma parte del museo de los horrores de la historia, un museo con demasiadas piezas; las denominadas oubliettes según la voz francesa, una palabra que deriva de oubli –olvido– y que consistía en pozos horadados en el suelo que servían de mazmorras, pero que acababan por convertirse en tumbas. Allí se arrojaba a los prisioneros más temidos –o a aquellos que simplemente se habían atrevido a desafiar el orden establecido–, donde eran relegados al olvido, alejados del mundo de los vivos hasta que morían de agotamiento, enfermedad o inanición. Aunque no se sabe con certeza si realmente existió, la oubliette más célebre según las crónicas fue precisamente la de la prisión «regia» francesa.

En el siglo XIX, el escritor galo Luis Blanc trazó un siniestro retrato de lo que fuera la Bastilla antes de la Revolución Francesa, un lugar ocupado por jaulas de hierro, calabozos subterráneos que eran «nido de sapos, lagartos, ratas monstruosas, arañas; una enorme piedra por todo mobiliario, cubierta con un poco de paja». Espacios donde el reo respiraba un aire viciado, pestilente, rodeado de las sombras del misterio y condenado a un encierro casi perpetuo, ignorante incluso de la pena por la que había sido condenado.

Una prisión que ha dado pie a numerosas leyendas y que en su día fue conocida como «el infierno de los vivos». Los reos sabían cuándo entraban, pero nunca cuándo habrían de salir. La Bastilla se convirtió así en símbolo del poder tiránico del rey, por lo que sería uno de los principales objetivos y símbolos de la Revolución Francesa, cuando fue tomada por una multitud enfervorecida que pretendía acabar con el símbolo del Antiguo Régimen. Aquello tuvo lugar el 14 de julio de 1789. El 21 de enero de 1793 era guillotinado el rey, Luis XVI, símbolo para los franceses de un tiempo de oscuridad y prisiones que, bajo el gobierno revolucionario y sus aniquilaciones en masa sería todavía más siniestro.

La Torre de Londres

Dos fueron las prisiones más célebres de Inglaterra durante siglos: la Marshalsea –donde sobre los reos generalmente pendían delitos financieros– y la Torre de Londres, todavía hoy símbolo de tortura y habitáculo pétreo para entidades atormentadas, quizá el más célebre presidio, junto a Alcatraz y la Bastilla, de la historia más oscura del hombre.

Foto Óscar Herradón (noviembre de 2014)

Situada a orillas del Támesis, fue fundada hacia el año 1066 por los normandos, con piedras blancas traídas de Francia. Sería Guillermo el Conquistador, en 1078, el encargado de construir la denominada Torre Blanca, comienzo de una edificaciónn que llamada posteriormente Palacio Real y Fortaleza de Su Majestad, sería utilizada tempranamente como prisión, convirtiéndose en símbolo de la opresión real. La Torre es un complejo fortificado de varios edificios situados dentro de dos anillos concéntricos de muros defensivos y un foso alrededor, y que sería ampliado en varias ocasiones durante los siglos XII y XIII, disposición que prácticamente se mantendría inalterable a partir de entonces. A partir del siglo XIV, con motivo de la coronación de un nuevo rey, una procesión partía desde este símbolo del poder de Inglaterra hasta la Abadía de Westminster, donde se realizaba la ceremonia en sí. Desde su construcción hasta el siglo XV fue utilizada también como residencia real, pero los Tudor preferirían utilizarla básicamente como fortaleza y prisión, una prisión rodeada de leyendas, estandarte del sufrimiento y la sinrazón humanas.

A lo largo de su historia, parece que solo unas siete personas fueron ejecutadas dentro de sus gruesos muros; lo común era trasladar a los condenados hasta una colina denominada Tower Hill, situada al norte de la fortaleza, donde a lo largo de cuatro siglos fueron ejecutadas al menos 112 personas, pero no sería raro que el número fuera mucho mayor. 

Foto Óscar Herradón (noviembre de 2014)

Es célebre también su Torre Sangrienta –Bloody Tower–. En principio, dicha cámara era una especie de estancia «de lujo», donde eran retenidos personajes de renombre como el arzobispo de Canterbury Thomas Cranmer, siendo quemado en la hoguera por orden de María Tudor al haber validado el matrimonio de su padre con Jane Seymour –no debemos olvidar que María era la hija de Catalina de Aragón, primera consorte y única legítima a ojos de los católicos del fallecido monarca inglés–. Pero más tarde pasaría a ser conocida con el escalofriante nombre actual, según la tradición, porque Ricardo III mandó asesinar en ella a sus sobrinos, aunque nunca se supo el verdadero destino de estos príncipes.

La Torre de Londres fue célebre en tiempos precisamente de los Tudor, con el citado monarca, tan pasional como depravado, su hija la católica María Tudor, y con su hermana, la protestante Isabel I –que curiosamente había estado encerrada varios años en dichas fortaleza–, cuando los espías a sueldo del secretario de Estado Francis Walsingham perseguían católicos con denuedo.

Máquinas de tortura, jaulas de hierro, una humedad y olor fétido que condenaba a los reos a un calvario constante… Durante el reinado del despiadado Enrique VIII, el verdugo más célebre de la fortaleza fue Sir Leonard Skevington, teniente de la Torre, quien ideó una máquina de tortura atroz y célebre desde entonces en Inglaterra: la llamada «hija de Scavenger –o Skevington–». Cuenta la tradición que durante un interrogatorio a un traidor al rey, en 1581, Skevington se encontró con el problema de que el reo medía más de dos metros, por lo que no podía ser torturado en el potro, la gran especialidad del jefe de los verdugos; fue así como a Leonard se le ocurrió crear un artilugio cuyo funcionamiento era precisamente el contrario al del potro: mientras este último se construyó para estirar las extremidades hasta casi desmembrarlas, la «hija de Scavenger» consistía en comprimir los miembros; era un dispositivo con dos grandes brazos que forzaban al reo a colocarse en posición fetal. Al ceñirlos podían destrozar la espalda y fracturar brazos y piernas; a medida que el acero presionaba la caja torácica, las costillas se fracturaban y dislocaban, los pulmones se comprimían y, en el momento culmen, la sangre brotaba a chorros por los orificios del cuerpo. Otra víctima de este terrible artefacto, poco usado por otra parte en los interrogatorios, fue Thomas Cottam, un sacerdote católico que fue ejecutado en tiempos de Isabel I de Inglaterra.

Famosa es también en la fortaleza la llamada «Puerta de los Traidores», que hoy puede verse en las visitas guiadas que se llevan a cabo en la fortaleza y que constituyen uno de los mayores atractivos turísticos de Londres. Construida por Eduardo I, en un primer momento esta, situada en la llamada Torre de St. Thomas, era una de las principales entradas fluviales del castillo, que cambió de nombre cuando se convirtió en el acceso por el que eran conducidos reos acusados de alta traición como Tomás Moro o Ana Bolena, cuya sombra, alargada, dicen que aún puede verse en su interior…

(Foto Óscar Herradón. Noviembre de 2014)

El «espectro» más célebre que aseguran se pasea por las dependencias de la Torre londinense, como digo, es el de Ana Bolena, decapitada por orden de su marido, Enrique VIII –quien tenía especial devoción por enviar a sus cónyuges al cadalso–, acusada de adulterio, incesto –con su hermano– y alta traición, quien permaneció encerrada en la prisión hasta su ejecución, en 1536. Cuentan que ha sido vista numerosas veces por miles de testigos en más de 100 lugares distintos de la fortaleza y la torre. Uno de los testimonios más célebres fue el de un joven centinela que 1864 hacía guardia debajo de la llamada «Casa de la Reina», quien aseguraba haberla visto recorrer los pasillos: de la niebla surgió una figura ataviada de blanco que, presurosa, se dirigía hacia él, traspasándole. Otra cosa es que aquella «visión» fuera fruto de la sugestión que y el temor que ya atenazaba a los guardianes, si no fuera porque la figura fue también vista por otros dos soldados, que aseguraron haber presenciado la escena. Otras leyendas del folclore inglés afirman que la madre de Isabel I, la Reina Virgen, solía aparecerse a los testigos sin cabeza, lo que se era fruto de la forma en la que había sido ajusticiada: decapitada por el verdugo.

Aunque parece no ser el único «fantasma» que se pasea a sus anchas por este símbolo londinense. Diversos testimonios afirman que también se aparece el de Lady Jane Grey, conocida como “la reina de los nueve días” –el escaso tiempo que reinó– quien también fue ejecutada en la Torre de Londres, donde fue encerrada por orden de la católica María Tudor al no renunciar a su credo protestante, acusada de participar en una rebelión de la que al parecer la desdichada ni siquiera había formado parte. Jane Grey fue sentenciada en febrero de 1554 y decapitada en la explanada que se hallaba en frente de la Torre. En 1957, en el aniversario de su ejecución, aseguran que un guardián vislumbró una masa blanquecina que acabó tomando la forma de Lady Jane, suceso corroborado por otro testigo.

(Fotografía Óscar Herradón. Noviembre de 2014. Con Teresa Nieto).

Otros «espectros célebres» son los de Thomas Beckett –quien aparece golpeando uno de los muros con su crucifijo–, o una procesión fantasmal que al parecer puede verse en el aniversario de la ejecución de Margarita Pole, ordenada por el sanguinario Enrique VIII que ya he citado anteriormente. Las extrañas apariciones han llegado a afectar a un edificio de oficinas de lujo situado frente a la fortaleza, cerca del Tower Bridge, donde los operarios de mantenimiento y limpieza afirman haber observado la aparición de una dama en la primera planta, junto al hall y también en los pasillos de la segunda planta. No obstante, la tradición fantasmagórica está fuertemente asentada en Inglaterra y Escocia, y fue impulsada por los escritores románticos, que dejaron una huella indeleble en sus gentes, muy predispuestas a observar «fenómenos extraños» que quizá no hayan tenido jamás lugar. Ya sabemos del fuerte poder de la sugestión…

Sea como fuere, la Torre de Londres y aledaños es un lugar misterioso y extraño que aún conserva entre sus muros el aroma de un tiempo de injusticia y temor en el que los monarcas dictaban sus órdenes implacablemente, por lo que se quizá se escuchen los lamentos eternos de los que allí fueron sacrificados sin compasión bajo el hacha del verdugo. Si alguien se aventura a visitarla, que le dedique al menos medio día entero, pues la visita el larga, fascinante, obligada para los apasionados de la historia.

La Isla del Diablo

Como en la archifamosa serie Perdidos, pero con un argumento tristemente real, los habitantes de la isla del diablo estaban prisioneros en un paraíso del que no podían escapar; su ubicación, el agua que la rodea, eran sus verdaderos barrotes. Una colonia penal en Panamá en la que tuvieron lugar hechos terribles, luctuosos, que todavía se palpan en ese ambiente por lo demás paradisíaco. Pero la exuberante vegetación no es capaz por sí sola de ocultar el sufrimiento y la muerte que allí tuvieron lugar, los miles de cadáveres que descansan bajo su tierra tras años de padecimientos indescriptibles.

La Isla del Diablo –nombre que también se daría a la estadounidense Alcatraz– es la más pequeña de las tres Islas de Salvación y se halla a 11 km de la costa de Guayana francesa, con una extensión de 0,14 km2. Rocosa y cubierta de vegetación tropical, se encuentra a unos 40 metros sobre el nivel del mar.

Su historia como presidio comienza en 1851, cuando el emperador francés Napoleón III decidió utilizarla para enviar lejos del país a prisioneros de todo tipo, desde criminales y asesinos a presos políticos. El presidio era administrado desde Korou, en tierra firme, pero las condiciones en la isla eran estremecedoras, en condiciones sanitarias y alimenticias infrahumanas, de ahí su significativo nombre. Desde 1852 hasta 1938 fueron enviados al lugar más de 80.000 prisioneros, la mayoría de los cuales no salía jamás con vida.

El penal fue clausurado en 1946, siendo repatriados a Francia la mayoría de sus presos, algunos tan célebres como Alfred Dreyfus, que pasó allí cuatro años hasta que fue declarado inocente en 1906 a raíz del «Caso Dreyfus», el anarquista Clément Duval, quien escribiría en sus Memorias acerca de su paso por la isla, describiéndola como «uno de los barrios bajos de Sodoma, construida en la sombra de la bienintencionada burguesía de la Tercera República, un tributo a su modesta moralidad y su positiva ciencia penal». Al margen de esta descripción, influenciada sin duda por su pensamiento político, lo cierto es que la Isla del Diablo fue un lugar sobrecogedor. Quien mejor plasmó sus vivencias en aquel paraíso tropical que tras su exuberante vegetación ocultaba lo más sórdido de la humana, fue Henri Charrière, quien a través de su célebre novela Papillon –llevada también con éxito al cine por Franklin J. Schaffner en 1973– narraba sus numerosos intentos de fuga de las Islas de Salvación y también de la Isla del Diablo, describiendo algunas de las atrocidades que allí se cometían. Un historia cuya veracidad ha sido cuestionada numerosas veces, pero que no desmerece la siniestra fama de un lugar que, como bien indica su nombre, parecía haber sido construido y custodiado por los lugartenientes del príncipe de las tinieblas.

Este post continuará, tras los barrotes…

PARA CURIOSEAR UN POCO MÁS:

Tras el éxito cosechado con el libro La vuelta al mundo en 80 cementerios, el autor Fernando Gómez publica también con Ediciones Luciérnaga su nuevo trabajo, que nos viene que ni pintado para la temática de este post: El mundo a través de sus cárceles, un inquietante y tenebroso paseo por los presidios más emblemáticos, algunos de ellos citados en estas líneas: desde la Cárcel Mamerina de Roma o la Prisión de los Plomos de Venecia a la cárcel de Reading, en Inglaterra, la prisión australiana de Port Arthur o la siempre sugerente Alcatraz, «la Roca», que preside la sugerente portada del ensayo que podéis ver bajo estas líneas. En tiempos de confinamiento forzoso, no esta mal ver cómo han malvivido los reos, por muy temibles o despreciables que fueran, de un rincón al otro de este planeta (in)humano.

Supertecnología nazi en la Segunda Guerra Mundial

Aviones a reacción, un cañón sónico y otro solar, prototipos «OVNI», una supuesta bomba atómica e incluso un arma eléctrica basada en el Martillo de Thor. Los ingenieros y científicos nazis desarrollaron un arsenal bélico que parecía cosa del futuro, varias décadas adelantado a su tiempo. Un increíble repertorio de «Armas Milagrosas» que pudo haber cambiado el curso de la guerra, y de la historia.

Óscar Herradón ©

Siguiendo la estela dejada en los anteriores post sobre los increíbles artilugios tecnológicos desarrollados por el Tercer Reich durante la contienda, algunas de las «Armas Milagrosas» más sorprendentes fueron las llamadas «armas limpias», que utilizaban en parte la energía medioambiental para funcionar.

El llamado «Cañón Sónico», diseñado por el doctor Richard Wallauschek, estaba formado por dos reflectores parabólicos conectados por varios tubos que formaban una cámara de disparo, donde una mezcla de oxígeno y metano, detonada de forma cíclica, producía unas ondas sónicas muy potentes, de gran amplitud. A unos 50 m y con un solo minuto de exposición, se calcula que habría matado a cualquiera que se hallara cerca y a unos 250 m produciría un dolor auditivo insoportable para el ser humano, aunque nunca fue usado sobre el terreno.

Wallauschek

En el Instituto Experimental de Lofer, en el Tirol austríaco, el Dr. Zippermeyer diseñó el llamado «Cañón de Vórtice» o «Rayo Torbellino», un mortero de gran calibre que disparaba proyectiles rellenos de carbón pulverizado y un explosivo de acción lenta que, combinados, al explotar creaban una suerte de tifón artificial que, debidamente orientado, podría derribar aviones enemigos que se encontraran cerca. También era sorprendente el «Cañón de Viento», aunque tampoco se utilizó jamás en combate.

El «Cañón de Vórtice» del Dr. Zippermeyer

Submarinos eléctricos, espoletas de infrarrojos para explosivos, bombas teledirigidas, tanques súper-pesados que no tenían rival, helicópteros experimentales, incluso un cañón curvo que se instalaba en los fusiles de asalto y podía disparar desde las esquinas…

Quizá la más sorprendente y peregrina de todas estas «Armas Milagrosas» (Wunderwaffen) fuera –si es que existió más allá de los cenáculos conspiracionistas–, la llamada «bomba endotérmica», que consistía en una serie de explosiones especiales que, al ser lanzadas desde aviones, tras detonar, generaría una zona de intenso frío, de un radio de acción de al menos un kilómetro, que congelaría cualquier forma de vida, aunque no dañaría las estructuras, ya que no generaba radiación. Un artefacto que finalmente nunca entró en acción, aunque los teóricos de la conspiración afirman que los americanos se hicieron con ella y eso explicaría algunos de los prototipos actuales de «armas meteorológicas». De momento, solo especulaciones, aunque fascinantes.

Curiosamente, la última unidad alemana, formada por once militares, que se rindió a los aliados, lo hizo varios meses después del suicidio de Hitler, en septiembre de 1945, en la estación de investigación meteorológica en la isla noruega ártica Spitzbergen. Los experimentos que allí se realizaron continúan siendo uno de los mayores misterios sin resolver de la Segunda Guerra Mundial.

PARA SABER UN POCO/MUCHO MÁS:

HERRADÓN AMEAL, Óscar: Expedientes Secretos de la Segunda Guerra Mundial. Ediciones Luciérnaga, 2018.

Espías de Hitler. Las operaciones secretas más importantes y controvertidas de la Segunda Guerra Mundial. Ediciones Luciérnaga 2016.

La Orden Negra. El Ejército pagano del Tercer Reich. Edaf 2011.

PRINGLE, Heather: El Plan Maestro. Arqueología fantástica al servicio del régimen nazi. Debate, 2007.

ROMAÑA, José Miguel: Armas Secretas de Hitler. Nowtilus, 2011.

WITKOVSKI, Igor: The truth about the Wunderwaffe. RVP Press 2013.

VVAA: Armas Secretas de Hitler. Proyectos y prototipos de la Alemania nazi. Tikal, 2018.

VV.AA.: Hitler. Máquina de guerra. Ágata Editorial 1997.