La noche de Halloween… cuatro décadas de sobresaltos

Fue la cinta que catapultó al éxito a su director, John Carpenter, y prácticamente creó e impulsó el slasher, un género que arrasó en los ochenta y que continúa a día de hoy en lo más alto del ranking de la serie B (e incluso de ciertas producciones multimillonarias). En plena resaca de la noche de Halloween, algunos con el maquillaje a medio quitar tras un festejo que se hizo esperar tras el obligado parón de la pandemia, un libro publicado por Applehead Team rememora y homenajea tan emblemático título (y sus múltiples secuelas).

Con el estreno de Halloween Kills, protagonizado nuevamente por Jamie Lee Curtis en el papel de Laurie Strode, la saga cumple más de cuatro décadas paralizando al espectador en la butaca. O al menos intentándolo, pues unas entregas fueron brillantes, sobre todo la primera y en menor medida su secuela, y otras para olvidar o directamente borrar de la retina.

A remolque de La noche de Halloween surgirían otras sagas inmortales como Viernes 13 (1980) o Pesadilla en Elm Street (1984), aunque bien es cierto que las fundacionales –en esa nueva forma de abordar el género, se entiende– fueron La matanza de Texas (1974) o Las colinas tienen ojos (también del visionario Wes Craven, un año antes del estreno de Halloween, en 1977), momentos estelares del grito en la gran pantalla que convirtieron el arma blanca y la herramienta de trabajo (un cuchillo, un machete, unas cuchillas insertas en un guante a modo de garras o una motosierra) en algo mucho más temible (y brutal, por la cercanía entre víctima y victimario) que cualquier arma de fuego, por mucho retroceso que tuviese.

Las colinas tienen ojos, del señor Craven. Algo más que inquietante.

Nada mejor que la resaca del 1 de noviembre para revisitar la cinta de John Carpenter protagonizada por el veterano Donald Pleasance (como el doctor Loomis) y una jovencísima Jamie Lee Curtis como la canguro Laurie Strode, rol que ha continuado interpretando (con alguna excepción) durante más de cuarenta años hasta el día de hoy, cuando recupera al personaje, algo más canosa, claro, pero igual de vitaminada –y atormentada por la larga sombra de Myers–.

En relación con la máscara del serial-killer, su origen es cuanto menos extraño, o rarito más bien. Cuando el equipo de Carpenter estaba dando forma a la película, encontraron en una tienda una máscara del rostro del capitán Kirk de la serie televisiva Star Trek (interpretado por William Shatner), que se había sacado del molde del actor para el rodaje de la cinta The Devil’s Rain, realizada por Don Post Studios y que más tarde se comercializaría. Tommy Lee Wallace (que dirigiría la tercera entrega y que en la cinta original se encargaría del montaje con la asistencia del técnico Charles Bornstein y del propio Carpenter) modificó la máscara, agrandando el hueco de los ojos y pintándola totalmente de blanco.

Kelly

Descartaron así la máscara inspirada en el artista de circo Emmett Kelly, que fue su primera opción y que habría convertido a Myers en algo muy diferente, quizá en un rotundo fracaso de taquilla. Lo cuenta el propio Lee Wallace en el documental del año 2000 Halloween Unmasked; afirma que probaron ambas opciones con Nick Castle, el actor que contrataron para dar vida a Michael Myers: «Primero probamos la de Emmett Kelly. [Castle] salió del camerino y estuvimos de acuerdo en que era inquietante, extraño, raro, te hacía sentir incómodo. Entonces volvió al camerino y salió de nuevo con la otra máscara y un escalofrío nos recorrió el cuerpo a todos. Era aterrador, demente, enfermizo. Ahí supimos que la teníamos».

Debra Hill

Otro acierto fue el fichaje de Jamie Lee Curtis, cuando la primera opción de Carpenter era la actriz Anne Lockhart, hija de la protagonista de Lassie y que entonces estaba embarcada en la serie Galáctica. En la decisión de elegir a Jamie fue fundamental la opinión de la otra mitad del propio ser de John: su compañera sentimental y piedra angular de su carrera cinematográfica, Debra Hill, quien nos dejaba tempranamente, en 2005, a los 54 años, víctima de esa terrible e implacable enfermedad que es el cáncer. 

Hija de la estrella Tony Curtis, pesó más el hecho de que la madre de Jamie era la también actriz Janet Leigh y había sido precisamente la protagonista de una de las escenas más inquietantes –y claramente fundacionales– del séptimo arte: la de la ducha en Psicosis, del maestro indiscutible Alfred Hitchcock, cinta en la que nos detendremos en breve en «Dentro del Pandemónium» a raíz de la publicación de un fantástico libro publicado recientemente por Cult Books. Era un buen reclamo para atraer al público a las salas… Y acertaron de pleno. Gracias, claro, al buen hacer de Jamie Lee, que aunque se había dejado ver en varias series televisivas, se estrenaba con Halloween en la pantalla grande. Todo ello, y mucho más, unido a una banda sonora algo más que inquietante compuesta por el propio Carpenter (que no en vano ha sido definido como «el hombre orquesta», por las múltiples facetas desempeñadas en aquel rodaje), dieron en el clavo.

Respuesta unánime de crítica y público

A la repercusión de la película ayudó también el pase en la decimocuarta edición del Festival de Cine de Chicago, en noviembre de 1978, y la crítica positiva de Roger Ebert, quien solía repudiar las películas de terror sangrientas (y que por el contrario echaría pestes de su secuela, a la que tildó de puro splatter –«cine gore»–). Publicó su opinión en la edición del Chicago Sun Times en la significativa fecha del 31 de octubre de 1979: «La noche de Halloween es una experiencia visceral. No estamos viendo la película, nos está ocurriendo. Es escalofriante. Quizás no te gusten las películas que dan miedo de verdad. Entonces no veas esta. Viéndola, me recordó a la reseña favorable que le di hace años a La última casa a la izquierda, otro thriller realmente escalofriante». Considerando además al film de Carpenter como uno de los 10 mejores de 1978. Casi nada.

La última casa a la izquierda (1972), otro logro del señor Craven

Con un presupuesto inicial de 300.000 dólares, recaudó 70 millones en taquilla, lo que la convirtió en la película independiente más rentable hasta ese momento, lo que permitiría a Carpenter plasmar algunos de sus sueños en la gran pantalla y convertirse en uno de los grandes realizadores del género (y otros afines, como el sci-fi o el fantástico) durante décadas.

Todas estas curiosidades y muchísimas más (tantas que conforman un volumen de seiscientas páginas) podéis encontrarlas en un libro sensacional: Noches de Halloween. La saga de Michael Myers, publicado recientemente por Applehead Team en la colección que homenajea el legendario espacio televisivo «Noche de Lobos». Una obra monumental –y profusamente ilustrada– de mano del experto Octavio López Anjuán y prologado por PJ Soles (la actriz que interpreta el papel de Lynda van der Klok, con múltiples entrevistas a personas implicadas en las diferentes entregas, entre ellas el propio Carpenter, Nick Castle o Tommy Lee Wallace. He aquí el enlace para adquirir esta terrorífica guía de las noches de Halloween:

https://appleheadteam.com/producto/noches-de-halloween-la-saga-de-michael-myers/

Rebeldes y peligrosas de cine, música y literatura

Son varias las novedades literarias que, en época de empoderamiento, rescatan la importancia de la mujer en la gran pantalla. Una mujer muy alejada de los estereotipos clásicos (incluso en cintas de época) y que no necesita a un «protector» masculino para nada.

Óscar Herradón ©

Por lo general el cine, como la propia sociedad, ha sido dominado por el patriarcado. Por ello, y por la testosterona «made in Hollywood», los vengadores y justicieros han sido, en su mayor parte, hombres. Y magníficos, todo hay que decirlo: de clásicos como Gary Cooper o el nonagenario Clint Eastwood y su Harry Callahan a los muy duros Charles Bronson o Burt Reynolds (sin menospreciar a los más limitados Chuck Norris o Steven Seagal), pasando por otros más modernos como Liam Neeson, rebautizado héroe maduro de acción, o el Denzel Washington de El fuego de la venganza o Equalizer; hasta llegar a los musculados Vengadores, en los que destaca alguna que otra fémina implacable, léase Viuda Negra o Capitana Marvel. La mujer en la pantalla, salvo excepciones (alguna notable) ha sido la principal víctima, arrinconada o vapuleada, mientras los varones se erigían en sus salvadores, o directamente eran los causantes de su pesar.

Ahora, como también la propia sociedad, eso ha cambiado –se llama progreso– y cada vez son más las mujeres de armas tomar que deciden vengar múltiples afrentas, maltrato y vejaciones incluidas, y también las protagonistas indiscutibles de sus propias historias sin que nosotros, los hombres, tengamos que salvarlas de nada ni de nadie. También hubo inolvidables papeles de mujeres que, ya desde los primeros pasos del celuloide, dejaron claro cuál era su lugar: de Cleopatra a Salomé, de Peggy Cummings a Joan Crawford. Pero fueron menos frente a sus compañeros de viaje masculinos, cosa que, reitero, ha experimentado una notable evolución, como queda claro en el trabajo que recomiendo en este post.

En el divertido y revelador ensayo Rebeldes y peligrosas de cine, editado por Lengua de Trapo, la autora María Castejón Leorza, con una prosa cuidada y un tono cargado como un arma de ironía y hasta sarcasmo, nos regala un libro adictivo y nada normativo (algo en este caso totalmente positivo) protagonizado por aquellas mujeres de cine que se alejan de las normas,  dinamitan los mandatos de género y encarnan unos referentes, dando una patada a los modelos de mujeres cansadas, imperfectas y con estrías.

En palabras de la autora, «¿De verdad que no es compatible estar jodida por limpiar la mierda ajena y disfrutar con un personaje como el de Wonder Woman? El cine va de denunciar realidades injustas, pero también de construir imaginarios, de satisfacer deseos, de disfrutar de la fantasía».

María Castejón recupera y visibiliza, en una nueva lectura, las principales protagonistas que pueblan la gran pantalla: mujeres fatales, rebeldes, pistoleras, piratas, aventureras, malas madres y esposas, lesbianas, locas, violentas… y todo sin seguir un cuadriculado guión. Lo mismo te saca a las heroínas del western y después, en un abracadabra, aparecen las víctimas vengadoras de finales de las décadas pasadas, de Lisbeth Salander en la oscura trilogía Millennium, del malogrado novelista sueco Stieg Larsson (eso es lo que se dice vengarse a lo grande) o las «Nawjas Nimris». Puede despiezar a las míticas Thelma y Louise (inolvidables Susan Sarandon y Geena Davis), cuando ya estás viajando con ellas en ese cochazo –un Ford Thunderbird descapotable– en busca de libertad y, de paso, cruzarte con un Brad Pitt con cuerpo de dios griego a punto de catapultarse al mayor de los éxitos gracias precisamente al papel de vaquero buscavidas que interpretó en aquella cinta de Ridley Scott en un ya lejano 1991.

Precisamente Scott firmó, más de una década antes, el bautismo de fuego de la teniente Ripley (incombustible Sigourney Weaver) en un papel que reivindicaba a la mujer como la protagonista absoluta, heroína de acción sin trabas que, mientras los hombres iban cayendo a su alrededor, por muy duros que fueran –y se creyesen–, era la única capaz de plantarle cara a la criatura más terrorífica del séptimo arte, cortesía del visionario H. R. Giger. De repente, y mientras sueñas con ese viaje por la América desértica a golpe de bujía o exploras los universos distópicos del espacio, la autora te da el cambiazo y te encuentras en la cocina de Carmina, la inclasificable madre de Paco y María León, otra mujer –diferente– de armas tomar. Y en otras situaciones tanto o más rocambolescas.

Una (re)lectura fresca, cargada de ingenio y algo de malicia –sobre todo hacia los machos ibéricos– de los papeles femeninos en la gran pantalla. En estas páginas encontrarás sucinta información, entre otros temas, sobre: Los Juegos del Hambre, Barbarella, Mae West y las femme fatales modernas, amas de casa hartas y mujeres sobrepasadas (más allá de la mística de la feminidad y la madre nutricia), nuevos referentes de la época del #MeToo, heroínas de la gran pantalla, yeyés, chicas sexis y venganza. ¿Quién da más?

He aquí el enlace para adquirir este manual inclasificable con prólogo de Jon Sistiaga:

Mercy, Mary, Patty (La Caja Books)

En el campo de la literatura, aunque inspirada en hechos reales, nada mejor que sumergirse en las páginas de una joya de la narrativa editada con su habitual mimo por La Caja Books: Mercy, Mary, Patty, una absorbente historia que pone sobre la mesa la controvertida y en principio contradictoria actitud de abrazar a tus secuestradores nada menos que como forma de empoderamiento.

Lafon

Eso es lo que plantea la autora, la multifacética Lola Lafon (1972), escritora, cantante y compositora francesa del grupo musical Leva. Conocida por su activismo político y social en defensa del feminismo, el antifascismo y el ideario libertario, es autora de cinco novelas, una de las cuales, La pequeña comunista que no sonreía nunca, fue publicada en castellano por Anagrama en 2015.

Patty Hearst

En febrero de 1974, una de las noticias que coparon los titulares de medio mundo fue el secuestro de Patricia Hearst, nieta del célebre magnate de la prensa William Randolph Hearst (que inspiraría a Orson Welles su monumental y Ciudadano Kane), a manos de un grupúsculo armado anticapitalista que respondía al nombre de Ejército Simbiótico de Liberación. Para estupefacción de las élites estadounidenses, Patricia no tardó en sumarse a las reivindicaciones de sus secuestradores. Hasta aquí, la realidad, y a partir de ese momento Lafon entreteje una novela polifónica que alterna un icono real de la story norteamericana con dos personajes ficticios, para indagar así en el proceso de metamorfosis identitaria.

Regresando a la trama, la profesora Gene Neveva recibe el encargo de elaborar un informe para el abogado de Patricia Hearst, cuyo juicio está a punto de empezar en San Francisco –y que sería uno de los eventos sociales más relevantes de aquel tiempo al otro lado del Atlántico–. La tesis doctoral de Neveva investiga las vidas de otras dos estadounidenses rebeldes: Mercy Short y Mary Jaemison –de ahí el título de la novela–, que abandonaron a sus familias de origen y prefirieron marcharse con los nativos amerindios en los siglos XVII y XVIII, todo un desafío al establishment (por supuesto, en aquel tiempo, machista, racista y profundamente patriarcal). En sus indagaciones, Gene contará con la ayuda de Violaine, quien sospecha que tras la conducta de «Patty» Hearst hay mucho más que un lavado de cerebro por parte de sus captores.

Lafon indaga así en dicho proceso de transformación, ese momento de elección radical de las mujeres libres que, al abandonar el ancho camino impuesto a la masa, se atreven a internarse por los vericuetos prohibidos. Y es que la decisión tomada por la nieta del magnate hace casi medio siglo continúa de una vigencia que abruma y se torna, si cabe, aún más necesaria en los aciagos y desconcertantes tiempos que atravesamos –mujeres y hombres–.

He aquí el enlace para adquirir esta deslumbrante obra:

La Madre terrible en el cine de terror

En Rebeldes y peligrosas de cine, la autora habla de figuras maternas para echar de comer aparte, y si lo que queremos es adentrarnos en este singular «character» de la pantalla grande, lo mejor es sumergirnos en las vibrantes páginas de La madre terrible en el cine de terror, firmado por Javier Parra y editado con mimo por Hermenaute, donde se analiza cómo el celuloide se ha aproximado a esta tradición que puede encontrarse en culturas europeas, asiáticas y mesoamericanas, ya sea como engendradora de monstruos o asociada a la brujería en sus múltiples variantes. La idea de la madre terrible se remonta a tiempos pretéritos en los que la mitología servía para explicar el mundo conocido y sus horrores a través de relatos y cuentos que, cargados de simbolismo y en no pocas ocasiones de mensajes crípticos, han perdurado hasta nosotros, y, tomando elementos de la modernidad, continúan aterrando al hombre, en este caso a través de las páginas de un libro o en una sala de cine.

Siguiendo al autor de este singular (por atípico) ensayo, el mito de la madre terrible adopta tres formas principales: el Tifón, la Lamia y la Esfinge. Sus vibrantes páginas, inspiradas en las teorías de Carl Gustav Jung, propone un trepidante recorrido por la figura de la madre destructora a través de diferentes películas como Psicosis, la legendaria cinta protagonizada por Norman Bates (Anthony Perkins) y su inerte pero poderosa progenitora, El caso de Lucy Harbin, Carrie, y cintas modernas (algunas de culto instantáneo) como Babadook, Hereditary, Mamá o La Llorona. He aquí el enlace para adquirirlo en la web de la editorial:

https://www.hermenaute.com/libro.php?id_libro=33

Los mandarines, de Simone de Beauvoir

Y es posible que la igualdad entre hombres y mujeres y la defensa del feminismo no hubiesen avanzado en Occidente como lo han hecho (a pesar del camino que queda por recorrer) si no fuera por la labor de pioneras y activistas como la filósofa francesa Simone de Beauvoir (1908-1986). Más de 70 años después de la aparición de su libro El segundo sexo, éste continúa siendo una obra brillantemente articulada a través de la que los hombres y mujeres de hoy continuamos interpretando el mundo y cuyo discurso mantiene plena vigencia. Pero más allá de sus obra de contenido filosófico-político, Beauvoir fue también una magnífica novelista.

Si queremos acercarnos a la obra narrativa de esta impulsora del feminismo y el empoderamiento de la mujer (a pesar de que su tortuosa y abierta relación con el también filósofo Jean-Paul Sartre dio mucho que hablar), nada mejor que sumergirnos en las páginas de Los Mandarines, que Beauvoir escribió en 1954 y que fue merecedora del prestigioso premio Goncourt, una obra injustamente poco publicitada en nuestro país a pesar de que las crítica la considera la mejor novela de la francesa.

Los mandarines es un fresco perfecto de la Francia recién liberada de las garras del nazismo. Ambientada en París en 1944, aborda la delicada cuenta pendiente del colaboracionismo (el ajuste de cuentas pero también el perdón necesario para la reconciliación nacional), la compleja búsqueda de un nuevo mundo justo en medio de los intereses de soviéticos y norteamericanos en plena Guerra Fría y la aceptación (entre resignada y pragmática) de un escenario incierto y lleno de desencuentros no tan diferente del que vivimos hoy en día, azotado por la pandemia, las injusticias (que provocan, junto a las guerras, migraciones masivas) y el cambio climático, cada vez más evidente en las inundaciones, tornados e incendios que asolan el planeta.

El inicio nos sitúa tras la guerra y el naufragio general que ésta provocó, y se centra en la psicoanalista parisina Anne Dubreuilh, trasunto de la propia Simone, quien trata de recomponer su vida junto a su marido, un célebre escritor mucho mayor, y su amigo Henri Perron, todos ellos participantes en la Resistencia durante la ocupación nazi. Pero la verdadera trama comienza en diciembre del 44, cuando la contienda aún ruge a pesar del acelerado derrumbe del Tercer Reich. Ahora que en la ciudad de la luz, libre del yugo de la esvástica, la libertad es palpable, casi real, así como en gran parte de Occidente, y los sueños largamente aplazados parecen volver a resurgir, los protagonistas se darán cuenta de que aquello no es sino un espejismo, el umbral de un tiempo de nuevos desgarros y crisis, enmarcado en ese fuerte existencialismo de la autora. Como no podía ser de otra manera, la novela tiene un trasfondo filosófico, existencialista –remarco–, feminista y político imposible de desvincular de sus creaciones aunque sean ficción.

En el amplio catálogo de Edhasa, que lleva brindándonos literatura en su más pura esencia desde un lejano 1946, hay otros libros publicados de Beauvoir muy recomendables, como La invitada, Memorias de una joven formal, Una muerte muy dulce, La ceremonia del adiós o La mujer rota, entre otras. He aquí el enlace para adquirir Los Mandarines en su web:

https://www.edhasa.es/libros/1207/los-mandarines

LADY GAGA. BORN HER WAY (LUNWERG, 2021)

Si hay una artista que ha ido a contracorriente y se ha erigido en símbolo de auténtico empoderamiento es sin duda Lady Gaga. Su última gran gesta fue cantar en la ceremonia de investidura del último presidente de EEUU, Joe Biden, pero tiene una dilatada trayectoria desde que diera sus primeros pasos en la música allá por 2001, con el comienzo del milenio.

De nombre real Stefani Joanne Angelina, la artista neoyorquina revolucionó por completo la industria, y sigue haciéndolo disco tras disco, actuación tras actuación. Ahora, Lunwerg Editores (Planeta) nos trae la biografía ilustrada de la cantante de mano de la ilustradora Laura Floris, una edición bellísima para fans, pero apta también para neófitos.

Extravagante, humana y cercana a su público, así es esta artista neoyorquina que llegó a la fama gracias a Just Dance, Alejandro y Bad Romance. Revolucionó por completo el mundo de la música, dejando siempre a sus espectadores con la boca abierta por su particular estilo. Así es, sin duda, Lady Gaga: un talento único y una mujer excepcional, que no ha tenido miedo a desafiar las convenciones para vivir intensamente y realizar sus sueños. Una de las cantantes más galardonada e influyente de las últimas décadas y una figura inspiradora para legiones de fans. En el libro Lady Gaga. Born her way, descubrirás todo sobre esta figura capital de la cultura pop del siglo XXI. He aquí el enlace para adquirlo en papel o en libro electrónico:

https://www.planetadelibros.com/libro-lady-gaga/328046

Payasos «asesinos»: algo más que una moda pasajera (II)

Este año no han causado los mismos estragos, quizá porque ya se ha encargado el Covid de desconcertarnos en un grado mucho mayor, y por desgracia más mortífero. No obstante, ante el debate en redes sobre si realmente se está trabajando en el proyecto de It capítulo 3, con regreso delirante del Pennywise de Stephen King, y con la resaca de un Halloween con mascarillas sanitarias en detrimento de terroríficas máscaras de látex o maquillajes imposibles, más por obligación que por placer, el fenómeno de los «payasos asesinos» vuelve a estar de actualidad. Recordamos sus excesos

Óscar Herradón ©

Pexels (Free License) Cottonbro

Pronto la CNN, aquel 2016, informaba de que la psicosis colectiva había saltado a Europa y que la moda «payasa» había causado numerosos incidentes en diversas localidades de Reino Unido: en Cumbria, por ejemplo, se los pudo ver en distintos lugares portando cuchillos y otras armas. En Durham, las autoridades investigaron la persecución de un hombre disfrazado que persiguió a cuatro niños con un cuchillo en lo que parece ser una grotesca broma globalizada. La policía de la región de Thames Valley, al oeste de Londres, registró hasta 14 casos en un solo fin de semana.

Por otro lado, un usuario de Facebook de la localidad de Leicestershire señaló que: «Estaba caminando por el cementerio de Shelthorpe en la acera junto a la escuela y se me acercó lo que solo puede ser descrito como un payaso con un hacha. Nunca he estado tan aterrorizado en mi vida».

También hubo notables incidentes en Australia y Canadá, donde se reportaron avistamientos en Quebec, Halifax, Gatineau, Ontario, Toronto y Ottawa, entre otros populosos lugares.

Pexels (Emre Kuzu)

En Mexicali, Baja California, era detenido a primeros de octubre de aquel año un menor de 15 años de edad ataviado con una máscara de payaso –bastante cutre, todo sea dicho– y un hacha, por la Dirección de Seguridad Pública en el Valle de Puebla. Fue identificado como Víctor Javier y, por gracioso, no tardó en tener su propia ficha policial y su posado ante las cámaras dio la vuelta al mundo.

También en México, en la ciudad de Querétaro, fueron detenidos el 18 de octubre de aquel año cinco adolescentes disfrazados de clowns que según la policía amenazaban a las personas con golpearlas con bates de béisbol, aunque no se les pudo importar cargos por ser todos menores.

Una cuenta de Twitter llamada Clown Sightings («Avistamientos de payasos») contaba entonces con casi 100.000 seguidores y compartía decenas de vídeos y fotos de casos en Norteamérica y otros lugares del orbe, extendiendo la fiebre coulrofóbica como nunca antes.

Pero el incidente más grave relacionado con el asunto fue el ataque a un payaso asesino en Berlín: un joven de 14 años apuñalaba a un chico de 16 que le asustó disfrazado de tal guisa, resultando que era un conocido de su colegio. Era el 24 de octubre de 2016 y el portavoz de la policía berlinesa Thomas Neuendorf lamentó el suceso en unas declaraciones a la emisora pública regional radioeins: «Ayer pasó lo que nos estábamos temiendo, que todo esto escalase», informaba al día siguiente EFE.

Y es que los creepy clowns consiguieron en muchos sitios el efecto contrario al de su intención primera: en vez de asustar a las gentes, fueron objeto de todo tipo de agresiones por parte de sus «víctimas», hasta el punto de que se han hicieron virales también los vídeos en los que estos incautos eran golpeados. Es más, en algunos lugares aparecieron una suerte de justicieros que, también disfrazados, en este caso de sus superhéroes favoritos, a cuál más hortera, se pusieron a patrullar las calles en busca de «payasos asesinos». A la aparición del payaso diabólico catalán, que utilizaba la cuenta de Instagram #LleidaClown y amenazaba con salir a sembrar el terror bajo el lema «Andad de día, que la noche es mía», colgando hasta 14 tétricas fotografías nocturnas merodeando por las calles del centro de la ciudad, antes de dar de baja la cuenta, le salió un competidor: un Batman justiciero que afirmó que saldría a darle caza, algo que ya pasara también en Inglaterra o, semanas después, cuando la policía de Fairport (Nueva York) hizo público un comunicado en el que, irónicamente, afirmaba que había pedido la ayuda del hombre murciélago para perseguir a los killer clowns. Ya había pasado Halloween y seguían dando que hablar.

La de Berlín no fue la única agresión con arma blanca. En Suecia, concretamente en la localidad de Tvaaker, un desconocido vestido de clown se acercó a un hombre y le apuñaló en el hombro. Sin embargo, también se acumularon en medio de aquella ola de histerismo las denuncias falsas. Por ejemplo, durante días en nuestro país corrió la noticia de que un grupo de «payasos diabólicos» habían agredido a un joven de 19 años con una llave inglesa. Finalmente, la policía descubrió que se había infligido las heridas y lo había hecho a modo de «broma», asegurando que nunca imaginó sus consecuencias.

Antes del Halloween de hace cuatro años, se sucedieron altercados que incrementaron la histeria por la viralización del fenómeno: en la ciudad valenciana de Paterna, la Jefatura de Policía llegó a emitir un comunicado con una serie de recomendaciones a los vecinos de cómo actuar ante los avistamientos de «payasos diabólicos». El Jefe de la Policía Local, Rafael Mestre, señaló que éstos «pueden convertirse en un riesgo debido a su rápida propagación por Internet». Los incidentes fueron incontables…

Tras la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre, los incidentes se siguieron sucediendo: en León era golpeado en la boca un chico disfrazado de payaso por un grupo de jóvenes. Y las noticias no dejaban de surgir: el día 2, la Policía Municipal de Pamplona acudía a una llamada de unas jóvenes de 13 años que aseguraban haber sido amenazadas por un clown que esgrimía un cuchillo.

Coulrofobia, algo más que temor

El miedo irracional a los payasos y mimos tiene su origen en una palabra griega, según la cual el prefijo coulro proviene de un término cuyo significado era «aquél que va sobre zancos», puesto que antiguamente eran numerosas las ocasiones en las que los bufones –antecesores de los payasos– y más tarde éstos, como puede apreciarse aún hoy en circos y desfiles carnavalescos, iban precisamente sobre zancos, causando un mayor pavor entre las gentes.

Un estudio de la Universidad de Sheffield incide en que es a los niños a quien más afecta, aunque también hay casos, dignos de estudio, de coulrofobia entre adolescentes y adultos. Al parecer, según documentó el periodista Finlo Rohrer en 2008 en un artículo para la BBC titulado Why are clowns scary?, a los niños les asusta, por ejemplo, que las habitaciones de hospital estén decoradas con muñecos o dibujos que representan a estos personajes, y eso que es un lugar habitual al que acuden los Clowns para amenizar las enfermedades de los pequeños. Y por lo general, su efecto es muchísimo más positivo que negativo.

A esta fobia han contribuido sin duda el cine y la literatura de terror, así como la industria del videojuego, que han explotado la figura del clown como un ser maligno que poco tiene que ver con la realidad.

Por otra parte, hay exégetas que rastrean el origen de la palabra inglesa clown en el antiguo vocablo clod, cuyo significado es «aldeano», y que aludía a que los primeros payasos de circo utilizaban grotescas vestiduras de origen campesino generando parodias con la intención de arrancar el regocijo de los espectadores durante los festejos populares, que acompañaban de cabriolas, volatines, saltos y acrobacias varias, según señala el libro El maravilloso mundo del circo.  En relación con este origen de la palabra clown, se puede encontrar en la Red una historia que huele a creepypasta originada a raíz de la psicosis generada en todo el mundo con los payasos cuatro años atrás y que toma algo de sus verdaderas raíces, mezclándolo con ingredientes del más puro género gore.

A pesar de su tufillo apócrifo, el relato no desmerece de lo que venimos contando en este artículo: según una creencia popular, clown proviene de un antiguo vocablo cuyo significado, como dije, era aldeano, y su origen se rastrea hasta tiempos inmemoriales –lo que da que pensar–, en las zonas altas de las montañas heladas de una villa europea de nombre Momokha –de la que no he hallado referencias tangibles–, donde existían unos seres alargados y deformes conocidos como Crathull o Clouides que salían de las oquedades de las montañas para secuestrar y devorar niños, pues pensaban que su pureza les daba a la carne un sabor único y especial.

Las crónicas, si es que realmente existen más allá de la Red de Redes, señalan que su piel era verdosa pero con el rostro blanco y la nariz roja por el frío extremo, grandes ojos amarillentos por su adaptación a la oscuridad, dientes enormes y torcidos, con el cabello alborotado de color rojizo a causa de las abundantes salpicaduras de sangre de sus execrables crímenes. Además, sus pies eran largos y deformes.

Existen dos versiones sobre quiénes eran realmente: una afirma que las gentes llegaron a pensar que se trataba de demonios del inframundo que surgieron de las cavernas subterráneas para devorar a los infantes, los únicos que les daban vitalidad para sobrevivir en la superficie. Otra versión señala que eran una familia de hombres deformes provenientes de circos clandestinos que, en la línea de la película Las colinas tienen ojos, escogieron el interior de las montañas como hogar, desarrollando «una alimentación salvaje y carnívora».

Durante el invierno o en medio de fuertes tormentas, los crathull bajaban a los pueblos cercanos durante la noche, disfrazados de aldeanos para pasar desapercibidos, acercarse a los niños y, tras estrangularlos, llevarse sus cuerpos. Pasados los años, los lugareños, dejando el temor a un lado, comenzaron a perseguirlos. Después los degollaban, los desollaban y se colocaban su piel encima imitando su modo de caminar, para burlarse de ellos, celebrando así su victoria sobre el mal. La costumbre fue pasando de generación en generación y el disfraz de Crathull, con nuevos aderezos, se fue convirtiendo en algo familiar, y, contrariamente a los personajes amenazantes de los que nació, se convirtieron en sujetos estrafalarios y graciosos, adaptando sus vestimentas según la época.

Este post continuará, muy a pesar del acecho de los enojosos crathull