Tres décadas del Black Album (Part ONE)

Me he retrasado un poco, lo reconozco, pero es que no es fácil rememorar tres décadas de rock and roll (o thrash metal, según se mire) en un post. Pero un post sobre Metallica en «Dentro del Pandemónium» era una cuenta pendiente obligada. Tres décadas (y bastantes meses) del Álbum Negro, porque si nos referimos a su carrera completa, ya hace tiempo que se cumplieron 40 años de su primer concierto. Todo un fracaso que no era sino el comienzo de algo muy, muy grande. Ya no demoramos más. Wherever I May Roam…

Óscar Herradón ©

Estaba obsesionado con los Use your Illusion de Guns N’Roses, cuyas cassettes ponía una y otra vez (principalmente los hits, de Don’t Cry a Civil War, de You Could Be Mine a November Rain), cuando vi en los primeros ejemplares de la Heavy/Rock que compraba en aquellos maravillosos kioscos multicolor hoy casi inexistentes por culpa de Internet, las potentes imágenes del cantante de Metallica en plena acción. Entonces la prensa musical los confrontaba continuamente a los rockeros de Los Ángeles y, cosas de la inocencia de la edad, pensaba que aquellos músicos de semblante serio que comandaba James Hetfield eran una suerte de villanos que estaban ahí solo y exclusivamente para dificultar el éxito del que para entonces –y muchos años después– era el grupo que ponía banda sonora a mi vida.

Y una de esas tardes en las que alternaba leer alguna cosa del colegio –todavía iba al colegio, a 8º de EGB–, escuchar a los Guns y jugar a los tazos de Bola de Dragón o a los cromos de la Liga (sí, solo tenía 12 primaveras), pusieron en la radio –es posible que en una emisora tan poco rockera como Los 40 Principales– un tema de esos «hombres de negro» de melenas abundantes y pose defensiva. Unos acordes de aire oriental me dejaron pendiente, en el más absoluto de los silencios, de aquella canción que salía de un radiocassette del Pleistoceno. A aquellas extrañas e hipnóticas «cuerdas» siguió una potencia que me cautivó y una voz que me enganchó para siempre; aquel tema no tenía nada que envidiar a los de mis ídolos Axl y compañía.

Se trataba –lo supe después– de Wherever I May Roam, ese himno inspirado en los músicos nómadas que hacen de la carretera (la misma que le robaría la vida al primer bajista del cuarteto, Cliff Burton, que cuando yo los descubrí ya llevaba muerto unos seis años) su segunda casa –y muchas veces la primera–. Formaba parte de un disco que no tardé en comprar (en cassette, claro), que no era otro que el Black Album, del que se cumplieron 30 años hace bastantes meses y que, junto a los Illusion, elevó 1991 a fecha dorada del rock and roll, el mismo año que veían la luz el Nevermind de Nirvana, el Blood, Sugar, Sex, Magik de los Red Hot Chili Peppers, el Arise de los brasileños Sepultura, el Gish de Smashing Pumpkins o, en géneros algo distintos pero no por ello menos cautivadores, el Dangerous de Michael Jackson o el Out of Time de REM.

Fue el 12 de agosto de 2021 –hace casi un año, sí que me he retrasado, sí– cuando se cumplían tres largas, convulsas y magnéticas décadas desde la publicación de aquel álbum de cover negra, negra como la vestimenta de los cuatro jinetes del apocalipsis que lo compusieron. Tengo 42 años, así que… 30 años que suponen prácticamente toda mi P… vida. No dejé de escucharlo desde entonces: una y otra vez, una y otra vez; podría tararear cada estribillo incluso en ese estado semiinconsciente que se produce entre la vigilia y el sueño y en el que, dicen, daba forma a sus monstruos antediluvianos H. P. Lovecraft en la remota Providence, también en USA.

Poco tiempo después de que mi colega de colegio Paul Semper me descubriera a los Guns y a los Red Hot –él nunca sintió demasiada devoción por Metallica, y mucho menos por sus aficiones cinegéticas– recalé en el instituto (sí, primero de BUP entonces), y conocí al que sería poco después, y hasta el día de hoy, mi mejor amigo, Luis Zamarra. Con él, entre muchas vivencias que no vienen a cuento, no pocas discusiones, algunas tan acaloradas que alguien podría haber puesto en duda nuestra sólida amistad (cosas, ya de mayores, de la divergencia política) y un amor por la música tan sincero como nuestras almas aún incorruptas, desgrané cada tema, cada sílaba, cada letra, cada palabra del álbum negro. Él tocaba sus melodías a la guitarra, y yo intentaba –en vano, nunca fue lo mío– darle la réplica con mi voz.

The Metallica Blacklist

Los Maiden

Algo mágico tenía aquel disco, más allá de la fuerza, la perfección compositiva o la frescura (que hoy mantiene intacta). Sí, mucho más, a la vista están los homenajes de millones de fans, críticos musicales y artistas que ya tenían barba cuando los Metallica no habían nacido, a tres décadas de su lanzamiento. De Bruce Dickinson a Paul Stanley, líder de Kiss, son centenares los músicos que lo han elogiado y definido como algo sin igual. En una charla el pasado año con motivo del 30 aniversario, el frontman de una de las grandes bandas de heavy metal de la historia, Iron Maiden, afirmaba a Classic Rock: «Nosotros, Judas Priest y Pantera, alcanzamos una encrucijada en la que tuvimos la oportunidad para dar realmente un paso adelante al siguiente nivel. Pero ninguno de nosotros tuvo agallas. Metallica sí».

Incluso Juanes se ha marcado una sui géneris versión de Enter Sandman, con videoclip incluido. Sorprendente. Es normal que sea el decimoquinto álbum más vendido de la historia de EEUU. Debería ser uno de los cinco primeros (pero en ese top 5 están Michael Jackson, Pink Floyd, Whitney Houston, AC/DC y Meat Loaf. Mucha tela). Fruto de esa admiración por los metálicos estadounidenses, hace unos meses se lanzó el disco tributo The Metallica Blacklist, en el que versionan sus temas 53 grupos y artistas tan divergentes como el citado Juanes, Elton John, Miley Cirus, J. Balvin, Ha*Ash o el dueto mexicano Rodrigo y Gabriela, por citar solo a aquellos que más le han chirriado a los fans sempiternos de la banda.

Metallica, que aunque nunca dejó de estar en primera línea, se ha convertido en un auténtico fenómeno mediático mundial gracias a la cuarta temporada (y no última) de Stranger Things y los acordes del Master of Puppets, que los ha visibilizado ante millones de muchachos que ni siquiera sabían que aquellos hombres de negro, hoy de gris cano, existían. Nunca es tarde si la dicha es buena, dice el refrán.

Condena de los thrashers, aceptación por el mainstream

Y eso que el disco –el negro, no el Master of Puppets– sería muy criticado por los fans antes, durante y después del lanzamiento. Recuerdo, en la ya mentada Heavy/Rock, la «heavy», una tira cómica de un lector en la que ahorcaban a un chaval, y cuando otro preguntaba a un colega por qué lo habían hecho, éste respondía: «Dice que le gusta lo último de Metallica». Hoy la censura habría hecho mella en aquella ingeniosa tira «cómica», pero es una buena muestra de la controversia que rodeó al «negro». No tenía mucho que ver con los discos que habían hecho de Metallica los abanderados del thrash metal (Ride The Lightning, Master of Puppets…), ni siquiera con aquel disco algo forzado (aunque me encanta) en el que no se escuchaba –deliberadamente– el bajo de Jason Newsted y al que el resto del grupo no haría justicia hasta años después: …and Justice for All.

Hetfield en pleno éxtasis (of God) en Londres, en 2017.

Y sin embargo, el álbum negro generó tal expectación que hubo largas colas en las tiendas de discos (hoy, con Amazon y el streaming, algo impensable), abrió hueco a Metallica en las grandes emisoras de todo el planeta y los encumbró a lo más alto de la escena musical en un tiempo en el que los Guns realizaban la extenuante y colosal gira de los Use Your Illusion y desde Seattle los príncipes del grunge comenzaban a copar los titulares de la prensa musical, avisando a los chicos de pelo cardado y agudos que no se relajaran, que el mundo del rock estaba cambiando y había que abrirle nuevos horizontes. Un olor como a espíritu adolescente (el de tantos de nosotros) que se ha ido perdiendo con los años. Ley de vida.

Este post metálico rebosante de melancolía tendrá una inminente continuación en «Dentro del Pandemónium». Mientras tanto, os dejo unas cuantas recomendaciones literarias para seguir sacando jugo a los cuatro jinetes del (Meta)pocalipsis.

PARA SABER (MUUUUUCHO) MÁS:

Metallica. Back to the Front (Norma Editorial)

Y ahora que Stranger Things ha catapultado aún más un disco que cualquier amante de la guitarra eléctrica conocía de arriba abajo, el Master of Puppets, recordamos el impresionante volumen que en 2017 lanzó Norma Editorial, una auténtica joya para fans de los angelinos: Metallica. Back to the Front. La historia visual autorizada del álbum y la gira Master of Puppets, rubricada por Matt Taylor, un volumen que corta el aliento en una detallada historia repleta de fotografías y documentos inéditos de la colección de la banda y de fans sobre el lanzamiento y la gira posterior de un disco electrizante.

Master of Puppets se lanzó el 3 de marzo de 1986 y consagró a la banda como abanderados del thrash metal junto a Anthrax y Slayer. Con entrevistas nuevas exclusivas, el libro recorre esos meses de infarto en los que Metallica teloneó a Ozzy Osbourne, algo nada baladí, y cuya euforia se truncó el 27 de septiembre, con el trágico accidente de autocar en el que perdió la vida el virtuoso bajista Cliff Burton y sacudió los cimientos de la banda. Tenía tan solo 24 años.

Tras un concierto en Estocolmo, los miembros de la banda tomaron un autocar para trasladarlos a Copenhague: alrededor de las 6.15 de la mañana el vehículo derrapó, dio varias vueltas de campana y Burton –que curiosamente se había rifado dormir en la cama que le correspondía a Kirk Hammett, caprichos del destino– salió despedido. El autocar después lo aplastó. El doctor Anders Ottoson certificó la muerte a causa de «una comprensión torácica con una contusión pulmonar». A pesar de permanecer tan solo tres años y medio en Metallica, Burton hizo historia, y formó parte del álbum debut, Kill Em’ All, Ride The Lightning y el mentado Master of Puppets. Le sucedió Jason Newsted a las cuatro cuerdas, quien permanecería en la banda 15 largos años, hasta abandonarla y ser sustituido por el actual bajista, Robert Trujillo.

Metallica. El origen del Thrash Metal (Libros Cúpula)

Libros Cúpula, un sello del Grupo Planeta muy presente en «Dentro del Pandemónium», lanzó en 2014 el libro Metallica. El origen del Thrash Metal, de Jerry Ewing, un tributo a la banda más influyente del metal con imágenes exclusivas y documentos extraíbles inéditos. Una edición de megalujazo que ningún fan de Metallica puede perderse (un servidor lo tiene en sitio preferente de su biblioteca). Un compendio de coleccionista en el que se juntan facsímiles de flyers, entradas, pases de prensa, pósteres… organizado y narrado por el periodista musical especializado en rock nacido eb Australia –y quien se trasladó al Reino Unido justo cuando comenzaba la New Wave of British Heavy Metal– Jerry Ewing, colaborador de numerosos medios musicales como Classic Rock, Metal Hammer, Maxim, Stuff o Bizarre.

Metallica. Toda la historia (Blume)

Blume, una editorial que también adoramos en «Dentro del Pandemónium» y de la que en breve hablaremos en un post a razón del reciente lanzamiento de dos volúmenes, Arte Transgresor y Cine Transgresor, lanzó en 2017 la primera historia completa ilustrada de Metallica a cargo del prestigioso crítico musical canadiense Michael Popoff, que, como es de rigor, se encuentra en la biblioteca herradoniana al lado del cofre de Libros Cúpula, en lugar de honor. En Metallica. Toda la historia, el autor, que ha sido definido como «el periodista de heavy metal más famoso del mundo» –con 40 libros a sus espaldas– presenta la trayectoria completa de la banda –hasta el año de publicación, se entiende– proporcionando un completo repaso por su selecta discografía: cada álbum es diseccionado por prestigiosos periodistas musicales como Richard Bienstock, Daniel Bukszpan, Neil Daniels, Andrew Earles o Mick Wall, entre otros.

Un poco de todo: las historias tras la formación del grupo, la salida de Dave Mustaine a causa de sus adicciones (traumática para el guitarrista que acabaría fundando otro grupo mítico del trash, Megadeth, al frente del que continúa todavía hoy), la muerte de Cliff Burton en Escandinavia, la llegada de Jason Newsted (y el lamentable comportamiento de sus compañeros con él durante la grabación de …And Justice For All!), la salida de éste quince años después y la llegada de Navarro, la adicción al alcohol de James Hetfield, triunfos, tragedias, giras… un volumen acompañado de más de 200 imágenes, no solo en conciertos en directo (que hay muchas) sino también de momentos íntimos, auténticas joyas de coleccionistas como un servidor.

Metallica. Nothing Else Matters (Ma Non Troppo)

Y cómo no, Redbook Ediciones también tiene un título dedicado a Metallica en su colección «La novela gráfica del Rock», vieja conocida del Pandemónium, Metallica. Nothing Else Matters (Nada Más Importa). La vida de la banda angelina contada a través de la viñeta con una potencia digna del solo de bajo de For Whom The Bell Tolls y con un dibujo hiperrealista que te hace sentirte directamente en el seno de la banda como uno más desde sus comienzos hasta hoy. Y lo hace la mano de los expertos en novela gráfica Brian Williamson (dibujo) y Jim McCarthy (guion) que capturan con maestría la esencia y los sinsabores (muchos, pues la fama y el dinero no dan la felicidad, que se lo digan a Hetfield, aunque ayuda) de la más grande banda de thrash, de puro rock, de la historia. Un emocionante viaje en forma de montaña rusa que abarca dos décadas de altibajos tanto en la carretera como en el estudio.

En su selecto catálogo que hace las delicias de los amantes del rock, Redbook (a través de su emblemático sello Ma Non Troppo) también tiene el libro Metallica. Furia, sonido y velocidad, una obra definitiva sobre la historia de la banda estadounidense escrita a cuatro manos por Matías Recis y Daniel Gaguine. Un recorrido cronológico, otro más (pero igual de vibrante como las cuerdas de Hetfield y Hammett) por su trayectoria de vida, sus discos, videoclips, anécdotas y curiosidades. Además, sus letras, pura poesía y podríamos decir que filosofía viva, son analizadas por los dos especialistas musicales citados que además completan el libro con un singular apéndice de los instrumentos, efectos y amplificadores que los miembros de la banda han utilizado en cada periodo. Más de 100 millones de discos vendidos no merecen menos.

Nacer. Crecer. Metallica. Morir, Parte 1 (Malpaso y Cía)

La Editorial Malpaso y CIA lanzaba en 2018 el primer volumen (edición que parece un traslado al papel del álbum negro, maravillosa) de la biografía Nacer. Crecer. Metallica. Morir, la que precisamente va desde los comienzos de la banda a la aparición del Black Album. Compuesta a cuatro manos por Paul Brannigan e Ian Winwood, ha tenido un notable éxito en lengua inglesa y disecciona al grupo sin obviar en ese largo camino hacia el éxito multitudinario los momentos de dolor y drama. Un relato exhaustivo construido a partir de minuciosas conversaciones con los protagonistas de la leyenda y con todos los individuos que jugaron papeles significativos a su alrededor. Estamos ansiosos por tener el segundo en castellano (en inglés sí se puede conseguir). ¡Venga compañeros!

Y para los más pequeños, Reservoir Books (Kids) publicó Metallica en su colección Band Record la electrizante aventura de Metallica, con letras de Soledad Romero Mariño y dibujos de David Navas. Y es que, ¿quién ha dicho que sus riffs no son para los niños? Ojalá alguien me hubiese descubierto a la banda cuando tenía seis, siete u ocho años (habría sido testigo del lanzamiento de Master of Puppetts o del And Justice…).

Kame Hame Ha! Recordando Dragon Ball

Lleva con nosotros más de treinta años y es una de las series de manganime más influyentes de todos los tiempos. Creada por Akira Toriyama en un lejano 1984, sus secretos se desmenuzan en las páginas de un libro que toma prestado el grito de guerra de Son Goku, Kame Hame Ha!, nada menos que la guía definitiva de Dragon Ball que edita en dos volúmenes Diábolo Ediciones.

Por Óscar Herradón ©

Recuerdo los comienzos de Dragon Ball pues coincidió con los años de mi infancia previa a la adolescencia, una época en la que el manganime copaba la programación vespertina de una caja tonta con solo dos canales (algo que estaba a punto de cambiar con la llegada de Tele 5 y Antena 3). Era apenas un niño que no sabía vocalizar cuando Mazinger Z cautivó a la audiencia española, y no mucho más mayor con Candy Candy (cuyo origen se remontaba a 1976). A finales de los 80, cuando eclosionó Bola de Dragón en nuestro país (aunque nació en 1984), los chavales de mi edad, unos 9 años –y otros bastante más creciditos– nos quedábamos anonadados con Campeones (Capitán Tsubasa) o Los Caballeros del Zodíaco, pero ninguna serie sería tan trascendente ni longeva como la que ocupa este post, que pasó a formar parte no solo de los juegos infantiles (con un merchandising que nada tenía que envidiar al actual, aunque menos detallado), sino del imaginario popular.

Por supuesto, conocí a Son Goku, su colita de «mono» y a su inseparable Krillin en la televisión, y fue después cuando los kioscos comenzaron a explotar su versión manga, de donde nació años atrás en Japón, cómics con una portada roja y trazos en blanco y negro que hoy se han reeditado en múltiples formatos, aquellos maravillosos kioscos en que se confundían en un batiburrillo multicolor la Superpop con la Teleindiscreta, el TP con la Heavy Rock y el Dojo con Diez Minutos, junto a paquetes de tabaco Winston y golosinas hiperglucémicas.

Compré alguno de aquellos cómics (que probablemente ni leí, ya entonces empecé a ser un poco «acaparador compulsivo») y que por aquello de «hacer limpia» ya no conservo –una pena–, como tampoco los tebeos de G.I.Joe, entre otras joyas gráficas, y por supuesto vi muchísimos capítulos de la primera serie las tardes de tiempos lejanos, al salir de las clases de EGB en el colegio Ortega y Gassett de Zarzaquemada (Leganés), cuando las teles de tubo, gigantescas, pesaban más que mueble de salón. Aunque nunca fui un fanático de la saga. He de reconocerlo.

Pero el recuerdo de Dragon Ball, cuyos personajes se imitaban en las tiendas de «Todo a Cien» (que entonces no regentaban chinos, sino españoles) y que más tarde pasaron a inundar de tazos las bolsas de Matutano, dejaron una huella indeleble en los de mi generación, nostálgicos sin remedio que hablan de los 80 y 90 a la primera de cambio en una conversación de «cuñados». Así que cuando supe que Diábolo Ediciones, que tanto mima nuestros recuerdos cinéfilos y catódicos, lanzaba el primer volumen de Kame Kame Ha! La Guía definitiva de Dragon Ball (acaba de publicar el segundo, que tendrá su oportuna entrada), compuesto a cuatro manos por Néstor Rubio y Miguel Martínez, no me lo pensé dos veces, y menos sabiendo que sería una edición profusamente ilustrada a color preñada de curiosidades y sabías que…

Toriyama, el genio tras la marca

Toriyama

El origen de una de las franquicias más longevas y rentables del manganime de todos los tiempos tiene detrás un nombre propio, Akira Toriyama, que alcanzó el éxito previamente con Dr. Slump. Combinando la magia con la artes marciales, la amistad con los mensajes ecologistas y la eterna lucha entre el bien y el mal (y la enorme escala de grises que existe entre uno y otro concepto, que se lo digan a Piccolo o Vegeta), Toriyama creó una historia que engancha desde el minuto uno, que no defrauda, y cuyas líneas argumentales se expandirían no solo en sus interminables secuelas sino también en el rentable mundo del videojuego.

El volumen editado por Diábolo –y su continuación– es un sucinto recorrido por la saga desde los orígenes del serial (con un tono mucho más cómico, incluso a veces irreverente, que el estilo posterior), para pasar a la que muchos consideran la mejor etapa, Dragon Ball Z, con un argumento más maduro, una combinación de seriedad y drama con épicos y minuciosos combates, para extenderse a sus secuelas y también a la influencia de la franquicia –insisto, muy notable– en la cultura popular.

Y sobre por qué se llamó  «Z» a la continuación de Dragon Ball hay diferentes teorías; una afirma que Toriyama la eligió simplemente por ser la última letra del alfabeto, pues su intención era que la obra concluyera ahí, cosa que como sabemos no fue así (tuvo dos arcos narrativos más). Otra, algo más peregrina, asegura que Toriyama pretendía llamarla simplemente Dragon Ball 2, pero los responsables de la producción de la serie, por error, creyeron que –debido a la grafía, muy similar–, era realmente una Z y no un 2. ¿De verdad alguien se cree que Toriyama no habría puesto el grito en el cielo por ello?

El señor Toriyama es tan popular en Japón que cuando hay rumores de que hará alguna aparición en Tokio (vive en la prefectura de Aichi, en la región de Chubu, junto a su esposa, la ex artista de magna Nachi Mikami), los funcionarios de la Oficina de Gobernación se echan las manos a la cabeza ante el dispositivo de seguridad que han de organizar. En alguna ocasión, masas de fans enfervorecidos han rodeado al artista y lo han seguido hasta el mismo aeropuerto. Y eso que Toriyama no es precisamente un amante de la vida en sociedad, y son escasas las entrevistas que concede o las veces que se ha dejado fotografíar (algo difícil y hasta raro en tiempos de Instagram y TikTok).

Su éxito le ha llevado también a participar en el diseño de varios personajes de videojuegos, por ejemplo en la popular serie Dragon Quest, pero también para el juego de rol Chrono Trigger para Super Nintendo y Super Famicom, entre otros, aunque, según reveló el propio Toriyama en una entrevista a Rolling Stone, no le entusiasman demasiado los videojuegos. También ha influido notablemente en otros genios del noveno arte; así lo han confesado Tite Kubo (Bleach), Masashi Kishimoto (Naruto) o Eiichiro Oda (One Pierce).

Lo que pocos saben es que se convirtió en mangaka casi por casualidad: a través de un concurso de la Weekly Shonen Jump para aficionados, a donde envió un trabajo que no ganó premio alguno. Entonces (entre 1977 y 1979) trabajaba en lo que él pensaba que era su verdadera vocación, la de diseñador gráfico en publicidad. A la vista de lo que consiguió más tarde, no le fue nada mal en el campo de la viñeta nipona. Aunque no le regalaron nada, como reza uno de los mantras de Dragon Ball: «La única forma de conseguir lo que quieres es trabajando duro».

Podría contar mil y una historias sobre la saga, pero como la intención de este post no es ser infinito, encontraréis un amplio abanico de anécdotas tanto o más fascinantes en el libro de Diábolo. He aquí el enlace:

https://www.diaboloediciones.com/kame-hame-ha-la-guia-definitiva-de-dragon-ball-volumen-1/

Karate Kid. Cuatro décadas dando cera, y puliéndola…

Hace casi cuarenta años que un chaval acosado por los machos alfa del instituto se convertía en karateka para dar esperanza a los que sufrieron (quizá todos en alguna medida) bullying. Hoy que Karate Kid, cuya primera entrega se estrenó un 16 de noviembre de 1984, cuenta con un nuevo renacer gracias a la serie Cobra Kai, que emite Netflix, un libro de reciente aparición recorre toda su historia, desde la idea inicial al guión, los personajes, los actores y las secuelas. Preñado de anécdotas, recuerda lo que aquella saga significó para toda una generación.

Por Óscar Herradón ©

No podía ser sino Diábolo Ediciones quien brindara el homenaje que se merece a una de las sagas capitales de los 80 y saciara a su vez el ansia de conocimiento de los mitómanos y nostálgicos ante la escasez de publicaciones. Hablo de (The) Karate Kid y su trilogía original, así como sus reboot y su «revisitación» en forma catódica a través de la exitosa y potente Cobra Kai, que comenzó como web serie y recupera a los protagonistas originales un poco más entrados en años pero manteniendo con elegancia el tipo.

El origen de una de las franquicias más célebres, rentables y añoradas de nuestra infancia no es lo que se dice muy glamuroso. Nació de un concepto desarrollado por el productor, Jerry Weintraub (con los años, uno de los más aclamados de Hollywood) que un día leyó en la prensa la historia de un muchacho que aprendió karate como forma de hacer frente a unos matones que le hacían bullying. Le encargó un libreto al guionista Robert Mark Kamen, que narró una experiencia personal que le sucedió 20 años antes, en 1964, durante la Feria Mundial de Nueva York que se celebraba a cinco minutos de su hogar, cuando una pandilla de chicos se abalanzaron sobre él al ver que en su cuello lucía una estrella de David. El eterno y podrido antisemitismo. Echó a correr con todas sus fuerzas y lo persiguieron. Poco después se inscribió en un dojo, «lugar de despertar» donde se practican las artes marciales, porque no quería que volviera a pasarle lo mismo.

Según sus propias palabras, Karate Kid era «una carta de amor en forma de guión a mis maestros de Okinawa y a lo que aprendí de ellos». El propio Kamen dice en el prólogo del libro que edita Diábolo: «Tuve la suerte de tener a una serie de maestros que entendieron que el karate no era simplemente pelear, sino que era superación personal, disciplina, esforzarse por alcanzar la perfección no solo de tu capacidad para defenderte, sino para convertirse en mejor persona, en una persona más completa».

Chojun Miyagi

Kamen se inspiró en uno de sus instructores, un maestro de Okinawa de nombre Meitoku Yagi, y en el senséi que entrenó a éste a la temprana edad de 14 años, Chojun Miyagi. Así que el rol que haría mundialmente célebre a Pat Morita, el del Señor Miyagi, resultó ser una combinación de ambos maestros. El verdadero Miyagi había fundado en Okinawa el Goju Ryu, un estilo de Karate-do cuya traducción vendría a ser «estilo de lo duro y lo suave», un arte marcial en el que se combinaban y complementaban ambos conceptos. El Goju Ryu fundado por Chojun en Okinawa y después transmitido por Meitoku en Estados Unidos será la base del peculiar entrenamiento al que es sometido David LaRusso en la película.

Mark Kamen había firmado tres años antes el libreto de Taps, más allá del honor, con jóvenes estrellas como Timothy Hutton, Sean Penn o un Tom Cruise que hoy, como en las cuatro décadas anteriores, continúa en plena forma y empapado de éxito por el estreno de Top Gun Maverick. Como la saga de Karate Kid, Cruise siempre ha estado con nosotros, como un familiar cercano. Tras el éxito del estreno, la recaudación –de casi 100 millones de dólares– hizo que Columbia pidiera a Robert Mark Kamen repetir la fórmula de la primera entrega. Le encargaron el desarrollo de ambas secuelas y le dieron la oportunidad de escribir el libreto de una de las entregas de otra saga memorable de los 80, Arma Letal 3, junto a otros guionistas como Jeffrey Boam (El Chip Prodigioso) y Shane Black (Depredador).

Portada del libro publicado por Diábolo Ediciones

En el citado volumen, Karate Kid & Cobra Kai. Dar cera, pulir cera, se incluye una entrevista bastante reciente que el autor, Francisco Javier Millán, que ha firmado con Diábolo exitosos libros como Generación Goonies o Los Goonies nunca dicen muerto, le realizó a Kamen la madrugada del 7 al 8 de septiembre de 2021, mes en el que también entrevistó, con la colaboración de Marisé Samitier, vía telefónica, a Bill Conti, creador de la banda sonora de la trilogía original y compositor también –y principalmente– de la inolvidable melodía de Rocky que todavía hoy es un subidón de optimismo que puede con todo.

Una historia menor convertida en leyenda

Karate Kid fue una película concebida en un principio con pocas expectativas (también lo fue La Guerra de las Galaxias, y mira hoy…); según declaró el productor, Jerry Weintraub, temía que el público la viera como una suerte de Rocky para niños en un tiempo en el que la saga pugilística nacida de la mente de Sylvester Stallone iba ya por su tercera entrega y había elevado a la categoría de estrella a Mr. T, que por aquel entonces pasaba a encarnar a M-A Barracus en la serie de culto ochentero El Equipo A. Más nostalgia elevada al cubo de los cuarentones.

Quizá por ello, el productor decidió tantear a un director en horas bajas que precisamente se había hecho cargo de la primera entrega de la historia del potro italiano: John G. Avildsen, que aceptó el reto. Para una cinta iniciática en la que el joven David LaRusso ha de experimentar el sufrimiento y el amor (frustrado) para pasar de la niñez, plagada de incertidumbres y miedos, a la edad adulta, era importante escoger a un actor que transmitiera esas emociones, pero no lo era menos el personaje del maestro (senséi) que ha de entrenar al joven (y fortalecer su cuerpo y su mente adolescentes).

El estudio quería al reconocido actor japonés Toshiro Mifune (el emblemático protagonista de algunas de las mejores películas de Akira Kurosawa, como Los Siete Samuráis, Rashomon o Yojimbo), pero al director le parecía que daría un toque demasiado serio a la cinta. Pat Morita fue el primero que se presentó a la audición para encarnar al Sr. Miyagi (que haría inmortal la frase «Dar cera, pulir cera»). A Avildsen le convenció su prueba, pero el productor, Weintraub, no lo quería por su vis cómica, pues era un actor que había hecho principalmente comedia y formó parte del grupo de cómicos de improvisación teatral The Groundlings; sin embargo, tras múltiples pruebas y la insistencia del realizador (que persistió en las enormes posibilidades que brindaba –acertó de pleno–), Weintraub aceptó, y llegó a pedir disculpas al actor nipón por su reticencia inicial. No obstante, para que destacara su origen japonés, el productor exigió que su nombre en los títulos de crédito apareciera completo: Noriyuki «Pat» Morita. Y no le fue nada mal en el entrañable rol de Miyagi: se convirtió en el primer asiático-americano en ser nominado a los Oscar como Mejor Actor de Reparto.

Un rostro inolvidable

La elección de Ralph Macchio para dar vida al personaje principal, David LaRusso, se debió, según el director, a su aspecto juvenil y marcada delgadez, lo que le hacía parecer vulnerable, algo fundamental para desarrollar su evolución –aunque por entonces Macchio ya tenía 21 años que no aparentaba–. Y eso que se habían barajado nombres como los de Robert Downey Jr., Charlie Sheen, Nicolas Cage, Emilio Estévez, Eric Stoltz e incluso Kyle Eastwood, hijo de «Harry el Sucio». Charlie Sheen, a su vez, también fue tanteado para interpretar al azote de LaRusso y villano de la cinta, Johnny Lawrence, así como Crispin Glover, pero el papel fue finalmente para el entonces desconocido William Zabka. El rol de la chica que le roba el corazón al protagonista fue para Elizabeth Shue, pero se barajaron actrices como Helen Hunt o Demi Moore, una cuasi desconocida que por aquella década acabaría en otra saga inmortal, Regreso al Futuro.

Tanto Zabka como Shue habían aparecido tan solo en pequeños papeles y en spots televisivos, pero Macchio ya interpretó un rol importante en la película de Francis Ford Coppola Rebeldes (The Outsiders), basada en la exitosa novela de Susan E. Hinton y estrenada un año antes de Karate Kid, en 1983, plataforma de lanzamiento de toda una serie de nuevas y prometedoras estrellas de Hollywood: Patrick Swayze, Emilio Estévez, Matt Dillon, Rob Lowe o el mismo Tom Cruise. Haciendo algo poco habitual entonces, Avildsen filmó los ensayos de las escenas y los editó como un primer corte de la película con la intención de corregir detalles y anticiparse a posibles problemas de rodaje.

Con un presupuesto inicial de ocho millones de dólares, Karate Kid recaudaría casi 91 millones solo en Estados Unidos (y tuvo éxito en medio mundo), recibiendo, además, buenas opiniones de la crítica, a pesar de que en un primer momento el título no le gustó a los actores y a varios miembros del equipo de rodaje, pues lo consideraban de película de bajo presupuesto y aire infantil. El fervor por la cinta llevó incluso a la apertura de una cadena de dojos (hasta entonces prácticamente inexistentes en territorio USA) bautizada como «Karate Kids».

Para el senséi John Kreese se barajaron actores de la talla de Kurt Russell, Jeff Bridges, Christopher Walken, Harvey Keitel e incluso el sr. Spock, Leonard Nimoy, pero finalmente el rol recayó en el actor Martin Kove, al que habían dado una semana para preparar la audición. Sin embargo, le llamaron al día siguiente y le dijeron que debía hacer la prueba sin tiempo para preparar el papel. Protestó por ello pero insistieron en que sería su única oportunidad. Fue su mujer quien le convenció de asistir y la frustración y rabia que sentía le sirvieron –dicen– para convencer al realizador y al equipo de que era el actor indicado (parece ser que llegó a espetarle a Avildsen y a la directora de casting que eran unos imbéciles). Hoy aparece también en Cobra Kai y mantiene el tipo como un verdadero senséi. Más quisieran algunos a los 76 años, aunque ahí está Jagger, que con dos más el pasado 1 de junio no dejó de moverse como una anguila durante más de dos horas ante 45.000 personas en el Wanda Metropolitano, dando el pistoletazo de salida a su gira «Sixty». ¡Sesenta años sobre los escenarios! para echarse a temblar. Cosas de «pactar» con el diablo…

Volviendo a la película, el estudio tuvo que pedir permiso a DC Cómics porque ya existía un superhéroe llamado Karate Kid, reconocimiento que se puede ver al final de los títulos de crédito. Una historia que se lanzó 18 años antes del estreno de la primera entrega cinematográfica, en 1966, y la protagonizaba Val Armorr, uno de los miembros de la Legión de Superhéroes, que no poseía ningún superpoder pero sí un dominio absoluto de las artes marciales que lo hacía prácticamente invencible.

Luego llegó la patada de la Grulla, que todos imitamos hasta la saciedad en la playa y en el colegio y que levantaría polémica años después entre los expertos en kárate, que consideran que habría sido un golpe ilegal (y, por tanto, LaRusso habría perdido el combate), pero eso lo dejamos para otra entrega del blog. Ahora, mil y una anécdotas más os esperan en las páginas del nuevo libro de Millán que podéis adquirir en el siguiente enlace. No os arrepentiréis. Palabra del «pandemonio».

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