Rebeldes y peligrosas de cine, música y literatura

Son varias las novedades literarias que, en época de empoderamiento, rescatan la importancia de la mujer en la gran pantalla. Una mujer muy alejada de los estereotipos clásicos (incluso en cintas de época) y que no necesita a un «protector» masculino para nada.

Óscar Herradón ©

Por lo general el cine, como la propia sociedad, ha sido dominado por el patriarcado. Por ello, y por la testosterona «made in Hollywood», los vengadores y justicieros han sido, en su mayor parte, hombres. Y magníficos, todo hay que decirlo: de clásicos como Gary Cooper o el nonagenario Clint Eastwood y su Harry Callahan a los muy duros Charles Bronson o Burt Reynolds (sin menospreciar a los más limitados Chuck Norris o Steven Seagal), pasando por otros más modernos como Liam Neeson, rebautizado héroe maduro de acción, o el Denzel Washington de El fuego de la venganza o Equalizer; hasta llegar a los musculados Vengadores, en los que destaca alguna que otra fémina implacable, léase Viuda Negra o Capitana Marvel. La mujer en la pantalla, salvo excepciones (alguna notable) ha sido la principal víctima, arrinconada o vapuleada, mientras los varones se erigían en sus salvadores, o directamente eran los causantes de su pesar.

Ahora, como también la propia sociedad, eso ha cambiado –se llama progreso– y cada vez son más las mujeres de armas tomar que deciden vengar múltiples afrentas, maltrato y vejaciones incluidas, y también las protagonistas indiscutibles de sus propias historias sin que nosotros, los hombres, tengamos que salvarlas de nada ni de nadie. También hubo inolvidables papeles de mujeres que, ya desde los primeros pasos del celuloide, dejaron claro cuál era su lugar: de Cleopatra a Salomé, de Peggy Cummings a Joan Crawford. Pero fueron menos frente a sus compañeros de viaje masculinos, cosa que, reitero, ha experimentado una notable evolución, como queda claro en el trabajo que recomiendo en este post.

En el divertido y revelador ensayo Rebeldes y peligrosas de cine, editado por Lengua de Trapo, la autora María Castejón Leorza, con una prosa cuidada y un tono cargado como un arma de ironía y hasta sarcasmo, nos regala un libro adictivo y nada normativo (algo en este caso totalmente positivo) protagonizado por aquellas mujeres de cine que se alejan de las normas,  dinamitan los mandatos de género y encarnan unos referentes, dando una patada a los modelos de mujeres cansadas, imperfectas y con estrías.

En palabras de la autora, «¿De verdad que no es compatible estar jodida por limpiar la mierda ajena y disfrutar con un personaje como el de Wonder Woman? El cine va de denunciar realidades injustas, pero también de construir imaginarios, de satisfacer deseos, de disfrutar de la fantasía».

María Castejón recupera y visibiliza, en una nueva lectura, las principales protagonistas que pueblan la gran pantalla: mujeres fatales, rebeldes, pistoleras, piratas, aventureras, malas madres y esposas, lesbianas, locas, violentas… y todo sin seguir un cuadriculado guión. Lo mismo te saca a las heroínas del western y después, en un abracadabra, aparecen las víctimas vengadoras de finales de las décadas pasadas, de Lisbeth Salander en la oscura trilogía Millennium, del malogrado novelista sueco Stieg Larsson (eso es lo que se dice vengarse a lo grande) o las «Nawjas Nimris». Puede despiezar a las míticas Thelma y Louise (inolvidables Susan Sarandon y Geena Davis), cuando ya estás viajando con ellas en ese cochazo –un Ford Thunderbird descapotable– en busca de libertad y, de paso, cruzarte con un Brad Pitt con cuerpo de dios griego a punto de catapultarse al mayor de los éxitos gracias precisamente al papel de vaquero buscavidas que interpretó en aquella cinta de Ridley Scott en un ya lejano 1991.

Precisamente Scott firmó, más de una década antes, el bautismo de fuego de la teniente Ripley (incombustible Sigourney Weaver) en un papel que reivindicaba a la mujer como la protagonista absoluta, heroína de acción sin trabas que, mientras los hombres iban cayendo a su alrededor, por muy duros que fueran –y se creyesen–, era la única capaz de plantarle cara a la criatura más terrorífica del séptimo arte, cortesía del visionario H. R. Giger. De repente, y mientras sueñas con ese viaje por la América desértica a golpe de bujía o exploras los universos distópicos del espacio, la autora te da el cambiazo y te encuentras en la cocina de Carmina, la inclasificable madre de Paco y María León, otra mujer –diferente– de armas tomar. Y en otras situaciones tanto o más rocambolescas.

Una (re)lectura fresca, cargada de ingenio y algo de malicia –sobre todo hacia los machos ibéricos– de los papeles femeninos en la gran pantalla. En estas páginas encontrarás sucinta información, entre otros temas, sobre: Los Juegos del Hambre, Barbarella, Mae West y las femme fatales modernas, amas de casa hartas y mujeres sobrepasadas (más allá de la mística de la feminidad y la madre nutricia), nuevos referentes de la época del #MeToo, heroínas de la gran pantalla, yeyés, chicas sexis y venganza. ¿Quién da más?

He aquí el enlace para adquirir este manual inclasificable con prólogo de Jon Sistiaga:

Mercy, Mary, Patty (La Caja Books)

En el campo de la literatura, aunque inspirada en hechos reales, nada mejor que sumergirse en las páginas de una joya de la narrativa editada con su habitual mimo por La Caja Books: Mercy, Mary, Patty, una absorbente historia que pone sobre la mesa la controvertida y en principio contradictoria actitud de abrazar a tus secuestradores nada menos que como forma de empoderamiento.

Lafon

Eso es lo que plantea la autora, la multifacética Lola Lafon (1972), escritora, cantante y compositora francesa del grupo musical Leva. Conocida por su activismo político y social en defensa del feminismo, el antifascismo y el ideario libertario, es autora de cinco novelas, una de las cuales, La pequeña comunista que no sonreía nunca, fue publicada en castellano por Anagrama en 2015.

Patty Hearst

En febrero de 1974, una de las noticias que coparon los titulares de medio mundo fue el secuestro de Patricia Hearst, nieta del célebre magnate de la prensa William Randolph Hearst (que inspiraría a Orson Welles su monumental y Ciudadano Kane), a manos de un grupúsculo armado anticapitalista que respondía al nombre de Ejército Simbiótico de Liberación. Para estupefacción de las élites estadounidenses, Patricia no tardó en sumarse a las reivindicaciones de sus secuestradores. Hasta aquí, la realidad, y a partir de ese momento Lafon entreteje una novela polifónica que alterna un icono real de la story norteamericana con dos personajes ficticios, para indagar así en el proceso de metamorfosis identitaria.

Regresando a la trama, la profesora Gene Neveva recibe el encargo de elaborar un informe para el abogado de Patricia Hearst, cuyo juicio está a punto de empezar en San Francisco –y que sería uno de los eventos sociales más relevantes de aquel tiempo al otro lado del Atlántico–. La tesis doctoral de Neveva investiga las vidas de otras dos estadounidenses rebeldes: Mercy Short y Mary Jaemison –de ahí el título de la novela–, que abandonaron a sus familias de origen y prefirieron marcharse con los nativos amerindios en los siglos XVII y XVIII, todo un desafío al establishment (por supuesto, en aquel tiempo, machista, racista y profundamente patriarcal). En sus indagaciones, Gene contará con la ayuda de Violaine, quien sospecha que tras la conducta de «Patty» Hearst hay mucho más que un lavado de cerebro por parte de sus captores.

Lafon indaga así en dicho proceso de transformación, ese momento de elección radical de las mujeres libres que, al abandonar el ancho camino impuesto a la masa, se atreven a internarse por los vericuetos prohibidos. Y es que la decisión tomada por la nieta del magnate hace casi medio siglo continúa de una vigencia que abruma y se torna, si cabe, aún más necesaria en los aciagos y desconcertantes tiempos que atravesamos –mujeres y hombres–.

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La Madre terrible en el cine de terror

En Rebeldes y peligrosas de cine, la autora habla de figuras maternas para echar de comer aparte, y si lo que queremos es adentrarnos en este singular «character» de la pantalla grande, lo mejor es sumergirnos en las vibrantes páginas de La madre terrible en el cine de terror, firmado por Javier Parra y editado con mimo por Hermenaute, donde se analiza cómo el celuloide se ha aproximado a esta tradición que puede encontrarse en culturas europeas, asiáticas y mesoamericanas, ya sea como engendradora de monstruos o asociada a la brujería en sus múltiples variantes. La idea de la madre terrible se remonta a tiempos pretéritos en los que la mitología servía para explicar el mundo conocido y sus horrores a través de relatos y cuentos que, cargados de simbolismo y en no pocas ocasiones de mensajes crípticos, han perdurado hasta nosotros, y, tomando elementos de la modernidad, continúan aterrando al hombre, en este caso a través de las páginas de un libro o en una sala de cine.

Siguiendo al autor de este singular (por atípico) ensayo, el mito de la madre terrible adopta tres formas principales: el Tifón, la Lamia y la Esfinge. Sus vibrantes páginas, inspiradas en las teorías de Carl Gustav Jung, propone un trepidante recorrido por la figura de la madre destructora a través de diferentes películas como Psicosis, la legendaria cinta protagonizada por Norman Bates (Anthony Perkins) y su inerte pero poderosa progenitora, El caso de Lucy Harbin, Carrie, y cintas modernas (algunas de culto instantáneo) como Babadook, Hereditary, Mamá o La Llorona. He aquí el enlace para adquirirlo en la web de la editorial:

https://www.hermenaute.com/libro.php?id_libro=33

Los mandarines, de Simone de Beauvoir

Y es posible que la igualdad entre hombres y mujeres y la defensa del feminismo no hubiesen avanzado en Occidente como lo han hecho (a pesar del camino que queda por recorrer) si no fuera por la labor de pioneras y activistas como la filósofa francesa Simone de Beauvoir (1908-1986). Más de 70 años después de la aparición de su libro El segundo sexo, éste continúa siendo una obra brillantemente articulada a través de la que los hombres y mujeres de hoy continuamos interpretando el mundo y cuyo discurso mantiene plena vigencia. Pero más allá de sus obra de contenido filosófico-político, Beauvoir fue también una magnífica novelista.

Si queremos acercarnos a la obra narrativa de esta impulsora del feminismo y el empoderamiento de la mujer (a pesar de que su tortuosa y abierta relación con el también filósofo Jean-Paul Sartre dio mucho que hablar), nada mejor que sumergirnos en las páginas de Los Mandarines, que Beauvoir escribió en 1954 y que fue merecedora del prestigioso premio Goncourt, una obra injustamente poco publicitada en nuestro país a pesar de que las crítica la considera la mejor novela de la francesa.

Los mandarines es un fresco perfecto de la Francia recién liberada de las garras del nazismo. Ambientada en París en 1944, aborda la delicada cuenta pendiente del colaboracionismo (el ajuste de cuentas pero también el perdón necesario para la reconciliación nacional), la compleja búsqueda de un nuevo mundo justo en medio de los intereses de soviéticos y norteamericanos en plena Guerra Fría y la aceptación (entre resignada y pragmática) de un escenario incierto y lleno de desencuentros no tan diferente del que vivimos hoy en día, azotado por la pandemia, las injusticias (que provocan, junto a las guerras, migraciones masivas) y el cambio climático, cada vez más evidente en las inundaciones, tornados e incendios que asolan el planeta.

El inicio nos sitúa tras la guerra y el naufragio general que ésta provocó, y se centra en la psicoanalista parisina Anne Dubreuilh, trasunto de la propia Simone, quien trata de recomponer su vida junto a su marido, un célebre escritor mucho mayor, y su amigo Henri Perron, todos ellos participantes en la Resistencia durante la ocupación nazi. Pero la verdadera trama comienza en diciembre del 44, cuando la contienda aún ruge a pesar del acelerado derrumbe del Tercer Reich. Ahora que en la ciudad de la luz, libre del yugo de la esvástica, la libertad es palpable, casi real, así como en gran parte de Occidente, y los sueños largamente aplazados parecen volver a resurgir, los protagonistas se darán cuenta de que aquello no es sino un espejismo, el umbral de un tiempo de nuevos desgarros y crisis, enmarcado en ese fuerte existencialismo de la autora. Como no podía ser de otra manera, la novela tiene un trasfondo filosófico, existencialista –remarco–, feminista y político imposible de desvincular de sus creaciones aunque sean ficción.

En el amplio catálogo de Edhasa, que lleva brindándonos literatura en su más pura esencia desde un lejano 1946, hay otros libros publicados de Beauvoir muy recomendables, como La invitada, Memorias de una joven formal, Una muerte muy dulce, La ceremonia del adiós o La mujer rota, entre otras. He aquí el enlace para adquirir Los Mandarines en su web:

https://www.edhasa.es/libros/1207/los-mandarines

LADY GAGA. BORN HER WAY (LUNWERG, 2021)

Si hay una artista que ha ido a contracorriente y se ha erigido en símbolo de auténtico empoderamiento es sin duda Lady Gaga. Su última gran gesta fue cantar en la ceremonia de investidura del último presidente de EEUU, Joe Biden, pero tiene una dilatada trayectoria desde que diera sus primeros pasos en la música allá por 2001, con el comienzo del milenio.

De nombre real Stefani Joanne Angelina, la artista neoyorquina revolucionó por completo la industria, y sigue haciéndolo disco tras disco, actuación tras actuación. Ahora, Lunwerg Editores (Planeta) nos trae la biografía ilustrada de la cantante de mano de la ilustradora Laura Floris, una edición bellísima para fans, pero apta también para neófitos.

Extravagante, humana y cercana a su público, así es esta artista neoyorquina que llegó a la fama gracias a Just Dance, Alejandro y Bad Romance. Revolucionó por completo el mundo de la música, dejando siempre a sus espectadores con la boca abierta por su particular estilo. Así es, sin duda, Lady Gaga: un talento único y una mujer excepcional, que no ha tenido miedo a desafiar las convenciones para vivir intensamente y realizar sus sueños. Una de las cantantes más galardonada e influyente de las últimas décadas y una figura inspiradora para legiones de fans. En el libro Lady Gaga. Born her way, descubrirás todo sobre esta figura capital de la cultura pop del siglo XXI. He aquí el enlace para adquirlo en papel o en libro electrónico:

https://www.planetadelibros.com/libro-lady-gaga/328046

Richarg Sorge: un espía impecable (IV)

Fue uno de los grandes agentes de inteligencia del siglo XX, y sin embargo es un gran desconocido en Occidente. De origen alemán, trabajó para los rusos en Japón, donde obtuvo una relevante y delicada información vital para el esfuerzo de guerra aliado, aunque el país del sol naciente sería también su tumba. Ahora, la editorial Crítica publica un ensayo que devuelve al personaje a su justo lugar en la historia contemporánea.

Óscar Herradón ©

Durante ocho largos años, el círculo Sorge operará con impunidad, con una excepción: los especialistas nipones en comunicaciones interceptan en una ocasión varios mensajes de radio, pero no pueden identificar la fuente. No disponen de la tecnología que tienen los técnicos del Abwehr o los agentes del MI5. No obstante, el cerco se va estrechando y la organización corre cada vez más riesgos, peligro que aumenta exponencialmente con el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Cuando en 1939 se intensifican las relaciones entre la Alemania nazi y el Japón imperial, Sorge informa a sus superiores en Moscú que lo primero que están considerando es la guerra con Gran Bretaña, y no con la URSS, pero Stalin hace oídos sordos a sus agentes en relación a Reino Unido, representante para éste del imperialismo y el capitalismo más abyectos. Dichos informes influirían en la decisión de postergar la guerra con el Tercer Reich, lo que a la larga costaría millones de muertos a la URSS. Será entonces cuando los rusos firmen el Pacto de No Agresión con Berlín, en agosto de ese año, que supondrá una afrenta al comunismo internacional y que logrará tan sólo retrasar la guerra, durante veintiún largos meses.

En mayo de 1941, Sorge visitará una vez más Shanghái para estudiar la actitud hacia la mediación norteamericana de las autoridades japonesas en China. El embajador alemán le ruega, una vez más, que le informe, ya que él no puede analizar los pormenores de tan delicado asunto desde Tokio. Por insólito que pueda parecer, Sorge viaja como mensajero de la Embajada alemana con pase diplomático otorgado por el ministerio de Asunto Exteriores japonés, para llevar despachos al mismo cónsul alemán en Shanghái. Ello demuestra su genialidad como espía y la fuerza de su tapadera. El enviado de Moscú ha logrado colocarse en una posición envidiable y asegura al Centro que las conversaciones americano-japonesas fracasarán. Ocho meses después se producirá el ataque de Pearl Harbor, un episodio que provocará la entrada en la guerra de los Estados Unidos de parte de los aliados.

Mayday Mayday: se avecina la Operación Barbarroja

Desde abril de 1941, Sorge tiene la absoluta certeza de que Berlín ya ha decidido la fecha del ataque hacia el Este: a la Unión Soviética. Informará presto que de 170 a 190 Divisiones han sido concentradas en el frente oriental europeo. En mayo sabe la fecha exacta de la invasión, que será bautizada por los nazis como «Operación Barbarroja»: 22 de junio de 1941. Sin embargo, Moscú no parece creerle a pesar de que llegan informaciones procedentes de más fuentes: Leopold Trepper y su Orquesta Roja y los estadounidenses. Stalin desconfía de la información proveniente de Tokio, cree que la inminente invasión es una operación de desinformación de los británicos. El hombre de hierro al frente del comunismo internacional yerra en su pronóstico y continúa obcecado frente al Imperio de Su Majestad. No tardará en tener que aliarse con sus odiados ingleses para combatir el avance inmisericorde de la cruz gamada.

Aquello será un golpe tremendo para Sorge, que se siente traicionado por sus jefes de Moscú. La que acabaría por ser su amante, Hanako, confesó lo siguiente cuando el espía supo la reacción del Kremlin: «Solo una vez le vi perder el control, y fue cuando el ataque alemán a la Unión Soviética. ¡Aquel día se puso a llorar como un niño!». Las revelaciones y los reiterados mensajes de la inminente invasión constituyeron la culminación de la obra del «grupo Sorge». Matas apunta que: «Nunca en la historia del espionaje se habían conseguido revelaciones tan sensacionales». Sorge dio el día exacto de la invasión, el 22 de junio, mensaje que se envió por radio desde el domicilio de Klausen en una fecha tan temprana como el 15 de mayo. De nuevo el silencio de sus superiores.

El Pacto Ribbentrop-Mólotov. El día de la infamia (Source: Wikipedia)

Al producirse finalmente la invasión del Este de Europa, Alemania presionó a Japón para que se sumase al ataque, pero la Marina nipona estaba más interesada en el Sur que en Siberia, algo que ya había deducido con exactitud Sorge: gracias a sus informes, los soviéticos pudieron trasladar tropas apostadas en el Este, en el lago Baikal, a Occidente. Ahora sí escuchaban sus «vaticinios», que no tenían nada de sobrenatural, sino que se basaban en datos, como buen materialista histórico. Sin duda, algunas de sus filtraciones lo convierten, si no en el único, sí en uno de los «espías del siglo XX».

En agosto de 1941, Tokio espera la derrota de Stalin y la caída de Moscú en poder de los alemanes. Berlín se lo asegura a sus embajadas: «El domingo entramos en Moscú». Aquello jamás sucederá: la heroica resistencia soviética echará por tierra los planes de conquista de Hitler y desanima a su vez al Estado Mayor japonés. Sorge informa al Cuarto Buró de que la resistencia rusa desalienta a Tokio. En diciembre podrá afirmarse que la capital soviética ya no corre peligro. El gran revés del Estado Mayor alemán, el OKW, que ve lejanos los días en los que la Blitzkrieg conquistaba terreno cual una apisonadora.

Por aquel entonces Richard Sorge ha demostrado ser una pieza de incalculable valor para los Servicios de Inteligencia soviéticos. Es, sin duda, uno de los mejores agentes que informan a Moscú. Sin embargo, pronto el cerco se estrechará en torno a él. Pero a pesar de la presión de aquel trabajo en la clandestinidad, hubo tiempo para el amor. Para Sorge siempre lo había: en octubre de 1935, durante una fiesta que organizó por su cuarenta cumpleaños, conoció a una joven de nombre Miyake Hanako, que acabaría por ser su amante –y viviría con él durante cinco años en casa del espía, en el número 30 de Nagasaka-cho, Azabu, en Tokio, una casita de estilo japonés donde el espía dormía sobre un colchón puesto en las esteras del suelo y con la cabeza apoyada en una almohadilla dura, al estilo japonés. Hanako permaneció allí hasta poco antes de su detención, en octubre de 1941.

Cerco a la Red Sorge

Richard Sorge mantenía grandes medidas de seguridad con respecto al blindaje de su organización para que no hubiera filtraciones. No daba a sus colaboradores muchas explicaciones y evitaba que sus miembros mantuvieran entre sí muchos contactos. Deakin y Storry señalan en su libro que «Klausen, como radiooperador y tesorero, conocía los apodos y los nombres cifrados de cada miembro, pero hasta los últimos días de la existencia del círculo no supo de la identidad verdadera de Ozaki y únicamente se enteró del nombre de Miyagi después de ser detenido. Ozaki se reunió con Klausen una sola vez, desconociendo su nombre. Nunca conoció a Vukelic».

Todas aquellas medidas no sirvieron para evitar que la red fuera desarticulada finalmente por los japoneses. El gran peligro radicaba en el registro, más o menos casual, de algún coche o domicilio, y el descubrimiento por parte de la policía de informes secretos. En este sentido, era Klausen el que corría un mayor peligro, pues tenía que viajar mucho en su coche, trasladando el transmisor dentro de un saco, para enviar mensajes desde un piso franco u otro. Éste era un auténtico maestro de la técnica de la retransmisión. La estación clandestina de Tokio, a manos de Klausen, cumplía una misión decisiva.

Konoe

Cuando Sorge podía sacar de la Embajada alemana los documentos que debían fotografiar, se los pasaba a Vukelic para que los filmara. En caso contrario, era el propio espía quien se encargaba de dicha operación dentro de los muros del edificio oficial. Las noticias que Ozaki recogía de los círculos gubernamentales del príncipe Fumimaro Konoe, a la sazón primer ministro, se los transmitía de forma oral a Sorge, que redactaba poco después un informe que entregaba a su vez a Klausen para que lo radiara a Moscú. El mayor riesgo provenía de conservar documentos comprometedores, que era preciso guardar hasta la ocasión en que un correo humano pudiera trasladarlos de forma segura a su destino en la URSS.

Sorge comenzaba a acusar los estragos de aquella vida en la semiclandestinidad, de inestabilidad en todos los sentidos, cuando comenzó el principio del fin de su organización.

Sorge durante su convalecencia en la Gran Guerra (Source: Wikipedia)

La caída de la red comenzó por una desgraciada casualidad: el 18 de septiembre de 1941 era arrestara una modista de nombre Kitabayashi Tomo y su marido, quienes fueron inmediatamente conducidos a Tokio. Los había denunciado un tal Ito Ritsu, que en 1932 había pertenecido a la Liga Japonesa de la Juventud Comunista, lo que provocó que tuviera que cumplir dos años de condena por pertenecer a una organización ilegal. En 1939 era detenido nuevamente por sus actividades comunistas y, tras un duro interrogatorio, acabó pronunciando el nombre de aquella mujer, a la que había conocido años atrás en Los Ángeles y quien estaba relacionada con la Sección Japonesa del Partido Comunista Norteamericano.

Kitabayashi Tomo sería la primera pieza que haría caer todo el dominó de la red Sorge, una vez que pronunció el nombre de Miyagi, que fue detenido a su vez el 11 de octubre. Acto seguido, las autoridades se personaron en su domicilio: en su casa los agentes nipones encontraron, entre varios documentos traducidos al inglés, un memorando confidencial de la oficina del Ferrocarril del Sur de Manchuria. Miyagi fue conducido por los agentes a la comisaría Tsukiji, donde parece ser que fue sometido a un terrible interrogatorio. Aunque negó que fuese espía, no pudo mantener mucho tiempo el dominio de sí mismo. Antes de delatar a sus compañeros y se arrojó a la calle por la ventana del segundo piso de la comisaría, un árbol frenó su caída y únicamente se fracturó una pierna. Gravemente enfermo de tuberculosis, acabó por derrumbarse y confesar pertenecer al círculo de espionaje soviético que actuaba en Tokio y que estaba formado por Sorge, Vukelic, Ozaki y Klausen.

La mañana del 15 de octubre de 1941 era detenido Ozaki por una patrulla de procuradores. La red había sido completamente descubierta. Finalmente, éste también confesaría, por lo que no quedaba duda alguna de que Sorge espiaba para la Unión Soviética. En un primer momento, el Ministerio del Interior se negó a autorizar la detención del periodista por motivos diplomáticos, pero unas horas después, el príncipe Konoye dimitía y el general Tojo nombraba ministro de Justicia a Iwamura Michio, quien no dudó en firmar la orden. Sorge era apresado en pijama y zapatillas a las cinco de la madrugada del sábado 18 de octubre por el detective Ohashi de la Policía Especial Superior. Poco después eran detenidos Vukelic y Klausen. Nuestro protagonista fue trasladado en un principio a la comisaría Toriizaka y unas horas después, ante el temor de que los periodistas se entrometieran, a la prisión de Sugamo, en el distrito de Ikebukuro.

Sugamo

Richard Sorge aceptó desde el principio de su interrogatorio haber recogido información secreta, aunque no para los rusos, sino para el embajador alemán, pidiendo a su vez permiso para ver al general Eugene Ott, aunque su solicitud no sería atendida en un principio. Finalmente, acabaría reuniéndose con él durante apenas cinco minutos, bajo estrictas condiciones impuestas por Yoshikawa; momento durante el cual, mirando a los ojos al amigo que había traicionado, le espetó antes de despedirse: «Esta es la última vez que nos vemos».

Sorge en sus días felices en Japón

En el registro de su domicilio la policía nipona encontró «dos páginas de un borrador escrito a máquina, en inglés, del mensaje final con los resultados que debían enviar a Moscú el 15 de octubre». A su vez, en el domicilio de Klausen se descubrió una copia del mismo mensaje, cifrado a medias. En el domicilio de Sorge se hallaron también numerosos gadgets: «…tres cámaras, un aparato para sacar copias con accesorios, tres lentes fotográficas (una telescópica), un equipo para revelar (…) contactos con agentes y cuentas (…) una lista de los afiliados al Partido en Japón, dos volúmenes del Anuario Estadístico Alemán (que servían para cifrar y descifrar), siete páginas de informes y cartas en inglés…». La policía japonesa se asombró de los más de mil volúmenes que poseía Sorge, donde primaban los libros de historia y literatura japonesas.

Un interrogatorio implacable

Desde el principio, fue interrogado por la Policía Superior Especial, bajo la dirección del procurador Yoshikawa Mitsusada, de la Sección Ideológica del Departamento de Procuradores de la Corte de Tokio. Aunque las fuentes sobre lo que sucedió entonces se contradicen –algunas afirman que los japoneses respetaron su condición de personaje relevante y no le sometieron a tortura–, otros autores, como Héctor Anabitarte, apuntan que «no hay duda de que es torturado». La tortura era un procedimiento habitual de la Policía japonesa, en cuyas sesiones no era raro que algunos detenidos muriesen.

Ott

Sorge se vino abajo cuando le mostraron las declaraciones inculpatorias de Klausen y los demás acusados. Durante un tortuoso periodo de ocho meses y medio, desde septiembre de 1941 hasta junio de 1942, fueron detenidos treinta y cinco hombres y mujeres directa o indirectamente relacionados con la red, que serían juzgados a puerta cerrada. Tras meses de duros interrogatorios, un buen día, de pronto, el espía pidió papel y lápiz a sus carceleros y escribió en alemán: «Desde 1925, soy un comunista internacional». Después de que confesara ser un espía soviético, Yoshikawa buscó aclarar si éste trabajaba para el Komintern o para el Cuarto Buró del Ejército Rojo, porque no convenía abrir enfrentamientos con la URSS.

El Ministerio de Justicia Japonés y el Ministerio de Asuntos Exteriores, así como el Tribunal Supremo, redactaron conjuntamente un comunicado oficial para la prensa sobre el tema, que había alcanzado proporciones de asunto de Estado. En dicho documento no se mencionaba a las altas personalidades japonesas o de la embajada que habían estado relacionadas de una forma u otra con el espinoso asunto. Se cargaban las tintas sobre el propio espía. En el informe, los japoneses se cuidaron también de no ofender no solo a sus amigos germanos, sino también a los rusos, con quienes por entonces tenían un tratado de no agresión que les dejaba las manos libres para su lucha contra los EEUU en el Pacífico –también se investigó, curiosamente, si Sorge había espiado para Roosevelt–. Declaraban textualmente que el grupo Sorge era «un círculo de espías rojos bajo órdenes del Cuartel General del Komintern», juzgándolo como comunista internacional y dejando al margen al Cuarto Buró, eximiendo así a la URRS de cualquier tipo de responsabilidad. Sus camaradas nunca le salvarían.

¡Adiós, camarada!

El catedrático Ikoma, que haría de intérprete del juez Nakamura, encargado del proceso, y del procurador, recordaría una vez acabada la guerra que cuando le comentó a Sorge la derrota de los nazis en Stalingrado el espía festejó la victoria soviética y llegó a pensar en la posibilidad de un canje por otros agentes enemigos detenidos en Moscú. El 29 de noviembre de 1943, el Tribunal del Distrito de Tokio sentenciaba a Richard Sorge, «el espía del siglo», a la pena de muerte. El escueto informe oficial señala que «Sorge se condujo con compostura hasta el lugar de la ejecución». Fue ahorcado a las 10.20 horas del 7 de noviembre de 1944, ya cercano el final de la guerra que contribuyó a ganar, y, por un curioso capricho del destino, en el 27 aniversario de la Revolución rusa, por cuyo ideario había llegado hasta el verdugo. En 1964, el Sóviet Supremo de la URSS le condecoró de forma póstuma con el título de «Héroe de la Unión Soviética». Sin duda había sido uno de los más grandes de su breve historia.

Hanako-San, la última amante de Sorge en Tokio, fue detenida tras éste aunque dejada en libertad poco después. En 1943, todavía sospechosa, era detenida nuevamente y retenida durante cinco días. Sin embargo, sus captores comprobaron que no estaba involucrada en actividades de espionaje y respetaron la ley, sacándola de prisión. Después de la guerra, ésta decidió recuperar los restos de su antiguo amante. Según las fuentes oficiales, el cuerpo de Sorge estaba enterrado en el cementerio de Zoshigaya, perteneciente a la cárcel donde fue ejecutado. Sobre su sepultura se había colocado una humilde placa de identificación de madera, aunque alguien la robó más tarde, por lo que se perdió el paradero de los restos.

Hanako-san no cejó en su empeño de descubrir el cuerpo de su amado y se puso en contacto con el abogado encargado de la defensa de Sorge, Asanuma Sumiji, quien durante dos años insistió ante las autoridades del presidio para saber qué había sucedido con el cadáver. Finalmente, se descubrió el ataúd del espía en una sección reservada a los vagabundos sin hogar. El esqueleto pertenecía a un extranjero –lo que dedujeron por la forma del cráneo– y los huesos de una pierna presentaban marcas claras de heridas que correspondían con las que sufrió Sorge en la Gran Guerra. Con los empastes de oro de sus dientes, Hanako-san mandó realizar una alianza que jamás se quitaría. Hizo llevar el ataúd al tranquilo cementerio de Tama, a las afueras de Tokio, que visitó hasta su muerte llevándole flores frescas. Hizo grabar la siguiente inscripción sobre su lápida: «Aquí descansa un valiente guerrero que consagró la vida a luchar contra la guerra y a favor de la paz en el mundo».

Tumba de Sorge en el cementerio de Tama, en Tokio.

Y para ahondar en la figura de Sorge con datos completamente actualizados (basados en informes confidenciales recientemente desclasificados y nueva documentación reveladora), nada mejor que sumergirnos en las páginas de Un espía impecable. Richard Sorge, el maestro de espías al servicio de Stalin, que acaba de publicar Crítica en una alucinante edición en tapa dura. Su autor, Owen Matthews es un periodista de dilatada trayectoria que ha estado en primera línea de fuego en diferentes conflictos como corresponsal de la revista Newsweek en Moscú. Nadie mejor que él, pues, para hablarnos de un agente secreto en nómina del Kremlin que también fue un aventurero y también arriesgó su seguridad en pos de un ideal.

PARA SABER UN POQUITO (MUCHO) MÁS:

–HERRADÓN, Óscar: Espías de Hitler. Las operaciones de espionaje más importantes y controvertidas de la Segunda Guerra Mundial. Ediciones Luciérnaga (Gruplo Planeta), 2016.

–MATAS, Vicente: Sorge. Los Revolucionarios del Siglo XX. 1978.

–WHYMANT, Robert: Stalin’s Spy: Richard Sorge and the Tokyo Espionage Ring. I. B. Tauris and & Co Ltd, 2006.

Y para ahondar en la figura de Sorge con datos completamente actualizados (basados en informes confidenciales recientemente desclasificados y nueva documentación reveladora), nada mejor que sumergirnos en las páginas de Un espía impecable. Richard Sorge, el maestro de espías al servicio de Stalin, que acaba de publicar Crítica en una alucinante edición en tapa dura. Su autor, Owen Matthews es un periodista de dilatada trayectoria que ha estado en primera línea de fuego en diferentes conflictos como corresponsal de la revista Newsweek en Moscú. Nadie mejor que él, pues, para hablarnos de un agente secreto en nómina del Kremlin que también fue un aventurero y también arriesgó su seguridad en pos de un ideal.

Con formación en Historia Moderna por la Universidad de Oxford, antes de entrar en Newsweek, al comienzo de su carrera periodística, Matthews cubrió la guerra de Bosnia y ya en las filas de dicha publicación cubrió la segunda guerra chechena, la de Afganistán y la de Irak, así como el conflicto del este de Ucrania. Ha sido colaborador también de medios tan importantes como The Guardian, The Observer y The Independent y ganó varios premios con su libro de 2008 Stalin’s Children. Un espía impecable ha sido elegido libro del año por The Economist y The Sunday Times. He aquí el enlace para adquirirlo:

https://www.planetadelibros.com/libro-un-espia-impecable/324957

Rodolfo II de Habsburgo: el emperador de las sombras (II)

Introvertido y extravagante, Rodolfo II convirtió la ciudad de Praga en un hervidero de cultura donde se dieron cita científicos, artistas y matemáticos pero también magos, nigromantes, charlatanes y vividores que hicieron de la vieja Bohemia un lugar tan fascinante como lúgubre.

Óscar Herradón ©

Muchos farsantes se codearon con el monarca. Pero su afán de mecenazgo y protección frente a los rigores de la Inquisición hizo que se reunieran en Praga auténticos expertos que escribieron tratados sobre la materia y otros que, según sus biógrafos, llegaron a proveerle de grandes cantidades de oro para pagar a sus ejércitos, algo difícil de creer hoy en día. Pero lo cierto es que durante su reinado se produjo el máximo esplendor del arte alquímico en Chequia. No solo el castillo de Praga fue un centro de reunión de iniciados y sopladores; los aristócratas Guillermo de Rozmberk y Jan Zbynek de Hazmburk también promovieron esta práctica.

En la corte trabajaron importantes alquimistas como Martin Ruland el Joven, entre cuyas obras destacan un tratado sobre la piedra filosofal y una enciclopedia del saber alquímico de la época. A él se atribuye, además, un tratado sobre el infierno. El emperador también tenía a su servicio alquimistas hebreos. El más importante fue el converso Mardochaeus de Delle, quien compiló sus vastos conocimientos en un libro que desapareció siglos después.

Aunque los más destacados, quienes ya gozaban de renombre antes de formar parte del círculo rodolfino, fueron Michael Maier y Michael Sedivoj. Maier llegó a ser conde palatino y secretario privado del emperador y dejó un importantísimo tratado de alquimia, el célebre Atalanta Fugiens. El polaco Michael Sedijov, más conocido como Sendivogius, publicó numerosos trabajos sobre la ciencia sagrada.

Michael Maier

Sopladores, embaucadores, falsos médiums…

Pero entre estos grandes sabios también se mezclaron charlatanes y embaucadores. Es el caso del inglés Edward Kelley, que se aprovechó de las creencias del emperador para enriquecerse. Junto a él estuvo un personaje más respetable y rodeado de misterio, el inglés John Dee, cuyos artilugios mágicos tuve la ocasión de observar de cerca durante una visita al British Museum en 2014, y que volverá a aparecer en «Dentro del Pandemónium». Ambos, supuestamente, vendieron al soberano uno de los libros más misteriosos de todos los tiempos: el Voynich.

A diferencia de este último, Kelley se quedó sirviendo a Rodolfo, obteniendo grandes riquezas. Éste hizo creer al monarca que había logrado la transmutación de los metales, el ansiado oro que iba a traer la bonanza al Imperio. Kelley se convirtió en consejero imperial y en 1588 fue nombrado caballero de Bohemia. Adquirió una serie de casas en Praga, incluyendo una que según la leyenda había ocupado el legendario Fausto: la Faustum Dum. A partir de entonces algunos decían haber visto al nigromante volando a la grupa de Mefistófeles. Confiado por sus riquezas y su poder, Kelley dejó de persuadir al emperador con falso oro e incluso llegó a matar a un noble durante un duelo. Acabó en la cárcel y, mientras intentaba escapar, se fracturó una pierna. La gangrena se apoderó de ella y tuvieron amputársela. Permaneció en prisión hasta que un veneno preparado por su esposa acabó con su vida en 1597.

Rodolfo II hacia 1593, por Lucas van Valckenborch

A diferencia de este último, Kelley se quedó sirviendo a Rodolfo, obteniendo grandes riquezas. Éste hizo creer al monarca que había logrado la transmutación de los metales, el ansiado oro que iba a traer la bonanza al Imperio. Kelley se convirtió en consejero imperial y en 1588 fue nombrado caballero de Bohemia. Adquirió una serie de casas en Praga, incluyendo una que según la leyenda había ocupado el legendario Fausto: la Faustum Dum. A partir de entonces algunos decían haber visto al nigromante volando a la grupa de Mefistófeles. Confiado por sus riquezas y su poder, Kelley dejó de persuadir al emperador con falso oro e incluso llegó a matar a un noble durante un duelo. Acabó en la cárcel y, mientras intentaba escapar, se fracturó una pierna. La gangrena se apoderó de ella y tuvieron amputársela. Kelley permaneció en prisión hasta que un veneno preparado por su esposa acabó con su vida en 1597.

Mecenas de la ciencia y la cultura

Aunque Rodolfo promocionó los estudios ocultistas, algunos eruditos de renombre que sentarían los pilares de la ciencia y la astronomía modernas también tuvieron un lugar en su corte. Uno de los astrónomos patrocinado por Rodolfo fue Tycho Brahe. Éste llegó a Praga en 1599, y se convirtió en el más brillante de los astrónomos pretelescópicos. Descubrió la ecuación anual de la Luna y determinó la desigualdad principal de la órbita lunar con referencia al plano de la elíptica. Gracias a sus conocimientos consiguió convertirse en astrólogo y matemático imperial, obteniendo grandes riquezas y un observatorio. Pero lo que más llamó la atención del emperador fue la capacidad profética de Tycho. Nadie dudaba entonces que predecía el futuro y que era capaz de penetrar en los misterios celestes, además de curar las enfermedades. De hecho, comenzó a venderse un elixir que llevaba su nombre y que, supuestamente, tenía virtudes terapéuticas. Brahe también preparó un brebaje milagroso para Rodolfo que contenía melaza, oro potable y tintura de coral.

El astrónomo y profeta Tycho Brahe
Rodolfo II

El emperador se guió siempre por las predicciones del astrólogo, que fueron normalmente de signo funesto. Brahe predijo que Rodolfo moriría poco después que su león, la mascota imperial, asesinado por un hombre de la Iglesia, lo que provocó un auténtico delirio en el soberano, que siempre se creyó perseguido, y tuvo también consecuencias diplomáticas nefastas, cuando expulsó a los capuchinos de Praga, al creer que tramaban un complot para asesinarlo.

Más relevante aún para la ciencia moderna fue la llegada de Johannes Kepler, quien trabajó con Brahe. Kepler afirmaba que la Tierra giraba alrededor del Sol y que no era el centro del universo, corriendo el peligro de ser quemado por hereje. Tras la muerte de Brahe –que nunca aceptó los postulados de su pupilo, aun sabiendo que eran correctos–, Kepler, nuevo astrónomo y matemático imperial, publicó Astronomia Nova, enunciando las dos primeras leyes que permitirían a Newton proponer el principio de atracción universal.

Un trágico y anunciado final

Al no ocuparse de los asuntos de Estado, la administración central del Imperio quedó paralizada por completo. Como anteriormente hizo su padre Maximiliano, Rodolfo II jamás volvió a recibir a un sacerdote y cogió un auténtico pánico a Dios y a los sacramentos (una de los principales «pruebas», según los nuncios papales, que demostraban que el emperador estaba endemoniado es que éste blasfemaba en numerosas ocasiones y palidecía ante la cruz).

Rodolfo II, por Giuseppe Arcimboldo
Matías

En esta lamentable situación, alimentada por la superchería de los que le rodeaban, pasó el emperador de los alquimistas y mecenas de los sabios sus últimos años de vida. Su hermano Matías, que se aliaba con católicos o protestantes según soplara el viento, logró finalmente su objetivo: movilizó un gran ejército que se situó a la mismas puertas de Praga y consiguió que Rodolfo renunciara a los tronos de Hungría, Bohemia y Moravia. El 11 de noviembre de 1611, Matías le obligó a que firmase su abdicación.

Rodolfo II de Habsburgo, desolado y triste, estaba cada vez más enfermo; sufría de terribles dolores y sus piernas se hincharon tanto que no pudo quitarse las botas durante dos días. Cuando los médicos de cámara decidieron rajárselas, la gangrena ya había hecho acto de presencia. No obstante, siguiendo con su habitual e intransigente comportamiento, se negó a que le vendaran las heridas y rechazó los remedios de los médicos. Solo ingería un elixir preparado por el alquimista Sethon, compuesto de ámbar y bezoar. Sin embargo, ningún elixir pudo burlar al destino y Rodolfo II moriría, destronado y abandonado por todos, el 20 de enero de 1612, a las siete de la mañana, poco después de su león y sus dos águilas imperiales negras, como había profetizado años atrás Tycho Brahe.

PARA SABER UN POCO (MUCHO) MÁS:

Y para una visión global de la estirpe regia a la que pertenecía Rodolfo II, la misma dinastía que trajo a España monarcas del calado de Carlos V o su hijo Felipe II, entre otros, nada mejor que sumergirse en las páginas del voluminoso ensayo Los Habsburgo. Soberanos del Mundo, publicado recientemente por Taurus, la primera historia global de la dinastía que dominó gran parte del planeta durante siglos.

De orígenes modestos, los Habsburgo ganaron el control del Imperio romano en el siglo XV y, en tan solo unas décadas, se expandieron rápidamente hasta abarcar gran parte de Europa, desde Hungría hasta España, y crear un imperio en el que nunca se ponía el sol, de Perú a Filipinas, bajo el cetro de Carlos V y después de su hijo Felipe II. Precisamente el autor, Martyn Rady, catedrático de Historia de Europa Central en la Escuela de Estudios Eslavos y de Europa del Este (SSEES), concede una importancia especial a la rama española de los Austrias, la más poderosa y la más decisiva de la historia moderna. En un relato de pulso envidiable, narra con magistral claridad la construcción y la pérdida de su mundo, un mundo que duró novecientos años, tiempo durante el cual los Habsburgo dominaron Europa Central hasta la Primera Guerra Mundial.

Precisamente, uno de los detonantes de la Gran Guerra fue el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero al trono austrohúngaro. Un magnicidio de cariz política que ya se había cebado con otro miembro de la dinastía, la emperatriz Sisí (Isabel de Baviera), asesinada por un anarquista el 10 de septiembre de 1898. Pero el libro recoge infinidad de nombres (en función de su importancia historiográfica, por supuesto).

Entre los numerosos personajes que conforman la historia de los Habsburgo, nada menos que 900 años, hubo de todo: personajes extravagantes y variados, desde guerreros a contemplativos, unos de viva inteligencia, otros con poca perspicacia, unos valientes, otros tendentes a la traición, pero a todos les impulsó el mismo sentido de misión familiar, como le sucedía al protagonista de este post, Rodolfo II.

Con su masa aparentemente desorganizada de territorios, su maraña de leyes y su mezcolanza de idiomas, el Sacro Imperio Romano-Germánico suele parecer caótico e incompleto. Pero gracias a la labor de Rady, con una ingente cantidad de información y un trabajo de documentación y análisis de las fuentes ciclópeo, descubrimos el secreto de la perseverancia de este largo linaje: sus miembros estaban convencidos de su predestinación para gobernar el mundo como defensores de la Iglesia católica (aunque algunos, como el propio Rodolfo II, fuesen excomulgados, y otros, como Carlos V, enviase sus tropas contra la Santa Sede, el célebre Sacco di Roma); garantes de la paz (pese a las numerosas guerras que libraron), y mecenas de la ciencia y la cultura, algo en lo que coincidieron todos, contribuyendo, en tiempos de Felipe II, al esplendor del Renacimiento, y siglos después, a la expansión de otras corrientes de pensamiento aun a pesar de ser una institución del Ancien Régime

El libro de Martyn Rady es el ensayo más ambicioso –y completo– dedicado a esta dinastía hasta la fecha. Un texto que ha recibido todo tipo de elogios y del que el crítico Alan Sked, del Times Literary Supplement, ha dicho: «Probablemente el mejor libro jamás escrito sobre los Habsburgo en cualquier idioma». Se puede adquirir en la web de Taurus (Penguin Random House) en papel y en versión digital:

https://www.penguinlibros.com/es/historia/38916-los-habsburgo-9788430623334