Musashino, del escritor nipón Kunikida Doppo (1871-1908) máximo representante del naturalismo en su país, es un hermoso y pequeño gran libro que nos llevará, en una amalgama de géneros literarios, a lo más profundo de los paisajes del viejo Japón.
Durante mucho tiempo, quizá demasiado, el grueso de la literatura japonesa, al margen de Murakami, Mishima y algunos nombres más, destacó por su ausencia en nuestro país. Se habían traducido, con mayor o menor acierto, autores importantes como Kobo Abe, o escritores occidentales influenciados sobremanera por su cultura, como Lafcadio Hearn, cuyos relatos basados en el folclore sobrenatural nipón son una delicia para cualquier lector apasionado del género oscuro.
Sin embargo, y aunque algunas pequeñas editoriales, como digo, se interesaran en la traducción de literatura e incluso poesía japonesa al castellano –léase también al gallego, al catalán o al euskera–, el volumen era más o menos escaso. En las últimas décadas, gracias en gran parte al enorme tirón del famoso cómic manga, al superventas y gran literato citado, Haruki Murakami, y al cine de terror de pelos negros y agua en abundancia patentado por The Ring hace dos décadas, miramos con mucha más atención al país del sol naciente, que en estos tiempos de globalización ya no nos parece tan lejano.
En la actualidad, en España hay varias editoriales independientes dedicadas prácticamente en exclusiva a la publicación de literatura oriental, principalmente nipona, aunque también china, coreana e incluso vietnamita. Destacan entre ellas, y tendrán sus correspondientes espacios dentro del «Pandemónium», Satori Ediciones, con un catálogo editorial de infarto, o Quaterni, con títulos que ya se han convertido en nuevos clásicos, muchos de ellos también relacionados con el universo de criaturas mágicas y demoníacas de la tradición nipona que siempre me han cautivado.
Chidori Books
Como digo, estas magníficas editoriales publican un material que nadie que se precie de ser buen lector debe obviar, pero en esta ocasión me encargaré de hablar de una modesta editorial que también publica obras singulares del país del sol naciente y a la que invito a acercaros desde estas modestas líneas: Chidori Books. Precisamente hace unos meses me llegó una de sus últimas novedades, un librito de perfecta factura y contenido impagable que escribiera en su día el autor Kunikida Doppo –léase así o al revés, Doppo Kunikida, por esa costumbre mal entendida en Occidente de marcar primero el apellido y después el nombre, lo que ha generado múltiples traducciones incorrectas–; el libro en cuestión: Musashino, que además del título del relato que da nombre al volumen también es una ciudad del viejo Tokio, y que trae una jugosa introducción firmada por Margarita Adobes que nos acerca a un autor poco conocido aquí por desgracia.
Logo de Chidori Books
Doppo, en realidad uno de sus trece pseudónimos literarios, de verdadero nombre Kumikida Tetsuo –apellido que los seguidores de Akira y del cine de terror de serie B no pasamos por alto–, nació probablemente, pues hay lagunas, el 15 de julio de 1871 en Choshi, en la prefectura de Chiba. De confesión cristiana –religión que abrazó en 1891, cuando fue bautizado por el prominente teólogo Uemura Masahisa– algo poco habitual en el Japón de entonces y confesión hartamente perseguida en otros tiempos y en aquellas latitudes, era hijo de un funcionario de la clase samurái, un tal Sempachi, y de una camarera de una posada de nombre Man. Tras continuos cambios de residencia que le hicieron tomar contacto con numerosos lugares –aunque también le supusieron cierto desarraigo, pues realizó hasta catorce traslados en diez años–, ingresó, a pesar de haber tenido una educación irregular, en el College Tokyo Senmon Gakko, que actualmente es la Universidad de Waseda, para cursar estudios en lengua inglesa. Fue expulsado de ella y su anhelo por dedicarse a la política también se truncó. Entonces decidió dedicarse a la literatura, fundando en 1892 la revista literaria Seinen bungaku.
Una muerte prematura
De agitada y corta vida, fue profesor, corresponsal de guerra y editor, y a pesar de que moriría con tan solo 37 años, el 23 de junio de 1908 a causa de la tuberculosis, la enfermedad por antonomasia del Romanticismo, tuvo tiempo para dos matrimonios –ambos fallidos y parece que bastante traumáticos– y pudo escribir una fecunda obra literaria y creativa, hasta 70 composiciones, gracias en parte al mecenazgo del marqués Saionji Kinmochi, quien llegaría a ser príncipe y dos veces primer ministro de Japón.
En la misma, destacan su diario personal (Azamaukazaru no ki) que comenzó a escribir en 1892 y donde plasmaría sus vivencias y particularmente su primer matrimonio con composiciones poéticas y relatos, de entre los que sobresale su obra cumbre, precisamente Musashino. Su obra posee, por supuesto, una marcada huella autóctona durante el periodo Meiji, es más, vital, pero en ella se hacen evidentes también influencias occidentales: desde la más marcada, la del poeta romántico inglés William Wordsworth (1770-1850), a representantes del realismo como Turguénev, Tolstoi o Maupassant, a los que se acercaría tiempo después, aunque sin renegar de la deuda con Wordsworth.
Wordsworth
Se considera a Doppo pionero del naturalismo nipón, pero su evocadora obra supera con creces esta encorsetada clasificación –él mismo se sorprendió con tal encasillamiento–, por lo que sus apenas diez años de carrera literaria son difíciles de encuadrar dentro de una única escuela. Musashino fue su obra cumbre, su texto más emblemático, una suerte de diario de viaje formado por cinco relatos cortos unidos por la concepción de la naturaleza como extraordinaria manifestación divina, de un lirismo exquisito, y cierta extrañeza.
Consideradas por su propio autor como un poema, estas piezas que conducen al lector por sendas y caminos del viejo Japón, una naturaleza local tocada de un halo especial, casi mágico, sirven de escenario para llevar al lector, por el contrario, a una realidad desgarradora, de personajes que, en medio de su propia desesperación y desazón vital, heredera del Romanticismo, luchan contra las fuerzas de una omnipotente naturaleza que evidencia con su magnificencia la propia indefensión de los individuos, que intentan escapar, inútilmente, a su trágico destino. En toda su obra, Doppo se caracterizó por mostrar un cariño especial hacia los desamparados, hacia la humanidad que se desprende de la desgracia. A su vez, esa Naturaleza era su refugio, donde afirmaba «sentir a Dios».
Para este libro, compuesto además de por Musashino por los relatos cortos, también magistrales, El Viejo Gen –inspirado en un mendigo que conoció durante su estancia en Saeki–, Carne y patatas, Diario de un borracho y La puerta de bambú, no son una obra al uso. Lectura obligada durante muchos años en las escuelas niponas, combina diferentes géneros narrativos con maestría, así como llamadas de atención al lector a través de estilos tipográficos y signos de puntuación, convirtiendo el texto en una obra que rebasa los géneros literarios.
Como anécdota, señalar que el nombre de Doppo Kunikida es ahora célebre porque así se llama un personaje del manga Bungo Stray Dogs, que trabaja para la ficticia Agencia Armada de Detectives. En definitiva, Musashino es un libro simplemente maravilloso que podéis adquirir en la página de Chidori Books:
Pionero de la cohetería, multifacético, excéntrico, antisistema antes de que el mismo concepto existiera… y líder de una sociedad secreta que, en las noches de luna llena, realizaba rituales de corte satánico. Jack Parsonses uno de los personajes más singulares del pasado siglo XX, protagonista de una historia tan asombrosa como los relatos pulp que le apasionaban.
Una vez que se unió a la Logia Ágape, Parsons pasó a ser conocido en el hermético círculo como «Frater T.O.P.A.N.», aunque para abreviar se hacía llamar Frater 210. Las iniciales del apodo mágico del científico reconvertido en ocultista, según el trabajo de Carter, «significaban Thelemum Obtentum Procedero Amoris Nuptiae», una expresión latina que significaba: «el logro de Thelema (deseo) mediante las nupcias del amor». A su vez, la OTO daba gran importancia a la numerología y Parsons no escogió la cifra 210 por casualidad. Era un homenaje al dios Pan, a quien el científico guardaba una gran veneración. Tanta, que sus más estrechos amigos dirían años después que, antes del lanzamiento de cada cohete, recitaba un poema pagano ideado por Crowley en honor de la deidad.
Entonces los avances del antiguo Suicide Squad eran notables, y Parsons logró un gran éxito con sus JATO (jet-assisted take offs, o «despegue ayudado por propulsores»), ingenios por los que se interesó la misma Fuerza Aérea de EEUU, con la que firmaron un contrato. En junio de 1942, John «Jack» y Helen Parsons alquilaron una vieja mansión en uno de los lugares más exclusivos de Pasadena, su particular «guarida de hedonismo».
El dormitorio de Parsons en el primer piso era la habitación más grande y hacía también de templo. En ella se encontraba la copia obligatoria de la Estela de la Revelación, una tablilla egipcia que había inspirado a Crowley durante su viaje al Cairo en 1904 (cuando pasó su noche nupcial en el interior de la cámara de la Reina de la Gran Pirámide), donde era el objeto número 666 del Museo de Antigüedades. Al parecer, la estela se le había revelado a su compañera, Rose Kelley, mientras se hallaba en trance.
La habitación (habitáculo central de la casa, que sería conocida como The Parsonage) también albergaba una enorme biblioteca con estanterías de madera repletas de libros de temática ocultista y la numerosa correspondencia intercambiada entre Jack y la Gran Bestia. Precisamente un gran retrato firmado por Crowley presidía la estancia. Pronto la mansión comenzó a ser un lugar de reuniones extrañas y numerosos escándalos –que las autoridades pasaban por alto precisamente por la protección de la que gozaba Parsons debido a su trabajo para el Gobierno–; y Jack pronto empezó a alquilar habitaciones a personajes extraños y «poco deseables». Varios testigos hablaban de cantantes de ópera, astrólogos, escritores de ciencia ficción, prostitutas… y extraños ritos a la luz de una hoguera por las noches. Los escándalos no dejaban de perseguirle.
Una vez que conocía su vida privada, el Gobierno no pudo disuadir a Parsons de que abandonara sus actividades nocturnas, y el FBI comenzó a vigilarlo más de cerca; de repente, sus actividades y comportamientos «mágicos» se convirtieron en un asunto de seguridad nacional, y realizaba sus numerosos viajes bajo protección gubernamental.
Hacia el verano de 1943, Parsons disponía de ingentes cantidades de dinero para sus actividades ocultas, pues Aerojet ganaba 650.000 dólares anuales. Ese mismo año se divorció de Helen, porque había comenzado una relación con su hermana menor, Sara Elizabeth Northrup, alias «Betty». El científico llegó a confesarle a su colega Rypinski: «Me libré de mi mujer (Helen) mediante brujería». Parsons, que había sustituido a Smith en la logia ante la caída en desgracia de este ante Crowley, convirtió a Betty en su nueva sacerdotisa de la Misa Gnóstica.
Darkhouse: la mansión de la magia negra
Las sesiones mágicas de Parsons y compañía en Pasadena causaron un fuerte escándalo. Un visitante dejó escrito que había presenciado cómo «dos mujeres con vestidos diáfanos bailaron alrededor de un bote de fuego, rodeado de ataúdes con velas encima… no pude pensar más que si las ropas se prendían, la casa entera volaría como un polvorín». De hecho, Jack solía almacenar en su casa artefactos explosivos para sus experimentos.
También se realizaban reuniones sobre ciencia ficción, y a las que acudieron escritores de renombre como Robert A. Heinlein. Uno de los más asiduos, Alva Rogers, escribió en 1962: «En los anuncios que puso en el periódico local Jack especificaba que sólo podían solicitar habitación los bohemios, artistas, músicos, ateos u otros tipos exóticos (…)». En la puritana América de los años 40 todo esto causó un gran revuelo.
The Parsonage, en Pasadena.
En 1942 fue la policía al 1003 S. Orange Grove a investigar una supuesta ceremonia en el jardín trasero en la que una mujer embarazada había saltado desnuda a través de una hoguera nueve veces, y un muchacho de 16 años denunció a Parsons, afirmando que tres de sus seguidores lo habían sodomizado a la fuerza durante una «Misa Negra» en la casa. El caso se desestimó al considerar dicho culto poco más que «una organización dedicada a la especulación religiosa y filosófica, con miembros respetables como el presidente del banco de Pasadena, médicos, abogados y actores de Hollywood». Hubo también acusaciones por «satanismo y orgías sexuales».
Orgías y magia sexual
En 1946, Parsons protagonizaría junto al escritor de ciencia ficción y carismático artista pulp Ron L. Hubbard, con los años el cerebro de la Cienciología, una de las sesiones de magia ceremonial más famosas en la historia del ocultismo en Occidente: la denominaron «Los Trabajos de Babalon». Hubbard animó a Parsons a tratar de invocar a una diosa real en un extravagante ritual. Aquello provocó que Crowley, que no lo había autorizado, despidiese a Parsons, al que tildó de «tonto débil».
L. Ron Hubbard (Wikimedia Commons.)
El propósito de estas sesiones mágicas era «traer amor, entendimiento y libertad dionisíaca», además del «necesario contrapeso o correspondencia a la manifestación de Horus», lo que significaba continuar con los trabajos de Crowley, que décadas atrás había vaticinado la llegada del «Eón de Horus, el hijo lúdico y libre de las constricciones de épocas pasadas».
Precisamente para acelerar la llegada de ese nuevo Eón, y propiciar así la revelación del Apocalipsis, Parsons utilizó el llamado «lenguaje de los ángeles» o magia enoquiana, la misma que usara en el siglo XVI el mago inglés John Dee para invocar a los espíritus de los muertos, y el científico empleó a su vez «su varita mágica para levantar un vórtice de energía» e invocar al Elemental, la Mujer Escarlata, figura central de la cosmogonía crowleyana y portal sexual al mundo espiritual.
Consistió en que Frater 210 realizó una masturbación ritual mientras su colega Hubbard recibía mensajes del mundo astral que reproducía en una suerte de escritura automática. Durante aquellas sesiones también ingirieron, al parecer, pasteles que contenían sangre menstrual en medio de cánticos rituales, runas y extraños símbolos con espadas en el aire. Fueron once vertiginosos días de ritos mágicos que algunos relacionan con el comienzo del fenómeno OVNI.
Mientras tanto, Hubbard se había mudado unos meses antes a su mansión de Pasadena, pero lo que no esperaba Parsons es que su joven amante acabara cautivada por el escritor. Fue entonces cuando Parsons se entregó aún más a sus delirios ocultistas, intentando hallar su nueva compañera mágica, ritos que implicaban, incluso, masturbación sobre tablas mágicas al ritmo de música frenética. Por su parte, Hubbard hizo perder Jack una buena suma de dinero al hacerle invertir en una supuesta franquicia de yates. Éste no tardaría en fugarse con Sara, huyendo con gran parte del dinero del ingenuo científico, que denunció al futuro gurú por estafa y robo.
Mientras que la Mujer Escarlata de Crowley, su contrapartida femenina, fue el fascinante personaje de Leah Hirsig, alias Alostrael, Parsons, ya casi en bancarrota, se convenció de que gracias a los «Trabajos de Babalon» había conocido a la transmigración de Babalon, su propia Mujer Escarlata en la figura de Marjorie Cameron, una arrolladora pelirroja de ojos verdes que cautivaría a Jack casi hasta locura. Nacida en Iowa en 1922, Marjorie había sido una joven rebelde con problemas familiares y varias relaciones, que había sufrido al menos un aborto provocado y un intento de suicidio. Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó en un departamento de propaganda y entró en la Women Accepted for Volunteer Emergency Service, una sección de la marina de EEUU en febrero de 1943. Acabada la guerra, se encontró con Parsons. Al parecer, éste la dejó embarazada, pero ella decidió volver a abortar durante un breve viaje a Nueva York mientras Jack estaba en pleno litigio con Hubbard y Northrup.
Jack Parsons y Marjorie Cameron
Luego vendrían días de auténtica locura en «The Parsonage» y Parsons y Cameron se casaron el 19 de octubre de 1946. El interés por el ocultismo de ésta fue en aumento, debido a toda una serie de lecturas esotéricas que le sugirió su esposo. Se interesó en la proyección astral y en el uso del tarot.
Un inesperado y acelerado final
Pero los días felices de Parsons, quizá el último «científico loco» (Mad Doctor) del siglo XX, estaba a punto de llegar a su fin. Tras distintos cambios de domicilio, disputas, y nuevas sesiones ocultistas, decidieron realizar un viaje a México. El día antes de marchar, el 17 de junio de 1952, cuando el científico apenas contaba 37 años, Jack recibió un pedido acelerado para preparar unos explosivos para el rodaje de una película; los manipuló en el laboratorio de su propia casa y una enorme explosión destruyó el edificio, dejando mortalmente herido al ingeniero místico. Aunque fue trasladado al hospital, poco después era declarado muerto.
Marjorie Cameron. La «Mujer Escarlata».
La propia Marjorie sostendría durante toda su inestable vida que Parsons había sido objeto de una conspiración: que lo había matado la policía o el FBI o incluso grupos antisemitas. Completamente iluminada, mientras realizaba ceremonias sangrientas con el deseo de comunicarse con él –momento en el que se autoproclamó como Hilarion, una nueva identidad mágica– llegó a afirmar que una serie de OVNIs que habían sido vistos sobre el capitolio de Washington estaban relacionados también con la muerte de Jack.
Afectada por problemas psicológicos y consumo de drogas, participó en la película de 1954 Inauguration of the Pleasure Dome, del también satanista y director underground Kenneth Anger, dibujó pinturas de corte y frecuentó la compañía de thelemitas como William Breeze, actualmente líder internacional de la OTO. Cameron moría a causa de un tumor cerebral el 24 de julio de 1995 y una alta sacerdotisa de la Orden se encargó de su ceremonia mortuoria. Su cuerpo fue cremado y sus cenizas esparcidas en el desierto de Mojave. Hasta el final de sus días siempre vistió de negro, luciendo su roja cabellera, y cuenta que a veces se la veía conduciendo un coche fúnebre. Ella misma se hacía llamar «La Mujer Escarlata», La Bruja Cameron y La Cenicienta del Yermo. Otra editorial de las que más me gustan, de esas a tener siempre en cuenta, la también «underground» La Felguera, publicó en 2018 una joya profusamente ilustrada sobre otro personaje notable de la OTO, la también «Mujer Escarlata» , en este caso la de Crowley –la original–, la ocultista suizo-estadounidense Leah Hirsig: La Mujer Escarlata y la Bestia: los diarios mágicos de Leah Hirsig.
La teoría de que Parsons pudo ser asesinado por el Gobierno sigue siendo uno de los grandes misterios de la Norteamérica de los 50. Hoy, un cráter lleva su nombre, como no podía ser de otro modo, en la cara oculta de la Luna, ese mismo lugar con el que no dejó de soñar en toda su vida y al que cantaron los británicos Pink Floyd en 1973. Un lugar ya no tan recóndito del Universo que cada vez arroja nuevas revelaciones que ni el propio Parsons imaginaría. No en vano, el cráter Parsons de nuestro satélite lleva ese nombre en su memoria. D.E.P.
PARA SABER MÁS:
Hay varios libros en inglés sobre los delirios ocultistas de Parsons y su genialidad en el campo de la cohetería, pero en castellano el mejor trabajo publicado hasta el momento se lo devemos a El Desvelo Ediciones, que nos trajo un edición alucinante de esta historia underground bajo el título de Sexo y cohetes. El mundo oculto de Jack Parsons, de John Carter, que ya había obtenido un considerable éxito en el universo literario anglosajón.
LOS OTROS VUELOS A LA LUNA (LIBROS CÚPULA, 2021)
Parsons fue un pionero de la cohetería y fundamental a la hora de allanar el terreno para los primeros vuelos espaciales que culminarían con la llegada y posterior alunizaje del Apolo 11 en nuestro satélite el 20 de junio de 1969. Ni siquiera Parsons habría soñado con un evento de tal magnitud, y su temprana y trágica muerte en 1952 le impidió disfrutar de tamaña epopeya. Pero tras la pionera gesta de Armstrong, Aldrin y Collins, hubo más vuelos a nuestro satélite, más desconocidos pero no por ello faltos de importancia en el marco de la astronáutica.
El ingeniero industrial y divulgador científico Rafael Clemente, que ya nos deleitó con el libro Un pequeño paso para [un] hombre. La historia desconocida de la llegada del hombre a la Luna, publica ahora, también de la mano de Libros Cúpula, Los otros vuelos a la Luna. Las historias y los secretos de las distintas expediciones al satélite lunar, un ensayo divulgativo preñado de anéctadotas que nos desvela los secretos de aquellos viajes llenos de riesgos.
Hace medio siglo, la NASA envió siete expediciones a la Luna. La primera de ellas –el Apollo 11– logró el sueño de que un hombre dejase su huella sobre el polvo de nuestro satélite. Otra –el Apollo 13– falló. Las otras cinco, cada una más compleja y arriesgada que la anterior, han quedado diluidas en el imaginario colectivo, reducidas a un simple pie de página en los libros de historia.
Tripulación del Apollo 13 (Source: Wikipedia)
Este volumen relata las extraordinarias aventuras de los seis viajes que siguieron a aquel Apollo 11. Así, el énfasis se desplaza a las características propias de cada misión que la sucedió, sus objetivos y las peripecias sufridas: ningún vuelo estuvo libre de importantes contratiempos ni de brillantes soluciones. Se describen los equipos utilizados en cada viaje, incluidos tres automóviles eléctricos (y una carretilla), las tareas que realizaron los astronautas y los resultados de sus experimentos.
También se ofrece un detallado estudio del mítico accidente del Apollo 13 y los esfuerzos increíbles del Centro de Control para traerlo sano y salvo de regreso a la Tierra. Junto a las descripciones técnicas figuran también numerosos aspectos insólitos del programa y que a menudo han pasado injusta y extrañamente desapercibidos: la creación en la Luna de un pequeño museo de arte moderno; el caso del astronauta dispuesto a aterrizar a ciegas; el (no autorizado) experimento de percepción extrasensorial; la larga historia de las Biblias lunares; el asombroso procedimiento de emergencia para despegar desde la Luna si todo lo demás fallaba… y muchos otros detalles sorprendentes, y en buena parte desconocidos hasta el momento.
El libro incluye asimismo numerosos documentos y esquemas casi inéditos de diversos equipos así como fotografías originales que recrean los paisajes que acogieron a aquellos primeros exploradores y que tanta fascinación ha despertado en el ser humano. He aquí el enlace para adquirirlo en papel (recomendado por su espectacular apoyo visual) o en versión digital:
Charles Homer Haskins (1870-1937), fue un historiador fuera de lo común. Nacido a finales del siglo XIX en Meadville, Pensilvania, Estados Unidos, llegó a ser asesor de Woodrow Wilson, vigésimo octavo presidente de EEUU y principal responsable de la entrada de su país en la Gran Guerra…
De forma indirecta, la entrada de Wilson en la «Triple Entente» contribuiría a extender una de las peores pandemias de la humanidad: la mal llamada gripe española, hoy tan de moda por culpa del azote del Covid-19, pero esa es otra historia. Haskins fue una suerte de niño prodigio que ya a corta edad habla con fluidez latín y griego, algo bastante sorprendente al otro lado del Atlántico hace más de un siglo. A los 20 años consiguió un doctorado en Historia en la Universidad Johns Hopkins; luego fue nombrado instructor en la Universidad de Wisconsin y dos años más tarde obtuvo la cátedra de aquella, donde permaneció como catedrático de Historia de Europa doce años hasta que se marchó a la Universidad de Harvard, donde se convertiría en un profesor legendario durante tres largas décadas.
Llegó a ser considerado el primer medievalista norteamericano, y no se conformó con la tarea del estudio y la divulgación –ardua en relación con los mal llamados «siglos oscuros»–, y con la enseñanza de la forma más ingeniosa, sino que planteó en sus exhaustivos trabajos un planteamiento cuanto menos renovador, por no decir revolucionario: que el Renacimiento no se inició en el siglo XV en Italia, sino en la Alta Edad Media, alrededor del año 1070. Y aunque se topó, como era de esperar, con la oposición de muchos académicos, una postura «oficialista» que perdura hasta el día de hoy, donde los postulados de Haskins siguen tomándose con cautela, su obra desarrolla esta hipótesis de una forma no solo convincente sino verosímil, más allá de que finalmente tenga la razón absoluta en sus planteamientos, cosa siempre abierta, como debe ser, a debate académico.
Erudición y facilidad en la lectura (no son incompatibles)
Hace unos años una de las editoriales abanderadas de la historiografía en nuestro país, Ático de los Libros, publicaba la edición en tapa dura de aquella brillante obra, que fue descrita por The Sunday Timesasí: «El exquisito y elegante libro del profesor Haskins es sólido y profundo». Una edición que obtuvo un gran éxito entre el público por su profundidad y a la vez facilidad de lectura –no olvidemos la labor pedagógica, largamente loada, del autor– y que se reeditó numerosas veces.
Ahora, en pleno otoño, lanza como novedad la edición en rústica del mismo libro, más asequible económicamente: El renacimiento del siglo XII.
Así, en este magnético trabajo de casi 400 páginas, Haskins se adentra con determinación en el siglo XII, que define como «en muchos sentidos una época de innovaciones y vigor» y concretamente en la alta cultura de entonces, para demostrar que fue un claro periodo de dinamismo y crecimiento, nada que ver con lo comúnmente creído de una época oscura y donde el saber sufrió prácticamente una parálisis, sino un florecimiento determinante para fructíferos periodos históricos posteriores que sí han merecido dichos epítetos.
El autor estadounidense estudió la evolución del arte y de la ciencia de estos años, sus universidades –de gran importancia en Occidente para la divulgación del saber– la filosofía, que tuvo un periodo dorado al igual que el derecho de la antigua Roma o la literatura: hubo, por ejemplo, una recuperación de las técnicas carolingias de iluminación de los manuscritos, que había desaparecido con el siglo anterior, o el importante resurgimiento de los clásicos latinos, tan cruciales en la evolución del pensamiento posterior. Fueron los años también de otras figuras que, contrariamente a la imagen tosca de oscuros monarcas medievales que solo financiaban la guerra o se solazaban con la caza y los festejos, fomentaron el saber, como el rey Enrique II de Inglaterra, o mecenas de las letras como su mujer, la legendaria Leonor de Aquitania, y su hija, María de Champaña, en tiempos del amor cortés y también, es cierto, de derramamientos de sangre que no han faltado en época alguna, de guerras de por la fe y de las Cruzadas, a las que Ático de los Libros ha dedicado monumentales monografías, como Las Cruzadas, de Thomas Asbridge, o una de sus últimas novedades, la edición tempus de La Alexíada. Una historia del imperio bizantino durante la primera cruzada, de Ana Comnena, que pueden encontrarse en su rico fondo editorial.
Enrique II de Inglaterra.
Fue también la época del redescubrimiento de la ciencia tras siglos de invasiones y destrucción de todo lo anterior, gracias, por ejemplo, a la labor llevada a cabo en la Península Ibérica por los traductores de la escuela de Toledo –no olvidemos que apenas unas décadas después sería el tiempo de reyes hispánicos tan cultivados como Alfonso X el Sabio (1221-1284), quien potenció la labor de dicha escuela donde se dieron la mano las «Tres Culturas» en tiempos de la Reconquista, lo cual era algo más que atrevimiento–. También tuvo gran importancia la labor llevada a cabo en la corte de Sicilia, que en unos años se hallaría bajo el cetro de uno de los soberanos más sorprendentes del Medievo: el emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico Federico II de Hohenstaufen (1194-1250), que fue conocido como «el Asombro del Mundo» (Stupor Mundi).
Un tiempo plagado de contrastes, donde a la vez que veía su culminación el arte románico surgió el estilo gótico, se levantaron hacia el inabarcable azul del cielo algunas de las catedrales más impresionantes construidas por el hombre, se hizo fuerte la enigmática y heterodoxa Orden del Temple o aparecieron las primeras universidades en el viejo continente, las cuatro que marcarían el desarrollo de todas las demás: la de Bolonia (1088), la de Oxford (1096), la de París (1150) y la de Montpellier (1220).
Una época, en definitiva, de puro «Renacimiento» en numerosos campos que Haskins se ocupó de elevar al lugar que merecía entre los historiadores, impulsando la labor investigadora posterior: «El siglo XII dejó su impronta en la educación superior, en la filosofía escolástica, en los sistemas europeos de derecho, en la arquitectura y escultura, en el drama litúrgico, en la poesías en lengua latina o vernácula…».
Para conocer a fondo dicho esplendor, nada mejor que sumergirnos en las páginas del libro citado. Historia, con mayúscula, reveladora.