Lecturas para una crisis sanitaria global (III)

Todo 2020 y lo que llevamos de 2021, con el coronavirus trastocando nuestras vidas y acabando con la de millones de personas indefensas, son numerosos los libros publicados sobre enfermedades y pandemias que han puesto en jaque a las civilizaciones desde tiempos inmemoriales, y la forma en que podemos hacerles frente, o al menos mantenerles el pulso. He aquí algunas de las más interesantes publicadas en castellano…

Óscar Herradón ©

Mascarillas para la gripe de 1918

Llevamos ya un larguísimo año y medio sumidos en una pandemia mortífera, una pesada carga sobre nuestras espaldas, las de toda una humanidad que se ha visto vulnerada y vulnerable –al margen de posiciones, clases y privilegios– en lo que podríamos denominar «la democracia de la enfermedad». Y aunque algunos retorcidos hablen de una especie de «justicia divina», ser «iguales» en algo tan trágico no es ni mucho menos para celebrar: cuando escribo estas líneas se contabilizan en nuestro mundo casi cuatro millones de muertes de seres humanos, según cifras oficiales (cuando escribí la segunda parte de este post en «Dentro del Pandemónium», en febrero, eran dos millones. Escalofriante lo que ha aumentado en cuatro meses). Las «no oficiales», las no contadas, si es que algún día las conocemos, cosa difícil, serán mucho más estremecedoras. Personas con sus historias, sus amores, sus desventuras y sus familias.

Casi inmunizados ante las estadísticas –tras las que, reitero, hay personas de carne y hueso, cosa que tantas veces olvidamos– y habiéndonos familiarizado con términos como confinamiento, PCRs, test de antígenos, cuarentena o curva de contagios, y ya con una gran parte de la población vacunada, al menos con una dosis, y un porcentaje importante con la pauta completa (en España y el resto de países «ricos»; el Tercer Mundo siempre va en tercer lugar, también en salud, por mucho que se hable de alcanzar la inmunidad de rebaño a escala planetaria, para lo que necesitan ser vacunados todos los países), se han publicado numerosos libros sobre la pandemia. Algunos buenos y otros no tanto, unos reveladores y otros inocuos, también sobre otras enfermedades que atenazaron al hombre anteriormente (la peste, el cólera, el SIDA…) y acerca de las múltiples conspiraciones que rodean al dichoso «bichito» al que desde estas humildes líneas deseo la peor y más pronta de las muertes.

Libros que puede dar pereza comenzar a leer precisamente por ese hartazgo con el (o la) Covid-19, la enfermedad y la desolación, la crisis y los ERTEs, el quita y pon de las mascarillas (el próximo sábado no será obligatorio usarla en espacios al aire libre, salvo en aquellos lugares donde no se pueda guardar la distancia de seguridad. Veamos qué nos depara tal medida), pero que animo humildemente a hacer –los buenos, claro– precisamente porque arrojan luz sobre el tiempo que nos ha tocado vivir, nos ilustran sobre qué hay de verdad detrás de esta crisis sanitaria mundial –desmontando así numerosas hipótesis negacionistas por un lado, conformistas por otro– y alumbrándonos no solo sobre lo débiles que podemos ser, también sobre nuestra fuerza y cómo superar escenarios a los que generaciones anteriores ya se enfrentaron, con mayor o menos acierto. Y superaron.

Continúo con las sugerentes novedades sobre los títulos más notables publicados en castellano (no quiero ni imaginar a nivel planetario cuánto papel se ha gastado en dicha temática), libros que obligan cuando la actualidad –en este caso trágica– se impone sobre todas las cosas.

BREAKING NEWS!

Recientemente, la editorial Taurus publicaba el libro El día después de las grandes epidemias. De la peste bubónica al coronavirus. Hace unos meses, en plena pandemia, dedicamos en «Dentro del Pandemónium» un amplio post a la Muerte Negra y cómo los hombres del siglo XIV tuvieron que hacer frente a una situación muy similar a la que nos tocó vivir en 2020, aunque sin apenas desarrollo de la medicina, un desconocimiento absoluto de los virus y las bacterias (entonces se creía que las ratas eran las culpables de la infección, cuando realmente solo eran el recipiente y su vehículo de transmisión: el de la bacteria Yersinia Pestis, que no sería descubierta hasta finales del siglo XIX). No hay datos consensuados sobre la mortandad que causó aquella pandemia (a la que seguirían otras, como la del cólera, la Gripe mal llamada española de 1918), pero se estima que la Peste Bubónica acabó con la vida de entre un 40 y 60% de la población europea, dependiendo de las regiones. Hay autores que hablan de 200 millones de muertos. Ahí es nada.

Aunque las cifras sean mucho menores, lo que no sirve para reconfortarnos tantos siglos después, con el Covid el hombre volvió a sentirse igual de desamparado que entonces. Y surgieron, como en tiempos de procesiones de flagelantes, agoreros y profetas, personas cuyo discurso encajaba mejor con la mentalidad del hombre del medievo que con la del hombre contemporáneo: afirmaban que las manos de la Virgen eran inmaculadas, y estaban exentas del «bicho», así como que la ingesta de agua de coco o del fármaco hidroxicloroquina, e incluso desinfectante  –cosa que insinuó el mismísimo señor Trump cuando ocupaba el Despacho Oval– contrarrestaba sus efectos, o directamente lo curaba. Y es que lo que sucede, como reza el título, «el día después» de las grandes epidemias, suele ser el caos, la incertidumbre, y la expansión de información errónea y alarmista. Sin embargo, también desemboca en grandes cambios sociales, la mayoría positivos (esperemos que ahora suceda lo mismo).

El libro viene firmado por uno de los mayores expertos en la Edad Media, el historiador José Enrique Ruiz-Domènec, quien nos invita a echar un vistazo al pasado (repleto de historias sorprendentes y miles de curiosidades) para entender cómo es nuestra nueva realidad tras el impacto del coronavirus en nuestras vidas. Y sí, estas graves crisis sanitarias suelen provocar cambios drásticos en las sociedades: a la plaga que asoló el imperio bizantino bajo el cetro de Justiniano y Teodora siguieron el primer esplendor del islam y el nacimiento de lo que acabaría siendo Europa. De la Peste Negra del siglo XIV, devastadora, nada menos que el Renacimiento. En pleno siglo XVII, las pestilencias llevaron al Viejo Continente al borde del colapso, pero el espíritu revolucionario impulsó un nuevo mundo, ilustrado y más justo. La epidemia de la que nos culparon injustamente al final de la Gran Guerra, en 1918, exigió una acción guiada por el conocimiento científico, artístico y literario que nos acercó a la modernidad en la etapa de Entreguerras (frenada, por desgracia, por el auge de los totalitarismos).

¿Seremos capaces de afrontar de forma positiva las dificultades, tomando estos modelos históricos, y de vencer, una vez más, a una gran epidemia? Sin duda. Aunque los costes por el camino son –han sido– y serán enormes. Para adquirir este genial ensayo, pinchar en el siguiente link:

https://www.penguinlibros.com/es/ciencia-y-tecnologia/38926-el-dia-despues-de-las-grandes-epidemias-9788430623785

VACUNAS (Capitán Swing)

Ahora que estamos en plena vacunación a contrarreloj, con nada menos que cuatro vacunas aprobadas en Europa ­–Janssen, Moderna, AstraZeneca y Pfizer–, y otras tantas en el mundo, a la vez que otros sueros están en periodo de prueba (precisamente ayer se anunció que el Premio Princesa de Asturias de Investigación 2021 iría a los creadores de la vacuna contra el Covid-19), con la consiguiente esperanza y a la vez ciertas dudas que generan entre la población, para combatir el desconocimiento nada mejor que sumergirnos en las páginas de una de las últimas y más sugerentes (por controvertida y reveladora) novedades de la editorial Capitán Swing: Vacunas. Verdades, mentiras y controversia.

Una sacudida a los negacionistas para los que toda vacuna es dañina, y que son un peligro (ellos, no los sueros) para la salud de todo el planeta, pero también a los pro-vacunas a costa de todo, que obvian los problemas derivados de algunas de ellas, algo de lo que se queja parte de la comunidad científica, muchas veces silenciada, como afirma que le sucedió al propio autor. Y es una voz autorizada, no un «vendehúmos» de esos hoy tan presentes en la comunidad cibernética: nada menos que especialista e investigador en Medicina Interna, es profesor de la Universidad de Copenhague en Análisis y Diseño de Investigación (así como renombrado investigador en terapias farmacológicas, técnicas de tratamiento y prevención de salud), el danés Peter C. Gotzsche.

No está exento de polémica, pues es abiertamente crítico con la industria farmacéutica, que se las trae, y a la que acusa de manipular sistemáticamente a su favor los resultados e influir en los médicos e investigadores (pensemos, por ejemplo, en las medidas que la Unión Europea tomó recientemente contra compañía creadora de la vacuna de AstraZeneca). En julio de 2018, Gotzsche llevó adelante el desafío de firmar, junto a otros dos investigadores, una crítica a los resultados publicados por Cochrane sobre la eficacia real de la vacuna contra el papilomavirus humano, lo que provocó que la junta directiva de esta organización sin ánimo de lucro que reúne a expertos que supuestamente aplican un riguroso y sistemático proceso de revisión de las intervenciones en salud, acordase una moción que provocaría su expulsión. No obstante, es un reputado profesional que ha publicado más de setenta y cinco artículos en revistas científico-médicas de importancia capital como Lancet, BMJ, JAMA, Annals of Internal Medicine y New England Journal of Medicine.

La lectura de este trabajo: que las vacunas, por lo general, salvan vidas, muchas, y son necesarias, pero en casos concretos (enfermedades con nombre y apellido pero que nada tienen que ver con el coronavirus) generan no pocos problemas en diversos grupos de población, lo que debería abrir sin duda un debate sobre su idoneidad. Un ensayo clarificador, valiente, polémico y, sobre todo, realmente interesante y de fácil lectura para el público que, como servidor, apenas tenga conocimientos médicos ni farmacológicos. He aquí la forma de adquirirlo:

ESTADO DE ALARMA (Valdemar)

Y si aún nos quedan ganas de oír hablar de virus, confinamientos, hecatombes y científicos locos, y queremos pasar un rato de entretenimiento puro y duro, pura ficción (por mucho que ésta sea la mayor parte de las veces superada por la propia realidad, mucho más terrible) , nada mejor que sumergirnos en las páginas de un tomo cuyo título habla por sí solo: Estado de Alarma. Antología de Relatos para un Confinamiento, publicado recientemente por la editorial amiga Valdemar, responsable cada año de algunos de los mejores títulos en castellano del mercado, principalmente en lo que a literatura oscura se refiere. Supongo que todos la conocéis, pero si no, sumergiros YA en su colección Gótica, el mayor catálogo de libros de horror y misterio en la lengua de Cervantes.

Pues bien, en este pequeño gran volumen en tapa dura, son varios los autores que forman parte de una compilación que surgió precisamente cuando, en marzo de 2020, gobiernos de medio mundo (entre ellos el nuestro), decretaron el confinamiento inmediato de toda la población por la propagación incontrolada de un virus desconocido de origen chino cuyos primeros estragos tuvieron lugar en la ciudad entonces blindada de Wuhan. En aquellos meses de inquietud, zozobra, miedo con todas sus letras, y esperanza dentro de la tragedia, la editorial Valdemar decidió ofrecer una interesante vía de escape para aquellos que estábamos retenidos –por imperativo de la situación– en nuestras casas: colgó un relato diario en Facebook. Aquel fue el singular –y gratificante– origen de esta antología conformada por 23 historias relacionadas de una u otra forma con la surrealista situación vivida por todos nosotros, como si estuviésemos dentro del argumento de una cinta de catástrofe sanitaria terrorífica a lo Estallido o Contagio.

En las páginas de Estado de Alarma encontraréis relatos que ponen los pelos de punta y que tienen como telón de fondo antiguas pandemias; tal es el caso de «El sótano de la peste», de Stevenson o«La máscara de la muerte roja», del maestro Poe; también sobre guetos generados por hipotéticas pandemias del futuro, visiones distópicas como «Inercia» de Nancy Kress, o sobre terribles enfermedades contagiosas –en este caso ficticias, lo cual es todo un alivio– como «Una voz en la noche», de William Hope Hodgson –Valdemar dispone de un gran catálogo de su obra–; e incluso sobre el abandono de las residencia de mayores, una trágica realidad que nos golpeó a todos en las narices mostrando cómo las personas que habían levantado el cómodo mundo sobre el que hoy muchos nos movemos (por desgracia, miles de millones de personas NO), eran olvidadas y dejadas de lado. Es el caso del conmovedor y punzante relato de Emilio Bueso «La próxima vez que se desate la tormenta del infinito sobre nosotros». He aquí el enlace para adquirir este fabuloso volumen de obligada lectura:

http://www.valdemar.com/product_info.php?products_id=910

La costurera que encontró un tesoro cuando fue a hacer pis…

…Y otras historias de la arqueología en España, es el título de un singular e irreverente ensayo de divulgación que acaba de publicar Espasa y que nos invita a visitar los yacimientos españoles con otros ojos, y algo de humor, que siempre hace falta.

Óscar Herradón ©

Vicente G. Olaya es periodista especializado en Patrimonio histórico, trabaja para el diario El País y se nota su desenvoltura en este campo cuando uno comienza a leer este ameno y divertido ensayo. Pero el mayor acierto del autor es el tono, algo burlón, desenfadado, que rezuma ironía en cada página y nos acerca, de una forma divulgativa que ya quisieran muchos documentales de los de gran presupuesto, historias de nuestra arqueología, una gran parte de ellas injustamente relegadas al olvido o deliberadamente excluidas del conocimiento popular. Al menos hasta ahora.

Ya solo el ingenioso título invita a cogerlo, y el libro no defrauda: La costurera que encontró un tesoro cuando fue a hacer pis. Y otras historias de la arqueología en España. Edita Espasa. Tras muchos años en la redacción de la revista Enigmas, sumergido en textos históricos y arqueológicos –aunque desde un prisma más bien heterodoxo–, pocas veces me lo había pasado tan bien con un texto de estas temáticas (siempre apasionantes, pero la mayor parte de las veces algo sesudas). Un compendio de curiosas historias en las que se dan la mano tesoros legendarios, desde el de Guarrazar, el que efectivamente descubrió una costurera cuando fue a hacer pis, Escolástica, hija del labriego Francisco Morales –la casualidad, como apunta el autor, siempre se ha llevado bien con la arqueología–, al del controvertido y enigmático de El Carambolo, pasando por el esquivo de Tartessos, que siempre parece revelado pero nunca lo está. Yacimientos milenarios y robos y expolios de todo tipo (capítulo especial merece el de Aratis), y así un largo etcétera.

Tesoro de El Carambolo

Junto a Olaya viajaremos a descubrimientos tan emblemáticos con el del Cerro de los Batallones, el sitio de Numancia (no por más conocido menos plagado de anécdotas), el de Medina Azahara o el singular periplo de la Dama de Elche, por la que el mismo Heinrich Himmler, jefe de las SS y de la Gestapo nazis, se interesó en su visita al Museo Arqueológico Nacional en 1940, cuando recaló en la España franquista, y que él mismo consideraba «prueba del pasado ario de la Península». Ni más ni menos.

En aquella visita de Estado le hizo de cicerone también un arqueólogo, Julio Martínez Santa-Olalla, que en aquel momento ostentaba el cargo de comisario general de excavaciones, con una particular idea del pasado hispánico. El mismo Vicente G. Olaya (que no tiene nada que ver, a pesar de la similitud del apellido, con el viejo falangista que admiraba al Tercer Reich), cita este singular episodio, y señala que el Reichsführer se quedó embelesado ante el busto y sus bellos rasgos y los consideró «una expresión acertada del occidentalismo», según recogía un redactor de La Vanguardia que cubrió la visita hace ochenta años. Y eso que la que vio el carnicero de los campos de concentración era una réplica de 1907, pues la verdadera había sido vendida a las autoridades francesas poco después de ser descubierta en verano de 1897, una vergüenza para el Patrimonio Nacional. Por supuesto, Santa-Olalla no quiso revelarle al señor Himmler que aquello era una copia, no fuera a ser que el burócrata de la muerte de redondos quevedos cuyo periplo en nuestro país recojo ampliamente en el libro La Orden Negra. El Ejército Pagano del Tercer Reich (Edaf, 2011) fuera a enfadarse. Y enfadar a Himmler era casi peor que enfadar al Caudillo.

Según cuenta con su estilo punzante el autor, «Pagaron por ella –por la dama– cuatro mil francos, la metieron rápidamente en un barco, la transportaron a París y la expusieron ufanos en una vitrina del Museo del Louvre». Una historia largamente repetida en relación con las obras de arte… Que se lo digan al British. En definitiva, un libro magnífico. He aquí el enlace para adquirirlo (en papel y también en eBook):

https://www.planetadelibros.com/libro-la-costurera-que-encontro-un-tesoro-cuando-fue-a-hacer-pis/309571

FLEA: Ácido para los niños. Unas memorias

Es uno de los músicos más carismáticos de las últimas cuatro décadas. Flea («Pulga» en inglés), bajista de la banda de funk-rock Red Hot Chili Peppers desde que se fundara, un ya lejano 1983, creció en un hogar lo más parecido al infierno. De la mano de Libros Cúpula nos llegan por fin sus memorias traducidas al castellano: Acid for the Children. No tienen desperdicio.

Óscar Herradón ©

Cuenta todo, con pelos, señales y humo, y sin sonrojarse, en su libro de memorias. Si su compañero y amigo Anthony Kiedis, vocalista de la banda, mostró en las suyas, Scar Tissue (Capitán Swing, 2016), publicadas en 2017, que la historia de los «chiles rojos picantes» había sido una montaña rusa de emociones, adicciones y escándalos, las de Flea son aún más afiladas y hasta estremecedoras.

Nacido en Melbourne, Australia, en 1962, el mismo año que vinieron al mundo grandes del rock como Axl Rose, Jon Bon Jovi, Tommy Lee, Kirk Hammett o el propio Kiedis, Flea, de nombre real poco comercial, Michael Peter Balzary, ha titulado sus recuerdos, con acierto y mala leche, como Acid for the Children («Ácido para los niños»), que ahora podemos disfrutar en castellano de manos de Libros Cúpula en una edición para los fans más exigentes. Ya la misma portada del libro es un suculento aperitivo de lo que el lector encontrará en su interior: un jovencísimo Flea, prácticamente un niño que no ha entrado aún en la adolescencia, aparece fumándose un porro. Y no, no es una fotografía trucada. Es real. De su álbum familiar, ese que tenemos todos de tiempos pretéritos y más inocentes (para algunos, claro).

Aunque la intención de Flea, nada arrogante, era –según recoge– escribir sobre la banda que lo convirtió en ídolo de masas desnudo sobre el escenario y con un calcetín por taparrabos (sí, su excentricismo y actitud provocadora nunca fueron en detrimento de su calidad musical, sino todo lo contrario, la complementaban), acabó escribiendo sobre sí mismo y su vida porque en su devenir se halla precisamente la esencia de lo que acabarían representando los Red Hot Chili Peppers.

Aunque nació en Australia, el trabajo de su padre, que era pescador, llevó a la familia tempranamente hasta Nueva York, cuando Flea tenía cinco años. Dos años después, el matrimonio se separó y el progenitor regresó a tierras australianas y su madre, de nombre Patricia, se casó con un músico de jazz que influiría en la posterior trayectoria musical del infante, pero también convertiría su existencia en un jodido cuento de terror no apto para niños.

Flea, un tierno adolescente ya con Hendrix tatuado

El nombre de su padrastro era Walter Urban Jr., un tipo bohemio y librepensador que además tenían habituales ataques de ira y era alcohólico. Walter llevó a Patricia y a los niños –Flea y su hermana Karyn– a vivir en el sótano de la casa de sus padres. Cuando el chaval tenía once primaveras se mudaron a Hollywood, a un barrio bastante conflictivo, sembrado de proxenetas, prostitutas y drogodependientes. Su estatura le valdría el sobrenombre de «pulga» y eso que el bajista mide 1,68 m (sin embargo, en EEUU la media está en 1,74 m).

Una noche, en Halloween, Walter, tras romper casi todo en la casa, se lió a tiros por la calle. Luego fue arrestado, con la cara y el torso ensangrentados. Pidió perdón, como solía hacer, pero volvió a las andadas, como sucede por lo general con esa clase de tipos. Sin embargo, los ensayos del padrastro con su banda en el salón del hogar familiar (por llamarlo de alguna manera) marcarían profundamente a Flea. Digamos que le trajo lo peor y lo mejor, despertando su temprana vocación por la música, que tantos éxitos le brindaría. Parece que el chaval también sentía un complejo de inferioridad, que, unido a crecer en un hogar desestructurado, le llevó tempranamente a acercarse al mundo de las drogas y a frecuentar compañías peligrosas. Según confesó en 2008, puesto que todos los adultos de su vida se evadían de la realidad y los problemas con sustancias prohibidas, el alcohol y las drogas estaban en todas partes: «Empecé a fumar marihuana cuando tenía 11 años y luego empecé a esnifar, pincharme, fumar y a perseguir dragones durante mi adolescencia y juventud».

Cóctel explosivo de drogas y alcohol

Siguiendo lo que el mismo bajista narra en Acid for the Children, ya adolescente empezó a consumir speed y a experimentar con el ácido lisérgico que cautivó a muchas bandas de los 60 y 70. Según contaba a The Guardian sobre este punto, el LSD tuvo sin embargo un efecto «positivo» en él: «Para alguien como yo, que corría como un loco por las calles, las drogas me ayudaron a acceder a mi subconsciente, desarrollaron un carácter más introspectivo». Y le ayudó –supuestamente– con la música, fundando una banda con sus amigos Kiedis y el guitarrista Hillel Slovak.

Hillel Slovak en 1983

Su primer nombre fue Tony Flow and the Miraculously Majestic Masters of Mayhem, formado por Kiedis, Flea, Slovak y el baterista Jack Irons, con un solo tema, Out in L.A. Debutaron en un local de nombre The Rythm and Blues y tras varias actuaciones y varias canciones propias añadidas a su setlist, finalmente decidieron cambiar su nomenclatura por la de Red Hot Chili Peppers, acertando de pleno.

El hecho de tocar desnudos (o bien tapándose el miembro con un calcetín o bien totalmente en cueros), les hizo icónicos y singulares unido a sus poderosas melodías funk, sus cuerpos musculados y sus tatuajes en un tiempo en el que no se llevaban como ahora (hasta la saciedad y sin mucho sentido). Aquella puesta en escena «nudista» les convirtió también, quizá sin pretenderlo, en ídolos de la comunidad gay. De hecho, según recuerda Flea en el libro, los bares de ambiente de Los Ángeles fueron «los primeros que se fijaron en Red Hot Chili Peppers». De mentalidad abierta, nunca tuvo reparos en admitir que mantuvo relaciones sexuales con miembros de su mismo sexo, eso sí, aquello le convenció «de que no era gay», puntualiza.

Blood, sugar, sex, magik, el álbum que los llevó a lo más alto a principios de los 90

En el extremo opuesto, el exhibicionismo y desenfado de la banda despertaron las iras de los más reaccionarios, abundantes en el país en los años ochenta (aunque hoy, bajo la resaca Trump, también son multitud) cuando se formaron, y en Virginia, por ejemplo, Kiedis llegó a ser detenido por escándalo público, como en su día le sucedió a icónicos frontman como Jim Morrison.

La tragedia y el renacimiento

Flea dejaría las drogas a los treinta años, impactado por el daño que los estupefacientes hicieron en buenos amigos suyos. Fue el caso por ejemplo del también miembro fundador y guitarrista Hillel Slovak. Era el 25 de junio de 1988, y tras varios días desaparecido, fue hallado muerto en su apartamento por una sobredosis de heroína. Tenía tan solo veintiséis años. Una adicción, la del «caballo», que también traería de cabeza al frontman de los Red Hot, a Kiedis, pero éste supo recomponerse tras numerosos intentos de rehabilitación.

Anthony Kiedis fue durante años politoxicómano

Muchos pensaban que tras la trágica muerte del virtuoso guitarrista el grupo no remontaría, y es que era probablemente la pieza fundamental de una banda que empezó como un grupo de amigos con pocas intenciones hasta que Slovak los llevó por la senda del funk-rock (de hecho, Flea era… ¡un trompetista de conservatorio!, que acabó decantándose por el bajo precisamente por consejo de su colega). Hubo numerosos intentos de reemplazarlo, la mayoría sonados fracasos, hasta que llegó otro torbellino de las seis cuerdas que con apenas 19 años encajó a la perfección: John Frusciante, que en principio aspiraba a tocar para Thelonius Monster (los RHCP se lo llevaron en plena audición).

Frusciante

Y como su antecesor, además de un fuera de serie en la música se dejó arrastrar por las drogas, tanto, que muchos pensaban que no tardaría en morir. Asediado también por fuertes episodios de enfermedad mental –casi con seguridad desencadenados por sus excesos– a mediados de los noventa parecía un muerto viviente que llegó a grabar vídeos y entrevistas que hoy pueden verse en Youtube y que encojen el corazón. Los de un auténtico yonqui en plena decadencia vital.  Su propia inmersión en los infiernos sería tema de unas memorias bastante más trágicas que las de sus compañeros, y en breve hablaremos de esa odisea en este blog. El tiempo dirá si nos brinda la oportunidad de leer con pelos y señales su historia.

Volviendo a Flea, dejar las drogas le permitió centrarse en la música, pero también hacer sus pinitos en el cine. Hizo pequeños papeles en cintas míticas como El Gran Lebowski, de los Hermanos Coen, donde interpretaba a un nihilista alemán, Miedo y asco en las vegas –la adaptación al cine del visionario Terry Gillian de la enloquecida obra sobre drogas del periodista Hunter S. Thompson, que bien podrían haber protagonizado los RHCP en lugar de Johnny Depp y Benicio del Toro–. Tiempo antes ya había salido en Mi Idaho Privado, junto a su amigo River Phoenix, víctima también de una sobredosis el 31 de octubre de 1993 (las drogas, siempre las drogas en el entorno de Flea); y en Le llaman Bodhi (1991), junto a Keanus Reeves y  Patrick Swayze (reitero, lleva mucho tiempo entre nosotros), una cinta donde también aparece en varias escenas Antony Kiedis. Años antes, uno después de la muerte de Slovak, en 1989, encarnó el papel de Needles en Regreso al Futuro II, de Robert Zemeckis, la saga de culto de los ochenta, y repitió en Regreso al Futuro III (1990).

Padre de familia, intervenciones televisivas y filantropía

En 1988, el año en que moría su gran amigo y aquel suceso le impulsó a abandonar la autodestructiva senda de las adicciones, el bajista se casó con Loesha, con la que tuvo una hija, Clara, que hoy tiene 33 años. En 2005 tuvo otra hija, Sunny Bebop, con la Top Model Frankie Ryder y en 2019 se casó por segunda vez con una diseñadora de nombre Melody, como la del Baile del Gorila. Todo un padre de familia al que se puede ver en eventos deportivos, en colaboraciones con otros colegas del mundo del rock (Slash, Thom Yorke, Patti Smith, Alanis Morissette, Michael Stipe…) e incluso en algunas intervenciones en 1992 del Saturday Night Live!, en varios episodios de Los Simpson (en versión cartoon, claro –hay que ser muy famoso para eso–) y en el show de Ben Stiller, donde ganó al célebre actor cómico de Algo pasa con Mary –que entonces no había rodado aún– en un partido de basket.

También tiene una vocación filantrópica. Puesto que Flea veía que el sistema de enseñanza pública mostraba un gran vacío a la hora de enseñar música y otras formas de arte a los niños, decidió fundar una escuela dedicada a ayudar a los jóvenes (muchos con una infancia desestructurada, como él) a progresar musicalmente: el Silverlake Convervatory of Music. Sin duda, todo un personaje de la (contra) cultura de las últimas décadas al que hay que tener muy en cuenta.

He aquí la forma de adquirir sus muy adictivas memorias:

https://www.planetadelibros.com/libro-acid-for-the-children/326891