Aleister Crowley: Súper Agente 666

Fue el último de los grandes ocultistas, y uno de los magos más controvertidos y relevantes del convulso siglo XX. Su legado llega hasta hoy, cuando numerosos artistas y magos ceremoniales continúan predicando sus enseñanzas, su conflictiva visión del mundo y su religión oscura, que naciera en la abadía de Thelema. Sus andanzas en Estados Unidos durante la Gran Guerra han sido ampliamente documentadas, pero existe controversia sobre su papel al servicio de la Corona británica –con la que no mantenía buenas relaciones– durante el siguiente conflicto, la Segunda Guerra Mundial, y cómo pudo contribuir con sus habilidades a la lucha contra los ejércitos de Hitler.

Óscar Herradón ©

En el libro Secret Agent 666: Aleister Crowley, British Intelligence and the Occult 666, Richard B. Spence afirma que efectivamente el mago británico Mr. Crowley trabajó –aunque conociendo su vanidad, probablemente a regañadientes–, al servicio de Churchill y junto a Ian Fleming (creador de James Bond y agente de inteligencia durante la Segunda Guerra Mundial) para dar forma a una operación de alto secreto que consistía precisamente en sembrar la discordia en las filas nazis a través de la propaganda negra y preparar una de las mayores conspiraciones de aquella contienda.

No obstante, existen muy pocos datos acerca de la supuesta participación de Crowley en la Segunda Guerra Mundial y cuál fue el verdadero rol que desempeñó en el seno de la SOE (Ejecutiva de Operaciones Especiales). Aún así, gracias a las minuciosas investigaciones realizadas en los polvorientos archivos del MI5 y el MI6 –al menos sobre aquellos documentos que ya han sido desclasificados–, de investigadores como Peter Levenda o del citado Spence, se ha descubierto una de las facetas más desconocidas de uno de los hombres más polémicos del siglo, el mismo al que incluirían los Beatles entre la maraña de célebres personajes de su álbum Sgt. Peppers and the lonely hearts club band y por el que sentiría auténtica veneración Jimmy Page, guitarrista de la legendaria banda de rock Led Zeppelin, quien llegaría a comprar la mansión Boleskine que el mago tenía en el Lago Ness, en Escocia.

Y es que Aleister Crowley fue un personaje fascinante y multifacético, un provocador adelantado a su tiempo, pero también un gran conocedor del mundo de lo oculto, no solo como el investigador que ahonda en los polvorientos manuales de invocación, en los grimorios de otro tiempo para arañar alguna pequeña revelación a los insondables secretos de la historia, sino alguien que vivió de primera mano los entresijos de las sociedades secretas, experimentó con todo tipo de sustancias psicotrópicas cuando éstas eran algo tabú o simplemente desconocidas en Occidente y llegó a sumergirse en invocaciones al demonio y misas negras, entregándose con pasión a la práctica de la llamada «magia sexual» en un tiempo en el que términos como tantrismo eran algo que ni siquiera sabíamos pronunciar por estas latitudes.

Pero, ¿es posible que una persona de la talla moral de Churchill, el premier británico miembro del Partido Conservador y uno de los lores de la Gran Bretaña, aceptara en su equipo de espías a un mago «negro» que en más de una ocasión se había jactado de ser un enemigo del imperio? Sir Winston no dudó un momento a la hora de aprovechar cualquier recurso, por extravagante que fuera, a la hora de hacer la guerra a Adolf Hitler. A un apasionado del espionaje como él, no sería de extrañar que también le hubiese cautivado una figura como Crowley que, a pesar de los numerosos enemigos que se granjeó y su afán de individualismo, también gustaba de codearse con la crème de la crème de la élite británica. Y teniendo en cuenta la importancia de Churchill ya durante la Gran Guerra y sus contactos, muy anteriores, con los servicios de Inteligencia de su país, con seguridad estaba al corriente de las tareas de espionaje que el mago inglés había llevado a cabo durante la Primera Guerra Mundial, y que durante décadas, incluso hoy, continúan rodeadas de interrogantes, como todo lo relacionado con un mundo de mentiras fabricadas y medias verdades.

La Gran Guerra y el tour por Estados Unidos

Haré un rápido repaso por la fascinante existencia de Crowley para centrarme a continuación en su faceta de «mago-espía» en la Segunda Guerra Mundial. Para profundizar en su laberíntica vida, llena de excesos, recomiendo la voluminosa y documentada biografía La Gran Bestia, del biógrafo inglés John Symonds, quien sin embargo apenas se detiene en su faceta como «mago de la guerra». Desde el otoño de 1914 hasta el de 1919, Crowley realizó un errático recorrido por gran parte de Estados Unidos, comenzando su periplo en Nueva York para continuar en Los Ángeles, San Diego, San Francisco, Nueva Orleans, Boston, Detroit, Washington y otras ciudades. Aquel viaje le ocupó precisamente todo el tiempo que duró la Gran Guerra al otro lado del Atlántico, lo que ha llevado a conjeturar que en realidad realizaba tareas de espionaje.

Durante muchas décadas la opinión mayoritaria es que había trabajado como propagandista del Eje durante la Primera Guerra Mundial, pero en la actualidad, diversos documentos desclasificados apuntan a que precisamente realizaba tareas de espionaje para la Inteligencia británica, adoptando ese falso antipatriotismo como brillante tapadera. El mismo John Symonds señala que Crowley escribió propaganda para las Potencias Centrales durante su gira por EEUU –al menos hasta que éstos entraron en guerra al lado de los Aliados–, pero no hay que olvidar que esta biografía fue escrita por primera vez –aunque más tarde revisada– en 1951, cuando prácticamente todos los informes de los servicios secretos continuaban llevando el marchamo de confidenciales, y continuarían llevándolo para que los soviéticos no pudiesen usarlos en su beneficio político.

Por aquel entonces también se hallaba en Estados Unidos otro personaje esencial del ocultismo de principios del siglo XX, Hanns Heinz Ewers, autor de obras que combinaban el terror con el misticismo como La Mandrágora, guionista para la UFA, amigo íntimo del «profeta del Tercer Reich» Erick Jan Hanussen, y también espía, y del que hablaremos llegado en momento en «Dentro del Pandemónium».

Las andanzas que conocemos de Crowley por las Américas se basan en sus propios escritos, recogidos en The Confessions –más bien una auto-hagiografía–, y en las informaciones recogidas en los periódicos cuando el ocultista celebraba alguna conferencia o publicaba algún artículo. Pero cada vez quedan menos dudas acerca de que realmente Aleister, cuyo lema «Haz lo que quieras» incidía en que él no debía rendir cuentas a nadie, no dejó de mostrar una actitud patriótica para con Inglaterra.

Sea como fuere, el mago dejó escritos en sus diarios, como apunta Richard B. Spence, varios «sueños», al parecer de tipo profético –según él creía– con Hitler, sin duda el hombre del momento en la Europa de Entreguerras –la misma revista Time llegaría a dedicarle una portada y el Führer fue barajado incluso para recibi… ¡el Nobel de la paz!, un verdadero sinsentido, como cuando lo obtuvo un personaje como Henry Kissinger por negociar una «paz» –que no fue tal– en Vietnam o en tiempos más recientes, en 2009, el presidente USA Barack Obama, mientras mantenía, como buen presidente yankee, varios frente bélicos abiertos en el planeta–.

Este post tendrá una inminente continuación en el corazón del Pandemónium… Si Perdurabo nos lo permite desde ultratumba.

PARA SABER UN POCO (MUCHO) MÁS:

La increíble historia de Aleister Crowley es narrada con detalle en la monumental biografía que, como digo, le dedicó John Symonds –y que publicó en castellano Siruela en 2008, en su colección «El Ojo del Tiempo»–, desde sus excentricidades en magia sexual, sus invocaciones y coqueteos con el mundo espiritual, su pertenencia a sociedades secretas como la Ordo Templi Orientis o la Golden Down, hasta sus años en la abadía de Cefalú o sus reiteradas provocaciones que se ajustaban a su dogma personal de «Haz lo que quieras». Incluso, tangencialmente, Symonds, albacea y editor de la obra literaria del mago, hace alusión a su faceta como espía. No obstante, el papel que el ocultista británico tuvo en el «Asunto Hess» continúa siendo confidencial y su supuesto asesoramiento tanto a Churchill como a Sir Ian Fleming para engañar al viceführer sigue rodeado de brumas.

Sombras Nocturas (Aurora Dorada Ediciones):

Si lo que queremos es adentrarnos en la legión de discípulos que dejaron las enseñanzas de Crowley y en los textos de magia ceremonial y sexual, nada mejor que asomarse a los libros publicados con gran dedicación por una de mis editoriales predilectas de los últimos tiempos, un gran descubrimiento: Aurora Dorada Ediciones, que nos brinda títulos cautivadores, la mayoría inéditos hasta la fecha en castellano, que harán las delicias de los fascinados por lo oculto.

Precisamente uno de sus últimos lanzamientos es otra de las grandes biografías sobre Crowley, mucho más actualizada que la de Symonds, y de la que hablaré en un próximo post: Perdurabo, del autor estadounidense Richard Kaczynski. Asimismo, lanzan también una obra muy relacionada con el legado del mago británico.

Es el caso de Sombras Nocturnas. Una guía turística del lado oscuro, firmada por Jan Fries. El autor es un escritor ocultista, neochamán y mago rúnico alemán –ahí es nada– que acuñó el término «chamanismo freestyle» con la intención de difundir una forma de magia que enfatiza el trance y la cercanía a la naturaleza, aunque basada en la experiencia individual. Autor también de Visual Magick: A Manual of Freestyle & Shamanism, publicado en 2007 en el mundo anglosajón por la editorial Mandrake, cita como sus principales influencias al Zos Kia Cultus, la Makgia de Maat, el Tantra Kaula, la programación neurolingüística y el daoísmo o taoísmo.

Precisamente, el creador del Zos Kia Cultus (que también daría título a un disco de la banda de black/death metal Behemoth en 2002) fue el pintor y escritor ocultista londinense Austin Osman Spare, contemporáneo de Aleister Crowley y que, como éste, formó parte de la Orden de la Golden Dawn y más tarde de la Astrum Argentum fundada precisamente por la Gran Bestia y el químico y ocultista británico George Cecil Jones, también adepto de la Golden Dawn, en 1907.

En Sombras Nocturas, bellamente editado por Aurora Dorada, con prólogo del estudioso del ocultismo y la egiptología, así como experto en Crowley, Mogy Morgan, Fies explora las regiones inversas del Arbol Cabalístico de la vida y sus Qlifot –las sefirot malignas–, mientras Liber 231 de Aleister Crowley proporciona el mapa para la aventura y Nightside of Eden («El lado nocturno del Edén»), publicado en 1977, del ocultista británico y creador de la corriente mágico-esotérica «Tifoniana» Kenneth Grant (1924-2011), un hipnótico diario de viaje.

En la primera parte de este absorbente volumen ocultista el autor nos ofrece un ensayo donde se exploran conceptos tifonianos como las Qlifot, los Túneles de Set –senderos del árbol en la sombra– o el Abismo, y disciplinas orientales como el taoísmo o el tantra, los Grandes Antiguos del maestro del horror de Providence H. P. Lovecraft y los Olvidados de la ocultista, maga ceremonial y escritora estadounidense Nema Andahadna (nacida en 1939, año del estallido de la Segunda Guerra Mundial), cuya obra también ha publicado Aurora Dorada. El resultado es un texto que sorbe tu alma.

He aquí el enlace para adquirirlo en la web de la editorial:

https://www.auroradoradaediciones.com/product/sombras-nocturnas-una-guia-turistica-del-lado-nocturno

Demonios de Babilonia (I)

En esta amplia y fértil región de Oriente Próximo, regada por los ríos Tigris y Éufrates, se erigieron algunas de las civilizaciones más fascinantes del mundo antiguo. Mesopotamia y sus muchos reinos fueron pioneros en numerosos campos, también en la lucha contra el mal y en la configuración de todo un universo mitológico donde los dioses pugnaban con monstruos antediluvianos, las enfermedades eran causadas por demonios y los oráculos vaticinaban el porvenir. Exorcistas, magos, vampiros y fantasmas jalonan las siguientes líneas.

Óscar Herradón ©

La diosa Ishtar, «la reina de la noche»

Parece una broma macabra del destino que las grandes extensiones de Oriente Próximo y Medio que hoy en día son verdaderos polvorines y campos de la muerte, con Siria como eje central de una guerra que ha durado más de ocho años y que aún da sus últimos coletazos, terminando con siglos y siglos de historia bajo los escombros, y demasiados muertos, la mayoría inocentes, fueran en su día la cuna de las grandes civilizaciones. Damasco, Alepo, Palmyra… han sido recientemente escenarios de luchas fratricidas y territorio de islamitas radicales, sin embargo, durante miles de años gozaron de un esplendor que actualmente costaría imaginar a cualquiera.

Lo mismo sucedió con la hoy caótica y violenta Irak, antaño Babilonia, la más gloriosa capital del mundo antiguo, en la Baja Mesopotamia, una urbe portentosa regada por los ríos Tigris y Éufrates. Más tarde llegaría el Imperio persa… La historia con letras de oro se escribió en estos lugares hoy trágicamente devastados. No vamos a hablar aquí de cuáles fueron los imperios que surgieron aquí, ni cuáles sus conquistas o enfrentamientos, ni sus tragedias, hoy tantas y tan ignominiosas, ni quiénes –grandes potencias occidentales incluidas– son en parte responsables de las mismas. Sí nos centraremos, en cambio, en algunos de sus dioses más temibles, en sus ritos de paso e iniciáticos, en la lucha entre el bien y el mal en unas sociedades antiguas que tenían castas sacerdotales, realizaban exorcismos muy elaborados, ceremonias mágico-religiosas en fechas señaladas y también realizaron sacrificios de sangre.

Viajamos nada menos que hasta el siglo XVIII antes de Cristo, siglos antes del gran esplendor de los faraones egipcios, cuando Hammurabi reinaba en esa misma Babilonia, el gran centro político, religioso y cultural del mundo antiguo, para enfrentarnos a los demonios de horribles formas de Mesopotamia en el tiempo en que los hombres acudían atónitos a la lucha titánica entre Marduk y Tiamat, dioses que presidían los mitos de la creación en Mesopotamia, relatos recogidos –con numerosas variaciones que no vienen al caso– en el Enuma Elish o Poema babilónico de la Creación, y en la Plegaria para la fundación de un templo, entre otros textos cosmogónicos.

Fotografía de Óscar Herradón (Berlín, mayo de 2017)

Durante un viaje a Berlín en 2017 tuve la ocasión de apreciar en el Museo de Pérgamo la reconstrucción de la llamada puerta de Ishtar, y aunque algo fuera de contexto si tenemos en cuenta la capital alemana en pleno siglo XXI y la antigua Babilonia, por mucho que la sala esté acondicionada para aparentar la lejanía de los siglos, lo cierto es que uno puede acercarse –aunque mínimamente– a lo que debió ser el esplendor de una civilización apoteósica. Por soñar que no quede.

Exorcismos y conjuros

En el extenso periodo comprendido entre el 3.000 y el 2.000 a.C. los hombres pensaban que las enfermedades –a las que llamaban shêrtu– no podían ser causadas directamente por los dioses, sino que los culpables de las mismas eran nada menos que un ejército de 6.000 demonios –ni en acadio ni en sumerio existía un término para evocar a los «demonios» o los «diablos», sino designaciones particulares de seres misteriosos y nocivos, tomados de instituciones represivas o de seres zoomorfos o antropomorfos más o menos monstruosos y malvados y que a día de hoy no conocemos bien– dispuestos en todo momento a causar el mal ajeno provocando pestes, fiebres, abortos y todo tipo de epidemias destinadas a castigar a los hombres por sus pecados. En la cosmovisión de los mesopotámicos, la religión nunca podía ir desligada de la vida cotidiana y relacionaban el dolor físico con el más allá al creer que una enfermedad, que conocían como «la mano del espíritu de la muerte», de ahí la importancia de las figuras de las que ahora vamos a hablar.

Fotografía de Óscar Herradón (Berlín, mayo de 2017)

Existían dos especialistas a la hora de paliar la enfermedad, cuyas acciones se complementaban para curar: el asû, el médico propiamente dicho, que prescribía qué tratamientos debía seguir el enfermo para curar sus males físicos o anímicos, y el âshipum o ásipu –sacerdote mesopotámico–, una suerte de mago-exorcista que se encargaba de los enfermedades que consideraban de índole sobrenatural y cuya finalidad era expulsar a los «agentes malignos» del cuerpo. El exorcista –en sumerio, lú-mas-mas– ejercía, en palabras del dominico e historiador francés Jean Bottéro, especializado en el Antiguo Oriente Próximo, «una verdadera profesión sacerdotal, delicada y compleja; ducho en el diagnóstico de los pacientes que iban a consultarle y al corriente de las condiciones adivinatorias en las que cada uno se encontraba, capaz también de elegir para él la fórmula que le convenía exactamente y de organizar y dirigir su ejecución, en el ‘momento propicio’, debía ser a la vez adivino, psicólogo, médico, confidente perspicaz y liturgista».

Debía ser obligatoriamente culto y le correspondía preparar y presidir todo su ritual, disponiendo el material de los ritos manuales y utilizándolos como era debido, recitando él mismo ciertos ritos orales, comisionado –según creía– por los dioses y dotado por ellos de los poderes especiales necesarios. Además, tras la ceremonia, pertrechaba al «poseído» o enfermo de amuletos y consejos protectores, siendo así el miembro más importante del clero en materia de culto sacramental. Siguiendo a Bottéro, «el exorcismo ocupó ciertamente un lugar sin igual en la vida ‘interior’ de los antiguos mesopotámicos».

El primer paso era que el propio enfermo ordenase a los demonios salir de su interior: «¡Salid de mi cuerpo, alejaos de mi cuerpo, que vuestras perversidades suban hacia el cielo como el humo!», y después se pedía a los dioses que intercedieran para llevar la expulsión a buen término.

El dios protector del âshipum era Enki/Ea, divinidad mesopotámica de la sabiduría y del Apsú, la inmensa laguna subterránea de agua dulce y pura en la interpretación cosmogónica de las mitologías sumeria y acadia, del que obtendrían sus aguas todos los manantiales, ríos, lagos y otras fuentes de agua dulce.

Fórmulas mágicas y rituales ancestrales

Esta defensa contra el mal de carácter «mágico» se organizó en fórmulas, procedimientos y rituales, muy elaborados, adaptados cada uno de ellos a los efectos que se querían obtener, o a los inconvenientes que se querían evitar, «mediante el uso calculado de ritos orales y manuales, incluso, preferentemente, de una mezcla de los dos».

Los ritos exorcísticos consistían, generalmente, en actos y palabras en forma de oraciones. Siguiendo el Diccionario Akal de las religiones, estaban divididos en cuatro partes: 1. Descripción del demonio agresor, de la enfermedad o del encantamiento –magia negra– que atormentaba a la persona exorcizada; 2. Declaración de que el dios Marduk, que ha de pedir ayuda a su padre Enki/Ea para que el exorcismo –consistente en la eliminación del demonio atacante o del hechizo injustamente hecho– surta efecto; 3. Conversación entre Marduk y Enki. 4. Por último, la decisión de Enki/Ea de encargar a su hijo la ejecución del ritual, que debía efectuarse siguiendo sus indicaciones exactas. Los conjuros podían ser «lanzado» sobre el agua, el aceite o las plantas.

Como muestra, encontramos un ejemplo de «encantamiento» contra los efectos de una picadura de escorpión, en sumerio, fechado hacia mediados del tercer milenio: arrancaban su cola, rito manual elemental para neutralizar al animal y a la vez el mal presente, y todas las picaduras posteriores de todos los escorpiones posibles. Después venía el rito oral: a través de las palabras halagaban al animal, para «engatusarle»: por medio de esto, creían que quedaban suprimidos el mal de la picadura y sus consecuencias. Mientras, otro rito oral se dirigía a un «demonio» maléfico, al que ni siquiera nombraban, para neutralizar su influencia sobre aquel que había sido picado. Así, existía toda una medicina exorcista, diferente de la fundada en el empirismo, más racional, en la lucha contra la enfermedad.  Constituían un importante recurso religioso y además ofrecía todos los elementos de un amplio ceremonial multiforme, con numerosas ramificaciones.

Uno de los demonios a los que más solían combatir era Lamashtu, del que se creía que atacaba principalmente a niños y a mujeres embarazadas. Las «recetas» para los ritos exorcísticos de los niños solían ser complejas: había que mezclar piel de caballo, grasa de pescado y de un cerdo de color blanco, ceniza, manteca, tierra recogida junto a las puertas de los templos, diferentes tipos de hierbas, etcétera. A su vez, se rodeaba el lecho donde yacía el pequeño enfermo con pasta de harina.

En cuanto a la mujer encinta, se la protegía colgando cerca de ella lo que se conocía como «piedras del parto». Pero también existían conjuros especiales para el dolor de muelas, contra la parálisis, contra enfermedades de diverso género, para expulsar a los demonios que se hubieran instalado en una casa e incluso ¡contra el perro que hubiese orinado sobre una persona!

Trasnporte de los leones alados de Nínive a Londres

Los textos que contienen exorcismos están la mayoría recogidos en las 30.000 tablillas de la biblioteca de Asurbanipal –descubiertas en Nínive en 1841 por el viajero británico y arqueólogo Austen Henry Layard–, de las que unas 800 están dedicadas a la medicina, la sobrenatural incluida. Él fue también el responsable del traslado de los leones alados de Nínive hasta el British Museum, impresionantes monumentos que tuvo ocasión de apreciar en 2014 en la capital inglesa y que te dejan sin aliento… imagináos en su contexto, en época de pleno esplendor de la ciudad asiria.

Divinidad sanadora

A pesar de que conocemos la existencia de la figura del âshipum, se desconoce cómo se transmitían estos conocimientos, aunque algunos investigadores apuntan que podría existir un centro principal en la ciudad de Isin, lugar de la diosa Gula, considerada la divinidad sanadora. Y es que la escritura cuneiforme alberga numerosos secretos en este sentido. En 2007, gracias a textos cuneiformes, la filóloga Barbara Böck, científica titular del Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo, logró reconstruir muchos de los métodos de cura que usaban los habitantes de Mesopotamia hace 4.000 años, centrándose también en la parte sobrenatural y mágica, siempre muy presente en estas culturas.

Por ejemplo, gracias a las traducciones de Böck y su equipo, conocemos el libro Mushu’u –«Masajes»–, escrito en las lenguas sumeria y acadia que contiene más de cincuenta conjuros que eran recitados por los exorcistas mientras se aplicaban los tratamientos para eliminar las migrañas o las parálisis. Existe también un libro donde hay recetas y textos médicos que explican el aceite que se usaba para dicho masaje y el mal que conseguía evitar. Lo untaban de un modo centrífugo, desde el torso a las extremidades del enfermo. Finalmente, colocaban amuletos en las muñecas y los tobillos para evitar que el demonio –o los demonios– volvieran a entrar en el cuerpo. Los mesopotámicos celebraban estos ritos por los general durante dos días concretos del mes de agosto de nuestro calendario, porque pensaban que eran los más idóneos para comunicarse con el más allá y poder expulsar de sus cuerpos a esa entidad maligna que formaba parte de toda una legión de seres del inframundo.

Al margen de la enfermedad, los demonios que podían afectar a otras esferas eran combatidos también por medio de la magia. Existían encantamientos específicos como la quema de esfinges para luchas contra seres malignos. Otras veces, se ofrecía a los demonios causantes de cualquier tipo de mal una víctima sustitutoria, normalmente un chivo, acompañado de oraciones y súplicas para que la entidad desistiera de su propósito. También se recitaban encantamientos en los ritos específicos contra los espíritus de los muertos. Toda la sociedad estaba impregnada por esta relación invisible.

Este post continuará escarbando entre la cenizas de la vieja Babilonia…

PARA SABER UN POCO/MUCHO MÁS:

La editorial Trotta acaba de publicar una monumental y absorbente monografía sobre la vieja Mesopotamia y los reinos que configuraron aquella importante región, cuna de la civilización a caballo entre Oriente y Occidente. En Historia del Próximo Oriente Antiguo (ca. 3000-323 a.n.e.), el profesor de Historia en la Universidad de Columbia (EEUU) y fundador de la revista Journal of Ancient Near Eastern History, Marc van de Mieroop, realiza un minucioso y revelador recorrido por el nacimiento, el esplendor y el fin de los pueblos que se establecieron a orillas del Tigris y el Éufrates sentando las bases de una lejana modernidad.

Comienza con una mirada a los pueblos nómadas y sedentarios que acabaron estableciéndose en dicha región para después centrarse en los primeros grandes mandatarios, como Shamshi-Adad I, quien fuera rey de Asiria entre el 1813 y el 1781 a.C. y cuya biografía podemos reconstruir en parte a través de diversas fuentes, como los escritos hallados en las ruinas de Maria, en la actual Siria, la lista real asiria y la llamada Crónica de los Epónimos; luego continúa abordando profundamente la figura de Hammurabi, sexto rey de Babilonia, y cómo sus leyes y su «código» del «ojo por ojo» revolucionaría la legislación babilónica para continuar con el reino hitita y la llamada «Edad Oscura», una época de crisis en la era antigua y punto de inflexión de un nuevo resurgir que acabaría floreciendo en distintos reinos como el Reino Nuevo Hitita o el Reino Medio elamita y, finalmente, en la eclosión de Persia y la creación de un imperio mundial bajo el cetro de grandes reyes como Darío I, Darío III o Jerjes.

Asimismo, en estas alumbradoras páginas De Mieroop nos ilustra sobre los sistemas políticos de los distintos pueblos asentados en esta zona del Próximo Oriente, la diplomacia, la guerra, las organizaciones sociales y, ya en el marco del imperio persa, su ascenso y expansión, los avances políticos, la administración y finalmente la inevitable caída tras siglos de esplendor. En definitiva, una completa obra sobre una de las grandes cunas de la civilización y, a pesar de su destacado papel en el avance humano y la historiografía, una gran desconocida por el gran público occidental frente a civilizaciones como la Grecia clásico o el Antiguo Egipto.

Jack Parsons. Científico, ocultista, outsider (II)

Pionero de la cohetería, multifacético, excéntrico, antisistema antes de que el mismo concepto existiera… y líder de una sociedad secreta que, en las noches de luna llena, realizaba rituales de corte satánico. Jack Parsons es uno de los personajes más singulares del pasado siglo XX, protagonista de una historia tan asombrosa como los relatos pulp que le apasionaban.

Óscar Herradón ©

Una vez que se unió a la Logia Ágape, Parsons pasó a ser conocido en el hermético círculo como «Frater T.O.P.A.N.», aunque para abreviar se hacía llamar Frater 210. Las iniciales del apodo mágico del científico reconvertido en ocultista, según el trabajo de Carter, «significaban Thelemum Obtentum Procedero Amoris Nuptiae», una expresión latina que significaba: «el logro de Thelema (deseo) mediante las nupcias del amor». A su vez, la OTO daba gran importancia a la numerología y Parsons no escogió la cifra 210 por casualidad. Era un homenaje al dios Pan, a quien el científico guardaba una gran veneración. Tanta, que sus más estrechos amigos dirían años después que, antes del lanzamiento de cada cohete, recitaba un poema pagano ideado por Crowley en honor de la deidad.

Entonces los avances del antiguo Suicide Squad eran notables, y Parsons logró un gran éxito con sus JATO (jet-assisted take offs, o «despegue ayudado por propulsores»), ingenios por los que se interesó la misma Fuerza Aérea de EEUU, con la que firmaron un contrato. En junio de 1942, John «Jack» y Helen Parsons alquilaron una vieja mansión en uno de los lugares más exclusivos de Pasadena, su particular «guarida de hedonismo».

El dormitorio de Parsons en el primer piso era la habitación más grande y hacía también de templo. En ella se encontraba la copia obligatoria de la Estela de la Revelación, una tablilla egipcia que había inspirado a Crowley durante su viaje al Cairo en 1904 (cuando pasó su noche nupcial en el interior de la cámara de la Reina de la Gran Pirámide), donde era el objeto número 666 del Museo de Antigüedades. Al parecer, la estela se le había revelado a su compañera, Rose Kelley, mientras se hallaba en trance.

La habitación (habitáculo central de la casa, que sería conocida como The Parsonage) también albergaba una enorme biblioteca con estanterías de madera repletas de libros de temática ocultista y la numerosa correspondencia intercambiada entre Jack y la Gran Bestia. Precisamente un gran retrato firmado por Crowley presidía la estancia. Pronto la mansión comenzó a ser un lugar de reuniones extrañas y numerosos escándalos –que las autoridades pasaban por alto precisamente por la protección de la que gozaba Parsons debido a su trabajo para el Gobierno–; y Jack pronto empezó a alquilar habitaciones a personajes extraños y «poco deseables». Varios testigos hablaban de cantantes de ópera, astrólogos, escritores de ciencia ficción, prostitutas… y extraños ritos a la luz de una hoguera por las noches. Los escándalos no dejaban de perseguirle.

Una vez que conocía su vida privada, el Gobierno no pudo disuadir a Parsons de que abandonara sus actividades nocturnas, y el FBI comenzó a vigilarlo más de cerca; de repente, sus actividades y comportamientos «mágicos» se convirtieron en un asunto de seguridad nacional, y realizaba sus numerosos viajes bajo protección gubernamental.

Hacia el verano de 1943, Parsons disponía de ingentes cantidades de dinero para sus actividades ocultas, pues Aerojet ganaba 650.000 dólares anuales. Ese mismo año se divorció de Helen, porque había comenzado una relación con su hermana menor, Sara Elizabeth Northrup, alias «Betty». El científico llegó a confesarle a su colega Rypinski: «Me libré de mi mujer (Helen) mediante brujería». Parsons, que había sustituido a Smith en la logia ante la caída en desgracia de este ante Crowley, convirtió a Betty en su nueva sacerdotisa de la Misa Gnóstica.

Darkhouse: la mansión de la magia negra

Las sesiones mágicas de Parsons y compañía en Pasadena causaron un fuerte escándalo. Un visitante dejó escrito que había presenciado cómo «dos mujeres con vestidos diáfanos bailaron alrededor de un bote de fuego, rodeado de ataúdes con velas encima… no pude pensar más que si las ropas se prendían, la casa entera volaría como un polvorín». De hecho, Jack solía almacenar en su casa artefactos explosivos para sus experimentos.

También se realizaban reuniones sobre ciencia ficción, y a las que acudieron escritores de renombre como Robert A. Heinlein. Uno de los más asiduos, Alva Rogers, escribió en 1962: «En los anuncios que puso en el periódico local Jack especificaba que sólo podían solicitar habitación los bohemios, artistas, músicos, ateos u otros tipos exóticos (…)». En la puritana América de los años 40 todo esto causó un gran revuelo.

The Parsonage, en Pasadena.

En 1942 fue la policía al 1003 S. Orange Grove a investigar una supuesta ceremonia en el jardín trasero en la que una mujer embarazada había saltado desnuda a través de una hoguera nueve veces, y un muchacho de 16 años denunció a Parsons, afirmando que tres de sus seguidores lo habían sodomizado a la fuerza durante una «Misa Negra» en la casa. El caso se desestimó al considerar dicho culto poco más que «una organización dedicada a la especulación religiosa y filosófica, con miembros respetables como el presidente del banco de Pasadena, médicos, abogados y actores de Hollywood». Hubo también acusaciones por «satanismo y orgías sexuales».

Orgías y magia sexual

En 1946, Parsons protagonizaría junto al escritor de ciencia ficción y carismático artista pulp Ron L. Hubbard, con los años el cerebro de la Cienciología, una de las sesiones de magia ceremonial más famosas en la historia del ocultismo en Occidente: la denominaron «Los Trabajos de Babalon». Hubbard animó a Parsons a tratar de invocar a una diosa real en un extravagante ritual. Aquello provocó que Crowley, que no lo había autorizado, despidiese a Parsons, al que tildó de «tonto débil».

L. Ron Hubbard (Wikimedia Commons.)

El propósito de estas sesiones mágicas era «traer amor, entendimiento y libertad dionisíaca», además del «necesario contrapeso o correspondencia a la manifestación de Horus», lo que significaba continuar con los trabajos de Crowley, que décadas atrás había vaticinado la llegada del «Eón de Horus, el hijo lúdico y libre de las constricciones de épocas pasadas».

Precisamente para acelerar la llegada de ese nuevo Eón, y propiciar así la revelación del Apocalipsis, Parsons utilizó el llamado «lenguaje de los ángeles» o magia enoquiana, la misma que usara en el siglo XVI el mago inglés John Dee para invocar a los espíritus de los muertos, y el científico empleó a su vez «su varita mágica para levantar un vórtice de energía» e invocar al Elemental, la Mujer Escarlata, figura central de la cosmogonía crowleyana y portal sexual al mundo espiritual.

Consistió en que Frater 210 realizó una masturbación ritual mientras su colega Hubbard recibía mensajes del mundo astral que reproducía en una suerte de escritura automática. Durante aquellas sesiones también ingirieron, al parecer, pasteles que contenían sangre menstrual en medio de cánticos rituales, runas y extraños símbolos con espadas en el aire. Fueron once vertiginosos días de ritos mágicos que algunos relacionan con el comienzo del fenómeno OVNI.

Mientras tanto, Hubbard se había mudado unos meses antes a su mansión de Pasadena, pero lo que no esperaba Parsons es que su joven amante acabara cautivada por el escritor. Fue entonces cuando Parsons se entregó aún más a sus delirios ocultistas, intentando hallar su nueva compañera mágica, ritos que implicaban, incluso, masturbación sobre tablas mágicas al ritmo de música frenética. Por su parte, Hubbard hizo perder Jack una buena suma de dinero al hacerle invertir en una supuesta franquicia de yates. Éste no tardaría en fugarse con Sara, huyendo con gran parte del dinero del ingenuo científico, que denunció al futuro gurú por estafa y robo.

Mientras que la Mujer Escarlata de Crowley, su contrapartida femenina, fue el fascinante personaje de Leah Hirsig, alias Alostrael, Parsons, ya  casi en bancarrota, se convenció de que gracias a los «Trabajos de Babalon» había conocido a la transmigración de Babalon, su propia Mujer Escarlata en la figura de Marjorie Cameron, una arrolladora pelirroja de ojos verdes que cautivaría a Jack casi hasta locura. Nacida en Iowa en 1922, Marjorie había sido una joven rebelde con problemas familiares y varias relaciones, que había sufrido al menos un aborto provocado y un intento de suicidio. Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó en un departamento de propaganda y entró en la Women Accepted for Volunteer Emergency Service, una sección de la marina de EEUU en febrero de 1943. Acabada la guerra, se encontró con Parsons. Al parecer, éste la dejó embarazada, pero ella decidió volver a abortar durante un breve viaje a Nueva York mientras Jack estaba en pleno litigio con Hubbard y Northrup.

Jack Parsons y Marjorie Cameron

Luego vendrían días de auténtica locura en «The Parsonage» y Parsons y Cameron se casaron el 19 de octubre de 1946. El interés por el ocultismo de ésta fue en aumento, debido a toda una serie de lecturas esotéricas que le sugirió su esposo. Se interesó en la  proyección astral y en el uso del tarot.

Un inesperado y acelerado final

Pero los días felices de Parsons, quizá el último «científico loco» (Mad Doctor) del siglo XX, estaba a punto de llegar a su fin. Tras distintos cambios de domicilio, disputas, y nuevas sesiones ocultistas, decidieron realizar un viaje a México. El día antes de marchar, el 17 de junio de 1952, cuando el científico apenas contaba 37 años, Jack recibió un pedido acelerado para preparar unos explosivos para el rodaje de una película; los manipuló en el laboratorio de su propia casa y una enorme explosión destruyó el edificio, dejando mortalmente herido al ingeniero místico. Aunque fue trasladado al hospital, poco después era declarado muerto.

Marjorie Cameron. La «Mujer Escarlata».

La propia Marjorie sostendría durante toda su inestable vida que Parsons había sido objeto de una conspiración: que lo había matado la policía o el FBI o incluso grupos antisemitas. Completamente iluminada, mientras realizaba ceremonias sangrientas con el deseo de comunicarse con él –momento en el que se autoproclamó como Hilarion, una nueva identidad mágica– llegó a afirmar que una serie de OVNIs que habían sido vistos sobre el capitolio de Washington estaban relacionados también con la muerte de Jack.

Afectada por problemas psicológicos y consumo de drogas, participó en la película de 1954 Inauguration of the Pleasure Dome, del también satanista y director underground Kenneth Anger, dibujó pinturas de corte y frecuentó la compañía de thelemitas como William Breeze, actualmente líder internacional de la OTO. Cameron moría a causa de un tumor cerebral el 24 de julio de 1995 y una alta sacerdotisa de la Orden se encargó de su ceremonia mortuoria. Su cuerpo fue cremado y sus cenizas esparcidas en el desierto de Mojave. Hasta el final de sus días siempre vistió de negro, luciendo su roja cabellera, y cuenta que a veces se la veía conduciendo un coche fúnebre. Ella misma se hacía llamar «La Mujer Escarlata», La Bruja Cameron y La Cenicienta del Yermo. Otra editorial de las que más me gustan, de esas a tener siempre en cuenta, la también «underground» La Felguera, publicó en 2018 una joya profusamente ilustrada sobre otro personaje notable de la OTO, la también «Mujer Escarlata» , en este caso la de Crowley –la original–, la ocultista suizo-estadounidense Leah Hirsig: La Mujer Escarlata y la Bestia: los diarios mágicos de Leah Hirsig.

La teoría de que Parsons pudo ser asesinado por el Gobierno sigue siendo uno de los grandes misterios de la Norteamérica de los 50. Hoy, un cráter lleva su nombre, como no podía ser de otro modo, en la cara oculta de la Luna, ese mismo lugar con el que no dejó de soñar en toda su vida y al que cantaron los británicos Pink Floyd en 1973. Un lugar ya no tan recóndito del Universo que cada vez arroja nuevas revelaciones que ni el propio Parsons imaginaría. No en vano, el cráter Parsons de nuestro satélite lleva ese nombre en su memoria. D.E.P.

PARA SABER MÁS:

Hay varios libros en inglés sobre los delirios ocultistas de Parsons y su genialidad en el campo de la cohetería, pero en castellano el mejor trabajo publicado hasta el momento se lo devemos a El Desvelo Ediciones, que nos trajo un edición alucinante de esta historia underground bajo el título de Sexo y cohetes. El mundo oculto de Jack Parsons, de John Carter, que ya había obtenido un considerable éxito en el universo literario anglosajón.

LOS OTROS VUELOS A LA LUNA (LIBROS CÚPULA, 2021)

Parsons fue un pionero de la cohetería y fundamental a la hora de allanar el terreno para los primeros vuelos espaciales que culminarían con la llegada y posterior alunizaje del Apolo 11 en nuestro satélite el 20 de junio de 1969. Ni siquiera Parsons habría soñado con un evento de tal magnitud, y su temprana y trágica muerte en 1952 le impidió disfrutar de tamaña epopeya. Pero tras la pionera gesta de Armstrong, Aldrin y Collins, hubo más vuelos a nuestro satélite, más desconocidos pero no por ello faltos de importancia en el marco de la astronáutica.

El ingeniero industrial y divulgador científico Rafael Clemente, que ya nos deleitó con el libro Un pequeño paso para [un] hombre. La historia desconocida de la llegada del hombre a la Luna, publica ahora, también de la mano de Libros Cúpula, Los otros vuelos a la Luna. Las historias y los secretos de las distintas expediciones al satélite lunar, un ensayo divulgativo preñado de anéctadotas que nos desvela los secretos de aquellos viajes llenos de riesgos.

Hace medio siglo, la NASA envió siete expediciones a la Luna. La primera de ellas –el Apollo 11– logró el sueño de que un hombre dejase su huella sobre el polvo de nuestro satélite.  Otra –el Apollo 13– falló. Las otras cinco, cada una más compleja y arriesgada que la anterior, han quedado diluidas en el imaginario colectivo, reducidas a un simple pie de página en los libros de historia.

Tripulación del Apollo 13 (Source: Wikipedia)

Este volumen relata las extraordinarias aventuras de los seis viajes que siguieron a aquel Apollo 11. Así, el énfasis se desplaza a las características propias de cada misión que la sucedió, sus objetivos y las peripecias sufridas: ningún vuelo estuvo libre de importantes contratiempos ni de brillantes soluciones. Se describen los equipos utilizados en cada viaje, incluidos tres automóviles eléctricos (y una carretilla), las tareas que realizaron los astronautas y los resultados de sus experimentos.

También se ofrece un detallado estudio del mítico accidente del Apollo 13 y los esfuerzos increíbles del Centro de Control para traerlo sano y salvo de regreso a la Tierra. Junto a las descripciones técnicas figuran también numerosos aspectos insólitos del programa y que a menudo han pasado injusta y extrañamente desapercibidos: la creación en la Luna de un pequeño museo de arte moderno; el caso del astronauta dispuesto a aterrizar a ciegas; el (no autorizado) experimento de percepción extrasensorial; la larga historia de las Biblias lunares; el asombroso procedimiento de emergencia para despegar desde la Luna si todo lo demás fallaba… y muchos otros detalles sorprendentes, y en buena parte desconocidos hasta el momento.

El libro incluye asimismo numerosos documentos y esquemas casi inéditos de diversos equipos así como fotografías originales que recrean los paisajes que acogieron a aquellos primeros exploradores y que tanta fascinación ha despertado en el ser humano. He aquí el enlace para adquirirlo en papel (recomendado por su espectacular apoyo visual) o en versión digital:

https://www.planetadelibros.com/libro-los-otros-vuelos-a-la-luna/328335