La Marca del Maligno (I)

Es una figura intemporal que causa temor allá por donde pasa pero que, a su vez, goza de una legión de seguidores. Con diversas máscaras e identidades a lo largo de la historia y las distintas culturas, el mal se humaniza adquiriendo su forma y tentando a las almas más endebles con sueños de dinero y poder. El diablo, y sus múltiples rostros, ha dejado señales de su existencia que van más allá de meras leyendas. En numerosos lugares aún puede verse y sentirse… LA MARCA DEL DIABLO

Óscar Herradón ©

Agazapado en las sombras, silente –salvo cuando toca el violín–, puede permanecer horas, días y a veces siglos a la espera de una nueva presa, un incauto con ínfulas de grandeza, con sed de enriquecerse en un abrir y cerrar de ojos o de alcanzar la tan ansiada inmortalidad prometida –en vano– por los viejos alquimistas. Le gusta estampar su rúbrica en rojo sangre sobre un grimorio medieval, o su impronta –ya sea la mano o el pie, o más bien la pezuña– sobre el suelo y la piedra de una catedral.

El caso es que, sea cual sea el verdadero origen de su nombre, o si las primeras religiones monoteístas, como el judaísmo, lo adaptaron –y desvirtuaron– de cosmogonías anteriores, lo cierto es que el diablo, Satanás, la Bestia, Lucifer, y en pueblos lejanos Abbadon, Rakhasha, Asura, Vetala… tiene tantos nombres como adeptos, objetos y cultos de un rincón a otro del planeta. Es, por utilizar terminología contemporánea, una suerte de rock-star, más célebre aún que aquellos músicos a los que el folclore atribuye un pacto con el mismo para alcanzar «fortuna y gloria», como decía Indy.

No vamos a realizar un sesudo recorrido antropológico por el origen del mal, el infierno o los ángeles caídos, en cuya historia ya hemos gastado mucha tinta, sino a seguir la pista del «maligno», su fétido aliento y su dañina mirada y a conocer de primera mano los múltiples objetos, enclaves y obras que se atribuyen a su pérfida acción. Allí donde ha quedado grabada a fuego, desde tiempos antiguos, la Marca del Diablo

Los múltiples rostros del maligno

Aunque el miedo al diablo pueda parecer cosa del pasado, pergaminos amarilleados de un grimorio medieval escrito con una mezcla de fanatismo y temeridad ante Dios, lo cierto es que sigue estando muy presente en diversas formas en todo el mundo, tanto, que ahora se le rinde culto en iglesias edificadas ex profeso por grupos luciferinos y el Vaticano ha visto aumentar el número de demandas de exorcismos entre la población.

En la era de la tercera revolución industrial o científico-tecnológica, todavía se descuartiza a personas en África para fabricar amuletos y hacer pociones «mágicas» –principalmente a los albinos, una de las mayores aberraciones de estos tiempos–, en la India se considera que algunas enfermedades mentales o deformaciones son causa de la acción de los «demonios» y, en los países de este mal llamado primer mundo, donde no suelen ser la miseria y el analfabetismo los desencadenantes de la superstición, se realizan exorcismos en grupo que, en ocasiones, acaban en verdaderas desgracias …

Por su parte, la arqueología no deja de sorprendernos con nuevos hallazgos que nos descubren que el miedo al diablo, al demonio, a sus acólitos o a seres malévolos en general, está presente en todos los pueblos desde tiempos inmemoriales, como el descubrimiento en 1994 de representaciones de seres demoníacos y animales protectores en el que podría ser el primer santuario de la historia, Gobekli Tepe, en Turquía.

Más reciente fue un sorprendente hallazgo de 2014, cuando un grupo de arqueólogos ingleses, al levantar los tablones de una mansión abandonada y semiderruida en el condado de Kent, de nombre Knole, encontraron el lugar donde se grabaron líneas entrecruzadas talladas y símbolos indicativos de una «trampa para demonios».

Según Rossell Hope Robbins, los primeros cristianos no siempre concebían al diablo bajo forma humana. En la Vida de San Antonio, obra atribuida a Atanasio alrededor del año 360 d.C., los diablos aparecen bajo múltiples formas, entre ellas las de un muchacho negro y un hombre de gran envergadura. Hacían su aparición ante los aterrados testigos como «¡una bestia parecida a un hombre con patas como las de un asno!», y también como leopardos, osos, caballos, lobos y escorpiones. Curiosamente, para éstos estaban prohibidas –según el texto– las formas de la paloma y el cordero, símbolos de santidad. Era habitual que los diablos se transformaran con frecuencia, «adoptando la forma de mujer, bestia salvaje, seres reptantes, cuerpos gigantescos y legiones de soldados… otras veces asumían el aspecto de monjes y hablaban como hombres santos». Con los siglos, adoptaría formas más sutiles y actuaría de forma menos pendenciera, pero igual de letal…

Siguiendo la Vida de San Antonio, la aparición de los diablos solía ir precedida por un gran estruendo, «con ruidos y gritos como los que hacen los jóvenes toscos o los ladrones», o con «gemidos de niños, aletear de bandadas de pájaros, mugir de bueyes… el rugido de leones, el clamor de un ejército». El propio Atanasio dejaba constancia escrita de que estos seres entraban y salían a voluntad por puertas cerradas, a veces despedían un hedor repugnante, y por su parte san Hilario, con un agudo olfato, aseguraba ni corto ni perezoso que podía «distinguir por el olor de los cuerpos y las ropas (…) qué demonio importunaba al hombre» Esta imagen penetraría con fuerza en el imaginario colectivo de Occidente.

Contenedores de Demonios

La idea de atrapar y confinar a las fuerzas del mal en un “contenedor” u objeto se lleva intentando, de una forma u otra, desde tiempos pretéritos. Cuenta el grimorio anónimo del siglo XVII La Llave Menor de Salomón que el rey Salomón, gran conocedor de la magia, invocó y encerró a nada menos que 72 demonios de alta graduación en una vasija de bronce que selló con símbolos cabalísticos, obligándoles a trabajar para él. Ya en el Antiguo Testamento se menciona que el majestuoso Arcángel Miguel le dio al citado rey un anillo «inscrito con un sello mágico y llamado el Sello de Salomón», que aparentemente le daría el poder de controlar demonios.

Caja Dybbuk

Sería una de las primeras referencias históricas sobre el uso de lo que se ha dado en llamar «contenedor sobrenatural», y que puede que sea también el origen de la caja Dybbuk del judaísmo. Un objeto –aunque también puede ser un ser vivo– que serviría como envase para encerrar a un ser sobrenatural y que éste no pueda hacer ningún mal. Entre los siglos III y IV de nuestra era, los caldeos, los zoroastrianos y los judíos solían utilizar cuencos de terracota rebosantes de hechizos mágicos que después enterraban boca abajo en las esquinas de los cimientos. Se creía que estos cuencos protegían o atrapaban el mal en sus múltiples y espeluznantes formas, como demonios y espíritus malignos.

Pero no es algo particular del judaísmo, el cristianismo o sectas afines; otras culturas tenían objetos similares destinados a espantar o recluir entidades demoníacas, como los «ojos de Dios» de América Central, los Atrapasueños de los nativos norteamericanos, los árboles heint de América del Sur, con botellas en las que los demonios, al no poder evitar entrar –no sabemos muy bien por qué– quedaban atrapados; e incluso en el Tíbet se elaboraban trampas para demonios con cráneos de carnero.

En la Edad Media, cuando comienza la salvaje caza de brujas, la obsesión por los demonios –de todo tipo y pelaje– se dispara, y también se hacen célebres la trampas demoníacas, consistentes en símbolos que supuestamente atraían la curiosidad de un demonio y luego eran sellados mediante una especie de ciclo infinito.

Y sería común en la Europa de los siglos XVI y XVII, el uso de trampas espirituales conocidas como «botellas de brujas» que servían –dicen– para capturar espíritus. Dichas botellas se llenaban con pelos, uñas y otras sustancias como sangre u orina –una suerte de señuelo para hacer creer al demonio, algo ingenuo él, que se trataba de una persona real–, y por lo general se cocían; cuando estos seres entraban en la botella, ésta se cerraba herméticamente, acompañada de vidrios y espejos para mantener encerrado al demonio y luego se quemaba, generalmente cerca de un río. La mención más antigua sobre este objeto la encontramos en un libro sobre brujería escrito en Inglaterra en 1680, aunque se cree que su antigüedad es mayor.

Hellboy, el «demonio rojo» de Mignola

En la ficción, el «contenedor sobrenatural» es un recurso bastante utilizado. Por citar un ejemplo del gusto de quien esto escribe, en la saga Hellboy de Mike Mignola, el demonio Samael permaneció encerrado dentro de la estatua de un santo hasta que fue revivido. Por cierto, sumergirse en las páginas de esta saga es algo que supongo que todo amante del cómic y de lo sobrenatural ya habrá hecho hace unos veinte años, pero si no es así, invito con vehemencia a hacerlo a todo neófito.

Norma Editorial publica en castellano los títulos que en EEUU lanza Dark Horse Comics. Desde los volumenes en rústica a los de tapa dura hasta lujosos volumenes en cartoné de Hellboy Integral, AIDP Integral –la Agencia para la Investigación y Defensa Paranormal en la que trabaja el «demonio rojo», en inglés BRDP– y desde hace poco la saga Abe Sapien en formato completo. Sus últimos títulos han sido AIDP. Demonio conocido 2. Pandemónium –me encanta el subtítulo– y AIDP Integral 7.

Y hablando del Malingo en estado puro, Mike Mignola –creador de Hellboy y otro largo abanico de (monster)héroes–, en colaboración con Johnson-Cadwell, Warwick, extiende un spin-off de este universo: Nuestros encuentros con el mal, que también acaba de publicar este mismo mes Norma Editorial, donde recupera a los personajes de El Sr. Higgins vuelve a casa. Con la ayuda de otra intrépida cazadora de vampiros, la señorita Mary Van Sloan el profesor J. T. Meinhardt y su ayudante el Sr. Knox continúan su lucha incesante contra no muertos, hombres lobo y otros horrores difíciles de explicar y que uno tiene que ver.

Volviendo tras este breve impás a las «botellas de brujas», lejos de pensar que esta práctica es algo del pasado, hoy en día hay gente que continúa fabricándolas, principalmente en el ambiente New Age, vendiéndose, incluso, por Internet a golpe de tarjeta. Se elaboran con jarras de cristal y en lugar de orina o sangre, introducen en el recipiente vinagre o vino purificador, añadiéndole agujas y clavos o incluso hojas de afeitar oxidadas, inciensos, flores, cenizas o monedas… Tras su sellado con cera o con lacre suelen ser enterradas en el jardín de la casa o en una maceta, siempre con el cuello de la botella o jarra hacia abajo.

V-Wars (Drakul)

Y si lo que queremos es acercarnos a unos de los grandes colaboradores del maligno desde tiempos pretéritos, los vampiros, nada mejor que sumergirnos en las páginas del cómic que ha inspirado una de las series de Netflix: V-Wars, editado por Drakul, cosecha de uno de los autores superventas del New York Times, Jonathan Maberry , junto con Alan Robinson y el artista visual Jay Fotos, un primer volumen que recopila los números 1 al 5 de la novela gráfica.

Con un dibujo descarnado y violento, y unos personajes muy bien perfilados, no es la típica historia post-apocalíptica, pues en ella se entreteje también una trama de intriga política y se aprecian claros elementos del género bélico. Como sucede con la exitosa e interminable The Walking Dead, según avanza el relato se evidencia cómo planea en el ambiente el miedo, los extremismos, la intolerancia e incluso el racismo; el hombre mucho más peligroso que la criatura. Sin embargo, personalmente me parece más adictiva que la saga creada por Kirkman y Moore.

La trama cobró todavía más interés con el trágico estallido de la pandemia de Covid que mostró lo vulnerables que somos los seres humanos a los virus (aunque éstos no nos conviertan, por suerte, en no muertos), al que se une el implacable azote del cambio climático. El deshielo del Ártico ha liberado un virus muy contagioso que desata una pandemia global que convierte lo que hasta entonces era un mito de algunos pueblos en una terrible realidad: el vampirismo. Para luchar contra la mayoría de personas cuyos genes han mutado en este sentido, convirtiéndose en criaturas depredadoras ansiosas de sangre fresca, el presidente de los sempiternos Estados Unidos contrata al profesor universitario Luther Swann, especialista en estas criaturas y toda la mitología –ahora realidad– que las envuelve. Sin embargo, el propio gobierno USA parece estar detrás de una compleja conspiración política en la que el investigador se verá envuelto.

Toda una guerra «sobrenatural» en la que se evidencia un discurso antibelicista (por parte no solo de humanos, sino también de algunos vampiros) y una advertencia sobre lo que puede avecinar un futuro no muy lejano. Una nueva lectura sobre la corrupción, la destrucción del planeta, las enfermedades y los miedos ancestrales compartidos por todos los pueblos.

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Este post continuará… al capricho del Innombrable.

Sor Patrocinio. La consejera iluminada de Isabel II (I)

Fue un personaje anacrónico en una España, la del siglo XIX, abierta a convulsos cambios. Consejera espiritual de Isabel II y su marido Francisco de Asís, provocaría un auténtico vendaval político cuando afirmó padecer en su cuerpo los estigmas de Cristo. Aquel y otros hechos «prodigiosos» desembocaron en un proceso judicial que hizo historia y que fue impulsado por el político Salustiano Olózaga, receloso con esta singular religiosa cuya figura está rodeada, todavía hoy, de claroscuros.

Óscar Herradón ©

María Josefa de los Dolores Anastasia, más conocida como Sor Patrocinio o «La Monja de las Llagas», sería uno de los personajes más singulares, paradójicos y atractivos de la convulsa España del siglo XIX, un país abierto al cambio y a las libertades que, no obstante, se enfrentaba al viejo orden, aquel marcado por la superstición, la devoción extrema y los añejos y entonces intocables valores del pasado. Nuestra protagonista, que viviría ochenta años y conocería algunos de los episodios más importantes del diecinueve de primera mano, varios reinados y un par de guerras, sufriría en carne propia las consecuencias de esa profunda división espiritual y política del país, una división a la que ella misma contribuyó.

Vino al mundo –un mundo que para ella sería de marcada austeridad y no poco sufrimiento– un 27 de abril de 1811 cerca de la Venta del Pinar, en San Clemente (Cuenca) y su mismo nacimiento ya estuvo rodeado, cuentan, de hechos «prodigiosos», pues como señala con acierto el historiador Pedro Voltes, para intentar comprender a esta singular mujer hay que recurrir en ocasiones a los supuestos prodigios y hechos sobrenaturales que rodearon su devenir vital desde el principio hasta el fin y que serían ensalzados en las numerosas hagiografías que le dedicaron y servirían a sus muchos detractores para ridiculizarla y mostrarla ante el mundo como una farsante.

Un nacimiento «milagroso»

Demos, pues, rienda suelta a la imaginación para hablar sobre su llegada a esta tierra de penurias. Cuentan las historias prodigiosas sobre su vida que debido a que en plena Guerra de la Independencia los franceses iban y venían por los páramos manchegos en busca de españoles que ajusticiar, Dolores Cacopardo del Castillo, acompañada de un sirviente, se adentró en el campo huyendo de las huestes galas y allí, bajo las estrellas, dio a luz a quien sería personaje de renombre en el Madrid decimonónico.

Narra la citada historia, siempre jugando a las damas con la leyenda, que la madre, pensando que la criatura había nacido muerta, la abandonó en el prado; las malas lenguas afirmaban que la había dejado allí para que muriera, pues la señora Quiroga, y esto es cierto, nunca mostraría un gran aprecio hacia su hija; no obstante, y aunque dicho suceso, casi con claridad apócrifo, fuera cierto, dudo que la madre llegara hasta ese punto de retorcimiento tras haberla llevado en su vientre durante nueve meses. Demasiados adornos, unos hermosos, otros siniestros, en torno a la vida de nuestra protagonista.

Al parecer, poco después de quedar «abandonada» en la finca de la Venta del Pinar, apareció allí por casualidad –o más bien por capricho de la Divina Providencia–, a caballo –mientras huía de los franceses–, el progenitor, que según las piadosas crónicas escuchó una voz, tres veces, que le llamaba «padre» –sorprendente teniendo en cuenta que provenía de un bebé recién nacido–, y el señor Quiroga, sospechando que se trataba de su propia hija, se la llevó con ella a casa, para sorpresa de su mujer.

Partida de bautismo de Diego Quiroga

Don Diego Quiroga y Valcárcel, natural de Lugo, era un alto empleado de la administración de las rentas de la Casa Real, lo que explica la huida de los franceses. Anécdotas devocionales aparte, la niña fue bautizada en la iglesia parroquial de Santo Domingo de Silos, en Valdeganga (Albacete), el 5 de mayo de 1811, con los nombres de María Josefa de los Dolores, Anastasia y Cacopardo.

El crédito de la familia Quiroga en la corte venía de antiguo. El abuelo paterno, Fernando Quiroga y Bussón, era personaje de renombre en palacio e íntimo del rey Carlos IV; el soberano recompensaría su fidelidad nombrando a su hijo Diego para un cargo en la Hacienda Real en Madrid.

La infancia de Sor Patrocinio no sería fácil. Tenía otros cuatro hermanos pero al parecer era el ojito derecho del padre, que le prestaba todo tipo de atenciones, algo que no gustaba a la madre ni a su hermana, Ramona, que solían tratarla con hostilidad. En este marco, una historia, otra probablemente apócrifa, afirma que la señora Quiroga intentó envenenar a la pequeña con una tortilla o guiso de setas venenosas que acabaría por ingerir, por casualidad, el gato de la familia, por lo que Don Diego descubrió el complot.

Desde temprana edad Sor Patrocinia mostraba afición por vestir muñequitas con hábito de monja, muñecas que su hermana Rafaela le robaba y tiraba a un pozo atadas por el cuello de una soga. La mayoría de biografías –muchas de ellas muy subjetivas, casi todas piadosas y algunas contradictorias– aluden a que ya desde su niñez el demonio la acechaba, lo que compensaba la devota muchacha con las visiones celestiales que experimentaba. Al parecer, a los dos años «ya dialogaba con la Virgen María». Agraciada ella.

En 1813 Don Diego decidió enviarla con su abuela a San Clemente de la Mancha (Cuenca), mientras él se trasladaba a Cádiz a ponerse a disposición de la Regencia Española. Con Fernando VII de nuevo ciñendo la Corona, seguiría ocupando importantes cargos en la Administración.

San Clemente de la Mancha (Cuenca)

Con tan solo seis años, Dolores recibió la Primera Comunión. El padre Casanova escribiría que «siendo aún muy niña se le apareció la Virgen Santísima a veces y le enseñó a escribir y hacer labores». Sin duda la pequeña Dolores era una privilegiada, con ventaja «divina» sobre los demás niños de su edad. Sus supuestas visiones sacras y su marcada devoción y amor al Santísimo serían una de las principales razones de que reyes como Isabel II o su esposo Francisco de Asís la tuvieran por santa y la elevaran al puesto de consejera de la Corona. Pero no voy a adelantar acontecimientos.

De la vida acomodada a los rigores del claustro

Tras la muerte de su progenitor, la persona que más la había protegido de los tejemanejes de su madre y su hermana Ramona, la familia Quiroga se trasladó, con escasos recursos económicos, a la capital de España, donde la abuela paterna se encargaría de su educación. En aquel Madrid de principios del XIX la hermosura de la joven Dolores, que de niña tocada por la gracia de Dios se convirtió en una preciosa adolescente de quince años, no pasaría desapercibida para nadie; una hermosura que fue digna de elogio en toda la Villa y Corte. Muchos fueron sus pretendientes, y de ello quería aprovecharse su madre.

Cuentan que entre los que cortejaron a Dolores se contaban personajes de la talla de Mariano José de Larra y José de Espronceda, pero el que daría más que hablar y le causaría mayores desdichas sería Salustiano Olózaga, un joven abogado que más tarde alcanzaría los puestos más relevantes del poder en esa España convulsionada políticamente, incluso, en 1843, el puesto más alto, el de Presidente del Consejo de Ministros. Dolores, que tenía clara su vocación, lo rechazó y decidió encaminar sus pasos al mundo eclesiástico.

Ella se casaría, sí, pero únicamente con Dios, para pesar de la madre, que consideraba a Olózaga un gran partido y una ocasión brillante para escalar posiciones en aquel Madrid de zarzuela, taberna y conventículo. A pesar de la insistencia del joven abogado, perdidamente enamorado de la Quiroga, ésta decidió convertirse en novicia. Aquello nunca se lo perdonaría el orgulloso y vengativo Salustiano, con graves consecuencias futuras.

A entrar en la vida conventual contribuyó la tía de la joven, la marquesa de Santa Coloma, que tenía su residencia en la Calle Mayor, la misma en la que vivía la familia Quiroga. Allí, tras enviudar, se recogió como señora de piso en la casa de las Comendadoras de Santiago; precisamente arregló el ingreso de su sobrina en esta Orden, en calidad de «pisadora», donde se refundía el papel de educanda para novicia y el de servidora de la señora a la que acompañaba.

Convento de las Comendadoras de Santiago

La abadesa tenía en el convento una hermana, doña Petronila Zurita, que sería la encargada de su educación y la primera en divulgar la noticia de sus primeros prodigios. Precisamente entre los muros de ese edificio sacro «Lolita» experimentó sus primeras experiencias místicas, o al menos las primeras que han sido registradas documentalmente. No obstante, aunque se convertirá en monja, no lo hará en esta Orden, sino en otra de normas mucho más rígidas, la de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, en el convento de Jesús, María y José del Caballero de Gracia, también en Madrid.  Para aquel entonces, contaba con diecisiete años. El 19 de enero de 1829 ingresó en el convento, un convento que, perteneciente a los franciscanos, era dirigido por el padre Riaza y por sor María Benita de Nuestra Señora del Pilar. Ellos serán los encargados de convertir a la joven en sor María Rafaela de los Dolores y Patrocinio.

Oratorio del Caballero de Gracia

Será en el Caballero de Gracia donde sor Patrocinio mantenga una pugna cada vez mayor con el «demonio», según las crónicas hagiográficas: un día el maligno la arrojó escaleras abajo, otro, le vertió una olla de lejía hirviendo sobre su cuerpo. Nada menos. Episodios fruto, quizá, de un tiempo teñido por la superstición y la oscuridad, a pesar de hallarnos a las puertas de la modernidad. Lo que parece cada vez más evidente, y contradice a sus numerosos detractores, es que sor Patrocinio no fue una farsante, sino una víctima de las circunstancias y del ambiente proclive a la histeria en el que se convirtió en una mujer, un convento marcado por una regla estricta que incluía el ayuno y una férrea clausura –que, no obstante, le impedirían cumplir sus numerosos destierros, como enseguida veremos–, hasta el punto de que el rigor de la penitencia, según varios registros, hizo sucumbir a varias internas.

En otra ocasión el «demonio» fue aún más allá y elevó por los aires a la beata, dejándola después en un alero; serían sus hermanas de confesión las que la rescatarían del tejado a través de una buhardilla. Palabras textuales de sus cronistas. Leer para creer –o no–. Aquel viaje por los aires sería aprovechado por los detractores de la monja, que pretendieron escuchar en un supuesto diálogo entre Satán y la religiosa, unas molestas declaraciones de esta última hacia la reina gobernadora, María Cristina –madre de la futura Isabel II–, episodio que sor Patrocinio negaría rotundamente, pero que daría mucho que hablar.

Está claro que la monja no comulgaba con los liberales, más amigos de la desamortización que del confesionario –y partidarios de la regente–, pero la verdad es que parece que nunca estuvo demasiado interesada en la política, que consideraba mundana. No obstante, a lo largo de más de sesenta años, desde que cumplió apenas los veinte, se vio inmersa en un torbellino político de facciones enfrentadas, conspiraciones, camarillas y vaivenes ideológicos.

Este piadoso post continuará…

PARA SABER MÁS:

Recientemente, la editorial Ariel (Grupo Planeta) publicaba una detallada y amena monografía: Isabel II. Una reina y un reinado, del catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla José Luis Comellas, autor de importantes ensayos como Cánovas del Castillo o Los moderados en el poder. En su nuevo ensayo, aborda la figura de la reina «de los Tristes Destinos», como la definió su amigo Benito Pérez Galdós, desde una perspectiva completamente novedosa, recuperando facetas desconocidas o aspectos de la «Niña Bonita» apenas vistos antes, en un intento, claramente logrado, por reconstruir la personalidad humana e histórica de un mujer, contrariamente a la crónica negra, extraordinariamente compleja y llena de matices. Por supuesto, el libro no olvida el importante papel de Sor Patrocinio en la corte y en el reinado.

Hace unos meses Taurus (Penguin Random House) reeditaba una obra emblemática y monumental –por extensión– acerca de la soberana más importante del XIX español: Isabel II. Una biografía (1830-1904), de Isabel Burdial, quien recientemente ha publicado en la misma editorial una biografía de Emilia Pardo Bazán.

Para Burdiel, «la extraordinaria capacidad de desestabilización política y moral de la reina no fue la causa última de la falta de consenso del liberalismo isabelino, sino su mejor exponente». Este exhaustivo ensayo analiza, como nunca antes, la forma específica que adoptó la tensión entre la monarquía y el liberalismo decimonónico, algo que no solo se plasmó en España sino en otros países del Viejo Continente. Por supuesto, en sus casi mil páginas también se aborda de forma detallada la figura de Sor Patrocinio y su relevancia para con el régimen –en contraposición con los vientos liberales y el anticlericalismo de gran parte del sakdfj del país– y la Corona.

Exclusivamente sobre la protagonista del post:

JARNÉS. Benjamín: Sor Patrocinio, la Monja de las Llagas, Austral, 1971.

VOLTES, Pedro: Sor Patrocinio, la Monja Prodigiosa, Planeta, 1994.