Vinkingos: los hombres del Norte (I)

A lo largo de casi tres siglos surcaron los mares y aterrorizaron las costas de Europa. Aguerridos soldados, fueron mucho más que simples bárbaros: llevaron el comercio a Oriente y desembarcaron en tierras desconocidas. Devotos de sus dioses y grandes supersticiosos, la magia y la profecía formaban parte de su vida cotidiana y su universo espiritual estaba poblado de seres aterradores, maleficios y oscuras venganzas. Con el lanzamiento del completo ensayo Los Hombres del Norte, de Kim Hjardar, que ha publicado Edhasa, recuperamos un tema estrella en «Dentro del Pandemónium».

Óscar Herradón ©

shahin khalaji (Pexels). Free License

Han pasado más de mil años pero sus sanguinarias hazañas siguen despertando la curiosidad y el temor a partes iguales. Pertrechados con toscas pero implacables armas de combate, aquellos considerados los mejores navegantes de su tiempo asolaron numerosas poblaciones costeras de la vieja Europa a golpe de hacha y espada.

Considerados poco menos que salvajes, los señores del Norte eran, sin embargo, un pueblo con elaboradas creencias, cultura propia y una rudimentaria escritura, las runas, muy vinculada con la magia y la adivinación. Ahora que los vikingos están más de moda que nunca gracias a exitosas películas y series que reivindican su papel en la historia, aunque con elevadas dosis de ficción, el misterio en torno a su figura continúa sin ser completamente desvelado, acumulándose los interrogantes sobre muchos aspectos de su existencia: sus túmulos funerarios, los sacrificios humanos, sus ceremonias iniciáticas o sus sorprendentes expediciones. En las próximas líneas, intentaremos arrojar algo de luz a su sorprendente peregrinaje en la oscuridad de los tiempos medievales. 

Pexels. Free License

El misterio en torno a nuestros protagonistas empieza por su mismo nombre. El origen de la palabra vikingo es ya de por sí discutido. En textos en escritura rúnica se usa la forma «fara í víking» en el sentido de «ir de expedición», aunque textos más tardíos como las sagas irlandesas se refieren exclusivamente a este término como sinónimos de piratería o saqueo, aunque parece que las connotaciones negativas le fueron atribuidas tiempos después de la llamada Era Vikinga –aproximadamente entre los años 789 y 1100–; aunque las teorías sobre el origen etimológico de la palabra son variadas y confusas: en nórdico antiguo vik significa «bahía pequeña, cala o entrada», que puede estar relacionada también con la teoría de que la palabra vikingo haría alusión a una persona que proviene de Viken –un antiguo reino cuyas fronteras, no muy claras tampoco, parece que abarcaban parte de Noruega, Dinamarca y Suecia–. Vikingo, no obstante, fue el principal nombre dado a los pueblos nórdicos originarios de Escandinavia durante la Edad Media en general. Sea como fuere, los enigmas se multiplican en relación a sus formas de vida, sus ceremonias, saqueos y creencias en general.

Fuentes documentales

Puesto que los vikingos no dejaron escrito nada en referencia a sus creencias, ni poseían una religión revelada ni tenían un libro sagrado, hemos de basarnos en las sagas escritas posteriormente que supuestamente recogen la tradición oral de varios siglos, y también acudir a la rica mitología de los pueblos escandinavos. Ante la falta de certezas que expliquen la cosmogonía de una cultura, el origen del mundo y del Universo, el hombre suele ocupa ese vacío existencial recurriendo a la mitología, historias y leyendas que se dan la mano y se confunden, transmitidas oralmente de generación en generación, mitos que permiten en parte entender la forma de ser y actuar de estos pueblos; una mitología que alude al destino, al más allá o al fin del mundo en la mayoría de relatos.

Las más célebres son la llamada Edda menor, que el noble islandés Snorri Sturluson compuso entre los años 1220 y 1230, una obra en prosa que mostraba el panteón de dioses vikingos y su cosmogonía desde la óptica cristiana, y la llamada Edda poética, una colección de 29 poemas sobre dioses y héroes escrita en Islandia entre 1250 y 1300; también tenemos los versos compuestos por los poetas o escaldos cortesanos, que componían los cantos heroicos, a través de unas “agudezas” o metáforas llamadas kennings que ofrecen valiosa información religiosa y mitológica.

Pexels. Free License

Además, en el siglo XIII el monje danés Saxo Grammaticus compuso la Gesta Danorum, una historia de ecos legendarios de los reyes de Dinamarca que incluía también importante información mitológica, sin olvidar los cronistas de otras religiones que tuvieron algún contacto con los vikingos, como el monje y cronista cristiano del siglo XI Adán de Bremen o el escritor y aventurero árabe Ahmad ibn Fadlán. La fuente más antigua sobre estos pueblos nórdicos es la obra que compuso en el siglo I de nuestra era el historiador romano Tácito, Germania.

Ritos y culto ancestrales

En relación con sus ritos, los investigadores señalan que no existe religión escandinava antigua en el sentido que le damos hoy, abstracto y conceptual. El término que aludía a lo que llamamos religión era «sidr», que tenía el significado literal de «práctica» o «costumbre». Salvo casos aislados, parece que no existían sacerdotes como tales, que pasasen una iniciación particular ni que formaran una casta. No obstante, en fuentes islandesas posteriores se alude a una clase sacerdotal llamada Godar –cuyo significado era «Aquellos que hablan la lengua de los dioses»–, que albergaba responsabilidades religiosas y civiles. Los Godar pertenecían a la comunidad «sacerdotal» de Ásatrú, y podían ser un gothi (sacerdote) o una gythia (sacerdotisa). Parece un hombre era libre de elegir a qué dios adorar. Y es que la libertad, incluso de culto, era una de las características fundamentales del vikingo.

 Su religión se reducía principalmente al culto a distintos dioses de una mitología pagana muy rica pero igualmente confusa debido al sincretismo con otras religiones –los pueblos germanos de raíz indoeuropea que se instalaron en Escandinavia y los pueblos ya asentados allí, y más tarde con el cristianismo– y a la confusión entre diferentes mitos de diversas procedencias, aunque en su panteón, de numerosos dioses, destacaban Odín y sus hijos Thor y el maléfico Loki, además de Freyja, la diosa del amor y la belleza, o Tyr, el dios del valor, entre muchas otras divinidades.

El momento más solemne de esta «religión» era el llamado sacrificio –el Blót–, principalmente de animales, por lo general cerdos y caballos, muy frecuente en sus prácticas, que consistía en hacer una petición a sus dioses –brindándoles un tributo de sangre– a cambio de que les fueran propicios en la cosecha, la guerra o la enfermedad.

El primer paso del Blót era el sacrificio en sí, mientras que el segundo era la consulta a los augures o rituales de adivinación, de gran importancia para un pueblo regido por las determinaciones del destino; y el tercero consistía en un banquete sacrificial conocido como blotveizla, durante el cual los invitados –que podían ser unos pocos o cientos– consumían la carne del animal inmolado, a la vez que realizaban libaciones –normalmente de hidromiel o cerveza– destinadas a sus antepasados, a sus dioses y a las personas presentes más importantes de la comunidad, haciéndose a la vez juramentos constrictivos –para los vikingos era muy importante un juramento sobre un anillo sagrado, en honor al anillo Draupnir– y probablemente, aunque existen lagunas documentales, rituales de tipo adivinatorio como el seidr.

Así se conocía a un tipo de hechizos o brujerías practicado por los nórdicos paganos que implicaba el encantamientos con hechizos y que tenía un fuerte componente chamánico. Solía ser realizado mayoritariamente por mujeres –la völva o seidkona, “mujer que ve”–, pero también lo podían llevar a cabo hombres –aunque no era muy bien visto–, una práctica que, según la creencia, realizaba Freyja y algunas otras diosas del panteón nórdico e incluso Odín. Fue Snorri Sturluson quien recogió en qué consistía el seidr: éste incluía tanto adivinaciones como la llamada “magia manipuladora”. En las sagas escandinavas es descrito para afectar a una persona, ya sea para maldecirla, sanarla o cambiar su pensamiento e incluso su destino.

Este «maleficio» se realizaba mediante un tipo de trance conocido como spae, durante el cual se utilizaba, según recogen algunas sagas, una suerte de trono conocido como seidrhjallr, proveniente del nórdico antiguo hjallr, cuyo significado es plataforma. No se sabe con certeza cuál era su uso exacto, aunque parece que venía a simbolizar una suerte de unión entre lo que había en el cielo y en la tierra y otros mundos de su cosmogonía.

Pexels. Free License

Parece que también las hechiceras utilizaban un bastón o cayado llamado seidrstafr, del que se han hallado restos arqueológicos. Cuando una bruja, una völva, moría, era enterrada con este instrumento, que solía llevar grabados varios hechizos con runas, el lenguaje adivinatorio de los nórdicos, y ornado con vidrios y piedras semipreciosas.

Cánticos para invocar el otro mundo

A través de un canto conocido como vardlokkur, que la völva –o sus ayudantes– interpretaba para su propia protección mientras practicaba el seidr –ya que mientras tanto se encontraba en “el otro mundo” y podía sufrir algún percance–, parece que los espíritus del más allá le brindaban información. De hecho, es popular el mito del viaje que las Völur han de realizar a Hel –el inframundo nórdico– para contactar con las almas difuntas, que son quienes les narraban el porvenir. Queda patente pues que la adivinación y la predestinación están presentes en la gran parte de los cultos religiosos vikingos.

Pexels. Free License
Eir

Junto a los seidr, en las sagas se atribuye a las völva la capacidad de hacer otro tipo de magia como cambiar el clima a su antojo, invocando por ejemplo grandes tormentas –en una suerte de «hacedoras de lluvias» que existen en otras culturas–, un rito para el que la oferente incluso se preparaba ingiriendo una serie de alimentos especiales. Además de las seidkona y las völva, existían también curanderas que utilizaban las fuerzas o espíritus de la naturaleza, según el autor Manuel Velasco, «para ayudar a recuperar o mantener la salud de la gente». Estas mujeres eran denominadas «Hijas del Cuervo» y estaban bajo la advocación de Eir, diosa de la sanación.

Y aquí llegamos a un punto controvertido sobre el pasado de este pueblo… ¿cometieron sacrificios humanos? Lo veremos en el siguiente post, que está a punto de caramelo, o tan dulce como el Hidromiel…

Este post continuará con los curiosidades sobre los señores del norte.

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

Edhasa acaba de publicar un conciso, podría decirse que breve para este tipo de trabajos, pero exhaustivo e hipnótico ensayo, firmado por uno de los mayores expertos internacionales en esos hombres del norte que dan título al libro: Kim Hjardar.

Doctor en cultura nórdica, vikinga y medieval por la Universidad de Oslo y profesor de Historia en St. Hallvard College, Hjardar ha trabajado en estudios vikingos y medievales durante más de quince años, tanto como profesional como recreador histórico de la mayor y más veterana asociación de recreación histórica de época vikinga en Noruega. Es también coautor, junto a Vegard Vike, de Vikingos en guerra, que publicó la editorial también amiga del «Pandemónium» Desperta Ferro Ediciones en 2019.

Desde los inicios del siglo IX hasta finales del XI, los hombres del norte arribaron a casi todas las costas del mundo occidental. Los vikingos eran hombres rudos, con una cultura diferente, hambientos de tierras y riquezas, pero mucho más humanos de los que durante mucho tiempo se ha dado en imaginar. Gracias a los avances que consiguieron en los barcos y las técnicas de navegación, así como a unas estrategias impredecibles, los vikingos podían atacar repentinamente con una fuerza brutal y luego replegarse con el botín a toda velocidad. Procedentes de una sociedad, sin duda, altamente militarizada, el honor lo significaba todo: perder la reputación era peor que la muerte. Por eso la venganza de sangre era su mayor recompensa…

Cierto es que causaron estragos allí donde desembarcaron, pero también que, en parte gracias a ellos, se unificaron los reinos hispanos y el avance de Carlomagno y de los francos por Europa se detuvo. Pues el encuentro entre culturas cambió tanto las sociedades europeas como las nórdicas. Son muchos los datos ya conocidos, que a su vez se mezclan con el mito y la leyenda. En esta breve historia, Kim Hjardar lo analiza todo: el asalto a Europa -llegaron incluso a América del Norte-, la construcción de sus barcos, sus estrategias militares, sus armas, sus dioses, sus poblados… En definitiva, la forma de vida de los vikingos.

He aquí el enlace para adquirirlo en la web de la editorial:

https://www.edhasa.es/libros/1258/vikingos

Atlas Histórico del Mundo (Tikal)

Y para tener una visión general y concisa de la Historia con mayúscula, podemos acercarnos a las ilustradas páginas del Atlas histórico del mundo, que ha publicado Tikal (Susaeta Ediciones). Un recorrido vibrante por el pasado a través de 90 fichas temáticas, explicativas y acompañadas de numerosos mapas historiográficos y fabulosas ilustraciones. Un volumen de gran tamaño con cartografía del más alto nivel, textos complementados por síntesis cronológicas y recuadros temáticos. Además, va acompañado de líneas de tiempo y completo índice de lugares y personajes desde la Antigüedad hasta el siglo XX: Julio César, por supuesto Alejandro Magno, los celtas, los vikingos, los visigodos, la Edad Media o las dos guerras mundiales. He aquí el enlace para adquirir este sucinto y ameno trabajo:

https://www.editorialsusaeta.com/es/historia-y-ciencia/12510-atlas-historico-del-mundo-9788499285009.html

Ritos y simbología del crimen organizado (parte III): las Tríadas chinas

Estos días se juzga a los cabecillas de los clanes de la ‘Ndrangheta en Calabria. La Camorra vuelve a estar de actualidad cuando un documental revela cómo los nuevos «capos» de la mafia napolitana son apenas «millennials» que siguen haciendo negocio en plena pandemia y hace unos días que el sicario de la Cosa Nostra Ferdinando «Freddy» Gallina era extraditado desde EEUU a su Italia natal para ser juzgado por tres homicidios «agravados con finalidad mafiosa». El crimen organizado «made in Italy» sigue viva cuando apenas queda un año para que se cumpla medio siglo del estreno en cines de El Padrino, obra maestra por antonomasia del nuevo cine de los setenta. Excusas suficientes para repasar los ritos secretos y los símbolos esotéricos de la Mafia.

Óscar Herradón ©

Copy: Pexels. Free Use.

El gigante asiático está disputando a EEUU y Rusia el primer puesto en el liderazgo mundial, y el crimen, que aunque menos llamativo que en Occidente, hunde sus raíces en la misma historia –muy larga– del país, crece casi al mismo ritmo que su expansión económica. Aunque la globalización hace que sean numerosos los grupos que integran el crimen organizado en China, el puesto de «honor» en la tradición se lo llevan las Tríadas, las más antiguas de sus bandas delictivas.

Como apunta Alejandro Riera en su libro La Mafia China: las Tríadas, «el silencio es una parte fundamental, una de las armas más importantes de esta organización criminal». Si no existes, no te persiguen. No obstante, por mucho dominio que tengan los miembros a la hora de pasar desapercibidos, sus crímenes, en la actualidad muy numerosos, pueden rastrearse casi hasta su mismo origen, un origen rodeado de brumas, eso sí. Hoy, los grupos criminales que conforman la mafia china se han desplazado por todo el mundo junto a los millones de inmigrantes del país, aunque durante siglos se negó su existencia: las autoridades argumentaban que se trataba de bandas desorganizadas, pero no de un auténtico entramado criminal.

No fue hasta 1986 que fue reconocida abiertamente la existencia de las Tríadas, cuando el Comité de Lucha contra el Crimen inglés afirmó que en Reino Unido había una mafia china integradas por al menos 120.000 miembros, aunque continúa siendo la mafia más hermética del planeta, lo que va mucho con la forma de ser de sus gentes. Según la tradición, su origen se remonta a 1671, cuando nacieron las primeras Tríadas en el monasterio Shaolin de la provincia de Fuqiang. Un historia que combina folclore, realidad y leyenda, casi como la que rodea a todas las grandes mafias. Cuentan las crónicas que aquel año, los monjes budistas –que practicaban una vida de meditación y aislamiento, y fueron pioneros en el arte marcial del Kung-Fu–, se alzaron en armas contra los invasores bárbaros que se acercaban a la capital, Pekín, amenazando con derrocar a la dinastía Qing –o Ching–. Puesto que los ejércitos imperiales no eran capaces de frenarlos, los monjes se unieron a la lucha y consiguieron reducir a los invasores sin perder un solo hombre.

Los Cinco Ancestros

Poco después, aquellos gloriosos guerreros que habían regresado a su retiro monacal, fueron víctimas de la traición de los consejeros del emperador Kangxi, que le hicieron creer que su dominio del arte de la guerra poder podía volverse en su contra. Así, Kangxi ordenó que el monasterio fuese reducido a cenizas y los monjes asesinados. Hasta el lugar se dirigió un grupo especial, armado con veneno y pólvora. Durante un banquete, los invitados emborracharon a los monjes con bebidas mezcladas con una extraña sustancia. Todos murieron calcinados en un episodio muy similar a otro de la catódica Juego de Tronos, salvo cinco, más tarde conocidos como los Cinco Ancestros, que lograron escapar y fundaron una sociedad secreta, la llamada Liga Hung, que pretendía restaurar la dinastía Ming –pues los Ching eran de origen manchur y no chino–.

El emperador Kangxi

Un grupo que poco a poco fue creciendo, con otros que se les unieron, y que acabó transformándose en auténticas células criminales, eso sí, con un rígido código de honor y unas tradiciones llenas de misticismo y elementos simbólicos y mágicos. No obstante, hay historiadores que creen que esta historia es mera fantasía que sirve para dar una pátina de romanticismo a lo que no dejan de ser organizaciones criminales.

La historia oficial nos dice que las Tríadas surgieron en la región de Fuqiang en el siglo XVIII, una época convulsa en muchos aspectos, también económicos. En aquella zona los caminos eran muy peligrosos, estaban llenos de bandidos y ladrones. Era una suerte de «salvaje oeste» chino: estafas, robos, asesinatos, extorsión… Los jóvenes de la zona, que ocupaban el escalafón más bajo de la sociedad, se juntaban en hermandades unidas por juramentos de lealtad para proporcionarse ayuda mutua. Pronto estas sociedades adoptivas comenzaron también a delinquir.

No sería hasta el siglo XIX que los británicos bautizasen a estos grupos como Tríadas, debido a que su sello identificativo estaba formado por un triángulo equilátero; cada uno de sus lados representa los tres elementos de la armonía china: el Cielo, la Tierra y el Hombre, lo que hizo que también fuesen conocidos con el romántico nombre de Hermandad del Cielo y la Tierra. Llegaron a tener tal poder en el siglo XX, que en 1911 colaboraron en el derrocamiento del emperador Puyi –que abdicó el 12 de febrero del año siguiente– y ayudaron al advenimiento de la República, y, cuando los japoneses invadieron Hong Kong en 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, tenían que negociar con sus matones para mantener el orden.

Hoy nadie sabe cuánta gente forma parte de esta hermética –aunque gigantesca– sociedad secreta con fines criminales. Su huella se ha dejado sentir desde Nueva York a Toronto, de Sidney a París o Barcelona y Madrid, aunque su base principal está en Hong Kong, Taiwán y la China continental. Se dedican a la falsificación de tarjetas de crédito, al tráfico de personas, la fabricación, venta y distribución ilegal de numerosos productos, el tráfico de heroína, la trata de blancas, clínicas ilegales e incluso muertes por encargo.

La iniciación

Solo puede formar parte de ella un varón chino cuyos progenitores, ambos, sean de esa nacionalidad, puesto que consideran que «la sangre buena no sabe traicionar», algo similar a lo que sucede en otras organizaciones como la Cosa Nostra italiana o la Yakuza nipona. Siguen una estructura similar a la familiar, y deben prestar auxilia a sus «hermanos» siempre. El incumplimiento de esta regla es causa de muerte. Se articulan en grupos de tres personas, que se relacionan jerárquicamente con otros grupos a través de uno solo de sus integrantes, lo que implica el desconocimiento de las actividades –y los altos cargos– por parte del resto de miembros de la organización. El SILENCIO es, como apunté antes, lo fundamental para que su entramado delictivo siga funcionando a la perfección. Para comunicarse entre ellos, los miembros de la Tríada son instruidos en un lenguaje compuesto de saludos secretos y señales sutiles, por ejemplo, la manera en que sostienen o dejan los palillos para comer, el número de dedos con el que sujetan un vaso… un universo de tradiciones donde se reverencia la patria y la sangre.

El solemne ritual de iniciación en la Sociedad solía comenzar cuando los iniciados pasaban por debajo de varias espadas alzadas, que simbolizaban la entrada a una nueva familia. El rito iniciático las Tríadas fue conocido gracias a William Stanton, autor de The triad Society of Heaven and Earth Association, quien, en 1900, fue testigo de una de esas ceremonias; un testigo privilegiado, ya que ningún otro occidental, que sepamos, ha vuelto a presenciar una de ellas.

Según su testimonio, la ceremonia se iniciaba con la repetición de una serie de frases por parte de los aspirantes: «Que este primer incienso se eleve hasta los cielos, mientras juramos nuestra oposición a los Quing. Nosotros vengaremos el fuego malvado de Shaolin, derrotaremos a los mongoles y restauraremos a los Ming (…)». Después, los iniciados reciben un rollo de papel de color amarillo, por lo general decorado con dos dragones y dos aves fénix que pelean por una perla, donde se encuentran los 36 juramentos que son leídos en voz alta. Todo ello se realiza ante un altar con el Buda de la justicia.

Acto seguido, en un acto similar al de otros grupos criminales secretos, los presentes se pinchan con una aguja un dedo concreto de la mano izquierda, dejan caer su sangre en un cuenco que puede contener o bien sangre o bien vino, mezclados con la sangre de un gallo. Después, se quema el rollo y, tras juntar las cenizas del cuenco, todos beben de él y hacen un juramento de fraternidad. Entonces, los neófitos pagan un dólar como «cuota de entrada» y son declarados hermanos, tras lo cual reciben cuatro sellos envueltos en papel rojo, de los que responderán con su vida.