El que fuera el principal ideólogo de la campaña de Trump a las presidenciales de 2016, y que la revista Time llegaría a calificar como «el segundo hombre más poderoso del mundo», vuelve a sentarse en el banquillo. ¿Desvelará alguna información que pudiera comprometer al magnate en el asalto al Capitolio tras la victoria electoral de Joe Biden? No parece…
Los telediarios de medio mundo abrían esta semana con la noticia de que comenzaba el juicio al asesor de Trump por desacato al Congreso de Estados Unidos. Concretamente este lunes, en una corte federal del Distrito de Columbia. Bannon se sienta ante el banquillo por negarse a colaborar con el comité de la Cámara de Representantes que investiga el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, mientras el Congreso trataba de certificar la victoria electoral del ahora presidente Joe Biden que, contrariamente a lo que sostuvo Trump (y sigue haciendo en distintas comparecencias), fue completamente legal.
La última jugada de Steve Bannon, quien fuera vicepresidente de Cambridge Analytica y dueño del incendiario medio de comunicación (con infinidad de seguidores) Breitbart News, ha sido transmitir este mes al comité que estaba dispuesto a declarar, algo que hizo después de que Trump le confirmara la retirada del «privilegio ejecutivo» que protege las comunicaciones de un presidente con su equipo –y eso que Bannon no ocupaba ya ningún puesto en la Administración. ¿Tendría información delicada que era mejor ocultar?–.
A su salida del tribunal, el antiguo miembro del Tea Party y uno de los principales ideólogos de la denominada alt-righ (derecha alternativa), modelo de partidos ultraderechistas a uno y otro lado del Atlántico, ha dicho, en declaraciones a los periodistas, que el proceso sería «más productivo» si se celebrara en el Capitolio «con los micrófonos abiertos», para poder dirigirse a la nación –algo que le encanta, dado su don de persuasión– en lugar de ser «una tontería, un montaje», insistiendo por tanto en las teorías de la conspiración que mantienen los seguidores de Trump en torno al asalto de la democracia USA, desinformación en la que Bannon es maestro de maestros.
El comité quería que el ex asesor testificara porque cree que pudo tener algún conocimiento previo sobre la insurgencia del 6 de enero, el asalto que hizo tambalearse al mundo durante horas, y por no querer entregar documentos, puesto que el político (que en aquel momento ya no formaba parte del equipo del ex presidente, que lo había destituido malamente después de haberle llevado directamente a la Casa Blanca con sus estrategias) se reunió con Trump al menos dos veces la víspera del ataque, y ese mismo 5 de enero aseguró en su pódcast (con millones de descargas) que al día siguiente se desataría «un infierno».
El magistrado Carl Nichols, de la corte federal del Distrito de Columbia, ha desestimado todos los argumentos defensivos propuestos por Bannon hasta el momento. Por ello, su abogado, David Schoen, ha declarado: «¿De qué sirve ir a juicio si no hay defensa?». Por ahora la suerte de quien ha llegado a ser definido como «paleoconservador», pende de un hilo. Ya no podrá amnistiarle, como hizo en 2020, el propio Donald Trump, que entonces tenía aquella prerrogativa como presidente del país de las barras y estrellas.
El pasado mes de junio el gran jurado imputó también por desacato a otro ex asesor de Trump, Peter Navarro, quien también se negó a declarar ante el comité alegando que el ex presidente había invocado igualmente el «privilegio ejecutivo». Desde noviembre de 2021, Bannon, de 68 años, se enfrenta a dos cargos penales, por no comparecer y por no entregar los documentos solicitados. Cada causa podría suponerle entre 30 días y un año de prisión y una multa de hasta 100.000 dólares.
Azote de los demócratas
Bannon no ha dejado de estar en el foco mediático. En el momento en que ponía fin al libro La Gran Conspiración de QAnon y otras teorías delirantes de la Era Trump, publicado por Edaf hace unos meses, se hacía público que el antiguo estratega de Trump se había entregado a la oficina del FBI en Washington. Fue el 15 de noviembre de 2021. Una semana antes había sido acusado por un gran jurado federal de esos dos delitos de desacato ante la Cámara de Representantes de EEUU. Horas después, la jueza de instrucción Robin Meriweather lo dejaba en libertad aunque tuvo que entregar su pasaporte para evitar una fuga del país y bajo la condición de que notificara con anterioridad a las autoridades cualquier viaje por el interior de la nación.
Tras la audiencia, el estratega político declaró ante los reporteros: «Les digo ahora mismo, este será un delito menor frente al infierno para Merrick Garland, Nancy Pelosi y Joe Biden. Y vamos a pasar a la ofensiva. Estamos cansados de jugar a la defensiva. Nunca voy a dar marcha atrás. Esta vez se enfrentaron al tipo equivocado». No parece que finalmente haya sido así. Aprovechando una transmisión en vivo para el sitio web de redes sociales GETTR, Bannon aseguró que «estamos derribando el régimen de Biden», y añadió que «tenemos encuestas. Datos económicos. Todo. Una vez más, quiero que estén concentrados en el mensaje. Señal, no ruido. Todo esto es ruido».
Por su parte, Donald Trump, que le debe a su viejo «amigo» unos cuantos favores, expresó en un comunicado emitido poco después que «este país probablemente nunca le ha hecho a nadie lo que le ha hecho a Steve Bannon y está buscando hacérselo a otros también».
Todas las comparecencias en la comisión que investiga los hechos parecen indicar que el magnate, que parece que podría optar por presentarse a la elecciones de 2024, habría instigado un complot para permanecer en el poder –incluida la colaboración con las milicias de los Proud Boys– y habría azuzado a los grupos extremistas para el convulso asalto al Congreso aquel 6 de enero de 2021. Veremos cómo evolucionan los acontecimientos y qué sucede finalmente con la implicación –o no– del multimillonario neoyorquino en el gran complot contra la democracia estadounidense.
Para conocer más sobre la trayectoria de este oscuro personaje de la trastienda política USA, el señor Bannon, podéis leer La Gran Conspiración de QAnon y otras teorías delirantes de la Era Trump (Edaf, 2022). He aquí el enlace:
El arte está indisolublemente ligado a la música, y más en concreto al rock y sus múltiples derivados. Ahora, la editorial Redbook, a través de su sello Ma non troppo, publica un volumen que hará las delicias de melómanos y rockeros de todo pelaje y que da título a este post. En sus páginas encontramos todo tipo de anécdotas relacionadas con el género y su vertiente plástica (pósteres, carteles, entradas, merchandising…), entre ellas, la historia del diseñador estadounidense y profeta de la escena punk Winston Smith, que protagoniza las próximas líneas. Long Live Rock’n’ Roll!
Mientras el diseñador británico Roger Dean (artífice de las carátulas de los discos de Yes, Asia o algunos de Uriah Heep, y también de célebres videojuegos de los ochenta) terminaba sus estudios en el Royal College londinense, un singular estadounidense del que acabaría siendo amigo estudiaba arte del Renacimiento en Italia. Se daba a conocer como Winston Smith, como el protagonista de la genial novela distópica 1984, de George Orwell, y durante mucho tiempo mantuvo su verdadero nombre en secreto. Nacido como James Patrick Shannon Morey, frecuentó la Academia de Bellas Artes de Florencia y profundizó en estudios sobre cine tanto en la ciudad de la Toscana como en Roma.
Durante años dio la vuelta a la península itálica como roadie del grupo de jazz-rock Perigeo, y su periodo de formación clave fue entre 1969 y 1975. Había nacido en Oklahoma City en 1952 y tras su estancia en Italia, regresó a Estados Unidos convirtiéndose, para ganarse el sustento, en roadie de varios grupos de mediados de los 70: Quicksilver Messenger Service, Santana, Journey, Crosby Still & Nash o The Tubes. Reconvertido en un auténtico hippie, tras rodar con las bandas citadas se estableció en un rancho rodeado de secuoyas al norte de California, en las colinas de Ukiah, y no tenía ni agua corriente, ni energía eléctrica, ni teléfono.
Dead Kennedys
Fue por aquellos años cuando Smith/Morey inició su carrera gráfica, dando vida a numerosos proyectos artísticos, como el fanzine satírico Fallout, que escribía e ilustraba junto a su colega Jayed Scotti. A la vez, ambos diseñaban carteles para conciertos ficticios, «celebrados» en pseudo-clubs de San Francisco a cargo de bandas que no existían en absoluto. En el mismo estudio en el que producían Fallout, en 1977, de sus mentes anti-establisment nació IDOL, un crucifijo que sería también conocido como «La Cruz del Dinero», una visión crítica sui géneris sobre la hipocresía y la adoración del dinero por el capitalismo (un mundo que no ha cambiado demasiado desde entonces, si acaso para peor). El IDOL se copió y distribuyó en un «show de fotocopias» en Berkeley, y la casualidad, o el destino, depende de quien lo mire, hizo que se fijase en el crucifijo impreso una amiga de Jello Biafra, nada menos que el que acabaría siendo líder de los Dead Kennedys, que no tardó en poner a Smith en contacto con él.
Profeta del punk-rock USA
Fue el comienzo de la fructífera colaboración del artista gráfico que mantenía cierto acento florentino (lo que le dotaba de un aire misterioso) con el sello Alternative Tentacles, para el que diseñó varias cubiertas, pósteres, carteles, desplegables y páginas publicitarias. La Cruz del Dinero pasó a usarse en 1981 en la carátula del primer EP de los californianos Dead Kennedys, «In God We Trust. Inc.», que levantó ampollas en la sociedad estadounidense más conservadora, causando un escándalo mayúsculo en esa América profunda reaccionaria y puritana (que recuerda, en parte, a la actual).
El IDOL sería utilizado también en Mother Jones, la revista filocomunista que toma el nombre de la histórica sindicalista revolucionaria Mary Harris Jones y que aún permanece azotando conciencias al otro lado del Atlántico. Entonces se editaba contra la política reaccionaria del presidente y ex actor Ronald Reagan, y en los últimos años, bajo la Administración Trump, ha tenido no poco trabajo. Sobre la imagen diseñada por Winston, Biafra llegó a decir: «Aquel crucifijo parecía realmente una propuesta muy arriesgada, pero era perfecto para la cubierta de nuestro primer álbum».
A partir de ahí, y utilizando imágenes procedentes de revistas populares estadounidenses, Smith se convirtió en un maestro del collage, haciendo gala de un agudo surrealismo que algunos compararon con los fotomontajes políticos de John Heartfield o artistas como Max Ernst y Marcel Duchamp. Fuertemente influido por la tradición dadaísta, sus trabajos comenzaron a aparecer en revistas especializadas como Spin (una de las cabeceras musicales que una década después Axl Rose, líder de Guns N’ Roses, atacaría en la letra de «Get in the Ring»), Maximum Rock’n’Roll, National Lampoon o Architectural Digest, así como en la revista de arte Juxtapoz y en la multiventas Playboy.
Una de las grandes inspiraciones de Smith sería la disparidad entre cómo son las cosas (en América y, por ende, el mundo occidental) y cómo podrían ser, es decir, como él mismo dijo en más de una ocasión: «No estar satisfecho con el estatus quo». Sus collages, de un surrealismo visionario y un universos fantasioso y extravagante, influiría notablemente a toda una generación de punk-rockers. James Patrick Shannon, alias «Winston Smith», fue un personaje fundamental de la grafía underground estadounidense de finales de los 70 y los 80, cuando diseñó las carátulas más importantes de los Dead Kennedys, pero también en los 90, al trabajar con una nueva generación de punk-rockers como Green Day.
Puso sus rotuladores, no obstante, para otra cincuentena de artistas, entre ellos Ben Harper, y a sus 70 años sigue en activo. A su trayectoria en el art-rock sí que se le puede dedicar esa frase convertida en mantra del álbum debut de The Exploited (editado en 1981, al igual que el primer plástico de los Dead Kennedys): «Punk’s Not Dead».
La carrera de Winston Smith y su influencia en la escena underground es solo un pequeño botón de la portentosa cantidad de jugosos datos sobre la creatividad gráfica que rodea al mundo del rock desde sus orígenes y que se narra en el libro Rock & Arte: Cuando el rock se encuentra con el arte, profusamente ilustrado a todo color, un recorrido de infarto por el grafismo musical y sus trampantojos que editó hace unos meses una editorial que tenemos siempre muy presente en «Dentro del Pandemónium», Redbook Ediciones, a través del sello de referencia para cinéfilos y melómanos Ma non troppo.
Una completa obra visual compuesta a seis manos por el periodista italiano especializado en música Ezio Guaitamacchi (que en el catálogo de Redbook ya cuenta con Las Rutas del Rock, Nuevas Rutas del Rock yCrónica del Rock y Crónica del Rock. Nuevos Hitos), el director editorial de JAM TV y periodista Leonardo Follieri, y el también periodista, crítico musical y licenciado en Literatura Moderna (algo que evidencian sus cuidados textos), Giulio Crotti.
Rock & Arte explora con textos fluidos y preñados de información y curiosidades, las múltiples relaciones del rock con las distintas formas de arte. Dividido en ocho secciones, se ocupa de portadas (algunas emblemáticas, como el arte imaginativo de Pink Floyd o el surrealismo político del citado Winston Smith), carteles, artistas y diseñadores, fotografía, objetos, cine, moda (¿Quién da más?); y un último capítulo que los autores dedican al lado creativo (y por lo general más desconocido) de estrellas del rock que han probado suerte en otras formas de expresión –ya sea David Bowie en su incursión frustrada en la pintura, que para él –dijo– era tanto o más importante que la música, o un Marilyn Manson reconvertido en director de cine y artista plástico con acuarelas y pintura en seco–.
De Andy Warhol (que diseñó la portada de 1967 de The Velvet Underground & Nico, más conocida como «The Banana Album») a Allen Ginsberg, de los planos de Jim Marshall a los documentales de Martin Scorsese (que hizo largos inolvidables sobre The Rolling Stones, Bob Dylan o George Harrison, entre otros), y también del corte de pelo de los Beatles, que marcó una época, a la moda grunge que muchos llevábamos (o lo intentamos) a principios/mediados de los 90; de la portada de Sgt. Peppers (horror vacui y «maldición») a la de Abraxas, de los cuadros de Joni Mitchell a los poemas del atormentado Jim Morrison.
Un libro que hay que tener, y punto. He aquí el enlace para hacerse con él y saber mucho más de punks, rockeros y artistas inclasificables:
Hace más de tres meses el mundo que conocíamos cambió por completo. La invasión rusa de Ucrania, bautizada por el Kremlin eufemísticamente como «Operación Militar Especial», reconfiguraba el escenario geoestratégico desde finales de la Guerra Fría y daba inicio a una etapa de incertidumbre. Mientras, una nación se desangra y los sueños de millones de personas se han quebrado, generando la mayor crisis de refugiados en el viejo continente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Como es lógico, el interés del público por los temas políticos y por el pasado, presente e incierto futuro de Ucrania y su invasor, la Federación Rusa, ha multiplicado la publicación de libros relacionados con el tema. 100 días de estupor que es casi seguro, desgraciadamente, que serán muchos más.
Óscar Herradón
Cojo prestado un título emblemático del historiador estadounidense ganador del Pulitzer John Toland para recordar el centenar de días que Ucrania y el Este de Europa viven sumidos en la guerra (para ser justos, 103). Una cifra escalofriante que nadie hubiese podido predecir. El título del citado ensayo de Toland aludía a los 100 días previos a la derrota de los ejércitos de Hitler, tras haber conquistado media Europa y no pocos territorios de ultramar. No es casual: como escuchamos, atónitos, desde hace más de tres meses, no se había producido una situación similar en el viejo continente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Ni siquiera en los tiempos oscuros de las guerras de los Balcanes, que sacudieron la infancia de los que ya estamos en los 40; todavía recuerdo a los tres chicos bosnios que vinieron a mi colegio, el Ortega y Gassett, en Zarzaquemada, Leganés, dejando atrás a sus familias, amigos y sueños para empezar una nueva vida incierta en un país que no sabían ni situar en el mapa por entonces, desconociendo su lengua y sus costumbres. Siempre es mejor eso que perder la vida, claro. Ellos, frente a muchos de sus compatriotas, fueron privilegiados.
El éxodo masivo de población ucraniana (hasta ahora se calculan 14 millones de desplazados, aunque muchos han decidido regresar a su golpeada patria en un gesto de arrojo sin precedentes), la vulneración de los derechos humanos (torturas, ejecuciones, fosas comunes, bombardeos sobre población civil…) o ciudades literalmente arrasadas, irreconocibles si las comparamos con la estampa de apenas un año atrás, rememoran la destrucción de aquellos tiempos totalitarios. Tiempos en los que un señor quiso expandir el espacio vital de Alemania a costa de sus vecinos y hoy otro señor, trajeado y aparentemente más pausado, Vladimir Putin, asegurando que sus fronteras están en peligro por culpa de la expansión de la OTAN y las pretensiones pro-occidentales de Ucrania, ha decidido protegerlas vulnerando las fronteras del otro.
Tenían ya un importante precedente con la invasión de Crimea en 2014, momento que evoca, nuevamente, los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial, cuando, tras la invasión de los Sudetes, entonces en territorio checoslovaco, la comunidad internacional apenas se inmutó, a pesar de las advertencias de algunos personajes que después serían fundamentales, como Winston Churchill. No olvidemos tampoco que los nazis, para justificar la invasión de Polonia que daría inicio a la contienda, acusaron a los polacos de violentar primero territorio germano.
Batalla de Kiev (1943)
Encoge el alma ver a supervivientes de aquella contienda que desangró Europa, octogenarios y nonagenarios ya, teniendo que dejar atrás sus casas y sus vidas por culpa, nuevamente, de la intolerancia, los intereses creados y la ambición sin filtro de los gobernantes. Y muchos de los que parten sin rumbo tienen padres o abuelos que lucharon codo con codo con los mismos que ahora les atacan, entonces el Ejército Rojo, hoy las tropas rusas al servicio de un iluminado –en el mal sentido–.
Una guerra mucho más larga
Una guerra que, sin embargo, hinca sus raíces unos cuantos años atrás, y se cobró la vida de miles de ucranianos y prorrusos que cayeron sin que el resto de Occidente, hoy preñado de homenajes, frases grandilocuentes y colaboraciones «altruistas», sin duda asustado por lo que pueda pasar si esa lucha se extiende (y por humanidad, por supuesto), siquiera se inmutara. Qué leches, si ni siquiera lo sabíamos los ciudadanos de a pie. Un pequeño rótulo en los telediarios el día que había una masacre… pero esas regiones hoy tan familiares como un primo hermano (Lugansk, Mariúpol, Kramatorsk, Severodonetsk…) sonaban muy lejos, estando en realidad tan cerca.
El pasado viernes 3 de junio se cumplieron 100 días de la invasión rusa de Ucrania, lo que para el Kremlin era y sigue siendo una «operación militar especial» (así el señor Putin se ahorra obligar a la población a alistarse, lo que bajaría su popularidad, algo obligado en términos militares si se declara oficialmente una conflagración), 100 días en los que han pasado muchas cosas. Se han perdido muchas vidas en el camino (muchas de inocentes, y no solo en el bando ucraniano), el aspecto de todo un país ha cambiado de habitable a tétrico (algunas ciudades parecen salidas de una película post-apocalíptica, eso hace la guerra) y nos hemos acostumbrado a los discursos propagandísticos de Volodimir Zelensky en los parlamentos de medio mundo, pidiendo una y otra vez su entrada en la OTAN, ese organismo aliado a cuya adhesión cumplimos el otro día 40 años, con voces a favor y no pocas en contra, y también en la Unión Europea, a una velocidad de vértigo que no entra en los estándares de inclusión de nuevos miembros.
Un cambio de paradigma
Putin
El escalofrío recorrió medio mundo cuando el pasado 21 de febrero de 2022 el señor Putin, desde su despacho, declaraba la independencia de las regiones prorrusas de Ucrania. Todos sabíamos que aquello solo era el comienzo del desastre. Ya lo había advertido el Pentágono, que parecía tener fuentes de información muy fiables cuando hizo público que la supuesta retirada de los tanques rusos no era sino una operación de engaño. Muchos pensábamos que EEUU ya estaba nuevamente malmetiendo y ofreciendo desinformación para arrojar basura en el escenario geopolítico. No era el caso. Y a pesar de las muchas sombras que envuelven a la OTAN, y de las dudas que a cualquiera puede generarle el hecho de si los mandatarios occidentales nos están contando toda la verdad (probablemente no), la invasión rusa de Ucrania (sea, como reza el Kremlin, para acabar los neonazis que gobiernan las zonas prorrusas o sea por lo que sea) no tiene ni justificación ni perdón.
Del escalofrío pasamos a la paralización cuando las sirenas antiaéreas resonaban en el corazón de Kiev, con la plaza irónicamente llamada de la Independencia y su monumento homónimo, un ángel erguido hacia el cielo como un centinela, miraba a las cámaras de todo el planeta. Luego, las imágenes de la desbandada, el exilio forzoso, las estaciones de tren abarrotadas, y los misiles que comenzaron a caer… 100 días de guerra que no deberían haber sucedido en estos tiempos de «evolución» y comodidad a las puertas del primer mundo.
Zelensky
Pero ha sucedido, y no queda sino intentar por todos los medios frenar esta injusticia, injusticia que se extiende también a los soldados rusos que mueren por una causa no demasiado clara, los millones de ciudadanos rusos reconvertidos en parias por la comunidad internacional que se están quedando sin ingresos y sin trabajo y los muertos también del bando prorruso que han denunciado hace tiempo, también, crímenes de guerra. Y un pueblo entero al que se le han cortado sus sueños y sus proyectos de vida, no así su determinación y su esperanza por vivir libres en el futuro.
A continuación, en «Dentro del Pandemónium», recordamos los hechos más significativos (al menos algunos, pues el tiempo nunca para y han sido millares de horas, de este tiempo de vergüenza) de la guerra de Ucrania, la mal llamada «operación militar especial» del Kremlin.
21 de febrero: Vladimir Putin firma decretos que reconocen la independencia de la República Popular de Donetsk y la República Popular de Luhansk, en la región ucraniana del Donbás, en una ceremonia transmitida por la televisión estatal rusa donde el presidente arremetió contra EEUU y la OTAN.
Chernóbil (1986)
24 de febrero: Putin anuncia el inicio de una «Operación Militar Especial» en el país vecino. Poco después, tropas rusas cruzan la frontera e invaden Ucrania, y se informa de bombardeos en las principales ciudades del país, incluyendo Kiev (donde las sirenas antiaéreas no paran de sonar) y Járkov, mientras la planta nuclear de Chernóbil es capturada por los rusos. A su vez, el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, todo un símbolo de resistencia y hoy uno de los hombres más mediáticos del mundo, ordena una movilización general «con el fin de garantizar la defensa del Estado, mantener la preparación para el combate y la movilización de las Fuerzas Armadas de Ucrania y otras fuerzas militares», entre ellas el batallón Azov, formando por militares de ideología neonazi, una fuente de reserva de las Fuerzas Armadas de Ucrania bajo jurisdicción del Ministerio del Interior del país.
Azov
25 de febrero: mientras las tropas rusas avanzan desde el norte, el este y el sur hacia las principales ciudades, encontrando una inesperada resistencia de los ucranianos, la comunidad internacional anuncia nuevas sanciones a los sectores financieros, energéticos y de transporte rusos.
27 de febrero: Putin ordena que las fuerzas disuasorias de la Federación Rusa, que incluyen modernas armas nucleares, entren en su máximo estado de alerta. El mundo tiembla ante la posibilidad de una guerra atómica, un temor que no asomaba desde tiempos de la Guerra Fría.
28 de febrero: mientras las conversaciones diplomáticas entre las delegaciones rusa y ucraniana fracasan, Zelensky pide a la Unión Europea que «admita urgentemente a Ucrania» entre los países miembros.
2 de marzo: soldados rusos toman la ciudad ucraniana de Jersón y los telediarios comienzan a emitir imágenes de cuerpos en las calles y los letales efectos de los bombardeos sobre ciudades poco antes completamente europeizadas, que recuerdan mucho a las nuestras.
Central nuclear de Zaporiyia
3 de marzo: mientras se desata el caos y el pánico entre los residentes de Jersón, que intentan conseguir a toda costa bienes de primera necesidad, y Mariúpol se encuentra rodeada por las fuerzas rusas, se produce un incendio en instalaciones dentro de la planta nuclear de Zaporiyia, la más grande de Ucrania. Europa tiembla al pensar que pueda reproducirse la catástrofe de Chernóbil, y a escala mucho mayor.
8 de marzo: el jefe de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), Filippo Grandi, afirma que la salida de refugiados de Ucrania ya alcanza los dos millones de personas. Y mientras Zelensky apela a todos los ciudadanos del planeta, acusa a los «líderes mundiales de no poner todo su empeño» a favor de Ucrania y que dicha inacción equivale a un «genocidio», término que empleará habitualmente para referirse a las acciones ordenadas por el Kremlin. Ese mismo día, el presidente estadounidense, Joe Biden, anuncia que EEUU prohibirá las importaciones de petróleo, gas natural y carbón de Rusia como respuesta a la invasión.
9 de marzo: a pesar de haberse acordado con Moscú un alto el fuego para permitir la salida de civiles a través de corredores humanitarios, las fuerzas rusas bombardearon un hospital materno-infantil en Mariúpol.
13 de marzo: Rusia ataca con misiles una base militar cerca de Leópolis, ciudad próxima a la frontera polaca, lo que provocó una airada reacción de la OTAN. Mueren 35 personas y el periodista estadounidense Brent Renaud es asesinado por soldados rusos, siendo el primer profesional de la comunicación extranjero en caer en el conflicto.
14 de marzo: el gobierno de Ucrania asegura que en la ciudad sitiada de Mariúpol han muerto más de 2.500 personas y que el resto no tiene ni electricidad, ni agua, ni calefacción.
25 de marzo: según fuentes de la ONU, más de 3,6 millones de personas han huido desde que comenzó la invasión, mientras Biden viaja a Polonia para poner de relieve la crisis de los refugiados y poner de manifiesto su apoyo a Kiev.
27 de marzo: Ucrania recupera varias localidades en poder de los rusos en varios contraataques y muestra una respuesta y determinación feroces.
28 de marzo: Zelensky afirma que está dispuesto a aceptar un estatus neutral como parte de un acuerdo de paz con Rusia, pero puntualiza que deberá ser sometido a referéndum ante el pueblo ucraniano. La comunidad internacional piensa que las cosas pueden cambiar, pero la guerra se recrudece.
3 de abril: el mundo asiste horrorizado a la matanza de Bucha, al noreste de la capital, con cuerpos de civiles esparcidos por las calles tras ser ejecutados, mientras reporteros de la CNN descubren una fosa común.
7 de abril: en otra de sus habituales comparecencias, Zelensky informa de que la situación en Borodianka, un suburbio de Kiev, es «mucho más aterradora» que en Bucha tras la retirada de las tropas rusas.
8 de abril: un ataque con misiles rusos en una estación de tren en Kramatorsk mata a más de 50 civiles que pretendían huir del país, aunque hubo controversia sobre si realmente los proyectiles (uno de ellos llevaba escrito en letras rojas el hermético mensaje «Por los niños»), fueron lanzados por el ejército de la Federación rusa. Ambos países se acusaron mútuamente del ataque.
11 de abril: mientras tropas rusas se retiran del norte dejando numerosas zonas minadas (acto que Zelensky tilda de «crimen de guerra»), un fiscal ucraniano afirma que están investigando 5.800 casos de presuntos «crímenes de guerra».
Moskvá
14 de abril: el buque de guerra ruso Moskvá, símbolo del poderío militar ruso, se hunde tras sufrir un incendio. Los ucranianos afirman haberlo neutralizado y el Kremlin que todo se debe a un accidente.
Imágenes por satélite de las fosas comunes en Mariúpol
22 de abril: las autoridades ucranianas afirman haber identificado nuevas fosas comunes de grandes dimensiones en las afueras de la ciudad asediada de Mariúpol, informaciones que confirman imágenes por satélite. Mientras, un alto mando militar ruso afirma que el objetivo de la «operación especial» ordenada por Moscú es tomar el «control total» de la región del Donbás y de todo el sur de Ucrania.
24 de abril: el secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, anuncia a Volodymir Zelensky que los diplomáticos estadounidenses volverán s Ucrania. Mientras, el asesor ucraniano del presidente, Mykhailo Podolyak, hace público que las tropas rusas están «atacando continuamente» la planta siderúrgica de Azovstal, en Mariúpol, donde se refugian miles de civiles y están atrincherados los miembros del Batallón Azov.
1 de mayo: se permite la evacuación de civiles de la planta de acero de Azovstal.
9 de mayo: el esperado Día de la Victoria que conmemora la derrota del nazismo en la Gran Guerra Patriótica (como se conoce a la Segunda Guerra Mundial en la Unión Soviética), sirve para que Putin, en un baño de multitudes y haciendo alarde de fortaleza militar, reitere su acusación de que Occidente no le dejó más remedio que invadir Ucrania. Mientras, la Casa Blanca afirma que las acusaciones del presidente ruso sobre las agresiones de la OTAN son «evidentemente falsas y absurdas».
12 de mayo: Finlandia, que comparte 1.200 kilómetros de frontera con la Federación Rusa, anuncia su intención de unirse a la OTAN. El Kremlin lo tilda de amenaza para su país.
13 de mayo: la contraofensiva ucraniana sigue sumando éxitos y Zelensky asegura que han retomado seis asentamientos desde el viernes pasado y 1.015 en total desde el comienzo de la invasión. Todos los expertos afirman que estamos ante una guerra larga.
16 de mayo: cientos de personas son evacuadas de la planta siderúrgica de Mariúpol, donde se hacinaban en condiciones inhumanas.
18 de mayo: el soldado ruso Vadim Shishimarin, acusado de matar a un civil desarmado en Bucha (un inocente sobre una bicicleta cuyo cuerpo inerte pudimos ver en imágenes de los telediarios de todo el mundo), se declara culpable en un juicio en Kiev donde es acusado de crímenes de guerra.
20 de mayo: Moscú afirma que los últimos combatientes ucranianos de Azovstal se han rendido. El Kremlin los considera prisioneros de guerra y se anuncia que algunos miembros del batallón Azov serán condenados a muerte.
2 de junio: tras casi 100 días de guerra, el presidente Zelensky afirma que alrededor del 20% de Ucrania está ahora bajo control ruso, y que la región del Donbás está «casi completamente destruida». 103 días después, Kiev vuelve a ser objeto de bombardeos por las fuerzas militares rusas.
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PARA SABER MUCHO MÁS:
Recientemente La Esfera de los Libros ha publicado un completo ensayo que ayuda al lector, de forma concisa y amena, a comprender cómo hemos llegado a este complejo tablero geopolítico. En Ucrania. El camino hacia la guerra, el antropólogo y analista de política internacional Alejandro López Canorea analiza con precisión y claridad el camino recorrido por Rusia, Ucrania y el mismo Occidente (con la OTAN y la Unión Europea como principales organismos supranacionales) hasta el estallido de la contienda, que tuvo lugar el 24 de febrero de este 2022 pero que hunde sus raíces unos cuantos años atrás.
Así, comprenderemos qué se ha puesto en juego en el tablero internacional en los últimos meses (mucho más de lo que cualquiera pueda imaginar, y da escalofríos), por qué no se solucionó a tiempo y, sobre todo, las consecuencias que causarán en la nueva geopolítica mundial y que repercutirán en todos los ámbitos de nuestras vidas (de hecho, ya lo están haciendo: subida de los precios de los combustibles y los bienes de primera necesidad, alta inflación y subida de los tipos de interés, crisis alimentaria mundial por la escasez de cereal…), todo muy sombrío.
Una obra fundamental para comprender nuestro presente y prepararnos para el futuro inmediato, bastante gris, de la mano de uno de los responsables del medio de comunicación digital Descifrando la Guerra, un referente de la divulgación fundado en 2017 dedicado al seguimiento y análisis de la política internacional.
Todo un descubrimiento. La editorial La Huerta Grande lanzó recientemente Una historia de Rus. Crónica de la guerra en el Este de Ucrania, de Argemino Barro (que en la misma editorial ya publicó El candidato y la furia: crónica de la victoria de Trump), un libro que ayudará al lector a comprender los orígenes del conflicto entre la Federación Rusa y Ucrania, que hunde sus raíces muchas décadas atrás, antes incluso de la Guerra Fría, y analiza los años de guerra en la zona del Donbás que causaron múltiples destrozos y miles de muertos y que desembocarían en la actual guerra.
En este ensayo de vertiginoso ritmo y afilada prosa, Barro intercala el reportaje de actualidad con las rebeliones cosacas, la Segunda Guerra Mundial y la hambruna provocada por Stalin (el escalofriante Holodomor), dibujando con precisión la silueta político-militar de un territorio marcado por los conflictos históricos y centro neurálgico ahora mismo de la geopolítica internacional.
He aquí el enlace para adquirir este ensayo en la página de la editorial: