Ahora que el papa Francisco está en Canadá, en lo que él mismo ha denominado «peregrinaje de penitencia» para pedir perdón por los abusos y crímenes perpetrados por la Iglesia católica con miles de niños de origen indígena, recuperamos la obra del periodista Joe Sacco Un tributo a la tierra (que narra, entre otras consecuencias, parte de esa ignominia producida por el colonialismo), así como otras combativas obras del autor maltés que publica Reservoir Books.
Óscar Herradón ©
Nacido en Malta un 2 de octubre de 1960 y habiendo pasado gran parte de su vida en Australia, en la década de los noventa el entonces joven periodista sorprendió a la opinión pública con una rompedora y hasta entonces inédita mezcla de textos periodísticos volcados al cómic, y lo hizo sobre (y desde) uno de los lugares más conflictivos del planeta: el Próximo Oriente.
De sus primeros trabajos en Palestina nació Notas al pie de Gaza. Publicada originalmente en 2009 por Reservoir Books, que lo ha reeditado recientemente en tapa blanda, la novela gráfica narra los hechos de la Crisis del Canal de Suez en 1956, cuando Francia, Reino Unido e Israel se alinearon para atacar al Egipto de Nasser en base a toda una serie de intereses geoestratégicos en plena Guerra Fría (viejos tiempos, mismos escenarios). A raíz del conflicto, Israel ocupó la franja de Gaza –hasta entonces bajo control egipcio–, un eterno polvorín siempre humeante que nos recuerda qué malos somos a veces los seres humanos, al margen de la raza o religión que profesemos.
Sacco, periodista de raza, realiza un minucioso proceso de investigación décadas después de los hechos para sacar a la luz dos matanzas de civiles autorizas al parecer por el gobierno israelí a través de numerosas entrevistas con aquellos que vivieron los hechos en primero persona (ahora ancianos), contando con la inestimable ayuda de su amigo y traductor Abed. Y a pesar de la contundencia de los testimonios, tan valiosos, Sacco no deja de reflexionar sobre la evanescencia de la memoria, de la que uno no puede fiarse al completo, para saber hasta qué punto la historia es como la cuentan, también las víctimas.
Como buen periodista, Sacco no juzga ni sentencia, sino que pone en las lúgubres páginas en blanco y negro de su cómic, con un dibujo ultradetallado como si se tratara de fotografías de prensa, toda la información para que el lector saque sus propias conclusiones; aunque, evidentemente, él tiene su punto de vista, y la narración sigue el mismo, como es lógico, el del sentido común: estar contra la barbarie sea quien sea el brazo ejecutor de la misma.
Viejos fantasmas, mismos escenarios
Una de las cosas más destacables del relato es su trasfondo, y es el hecho de que mientras el periodista investiga unos terribles hechos de hace 50 años, en esa misma franja de Gaza el conflicto sigue –seguía– vivo, las tensiones se palpan en el ambiente, el odio no conoce el paso del tiempo (otros dirán que tampoco el perdón). Qué utilidad tiene –reflexiona Sacco– escarbar en unos hechos tan lejanos cuando hoy no pasan muchas semanas sin que se produzca un atentado palestino en suelo judío, sin que algún manifestante resulte herido –o muerto– a manos de las fuerzas policiales israelíes, sin que una casa sea derribada por orden del gobierno en base a unos enrevesados conflictos fronterizos…
De hecho, la reflexión del autor cobró renovado eco cuando en 2021 el conflicto se recrudeció, poniendo aquel rincón de Oriente Medio nuevamente en el centro de todas las miradas en un mundo asolado aún por el Covid y los confinamientos (lo que sin duda contribuyó a aumentar la tensión): durante la celebración de la toma de la Jerusalén antigua en la guerra de 1967, que tiene lugar cada año y que entonces coincidió con el Ramadán, 300 palestinos resultaron heridos y la organización yihadista e islamista Hamás (clasificada como grupo terrorista por el gobierno judío) comenzó a lanzar cohetes desde la franja de Gaza; los israelíes respondieron con bombardeos. El resultado fue de 13 muertos y 333 civiles heridos por la parte israelí, y de nada menos que 253 palestinos y un libanés muertos, así como 199 heridos, del lado árabe. Era la evidencia definitiva de que aquella tierra sagrada para las tres grandes religiones monoteístas, que vio la predicación de Jesús –quien proclamaba la fraternidad de los pueblos–, nunca vivirá en paz. Al menos no en un futuro cercano.
A Palestina le siguieron otros lugares no menos hostiles, como los Balcanes, y las obras de Sacco se llenaron de temas espinosos y de aquellos que no suelen tener voz, encontrando un escaparate en su trabajo inmigrantes, refugiados, gentes en la más absoluta pobreza… también idealistas e indignados. De aquel viaje al «polvorín» balcánico donde se produjo el mayor crimen de guerra desde la Segunda Guerra Mundial en territorio europeo, nació Gorazde: Zona Segura (publicado en España por Planeta Cómic), que narra su experiencia en el pequeño pueblo que da nombre al título de la novela gráfica, sitiado al final de la Guerra de Bosnia en 1995; y de lo que le narraron los habitantes que permanecieron encerrados durante el sitio pasando todo tipo de calamidades, algo que podría extrapolarse a todo el territorio de la antigua Yugoslavia. No en vano, el subtítulo de la obra es «La Guerra en Bosnia oriental 1992-1995», y los viejos fantasmas cobran vida en escenarios similares ahora que tenemos la Guerra de Ucrania a las puertas de Europa.
Canadá, el indigenismo silenciado
Ahora aquel periodista tiene 61 años y su obra, más sosegada (quizá por madura), no deja de mover conciencias, como lo hicieron en su momento otras novelas gráficas como Maus o Persépolis. Y con 2021 ha llegado su nuevo trabajo: Paying the land, un libro que aborda otro de los grandes problemas de nuestro tiempo: el cambio climático. En castellano ha sido recientemente publicado por Reservoir Books (sello que también ha publicado del mismo autor Reportajes) en una magnífica edición bajo el título de Un tributo a la tierra, y Sacco ha escogido como trasfondo para su novela gráfica la extracción de recursos naturales en Canadá y cómo afecta eso a la población autóctona.
Una obra maestra del periodismo gráfico que no deja indiferente a cualquiera con un poco de dignidad, un cómic de no ficción que pone la lupa sobre los dene, un pueblo nativo que desde tiempos inmemoriales vive en las Tierras del Noroeste de Canadá. Digamos, pues, que son sus pobladores primigenios, y deberían tener muchos más derechos que los colonos (o al menos los mismos), pero en una historia largamente repetida al otro lado del charco, no es así.
Los denes consideran que pertenecen a la tierra, no como los hombres occidentales, que pensamos que la tierra nos pertenece y por ello explotamos los recursos naturales hasta la extenuación; no solo en esos lejanos bosques canadienses, sino de uno al otro rincón del planeta cada vez menos azul. Sacco, siempre con su conciencia social por bandera, acudió a aquel lugar buscando un problema relacionado con el efecto invernadero, la contaminación y la tala de bosques, y se encontró con algo aún peor: el vergonzante resultado de la más despiadada colonización, historia que no por largas veces repetida (con matices y diferencias), deja de perturbar.
Un lugar de gran riqueza… para los forasteros
Como suele suceder cuando un territorio virgen atrae a los tiburones del «negocio», aquellos territorios canadienses albergaban –y aún lo hacen– importantes recursos, desde petróleo y gas a diamantes. Una tierra rica que, como en muchas partes de África, ofrece su néctar a todos menos a los nativos que, como mucho, trabajan explotados extrayéndolo de la tierra de sus ancestros. Con la minería llegaron las inversiones y el trabajo (al principio), pero también la tala indiscriminada, la contaminación, los vertidos tóxicos y los oleoductos que destruyeron tanto el paisaje como la forma de vida de esos dene que no estaban preparados para un cambio tan drástico y devastador.
Como narra Sacco en este sobrecogedor relato gráfico, durante mucho tiempo la política oficial del gobierno canadiense consistió en arrebatar la identidad indígena de este pueblo: les prometieron educación, pero no fue el estado quien se encargó de ella, sino misioneros católicos y protestantes que durante más de un siglo metieron a los niños indígenas en internados que despreciaron su identidad y su cultura, desdibujando sus orígenes y provocando otros conflictos con su propio hogar en su regreso de aquella sesgada formación. Al menos, los que regresaron. Muchos no lo hicieron.
En 2015, el informe definitivo de la llamada «Comisión de la Verdad y la Reconciliación» determinó que dicho pueblo, de apenas un millar y medio de habitantes que durante siglos se alimentaron gracias a la caza de grandes mamíferos, se había cometido un auténtico «genocidio cultural».
En su visita canadiense de seis días de duración, el Papa Francisco ha señalado «las cicatrices de heridas todavía abiertas» en estas comunidades indígenas a causa del internamiento en algunos de los 139 internados por los que pasaron unos 150.000 niños indígenas y que en su mayor parte estaban regentados por instituciones cristianas, funcionando de 1883 hasta 1996, cuando se cerró la última instalación administrada por el gobierno canadiense, la Gordon’s Residential School de Punnichy.
La idea de este sistema de internamiento para niños pertenecientes a los Inuit, Métis y First Nations –así como a los Dene de los que habla Sacco–, pretendía la asimilación de los habitantes aborígenes de los usos y costumbres de la sociedad occidental, muchas veces borrando su identidad (se les prohibió llevar a cabo sus prácticas culturales y a expresarse en sus lenguas maternas, y a algunos incluso se les cambió el nombre). En 2021, el drama y el escándalo se recrudecieron cuando se hallaron los restos óseos de al menos 1.148 menores, y en mayo de este 2022, hace nada, la consternación fue mayúscula cuando se encontraron los restos de otros 215 niños en un cementerio sin marcar y con las tumbas sin ninguna identificación en el suelo de una de esas antiguas escuelas.
Un mes después, con la visita del Papa ya anunciada, los cadáveres de 751 menores de la nación Syilx Okanagan fueron descubiertos muy cerca de una antigua escuela en la provincia de Saskatchewan, y poco después, otros 182 cuerpos sepultados cerca de la ciudad de Cranbrook, lo que no hizo sino aumentar la tensión hasta el punto de que algunos pobladores locales han incendiado iglesias católicas y derribado –e incluso decapitado– estatuas de la reina Isabel II y de otros gobernantes colonialistas del pasado canadiense.
Malnutrición severa, torturas y abuso sexual
Aquellos niños sufrieron malos tratos y palizas, desnutrición y enfermedades causadas por el hacinamiento, así como abusos sexuales. Según Ian Mosby, historiador de la Alimentación, la Salud Indígena y la Política del Colonialismo en Canadá, los niños de las escuelas y residencias también fueron sometidos a distintos experimentos y estudios cual cobayas de laboratorio: dietas experimentales que en muchos casos les hicieron morir de desnutrición severa, fueron privados de vitaminas y alimentos necesarios para su grupo de edad y se les negó el acceso a tratamientos dentales; todo ello con la aquiescencia de la Iglesia católica y el Gobierno canadiense, un auténtico «genocidio cultural», aterrador, que la visita del pontífice no podrá borrar, aunque sirva para suavizar tensiones de forma temporal.
No parece, no obstante, que dicha visita y petición de perdón oficial del Vaticano claree una institución envuelta en numerosos escándalos en los últimos tiempos, desde los abusos sexuales de la Iglesia en España, que ahora se están investigando, al escándalo en Boston o el terremoto en la institución en Alemania cuando en 2021 un informe reveló cientos de casos de abusos sexuales a niños, un voluminoso documento de 800 páginas que identifica a 202 responsables de agresión sexual y 314 víctimas entre 1975 y 2018. El mismo apuntaba a cierta responsabilidad del Papa Emérito, acusado de encubrimiento cuando era arzobispo de Múnich –su propio hermano, Georg Ratzinger, dirigió el coro de niños de tres escuelas religiosas en Alemania relacionadas con denuncias de abuso sexual a menores–, aunque él lo ha negado.
Joe Sacco recupera esta terrible historia y la transmite a través del arte, pues Un tributo a la tierra es, además de un manifiesto contra la globalización y la mal entendida «modernidad», ante todo una obra de arte de obligada lectura. He aquí el enlace para adquirirla:
https://www.penguinlibros.com/es/tematicas/37312-libro-un-tributo-a-la-tierra-9788417910884#