El significado oculto de la decapitación ritual (I)

Desde la más remota antigüedad, el hombre ha decapitado a sus congéneres por diversas razones –enfrentamientos bélicos, venganzas, humillación…–, pero muchas se debían a un significado oculto y místico que los antropólogos han tardado siglos en descifrar. De la prehistoria a los celtas, de los vikingos a los romanos, pasando por la Revolución Francesa o los jíbaros de la Amazonía, la decapitación ritual ha estado presente en la historio de la humanidad. Ahora que la editorial Hermenaute publica un documentado ensayo sobre este punto, recordamos a los «cortadores de cabezas» que han dado los siglos en «Dentro del Pandemónium».

El 20 de mayo de 2019, todavía con el Covid como algo que parecía impensable en nuestro mundo, el brutal asesinato de una misionera española en República Centroafricana conmocionaba a la comunidad internacional. Su nombre era sor Inés Blanca Nieves Sancho y fallecía a los 77 años, tras pasar 23 ayudando a los más desfavorecidos en el suroeste del país al servicio de la congregación francesa Filles de Jesus de Massac. Un escabroso suceso que se añadía a una trágica lista de crímenes contra la comunidad misionera española en lo que parecía ser un robo violento en un país asediado entonces por 14 señores de la guerra (hoy quizá sean más) y un hambre atroz que ha aumentado tras la pandemia.

Pero había algo más. Al cabo de varios días trascendió a la prensa que aquel espeluznante crimen pudo tener connotaciones mágicas en el marco de un ritual satánico, un sangriento ceremonial en el que, tras ser violada, a sor Inés la decapitaron. Los rotativos hablaron de robo, otros de advertencia de las guerrillas locales que controlan la zona y los más convencidos señalaban, aunque temerosos, a los brujos locales, que habrían derramado sangre de una mujer «pura y limpia» sobre la grava para que dicho acto mágico les trajera suerte en la extracción de diamantes.

Según contó a la prensa el sacerdote Isaie Koffia, vicario general de la diócesis de la ciudad de Berbérati, a 130 kilómetros de Nola, «Unos cuantos hombres entraron por la puerta trasera de la vivienda y arrastraron a la misionera detrás de la casa para cortarle la garganta. No robaron nada en absoluto, parece que simplemente fueron a matarla».

Por su parte, el obispo español Juan José Aguirre, titular de la diócesis de la ciudad de Bangassou, contó al diario español El Mundo que: «Al principio se habló de tráfico de órganos, pero la mujer era muy mayor. También de robo, pero no fue así porque no le quitaron nada. Y lo que casi todos creemos es que fue una cuestión de brujería, que en esta zona hay mucha. Es un ritual en el que se necesita echar sangre fresca de niños o de mujeres que sean ‘limpias y puras’ sobre el montón de grava donde van a buscar los diamantes. Eso, según su costumbre de brujería, les traerá fortuna. Yo he visto ese ritual, pero la mayoría usa sangre de animal salvo los más extremistas del lugar».

Cuesta creer que sucedan cosas así en pleno siglo XXI, pero en el continente africano todavía se mutila y asesina, por ejemplo, a niños albinos para utilizar sus restos en forma de amuleto, entre otras supercherías fruto del analfabetismo y la miseria. No obstante, lo más significativo del crimen de sor Inés fue la decapitación parcial, y es que esta práctica, con distintos significados y fines, se ha practicado por distintos pueblos desde la más remota antigüedad, numerosas veces por represalias o como escarnio contra el enemigo, pero muchas otras con fines mágicos y místicos que solo en las últimas décadas han comenzado a ser desvelados por antropólogos y expertos en religiones.  

Orígenes difusos

El culto al cráneo puede rastrearse desde el Neolítico Antiguo en Anatolia y el Oriente Próximo. En el yacimiento de Fontbrégoua, en Francia, además de vestigios de antropofagia ritual, el análisis de cráneos permitió identificar diversos tipos de prácticas como la descarnación con instrumentos de sílex y la extracción del cuero cabelludo antes de que las cabezas fueran expuestas como trofeos. Otro ritual post-mortem es recogido también en el registro mural de Çatal Hüyük, en Küçükköy (Turquía), en el que se representa a los buitres devorando cadáveres, en su mayor parte desprovistos de cabeza tras una decapitación llevada a cabo con fines rituales tras la muerte.

Por su parte, en el enigmático yacimiento-santuario de Göbekli Tepe (fechado oficialmente entre el 9.600 y el 7.000 a.C., aunque algunos autores retrasan la fecha hasta 12.000 años, en el que sería el santuario más antiguo de la humanidad descubierto hasta ahora), también en Turquía, los arqueólogos han evidenciado que las cabezas se despellejaban y se perforaban a través del occipital con un instrumento lítico para facilitar la introducción de un cordón que asegurase la mandíbula al cráneo y facilitase su suspensión y exhibición en el interior del templo.

El antiquísimo santuario de Göbekli Tepe, en la actual Turquía

Los ejemplos más antiguos de esta tétrica práctica los hallamos en el Neolítico –hace unos 9.500 años–, en Jericó (Cisjordania, Palestina). En 1952 se hallaron nueve cráneos perfectamente conservados y con conchas dentro de las órbitas oculares. Según explica Carmen Roviera, «si los que cortan cabezas intentaban reconstruir la mirada del fallecido se debe a que su cráneo era guardado para mantener su esencia», algo muy distinto a su exposición como trofeo de guerra, las conocidas como «cabezas-trofeo».

Mesoamérica, hace 9.000 años

Las prácticas de decapitación ritual y descarnación craneal en las culturas mesoamericanas son célebres, pero un sorprendente hallazgo arqueológico en Brasil en septiembre de 2015 reveló que era una práctica muy anterior a mayas y aztecas, y que se celebraba en territorio sudamericano hace al menos 9.000 años, en pleno Neolítico, como en Europa, lo que demostraba que no era una práctica exclusiva de las culturas andinas.

Aquella investigación realizada en el abrigo rocoso Lapa do Santo, en Brasil, fue publicada en la revista científica PLOS ONE, estaba encabezada por André Strauss, del Instituto Max Planck para Antropología Evolutiva de Alemania, y reveló datos alentadores para la paleoantropología. Hasta la fecha, la decapitación más antigua conocida procedía de la región andina, en Perú, hace unos 3.000 años, y el hallazgo venía a demostrar que los rituales mortuorios sofisticados ya existían entre los cazadores recolectores americanos desde los primeros tiempos del poblamiento del continente.

De un total de 37 enterramientos, al equipo de Strauss le llamó la atención el conocido como Enterramiento 26, que correspondía a un miembro del grupo local: «Esto, unido a la forma en que estaban presentados los restos, nos llevó a pensar que fue una decapitación ritual, relacionada con algún tipo de pensamiento religioso, y no el resultado de un trofeo».

Según contó Strauss a Scientific American, «Son varias las características que apuntan a una decapitación ritual: El análisis químico mediante estroncio no apunta a que este individuo fuese un forastero. Lo mismo indica la forma de su cráneo. También la ausencia de características de que se trataba de una cabeza trofeo, como huecos para las cuerdas que se usaban para cargarlas, o el alargamiento del foramen magnum –el agujero en la base del cráneo–. Estos grupos expresaban sus rituales a través del uso del cuerpo humano como símbolo». Todo ello está obligando a reescribir nuestra prehistoria.

Julio César Tello

En 1918, el arqueólogo peruano Julio César Tello planteó una sugerente hipótesis acerca de los cercenamientos de testas tras analizar diversos cráneos de las culturas Nazca y Paracas, notablemente distinta a la que sugiere que las cabezas se separaban del cuerpo como trofeos bélicos, algo que, no obstante, llevaron a cabo también pueblos de muy distintos orígenes y creencias. El 6 de mayo de aquel año, presentó su tesis en la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad de San Marcos, a la que tituló El uso de las cabezas humanas artificialmente momificadas y su representación en el antiguo arte peruano. Consideraba que los antiguos habitantes de la región de Ica dedicaron demasiado tiempo y esfuerzo a la preparación ritual de las cabezas cortadas, tratamiento que –afirmaba– era excesivo si éstas hubiesen pertenecido únicamente a sus enemigos.  

Bárbaros: cosechadores de cabezas

Herodoto

Fue Heródoto quien explicó las costumbres de varios pueblos bárbaros: los isedones, los tauros y los escitas. Los isedones (un pueblo de carácter mítico) unían el banquete caníbal –antropofagia ritual– a la conservación del cráneo de sus antepasados para llevar a cabo diversos rituales: «Cuando a un hombre se le muere su padre, todos los parientes traen reses, después de sacrificarlas y cortar en trozos las carnes, cortan también en trozos al difunto padre del huésped, mezclan toda la carne y sirven el banquete. La cabeza del muerto, después de limpia y pelada, la doran, y luego la usan como una imagen sagrada cuando celebran sus grandes sacrificios anuales (…)».

Con respecto a los tauros, en lugar de venerar la cabeza de sus antepasados, al parecer preferían emplear las testas de sus enemigos como amuletos de protección de sus hogares. El mismo Heródoto cuenta que tras cercenar la cabeza del vencido, se la llevaban a sus casas, «la fija sobre una larga estaca y coloca dicha percha muy alto por encima del orificio por el que sale el humo del interior de la vivienda. De este modo consideran que actúan como guardianes, debido a su posición elevada (…)».

Los escitas. Los temibles guerreros de las estepas

Por su parte, los escitas realizaban dos procedimientos diferentes a la hora de mutilar a los enemigos, dependiendo de si se trataba de prisioneros o muertos caídos en combate. Con respecto a los capturados, sacrificaban a uno de cada cien en un estremecedor ceremonial: les derramaban vino sobre la cabeza y los degollaban junto a una vasija, subiendo al montón de fajinas y derramando la sangre sobre el alfanje, «llevan, pues, la sangre arriba; y abajo, junto al santuario, hacen lo siguiente: cortan todos los hombros derechos con los brazos de las víctimas degolladas, y los echan al aire; y luego, tras sacrificar a las demás víctimas, se retiran».

Añadía el historiador de Halicarnaso que, en combate, cuando un escita derribaba a su primer enemigo, bebía su sangre y presentaba al rey la cabeza de todos cuantos había matado en el curso de la batalla. Escribía también que, además de lucir la testa del enemigo, previamente descarnada con una costilla de buey, atada a las riendas de su caballo, acostumbraban a desollar a los muertos «de pies a cabeza, extienden la piel en maderos y la usan para cubrir sus caballos (…)».

A las testas arrancadas a sus mayores enemigos les reservaban un trato especial repleto de simbolismo: «Sierra cada cual todo lo que queda por encima de las cejas, y la limpia; si es pobre, la cubre por fuera con cuero crudo de buey solamente y así la usa; pero si es rico, la cubre con el cuero, pero la dora por dentro y la usa como copa. Esto mismo hacen aún con los familiares, si llegan a enemistarse con ellos y logran vencerlos ante el rey. Cuando un escita recibe huéspedes a quienes estima, les presenta las tales cabezas y les da cuenta de cómo aquellos, aun siendo sus familiares, le hicieron la guerra, y cómo él los venció. Esto consideran ellos prueba de hombría», algo similar a las prácticas de los dayaks de Borneo. 

(Este post tendrá una inminente continuación en «Dentro del Pandemónium»).

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

El libro Decapitación. Iconos y leyendas, que ha editado recientemente (y con mimo) Hermenaute.

Este sugerente ensayo aborda cómo se ha tratado la iconografía de la decapitación en el arte, los mitos y las costumbres de distintas civilizaciones, centrándose principalmente en Occidente y el Nuevo Mundo. Un libro que busca (y lo consigue con creces) una aproximación al impacto de la cabeza trofeo en su sentido más antropológico, extenso y, desde luego, legendario, en la línea de lo que tratamos en este post. Una crónica historiográfica y geográfica apasionante que analiza el acto del descabezamiento como una poderosa materia de ficción en la cultura popular, pues está presente en las vidas de santos y mártires, en las cacerías salvajes, en la mitología celta y romana, entre los blemios o blemitas (un antiguo pueblo que habitó la región de la Baja Nubia y que adquirirían una importante presencia en distintos mitos medievales) o, en el plano literario, el mito del dullahan irlandés que daría origen al famoso «jinete sin cabeza» de Sleepy Hollow que inmortalizó Washington Irving y llevó a la gran pantalla el visionario Tim Burton.

Hermenaute ©

Su autor es el escritor, guionista y analista cinematográfico Lluís Rueda, precisamente director de esta pequeña gran editorial que es Hermenaute y que cualquier apasionado de los mitos, el cine o el terror –como lo es un servidor– no puede dejar de seguir. Un hermoso volumen (no por pequeño poco exhaustivo), ilustrado por Miki Edge, quien tras 10 años en el mundo de la publicidad y la tecnología cibernética decidió dedicarse casi en exclusiva a su gran pasión: el diseño de cartelería de cine, un pequeño –y a su vez valiente y arriesgado– tributo a los que crecimos haciendo cola entre carteles y fotocromos y éramos carne de videoclub.

Los visigodos (Almuzara)

La decapitación también tenía un fuerte componente simbólico en el marco de la política. Desde época visigoda, los rebeldes y traidores al rey eran candidatos a ser decapitados. Por ejemplo, el rey visigodo Leovigildo mandó decapitar a su vástago Hermenegildo por desobediencia en el año 585. También, el usurpador hispanorromano Pedro (Petrus), que vivió a comienzos del siglo V y es mencionado en dos fuente menores, la Consularia Caesaraugustana y el Victoris Tunnunnensis Chronicon, fue arrestado y decapitado en el año 506 tras rebelarse contra los gobiernos visigodos de Hispania. Su cabeza, a modo de trofeo, fue enviada a Caesaraugusta (nombre romano de Zaragoza).

Para una visión global del reino visigodo en la Península Ibérica, nada mejor que acercarnos a las páginas de Los Visigodos. Historia y arqueología de la Hispania visigoda, editado con mimo por Almuzara, obra del incansable viajero Luis del Rey Schnitzler, autor de éxitos como su Guía Arqueológica de la Península Ibérica y Rutas históricas de la Península Ibérica. El pueblo nómada que protagoniza el ensayo, curtido no solo en batallas sino en las vicisitudes de la vida, escribió gran parte de nuestra historia, estando presente en estas tierras durante un periodo que abarca casi tres siglos.

Las crónicas nos hablan de sus elites gobernantes como hombres audaces, pero también citan sus rudas costumbres, su codicia, su ambición y diversas traiciones que conducirían finalmente al ocaso de su otrora esplendoroso reino. De Alarico I, fundador de la dinastía visigótica a don Rodrigo, el último de sus monarcas, muerto en 711 en lo que es todavía un misterio histórico, pasando por las gestas de Leovigildo, Recaredo, Recesvinto o Witiza.

Historia, arqueología e introspección se combinan en este documentado y ameno trabajo que profundiza en los mensajes que nos transmiten los variados objetos que nos legó este fascinante pueblo y los relatos de cuantos vivieron, interpretaron y sintieron de cerca los acontecimientos.

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Aleister Crowley: Súper Agente 666

Fue el último de los grandes ocultistas, y uno de los magos más controvertidos y relevantes del convulso siglo XX. Su legado llega hasta hoy, cuando numerosos artistas y magos ceremoniales continúan predicando sus enseñanzas, su conflictiva visión del mundo y su religión oscura, que naciera en la abadía de Thelema. Sus andanzas en Estados Unidos durante la Gran Guerra han sido ampliamente documentadas, pero existe controversia sobre su papel al servicio de la Corona británica –con la que no mantenía buenas relaciones– durante el siguiente conflicto, la Segunda Guerra Mundial, y cómo pudo contribuir con sus habilidades a la lucha contra los ejércitos de Hitler.

Óscar Herradón ©

En el libro Secret Agent 666: Aleister Crowley, British Intelligence and the Occult 666, Richard B. Spence afirma que efectivamente el mago británico Mr. Crowley trabajó –aunque conociendo su vanidad, probablemente a regañadientes–, al servicio de Churchill y junto a Ian Fleming (creador de James Bond y agente de inteligencia durante la Segunda Guerra Mundial) para dar forma a una operación de alto secreto que consistía precisamente en sembrar la discordia en las filas nazis a través de la propaganda negra y preparar una de las mayores conspiraciones de aquella contienda.

No obstante, existen muy pocos datos acerca de la supuesta participación de Crowley en la Segunda Guerra Mundial y cuál fue el verdadero rol que desempeñó en el seno de la SOE (Ejecutiva de Operaciones Especiales). Aún así, gracias a las minuciosas investigaciones realizadas en los polvorientos archivos del MI5 y el MI6 –al menos sobre aquellos documentos que ya han sido desclasificados–, de investigadores como Peter Levenda o del citado Spence, se ha descubierto una de las facetas más desconocidas de uno de los hombres más polémicos del siglo, el mismo al que incluirían los Beatles entre la maraña de célebres personajes de su álbum Sgt. Peppers and the lonely hearts club band y por el que sentiría auténtica veneración Jimmy Page, guitarrista de la legendaria banda de rock Led Zeppelin, quien llegaría a comprar la mansión Boleskine que el mago tenía en el Lago Ness, en Escocia.

Y es que Aleister Crowley fue un personaje fascinante y multifacético, un provocador adelantado a su tiempo, pero también un gran conocedor del mundo de lo oculto, no solo como el investigador que ahonda en los polvorientos manuales de invocación, en los grimorios de otro tiempo para arañar alguna pequeña revelación a los insondables secretos de la historia, sino alguien que vivió de primera mano los entresijos de las sociedades secretas, experimentó con todo tipo de sustancias psicotrópicas cuando éstas eran algo tabú o simplemente desconocidas en Occidente y llegó a sumergirse en invocaciones al demonio y misas negras, entregándose con pasión a la práctica de la llamada «magia sexual» en un tiempo en el que términos como tantrismo eran algo que ni siquiera sabíamos pronunciar por estas latitudes.

Pero, ¿es posible que una persona de la talla moral de Churchill, el premier británico miembro del Partido Conservador y uno de los lores de la Gran Bretaña, aceptara en su equipo de espías a un mago «negro» que en más de una ocasión se había jactado de ser un enemigo del imperio? Sir Winston no dudó un momento a la hora de aprovechar cualquier recurso, por extravagante que fuera, a la hora de hacer la guerra a Adolf Hitler. A un apasionado del espionaje como él, no sería de extrañar que también le hubiese cautivado una figura como Crowley que, a pesar de los numerosos enemigos que se granjeó y su afán de individualismo, también gustaba de codearse con la crème de la crème de la élite británica. Y teniendo en cuenta la importancia de Churchill ya durante la Gran Guerra y sus contactos, muy anteriores, con los servicios de Inteligencia de su país, con seguridad estaba al corriente de las tareas de espionaje que el mago inglés había llevado a cabo durante la Primera Guerra Mundial, y que durante décadas, incluso hoy, continúan rodeadas de interrogantes, como todo lo relacionado con un mundo de mentiras fabricadas y medias verdades.

La Gran Guerra y el tour por Estados Unidos

Haré un rápido repaso por la fascinante existencia de Crowley para centrarme a continuación en su faceta de «mago-espía» en la Segunda Guerra Mundial. Para profundizar en su laberíntica vida, llena de excesos, recomiendo la voluminosa y documentada biografía La Gran Bestia, del biógrafo inglés John Symonds, quien sin embargo apenas se detiene en su faceta como «mago de la guerra». Desde el otoño de 1914 hasta el de 1919, Crowley realizó un errático recorrido por gran parte de Estados Unidos, comenzando su periplo en Nueva York para continuar en Los Ángeles, San Diego, San Francisco, Nueva Orleans, Boston, Detroit, Washington y otras ciudades. Aquel viaje le ocupó precisamente todo el tiempo que duró la Gran Guerra al otro lado del Atlántico, lo que ha llevado a conjeturar que en realidad realizaba tareas de espionaje.

Durante muchas décadas la opinión mayoritaria es que había trabajado como propagandista del Eje durante la Primera Guerra Mundial, pero en la actualidad, diversos documentos desclasificados apuntan a que precisamente realizaba tareas de espionaje para la Inteligencia británica, adoptando ese falso antipatriotismo como brillante tapadera. El mismo John Symonds señala que Crowley escribió propaganda para las Potencias Centrales durante su gira por EEUU –al menos hasta que éstos entraron en guerra al lado de los Aliados–, pero no hay que olvidar que esta biografía fue escrita por primera vez –aunque más tarde revisada– en 1951, cuando prácticamente todos los informes de los servicios secretos continuaban llevando el marchamo de confidenciales, y continuarían llevándolo para que los soviéticos no pudiesen usarlos en su beneficio político.

Por aquel entonces también se hallaba en Estados Unidos otro personaje esencial del ocultismo de principios del siglo XX, Hanns Heinz Ewers, autor de obras que combinaban el terror con el misticismo como La Mandrágora, guionista para la UFA, amigo íntimo del «profeta del Tercer Reich» Erick Jan Hanussen, y también espía, y del que hablaremos llegado en momento en «Dentro del Pandemónium».

Las andanzas que conocemos de Crowley por las Américas se basan en sus propios escritos, recogidos en The Confessions –más bien una auto-hagiografía–, y en las informaciones recogidas en los periódicos cuando el ocultista celebraba alguna conferencia o publicaba algún artículo. Pero cada vez quedan menos dudas acerca de que realmente Aleister, cuyo lema «Haz lo que quieras» incidía en que él no debía rendir cuentas a nadie, no dejó de mostrar una actitud patriótica para con Inglaterra.

Sea como fuere, el mago dejó escritos en sus diarios, como apunta Richard B. Spence, varios «sueños», al parecer de tipo profético –según él creía– con Hitler, sin duda el hombre del momento en la Europa de Entreguerras –la misma revista Time llegaría a dedicarle una portada y el Führer fue barajado incluso para recibi… ¡el Nobel de la paz!, un verdadero sinsentido, como cuando lo obtuvo un personaje como Henry Kissinger por negociar una «paz» –que no fue tal– en Vietnam o en tiempos más recientes, en 2009, el presidente USA Barack Obama, mientras mantenía, como buen presidente yankee, varios frente bélicos abiertos en el planeta–.

Este post tendrá una inminente continuación en el corazón del Pandemónium… Si Perdurabo nos lo permite desde ultratumba.

PARA SABER UN POCO (MUCHO) MÁS:

La increíble historia de Aleister Crowley es narrada con detalle en la monumental biografía que, como digo, le dedicó John Symonds –y que publicó en castellano Siruela en 2008, en su colección «El Ojo del Tiempo»–, desde sus excentricidades en magia sexual, sus invocaciones y coqueteos con el mundo espiritual, su pertenencia a sociedades secretas como la Ordo Templi Orientis o la Golden Down, hasta sus años en la abadía de Cefalú o sus reiteradas provocaciones que se ajustaban a su dogma personal de «Haz lo que quieras». Incluso, tangencialmente, Symonds, albacea y editor de la obra literaria del mago, hace alusión a su faceta como espía. No obstante, el papel que el ocultista británico tuvo en el «Asunto Hess» continúa siendo confidencial y su supuesto asesoramiento tanto a Churchill como a Sir Ian Fleming para engañar al viceführer sigue rodeado de brumas.

Sombras Nocturas (Aurora Dorada Ediciones):

Si lo que queremos es adentrarnos en la legión de discípulos que dejaron las enseñanzas de Crowley y en los textos de magia ceremonial y sexual, nada mejor que asomarse a los libros publicados con gran dedicación por una de mis editoriales predilectas de los últimos tiempos, un gran descubrimiento: Aurora Dorada Ediciones, que nos brinda títulos cautivadores, la mayoría inéditos hasta la fecha en castellano, que harán las delicias de los fascinados por lo oculto.

Precisamente uno de sus últimos lanzamientos es otra de las grandes biografías sobre Crowley, mucho más actualizada que la de Symonds, y de la que hablaré en un próximo post: Perdurabo, del autor estadounidense Richard Kaczynski. Asimismo, lanzan también una obra muy relacionada con el legado del mago británico.

Es el caso de Sombras Nocturnas. Una guía turística del lado oscuro, firmada por Jan Fries. El autor es un escritor ocultista, neochamán y mago rúnico alemán –ahí es nada– que acuñó el término «chamanismo freestyle» con la intención de difundir una forma de magia que enfatiza el trance y la cercanía a la naturaleza, aunque basada en la experiencia individual. Autor también de Visual Magick: A Manual of Freestyle & Shamanism, publicado en 2007 en el mundo anglosajón por la editorial Mandrake, cita como sus principales influencias al Zos Kia Cultus, la Makgia de Maat, el Tantra Kaula, la programación neurolingüística y el daoísmo o taoísmo.

Precisamente, el creador del Zos Kia Cultus (que también daría título a un disco de la banda de black/death metal Behemoth en 2002) fue el pintor y escritor ocultista londinense Austin Osman Spare, contemporáneo de Aleister Crowley y que, como éste, formó parte de la Orden de la Golden Dawn y más tarde de la Astrum Argentum fundada precisamente por la Gran Bestia y el químico y ocultista británico George Cecil Jones, también adepto de la Golden Dawn, en 1907.

En Sombras Nocturas, bellamente editado por Aurora Dorada, con prólogo del estudioso del ocultismo y la egiptología, así como experto en Crowley, Mogy Morgan, Fies explora las regiones inversas del Arbol Cabalístico de la vida y sus Qlifot –las sefirot malignas–, mientras Liber 231 de Aleister Crowley proporciona el mapa para la aventura y Nightside of Eden («El lado nocturno del Edén»), publicado en 1977, del ocultista británico y creador de la corriente mágico-esotérica «Tifoniana» Kenneth Grant (1924-2011), un hipnótico diario de viaje.

En la primera parte de este absorbente volumen ocultista el autor nos ofrece un ensayo donde se exploran conceptos tifonianos como las Qlifot, los Túneles de Set –senderos del árbol en la sombra– o el Abismo, y disciplinas orientales como el taoísmo o el tantra, los Grandes Antiguos del maestro del horror de Providence H. P. Lovecraft y los Olvidados de la ocultista, maga ceremonial y escritora estadounidense Nema Andahadna (nacida en 1939, año del estallido de la Segunda Guerra Mundial), cuya obra también ha publicado Aurora Dorada. El resultado es un texto que sorbe tu alma.

He aquí el enlace para adquirirlo en la web de la editorial:

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Piratas y filibusteros: los saqueadores del océano (II)

Hermandades secretas, maravillosos tesoros escondidos, mapas imposibles, barcos encantados… y al margen de la leyenda, mucha historia. Hace tiempo que el tema de la piratería pasó de ser un recurso romántico de la literatura y el cine a convertirse en objeto de estudio de los historiadores más prestigiosos. Ahora, la editorial Crítica publica el que puede ser el ensayo definitivo sobre estos «outsiders» del pasado… y del presente, pues la piratería vuelve a ser algo trágicamente común en ciertas partes del planeta.

Por Óscar Herradón ©

Uno de los piratas más conocidos es sin duda Francis Drake, quien abordó las naves españolas y francesas al servicio de la reina inglesa Isabel I. A él se atribuyen saqueos en las colonias de la costa de Panamá y la captura de hasta cien buques de nacionalidad española su devastación fue tal que el monarca Felipe II llegó a ofrecer 20.000 ducados por su cabeza. Una de sus acciones más famosas fue el asalto al puerto Nombre de Dios, conocido también como «el almacén de los tesoros del mundo», aunque el sabotaje que le haría pasar a la historia de la piratería fue la captura del navío «Nuestra Señora de la Concepción» en el Pacífico, llamado también «cagafuegos», por ser el barco mejor equipado de la escuadra española en la zona.

El navío transportaba tres cofres con monedas, unos cuarenta kilos de lingotes de oro y al menos veintiséis toneladas de plata. Tres años después arribó al puerto inglés de Plymouth tras una dificultosa y larga travesía, con el botín intacto. A bordo del Golden Hind, capitaneado por Drake, la mismísima Isabel I le concedió el título de Sir. Durante años el corsario trabajó a las órdenes del conde de Essex, servidor de la Corona inglesa, y hay quien afirma que mantuvo una relación amorosa secreta con la llamada Reina Virgen, aunque no existen pruebas que demuestren dicha hipótesis.

Gracias a sus incursiones y a su servicio al gobierno británico logró reunir una de las fortunas más grandes de toda Inglaterra. En uno de los episodios más cruciales de la historia naval, la lucha contra la «Armada Invencible» filipina, Drake comandó como vicealmirante una de las escuadras inglesas que echaron por tierra las ambiciones del rey español y los sueños hegemónicos de todo un país. Murió de malaria en las cercanías de Portobelo al regresar de su última misión, en la que, extrañamente, había fracasado.

5 tesoros perdidos que aún puedes encontrar…

El Mapa de Lüe

Un supuesto códice masónico y uno de los «mapas del tesoro» más controvertidos que aún no se han desvelado. Es conocido como «Mapa de Lüe» y al parecer se trata de un galimatías que, debidamente decodificado, llevaría hasta un ostentoso tesoro nazi formado por cien toneladas de lingotes de oro que Hitler y sus esbirros habrían enviado a sus seguidores al otro lado del Atlántico, una suerte de quintacolumnistas. Supuestamente, este enigma histórico lo sacó a la luz el cazatesoros alemán Karl von Mueller, que sería el autor del libro The Mater Hunter Manual, aunque es casi seguro que se trata de una farsa. Un texto cifrado en símbolos masónicos a lo Dan Brown a la espera de que un «lumbreras» los desentrañe que incluso fue nombrado en la película La Búsqueda (2004).

El botín de Jesse James

Leyenda inmortal del Lejano Oeste, al forajido Jesse James (1847-1882) se le atribuyen numerosas riquezas acumuladas durante sus numerosos atracos que habría escondido antes de ser asesinado a traición por su compinche Robert Ford. El minero Ben Morton, que falleció en 1930, dedicó muchos años de su vida, algo ya habitual, a buscar el tesoro del bandido en las montañas de Missouri. Cuando murió, entre las pertenencias de Morton se encontró un extraño documento que tomó el nombre de «Mapa de Wolf» –debido a que está encabezado por la imagen de un lobo–. Al parecer, el viejo minero lo obtuvo del sacerdote que dio la extremaunción al hermano de Jesse, Frank James. Al menos eso reza la leyenda. Hasta hoy, el mapa –un diseño tosco e incluso algo infantil– no ha llevado a ningún sitio. Todo apunta a un fraude.

El tesoro de Yamashita

En 1944, el general japonés Tomoyuki Yamashita, el «Tigre de Malasia», asumió el mando de las tropas niponas en Filipinas, y recibió un extraño encargo: poner a salvo un tesoro fruto de la confiscación de bienes y del expolio en Malasia, China o Taiwán; una ingente cantidad de oro que previamente habría ocultado en Singapur la sociedad secreta Kin no Yui («Lirio Dorado») con la colaboración de la Yakuza. Yamashita debía trasladarlo a Filipinas para desde allí embarcarlo hacia Japón, pero ante la inminente invasión aliada tuvo que enterrarlo en 157 lugares distintos de la isla Bacuit Bay y otras zonas de Filipinas, junto a los soldados japoneses y prisioneros que mandó ejecutar para que no revelasen el secreto.

El 23 de febrero de 1946 Yamashita fue ejecutado por los estadounidenses sin revelar su paradero, aunque fuentes de aroma conspiracionista apuntan a que la OSS –antecesora de la CIA– supo de su ubicación y se lo comunicó al presidente Truman, un botín que serviría para financiar la lucha anticomunista de posguerra. Es más probable que parte del oro lo hubiera confiscado el dictador filipino Ferdinand Marcos (1917-1989) al cerrajero Rogelio Rojas, quien dijo haber tenido acceso a un mapa que había pertenecido a un soldado japonés. Fuera cual fuese la verdad, muchos filipinos continúan buscando el tesoro enterrado en su territorio.

La mina del Holandés Perdido

En las Montañas de la Superstición, en Arizona, un escenario que ya de por sí invita a la ensoñación, circulan numerosas leyendas aborígenes. Lugar icónico del Viejo Oeste, esta árida región es el epicentro de una historia bautizada como la «mina del holandés perdido» –o del alemán, depende de la versión–, un episodio supuestamente verídico aderezado de tantos condimentos que ya es difícil discernir la realidad de la mera quimera. Una mina descubierta en el siglo XVI que al parecer explotaron primero los jesuitas hasta que fueron pasados a cuchillo por los apaches. Aunque este punto no está muy claro. A mediados del siglo XIX, la mina perteneció al español Miguel de Peralta, quien descubrió oro en la misma y la explotó hasta que él y sus trabajadores fueron masacrados también por los apaches.

En 1862, el aventurero alemán Jacob Waltz, que exploró gran parte del territorio estadounidense y tuvo conocimiento de aquella historia, dijo haber encontrado la mina y solía mostrar como prueba una cantidad de oro equivalente a unos 60.000 dólares. Nunca quiso regresar por miedo a los apaches –decía–, pero dibujó un mapa que vendió por mucho dinero. Aquellos que fueron en su busca jamás regresaron, al parecer, víctimas de una maldición… Aún hoy, son numerosas las personas que se aventuran a las Superstition Mountains en busca de la mina perdida.

El tesoro del Olonés

El Olonés era el apodo con el que se conocía al sanguinario pirata Jean-David Nau, que, cuentan, era capaz de arrancar el corazón de sus prisioneros y comérselo crudo y que hizo acopio de un gran botín durante sus abordajes. Un anciano pescador de nombre Joaquín Garrido, que afirmaba descender de algunos miembros de la tripulación del Olonés, tuvo su momento de gloria cuando, en 1924, le dio a unos americanos de vacaciones en Cuba un mapa que señalaba el lugar donde había escondido sus riquezas: mil libras en lingotes ocultas en algún lugar de la isla cubana de Cayo Francés –Villa Clara–. Un mapa que parece claramente falso, e incluso tosco y un tanto infantil, pero que animó a muchos cazatesoros a ir en su busca.

PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:

La editorial Crítica lanzó recientemente un vibrante ensayo que lleva ya varias ediciones. Se trata del libro Piratas. Una historia desde los vikingos hasta hoy. Su autor es Peter Lehr, profesor de estudios sobre terrorismo en The Handa Centre for the Study of Terrorism and Political Violence de la Universidad de St. Andrews, en Escocia. Ha firmado otros exitoso ensayos, como Counter-Terrorism Technologies: A Critical Assessment o Militant Buddhism: The Rise of Religious Violence in Sri Lanka.

En su último libro, de espíritu fundamentalmente divulgativo, lo que logra gracias a su facilidad de lectura y un ritmo que no cae en ninguna de sus páginas, aunque aportando la precisión del especialista, aborda la piratería desde tiempos inmemoriales hasta la misma actualidad, donde, debido a diversas circunstancias de este tumultuoso siglo XXI, ha resurgido con fuerza. Y Lehr sabe de lo que habla, pues uno de sus trabajos más exitosos se centraba precisamente en este punto, el terrorismo marítimo: Violence at Sea: Piracy in the Age of Global Terrorism.

Desde los vikingos y los piratas Wako medievales hasta los asaltantes somalíes de la actualidad, Lehr analiza la motivación que lleva a algunos individuos a convertirse en piratas, así como su organización, la violencia en el mar y las tácticas de terror utilizadas para saquear barcos y regiones costeras. También se ocupa del papel del Estado en el desarrollo de la piratería desde los corsarios que actúan bajo una autoridad legítima hasta los piratas que operan tomándose la justicia por su mano, y explora cómo la combinación de factores estructurales como la debilidad de la vigilancia marítima y la liberalización del comercio ha hecho posible que la piratería persista hasta nuestros días.

He aquí el enlace para adquirir este vibrante ensayo:

https://www.planetadelibros.com/libro-piratas/333733