Hermandades secretas, maravillosos tesoros escondidos, mapas imposibles, barcos encantados… y al margen de la leyenda, mucha historia. Hace tiempo que el tema de la piratería pasó de ser un recurso romántico de la literatura y el cine a convertirse en objeto de estudio de los historiadores más prestigiosos. Ahora, la editorial Crítica publica el que puede ser el ensayo definitivo sobre estos «outsiders» del pasado… y del presente, pues la piratería vuelve a ser algo trágicamente común en ciertas partes del planeta.
Aunque casi todo el mundo asocia a estos personajes con el estereotipo romántico –que reimpulsaría la exitosa y longeva saga Piratas del Caribe–, que se ajusta al aventurero por lo general inglés que comenzó a saquear a partir del siglo XVI hasta bien entrado el XVIII, habitualmente en las costas del Caribe o de las Antillas, lo cierto es que nos podemos remontar muchos siglos atrás para encontrar a los primeros de ellos. Desde el mismo momento en que el hombre empezó a navegar, surgieron individuos que adoptaron como «profesión» desvalijar los cargamentos de otras embarcaciones y a veces convertir a sus tripulantes en esclavos.
Hace más de cuatro milenios que las naves egipcias y fenicias eran acechadas por estos primeros bandidos del mar, pero no sería hasta el siglo VI a.C. en Samos (Grecia), cuando aparecerían los primeros «piratas» propiamente dichos: el más cruel y ambicioso de ellos respondía al nombre de Polícrates, quien fundó un auténtico «estado pirata» en la zona, dominando importantes zonas costeras del Peloponeso y del Asia Menor.
Muchos siglos después nos encontramos con el que sería uno de los piratas más famosos de la historia, el inglés Francis Drake, quien tras una exitosa carrera desvalijando navíos enemigos, obtuvo «patente de corso» de la propia reina de Inglaterra, Isabel I, por lo que podía abordar los buques –desvalijar, vamos–, de forma oficial. Sus éxitos le granjearían ser nombrado Sir por la soberana. Drake se convertiría en el azote de los españoles en ultramar y en el enemigo número uno de la Corona española ceñida por Felipe II. Hizo carrera en las Indias, pero sus navíos llegaron a desembarcar en las costas de Vigo y Cádiz, entre otros puertos patrios, sembrando el terror entre los habitantes de la Península y granjeándose una leyenda que todavía hoy permanece muy viva en nuestras costas.
Otros célebres piratas fueron Henry Morgan y su asalto a Panamá, y el capitán William Kidd, quien se haría célebre gracias al escritor Robert Louis Stevenson y su novela La isla del tesoro, y quien sería el primero en extender la leyenda –o no– de un fabuloso tesoro escondido en… ¿el mar de la China? Existen numerosas teorías sobre el mismo y muchos han sido los buscadores que han ido tras él, sin éxito. Esos, y otros muchos «tesoros malditos» codiciados por bucaneros, buscavidas, corsarios, arqueólogos y meros sinvergüenzas continúan muy vivos en el folclore de distintos pueblos. También Oak Island, a la que algunos se refieren como la verdadera «isla del tesoro», que oculta un supuesto secreto templario.
Orígenes intemporales

La palabra «pirata» deriva del griego peiratés y tenía el significado de «bandido» o «saqueador», ya que con este vocablo los helenos se referían a los saqueadores de navíos. Con el paso del tiempo términos como «filibustero» o «bucanero» han pasado también a ser sinónimos de pirata, pero lo cierto es que existen matices diferenciadores. Los primeros piratas franceses del Caribe fueron llamados «bucaneros» –del francés boucaniers– porque solían alimentarse de carne ahumada (viande boucanée), mientras que los marineros de varios países que se asociaban para navegar de forma libre en busca de un botín (en inglés booty) fueron designados por los ingleses como freeboters, palabra que pasó al francés como flibustiers y al castellano como filibusteros.
En el siglo XVI, bajo el reinado de la inglesa Isabel I, se pasó a utilizar la denominación «corsario» para definir a los piratas «legales», aquellos que pasaron a servir a la Corona atacando navíos de países enemigos los españoles de Felipe II fueron los que más abordajes sufrieron. Fue el momento histórico en el que surgieron las conocidas como «patentes de corso», documentos oficiales que se presentaban a la hora de demostrar que uno tenía licencia real para «hacer un corso» (del latín cursus, carrera), es decir, autoridad legal para perseguir y saquear naves enemigas. Aunque dichos ataques no se consideraban acciones de guerra, eran autorizados por el gobierno. El citado Drake fue uno de sus máximos exponentes.
Polícrates, el primer «pirata» del Viejo Continente
A mediados del siglo VI a.C. desembarcaron en Samos tres hermanos con una partida de marineros curtidos en batallas navales contra los persas. El más cruel y ambicioso de ellos, de nombre Polícrates, tomó el poder a base de derramar sangre y fundó un auténtico «estado pirata» en la zona. Con su imponente poderío naval, eje central de su fuerza, proclamó una tiranía unipersonal con la que consiguió dominar importantes zonas costeras del Peloponeso y del Asia Menor.
Como anécdota podemos resaltar que a pesar de su crueldad, Polícrates era un apasionado de la poesía, y favoreció en las artes y las letras, siendo amigo del famoso poeta Anacreonte. Su vida estuvo llena de sobresaltos, como era de esperar, y tampoco tuvo una buena muerte: terminó sus días crucificado por los persas tras una trampa que le tendió Darío I.
Este post tendrá una inminente continuación en «Dentro del Pandemónium».
PARA SABER ALGO (MUCHO) MÁS:
La editorial Crítica lanzó recientemente un vibrante ensayo que lleva ya varias ediciones. Se trata del libro Piratas. Una historia desde los vikingos hasta hoy. Su autor es Peter Lehr, profesor de estudios sobre terrorismo en The Handa Centre for the Study of Terrorism and Political Violence de la Universidad de St. Andrews, en Escocia. Ha firmado otros exitoso ensayos, como Counter-Terrorism Technologies: A Critical Assessment o Militant Buddhism: The Rise of Religious Violence in Sri Lanka.
En su último libro, de espíritu fundamentalmente divulgativo, lo que logra gracias a su facilidad de lectura y un ritmo que no cae en ninguna de sus páginas, aunque aportando la precisión del especialista, aborda la piratería desde tiempos inmemoriales hasta la misma actualidad, donde, debido a diversas circunstancias de este tumultuoso siglo XXI, ha resurgido con fuerza. Y Lehr sabe de lo que habla, pues uno de sus trabajos más exitosos se centraba precisamente en este punto, el terrorismo marítimo: Violence at Sea: Piracy in the Age of Global Terrorism.
Desde los vikingos y los piratas Wako medievales hasta los asaltantes somalíes de la actualidad, Lehr analiza la motivación que lleva a algunos individuos a convertirse en piratas, así como su organización, la violencia en el mar y las tácticas de terror utilizadas para saquear barcos y regiones costeras. También se ocupa del papel del Estado en el desarrollo de la piratería desde los corsarios que actúan bajo una autoridad legítima hasta los piratas que operan tomándose la justicia por su mano, y explora cómo la combinación de factores estructurales como la debilidad de la vigilancia marítima y la liberalización del comercio ha hecho posible que la piratería persista hasta nuestros días.
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