Las endemoniadas de Loudun

En la localidad francesa de Loudun, en una época en la que el cardenal Richelieu se erigió como el hombre más poderoso del país galo, tuvo lugar un oscuro y escandaloso suceso relacionado al parecer con las fuerzas del mal que sembró el caos y la confusión en una congregación de religiosas lideradas por el carismático sacerdote Urbain Grandier. Un escándalo que haría correr ríos de tinta  y costaría demasiado caro a su principal protagonista… 

Urbain Grandier

 A lo largo del siglo XVII fue más común de lo habitual ver al maligno haciendo acto de presencia en alguna que otra casa del Señor. Un diablo sarcástico, travieso y pendenciero, docto en política, que causó estragos en los conventos de clausura, entre novicias dadas a los arrobos, éxtasis de todo tipo y pasiones prohibidas por su religión. Uno de los casos más conocidos en nuestro país fue el que tuvo lugar en el convento madrileño de San Plácido,  que afectó a las mismísimas instancias de poder del reinado de Felipe IV. Casi por las mismas fechas, en 1634, el país vecino, Francia, vivió en sus carnes un suceso de características similares pero de consecuencias mucho más nefastas, protagonizado por el sacerdote Urbain –Urbano– Grandier.

Una localidad convulsa

La Francia en la que se desarrollaron aquellos tristes hechos vivía inmersa todavía en las terribles consecuencias de las luchas religiosas que enfrentaron a protestantes y católicos. La aldea de Loudun, situada al noroeste de Poitiers, era un hervidero de disidentes puesto en el punto de mira de la Corona. En medio de este clima de tensión llegó al lugar un sacerdote educado por los jesuitas, de impecable formación y erudición notable que pronto comenzó a llamar la atención de los lugareños, principalmente del sexo femenino. De buen aspecto y gallarda figura, contaba apenas 32 años cuando llegó a la localidad gala. Con un gran desparpajo y una innata capacidad para la oratoria, los sermones de Grandier, rodeados de una enorme expectación, se convirtieron en la mayor atracción de los vecinos.

Torre del antiguo castillo de Loudun
Torre del antiguo castillo de Loudun

Urbain era sobrino del canónigo Grandier de Saintes y había ingresado con apenas 14 años en el Colegio de Jesuitas de Burdeos, en 1604. Fue ordenado novicio en 1615, aunque no tenía intención de ingresar en una Compañía cuyas normas eran demasiado rígidas y exigentes para con su temperamento. Debido a sus habilidades teológicas y filosóficas y a su diligencia y buena conducta, la Compañía de Jesús le ofreció el beneficio eclesiástico de Saint-Pierre-du-Marché, en Loudun, siendo nombrado a su vez canónigo de la Colegiata de la Santa Cruz.

Cuando Urbain Grandier llegó a Loudun, un gran número de sus lugareños eran hugonotes que aborrecían a la Iglesia que éste representaba, pero el Edicto de Nantes los mantenía por el momento lejos de revueltas y levantamientos. Sin embargo, el mayor peligro para el sacerdote vendría de sus correligionarios y no de los protestantes. Grandier, de finas maneras, atractivo, complaciente y de agradable e inteligente conversación, aumentó rápidamente su popularidad entre las mujeres y por consiguiente también su impopularidad entre los hombres. Personaje instruido y de vasta cultura, pronto se codeó con los personajes más aristocráticos de la ciudad, como el Gobernador Jean d’Armagnac y el respetado jurisconsulto Scérole de Sainte-Marthe. Tan buena fue la impresión que el párroco causó en el Gobernador, que éste incluso le confiaba la dirección de los más importantes asuntos de Loudun cuando debía viajar a la corte de París. Las envidias por aquél voto de confianza no tardarían en fructificar…

Pronto el sacerdote se enzarzó en varias disputas con algunos ciudadanos de Loudun. La más violenta de todas tuvo lugar con el jefe de la autoridad local, el Lieutenant Criminel, que acabaría convirtiéndose en uno de sus más enconados enemigos. También se ganó la animadversión de los monjes de varias congregaciones de la zona, carmelitas y capuchinos principalmente, que no soportaban la elocuencia de sus sermones, capaces de arrebatarles a muchos de sus antiguos feligreses. A este amplio número de enemistades Grandier no tardaría en añadir, en 1618, la más delicada de todas. A principios de ese año, durante una congregación religiosa que reunió a los más importantes dignatarios eclesiásticos de la región, nuestro protagonista ofendió grandemente al prior de Coussay, solicitando de forma grosera prioridad sobre él en una importante procesión que recorrería las calles de Loudun.

El cardenal Richelieu, valido de Luis XIII
El cardenal Richelieu, valido de Luis XIII

Aquél prior era a su vez obispo de Luçon, y el obispo de Luçon no era otro que Armand-Jean du Plessis, más conocido como Richelieu. Si el entonces duque y más tarde cardenal no tomó entonces las habituales represalias a las que acostumbraba fue porque había caído en desgracia frente al joven monarca, Luis XIII. Pero un año más tarde, tras un corto destierro en Avignon, el obispo sería llamado a París y en 1622 sería designado primer ministro del rey y cardenal. Para entonces, el purpurado no había olvidado la afrenta de aquel cura de pueblo…

De amores indecorosos y falsas promesas

La educación religiosa de Grandier era impecable, pero le perdían su ego y su vanidad, y lo peor de todo: su pasión por las mujeres. Uno de los mejores amigos del párroco era el fiscal Louis Trincant, cuyas reuniones se convirtieron en el centro de la vida intelectual de Loudun, de la que Urbain era el principal centro de atención. Trincant era viudo pero gozaba de la compañía de sus dos hijas. Philippe, la mayor, fue pronto objeto de las intenciones del párroco, cansado ya de la viuda del bodeguero, una tal Ninon, y pronto cayó bajo sus redes. Meses después de encuentros secretos y entregas indecorosas Philippe se halló embarazada, y lo que es peor: sería madre soltera y su bastardo hijo del cura. Aunque Grandier decidió obviar el problema y negarlo todo ya era demasiado tarde. Cuando la joven confesó, Trincant se convirtió en su peor enemigo y pasó a ser el hazmerreír de la comunidad.

La forja de un complot

Fue en la botica del señor Adam, en la rue des Marchands, donde tuvieron lugar las reuniones secretas de los adversarios de Grandier: el fiscal Trincant, su sobrino el canónigo Mignon, el Liutenant Criminel, Mesmin de Silly y el cirujano Mannoury. No obstante, Grandier aún contaba con un importante aliado: el Gobernador D’Armagnac, favorito del rey y continuó con sus líos de faldas y sus contraataques, orgulloso como era, a sus declarados enemigos, a los que hubo de sumar otros dos: Pierre Menau, abogado del rey y antiguo pretendiente de la joven deshonrada, y Jacques de Thibault, suboficial agente del cardenal Richelieu y con quien el cura tendría abiertos enfrentamientos que le habrían de llevar a juicio y a la cárcel. Aparecieron incómodos –y pagados- testigos que declararon contra su impía conducta para con las féminas y su carácter poco ortodoxo.

El rey francés Luis XIII
El rey francés Luis XIII

Pero Grandier, que contaba con el beneplácito del Gobernador y con importantes amistades en las altas esferas de la corte, logró salir de prisión y ser declarado inocente. Su amigo, el arzobispo de Bordeaux, anuló la anterior decisión del obispo de Poitiers y restituyó a Grandier en el sacerdocio, recomendándole, sin embargo, que optase por ejercer su labor en otra ciudad. Pero el párroco no hizo caso del consejo y se presentó de nuevo en Loudun, desafiando a todos.

La revolución centralista y “ultracatólica” del cardenal Richelieu avanzaba imparable por toda Francia. Para quebrar el poder de los protestantes y de los señores feudales, el purpurado había convencido al rey de la necesidad de destruir todas las fortalezas del reino en las que algunos “disidentes” podían hacerse fuertes frente a la corona. Ahora le tocaba el turno a Loudun y a su castillo, que fuera en su día la fortaleza más sólida del Poitou y que contaba con un imponente torreón medieval restaurado por el gobernador Jean D’Armagnac. Para acometer el derribo fue enviado a la ciudad Jean de Martín, barón de Laubardemont, Comisionado especial de Su Majestad y favorito de Richelieu. Aquel sería el peor de los adversarios a los que habría de enfrentarse Urbain Grandier.

El maligno entra en escena

Hacía poco tiempo que en la villa se había fundado un convento de ursulinas, una comunidad pobre de 17 monjas dirigidas por la madre superiora Juana de los Ángeles –sor Jeanne des Anges-, una exaltada religiosa con ansias de beatitud. Quiso la Providencia, o quizá la mala suerte, que el confesor de las monjas fuera nada menos que el padre Mignon, sobrino del fiscal Trincant. Pronto comenzaron a correr por la localidad rumores de que la madre superiora y sus novicias estaban poseídas por demonios y que el esforzado Mignon había procedido a exorcizarlas. Era la oportunidad de los conspiradores para confeccionar su venganza.

La madre Juana de los Ángeles
La madre Juana de los Ángeles

En medio de gritos histéricos, comportamientos indecorosos –algunas novicias llegaron a desnudarse en público- y posturas imposibles de las religiosas, los revoltosos y audaces demonios no tardaron en facilitar al exorcista el nombre del brujo que había dado la orden de que los servidores del maligno embargaran a las monjitas: Urbain Grandier. Ahora el párroco tenía mucho más de qué preocuparse al no huido de Loudun. En medio de su grotesco teatro, las monjas sufrían increíbles convulsiones, contenían el aliento hasta hincharse de manera sorprendente y alteraban sus voces, que se convertían en guturales y aterradoras, ponían los ojos en blanco y corrían por el refectorio y las habitaciones.

Escena de la película musical "Los demonios de Loudun" de Krzysztof Penderecki
Escena de la película musical «Los demonios de Loudun» de Krzysztof Penderecki

La madre Juana, principal causante de la histeria colectiva que sin duda embargó a las ursulinas –algunos contemporáneos se referían al llamado furor uterinus para explicar su estado-, declaró que estaban poseídas por dos demonios: Asmodeo y Zabulón, enviados por el párroco objeto de su obsesión, quien en su día se había negado a ser el confesor de la congregación, motivo por el cual Juana estaba bastante irritada con él.

Debido al escándalo que se estaba generando en la villa el arzobispo prohibió a Mignon continuar con los exorcismos, pero Laubardemont informó personalmente a Richelieu del asunto de los demonios y éste dio, contra todo pronóstico, carta blanca a su consejero de Estado, concediéndole potestades para obrar como mejor conviniera.

Impresionante escena de la película "Madre Juana de los Ángeles", del realizador polaco Jerzy Kawalerowicz, basada en los hechos.
Impresionante escena de la película «Madre Juana de los Ángeles», del realizador polaco Jerzy Kawalerowicz, basada en los hechos.

De energúmenas, demonios y éxtasis

Laubardemont constituyó un tribunal de carácter extraordinario, por lo que todos los procedimientos que se llevarían a cabo serían arbitrarios y fatales para el párroco. A la animadversión que ya de por sí Grandier causaba en el Comisionado y en el resto de intrigantes se sumaban un supuesto escrito difamatorio que el párroco habría escrito contra Su Eminencia –Richelieu– y un opúsculo en el que arremetía contra el celibato al que le obligaba su estado. ¡Qué más pruebas de brujería y connivencia con el demonio se necesitaban!

Escena de "Los demonios", de Ken Russell (1972)
Escena de «Los demonios», de Ken Russell (1971)

Una vez constituido el tribunal fueron tres los exorcistas que se ocuparon de las monjas: el citado Mignon; el padre Lactante, de los franciscanos; el padre Tranquille, de los capuchinos y más tarde se sumaría el padre Surin, de la Compañía de Jesús. Contra el procedimiento habitual, los exorcismos se celebraron en público, ante unos testigos cada vez más numerosos; un espectáculo grotesco que atraía a las gentes de toda Francia e incluso a nobles provenientes de Inglaterra. Aquél circo del infierno, además de a los intereses de Trincant y de Laubardemont, servía a los de sor Juana, ávida de celebridad y que observaba cómo su convento, antes pobre, se enriquecía a pasos gigantescos con las donaciones de los curiosos y la renta que se fijó desde París para sufragar los gastos.

Supuesto pacto con el diablo de Urbain Grandier
Supuesto pacto con el diablo de Urbain Grandier

A la histeria de las jóvenes había contribuido sin duda el que el vulgo consideraba la casa alquilada por las ursulinas como embrujada, y hablaban de duendes y aparecidos. Eso, claro, sumado al fanático interés de los padres exorcistas por ver demonios en todas partes.

El tribunal instó al mismísimo Grandier a que exorcizara él mismo a las religiosas. Como una de las pruebas más claras de posesión era la capacidad del energúmeno para hablar lenguas extrañas, Grandier se dirigió a una de las supuestas posesas en griego, pero ésta ya esperaba aquella reacción y su “demonio” particular contestó lo siguiente: “Ah, qué sutil sois. Sabéis muy bien que una de las cláusulas del pacto que firmamos fue no hablar jamás en griego”. Finalmente, acusaron al desdichado Urbain de brujería. El motivo del encantamiento, según la priora, era que Grandier había lanzado un ramo de rosas por encima de los muros del convento.

Aunque hoy pueda parecernos ridículo, lo cierto es que Grandier tenía poco que hacer ante una acusación de esas características en un siglo como el XVII y con un rey en el trono de Francia que creía a pies juntillas en la existencia de los demonios.

Recta final hacia el infierno

El 30 de noviembre de 1633, el malogrado Urbain Grandier fue encarcelado en el castillo de Angers. Ninguno de sus influyentes amigos, ni su familia, pudieron hacer ya nada por él. En los calabozos, valiéndose de deleznables engaños, sus verdugos “hallaron” cuatro evidentes marcas del diablo nada menos que en las nalgas y en los testículos. De poco sirvieron las quejas de un boticario de Poitiers que presenció la farsa, Urbain ya estaba condenado.demonios

Además, la acusación presentó el pacto de Grandier con el Diablo, presuntamente escrito de su puño y letra y que el demonio Asmodeo había sustraído de los aposentos del mismísimo Lucifer, “que guardaba bajo llave los documentos de este tipo”. El juicio fue una farsa y una auténtica burla a la justicia y a la inocencia de Grandier, culpable únicamente de los pecados de la carne y la promiscuidad. De nada sirvió que la madre Juana de los Ángeles fuera encontrada con una soga al cuello a punto de ahorcarse por contribuir a condenar a un hombre inocente o que otras novicias pretendieran retractarse de su acusación; los enemigos de Urbain atribuyeron ese arrepentimiento a artimañas de los mismos demonios para proteger a su acólito. Sin embargo, quedaba todavía un cabo suelto: el sacerdote debía reconocer su culpabilidad para que el juicio de Laubardemont fuese redondo. Para ello, tras rapar entero su cuerpo, fue sometido a terribles torturas, pero ni siquiera cuando le sacaron literalmente el tuétano de los huesos Grandier reconoció haber embrujado a las monjas, negándose a facilitar el nombre de cómplices imaginarios. Su entereza es digna de todos los elogios.

Urbain Grandier fue atado a un poste para ser quemado vivo el 18 de agosto de 1634 en la plaza del mercado de Loudun. Aunque el tribunal le había concedido como gracia estrangularlo antes de encender la pira, sus enconados enemigos se encargaron de escamotear la cuerda provista para tal menester. Los exorcistas le rociaron con tanta agua bendita que el mutilado párroco ni siquiera pudo decir unas últimas palabras. Las crónicas cuentan que incluso uno de ellos golpeó su cabeza con gran violencia usando un enorme crucifijo.

Suplicio de Urbain Grandier (Los demonios de Loudun. Musical).
Suplicio de Urbain Grandier (Los demonios de Loudun. Musical).

En medio de terribles dolores y aullidos de agonía las llamas consumieron poco a poco el cuerpo de Grandier. Miles de personas observaban el espectáculo, algunos compadeciéndose del mártir, otros vociferando improperios contra el hechicero. Cuando se apagaron las llamas y se enfriaron las cenizas las gentes se lanzaron en busca de algún resto del condenado que serviría como reliquia.

"Los demonios" (1972)
«Los demonios» (1971)

Tras la muerte de Grandier los demonios de Loudun no desaparecieron, y el jesuita padre Surin fue el encargado entoncs de luchar contra los que atemorizaban a sor Juana y que acabaron por poseerle a él, presa del mismo fanatismo inquebrantable que la madre superiora.

Como si de una maldición lanzada desde la pira por Urbain se tratara, uno a uno fueron cayendo los exorcistas que le habían acusado de brujo. El franciscano Lactance, el mismo que había encendido personalmente la hoguera, sucumbió a la locura y falleció apenas un mes después; el capuchino Tranquille, que había tomado parte incluso en las sesiones de tortura, fue el siguiente: murió loco cinco años después; algo similar a lo que le sucedió al doctor Manuori, quien había afirmado falsamente durante el proceso que el acusado mostraba múltiples marcas del maligno.

Por su parte, sor Juana de los Ángeles vivió su posesión como un preludió de su “divinidad”, de su amor al Todopoderoso, y se convirtió paulatinamente en una especie de penitente que decía estar dotada de facultades sobrenaturales –corroboradas por algunos de sus contemporáneos- y emprendió largos viajes por toda Francia mostrando sus dotes taumatúrgicas y su austera religiosidad, siendo recibida en París por el mismísimo cardenal Richelieu.

"Los demonios" (1972)
«Los demonios» (1971)

El estremecedor caso de Loudun continúa hoy en día siendo un reclamo para los turistas, como lo es Salem en Massachussets o Zugarramurdi en Navarra, pero lo cierto es que fue un suceso deleznable y atroz, un ejercicio de maldad extrema que demostró, una vez más, que el hombre puede ser, en ocasiones, el peor de los demonios.

La editorial Navona ha publicado recientemente una espectacular edición de la obra de Huxley, «Los demonios de Loudun»: FC Los demonios de Loudun amb faixa 02

@NavonaEditorial

Óscar Herradón

Texto publicado originalmente en la revista ENIGMAS nº 251 (Junio de 2008). Todos los derechos reservados.

La odisea británica de Rudolf Hess

El 10 de mayo de 1941 uno de los hombres más poderosos del régimen nazi, Rudolf Hess, emprendió un misterioso vuelo de Alemania a Gran Bretaña. Durante más de sesenta años la verdad oficial sobre lo sucedido apunta a que el vice-führer simplemente estaba loco, pero detrás de aquel extraño periplo existía todo un entramado de conversaciones secretas, operaciones de espionaje y reuniones al más alto nivel con un objetivo bien definido y muy distinto al creído hasta ahora.

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El protagonista de nuestra historia acaba ría convirtiéndose, por capricho del destino, en la mano derecha de uno de los hombres más terribles y poderosos del período de Entreguerras y por ende del siglo XX, Adolf Hitler. Rudolf Hess conoció al Führer en los tiempos en los que éste comenzó a dar sus primeros y exaltados discursos antisemitas para el DAP –el partido nazi– en la cervecería Hofbräukeller, allá por el año 1922. Compartía con éste el odio al comunismo, a los judíos y a los demócratas de Weimar, a los que consideraba responsables de la rendición de Alemania, la otrora gran Alemania, en la Gran Guerra. En aquel terrible conflicto fue herido de gravedad, obteniendo, al igual que su futuro camarada, la Cruz de Hierro por su valentía en combate, convirtiéndose en un excelente piloto. Pero, ¿quién era aquel hombre de pobladas cejas, ancha frente, mirada ausente y discreta inteligencia que acabaría contaminando su mente con una ideología destructiva y cargada de odio, base de uno de los mayores genocidios que ha conocido la humanidad?

Apuntes biográficos

Hess había nacido en Alejandría, Egipto, el 26 de abril de 1894, hijo del estricto Fritz Hess, típico alemán disciplinado a la vieja usanza. Para facilitar a Rudolf una sólida educación en 1908 la familia Hess salió de la colonia británica rumbo a Alemania, donde el primogénito ingresó en el Internado Juvenil –Jugendinternat– de Bad Godesberg. Más tarde rechazó el plan que tenía su progenitor para él de que se convirtiera en comerciante y en 1914, cuando estalló la Gran Guerra, se escapó para alistars como voluntario al ejército alemán, sirviendo en el XVI Regimiento de Infantería, que sufrió terribles pérdidas y en el que coincidió con Adolf Hitler, aunque entonces no se conocieron. Hess fue ascendido a subteniente y, tras ser herido dos veces, se convirtió en piloto de las fuerzas aéreas alemanas en 1918, lo que le permitiría mucho después realizar sus planes. Rudolf era un joven fanático en busca de un ideal, una causa por la que luchar. Tras la decepcionante derrota de su país en la guerra, se matriculó como estudiante de economía en la Universidad de Munich, donde asistió a clases y conferencias del antropólogo Karl Haushofer.

Rudolf Hess en 1930
Rudolf Hess en 1930

Los primeros años y la familia Haushofer

Karl Haushofer, un imperialista de la vieja guardia, se había convertido en un experto en el Asia meridional y oriental y estaba convencido de que la lucha de una nación para sobrevivir consistía en una competencia por la posesión de mayor espacio vital –Lebensraum-. Doctorado en filosofía, se había graduado con honores en geografía, geología e historia, y creó en 1919 la nueva ciencia de la “geopolítica”, el estudio de la geografía política vista por el Estado alemán, convirtiéndose en 1921 en profesor de esta disciplina. Sus teorías raciales causarían una gran impresión en Hess y después en Hitler, quien las aplicaría en parte a su política.

Un joven Hess con su mentor, Karl Haushofer
Un joven Hess con su mentor, Karl Haushofer

En 1920 Rudolf Hess oyó hablar por primera vez de Adolf Hitler y lo consideró como el posible “salvador” de la desolada Alemania, ahogada por las reparaciones de guerra del Tratado de Versalles, y se afilió al partido nazi. El 8 de noviembre de 1923, estuvo implicado en el fracasado golpe de Estado conocido como “putsch de la cervecería”. Rudolf se encontraba en Baviera con varios rehenes –miembros del gabinete bávaro- cuando le llegó la noticia del fracaso del putsch y se refugió en la residencia que el doctor Karl poseía en Munich durante varias semanas y éste le ayudó después a huir a Austria, algo que el joven nazi jamás olvidaría, protegiendo a la familia Haushofer en los años duros de la política racial nazi, ya que la esposa de Karl, Martha Mayer-Doss, era medio judía.

Tras el fracasado golpe Hitler fue sentenciado a cinco años de cárcel en la prisión de Landsberg, de los que sólo cumpliría nueve meses. Hess regresó de Austria y también fue arrestado y condenado a una sentencia leve en la misma prisión en la que el futuro dictador había comenzado a dictar a Evil Maurice Mein Kampf; Rudolf suplantaría a Maurice como secretario personal de Hitler y mecanografió su obra. Karl Haushofer, que consideraba a Hess “mi alumno favorito”, realizó varias visitas a Landsberg, donde pudo conversar con el mismo Adolf, transmitiéndole parte de sus ideas sobre el “espacio vital”: Alemania debía extenderse por el Este a través de las estepas y llanuras rusas; teorías que el futuro dictador no tardaría en apropiarse y añadir en Mein Kampf.

Un ascenso vertiginoso

Rudolf Hess pronto se convirtió en la mano derecha del líder nazi y durante la década de los 20 y principios de los 30 recaudó fondos para el Partido y el 15 de diciembre de 1932 Hitler le ordenó hacerse cargo de la comisión nacional del Partido y cuatro meses más tarde le nombró “mi delegado, con poderes para tomar decisiones en mi nombre en todas las cuestiones relacionadas con la dirección del Partido”.

Hitler en la prisión de Landsberg
Hitler en la prisión de Landsberg

En 1934 Hess estableció la Volksdeutsche Rat, un Consejo para alemanes que residían fuera del Reich, colaborando estrechamente con su antiguo profesor, Karl, que fue nombrado presidente. No obstante, a pesar de su enorme influencia y de su colaboración en episodios cruciales del nazismo, Hess fue el más retraído de los dirigentes nazis –algunos afirman que ello se debía a su afición al misticismo y al ocultismo-, por ello, la imagen que presentaba a la opinión pública era menos sanguinaria que la de otras figuras como Himmler, Göering o Goebbels. Durante mucho tiempo permaneció en estrecho contacto con Karl Haushofer, y así es como conoció a Albrecht, su hijo mayor, un estudioso del campo de la política exterior.

Albrecht, una de las personalidades más fascinantes y misteriosas del Reich, en palabras de J. Douglas-Hamilton, ejerció una enorme influencia sobre el lugarteniente de Hitler y en los futuros y extraños planes que acabaría trazando en el futuro. Albrecht, desencantado también con el Tratado de Versalles y la penosa situación de Alemania, consideraba a Francia la enemiga declarada de su país y sentía una gran atracción hacia Inglaterra, con la que deseaba una estrecha cooperación, el país al que acabaría mirando Hess para su gesta, sin duda por influencia directa del Haushofer.

Según Albrecht, la cooperación con Reino Unido era esencial y cualquier tipo de guerra en Europa inadmisible, pues en una contienda a gran escala no podía haber, a su juicio, ningún vencedor. Alemania, por tanto, debía lograr sus objetivos por medios pacíficos. Aquella idea calaría hondo en la mente del segundo en importancia de la élite nazi.

Agente doble

Albrecht Haushofer deseaba convertirse en una especie de conspirador en la sombra, que mostrase una forma de pensar abiertamente acorde con Hess y los nazis para obtener de ellos información que podría ser muy valiosa en el futuro. Aunque Albrecht no era bien visto por personajes como Goebbels o Heydrich, sin duda por su ascendencia judía, contaba con la ayuda incondicional de Hess, y bajo su influencia pudo realizar importantes viajes al extranjero que le servirían como toma de contacto para sus “planes” de paz que finalmente adoptaría el viceführer: viajaría a Japón, los Estados Unidos y varias veces a su amada Inglaterra. En 1933 recibió la oferta de un puesto oficial en Alemania como conferenciante de geopolítica en la Escuela Superior de Política de Berlín a través de su amigo nazi y su influencia era cada vez mayor en el estrecho círculo de la élite del Partido. Acabó convirtiéndose en el consejero personal de Rudolf Hess y en 1934 fue introducido por éste en el Dienststelle Ribbentrop, una oficina de asuntos exteriores nazi, trabajando a las órdenes de Von Ribbentrop y de Hess, aceptando misiones diplomáticas secretas, por lo que muchos le consideraban la “eminencia gris” de Hess y Hitler; sin embargo, comenzó un peligroso doble juego al entablar contacto con la resistencia alemana que pretendía derrocar al Führer, entre otras con la organización en la sombra conocida como “Sociedad de los Miércoles”.

Albrecht Haushofer
Albrecht Haushofer

Su misión más importante estaría relacionada con Inglaterra y las negociaciones de paz. A finales de los años 30 tuvieron lugar varios intentos entre Alemania e Inglaterra, conversaciones que durante décadas han permanecido archivadas como “Alto Secreto” y que no dieron resultado debido a varios altercados, como el llamado “incidente de Venlo” –ver recuadro–. Ahora era Albrecht quien más involucrado estaría en esas negociaciones al más alto nivel, debido a las amistades que poseía entre los círculos más selectos de Londres.

Los primeros contactos tendrían lugar en agosto de 1936 cuando un grupo de miembros del Parlamento británico viajó a Berlín con motivo de las Olimpiadas celebradas por el Tercer Reich, entre ellos un tal lord Clydesdale, más tarde duque de Hamilton, curiosamente el personaje con el que pretendía entrevistarse Hess tras volar a Inglaterra en 1941, como veremos. Durante los Juegos, el viceführer se entrevistó con uno de los parlamentarios ingleses, Kenneth Lindsay, que quería saber lo que el nazi había querido decir al alfirmar que “el rey Eduardo VIII era el único capaz de mantener la paz en Europa”. Sin duda esta importante figura inglesa –ver recuadro– estaría involucrada en las negociaciones secretas de paz, pero su influencia no sería ni mucho menos la que le atribuían Hess y Haushofer.

Los duques de Windsor con Adolf Hitler
Los duques de Windsor con Adolf Hitler

El 23 de enero de 1937, Clydesdale se encontró con Albrecht en Munich y éste le condujo a casa de su padre, Karl, que impresionó al lord inglés. Poco tiempo después de su regreso a Londres, Clydesdale escribió a Albrecht Haushofer señalando que había dado su nombre al Real Instituto de Asuntos Internacionales para que le invitaran a discutir sobre la posición económica de Alemania. Su acercamiento a las instituciones y dirigentes británicos era cada vez más efectiva. El destino, no obstante, no le depararía nada bueno.

Espionaje británico

Mucho se ha especulado sobre las verdaderas intenciones de Rudolf Hess a la hora de realizar una hazaña que permanece entre los grandes “sinsentidos” de la Segunda Guerra Mundial. Todavía hoy existen posturas enfrentadas entre los historiadores sobre su papel en las negociaciones de paz y el papel de Hitler en todo este entramado. Aunque el Führer se apresuraría a afirmar oficialmente que su lugarteniente estaba loco, lo cierto es que investigaciones recientes apuntan a que el viceführer sabía lo que hacía y que si se metió en la boca del lobo fue por el engaño de los Servicios de Espionaje ingleses, que le hicieron creer que el Foreign Office pretendía la paz cuando sus intenciones parece ser que eran precisamente todo lo contrario.

Hess era un excelente piloto
Hess era un excelente piloto

Sea como fuere, Hess estaba convencido de que su jefe jamás abriría una guerra en dos frentes –Rusia e Inglaterra– y en este sentido se equivocó de lleno, lo que le llevó a su propia ruina y descrédito y muy probablemente al comienzo del fin del nazismo. La noche del sábado 10 de mayo de 1941, Rudolf Hess, a bordo de un avión modelo Me-110 –ver recuadro– pertrechado con depósitos de combustible adicionales, puso rumbo a las islas británicas.

En su día, Albrecht había propuesto como intermediarios entre ambos gobiernos al “”más íntimo de mis amigos ingleses: el duque de Hamilton, que tiene acceso en todo momento a todas las personas importantes de Londres, incluso a Churchill y el rey”. Esa era la persona con la que pretendía reunirse Hess en Reino Unido, quien no conocía al viceführer, contrariamente a lo que durante décadas se ha mantenido como verdad oficial.

La operación fue llevada a cabo por el SO1 británico –Special Operations 1–, un departamento del Servicio de Inteligencia cuya existencia era tan secreta que muy poca gente llegó a conocer su existencia y que se dedicaba al arte de la guerra psicológica. Ésta fue conocida como la “Operación Señores HHHH” –Hitler, Hess, Karl y Albrecht Haushofer– fue planeada y realizada por un grupo de hombres muy selectos y conocida por muy pocos, incluso en el Foreign Office y tenía como objetivo parece ser que forzar a Hitler a atacar Rusia, haciéndole creer que en Inglaterra y los Estados Unidos existían importantes sectores que preferían una paz con Alemania, una alianza para destruir al enemigo común: el comunismo. La idea del Gobierno británico y por tanto la de Churchill era, por el contrario, buscar aliados, cuanto más poderosos mejor, para derrotar al nazismo. La opción de la paz había sido descartada y eso era algo que ni Albrecht ni Hess sabían cuando éste emprendió su vuelo. Era una forma de ganar tiempo y el SO1 utilizó a los Haushofer para llegar hasta la cúpula del nazismo. Tenían acceso al viceführer, y a través de él a Hitler.

Sir Winston Churchill en Downing Street
Sir Winston Churchill en Downing Street

En octubre de 1940 Rudolf Hess le explicó a Ernst Bohle, director de la Auslandorganisation, que quería discutir una “misión de alto secreto” de la que nadie, ni siquiera su familia, podía saber nada. Entre 1940 y la primavera de 1941 realizó varios vuelos que a día de hoy nadie sabe a ciencia cierta a dónde le llevaron –investigadores como Martin Allen creen que voló a Suiza para reunirse de forma secreta con Samuel Hoare, embajador británico en España y uno de los hombres fuertes de la conspiración de los servicios secretos–.. Por otra parte, la influencia de Hess sobre Hitler había sufrido un importante declive en los últimos años y quizá aquel vuelo fue también un último intento del viceführer de mostrar su lealtad incondicional y su espíritu de sacrificio al dictador alemán.

El sábado 10 de mayo de 1941, Rudolf Hess se puso el uniforme de oberleutnant de la Luftwaffe –la fuerza aérea alemana–, se dirigió a Augsburgo, donde se hizo con el Me-110–, dejó una carta para Hitler a su ayudante y emprendió su hazaña.

Voló sobre el norte de Alemania, en línea recta hacia el Mar del Norte y las islas Farne, en dirección a Dungavel House, la residencia del duque de Hamilton en Lanarkshire. Mientras volaba hacia el Oeste fue interceptado por dos Hurricanes, pero consiguió esquivarlos. Después identificó lo que creyó que era la mansión citada, y aunque un Defiant de la R.A.F. fue enviado en su busca desde Prestwick, Hess pilotaba uno de los aviones más rápidos del mundo. Se preparó para lanzarse en paracaídas aunque no le fue fácil salir del Me-110; sólo pudo hacerlo situando el aparato boca abajo. Cayó en una granja en Engleshan, Escocia, torciéndose un tobillo. Fue encontrado por el granjero David McLean, quien le llevó a su casa. Pronto llegaron las autoridades y, considerándolo prisionero de guerra y conducido a los cuarteles de Maryhill, en Glasgow.

Restos del Messerschmidtt BF-110E pilotado por Hess
Restos del Messerschmidtt BF-110E pilotado por Hess

Se había identificado como “oberleutnant Alfred Horn” y pidió ver al duque de Hamilton. El 11 de mayo de 1941, Clydesdale, ahora lord administrador, llegó junto con un oficial interrogador de la R.A.F. a los cuarteles de Maryhill. Primero examinaron los efectos personales del prisionero: una cámara Leica, un mapa, medicamentos, fotos de familia y las tarjetas de visita de Karl y Albrecht Haushofer. Ante Hamilton Hess desveló su verdadera identidad, afirmando que había aterrizado en “misión de humanidad y que el Führer no deseaba derrotar a Inglaterra, sino suspender el combate”. Al contrario de lo que Hess creyó, ni Hamilton le esperaba en Inglaterra ni Churchill estaba dispuesto a sellar la paz. Sin embargo, tenían en su poder al viceführer nazi, algo verdaderamente positivo para los Servicios de Inteligencia y Propaganda. Pero se optó por guardar absoluto silencio.

Cuando Hitler abrió la carta de Hess contándole sus planes montó en cólera. Rudolf había escrito: “Mi Führer, cuando reciba usted esta carta, yo ya estaré en Inglaterra. Ya puede usted imaginarse que la decisión de dar este paso no ha sido fácil para mí […]”. Continuaba afirmando que estaba convencido de que Hitler deseaba todavía un arreglo anglo-germano. Y continuaba diciendo al Führer que si algo salía mal “diga usted que estoy loco”. Fue precisamente lo que hizo el líder ante el pueblo alemán para justificar aquel plan del que quizá él tenía pleno conocimiento…

No obstante, aquel arriesgado vuelo no podía ser beneficioso ni para Alemania ni para Reino Unido: Hitler temía que la moral de sus tropas se viniera abajo si mientras arengaba a las mismas a continuar la lucha creían que negociaba con los ingleses; por su parte, Churchill creía que los norteamericanos podrían considerar que negociaban a sus espaldas con los nazis y les ocultaban información, perdiendo un aliado vital para ganar el conflicto.

Sea cual fuera la verdad de un episodio tan increíble como cierto llevado a cabo inexplicablemente por un hombre con un inconmesurable poder cuando Alemania obtenía victorias en todos los frentes, el Gobierno inglés decidió guardar silencio. Hitler por su parte temía que Hess revelara al enemigo los planes nazis de un ataque a Rusia, pero aún así el Führer decidió llevar a cabo su gran ofensiva hacia el Este. La “Operación Barbarroja” abría un segundo frente alemán, algo que Hess jamás creyó que sucedería. Las operaciones de espionaje ingleses habían sido todo un éxito: al hacer creer a los nazis que Reino Unido quería la paz, éstos decidieron emprender la lucha hacia el Este, un lugar de continuar la conquista hacia Oriente, hacia Turquía, pudiéndose hacer con los yacimientos de petróleo de los que dependía Inglaterra, desabasteciendo al ejército de Churchill.

Orquestando la "Operación Barbarroja"
Orquestando la "Operación Barbarroja"

Ahora Inglaterra podía continuar la ofensiva contra Alemania. La “operación Señores HHHH”, que ha permanecido como Alto Secreto durante décadas, tuvo un papel muy importante en la victoria final aliada.

El «enajenado» Hess y el desdichado Hauschofer

Cuando Adolf Hitler supo a través de las emisoras británicas que su lugarteniente estaba en manos aliadas por su decisión propia, las SS y la Gestapo emprendieron la detención de todos aquellos que habían mantenido una estrecha relación con Hess. Reinhard Heydrich encargó unos informes que revelaron que el viceführer había estado consultando a astrólogos, médicos naturistas y antroposofistas y un gran número de ellos fue encarcelado, mientras Karl Haushofer era colocado bajo custodia y Albrecht llamado por el Führer para que le diera una explicación.

Reinhard Heydrich
Reinhard Heydrich

Oficialmente, el Partido nazi declaró que una carta que Rudolf dejó tras de sí indicaba una afección mental que justificaba el temor de que había sido víctima de alucinaciones y que emprendió el vuelo sin el conocimiento de nadie. Hess, eterno idealista y enfermo, había sufrido una “visión” mesiánica y tratado de salvar al Imperio Británico de la inevitable destrucción que le aguardaba. Sin embargo, en sus interrogatorios al oficial nazi, el duque de Hamilton no observó signo alguno de locura, a pesar de que por sus argumentaciones le parecía un hombre “fanático y estúpido”.

Los nazis continuaban afirmando que Hess estaba enajenado e insistían en sus relaciones con organizaciones de tipo espiritual y sus vínculos con el ocultismo. Goebbels, ministro de propaganda alemán, declaró que el viceführer había visitado astrólogos y místicos y que había ingerido extrañas pociones antes del nacimiento de su hijo. Después de su nacimiento, danzó de forma similar a como se hacía en las celebraciones de natalicios de los indios norteamericanos, y todo gauleiter –líder de Zona– tuvo que enviar un receptáculo que contuviese tierra alemana a Hess, tierra que fue colocada debajo de la cuna, de modo que su hijo empezara su vida, en sentido simbólico, sobre tierra germana.

Es cierto que Rudolf Hess había pertenecido a la organización secreta conocida como Orden de Thule y que era un apasionado de las teorías teosóficas de Madame Blavatsky, pero otros nazis como Himmler e incluso Hitler tenían también fuertes vínculos con el ocultismo, lo que echa por tierra las explicaciones de la élite nazi. Hess viajó a Inglaterra por una causa mucho más mundana pero no por ello menos noble que había sido orquestado por los Servicios Secretos ingleses a través de Albrecht Haushofer, que sería finalmente el cabeza de turco de esta compleja trama.

Emblema de la Sociedad Secreta Thule
Emblema de la Sociedad Secreta Thule

El experto en asuntos exteriores no tardaría en caer en desgracia, considerado el artífice del vuelo de Hess, semijudío y traidor tras conocerse sus vínculos con grupos de la resistencia. Fue encerrado en la prisión de la Gestapo de Prinz-Albrecht-Strasse de Berlín, para ser interrogado por el gruppenführer de las SS Müller, mano derecha de Himmler. Heydrich también estaba convencido de que Albrecht era un traidor potencial y Ribbentrop le odiaba todavía más. Es extraño que no fuera ejecutado al instante, pero lo cierto es que la madeja de la conspiración estaba todavía más enredada de lo que parecía…

Himmler, el intento de paz y la caída

Si algo evitó que Albrecht Haushofer fuera ejecutado de inmediato por las SS fue el interés que Heinrich Himmler, según recoge J. Douglas-Hamilton en la obra Rudolf Hess. Misión sin retorno, en mantenerlo vivo para lograr sus pretensiones de sellar la paz con Inglaterra a espaldas del Führer e incluso, al parecer, desbancar a éste del poder. Fuera cual fuese la verdad, que quizá nunca sabremos, lo cierto es que tras varias operaciones encubiertas este “plan” secreto tampoco pudo llevarse a cabo. Cuando Albrecht dejó de serle útil al reichsführer, en septiembre de 1944, intentó escapar, refugiándose en los Alpes bávaros, en casa de una tal señora Zahler. El 7 de diciembre, tres agentes de la Gestapo le localizaron y fue conducido a la prisión de Moabit, en Berlín y más tarde trasladado a la prisión de la Gestapo, en Prinz-Albrecht-Strasse. A mediados de abril de 1945, cuando los rusos habían cercado Berlín y estaba clara la derrota alemana, agentes de la Gestapo y la R.S.H.A. –Oficina Central de Seguridad del Reich– destruyeron todos los archivos que comprometían a Müller, entre ellos las notas tomadas durante los interrogatorios a Albrecht Haushofer.

Prinz-Albrecht-Strasse
Prinz-Albrecht-Strasse

La noche del 21 de abril, Albrecht, junto a otros quince prisioneros, fue sacado de la prisión y fusilado. Meses después, el 11 de marzo de 1946, con una Alemania en ruinas mucho más decadente que aquella que debía aceptar las presiones del Tratado de Versalles, el profesor Karl Haushofer y su mujer Martha se internaron en el bosque, a un kilómetro de su cabaña, tomaron veneno y la mujer se ahorcó. El profesor, incapaz de seguirla, soportó los dolores del veneno hasta la muerte. Sus cuerpos fueron hallados al día siguiente por Heinz, el hijo menor. La tragedia se había consumado.

Nuremberg, la prisión y la muerte

Tras la guerra, Rudolf Hess fue conducido a Nuremberg para ser juzgado como criminal de guerra nazi. Durante un tiempo fingió no recordar nada e incluso no conocer a sus antiguos camaradas –entre ellos Göering y Ribbentrop–. Engañó a los psiquiatras, que adujeron un trastorno mental, pero finalmente admitió estar completamente cuerdo e insistió en su voluntad de proseguir el proceso. No se arrepentía de ninguna de las atrocidades que los nazis habían cometido, por lo que considerarle un “héroe” por su hazaña, como reivindican algunos sectores ultraderechistas, es sin duda una falacia, como se desprende de sus propias palabras en el juicio: “Durante muchos años de mi vida, me fue dado trabajar a las órdenes del hombre más grande que mi país ha producido en su milenaria historia. […] No me arrepiento de nada”.

Hess bromea con Göring en Nuremberg
Hess bromea con Göring en Nuremberg

El tribunal de Nuremberg declaró al antiguo lugarteniente de Hitler culpable de haber hecho preparativos para la guerra y de haber conspirado contra la paz. Fue conducido al presidio de Spandau, en Berlín y condenado a cadena perpetua. Desde 1966 hasta su muerte fue el único prisionero de Spandau, vigilado por hasta 200 hombres, y murió el 17 de agosto de 1987, a los 93 años de edad, en extrañas circunstancias. El informe oficial de la autopsia indica que se suicidó mediante estrangulamiento, aunque se acusó a los servicios secretos británicos de haberle asesinado para evitar su puesta en libertad. Quizá de esta forma se llevaba un secreto incómodo con él a la tumba.

Lejos quedaban los intentos de Albrecht Haushofer de negociar la paz, aunque todavía hoy existen documentos clasificados como secretos en relación al extraño viaje de Hess y a las operaciones de Inteligencia vinculadas al mismo.

Albrecht, que fue una de las víctimas de la locura de aquella guerra que trató de evitar por todos los medios y que fue asesinado sin ningún tipo de escrúpulo por sus verdugos, nos dejó un desgarrador testimonio de la barbarie del nazismo y la guerra, los Sonetos de Moabit, el mejor y más conmovedor punto y final a este gran secreto de la Segunda Guerra Mundial que tanto tiempo permaneció silenciado: “Hay épocas en las que la locura domina la tierra, y es entonces, cuando los mejores son ahorcados”.

Óscar Herradón

Texto publicado originalmente en la revista ENIGMAS

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ENIGMAS Nº 161
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