10 cosas que (quizá) no sabías de… AC/DC

Es una de las bandas de rock duro más grandes del planeta. Y continúan llenando estadios y haciendo vibrar a millones de personas a pesar de que podrían ser nuestros abuelos. En 2020 publicaron Power Up, un disco que, lejos de considerarse las migajas de un gigante con pies de barro, fue una nueva inyección de «rutinaria» energía –y lo digo en el buen sentido– de los australianos. Ahora que se cumplen 50 años de su formación y Ma Non Troppo publica la edición actualizada y ampliada de La Historia de AC/DC, de la legendaria autora Susan Masino, recuperamos algunas de las curiosidades que rodean al grupo comandado por Angus Young y Brian Johnson.

Por Óscar Herradón ©

–Un día de borrachera de esos que tienen de forma bastante habitual las rock stars, según recordaba el cantante de AC/DC Brian Johnson, se fue junto al fallecido guitarra rítmica y vital compositor de la banda, Malcolm Young, hasta el escocés Lago Ness ¡en busca del monstruo! Se pusieron de rodillas en una de las orillas y, según Johnson: «Malcolm tenía una bebida en una mano y la caja llena de fuegos artificiales en la otra, tratando de encender un fuego en el lago». Cuando regresaron a casa con sus esposas tenían paja en el pelo y estaban cubiertos de barro. «¡Qué noche!», sentenciaría el vocalista. Del críptido, nada de nada…

–La historia de la canción «Dirty deeds done dirt cheap» es realmente surrealista. En la letra se menciona un número de teléfono, el 36-24-36. En realidad fue una elección al azar pero traería insospechadas consecuencias. El tema habla de un «solucionador de problemas» (el propio Bon Scott) al que las chicas han de llamar cuando quieren perder la virginidad o los chicos en caso de que quisieran que les ayudase a pegar a quien les intenta robar la novia o para deshacerse de una chica demasiado plomo… Scott decía «Hey» (en un agudo mayor que Julio Iglesias) justo tras pronunciar los números, por lo que la legión de fans de la banda australiana creyó que decían «36-24-36-8…». Y como el mundo está lleno de curiosos (y de gente con mucho tiempo libre) algunos –muchos– comenzaron a llamar al teléfono, que resultó ser el de la casa de una pareja de Libertyville (Illinois, EEUU) que, hartos de ser molestados, demandaron al grupo por un cuarto de millón de dólares alegando que habían promovido su acoso continuado.

–Antes de elegir el disfraz de colegial que lo convertiría en leyenda del rock duro (y que sigue utilizando en sus actuaciones en directo a pesar de ser casi septuagenario) Angus Young probó otros atuendos, entre los que estaban el disfraz de El Zorro, un gorila, el de Spiderman e incluso una parodia de Superman de su propia cosecha a la que bautizó como «Super Ang». Desde el primer día en que formaron la banda hace ahora 50 años, en 1973, Angus iba a ensayar, cuando aún era estudiante, sin cambiarse de ropa, y su hermana Margaret tuvo la genial idea de que ese podía ser su atuendo, ya que «se comportaba como un niño». Y… voilà.

–Es conocido que la CIA ha utilizado bandas sonoras de lo más variopinto para realizar torturas en sus cárceles secretas (de Metallica a Christina Aguilera y de Rage Against The Machine a Tupac) pero ya en un lejano 1989, para derrocar al general panameño Manuel Antonio Noriega, las tropas del ejército estadounidense, al conocer que se hallaba refugiado en la Nunciatura de Panamá, rodearon el edificio colocando grandes amplificadores y pusieron canciones de AC/DC que estuvieron atronando durante tres días seguidos. Finalmente, con los nervios a flor de piel (se ve que no era muy fan del hard-rock), el dictador decidió entregarse… y dejar descansar sus oídos.

–Han vendido millones de discos. Tantos, que según sus biógrafos si colocásemos en una línea recta todos los vinilos que se han venido de LP Back in Black desde su lanzamiento en 1980 (más de 40 millones de copias), llegaríamos caminando sobre el policloruro desde Huelva hasta Toulouse. Si juntásemos las copias vendidas de todos los discos (incluidos directos, rarezas, series B…) quizá pudiésemos ir caminando sobre un electrizante camino de baldosas negras hasta la Cochinchina.

–Los Young copiaron las siglas de su inmortal nombre de la leyenda «Alternating Current / Direct Current» que aparecía en la máquina de coser eléctrica que usaba su hermana, un eslogan que para ellos simbolizaba el sonido enérgico y crudo de la banda. Quién les iba a decir a aquellos pipiolos lo que lograrían con algo en un principio tan inocente… Lo demás es historia.

–Y además de las siglas (ese «Isi Disi» que dirían Santiago Segura y Florentino Fernández en la Plaza de Toros de Leganés, la misma banda a la que el consistorio invitó para inaugurar su calle en marzo del año 2000), tenemos el logo, tan representativo como el de Cola-Cao. No es de extrañar, fue diseñado por el creador del de Pepsi, Gerard Huerta. Un señor con un largo historial de éxitos de marketing, pues diseñó los logos de otras bandas como Boston, Foreigner, Ted Nugent e incluso en de la revista «Time» o el de HBO. La banda australiana se las apañó, al parecer, para no pagar al artista ni un centavo. Si hubiese tenido un contrato por royalties

–A toda buena banda de rock (y pop) le rodea alguna leyenda maldita, como hemos visto numerosas veces en el interior del Pandemónium (de Black Sabbath a Led Zeppelin, de Nirvana a The Beatles), y AC/DC no iba a ser menos. El misterio de las últimas palabras de Bon Scott, el inolvidable segunda cantante del grupo (el primero fue el efímero Dave Evans) son todo un misterio, engordado por los rumores de los fans: «Shazbot Nanu Nanu». Son las últimas que grabó durante la sesión de «Night Prowler» (tema de Highway to Hell). Los sectores más reaccionarios vieron en las mismas una invocación al diablo, y la gota que colmó el vaso conspiracionista fue el hecho de que en 1985 el asesino en serie Richard Ramírez, apodado precisamente «Night Stalker», dejó en la escena de un terrible asesinato cometido el 17 de marzo en Rosemead, California, un gorro con el logo de AC/DC. Aquello puso a la banda en el punto de mira y llevó a los más retorcidos a segurar que se trataba de un guiño –maligno– a dicha canción. En realidad, sus últimas palabras registradas poco tenían que ver con el príncipe de las tinieblas: se trataba de una cita del extraterrestre que interpretaba el entrañable Robin Williams en la serie de televisión Mork y Mindy, que encantaba al malogrado Scott.

–En relación con leyendas urbanas, se cuenta que la mujer de Angus, Ellen, le dijo una vez a un fan con el que coincidió en un viaje en tren que cuando la banda estaba grabando The Razors Edge (publicado en septiembre de 1990), al entrar al estudio vieron que había coros en pistas donde no se había grabado ninguno (que supieran), y que las voces eran… ¡de Bon Scott! ¿Una colaboración fantasmagórica desde el más allá o más bien puro marketing? Me inclino más por la segunda de las opciones.

–43 años después la muerte de Bon Scott continúa siendo un misterio. Era una fría mañana londinense el 19 de febrero de 1980 cuando se encontró el cuerpo sin vida del cantante dentro de un Renault 5. Por aquel entonces Scott estaba colaborando con el grupo francés Trust, con el que grababa en un estudio de Londres, y comenzaba a grabar con Malcolm y Angus el que sería su nuevo álbum, el superventas Highway to Hell. Aquella noche la pasó en el club The Music Machine, en Candem, junto a su colega Alistair Kinnear. Al quedarse KO, Kinnear fue incapaz de despertarlo y lo dejó durmiendo en el coche frente a su casa, mientras él subía al domicilio. Al día siguiente el cantante estaba muerto, según la autopsia oficial, ahogado en su propio vómito. Luego nacerían las hipótesis, los misterios y las teorías de la conspiración,  como ha sucedido con la muerte de Elvis, Michael Jackson, Jim Morrison o Brian Jones, y muchos otros.

En el libro Bon: the last highway (2017), su autor, Jesse Fink, aportó nuevos detalles tras una exhaustiva investigación: Scott era legendario en relación a la cantidad de alcohol que soportaba, por lo que sería extraño que le hubiera provocado un efecto tan devastador. Fink y otros apuntan a una sobredosis de heroína (mezclada, eso sí, con alcohol). Tampoco ayudaron a resolver el misterio las inconsistentes declaraciones de Kinnear que, en realidad, era amigo de una ex novia de Scott, Silver Smith. Además, este había realizado un larguísimo recorrido en coche para dejar al cantante de AC/DC en la puerta de su propia casa ante la imposibilidad –según dijo– de cargar con él. Sin embargo, Angus no es que fuera de constitución precisamente fuerte y más de una vez cargó a hombros con Scott en los directos, como muestran varias fotografías… Quién sabe.

PARA SABER (MUCHO) MÁS:

Existen infinidad de libros sobre AC/DC (uno de los mejores, AC/DC. For those about to rock, editado por Blume en 2018) y el más reciente en castellano es obra de una editorial muy conocida entre los lectores del Pandemónium: Ma Non Troppo (Redbook Ediciones). Se trata de La historia de AC/DC. La banda de heavy metal más grande de todos los tiempos, probablemente la historia definitiva (al menos hasta ahora) sobre los australianos.

Los AC/ DC son mucho más que un guitarrista embutido en un uniforme colegial con cuernos en la gorra o la gigantesca campaña con la que anuncian en directo «Hell’s Bells», tema compuesto en memoria de Bon Scott. Son puro electroshock, pasión por la electricidad. Criticados y admirados a partes iguales, nadie puede permanecer indiferente ante los riffs de Angus, la obstinada guitarra rítmica de Malcolm (al menos hasta su muerte en 2017, siendo sustituido por su sobrino, Stevie) y la postura chulesca a la vez que cercana de Brian Johnson. Con ellos de nada valen las florituras y las impostaciones: lo suyo es rock, pura energía en estado salvaje incluso cuando tienes casi 70 años, que se dice pronto. Un relato electrizante y muy entretenido, repleto de información contada de primera mano, obra de una legendaria escritora de rock, que tiene casi los mismos años que los australianos.

He aquí el enlace para adquirir esta maravilla…

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Goomer, el inolvidable antihéroe galáctico

Goomer, aquel transportista espacial bajito, calvo y barrigón, sinvergüenza y aprovechado que inmortalizaron Ricardo & Nacho durante décadas, acabó por convertirse en uno de los personajes más queridos del cómic español. Norma Editorial le rinde el homenaje que merece con una lujosa edición que dejará sin aliento a fans y neófitos, despertará la nostalgia de muchos y las carcajadas de otros tantos.

Óscar Herradón ©

En agosto de 2021 nos dejaba Nacho Moreno, un multifacético artista que fue guionista de cómics, viñetista político, editor, escritor, cocinero y restaurador; se hizo célebre gracias a ser el creador (y guionista) junto al dibujante Ricardo Martínez Ortega, quienes firmaban como Ricardo & Nacho, de Goomer, uno de los personajes más emblemáticos de la viñeta española. Ahora, Norma Editorial nos ofrece en una edición de lujo todas las aventuras de este icónico viajero galáctico.

Un cómic que se publicó de forma ininterrumpida durante 25 años desde que nació en primavera de un ya lejano 1988. Quien esto suscribe tenía entonces solo ocho años; por supuesto, tuvieron que pasar unos cuantos años para entender el humor irreverente de Goomer, pero recuerdo que veía las historietas en distintas revistas muy a menudo (entonces, por suerte, los periódicos, revistas y sus suplementos inundaban las casas, no había Internet), y que los dibujos me llamaban poderosamente la atención. No era para menos. Recuerdo la compañía de aquellas historietas durante muchos años; toda mi infancia, mi adolescencia y parte de mi (falta) de madurez.

Curiosamente, Goomer tuvo una fugaz y anecdótica aparición en Mundo Obrero, que publicaba el Partido Comunista de España, entonces con un fuerte tirón electoral; después, la serie afianzaría lectores en las páginas de «El Pequeño País», el suplemento infantil y juvenil del diario español del Grupo Prisa. Después, pasó a la mítica revista satírica El Jueves para saltar más tarde a las páginas de El Mundo, donde se asentaría como leyenda del cómic patrio hasta el último día de su publicación, un 29 de diciembre de 2013 tras una larga y fecunda carrera en la que aquel transportista espacial afincado en el rincón más remoto de la galaxia representó de mil formas las miserias, debilidades y también pequeñas grandezas y glorias de nuestra muy reprochable raza humana.

Todos somos Goomer…

Un antihéroe que pasaba sus días en un planeta gobernado por una civilización alienígena tan rutinaria, vulgar y aburrida como la nuestra, trasunto, por supuesto, de este nuestro planeta (ya no tan) azul, un lugar recóndito pero a la vez profundamente familiar en el que Goomer, el viajero interestelar más famoso de nuestro cómic, encajaba como un guante, comportándose como una suerte de Han Solo de pacotilla, sin nave, princesa (fuera Leia o la Cenicienta, lo mismo da), ni por supuesto gloria; como el español de a pie que vivió en ese cuarto de siglo entre finales de los años 80 y 2013 –hoy no hemos cambiado demasiado, si acaso somos menos amigables y mucho más tecnológicos, que no mejores–.

Con Goomer nos identificábamos porque era (es) como somos cualquiera de nosotros, no como nos gustaría ser. Este terrestre expatriado representa al español pícaro de clase obrera, con bajo nivel académico y mura cara dura que decide quedarse en su nuevo planeta viviendo de su novia –una extraterrestre– sin dar palo al agua. Un tipo de esos de andar por casa, grosero y tosco, con sus fallos, sus faltas (es mentiroso y aprovechado) y también sus pequeñas virtudes. Norma nos ofrece por fin las 1.250 historietas del buscavidas galáctico en un lujoso estuche con dos monumentales volúmenes, con prólogo del superfan Santiago Segura, una lámina de regalo y toneladas de extras.

En su presentación a los medios, Ricardo defendió a este irreverente personaje bajito, de escaso pelo y enorme nariz redonda, con las siguientes palabras: «A mí Goomer me parece un impresentable, pero estoy seguro de que sería muy amigo suyo». Una edición magnífica, eso sí, que obliga a rascarse un poco el bolsillo –vale 69,90 euros–, pero merece sin duda la pena.

Annemarie Schwarzenbach, atormentada alma libre

Es un personaje completamente desconocido en España por el gran público e injustamente olvidado a nivel europeo por la historiografía centrada en el periodismo y la cultura del pasado siglo XX, eclipsado por colegas de profesión (en su mayoría hombres).  Hablamos de la periodista y escritora suiza Annemarie Schwarzenbach, cuya labor y memoria recupera una valiente y rompedora novela gráfica editada por Norma Editorial y firmada por las españolas María Castrejón y Susanna Martín. 

Óscar Herradón ©

Mujer multifacética en un tiempo dominado por los hombres, Annemarie Schwarzenbach (1908-1942) fue reportera, novelista, doctora en filosofía, fotógrafa y arqueóloga. Hija de una familia de alto nivel social y económico de suiza, su madre, Renée Wille, con quien tendría numerosos enfrentamientos debido a lo que su progenitora consideraba una disoluta forma de vida, estaba emparentada nada menos que con el canciller Von Bismarck. Y su padre, Emil Schwarzenbach, era el heredero de Ro.Schawarzenbach & CO; una multinacional de fabricación e importación de telas de seda. Su adolescencia coincidiría con el ascenso del nazismo, que vivió como algo terrible, revelándose contra su familia, que era simpatizantes de Hitler.

Desde pequeña mostró una extraña conducta (si hemos de entender por «extraña» el no someterse a las convenciones sociales), por lo que fue llevada en reiteradas ocasiones al médico hasta que uno de ellos le diagnosticó una esquizofrenia, aunque no está clara la veracidad de tal diagnóstico. Mujer impetuosa, atormentada, independiente y feminista, el propio nobel Thomas Mann, de cuyos hijos era amiga, y que la adoraba, la bautizó como «El Ángel Devastado» y es que pasó su corta vida marcada por los excesos y un comportamiento temerario y conflictivo. Fue adicta a la morfina y al alcohol y pasó por varios ingresos psiquiátricos y varias clínicas de desintoxicación.

Erika Mann

Fue, como digo, amiga de Klaus y Erika Mann, y casi con seguridad amante de esta última. Lesbiana en tiempos de fuerte patriarcado e intolerancia social, vivió su amor por las mujeres de forma abierta y explícita, algo que plasmó en sus libros –y que sería el tormento de su conservadora familia, que acabaría por darle de lado–. En Ver a una mujer, habla del primer amor homosexual de una chica joven. Lucía un aspecto andrógino (con pelo corto y pantalones) y llevó una vida de constante y agotadora búsqueda y resistencia frente a los límites establecidos de su tiempo.

Clarac

Cuentan que también mantuvo una fugaz relación con la hija del embajador de Turquía en Teherán, y una de sus más célebres amantes y amigas fue la también atormentada y genial escritora estadounidense Carson McCullers, con quien Annemarie pasaría tiempo de su vida en Nueva York durante 1940. No obstante, y debido a las convenciones sociales, Annemarie contrajo matrimonio en 1935 con el diplomático francés Achille-Claude Clarac en Irán (que según sus biógrafos era gay), un matrimonio de conveniencia.

Carson McCullers

Curiosa impenitente y viajera incansable

En 1927 ingresó en la Universidad de Múnich para estudiar Historia y Literatura y comenzó su producción literaria. Destacó principalmente por sus libros de viajes y realizó expediciones a lugares recónditos en los que a veces nunca habían visto a una mujer occidental. En 1933 viajó a España junto a la fotógrafa berlinesa Marianne Breslauer, cuyo mentor había sido Man Ray. Le conmocionó el estallido de la guerra en nuestro país, prolegómeno del infierno que se avecinaba en toda Europa y el inicio de la Segunda Guerra Mundial supuso para ella, como para tantos de sus contemporáneos, un gran golpe.

Realizó importantes viajes a Asia y África, también a Estados Unidos. En 1939 su amiga la fotógrafa y escritora suiza Ella Maillart se sumó a sus aventuras y ambas viajaron juntas durante seis meses en un Ford por los Balcanes, Turquía, Irán y Afganistán, epopeya de la que surgió el libro Todos los caminos están abiertos (mientras que Maillart confeccionó La ruta cruel), libro que en castellano ha publicado en una preciosa edición la editorial Minúscula, responsable también de la edición de otros títulos de Annemarie como Muerte en Persia, el citado Ver a una mujer o Con esta lluvia.

A los 34 años, en 1942, Annemarie sufrió un accidente de bicicleta, se golpeó la cabeza contra una piedra y permaneció inconsciente durante días. Cuando despertó fue incapaz de reconocer a su madre y había perdido la capacidad de habla, observación y movilidad, muriendo el 15 de noviembre de ese año, cuando aún quedaban tres para el final de la Segunda Guerra Mundial que vivió con tanta ansiedad. No conoció, eso sí, el devastador resultado del conflicto y las atrocidades cometidas por aquel Tercer Reich del que despotricó en sus escritos (y que a punto estuvo de llevarla a la cárcel). Una mujer sorprendente y provocadora que escribió su propia historia de empoderamiento.

PARA SABER MUCHO MÁS:

La novela gráfica citada que lanza Norma Editorial. En Annemarie, María Castrejón y Susanna Martín recuperan la figura de la periodista y escritora suiza en este imprescindible ejercicio de recuperación de la herstory. Un relato completo y sincero –y en ocasiones implacable– de una periodista que solo ha sido recordada por el morbo de su vida personal (tormentosa, a lo que contribuyó el desarrollarse en el convulso y acelerado periodo de Entreguerras) y no por la relevancia de su importante trabajo, ni por su empoderamiento como viajera «sola», ni tampoco por hacerse con un hueco como periodista en un tiempo donde dicho oficio era dominado por los hombres. Gracias a esta joya ilustrada Annemarie recupera el lugar que le corresponde en la historia del siglo pasado. Una obra que ha sido descrita por la periodista Berta Jiménez Luesma como «Pura dinamita dibujada. Su publicación es un acto revolucionario en sí mismo».