30 paisajes de la Guerra Civil

La Editorial LAROUSSE publica este portentoso ensayo, firmado por los investigadores Alberto de Frutos y Eladio Romero García, sobre la contienda que enfrentó a los españoles hace más de 80 años y que arroja luz sobre los espacios que aún quedan de aquel tiempo de sangre y fuego, historiográficamente no tan lejano.

Óscar Herradón ©

Conocí al escritor y periodista Alberto de Frutos en 2007. Llegó, junto a otros compañeros, entre ellos Javier Martín García, a la editorial América Ibérica procedente de uno de esos grupos que ya empezaban a acusar la llamada «crisis del papel» que tiempo después nos azotaría también a nosotros. La crisis de 2008, apenas unos meses más tarde, terminaría de hundir a la prensa escrita, ni qué decir tiene la actual. El tiro de gracia a las rotativas. Ambos, Alberto y Javier, Javier y Alberto –Tanto monta, monta tanto– llegaron como redactor jefe y redactor, respectivamente, de una revista entonces de bastante impacto en las publicaciones históricas españolas, Historia de Iberia Vieja, que con el tiempo terminaría por llamarse Historia de España y el Mundo y que hoy, por desgracia, ha desaparecido.

Formaron equipo, cambiando notablemente su línea editorial, con el periodista Bruno Cardeñosa, su director desde entonces hasta el cierre, y el diseñador gráfico Eugenio Sánchez Silvela. Hasta que llegó el ignominioso 2020, año en que por las veleidades del destino tanto Alberto como un servidor –también Javier meses antes–, entre otros compañeros, nos vimos fuera de una redacción que había sido no nuestra segunda casa, sino muchas veces la primera; quién sabe si a causa de esa dichosa crisis del papel agudizada por lo digital y la falta de kioscos, o vaya usted a saber por qué realmente.

Contradicciones del mercado aparte, lo cierto es que forjé una gran amistad con Alberto de Frutos y Javier Martín, amistad que puedo decir orgulloso que continúa viva aunque ya no compartamos cada día «pupitre» –léase mesa de redacción–, café de máquina y olor a tortilla de patata del bar de la esquina impregnado en nuestras ropas de adolescentes eternos. Pues bien, don Alberto, que tiene un currículum para echarse a temblar y ha ganado más de 100 premios literarios –ahora está centrado en los ensayos, pero sin duda es más un escritor de ficciones y un poeta–, es de esas personas que le sorprenden a uno cada día, por su entusiasmo y buen hacer, por su fidelidad, y sobre todo por su conocimiento, no enciclopédico, que se queda corto, sino «computacional». Como Sheldon Cooper, pero menos friki y real, en este caso en el campo de las humanidades, y no en el de la física.

No soy historiador, aunque son unos cuantos los años dedicados a la divulgación, al periodismo y a la investigación histórica. Se puede decir que sin ser un experto no soy lego en la materia, pero nadie con nombre y apellidos –al menos que conozca– llega a los niveles de condensación de la información –sumados a una elocuencia de infarto– de este pequeño gran hombre, al menos en el campo historiográfico, claro. Supongo –lo sé– que de muchas cosas Alberto no tiene ni idea, como cualquiera que no posea el don de la omnisciencia divina. Como todo hijo de vecino, vamos. Pero de esto sí, de esto sí sabe, y mucho. Por eso, cuando me llegó la noticia (me lo dijo tiempo antes, he de reconocerlo) de que LAROUSSE publicaba un nuevo ensayo firmado por él –a cuatro manos con el doctor en Historia Eladio Romero García– no podía sino esperar un trabajo encomiable. Impresión que se tornó certeza cuando recibí el voluminoso libro, profusamente ilustrado a todo color, y entre sus líneas de no tan lejanas batallas y sí viejos rencores se adivinaba la pluma siempre afilada y sabia de mi buen amigo.

Por supuesto, quienes lean esto dirán que no soy objetivo. No lo soy, claro, ninguno lo es, pero tampoco es necesario, el buen hacer sabe apreciarlo cualquiera sin que le digan ni mu. No hacen falta ornamentos. Ni para lo contrario tampoco. Sé de buena tinta que los autores se han recorrido una gran parte de nuestra piel de toro para escarbar entre los pequeños guijarros de memoria que a otros, a pesar de la ingente cantidad de bibliografía de aquella época, para echarse a temblar, se les han escapado. Y el resultado de ese trabajo de investigación y dedicación, de entusiasmo por nuestro pasado/presente y de buen hacer, es este 30 paisajes de la Guerra Civil que hace poco que ha visto la luz en las librerías, esas que siguen temblando ante la incertidumbre pero que se mantienen a flote gracias al tesón y el amor a la cultura, que somos todos –o al menos deberíamos serlo–.

De las grandes batallas a los episodios silenciados

Una obra de impecable factura en una edición fabulosa que ilustra, y qué bien lo hace, nada menos que, como reza su título, 30 escenarios donde se dirimió el futuro de la contienda y con él el destino de los españoles, de los mal llamados «ganadores» y «perdedores», porque aunque unos lo tuvieron más fácil que otros y desde luego en aquella guerra fratricida hubo unos más culpables que otros, y más malvados, todos perdieron, todos los españoles. Muchos también de los que hoy se están yendo sin despedirse azotados por otra guerra silenciosa pero implacable. Como siempre se pierde cuando hay muertos y se tiran bombas, o cuando hay pandemias.

Más que de un paisaje –o de 30–, podríamos hablar, como bien dice Frutos, de una «huella moral», casi un símbolo de permanencia que nos transmite cada imagen, acompañada de numerosos datos y mapas actuales (una rica cartografía elaborada ex profeso para este libro).  Un recorrido gráfico por la Guerra Civil, por lo que queda de aquel enfrentamiento que supuso el prolegómeno de la Segunda Guerra Mundial y que hoy sigue influyendo, nos guste o no, en nuestras vidas y en el discurso político. Si no que se lo digan a los señores que se sientan en el Congreso.

En sus monumentales páginas –el «tocho» pesa alrededor de 2 kilos– podemos ver qué ha quedado de batallas como Jarama, Brunete, Belchite… pero también se abordan episodios mucho menos conocidos y no por ello poco relevantes, como el asedio de Huesca, la batalla de Lopera o de Cabo Machichaco, la fuga del penal de San Cristóbal y un largo etcétera. Evidentemente, como afirman los autores, hubo que hacer una difícil selección previa o el libro estaría formado por varios volúmenes de gran tamaño.

En definitiva, un LIBRO de LIBROS que el amante de la Historia de España, las dos con mayúscula, incluso de la que fue triste, debe tener en su biblioteca, sin duda en lugar destacado. No se arrepentirá. He aquí la forma de adquirirlo:

https://www.larousse.es/libro/libros-ilustrados-practicos/30-paisajes-de-la-guerra-civil-eladio-romero-garcia-9788418100789/

LA OTRA CARA DE LA GUERRA (SÍLEX EDICIONES)

Toda guerra es trágica, y nuestra guerra fratricida no lo fue menos, de hecho, al constituirse en el campo de pruebas de la inminente Segunda Guerra Mundial, se erigió en una contienda moderna, con una armamento atroz por su capacidad de devastación y donde la política se había convertido en un arma tanto o más peligrosa que la pólvora. Baste echar un vistazo a la gran polarización que en España continúa generando aquella contienda que sucedió hace 80 años pero cuyas heridas no han cicatrizado.

La guerra es sinónimo de muerte, de crueldad, de crímenes… pero en no pocas ocasiones en medio del horror surge la esperanza, y entre lo más oscuro del ser humano se atisba la luz de aquellos que no pretenden herir al enemigo (o a quien sea) sino proteger y cuidar, dotando de humanidad a la deshumanización bélica. Fue el caso de las personas que se preocuparon por el bienestar de las gentes en la contienda, que también existieron, y cuyos recuerdos (largamente olvidados) se encarga de rescatar un magnífico ensayo publicado por Sílex Ediciones: La Otra Cara de la Guerra. Solidaridad y humanitarismo en la España Republicana durante la Guerra Civil, de Francisco Alía Miranda, que tiene en su haber otros exitosos títulos de la época como Julio 1936 (Crítica, 2011) o La agonía de la República (Crítica, 2015).

Como bien cuenta el autor, el dramatismo que se vivió de un rincón a otro de la Península Ibérica eclipsó la inmensa labor humanitaria que se vivió tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. En parte estuvo protagonizada por las organizaciones humanitarias, unas ya existentes y otras formadas ex profeso durante la guerra. Pero también fue muy importante la solidaridad desplegada por gran parte del pueblo español (frente al sadismo y violencia de otra gran parte), y de otros países que no miraron para otro lado ante la tragedia, una tragedia que fue largamente reflejada en los periódicos por el gran números de reporteros, fotógrafos y escritores que cubrieron la información en el frente y en la retaguardia (Ernest Hemingway, John Dos Passos, George Orwell, Robert Capa, Gerda Taro, Jay Allen…).

Pero además de la solidaridad como manifestación colectiva y organizada, existió una solidaridad individual, espontánea, como catarsis del odio y la muerte, que se improvisó sobre la marcha tanto en muchos hogares como entre numerosas personas para paliar la tan marcada tragedia del pueblo, del vecino, del hermano.

EL OGRO PATRIÓTICO (EDICIONES PASADO Y PRESENTE)

Y si lo que queremos es comprender los orígenes de esa guerra fratricida, que no son pocos ni precisamente sencillos, nada mejor que sumergirnos en las páginas de El Ogro Patriótico: Los militares contra el pueblo en la España del siglo XX, de Juan Carlos Losada, una exhaustiva y reveladora investigación publicada por Ediciones Pasado & Presente, que sabe bien lo que significa mimar la historiografía.

Para describirlo, nada mejor que las palabras de uno de los grandes expertos españoles sobre la Guerra Civil, el historiador Ángel Viñas: «No cabe escribir sobre la historia de España sin asaltar, de una manera u otra, los bastiones del poder militar. (…) Mezclando el relato histórico con la reflexión política, cultural, administrativa e institucional sobre un tema que el autor ha venido trabajando desde hace más de veinte años no es exagerado afirmar que este libro pone ante los ojos del lector una veta fundamental en la evolución a lo largo de más de un siglo que ha conducido hasta el presente de la sociedad española: la constante intervencionista del ejército que condujo a un choque con el mundo civil y, por consiguiente, a querer sabotear, si no hundir, la democracia. Lo hicieron una vez. Lo hubieran podido hacer otra. Ganas no faltaron».

Un recorrido indispensable, pues, para entender las tensiones políticas que se vivieron en nuestro país el siglo pasado, evidenciando el papel intervencionista del ejército en el devenir político de España (no solo en la Guerra Civil, sino en otras insurrecciones), pero donde también se reivindica el papel heroico de algunos miembros del ejército que lucharon contra sus superiores para defender la libertad y la renovación de unos ideales caducos, reaccionarios e intransigentes.

He aquí la forma de adquirir este portentoso ensayo:

http://pasadopresente.com/component/booklibraries/bookdetails/2020-03-10-09-29-28

Supertecnología nazi en la Segunda Guerra Mundial

Aviones a reacción, un cañón sónico y otro solar, prototipos «OVNI», una supuesta bomba atómica e incluso un arma eléctrica basada en el Martillo de Thor. Los ingenieros y científicos nazis desarrollaron un arsenal bélico que parecía cosa del futuro, varias décadas adelantado a su tiempo. Un increíble repertorio de «Armas Milagrosas» que pudo haber cambiado el curso de la guerra, y de la historia.

Óscar Herradón ©

Siguiendo la estela dejada en los anteriores post sobre los increíbles artilugios tecnológicos desarrollados por el Tercer Reich durante la contienda, algunas de las «Armas Milagrosas» más sorprendentes fueron las llamadas «armas limpias», que utilizaban en parte la energía medioambiental para funcionar.

El llamado «Cañón Sónico», diseñado por el doctor Richard Wallauschek, estaba formado por dos reflectores parabólicos conectados por varios tubos que formaban una cámara de disparo, donde una mezcla de oxígeno y metano, detonada de forma cíclica, producía unas ondas sónicas muy potentes, de gran amplitud. A unos 50 m y con un solo minuto de exposición, se calcula que habría matado a cualquiera que se hallara cerca y a unos 250 m produciría un dolor auditivo insoportable para el ser humano, aunque nunca fue usado sobre el terreno.

Wallauschek

En el Instituto Experimental de Lofer, en el Tirol austríaco, el Dr. Zippermeyer diseñó el llamado «Cañón de Vórtice» o «Rayo Torbellino», un mortero de gran calibre que disparaba proyectiles rellenos de carbón pulverizado y un explosivo de acción lenta que, combinados, al explotar creaban una suerte de tifón artificial que, debidamente orientado, podría derribar aviones enemigos que se encontraran cerca. También era sorprendente el «Cañón de Viento», aunque tampoco se utilizó jamás en combate.

El «Cañón de Vórtice» del Dr. Zippermeyer

Submarinos eléctricos, espoletas de infrarrojos para explosivos, bombas teledirigidas, tanques súper-pesados que no tenían rival, helicópteros experimentales, incluso un cañón curvo que se instalaba en los fusiles de asalto y podía disparar desde las esquinas…

Quizá la más sorprendente y peregrina de todas estas «Armas Milagrosas» (Wunderwaffen) fuera –si es que existió más allá de los cenáculos conspiracionistas–, la llamada «bomba endotérmica», que consistía en una serie de explosiones especiales que, al ser lanzadas desde aviones, tras detonar, generaría una zona de intenso frío, de un radio de acción de al menos un kilómetro, que congelaría cualquier forma de vida, aunque no dañaría las estructuras, ya que no generaba radiación. Un artefacto que finalmente nunca entró en acción, aunque los teóricos de la conspiración afirman que los americanos se hicieron con ella y eso explicaría algunos de los prototipos actuales de «armas meteorológicas». De momento, solo especulaciones, aunque fascinantes.

Curiosamente, la última unidad alemana, formada por once militares, que se rindió a los aliados, lo hizo varios meses después del suicidio de Hitler, en septiembre de 1945, en la estación de investigación meteorológica en la isla noruega ártica Spitzbergen. Los experimentos que allí se realizaron continúan siendo uno de los mayores misterios sin resolver de la Segunda Guerra Mundial.

PARA SABER UN POCO/MUCHO MÁS:

HERRADÓN AMEAL, Óscar: Expedientes Secretos de la Segunda Guerra Mundial. Ediciones Luciérnaga, 2018.

Espías de Hitler. Las operaciones secretas más importantes y controvertidas de la Segunda Guerra Mundial. Ediciones Luciérnaga 2016.

La Orden Negra. El Ejército pagano del Tercer Reich. Edaf 2011.

PRINGLE, Heather: El Plan Maestro. Arqueología fantástica al servicio del régimen nazi. Debate, 2007.

ROMAÑA, José Miguel: Armas Secretas de Hitler. Nowtilus, 2011.

WITKOVSKI, Igor: The truth about the Wunderwaffe. RVP Press 2013.

VVAA: Armas Secretas de Hitler. Proyectos y prototipos de la Alemania nazi. Tikal, 2018.

VV.AA.: Hitler. Máquina de guerra. Ágata Editorial 1997.

Armas «Milagrosas» del Tercer Reich (III)

Aviones a reacción, un cañón sónico y otro solar, prototipos “OVNI”, una supuesta bomba atómica e incluso un arma eléctrica basada en el Martillo de Thor. Los ingenieros y científicos nazis desarrollaron un arsenal bélico que parecía cosa del futuro, varias décadas adelantado a su tiempo. Un increíble repertorio de «Armas Milagrosas» que pudo haber cambiado el curso de la guerra, y de la historia.

Óscar Herradón ©

¿Qué sucedió cuando los bombarderos aliados de la RAF destruyeron las instalaciones de Peenemünde? Los proyectos de «Armas Milagrosas» no se detuvieron, ni mucho menos, y los nazis continuaron innovando en este campo, esta vez en laboratorios construidos en búnkeres bajo tierra que no podían localizar los rastreadores enemigos.

Aunque no todas las instalaciones fueron destruidas –el llamado «túnel del viento», la planta de medición y los terrenos de prueba, quedaron intactos–, la Operación Hidra retrasó notablemente el proyecto y obligó a trasladar las investigaciones y a algunos de sus más brillantes científicos a otro lugar secreto para continuar la lucha a la desesperada.

Laboratorios bajo tierra

Los bombardeos aliados contra Hamburgo, o las fábricas de cojinetes de Schweinfurt y las de Peenemünde citadas, obligaron a trasladar los equipos de investigación hasta Nordhausen, en Turingia, en el interior de las montañas Hartz, donde la empresas Mittelwerk GmbH se dedicaría a fabricar y montar las bombas voladoras V-1 y los cohetes V-2, así como motores de propulsión para los aviones Messerschmitt 262 –el primer avión de combate a reacción del mundo en estar en servicio– y otros modelos vanguardistas.

Me-262 (USAF, Wikipedia)

Las nuevas instalaciones fueron situadas una caverna de 23 metros de altitud, construida ex profeso para aquella tarea. Los presos del campo de concentración cercano de Mittelbau-Dora, que hoy permanece en pie como museo del horror, fueron trasladados hasta su interior y utilizados como mano de obra esclava. Llegaron a trabajar allí hasta 20.000 hombres en régimen de esclavitud. En la impresionante instalación secreta de Nordhausen se fabricaron más de 30.000 proyectiles V-1, de los cuales al menos una quinta parte cayó sobre Londres.

Hasta finales del verano de 1944, la fábrica consiguió permanecer oculta a los aliados gracias a que todas las entradas y conductos de ventilación estaban eficazmente camuflados y los misiles, una vez fabricados, eran cargados en grandes camiones o en vagones de tren dentro de los mismos túneles, de donde partían las vías hacia la red ferroviaria alemana hasta llegar a las bases de lanzamiento, situadas cerca del Canal de la Mancha. En diciembre de 1944, la fábrica subterránea había producido un total de 1.500 V-1 y 850 V-2, por lo que comenzaron a ampliar su superficie excavando nuevos túneles, uno de ellos destinado a una fábrica de oxígeno –necesario porque era uno de los combustibles empleados por los V-2–, una nueva fábrica de motores de avión y una refinería para producir petróleo sintético.

Cuando la derrota era inevitable, se habían lanzado sobre Londres unos 1.403 misiles que acabaron con la vida de 2.754 personas y causaron 6.532 heridos y también sobre otros objetivos, como Amberes, donde cayeron 1.214 misiles. De haber contado con más tiempo, el V-2, unido a otros diseños y armas «milagrosas» nazis, habrían sin duda influido de forma decisiva en el desenlace de la guerra. El 11 de abril de 1945, las tropas norteamericanas llegaron a los túneles, liberaron a los prisioneros –que habrían muerto si se hubiera dado vía libre al plan de bombardear las cuevas con napalm, que se barajó– e inspeccionaron minuciosamente el lugar antes de dejarlo en manos de los soviéticos, haciéndose, casi con seguridad, con importantes y secretos diseños de última generación.

Campo de concentración de Mittelbau-Dora

Nordhausen no sería el único refugio subterráneo donde los nazis llevarían adelante sus proyectos técnicos y sus «armas milagrosas». En diciembre de 2014 saltaba a los medios una sorprendente noticia: «Desentierran el laboratorio nuclear de Hitler», titulaba el rotativo español El Mundo, que se hacía eco de las investigaciones del historiador alemán Reiner Karlsh, quien decía probar la existencia de varios lugares de ensayos y laboratorios nucleares, pruebas que se habrían realizado el 3 de marzo de 1945 a las 21.20 horas y en octubre de 1944. La CIA parece que también poseía información de un espía que señaló que existían varios campos de tiro e identificó la entrada a una compleja red de túneles.

Túneles que cuya existencia fue corroborada por excavaciones en una zona bastante inaccesible de la población de St. Georgen an der Gusen, que formaba parte de Alemania durante el Tercer Reich y hoy es territorio austriaco, según hacía público en el semanario Der Standard el periodista Markus Rohrhofer. Una zona que despertó la curiosidad al detectarse niveles de radiactividad excesiva y aparentemente inexplicable.

Entonces, el documentalista Andreas Sulzer, al frente de la investigación, señalaba que en base a exploraciones geoeléctricas parece que las instalaciones fueron edificadas aprovechando una cavidad de la montaña rocosa: una extensión total de más de 75 hectáreas cuyos accesos estaban sellados y rodeados de muros de granito de gran espesor; las investigaciones sobre el terreno han dividido a los expertos: algunos creen que allí ser realizaron pruebas nucleares, laboratorios que estaban conectados con el campo de concentración de Mauthausen-Gusen y la fábrica subterránea B8 Bergkristall –donde se fabricaba el Messerschmitt Me 262, mientras que otras corriente mantiene que los nazis nunca llegaron a ser capaces de construir un reactor nuclear, ni tampoco sabían cómo calcular la masa crítica de una bomba, según se determinó en las denominadas «conversaciones de Farm Hall» en 1945 tras los interrogatorios a varios científicos atómicos alemanes.

B8 Bergkristall

Y poco antes de dar forma a este reportaje, se hacía pública en Alemania la investigación del historiador Rainer Karlsch sobre unas galerías inexploradas de un búnker en Brandemburgo que pudo haber sido utilizado con fines bélicos. Aunque el polémico estudioso ya había «patinado» al sostener que los físicos nucleares habían logrado construir tres bombas nucleares, lo cierto es que las mediciones geomagnéticas parecen ahora darle la razón.

La historia cuenta que en el pequeño pueblo de Genshagen, junto a Ludwigsfelde, existían unas instalaciones de Daimler-Benz, concretamente una planta de fabricación de motores de avión. A comienzos de los años 40, en medio de la contienda, cuadrillas de trabajadores construyeron cerca de allí un complejo subterráneo que serviría de refugio antiaéreo durante los bombardeos. Pero parece que había algo más… En abril, con el avance del Ejército Rojo, un comando de las SS decidió volar los cinco accesos al búnker, «un despliegue excesivo» en palabras de Karlsch, que baraja que allí se ocultaran documentos secretos y también que al mismo fueron trasladados los materiales y proyectos que hasta entonces habían estado escondido en el espectacular castillo de Hakeburg, a unos 15 kilómetros de distancia.

El propietario de aquella antigua mansión señorial era Wilhelm Ohnesorge, ministro de Correos del Reich desde 1937 y que convirtió en su residencia después de que Hitler, en 1938, le otorgara 250.000 marcos como regalo de bodas. Ohnesorge, uno de los más entusiastas defensores de la producción de una bomba atómica, hizo construir en la finca de Hakeburg unas instalaciones de investigación y un centro de pruebas, donde un número indeterminado de científicos parece que trabajó en la construcción de material militar, precisamente en el momento de mayor auge de las denominadas «Armas Milagrosas», en los últimos meses de la guerra.

Frank Thadeusz, siguiendo la tesis de Rainer Karlsch, apunta que en dichas instalaciones se llegaron a producir verdaderos ingenios: desde aparatos de infrarrojos para visión nocturna hasta cohetes teledirigidos. A pesar de que el ministro enseñaba personalmente al Führer los maravillosos diseños que salían de sus laboratorios secretos, a éste parece que no le entusiasmaban demasiado, llegando a comentar en su círculo íntimo: «Hasta ahí íbamos a llegar, que ahora la guerra me la tenga que ganar el ministro de Correos…».

Wilhelm Ohnesorge

Sin embargo, los aliados serían poco después testigos de los avances que se habían llevado a cabo en los laboratorios armamentísticos tutelados por Ohnesorge: llegaron a fabricarse misiles antiaéreos guiados a distancia a través de monitores de televisión, algo increíble en su tiempo. Además, sus científicos desarrollaron diminutas cámaras que podían instalarse en los cohetes y convertirlos así en bombas dotadas de visión.

En las entrañas de la tierra los nazis cobijarían sus arsenales secretos que tantas décadas después del final de la guerra aún salen, de vez en cuando, a la luz, gracias al tesón de investigadores que a día de hoy continúan desempolvando los expedientes secretos del Tercer Reich, trazando un puzle cada vez más completo de aquel tiempo de verdugos y héroes, científicos y esclavos, cuya última línea aún está por escribir.  

PARA SABER UN POCO/MUCHO MÁS:

HERRADÓN AMEAL, Óscar: Expedientes Secretos de la Segunda Guerra Mundial. Ediciones Luciérnaga, 2018.

Espías de Hitler. Las operaciones secretas más importantes y controvertidas de la Segunda Guerra Mundial. Ediciones Luciérnaga 2016.

La Orden Negra. El Ejército pagano del Tercer Reich. Edaf 2011.

PRINGLE, Heather: El Plan Maestro. Arqueología fantástica al servicio del régimen nazi. Debate, 2007.

ROMAÑA, José Miguel: Armas Secretas de Hitler. Nowtilus, 2011.

WITKOVSKI, Igor: The truth about the Wunderwaffe. RVP Press 2013.

VVAA: Armas Secretas de Hitler. Proyectos y prototipos de la Alemania nazi. Tikal, 2018.

VV.AA.: Hitler. Máquina de guerra. Ágata Editorial 1997.