Un año de la guerra de Ucrania: la reconfiguración del orden mundial

Se cumple un año desde que todos nos quedamos paralizados ante las imágenes de los telediarios, con las sirenas de la plaza de Kiev atronando porque se acercaban los primeros bombardeos rusos. El mundo temblaba como no lo hacía desde los años más duros de la Guerra Fría, quizá, desde tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Temíamos que aquella amenaza reconvertida en violencia extendiera sus tentáculos a un conflicto mundial…

Óscar Herradón ©

…finalmente, y a pesar de la ayuda militar a Ucrania, las amenazas nucleares del Kremlin, las duras sanciones, la lucha energética o incluso las matanzas indiscriminadas contra población civil que no se veían por estas latitudes desde el execrable genocidio de los Balcanes (cuando sí que dejamos abandonados a su suerte a esos otros cuasi europeos), la GUERRA, esa palabra tan terrible, se ha circunscrito por ahora a las fronteras de ese país que, en plena Europa (aunque no forme aún parte oficial de la UE), la mayoría conocíamos solo por mundiales de fútbol o escapadas turísticas casi exóticas al Este del viejo continente. Que la guerra se circunscriba a sus fronteras no quiere decir que no hayan cambiado los equilibrios geopolíticos, que ese «Occidente en paz» no esté pendiendo de un hilo o, incluso, quién sabe, como aseguran algunos analistas políticos y militares, estemos ya de lleno sumidos en la Tercera Guerra Mundial, una guerra muy distinta de la vivida hace 80 años.

Hoy sabemos situar a Ucrania en el mapa, aquí y en la Cochinchina, pero la tragedia que viven sus gentes continúa, ahora más como una reverberación que como un temor en el corazón del resto del mundo. Un escenario bélico terrible que todos sentíamos más nuestro porque estaba más cerca de nuestras fronteras, como sentimos más cerca la amenaza del Ébola cuando cruzó el Mediterráneo en septiembre de 2014 y ya no era cosa solo del continente negro, olvidado y olvidable.

Se ha hablado tanto de la guerra de Ucrania que no tiene mucho sentido arrojar más exceso informativo en un día tan señalado. Así que me limito a recuperar el post que el Pandemónium publicó a los 100 días del inicio de la invasión rusa y a recomendar varias novedades editoriales que nos recuerdan que en los conflictos internacionales, la geopolítica y la misma humanidad, no todo es blanco ni negro, sino gris oscuro (o claro, según se tercie), y que si bien Putin es un tirano imperialista que se pasa los derechos humanos y los tratados internacionales por sus partes pudendas, lo cierto es que ni los países que conforman la alianza occidental son unos «santitos», ni todo lo que nos cuentan desde la oficialidad es siempre tal cual; y por supuesto, el envío de armamento y la coraza frente a ese invasor que ya puso en jaque al mundo en varias ocasiones (principalmente bajo la batuta de Stalin, el «hombre de hierro» de la URSS que ahora homenajean en la Nueva Rusia obviando sus muchos crímenes) no es ni filantrópica ni gratuita.

Que se lo digan a la industria armamentística que, según revelaba la prensa el pasado 26 de enero de 2023, solo en Estados Unidos obtendrá 400.000 millones de dólares. No olvidemos que Ucrania centra la atención (todas esas personas que miran el móvil en los andenes del metro, que van a la última moda huyendo por una pasarela humanitaria, que lloran ante las cámaras porque su casa con todas las comodidades acaba de ser barrida por un misil o un dron de origen ¿iraní?… todas son tan parecidas a nosotros y a nuestra vida), pero que la guerra continúa en Siria, donde lleva la friolera de 12 largos y sangrientos años –y donde acaban de sufrir, junto con Turquía, una de las mayores tragedias naturales de las últimas décadas–, en Yemen … Puta guerra, y cuán poco hacemos por que termine…

Libros recomendados

Así, en fecha tan señalada, con tantas preguntas en el aire, en medio de tanto dolor, no está de más recomendar las obras del historiador británico Mark Galleotti, profesor universitario especializado en crimen organizado transnacional y en asuntos de seguridad y política rusos. Hace unos meses, Capitán Swing, ya iniciada la invasión ucraniana, publicaba dos de sus obras más emblemáticas (de las que un humilde servidor se hizo eco en su momento en las páginas de la revista Año/Cero-Enigmas).

En Una breve historia de Rusia, Galeotti utiliza el fascinante desarrollo de dicha nación para iluminar su futuro. El autor trasciende los mitos para llegar hasta el mismo corazón de la historia rusa, atravesando sus etapas fundamentales hasta la llegada de ese frío político (hoy reconvertido por la prensa internacional en el nuevo Hitler) que ahora preside el país, Vladímir Putin, y que lleva gobernándolo la friolera de casi 23 años, desde que se convirtió en presidente interino de la Federación Rusa tras la renuncia de Yeltsin y luego ganó las elecciones presidenciales el 7 de mayo de 2000, iniciando el nuevo siglo con un talante mucho más discreto, moderado y al menos en apariencia casi internacionalista –sin duda, una careta–.

Y precisamente en el volumen Tenemos que hablar de Putin –con el no poco controvertido subtítulo de Por qué Occidente se equivoca con el presidente ruso– Galeotti, una de las personas que más saben de la Rusia actual y del personaje en cuestión, analiza si es verdad todo lo que cuenta Occidente sobre el líder del Kremlin: revela al hombre detrás del mito y aborda las principales percepciones erróneas sobre Putin, que no son pocas en tiempos de infoxicación, fake news (muchas de ellas gestadas desde las mismas altas esferas moscovitas), múltiples actores en el pantanoso terreno de la geopolítica (algunos que décadas antes ni siquiera podían soñar con su posición actual) e intereses creados por opacos grupos que operan bajo diversos think tank…

A partir de ello, el historiador británico explica cómo podemos descifrar las motivaciones de Putin y sus próximos movimientos. Desde sus inicios en el KGB (en un lejano 1985 fue asignado como agente de enlace de nivel medio con la agencia de inteligencia de Alemania Oriental, trabajando de incógnito bajo el paraguas de traductor en Dresde) y su verdadera relación con Estados Unidos hasta su visión del futuro de Rusia –y del resto del planeta–, Galeotti se basa en nuevas fuentes rusas y en explosivos relatos inéditos para ofrecernos una visión sin precedentes del hombre que está en el centro de la política mundial y que desde hace ahora un año se ha convertido en el enemigo público número 1 de las «democracias».

Ya lo dijo el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, ahora planteando si da luz verde (previa autorización de la OTAN) al envío de cazas –algo que molesta especialmente a los «morados» del gobierno de coalición en la enésima controversia de la legislatura– a su homónimo ucraniano Volodimir Zelenski (ayer mismo estaba en Ucrania con él en otra de esas visitas sorpresa, más por seguridad que por protocolo, a las que tanto se están aficionando los mandatarios occidentales como forma de apoyo –¿o propaganda?– al país de la bandera azul y amarilla): no estamos inmersos en la guerra de Ucrania, sino en «la guerra de Putin».

Las Guerras de Putin (Desperta Ferro)

Y en vísperas de la conmemoración de ese fatídico «año» (365 días de trincheras, retiradas, avances, comparecencias, sanciones, llanto, dolor y muerte, mucha muerte), una editorial también muy querida del Pandemónium y que cuida con mimo la divulgación histórica, Desperta Ferro Ediciones, publicaba Las Guerras de Putin. De Chechenia a Ucrania, del mismo autor, Mark Galeotti. Una visión general de los conflictos en los que esa nueva Jezabel del Este que es Rusia se ha visto envuelta desde que aquel hermético hijo de Leningrado que llegó a decir que el colapso de la URSS fue «la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX», se convirtiese en primer ministro y más tarde en presidente. Desde las dos guerras de Chechenia (estaban muy lejos y no nos asustamos tanto) hasta la incursión militar en Georgia, su polémica intervención en la Guerra Civil siria, la anexión de Crimea (¿no habría que haberle parado ahí los pies, como a Hitler en Checoslovaquia? Quizá nos hubiésemos ahorrado sangre y lágrimas…) y la en un principio eventual (y ya larga y devastadora) invasión de la propia Ucrania.

Galeotti analiza cómo el señor Putin ha remodelado su país mediante dicha serie de intervenciones militares, examinando de forma más amplia –y realmente elocuente– la renovación del poder militar ruso y su evolución para incluir nuevas capacidades que van desde el empleo de mercenarios hasta su implacable guerra de información contra Occidente.

La aguda visión estratégica de Galeotti revela las fortalezas y debilidades de unas fuerzas armadas rusas rejuvenecidas por sus éxitos y fracasos en el campo de batlla, y los salpica de anécdotas, instantáneas personales de los conflictos y una extraordinaria colección de testimonios de primera mano de oficiales rusos, tanto en activo como retirados. No había un momento mejor para entender cómo y por qué Putin ha hecho todo esto ni un autor más adecuado que este para desmitificar las capacidades militares rusas y tratar de entrever qué nos puede deparar el futuro, un futuro incierto sin duda (no lo olvidemos, el futuro no existe, y cualquier conjetura sobre el mismo no deja de ser un ejercicio profético, por lo tanto, no científico), y realmente inquietante.

He aquí el enlace para adquirir este libro tan recomendable a un año de que sonaran las primeras sirenas, y el mundo (in)civilizado se paralizara de punta a punta:

Los Hombres de Putin (Península)

Y para entender el pasado como espía de Putin y cómo los servicios secretos de la antigua URSS influyeron en la configuración de la actual Federación Rusa, lo mejor es sumergirnos en las absorbentes páginas de Los Hombres de Putin. Cómo el KGB se apoderó de Rusia y se enfrentó a Occidente, que Península publicó hace apenas unos meses. Es obra de la periodista (y corresponsal de investigación para Reuters en Moscú) Catherine Bolton, quien también fuera corresponsal en la capital rusa para el Financial Times de 2007 a 2013.

Tras este monumental ensayo de casi 1.000 páginas (que se leen como se devoran las de una buena y fluida novela) existe una loable labor de investigación a través de entrevistas exclusivas con personas implicadas en los hechos que revelan la historia inédita de cómo Vladímir Putin y su círculo más estrecho, formado en su mayor parte por miembros del KGB, como reza el subtítulo, se aprovecharon de Rusia e instauraron una nueva liga de oligarcas cuya influencia se extendió por Occidente y que han sido los principales objetivos de las sanciones impuestas por la Unión Europea y la OTAN tras la cruenta invasión y posterior guerra de Ucrania.

Con la maestría de una periodista curtida en los escenarios de los hechos durante décadas, Belton da cuenta al lector de cómo Putin llevó a cabo su implacable conquista de las empresas privadas para posteriormente repartirlas entre sus aliados, quienes poco a poco fueron extendiendo sus posesiones por Europa y EE.UU.

Un portentoso ejemplo de periodismo de investigación sobre cómo el temido KGB aprovechó el caos originado tras la caída de la Unión Soviética para hacerse con el control del gigantesco país, borrando los límites entre el crimen organizado y el poder político y silenciando a la oposición, de Anna Politkóvskaya, asesinada a sangre fría en su domicilio en 2006, a Alekséi Navalny, en prisión en Rusia y cuya historia de resiliencia y tesón ha merecido el Oscar al Mejor Documental hace unos días. 

* Todas las imágenes de este post, salvo las portadas de los libros reseñados, son de Wikimedia Commons (Free License)

Tito (Cult Books)

Y si los seguidores del Pandemónium quieren penetrar también en la biografía de una de las personalidades más controvertidas y carismáticas de aquellos tiempos de la extinta URSS que tanto añora Putin, nada mejor que sumergirse en las páginas de Tito, de Jasper Ridley, biografía publicada recientemente por Cult Books, editorial habitual en nuestro blog.

Desde la destrucción de Yugoslavia, la figura de Josip Broz Tito, que gobernó el país bajo un régimen dictatorial durante treinta y cinco años (desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945 hasta 1980), ha suscitado sentimientos encontrados, despertando tanto admiración entre sus muchos seguidores como odio entre sus detractores y aquellos que padecieron la represión del régimen comunista que implementó en aquel territorio desmembrado en los años 90 y donde todavía hoy se palpan el resentimiento y la venganza.

Destruido el Tercer Reich, cada vez parecía más probable que Yugoslavia quedase absorbida por la Unión Soviética con sus otros países satélites, en una extensión del viejo continente que todavía hoy corta el aliento (y, claro, añoran muchos rusos nostálgicos como el propio rey del Kremlin). Pero el genio militar y diplomático de Tito logró evitar esta circunstancia, cubriendo con un manto de protector la heterogénea colección de grupos étnicos y religiosos –la mayoría hostiles– que formaba el territorio yugoslavo.

Mientras vivió, Tito logró mantener al heterogéneo país unido y conservar su independencia y neutralidad en la lucha entre superpoderes rivales. El distinguido historiador y biógrafo inglés Jasper Ridley (1920-2004) se encargó de realizar una de las más documentadas biografías del mandatario. El autor viajó a Croacia y a Serbia, donde, gracias a sus amistades personales, pudo conversar en el presidente Franjo Tudjman, con Zarko y Misa Broz –nada menos que los hijos de Tito– y otros miembros de la familia, así como con sus generales, ministros, embajadores y secretarios para traernos de primera mano la epopeya de aquel veterano de la Segunda Guerra Mundial que luchó con los partisanos frente a las fuerzas de ocupación del Eje y que, héroe de guerra para muchos, es también considerado responsable de muchas decenas de miles de muertes de anticomunistas, en su mayoría croatas de la Ustacha (organización terrorista nacionalista croata basada en el racismo religiosos, cuyos miembros fueron aliados del Tercer Reich y que fue formada en 1929 por el ultracatólico Ante Pavelic) en la masacre de Bleiburg, y serbios chetniks.

Ridley también se entrevistó con Milovan Djilas –el camarada de Tito que acabaría por convertirse en su adversario– y con varios de sus rivales políticos. El resultado es una obra ampliamente documentada, con información jamás publicada hasta el momento del lanzamiento del libro, de ritmo endiablado para un ensayo historiográfico, que no solo revela los logros políticos del dictador sino que también pone de relieve la carismática personalidad de este conflictivo hombre que fascinó a todos los que le conocieron. Además, el autor ofrecía un panorama clarificador sobre los orígenes y la historia de este territorio del Este de Europa desgarrado durante siglos por las diferencias étnicas, políticas, culturales y religiosas cuyo drama cobra renovada vitalidad en medio de la devastadora guerra de Ucrania.

Los últimos cien días

Hace más de tres meses el mundo que conocíamos cambió por completo. La invasión rusa de Ucrania, bautizada por el Kremlin eufemísticamente como «Operación Militar Especial», reconfiguraba el escenario geoestratégico desde finales de la Guerra Fría y daba inicio a una etapa de incertidumbre. Mientras, una nación se desangra y los sueños de millones de personas se han quebrado, generando la mayor crisis de refugiados en el viejo continente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Como es lógico, el interés del público por los temas políticos y por el pasado, presente e incierto futuro de Ucrania y su invasor, la Federación Rusa, ha multiplicado la publicación de libros relacionados con el tema. 100 días de estupor que es casi seguro, desgraciadamente, que serán muchos más.

Óscar Herradón

Cojo prestado un título emblemático del historiador estadounidense ganador del Pulitzer John Toland para recordar el centenar de días que Ucrania y el Este de Europa viven sumidos en la guerra (para ser justos, 103). Una cifra escalofriante que nadie hubiese podido predecir. El título del citado ensayo de Toland aludía a los 100 días previos a la derrota de los ejércitos de Hitler, tras haber conquistado media Europa y no pocos territorios de ultramar. No es casual: como escuchamos, atónitos, desde hace más de tres meses, no se había producido una situación similar en el viejo continente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Ni siquiera en los tiempos oscuros de las guerras de los Balcanes, que sacudieron la infancia de los que ya estamos en los 40; todavía recuerdo a los tres chicos bosnios que vinieron a mi colegio, el Ortega y Gassett, en Zarzaquemada, Leganés, dejando atrás a sus familias, amigos y sueños para empezar una nueva vida incierta en un país que no sabían ni situar en el mapa por entonces, desconociendo su lengua y sus costumbres. Siempre es mejor eso que perder la vida, claro. Ellos, frente a muchos de sus compatriotas, fueron privilegiados.

El éxodo masivo de población ucraniana (hasta ahora se calculan 14 millones de desplazados, aunque muchos han decidido regresar a su golpeada patria en un gesto de arrojo sin precedentes), la vulneración de los derechos humanos (torturas, ejecuciones, fosas comunes, bombardeos sobre población civil…) o ciudades literalmente arrasadas, irreconocibles si las comparamos con la estampa de apenas un año atrás, rememoran la destrucción de aquellos tiempos totalitarios. Tiempos en los que un señor quiso expandir el espacio vital de Alemania a costa de sus vecinos y hoy otro señor, trajeado y aparentemente más pausado, Vladimir Putin, asegurando que sus fronteras están en peligro por culpa de la expansión de la OTAN y las pretensiones pro-occidentales de Ucrania, ha decidido protegerlas vulnerando las fronteras del otro.

Tenían ya un importante precedente con la invasión de Crimea en 2014, momento que evoca, nuevamente, los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial, cuando, tras la invasión de los Sudetes, entonces en territorio checoslovaco, la comunidad internacional apenas se inmutó, a pesar de las advertencias de algunos personajes que después serían fundamentales, como Winston Churchill. No olvidemos tampoco que los nazis, para justificar la invasión de Polonia que daría inicio a la contienda, acusaron a los polacos de violentar primero territorio germano.

Batalla de Kiev (1943)

Encoge el alma ver a supervivientes de aquella contienda que desangró Europa, octogenarios y nonagenarios ya, teniendo que dejar atrás sus casas y sus vidas por culpa, nuevamente, de la intolerancia, los intereses creados y la ambición sin filtro de los gobernantes. Y muchos de los que parten sin rumbo tienen padres o abuelos que lucharon codo con codo con los mismos que ahora les atacan, entonces el Ejército Rojo, hoy las tropas rusas al servicio de un iluminado –en el mal sentido–. 

Una guerra mucho más larga

Una guerra que, sin embargo, hinca sus raíces unos cuantos años atrás, y se cobró la vida de miles de ucranianos y prorrusos que cayeron sin que el resto de Occidente, hoy preñado de homenajes, frases grandilocuentes y colaboraciones «altruistas», sin duda asustado por lo que pueda pasar si esa lucha se extiende (y por humanidad, por supuesto), siquiera se inmutara. Qué leches, si ni siquiera lo sabíamos los ciudadanos de a pie. Un pequeño rótulo en los telediarios el día que había una masacre… pero esas regiones hoy tan familiares como un primo hermano (Lugansk, Mariúpol, Kramatorsk, Severodonetsk…) sonaban muy lejos, estando en realidad tan cerca.

El pasado viernes 3 de junio se cumplieron 100 días de la invasión rusa de Ucrania, lo que para el Kremlin era y sigue siendo una «operación militar especial» (así el señor Putin se ahorra obligar a la población a alistarse, lo que bajaría su popularidad, algo obligado en términos militares si se declara oficialmente una conflagración), 100 días en los que han pasado muchas cosas. Se han perdido muchas vidas en el camino (muchas de inocentes, y no solo en el bando ucraniano), el aspecto de todo un país ha cambiado de habitable a tétrico (algunas ciudades parecen salidas de una película post-apocalíptica, eso hace la guerra) y nos hemos acostumbrado a los discursos propagandísticos de Volodimir Zelensky en los parlamentos de medio mundo, pidiendo una y otra vez su entrada en la OTAN, ese organismo aliado a cuya adhesión cumplimos el otro día 40 años, con voces a favor y no pocas en contra, y también en la Unión Europea, a una velocidad de vértigo que no entra en los estándares de inclusión de nuevos miembros.

Un cambio de paradigma

Putin

El escalofrío recorrió medio mundo cuando el pasado 21 de febrero de 2022 el señor Putin, desde su despacho, declaraba la independencia de las regiones prorrusas de Ucrania. Todos sabíamos que aquello solo era el comienzo del desastre. Ya lo había advertido el Pentágono, que parecía tener fuentes de información muy fiables cuando hizo público que la supuesta retirada de los tanques rusos no era sino una operación de engaño. Muchos pensábamos que EEUU ya estaba nuevamente malmetiendo y ofreciendo desinformación para arrojar basura en el escenario geopolítico. No era el caso. Y a pesar de las muchas sombras que envuelven a la OTAN, y de las dudas que a cualquiera puede generarle el hecho de si los mandatarios occidentales nos están contando toda la verdad (probablemente no), la invasión rusa de Ucrania (sea, como reza el Kremlin, para acabar los neonazis que gobiernan las zonas prorrusas o sea por lo que sea) no tiene ni justificación ni perdón.

Del escalofrío pasamos a la paralización cuando las sirenas antiaéreas resonaban en el corazón de Kiev, con la plaza irónicamente llamada de la Independencia y su monumento homónimo, un ángel erguido hacia el cielo como un centinela, miraba a las cámaras de todo el planeta. Luego, las imágenes de la desbandada, el exilio forzoso, las estaciones de tren abarrotadas, y los misiles que comenzaron a caer… 100 días de guerra que no deberían haber sucedido en estos tiempos de «evolución» y comodidad a las puertas del primer mundo.

Zelensky

Pero ha sucedido, y no queda sino intentar por todos los medios frenar esta injusticia, injusticia que se extiende también a los soldados rusos que mueren por una causa no demasiado clara, los millones de ciudadanos rusos reconvertidos en parias por la comunidad internacional que se están quedando sin ingresos y sin trabajo y los muertos también del bando prorruso que han denunciado hace tiempo, también, crímenes de guerra. Y un pueblo entero al que se le han cortado sus sueños y sus proyectos de vida, no así su determinación y su esperanza por vivir libres en el futuro.

A continuación, en «Dentro del Pandemónium», recordamos los hechos más significativos (al menos algunos, pues el tiempo nunca para y han sido millares de horas, de este tiempo de vergüenza) de la guerra de Ucrania, la mal llamada «operación militar especial» del Kremlin.

21 de febrero: Vladimir Putin firma decretos que reconocen la independencia de la República Popular de Donetsk y la República Popular de Luhansk, en la región ucraniana del Donbás, en una ceremonia transmitida por la televisión estatal rusa donde el presidente arremetió contra EEUU y la OTAN.

Chernóbil (1986)

24 de febrero: Putin anuncia el inicio de una «Operación Militar Especial» en el país vecino. Poco después, tropas rusas cruzan la frontera e invaden Ucrania, y se informa de bombardeos en las principales ciudades del país, incluyendo Kiev (donde las sirenas antiaéreas no paran de sonar) y Járkov, mientras la planta nuclear de Chernóbil es capturada por los rusos. A su vez, el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, todo un símbolo de resistencia y hoy uno de los hombres más mediáticos del mundo, ordena una movilización general «con el fin de garantizar la defensa del Estado, mantener la preparación para el combate y la movilización de las Fuerzas Armadas de Ucrania y otras fuerzas militares», entre ellas el batallón Azov, formando por militares de ideología neonazi, una fuente de reserva de las Fuerzas Armadas de Ucrania bajo jurisdicción del Ministerio del Interior del país.

Azov

25 de febrero: mientras las tropas rusas avanzan desde el norte, el este y el sur hacia las principales ciudades, encontrando una inesperada resistencia de los ucranianos, la comunidad internacional anuncia nuevas sanciones a los sectores financieros, energéticos y de transporte rusos.

27 de febrero: Putin ordena que las fuerzas disuasorias de la Federación Rusa, que incluyen modernas armas nucleares, entren en su máximo estado de alerta. El mundo tiembla ante la posibilidad de una guerra atómica, un temor que no asomaba desde tiempos de la Guerra Fría.

28 de febrero: mientras las conversaciones diplomáticas entre las delegaciones rusa y ucraniana fracasan, Zelensky pide a la Unión Europea que «admita urgentemente a Ucrania» entre los países miembros.

2 de marzo: soldados rusos toman la ciudad ucraniana de Jersón y los telediarios comienzan a emitir imágenes de cuerpos en las calles y los letales efectos de los bombardeos sobre ciudades poco antes completamente europeizadas, que recuerdan mucho a las nuestras.

Central nuclear de Zaporiyia

3 de marzo: mientras se desata el caos y el pánico entre los residentes de Jersón, que intentan conseguir a toda costa bienes de primera necesidad, y Mariúpol se encuentra rodeada por las fuerzas rusas, se produce un incendio en instalaciones dentro de la planta nuclear de Zaporiyia, la más grande de Ucrania. Europa tiembla al pensar que pueda reproducirse la catástrofe de Chernóbil, y a escala mucho mayor.

8 de marzo: el jefe de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), Filippo Grandi, afirma que la salida de refugiados de Ucrania ya alcanza los dos millones de personas. Y mientras Zelensky apela a todos los ciudadanos del planeta, acusa a los «líderes mundiales de no poner todo su empeño» a favor de Ucrania y que dicha inacción equivale a un «genocidio», término que empleará habitualmente para referirse a las acciones ordenadas por el Kremlin. Ese mismo día, el presidente estadounidense, Joe Biden, anuncia que EEUU prohibirá las importaciones de petróleo, gas natural y carbón de Rusia como respuesta a la invasión.

9 de marzo: a pesar de haberse acordado con Moscú un alto el fuego para permitir la salida de civiles a través de corredores humanitarios, las fuerzas rusas bombardearon un hospital materno-infantil en Mariúpol.

13 de marzo: Rusia ataca con misiles una base militar cerca de Leópolis, ciudad próxima a la frontera polaca, lo que provocó una airada reacción de la OTAN. Mueren 35 personas y el periodista estadounidense Brent Renaud es asesinado por soldados rusos, siendo el primer profesional de la comunicación extranjero en caer en el conflicto.

14 de marzo: el gobierno de Ucrania asegura que en la ciudad sitiada de Mariúpol han muerto más de 2.500 personas y que el resto no tiene ni electricidad, ni agua, ni calefacción.

25 de marzo: según fuentes de la ONU, más de 3,6 millones de personas han huido desde que comenzó la invasión, mientras Biden viaja a Polonia para poner de relieve la crisis de los refugiados y poner de manifiesto su apoyo a Kiev.

27 de marzo: Ucrania recupera varias localidades en poder de los rusos en varios contraataques y muestra una respuesta y determinación feroces.

28 de marzo: Zelensky afirma que está dispuesto a aceptar un estatus neutral como parte de un acuerdo de paz con Rusia, pero puntualiza que deberá ser sometido a referéndum ante el pueblo ucraniano. La comunidad internacional piensa que las cosas pueden cambiar, pero la guerra se recrudece.

3 de abril: el mundo asiste horrorizado a la matanza de Bucha, al noreste de la capital, con cuerpos de civiles esparcidos por las calles tras ser ejecutados, mientras reporteros de la CNN descubren una fosa común.

7 de abril: en otra de sus habituales comparecencias, Zelensky informa de que la situación en Borodianka, un suburbio de Kiev, es «mucho más aterradora» que en Bucha tras la retirada de las tropas rusas.

8 de abril: un ataque con misiles rusos en una estación de tren en Kramatorsk mata a más de 50 civiles que pretendían huir del país, aunque hubo controversia sobre si realmente los proyectiles (uno de ellos llevaba escrito en letras rojas el hermético mensaje «Por los niños»), fueron lanzados por el ejército de la Federación rusa. Ambos países se acusaron mútuamente del ataque.

11 de abril: mientras tropas rusas se retiran del norte dejando numerosas zonas minadas (acto que Zelensky tilda de «crimen de guerra»), un fiscal ucraniano afirma que están investigando 5.800 casos de presuntos «crímenes de guerra».

Moskvá

14 de abril: el buque de guerra ruso Moskvá, símbolo del poderío militar ruso, se hunde tras sufrir un incendio. Los ucranianos afirman haberlo neutralizado y el Kremlin que todo se debe a un accidente.

Imágenes por satélite de las fosas comunes en Mariúpol

22 de abril: las autoridades ucranianas afirman haber identificado nuevas fosas comunes de grandes dimensiones en las afueras de la ciudad asediada de Mariúpol, informaciones que confirman imágenes por satélite. Mientras, un alto mando militar ruso afirma que el objetivo de la «operación especial» ordenada por Moscú es tomar el «control total» de la región del Donbás y de todo el sur de Ucrania.

24 de abril: el secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, anuncia a Volodymir Zelensky que los diplomáticos estadounidenses volverán s Ucrania. Mientras, el asesor ucraniano del presidente, Mykhailo Podolyak, hace público que las tropas rusas están «atacando continuamente» la planta siderúrgica de Azovstal, en Mariúpol, donde se refugian miles de civiles y están atrincherados los miembros del Batallón Azov.

1 de mayo: se permite la evacuación de civiles de la planta de acero de Azovstal.

9 de mayo: el esperado Día de la Victoria que conmemora la derrota del nazismo en la Gran Guerra Patriótica (como se conoce a la Segunda Guerra Mundial en la Unión Soviética), sirve para que Putin, en un baño de multitudes y haciendo alarde de fortaleza militar, reitere su acusación de que Occidente no le dejó más remedio que invadir Ucrania. Mientras, la Casa Blanca afirma que las acusaciones del presidente ruso sobre las agresiones de la OTAN son «evidentemente falsas y absurdas».

12 de mayo: Finlandia, que comparte 1.200 kilómetros de frontera con la Federación Rusa, anuncia su intención de unirse a la OTAN. El Kremlin lo tilda de amenaza para su país.

13 de mayo: la contraofensiva ucraniana sigue sumando éxitos y Zelensky asegura que han retomado seis asentamientos desde el viernes pasado y 1.015 en total desde el comienzo de la invasión. Todos los expertos afirman que estamos ante una guerra larga.

16 de mayo: cientos de personas son evacuadas de la planta siderúrgica de Mariúpol, donde se hacinaban en condiciones inhumanas.

18 de mayo: el soldado ruso Vadim Shishimarin, acusado de matar a un civil desarmado en Bucha (un inocente sobre una bicicleta cuyo cuerpo inerte pudimos ver en imágenes de los telediarios de todo el mundo), se declara culpable en un juicio en Kiev donde es acusado de crímenes de guerra.

20 de mayo: Moscú afirma que los últimos combatientes ucranianos de Azovstal se han rendido. El Kremlin los considera prisioneros de guerra y se anuncia que algunos miembros del batallón Azov serán condenados a muerte.

2 de junio: tras casi 100 días de guerra, el presidente Zelensky afirma que alrededor del 20% de Ucrania está ahora bajo control ruso, y que la región del Donbás está «casi completamente destruida». 103 días después, Kiev vuelve a ser objeto de bombardeos por las fuerzas militares rusas.

*Todas las imágenes son de Wikipedia, de libre uso (Licencia Creative Commons).

PARA SABER MUCHO MÁS:

Recientemente La Esfera de los Libros ha publicado un completo ensayo que ayuda al lector, de forma concisa y amena, a comprender cómo hemos llegado a este complejo tablero geopolítico. En Ucrania. El camino hacia la guerra, el antropólogo y analista de política internacional Alejandro López Canorea analiza con precisión y claridad el camino recorrido por Rusia, Ucrania y el mismo Occidente (con la OTAN y la Unión Europea como principales organismos supranacionales) hasta el estallido de la contienda, que tuvo lugar el 24 de febrero de este 2022 pero que hunde sus raíces unos cuantos años atrás.

Así, comprenderemos qué se ha puesto en juego en el tablero internacional en los últimos meses (mucho más de lo que cualquiera pueda imaginar, y da escalofríos), por qué no se solucionó a tiempo y, sobre todo, las consecuencias que causarán en la nueva geopolítica mundial y que repercutirán en todos los ámbitos de nuestras vidas (de hecho, ya lo están haciendo: subida de los precios de los combustibles y los bienes de primera necesidad, alta inflación y subida de los tipos de interés, crisis alimentaria mundial por la escasez de cereal…), todo muy sombrío.

Una obra fundamental para comprender nuestro presente y prepararnos para el futuro inmediato, bastante gris, de la mano de uno de los responsables del medio de comunicación digital Descifrando la Guerra, un referente de la divulgación fundado en 2017 dedicado al seguimiento y análisis de la política internacional.

He aquí el enlace para adquirir esta obra:

Una historia de Rus

Todo un descubrimiento. La editorial La Huerta Grande lanzó recientemente Una historia de Rus. Crónica de la guerra en el Este de Ucrania, de Argemino Barro (que en la misma editorial ya publicó El candidato y la furia: crónica de la victoria de Trump), un libro que ayudará al lector a comprender los orígenes del conflicto entre la Federación Rusa y Ucrania, que hunde sus raíces muchas décadas atrás, antes incluso de la Guerra Fría, y analiza los años de guerra en la zona del Donbás que causaron múltiples destrozos y miles de muertos y que desembocarían en la actual guerra.

En este ensayo de vertiginoso ritmo y afilada prosa, Barro intercala el reportaje de actualidad con las rebeliones cosacas, la Segunda Guerra Mundial y la hambruna provocada por Stalin (el escalofriante Holodomor), dibujando con precisión la silueta político-militar de un territorio marcado por los conflictos históricos y centro neurálgico ahora mismo de la geopolítica internacional.

He aquí el enlace para adquirir este ensayo en la página de la editorial:

Richarg Sorge: un espía impecable (IV)

Fue uno de los grandes agentes de inteligencia del siglo XX, y sin embargo es un gran desconocido en Occidente. De origen alemán, trabajó para los rusos en Japón, donde obtuvo una relevante y delicada información vital para el esfuerzo de guerra aliado, aunque el país del sol naciente sería también su tumba. Ahora, la editorial Crítica publica un ensayo que devuelve al personaje a su justo lugar en la historia contemporánea.

Óscar Herradón ©

Durante ocho largos años, el círculo Sorge operará con impunidad, con una excepción: los especialistas nipones en comunicaciones interceptan en una ocasión varios mensajes de radio, pero no pueden identificar la fuente. No disponen de la tecnología que tienen los técnicos del Abwehr o los agentes del MI5. No obstante, el cerco se va estrechando y la organización corre cada vez más riesgos, peligro que aumenta exponencialmente con el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Cuando en 1939 se intensifican las relaciones entre la Alemania nazi y el Japón imperial, Sorge informa a sus superiores en Moscú que lo primero que están considerando es la guerra con Gran Bretaña, y no con la URSS, pero Stalin hace oídos sordos a sus agentes en relación a Reino Unido, representante para éste del imperialismo y el capitalismo más abyectos. Dichos informes influirían en la decisión de postergar la guerra con el Tercer Reich, lo que a la larga costaría millones de muertos a la URSS. Será entonces cuando los rusos firmen el Pacto de No Agresión con Berlín, en agosto de ese año, que supondrá una afrenta al comunismo internacional y que logrará tan sólo retrasar la guerra, durante veintiún largos meses.

En mayo de 1941, Sorge visitará una vez más Shanghái para estudiar la actitud hacia la mediación norteamericana de las autoridades japonesas en China. El embajador alemán le ruega, una vez más, que le informe, ya que él no puede analizar los pormenores de tan delicado asunto desde Tokio. Por insólito que pueda parecer, Sorge viaja como mensajero de la Embajada alemana con pase diplomático otorgado por el ministerio de Asunto Exteriores japonés, para llevar despachos al mismo cónsul alemán en Shanghái. Ello demuestra su genialidad como espía y la fuerza de su tapadera. El enviado de Moscú ha logrado colocarse en una posición envidiable y asegura al Centro que las conversaciones americano-japonesas fracasarán. Ocho meses después se producirá el ataque de Pearl Harbor, un episodio que provocará la entrada en la guerra de los Estados Unidos de parte de los aliados.

Mayday Mayday: se avecina la Operación Barbarroja

Desde abril de 1941, Sorge tiene la absoluta certeza de que Berlín ya ha decidido la fecha del ataque hacia el Este: a la Unión Soviética. Informará presto que de 170 a 190 Divisiones han sido concentradas en el frente oriental europeo. En mayo sabe la fecha exacta de la invasión, que será bautizada por los nazis como «Operación Barbarroja»: 22 de junio de 1941. Sin embargo, Moscú no parece creerle a pesar de que llegan informaciones procedentes de más fuentes: Leopold Trepper y su Orquesta Roja y los estadounidenses. Stalin desconfía de la información proveniente de Tokio, cree que la inminente invasión es una operación de desinformación de los británicos. El hombre de hierro al frente del comunismo internacional yerra en su pronóstico y continúa obcecado frente al Imperio de Su Majestad. No tardará en tener que aliarse con sus odiados ingleses para combatir el avance inmisericorde de la cruz gamada.

Aquello será un golpe tremendo para Sorge, que se siente traicionado por sus jefes de Moscú. La que acabaría por ser su amante, Hanako, confesó lo siguiente cuando el espía supo la reacción del Kremlin: «Solo una vez le vi perder el control, y fue cuando el ataque alemán a la Unión Soviética. ¡Aquel día se puso a llorar como un niño!». Las revelaciones y los reiterados mensajes de la inminente invasión constituyeron la culminación de la obra del «grupo Sorge». Matas apunta que: «Nunca en la historia del espionaje se habían conseguido revelaciones tan sensacionales». Sorge dio el día exacto de la invasión, el 22 de junio, mensaje que se envió por radio desde el domicilio de Klausen en una fecha tan temprana como el 15 de mayo. De nuevo el silencio de sus superiores.

El Pacto Ribbentrop-Mólotov. El día de la infamia (Source: Wikipedia)

Al producirse finalmente la invasión del Este de Europa, Alemania presionó a Japón para que se sumase al ataque, pero la Marina nipona estaba más interesada en el Sur que en Siberia, algo que ya había deducido con exactitud Sorge: gracias a sus informes, los soviéticos pudieron trasladar tropas apostadas en el Este, en el lago Baikal, a Occidente. Ahora sí escuchaban sus «vaticinios», que no tenían nada de sobrenatural, sino que se basaban en datos, como buen materialista histórico. Sin duda, algunas de sus filtraciones lo convierten, si no en el único, sí en uno de los «espías del siglo XX».

En agosto de 1941, Tokio espera la derrota de Stalin y la caída de Moscú en poder de los alemanes. Berlín se lo asegura a sus embajadas: «El domingo entramos en Moscú». Aquello jamás sucederá: la heroica resistencia soviética echará por tierra los planes de conquista de Hitler y desanima a su vez al Estado Mayor japonés. Sorge informa al Cuarto Buró de que la resistencia rusa desalienta a Tokio. En diciembre podrá afirmarse que la capital soviética ya no corre peligro. El gran revés del Estado Mayor alemán, el OKW, que ve lejanos los días en los que la Blitzkrieg conquistaba terreno cual una apisonadora.

Por aquel entonces Richard Sorge ha demostrado ser una pieza de incalculable valor para los Servicios de Inteligencia soviéticos. Es, sin duda, uno de los mejores agentes que informan a Moscú. Sin embargo, pronto el cerco se estrechará en torno a él. Pero a pesar de la presión de aquel trabajo en la clandestinidad, hubo tiempo para el amor. Para Sorge siempre lo había: en octubre de 1935, durante una fiesta que organizó por su cuarenta cumpleaños, conoció a una joven de nombre Miyake Hanako, que acabaría por ser su amante –y viviría con él durante cinco años en casa del espía, en el número 30 de Nagasaka-cho, Azabu, en Tokio, una casita de estilo japonés donde el espía dormía sobre un colchón puesto en las esteras del suelo y con la cabeza apoyada en una almohadilla dura, al estilo japonés. Hanako permaneció allí hasta poco antes de su detención, en octubre de 1941.

Cerco a la Red Sorge

Richard Sorge mantenía grandes medidas de seguridad con respecto al blindaje de su organización para que no hubiera filtraciones. No daba a sus colaboradores muchas explicaciones y evitaba que sus miembros mantuvieran entre sí muchos contactos. Deakin y Storry señalan en su libro que «Klausen, como radiooperador y tesorero, conocía los apodos y los nombres cifrados de cada miembro, pero hasta los últimos días de la existencia del círculo no supo de la identidad verdadera de Ozaki y únicamente se enteró del nombre de Miyagi después de ser detenido. Ozaki se reunió con Klausen una sola vez, desconociendo su nombre. Nunca conoció a Vukelic».

Todas aquellas medidas no sirvieron para evitar que la red fuera desarticulada finalmente por los japoneses. El gran peligro radicaba en el registro, más o menos casual, de algún coche o domicilio, y el descubrimiento por parte de la policía de informes secretos. En este sentido, era Klausen el que corría un mayor peligro, pues tenía que viajar mucho en su coche, trasladando el transmisor dentro de un saco, para enviar mensajes desde un piso franco u otro. Éste era un auténtico maestro de la técnica de la retransmisión. La estación clandestina de Tokio, a manos de Klausen, cumplía una misión decisiva.

Konoe

Cuando Sorge podía sacar de la Embajada alemana los documentos que debían fotografiar, se los pasaba a Vukelic para que los filmara. En caso contrario, era el propio espía quien se encargaba de dicha operación dentro de los muros del edificio oficial. Las noticias que Ozaki recogía de los círculos gubernamentales del príncipe Fumimaro Konoe, a la sazón primer ministro, se los transmitía de forma oral a Sorge, que redactaba poco después un informe que entregaba a su vez a Klausen para que lo radiara a Moscú. El mayor riesgo provenía de conservar documentos comprometedores, que era preciso guardar hasta la ocasión en que un correo humano pudiera trasladarlos de forma segura a su destino en la URSS.

Sorge comenzaba a acusar los estragos de aquella vida en la semiclandestinidad, de inestabilidad en todos los sentidos, cuando comenzó el principio del fin de su organización.

Sorge durante su convalecencia en la Gran Guerra (Source: Wikipedia)

La caída de la red comenzó por una desgraciada casualidad: el 18 de septiembre de 1941 era arrestara una modista de nombre Kitabayashi Tomo y su marido, quienes fueron inmediatamente conducidos a Tokio. Los había denunciado un tal Ito Ritsu, que en 1932 había pertenecido a la Liga Japonesa de la Juventud Comunista, lo que provocó que tuviera que cumplir dos años de condena por pertenecer a una organización ilegal. En 1939 era detenido nuevamente por sus actividades comunistas y, tras un duro interrogatorio, acabó pronunciando el nombre de aquella mujer, a la que había conocido años atrás en Los Ángeles y quien estaba relacionada con la Sección Japonesa del Partido Comunista Norteamericano.

Kitabayashi Tomo sería la primera pieza que haría caer todo el dominó de la red Sorge, una vez que pronunció el nombre de Miyagi, que fue detenido a su vez el 11 de octubre. Acto seguido, las autoridades se personaron en su domicilio: en su casa los agentes nipones encontraron, entre varios documentos traducidos al inglés, un memorando confidencial de la oficina del Ferrocarril del Sur de Manchuria. Miyagi fue conducido por los agentes a la comisaría Tsukiji, donde parece ser que fue sometido a un terrible interrogatorio. Aunque negó que fuese espía, no pudo mantener mucho tiempo el dominio de sí mismo. Antes de delatar a sus compañeros y se arrojó a la calle por la ventana del segundo piso de la comisaría, un árbol frenó su caída y únicamente se fracturó una pierna. Gravemente enfermo de tuberculosis, acabó por derrumbarse y confesar pertenecer al círculo de espionaje soviético que actuaba en Tokio y que estaba formado por Sorge, Vukelic, Ozaki y Klausen.

La mañana del 15 de octubre de 1941 era detenido Ozaki por una patrulla de procuradores. La red había sido completamente descubierta. Finalmente, éste también confesaría, por lo que no quedaba duda alguna de que Sorge espiaba para la Unión Soviética. En un primer momento, el Ministerio del Interior se negó a autorizar la detención del periodista por motivos diplomáticos, pero unas horas después, el príncipe Konoye dimitía y el general Tojo nombraba ministro de Justicia a Iwamura Michio, quien no dudó en firmar la orden. Sorge era apresado en pijama y zapatillas a las cinco de la madrugada del sábado 18 de octubre por el detective Ohashi de la Policía Especial Superior. Poco después eran detenidos Vukelic y Klausen. Nuestro protagonista fue trasladado en un principio a la comisaría Toriizaka y unas horas después, ante el temor de que los periodistas se entrometieran, a la prisión de Sugamo, en el distrito de Ikebukuro.

Sugamo

Richard Sorge aceptó desde el principio de su interrogatorio haber recogido información secreta, aunque no para los rusos, sino para el embajador alemán, pidiendo a su vez permiso para ver al general Eugene Ott, aunque su solicitud no sería atendida en un principio. Finalmente, acabaría reuniéndose con él durante apenas cinco minutos, bajo estrictas condiciones impuestas por Yoshikawa; momento durante el cual, mirando a los ojos al amigo que había traicionado, le espetó antes de despedirse: «Esta es la última vez que nos vemos».

Sorge en sus días felices en Japón

En el registro de su domicilio la policía nipona encontró «dos páginas de un borrador escrito a máquina, en inglés, del mensaje final con los resultados que debían enviar a Moscú el 15 de octubre». A su vez, en el domicilio de Klausen se descubrió una copia del mismo mensaje, cifrado a medias. En el domicilio de Sorge se hallaron también numerosos gadgets: «…tres cámaras, un aparato para sacar copias con accesorios, tres lentes fotográficas (una telescópica), un equipo para revelar (…) contactos con agentes y cuentas (…) una lista de los afiliados al Partido en Japón, dos volúmenes del Anuario Estadístico Alemán (que servían para cifrar y descifrar), siete páginas de informes y cartas en inglés…». La policía japonesa se asombró de los más de mil volúmenes que poseía Sorge, donde primaban los libros de historia y literatura japonesas.

Un interrogatorio implacable

Desde el principio, fue interrogado por la Policía Superior Especial, bajo la dirección del procurador Yoshikawa Mitsusada, de la Sección Ideológica del Departamento de Procuradores de la Corte de Tokio. Aunque las fuentes sobre lo que sucedió entonces se contradicen –algunas afirman que los japoneses respetaron su condición de personaje relevante y no le sometieron a tortura–, otros autores, como Héctor Anabitarte, apuntan que «no hay duda de que es torturado». La tortura era un procedimiento habitual de la Policía japonesa, en cuyas sesiones no era raro que algunos detenidos muriesen.

Ott

Sorge se vino abajo cuando le mostraron las declaraciones inculpatorias de Klausen y los demás acusados. Durante un tortuoso periodo de ocho meses y medio, desde septiembre de 1941 hasta junio de 1942, fueron detenidos treinta y cinco hombres y mujeres directa o indirectamente relacionados con la red, que serían juzgados a puerta cerrada. Tras meses de duros interrogatorios, un buen día, de pronto, el espía pidió papel y lápiz a sus carceleros y escribió en alemán: «Desde 1925, soy un comunista internacional». Después de que confesara ser un espía soviético, Yoshikawa buscó aclarar si éste trabajaba para el Komintern o para el Cuarto Buró del Ejército Rojo, porque no convenía abrir enfrentamientos con la URSS.

El Ministerio de Justicia Japonés y el Ministerio de Asuntos Exteriores, así como el Tribunal Supremo, redactaron conjuntamente un comunicado oficial para la prensa sobre el tema, que había alcanzado proporciones de asunto de Estado. En dicho documento no se mencionaba a las altas personalidades japonesas o de la embajada que habían estado relacionadas de una forma u otra con el espinoso asunto. Se cargaban las tintas sobre el propio espía. En el informe, los japoneses se cuidaron también de no ofender no solo a sus amigos germanos, sino también a los rusos, con quienes por entonces tenían un tratado de no agresión que les dejaba las manos libres para su lucha contra los EEUU en el Pacífico –también se investigó, curiosamente, si Sorge había espiado para Roosevelt–. Declaraban textualmente que el grupo Sorge era «un círculo de espías rojos bajo órdenes del Cuartel General del Komintern», juzgándolo como comunista internacional y dejando al margen al Cuarto Buró, eximiendo así a la URRS de cualquier tipo de responsabilidad. Sus camaradas nunca le salvarían.

¡Adiós, camarada!

El catedrático Ikoma, que haría de intérprete del juez Nakamura, encargado del proceso, y del procurador, recordaría una vez acabada la guerra que cuando le comentó a Sorge la derrota de los nazis en Stalingrado el espía festejó la victoria soviética y llegó a pensar en la posibilidad de un canje por otros agentes enemigos detenidos en Moscú. El 29 de noviembre de 1943, el Tribunal del Distrito de Tokio sentenciaba a Richard Sorge, «el espía del siglo», a la pena de muerte. El escueto informe oficial señala que «Sorge se condujo con compostura hasta el lugar de la ejecución». Fue ahorcado a las 10.20 horas del 7 de noviembre de 1944, ya cercano el final de la guerra que contribuyó a ganar, y, por un curioso capricho del destino, en el 27 aniversario de la Revolución rusa, por cuyo ideario había llegado hasta el verdugo. En 1964, el Sóviet Supremo de la URSS le condecoró de forma póstuma con el título de «Héroe de la Unión Soviética». Sin duda había sido uno de los más grandes de su breve historia.

Hanako-San, la última amante de Sorge en Tokio, fue detenida tras éste aunque dejada en libertad poco después. En 1943, todavía sospechosa, era detenida nuevamente y retenida durante cinco días. Sin embargo, sus captores comprobaron que no estaba involucrada en actividades de espionaje y respetaron la ley, sacándola de prisión. Después de la guerra, ésta decidió recuperar los restos de su antiguo amante. Según las fuentes oficiales, el cuerpo de Sorge estaba enterrado en el cementerio de Zoshigaya, perteneciente a la cárcel donde fue ejecutado. Sobre su sepultura se había colocado una humilde placa de identificación de madera, aunque alguien la robó más tarde, por lo que se perdió el paradero de los restos.

Hanako-san no cejó en su empeño de descubrir el cuerpo de su amado y se puso en contacto con el abogado encargado de la defensa de Sorge, Asanuma Sumiji, quien durante dos años insistió ante las autoridades del presidio para saber qué había sucedido con el cadáver. Finalmente, se descubrió el ataúd del espía en una sección reservada a los vagabundos sin hogar. El esqueleto pertenecía a un extranjero –lo que dedujeron por la forma del cráneo– y los huesos de una pierna presentaban marcas claras de heridas que correspondían con las que sufrió Sorge en la Gran Guerra. Con los empastes de oro de sus dientes, Hanako-san mandó realizar una alianza que jamás se quitaría. Hizo llevar el ataúd al tranquilo cementerio de Tama, a las afueras de Tokio, que visitó hasta su muerte llevándole flores frescas. Hizo grabar la siguiente inscripción sobre su lápida: «Aquí descansa un valiente guerrero que consagró la vida a luchar contra la guerra y a favor de la paz en el mundo».

Tumba de Sorge en el cementerio de Tama, en Tokio.

Y para ahondar en la figura de Sorge con datos completamente actualizados (basados en informes confidenciales recientemente desclasificados y nueva documentación reveladora), nada mejor que sumergirnos en las páginas de Un espía impecable. Richard Sorge, el maestro de espías al servicio de Stalin, que acaba de publicar Crítica en una alucinante edición en tapa dura. Su autor, Owen Matthews es un periodista de dilatada trayectoria que ha estado en primera línea de fuego en diferentes conflictos como corresponsal de la revista Newsweek en Moscú. Nadie mejor que él, pues, para hablarnos de un agente secreto en nómina del Kremlin que también fue un aventurero y también arriesgó su seguridad en pos de un ideal.

PARA SABER UN POQUITO (MUCHO) MÁS:

–HERRADÓN, Óscar: Espías de Hitler. Las operaciones de espionaje más importantes y controvertidas de la Segunda Guerra Mundial. Ediciones Luciérnaga (Gruplo Planeta), 2016.

–MATAS, Vicente: Sorge. Los Revolucionarios del Siglo XX. 1978.

–WHYMANT, Robert: Stalin’s Spy: Richard Sorge and the Tokyo Espionage Ring. I. B. Tauris and & Co Ltd, 2006.

Y para ahondar en la figura de Sorge con datos completamente actualizados (basados en informes confidenciales recientemente desclasificados y nueva documentación reveladora), nada mejor que sumergirnos en las páginas de Un espía impecable. Richard Sorge, el maestro de espías al servicio de Stalin, que acaba de publicar Crítica en una alucinante edición en tapa dura. Su autor, Owen Matthews es un periodista de dilatada trayectoria que ha estado en primera línea de fuego en diferentes conflictos como corresponsal de la revista Newsweek en Moscú. Nadie mejor que él, pues, para hablarnos de un agente secreto en nómina del Kremlin que también fue un aventurero y también arriesgó su seguridad en pos de un ideal.

Con formación en Historia Moderna por la Universidad de Oxford, antes de entrar en Newsweek, al comienzo de su carrera periodística, Matthews cubrió la guerra de Bosnia y ya en las filas de dicha publicación cubrió la segunda guerra chechena, la de Afganistán y la de Irak, así como el conflicto del este de Ucrania. Ha sido colaborador también de medios tan importantes como The Guardian, The Observer y The Independent y ganó varios premios con su libro de 2008 Stalin’s Children. Un espía impecable ha sido elegido libro del año por The Economist y The Sunday Times. He aquí el enlace para adquirirlo:

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